domingo, 23 de enero de 2011

China en África

Desde los años ochenta, pero especialmente en la última década, China ha tenido una gran necesidad de materias primas y las ha buscado allá en donde ha podido. En África obtiene petróleo y gas, pero también madera, productos agrícolas y minerales necesarios para hacer aparatos electrónicos. Las cifras del FMI, hablan de unas relaciones comerciales que han ido creciendo en los últimos años a una media de un 30% y que probablemente hayan sobrepasado los 100.000 millones de dólares en 2010.

Chua Booan Lee y un operario de la planta de procesamiento de madera que él dirige en Congo. La planta produce láminas de madera que se pegan para producir contrachapado, que luego exportan a China, EE UU y Europa.

China no parece haber ido a África para hacer negocio y salir corriendo sino para quedarse y llevar un modelo económico. El Gobierno chino ha alentado a sus ciudadanos a instalarse allí. Unos 500.000 chinos, según los datos de la Asociación de Amistad de los Pueblos Chino y Africano, citados en el libro China en África (Alianza, 2009), han emigrado a África para trabajar y ganar más dinero que en su país de origen. Y se han manchado las manos para conseguirlo.

En África, el occidental se queja de todo. De la necesidad de sobornar para hacer negocios, de la cantidad de papeles que hay que entregar para montar una empresa, del calor, las enfermedades, los mosquitos y la corrupción. Los chinos trabajan. Han construido presas, oleoductos y redes de fibra óptica. Han revolucionado el transporte con sus motos de bajo coste, utilizadas como taxis para moverse por todo el continente, han montado hoteles y karaokes. Y todo sin rechistar, a un ritmo lento y silencioso.

Un periodista chino en su domicilio congoleño.

Cuando Occidente se ha dado cuenta ya era demasiado tarde. Los africanos habían preferido la humildad china para hacer negocios al paternalismo occidental y todos sus valores. Sin nada de esto, sin hablar ni una palabra de los idiomas autóctonos, sin mezclarse demasiado con la población, pero viviendo muchas veces en las mismas condiciones.

Edificios levantados por constructoras chinas en Argelia.

África aplaude esa nueva competencia que combate los monopolios de las colonias. Aunque eso no signifique las cosas mejoren para la población. La mayoría de los países en los que hay presencia china han tenido tasas de crecimiento superiores al 4%, pero la pobreza y el paro siguen siendo extremos en ellos.

Por otra parte, China continúa imparable su carrera por afianzarse entre las grandes economías mundiales. Una velocidad que le ha permitido sobrepasar a Japón como segunda economía mundial en el último trimestre. China registró un PIB nominal en primavera de 2010 de 1,34 billones de dólares, por encima de los 1,29 billones de Japón. El siguiente paso ahora es asaltar el primer puesto a los EE UU.

El dato debe tomarse con prudencia. En términos acumulados, durante el primer semestre del año la economía japonesa arrojó un balance aún superior al chino. El PIB anual sumó de enero a junio 5,07 billones frente a los 4,9 billones del gigante asiático. Asimismo, China todavía está en fase de desarrollo, como Ma Jiantang, director de la oficina estadística recordaba en enero. "Tenemos una gran población, una base económica débil, relativamente pocos recursos y una gran cantidad de personas pobres que aún están en una situación básica", resumió.

Con todo, de seguir con su trepidante crecimiento, los expertos prevén que China no hará más que marcar distancia con Japón. Con una tasa de crecimiento del PIB del 10,3% durante el segundo trimestre y la economía nipona expandiéndose a apenas un 2% "la brecha se ampliará", aseguró Shen Jianguang, economista de Mizuho Securities Asia Ltd. "No es probable que Japón recupere el segundo puesto, dado ese nivel de actividad en China". Una capacidad que en tan sólo una década podría alcanzar a EE UU, según PricewaterhouseCoopers, o en un horizonte temporal algo más lejano, en 2027, cuando el PIB roce los 14 billones de dólares, según Goldman Sachs.

La economía nipona lleva años luchando contra la deflación. Pero 2009 quedará en la memoria de los japoneses como un ejercicio especialmente negativo: la isla de 127 millones de habitantes registró el peor resultado desde la Segunda Guerra Mundial con tasas negativas del 5,2% del PIB. Esta pérdida de impulso estuvo propiciada por el desplome del consumo privado, que supone hasta el 60% del PIB y que prácticamente no creció durante el segundo trimestre, y por las inversiones empresariales que tan sólo avanzaron un 0,5%.

A partir de septiembre de 2010, Japón se enfrentó al final de los incentivos a la compra de coches y electrodomésticos, lo que lastró aún más los datos de consumo. Una ralentización de la actividad que tendrá un impacto en el desempleo: el FMI prevé que el paro alcance al 4,9% de la población activa. Una tasa escandalosa para Japón.

En otro orden de cosas, países con grandes recursos financieros pero escasos de agua y de buenas tierras para el cultivo se han lanzado a comprar campos por todo el mundo. Una de las grandes batallas del siglo XXI será la de la alimentación. Muchos países, importadores de comida, se han visto afectados por el aumento de los precios. Los estados ricos lo soportaron, hasta que, en la primavera de 2008, se asustaron por la actitud proteccionista de naciones productoras que limitaron sus exportaciones. A partir de ahí, varios estados con crecimiento económico y demográfico, pero desprovistos de grandes recursos agrícolas y de agua, decidieron asegurarse reservas de comestibles comprando tierras en el extranjero. Al mismo tiempo, muchos especuladores se pusieron igualmente a comprar terrenos para hacer negocios, convencidos de que la alimentación será el oro negro del futuro.

Según ellos, de aquí a 2050 la producción de alimentos se doblará para satisfacer la demanda mundial. George Soros apuesta asimismo por los agrocarburantes y ha adquirido parcelas en Argentina. Un grupo sueco ha comprado medio millón de hectáreas en Rusia; el hedge fund ruso Renaissance Capital, 300.000 hectáreas en Ucrania; el británico Landkom, 100.000, también en Ucrania; el banco estadounidense Morgan Stanley y el grupo agroindustrial francés Louis Dreyfus, decenas de miles de hectáreas en Brasil, etc.

Pero quienes se han lanzado a comprar tierras por todo el mundo son principalmente los estados con petrodólares y divisas. Corea del Sur, primer comprador mundial, ha adquirido 2.306.000 hectáreas; le sigue China (2,09 millones), Arabia Saudita (1,61 millones), los Emiratos Árabes Unidos (1,28 millones) y Japón (324.000 hectáreas). En total, cerca de 8 millones de hectáreas de tierras fértiles compradas o alquiladas en el exterior.

Regiones enteras han pasado a estar bajo control extranjero en países con escasa densidad demográfica y cuyos gobernantes están dispuestos a ceder partes de la soberanía nacional. Un fenómeno que preocupa. En un informe alarmante, la ONG Grain denuncia "un acaparamiento de tierras a nivel mundial".

Sin campos fértiles ni agua, los países del Golfo son los que más pronto se han lanzado. Kuwait, Qatar y Arabia Saudita buscan parcelas disponibles donde sea. "Ellos poseen tierras, nosotros dinero", explican los inversionistas del Golfo. Los Emiratos Árabes Unidos controlan 900.000 hectáreas en Pakistán, y están considerando proyectos agrícolas en Kazajistán. Libia adquirió 250.000 hectáreas en Ucrania a cambio de petróleo y gas. El grupo saudita Binladin ha conseguido terrenos en Indonesia para cultivar arroz. Inversionistas de Abu Dhabi compraron decenas de miles de hectáreas en Pakistán. Jordania producirá comestibles en Sudán. Egipto obtuvo 850.000 hectáreas en Uganda para sembrar trigo y maíz.

El comprador más compulsivo es China, pues debe alimentar a 1.400 millones de bocas cuando sólo dispone del 7% de las tierras fértiles del planeta. Además, la industrialización y la urbanización le destruyeron unos 8 millones de hectáreas. Y algunas regiones se están desertificando. "Tenemos menos espacio para la producción agrícola, y es cada vez más difícil elevar el rendimiento", explicó Nie Zhenbang, jefe de la Administración Estatal de Granos.
China detenta tierras en Australia, Kazajistán, Laos, México, Brasil, Surinam, y sobre todo en África. Pekín ha firmado unos 30 acuerdos de cooperación con gobiernos que le dan acceso a tierras. A veces, las autoridades de Pekín envían desde China la mano de obra; pagada menos de 40 euros al mes, sin contrato de trabajo y sin cobertura social.

Por su parte, Corea del Sur ya controla en el extranjero una superficie superior a la totalidad de sus propias tierras fértiles. En noviembre de 2008, el grupo Daewoo Logistics estableció un acuerdo con el gobierno de Marc Ravalomanana, presidente de Madagascar, para alquilar 1,3 millones de hectáreas, o sea la mitad de las tierras cultivables de esa gran isla.

El gobierno surcoreano también ha comprado 21.000 hectáreas para cría de ganado en Argentina. País en el cual el 10% del territorio (unos 270.000 kilómetros cuadrados) se encuentra en manos de inversores extranjeros, quienes se han beneficiado de la actitud de los diferentes gobiernos para adquirir millones de hectáreas y recursos no renovables, sin restricciones y a precios módicos. El mayor terrateniente es Benetton, industrial italiano de la moda, que posee unas 900.000 hectáreas y se ha convertido en el principal productor de lana. También el millonario estadounidense Douglas Tompkins tiene unas 200.000 hectáreas situadas en la proximidad de importantes reservas de agua.

En general, la cesión de tierras a estados extranjeros se traduce en expropiaciones de pequeños productores y aumento de la especulación. Sin olvidar la deforestación. Una hectárea de bosque procura un beneficio de cuatro a cinco mil dólares si se plantan en ella palmas de aceite, o sea, de 10 a 15 veces más que si se dedica a producir madera. Ello explica por qué los bosques de la Amazonia, de la cuenca del Congo y de Borneo están siendo sustituidos por plantaciones

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