viernes, 22 de febrero de 2019

El ibuprofeno


En 1939, cuando millones de adultos se preparaban para matarse unos a otros en la Segunda Guerra Mundial, Stewart Adams era un adolescente desorientado. A sus 16 años, había decidido tirar la toalla y abandonar los estudios. Era un hijo de la clase obrera. Su padre, maquinista de trenes, tenía problemas de visión y había sido degradado a un empleo menos cualificado en la localidad de March, un centro ferroviario en el este de Inglaterra. Nada hacía presagiar que aquel joven aturdido iba a aliviar el sufrimiento de miles de millones de personas.


Stewart Adams consiguió su primer trabajo gracias al enchufe de un amigo de la familia. Todavía barbilampiño empezó a trabajar como aprendiz en Boots, una cadena local de farmacias. Un adolescente sin aparente vocación para el estudio no parecía el mejor fichaje para la empresa, pero Adams acabó estudiando Farmacia en sus ratos libres, se doctoró casi con 30 años y en 1953 recibió la misión de encontrar un antinflamatorio oral más eficaz y seguro que la aspirina. En 1969, tres décadas después de entrar como aprendiz, llevó a las farmacias el ibuprofeno. Aquel muchacho fue uno de los mejores fichajes de la historia. En la actualidad, las tiendas Boots venden una caja de ibuprofeno cada 2,92 segundos

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