lunes, 23 de abril de 2018

El almirante Pascual Cervera Topete


Cuando las huestes de Carlomagno comandadas por Otger Cataló, mediado el siglo VIII, penetran en la Península hasta lo que todo el mundo conoce como Marca Hispánica, con el objetivo de frenar el empuje musulmán por tierras de la hoy Gerona, Barcelona y parte de Lérida, le acompañaron los conocidos como los «Nueve Barones de la Fama». Entraron todos ellos en Cataluña por el Valle de Aran, con 25.000 esforzados guerreros a los que se unen paisanos de entre los ríos Pallaresa y Nomeras. Uno de estos varones, Yolt Galcerán, ganaría los estados de Cervera, en Lérida, de donde tomaría después el nombre y el escudo para convertirse en el padre de todos los que hoy se llaman así a lo largo y ancho del planeta.


Habrían de pasar casi cinco siglos para que descendientes de Galcerán participasen, ya con la corona de Aragón, en las conquistas de Mallorca y Valencia. Daba comienzo el proceso migratorio del apellido Cervera fuera de las lindes de Cataluña. De la comarca Marina Alta de este último reino, a finales del siglo XVIII, el abuelo de nuestro Almirante emigraría a Medina Sidonia. De esta ciudad de la campiña gaditana saldría para el Colegio de Guardiamarinas de San Carlos, en 1854, el que luego llegaría a ser el glorioso Almirante Cervera, héroe del Combate Naval de Santiago de Cuba donde, junto con 2.000 hijos de nuestras tierras que dotaban la Escuadra de su mando, supieron poner broche de dignidad a aquel desastre en el que se vio envuelta España, arrastrada por el desgobierno y un estado de opinión irreal y desmedidamente disparatado. De este estado de cosas no fue ajena Cataluña, que defendió con vehemencia, en los casinos nacionales, intereses en sus cautivos mercados del Caribe y del avituallamiento de los ejércitos que España tuvo que alistar en Cuba desde los años de la Guerra Grande (1868). El negocio paró arrancando la desafección y del desastre del 98 aún quedan cosas que aprender.

La víspera del 3 de julio de 1898, el almirante Pascual Cervera Topete reúne a las dotaciones de la escuadra española, bloqueada por la flota estadounidense en el puerto de Santiago de Cuba: “Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Quiero que asistáis conmigo a esta cita con el enemigo luciendo el uniforme de gala”. A los marinos de los cuatro cruceros —Infanta María Teresa, Vizcaya, Cristóbal Colón y Almirante Oquendo— y de los dos destructores —Furor y Plutón— les extraña la orden. El almirante Cervera, nacido en Medina Sidonia (Cádiz) 59 años antes, se la aclara enseguida: “Es una ropa impropia para el combate, pero es la que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades, y no creo que haya un momento más solemne en la vida de un soldado que aquel en que se muere por la patria. El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos, y para ello ha enviado contra nosotros todo el poderío de su joven escuadra. Pero sólo podrá tomar las astillas de nuestras naves. Clavad las banderas y ni un solo navío prisionero. ¡Zafarrancho de combate!”.

Los españoles saben que se dirigen a una muerte segura, pero también son conscientes de que su almirante ha intentado por todos los medios evitar el sacrificio. Se ha enfrentado incluso al Gobierno de Mateo Sagasta, al que acusa de pedirle “un sacrificio tan estéril como inútil” con tal de defender un “ideal que ya sólo es romántico”. Cuba sigue perteneciendo a España —su bandera ondea en La Habana y hay un capitán general al mando—, pero económicamente es ya un territorio dependiente de EE UU. “Lo único que hacía falta”, explica Juan Torrejón Chaves, profesor de Historia Económica de la Universidad de Cádiz, “era que la realidad se impusiera, y aquella mañana se impuso de una manera muy gráfica. Los viejos barcos españoles, de madera, sin el armamento adecuado y con carbón de mala calidad en sus máquinas, frente a modernos acorazados de acero. Un país en decadencia frente a un gigante emergente”. Un día antes, el 2 de julio de 1898, el capitán general Ramón Blanco transmite desde La Habana al almirante Cervera la orden de los generales de Marina: “Salga con su flota del puerto de Santiago y rompa el bloqueo”. La respuesta es concisa: “Con la conciencia tranquila, voy al sacrificio”. Cervera ordena calentar las calderas.

El año que viene harían 70 que prestó su persona a la calle principal de la Barceloneta. Cuando se descubrió la placa, algunos de los presentes todavía recordaban sus visitas al lugar, echando a andar el siglo XX, para compartir mesa con Antonio Rivas, quien había navegado a sus órdenes en la Corbeta Ferrolana (1880) y en el Acorazado Pelayo (1988). Al igual que con otros catalanes con los que había vivido bonanzas e infortunios en ultramar, como su entrañable amigo el almirante gerundense Víctor Concas Palau.

Un poco más tarde, a principios de los años cincuenta del pasado siglo, en la Barceloneta residían mayormente buena gente de mar y sería cuando otro almirante Cervera, nieto del anterior, junto con José Fontrodona Cardó, Presidente de la Cofradía de Pescadores de Malgrat del Mar, conseguiría levantar una barriada de pescadores que llevaría su nombre.

La Armada española ha emitido una carta en defensa de la vida y servicio del almirante Cervera y ha considerado "decepcionante el trato y el calificativo dado" por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que tachó al almirante de "facha".

"Si se repasa la dilatada y brillante hoja de servicios de D. Pascual Cervera Topete, no cabe duda de que pueden encontrarse evidentes signos de lealtad, valor y sacrificio para el servicio a España", recoge la misiva, firmada por el almirante jefe de Estado Mayor de la Armada (AJEMA), Teodoro López.


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