lunes, 7 de abril de 2008

Industria de guerra

La nitrocelulosa, también conocida como algodón pólvora, fue descubierta por un químico alemán, Christian Friedrich Schonbein (1799-1868). Fue nombrado profesor en la Universidad de Basilea en 1829.

El laboratorio de la Universidad cerraba cada día para comer, pero Schonbein, un experimentador ávido e impaciente, continuaba a veces su trabajo en casa. Se dice que en una de estas ocasiones, un matraz en el que estaba calentando una mezcla de ácidos sulfúrico y nítrico se rompió y el líquido corrosivo se derramó sobre la mesa. Aterrorizado por el disgusto que cualquier estropicio podría causar en su mujer, cogió el primer objeto que encontró a mano para empapar el vertido. Fue un delantal de algodón que lavó apresuradamente bajo el grifo y colgó a secar cerca de la estufa. Al poco tiempo, una vez seco el tejido, se produjo una explosión sin restos de humo y el delantal desapareció, sin dejar ninguna traza.

El episodio pudo haber puesto en peligro la tranquilidad doméstica de Schonbein, pero pronto le llevó a la fama y la fortuna. Fue invitado a hacer una demostración del nuevo explosivo en el Woolwich Arsenal en Londres y aprovechó la ocasión para obsequiar a la reina Victoria y el príncipe Alberto con un par de faisanes cazados con cartuchos llenos de algodón pólvora. (Eurekas y euforias - Walter Gratzer - Ed. Crítica 2004)

Alfred Nobel nació en 1833. Cuando tenía cinco años de edad, su padre se mudó a San Petersburgo donde puso en marcha un taller mecánico para la fabricación de minas antipersonales para las fuerzas armadas rusas. Entre 1850 y 1852 completó su formación de químico. Ascanio Sobrero, profesor de Alfred, había descubierto una nueva sustancia explosiva en 1847, a la que le dio el nombre de piroglicerina (después conocida como nitroglicerina). Sobrero advirtió, no obstante sobre la nueva sustancia, ya que no sólo tenía una terrible fuerza explosiva, sino que además era imposible de dominar.

El final de la guerra de Crimea (1856) supuso la quiebra de la fábrica paterna. La familia se volvió a Suecia y el año 1860 Alfred retomó los experimentos que se habían hecho con la nitroglicerina. Así consiguió producir nitroglicerina en cantidad suficiente sin que ocurriera ningún accidente. Después mezcló la nitroglicerina con la pólvora negra y encendió la mezcla con una mecha corriente. En octubre de 1863, cuando tenía 30 años, se le concedió la patente del explosivo bautizado como “aceite explosivo“. Nobel diseñó también un detonador formado por un taco de madera hueco que se llenaba de pólvora negra. Con el tiempa aquella construcción fue mejorada sustituyendo el taco de madera por un casquillo de metal y de esta forma se pudo aprovechar de forma eficaz la nitroglicerina como explosivo.

Una tarde, mientras se encontraba en el laboratorio, Nobel notó con un vuelco en el corazón que sobre el suelo cubierto de tierra se ensanchaba una mancha tentacular, gelatinosa, en forma de medusa. Se quedó rígido. Era nitroglicerina salida de un contenedor. La mancha era amenazadora como una entidad extraterrestre que crecía y se dilataba por partenogénesis. Después de largos minutos de tensión y silencio irreal, «el monstruo» se detuvo. La tierra, empapada por la solución explosiva, formó grumos sólidos y estables como lava congelada. ¡El demonio había sido capturado!

Pocas semanas después, Nobel tenía en un puño la solución del antiguo problema. Al mezclar el líquido con harinas fósiles, provenientes del corazón de la creación terrestre, obtuvo una masa sólida y estable que llamó dinamita. Su dinamita ya no sólo podía contribuir a la guerra, sino favorecer innumerables progresos pacíficos.

Pero el demonio oculto en el explosivo no estaba del todo domesticado. En 1867, una embarcación cargada de dinamita explotó poco antes de entrar en el puerto de Lima. Miles de toneladas de metal y centenares de hombres se transformaron en polvillo. Todo el mundo quedó conmocionado por el accidente. El shock lo provocaba, sobre todo, la potencia inaudita del nuevo explosivo. Nobel fue criticado de manera oficial y censurado en todo el mundo, y a la vez, se convirtió en el protagonista cortejado de un ambiguo ballet diplomático: todos los gobiernos trataban de tener en exclusiva su patente. El «dinamitero» execrado por la prensa, era perseguido por emisarios secretos y plenipotenciarios dispuestos a tenderle puentes de oro para tener sus inventos.

Después de la dinamita, en 1888 puso a punto la balistita, una mezcla compuesta de goma explosiva y algodón fulminante, con la que creó la pólvora sin humo buscada infructuosamente entre 1860 y 1880 por inventores como Abel, Volkmann Reid y Wolff. Nobel estaba convencido de que los «proyectiles sin huella» harían más espectral e innoble la guerra: «Si no es posible identificar a los soldados enemigos cuando disparan, tal vez las guerras se volverán menos cruentas y más viles. La muerte llegará por la espalda silenciosa como un asesino, ya no habrá valor y mérito en el enfrentamiento».

Además, después de numerosas tentativas nació el célebre «plástico», una mezcla de colodión y nitroglicerina muy fácil de manejar que podía encenderse con diferentes detonadores.

Durante la Primera Guerra Mundial, en agosto de 1914, André Citroën fue movilizado con el rango de teniente de un regimiento de artilleria pesada situado en Metz. Ante la escasez de municiones, en enero de 1915, le propone al general Baquet, responsable de artillería, la construcción, en un plazo de tres meses, de una fábrica capaz de producir de 5.ooo a 10.000 proyectiles diarios para cañones del tipo 75.

En un primer momento se prevé una producción total de un millón de obuses, pero durante los cuatro años de la guerra se llegan a fabricar 23.000.000 de proyectiles, ocupando a 13.000 trabajadores, en su mayoría mujeres.

Según un artículo periodístico de la época, estas mujeres hacían jornadas de 11 horas. En este tiempo las que habían de controlar la calidad de los obuses, podían llegar a mover hasta 2.500 proyectiles de 7 Kg, es decir, 35 toneladas en total. En un año pasaban por sus manos 900.000 proyectiles, con un peso total de 7.000 toneladas. En las fábricas de munición un muchacho de 15 años cobraba un salario de 12 a 15 francos, mientras que las mujeres sólo cobraban entre 5 y 6 francos.

Tanque Sherman M-4.

Durante la Segunda Guerra Mundial Chrysler fabricó 18.000 tanques 32-ton M-4 Sherman y unos 500.000 camiones militares Dodge. En 1945 había suministrado en material 3,4 billones de dólares a las fuerzas aliadas.

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