martes, 2 de enero de 2018

La Primera República


Poco antes de la proclamación de la Primera República cualquier incidente presagiaba el cambio.


—Madrid: presentación oficial del recien nacido Infante D. Luis Amadeo, grabado del Sr, Capuz.—
(La ilustración española y americana - 8 de febrero de 1873)

En el interior han enturbiado estos últimos días los horizontes políticos tres nubarrones, más ó menos sombríos, pero ninguno de los cuales ha llegado a producir la tempestad.

El feliz alumbramiento de S. M. la Reina ha dado ocasión al primero de estos amagos de tormenta. El desaire de que en los primeros momentos se creyó objeto el Gobierno, y por consiguiente la mayoría, á causa de la tardía presentación del real vástago, dio ocasión en la sesión de la noche del 30 á que se redactase una proposición, que no llegó á presentarse, pidiendo que el Congreso se declarase en sesión permanente, y hasta se hicieron indicaciones acerca de la adopción de una medida de gravísima trascendencia.

La aparición del Sr. Martos en el banco azul en los momentos en que la excitación llegaba á su colmo, y las explicaciones con que cohonestó lo ocurrido en palacio, asegurando que el Gobierno no habia recibido el desaire que se suponía, aplacaron por el momento la tempestad, y resolvieron un conflicto que amenazaba tomar formidables proporciones.

La segunda nube la ha condensado en el horizonte la actitud del cuerpo do Artillería en la cuestión interminable del general Hidalgo. El puesto activo para que este general ha sido últimamente nombrado ha producido entre los jefes y oficiales de dicho cuerpo el mismo efecto que una medida análoga produjo hace pocos dias, y las solicitudes pidiendo el cuartel ó el reemplazo han menudeado en la Dirección de Artillería.

El conflicto, como se ve, tomaba carácter formidable, y no nos maravillaría que el Gobierno resolviera conjurarle, acordando no admitir ninguna do las peticiones de licencias.

Si asi fuese, las nubes aglomeradas por la cuestión del cuerpo de Artillería so habrían deshecho segunda vez por trámites muy poco lisonjeros para el general Hidalgo.

Tercera nube sin consecuencias : Creían muchos que la proposición de censura presentada por el diputado republicano Sr. Pinedo contra el Ministro de la Guerra, y fundada en la prodigalidad de los nombramientos y ascensos concedidos por este señor, ocasionaría su inmediata salida del Ministerio. La proposición del Sr. Pinedo, encaminada ostensiblemente á condenar un vicio, á la verdad muy añejo y á más de un partido imputable, envolvía la intención de censurar muy singularmente los nombramientos ultímamente hechos por el general Córdova de ministros togados del Tribunal Supremo. Pero el Ministro de la Guerra ha defendido la justicia de estos nombramientos, objetando á los óbices de legalidad del diputado republicano que el decreto orgánico do 1866, al derogar el de 1853, que establecía condiciones indispensables para obtener loa cargos mencionados, dejaba su provisión á la voluntad del Ministro; y con esto el incidente parlamentario no ha producido tampoco la tormenta que se esperaba.

En pos de estas nubes desvanecidas, ha venido otra que amenaza encapotar nuestro horizonte por los cuatro puntos cardinales, toda vez que nos incomunica con el resto del mundo. Aludimos á la huelga de los carteros.

Los carteros se han declarado en huelga , y la verdad es que ya les iba tocando el turno.

¿ Qué ramo de la industria no ha tenido sus días de huelga ?

Sólo uno; uno hay que no se contagia por desgracia de este virus universal, y es la política. Y es lástima, porque el día que los políticos se declaren en huelga en este país ya se puede asegurar á punto fijo que se ha salvado la patria.

Por lo demás, ni en lo que afecta á los intereses materiales del país, ni en lo que se relaciona con el mundo de la inteligencia y el arte, tiene la crónica grandes resultados, ó cuando menos, lisonjeras esperanzas que registrar.

En el primer concepto, la Exposición internacional de Viena, que tan provechosa podía ser á nuestra industria, no ha conseguido despertar en España , por razones de todos conocidas, el ínteres que deben inspirar esos grandes certámenes del trabajo.

Motivan esta falta de animación causas permanentes y causas transitorias que, por desgracia, van tomando carácter de inmutabilidad en este perturbado país. Entre las primeras descuellan, por más que nos duela confesarlo, la ingénita indolencia del carácter nacional; es decir, aquella invencible fuerza de inercia, por cuya virtud en el orden económico nos parece muy cómodo abdicar la propia actividad en manos de los gobiernos, y en el orden político carecemos de grandes masas de la opinión que nos emancipen de la bochornosa tutela en que nos tienen perpetuamente los partidos.

En este punto—y de paso sea dicho—el país se parece mucho á un mozo de carga que durante la canícula suele dormir la siesta sobre la faja de sombra que corre al pié de la verja del Congreso, y cuyos hábitos, por razón de vecindad, nos son conocidos. El indolente asturiano antes de conciliar el sueño, acostumbra á desatarse sotto voce en los más terribles improperios y á prodigar los apostrofes más virulentos contra las moscas que le devoran; pero sin tomarse jamas la molestia de levantar el brazo para espantarlas.

En cuanto á las causas transitorias , con carácter ya casi endémico, que han de ser obstáculo á que nuestro país se presente en la Exposición de Viena en las condiciones que fueran de apetecer, son de todos bien conocidas.

La dificultad de los trasportes , debida al sistema de incomunicación que con tan criminal perseverancia llevan á cabo las partidas carlistas; el estado de desaliento y de inquietud en que viven algunas comarcas agrícolas y algunos centros fabriles importantes, agitados por la guerra civil; la poca disposición do los ánimos á llevar los cálculos de un porvenir que se presenta por demás complicado y tenebroso más allá de las horas que pasan y del dia que trascurre, son razones de actualidad muy á propósito para retraer á nuestros industriales y fabricantes, hondamente preocupados con las cuestiones de orden público, de desconcierto económico, y hasta de seguridad individual.

Se hacen, sin embargo, esfuerzos muy laudables para conseguir que la ancha hospitalidad que, según el dicho de los bien informados, se nos prepara en la capital de Austria, no sea por nuestra parte desairada, y es lícito creer que si este resultado no se consigue en grado muy satisfactorio, no será por falta de celo de los encargados de fomentar el concurso.

En la ilustración española y americana del 16 de febrero de 1873 se da cuenta de la proclamación de la república.


Don Estanislao Figueras, Presidente del Poder ejecutivo de la República española.

No existe ya el trono de D. Amadeo I de España, Así como en Octubre de 1833 cayó, con la muerte de Fernando VII, la monarquía absoluta, y en Setiembre de 1868 la monarquía parlamentaria, el doctrinarismo de estos últimos tiempos de transición y modificaciones, del mismo modo , en la noche del 11 del actual, aceptando la Asamblea nacional española la abdicación de D. Amadeo I, cayó también la monarquía democrática, — y ésta seguramente para no levantarse jamás.

Obsérvese que hemos venido á parar á, la república, después de rodar la política, á través de cuarenta años, por un plano inclinado; de la monarquía absoluta de Fernando VII, con ministros como Calomarde y trescientos mil voluntarios realistas, á la monarquía parlamentaria de D.ª Isabel II , con sus veleidades políticas, sus camarillas palaciegas y sus golpes de Estado; desde esta última, pasando por una serie de revoluciones sangrientas, que no terminaron siquiera en Alcolea el 28 de Setiembre de 1868, á la monarquía democrática, que fué establecida sobre los débiles cimientos de 191 votos de representantes del país.

Detras estaba la república española.

Recordamos ahora, porque la ocasión es oportuna, que autos de proponerse á la Cámara Constituyente la candidatura del Duque de Aosta para el trono de España, un hombre público
muy caracterizado, que después ha sido ministro, significó en Parlamento pleno que una monarquía como la do Amadeo de Saboya debia considerarse como un puente colocado entre la era antigua y la era futura, entre los tiempos dé los reyes y los tiempos de los pueblos, entre la monarquía y la republica.

Ello es que el conllicto vino, tal vez antes del día en que se esperaba (porque todos en verdad le esperaban, y aun le temian), inevitable ya de todo punto desde que por circunstancias que nadie ignora se habian amontonado las dificultades, y crecían á cada momento; y crecieron tanto en los últimos días, como no podia resistirlas la débil monarquía democrática.

Suprema era la crisis: anunció el Rey al Presidente del Consejo de Ministros la resolución irrevocable que habia formado de desceñirse la corona y depositarla en el seno de la representación nacional que se la habia conferido; y apenas fué del dominio público una determinación tan grave, no faltaron espíritus fuertes que ante todo aspiraban á levantar la bandera de la patria por encima de todo, para conjurar el peligro y colocar al amparo de aquélla los elementos sociales que, en días críticos, pueden contribuir á la salvación de los intereses permanentes de las naciones.

Constituido el Congreso de los Diputados en sesión permanente, á las tres de la tarde del 11 del actual, el Presidente del Consejo de Ministros entregó al de aquel Cuerpo colegislador el mensaje de abdicación, que copiamos íntegro, aunque sea muy conocido, por su importancia histórica.

«AL CONGRESO.

Grande fué la honra qne merecí á la nación española eligiéndome para ocupar su trono ; honra tanto más por mi apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar á un país tan hondamente perturbado.

Alentado, sin embargo, por la resolución propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro, decidido á inspirarme únicamente en el bien del país y á colocarme por cima de todos los partidos, resuelto á cumplir religiosamente el juramento por mí prestado ante las Cortes Constituyentes, y pronto á hacer todo linaje de sacrificios por dar á este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza á que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus lujos le han dado derecho, creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaria poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades, que no se ocultaban á mi vista, en las simpatías de todos los españoles amantes de su patria, deseosos ya de poner término á las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas.

Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos años largos há que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada dia más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhela. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación, son españoles ; todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones dé la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.

Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.

Nadie achacará á flaqueza de ánimo mi resolución.

No habría peligro que me moviera á desceñirme la corona, si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles, ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el vivo deseo de que en su dia se indulte á los autores de aquel atentado. Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serán estériles mis esfuerzos é irrealizables mis propósitos.

Estas son, señores diputados , las razones que me mueven á devolver á la nación, y en su nombre á vosotros, la corona que me ofreció el voto nacional haciendo esta renuncia por mi, mis hijos y sucesores.

Estad seguros de que al desprenderme de la corona, no me desprendo del amor á esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarla todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía.

— AMADEO.—Palacio de Madrid á 11 de Febrero de 1873.

Mensaje digno, ciertamente, de un príncipe que no ambicionaba la corona de España, pero que habiéndola aceptado cuando se la ofrecieron los representantes de la nación, creyó que podia contribuir á la felicidad de este noble pueblo, digno do mejores destinos.

Leido ante los diputados el mensaje del Rey, el Presidente del Congreso propuso á la Cámara que se dirigiese al Senado un mensaje para que, unidos ambos Cuerpos colegisladores, y representando así la integridad de la soberanía, acordasen lo conveniente acerca de aquel documento.

Antes aún, los Sres, Salaverría y Ulloa, representando partidos que hacían oposición rudísima al ministerio radical, declararon noblemente, por sí, y en nombre de sus amigos políticos, que ayudarían con su adhesión y con sus votos á cualquiera otro gobierno que defendiese el orden social, los intereses conservadores y permanentes del país, y la honra y la integridad de la patria—declaraciones oportunísimas y nobles que fueron acogidas por la Cámara con nutridos aplausos.

A la sazón , el Senado, que habia recibido el mensaje , se presentó en el Congreso, y tomando asiento los señores senadores al lado de los señores diputados, quedó constituida la Asamblea nacional.

En seguida, y contestando á tres preguntas hechas por el Sr. Presidente, la Asamblea nacional acordó: Aceptar la renuncia que D. Amadeo de Saboya hacía de la corona de España; Enviar un mensaje al Rey manifestando su sentimiento y aceptando la renuncia; Nombrar una comisión que redactara el citado mensaje.

Nombrada ésta, veinte minutos después fué leido el documento que sigue, escrito, según voz pública, por el Sr. Castelar :

«SEÑOR :

»Las Cortes soberanas de la nación española han oido con religioso respeto el elocuente mensaje de vuestra Majestad, en cuyas caballerosas palabras de rectitud, de honradez, de lealtad, han visto un nuevo testimonio de las altas prendas de inteligencia y de carácter que enaltecen á V. M., y del amor acendrado á esta su segunda patria , la cual, generosa y valiente, enamorada de su dignidad hasta la superstición y de su independencia hasta el heroísmo, no puede olvidar, no, que V. M. ha sido jefe del Estado, personifícacion de su soberanía, autoridad primera dentro de sus leyes, y no puede desconocer que honrando y enalteciendo á V. M. se honra y se enaltece á sí misma.

»Señor: Las Cortes han sido fieles al mandato que traian de sus electores y guardadoras de la legalidad que hallaron establecida por la voluntad de la nación en la Asamblea Constituyente. En todos sus actos, en todas sus decisiones, las Cortes se contuvieron dentro del límite de sus prerogativas, y respetaron la autoridad de V. M. y los derechos que por nuestro pacto constitucional á V. M. competían. Proclamando esto muy alto y muy claro, para que nunca recaiga sobre su nombre la responsabilidad de este conflicto, que aceptamos con dolor, pero que resolveremos con energía, las Cortes declaran unánimemente que V. M, ha sido fiel, fidelísimo guardador de los respetos debidos á las Cámaras; fiel, fidelísimo guardador de los juramentos prestados en el instante en que aceptó V, M, de las manos del pueblo la Corona do España. Mérito glorioso, gloriosísimo en esta época de ambiciones y de dictaduras, en que los golpes de Estado y las prerogativas de la autoridad absoluta atraen á los más humildes, no ceder á sus tentaciones desde las inaccesibles alturas del Trono, á que sólo llegan algunos pocos privilegiados de la tierra.

»Bien puede V, M. decir en el silencio de su retiro, en el seno de su hermosa patria, en el hogar de su familia, que si algún humano fuera capaz de atajar el curso incontrastable de los acontecimientos, V. M, con su educación constitucional, con su respeto al derecho constituido , los hubiera completa y absolutamente atajado.

Las Cortes, penetradas de tal verdad, hubieran hecho, á estar en sus manos, los mayores sacrificios para conseguir que V, M, desistiera de su resolución y retirase su renuncia. Pero el conocimiento que tienen del inquebrantable carácter de V, M.; la justicia que hacen á la madurez de sus ideas y á la perseverancia de sus propósitos, impiden á las Cortes rogar á V. M, que vuelva sobre su acuerdo, y las deciden á notificarle que han asumido en sí el poder supremo y la soberanía de la nación, para proveer en circunstancias tan criticas y con la rapidez que aconseja lo grave del peligro y lo supremo de la situación, á salvar la democracia, que es la base de nuestra política; la libertad, que es el alma de nuestro derecho; la nación, que es nuestra inmortal y cariñosa madre, por la cual estamos todos decididos á sacrificar sin esfuerzo, no sólo nuestras individuales ideas, sino también nuestro nombre y nuestra existencia,

»En circunstancias más difíciles se encontraron nuestros padres á principios del siglo, y supieron vencerlas inspirándose en estas ideas y en estos sentimientos.

Abandonados de sus reyes, invadido el suelo patrio por extrañas huestes, amenazados de aquel genio ilustre que parecía tener en sí el secreto de la destrucción y la guerra, confinados en una isla, donde parecía que se acababa la nación, no solamente salvaron la patria y escribieron la epopeya de la independencia, sino que crearon sobre las ruinas dispersas de las sociedades antiguas la nueva sociedad. Estas Cortes saben que la nación española no ha degenerado, y esperan no degenerar tampoco ellas mismas en las austeras virtudes patrias que distinguieron á los fundadores de la libertad
en España.

»Cuando los peligros estén conjurados; cuando los obstáculos estén vencidos; cuando salgamos de las dificultades que trae consigo toda época de transición y de crisis, el pueblo español, que, mientras permanezca V". M. en su noble suelo, ha de darlo todas las muestras de respeto, de lealtad , de consideración , porque V, M. se lo merece, porque se lo merece su virtuosísima esposa, porque se lo merecen sus inocentes hijos , no podrá ofrecer á V. M. una corona en lo porvenir, pero lo ofrecerá otra dignidad, la dignidad de ciudadano en el seno de un pueblo independiente y libre.

Palacio de las Cortes, 11 de Febrero de 1873.»

¿ Qué hemos de decir nosotros de este notable documento?

Digno de la nación y del príncipe á quien iba dirigido , la opinión pública lo ha aplaudido sinceramente y la prensa de todos los partidos lo ha elogiado.

Nombradas dos comisiones más, una para entregar á D, Amadeo la contestación de la Asamblea, y otra para acompañar hasta la frontera de Portugal á los reyes de España, se dio cuenta en seguida de la proposición siguiente:


«Pedimos al Congreso se sirva aprobar la proposición siguiente:

La Asamblea nacional reasume todos los poderes y declara como forma de gobierno de la nación la República, dejando á las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno.

Se elegirá por nombramiento directo de las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno.»

Apoyóla su autor, el Sr. Pí y Margall, en un breve discurso, y habiendo sido tomada en consideración, aunque hablaron en contra varios señores diputados, todos, y especialmente el Sr. Romero Ortiz, en nombre del partido conservador, ofrecieron al poder futuro , al poder que naciera de la Asamblea, simpatías y benevolencia.

Votóse, por fin, la proposición en dos partes : la primera, declarando la República como forma de gobierno de la nación española, fué aprobada en votación nominal, por 258 votos contra 82.

La segunda, el nombramiento del Gobierno, hecho también por votación nominal, en que tomaron parte 250 representantes, dio el resultado siguiente :

D. Estanislao Figueras, para Presidente del Poder Ejecutivo, obtuvo 244 votos; D. Emilio Castelar , para Ministro de Estado, 245; D. Francisco Pí y Margall, para Ministro dé la Gobernación, 243; D. Nicolás Salmerón y Alonso, para Ministro de Gracia y Justícia, 242; D. José Echegaray, para Ministro de Hacienda, 242; D, Fernando Fernandez de Córdova, para Ministro de la Guerra, 239; D. José María Beranger, para Ministro de Marina, 246; D, Manuel Becerra, para Ministro do Fomento, 236; D. Francisco Salmerón y Alonso , para Ministro de Ultramar , 238.

Por último , en la sesión del siguiente dia se procedió á la elección de Presidente de la Asamblea , resultando elegido el Sr. D. Cristino Martos por 222 votos, habiendo obtenido 20 el Sr. D. Nicolás María Rivero, Presidente que era del Congreso, uno el Sr, Marqués de Perales , y 17 papeletas en blanco.

Aquí termina nuestro papel de imparciales cronistas.

Existe un poder ejecutivo dependiente de una Cámara soberana; existe un Gobierno , una autoridad, representaciones vivas del Estado, y en estos instantes de prueba , de ansiedad y de angustia, existe seguridad para las personas, garantía para todos los intereses y garantía también para la integridad y la honra de la patria.

Y el amor á esta patria querida debe estar en el pecho de los españoles hidalgos, por encima de todas las monarquías y de todas las repúblicas.

¡ Ojalá comience ahora esa nueva era de bienandanza que tantas veces se nos ha prometido en vano !


E. MARTINEZ DE VELASCO.
11 de Febrero,

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