jueves, 11 de noviembre de 2021

EL PRIMER PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Estampa, Madrid 12 de Diciembre de 1931. 

EL PRIMER PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Un día—de esto hace ya algún tiempo—, llamé por teléfono a casa del entonces presidente dimisionario del Gobierno provisional y hoy presidente de la República española.

—Sí. Aquí vive el señor Alcalá Zamora—me contestaron—. Pero no está en Madrid; anoche mismo marchó a Priego para descansar durante unos días.

—Es igual—contesté—. Yo deseaba hablar con alguno de sus hijos.

El teléfono enmudeció un momento. Se oyeron pasos lejanos luego, cuya sonoridad fue creciendo, aumentando de volumen, hasta que, de nuevo la voz surgió del aparato.

—Los señoritos están en casa muy poco tiempo. Suelen volver de la Universidad a la una o una y media, y se marchan al rato de comer. Si quiere usted venir mañana, a las horas que le he indicado, le recibirán con mucho gusto.

A la una y media de la tarde del día siguiente llamaba yo a la puerta de hierro y cristal que cierra el hotel de don Niceto Alcalá Zamora, en el paseo de Martínez Campos. Un portero singularmente amable me precedió por una escalera de mármol que conduce a la primera planta del edificio. Allí, un amplio recibidor poblado de bargueños y panoplias tiene puertas a varios despachos y salones; a mano derecha, entrando, hay una pequeña habitación, donde un joven secretario despacha correspondencia; creo recordar que, en mi rápida ojeada circular de visitante curioso, advertí, a continuación, otro despacho más amplio—donde el presidente solía recibir sus visitas diarias—, contiguo a un salón sobriamente decorado; frente a la puerta de entrada, la escalera que conduce al piso superior inicia el ritmo de sus escalones albos, encuadrada con un pasamanos de madera obscura, donde se posa, como ave quieta y verde, una hoja de palmera; más a la izquierda, el severo decorado estilo español es quebrado amablemente por un saloncito árabe que ilumina una luz azul muy suave, tamizada, sin duda, desde el exterior por vidrieras coloradas; por último, otra habitación muy grande—comedor tal vez—donde se hallan dos fotografías del presidente en dos momentos interesantes de su carrera política: la primera vez que fue ministro y la primera vez que fue ministro de la Guerra.

El hijo menor de Alcalá Zamora me recibió en seguida. Es un muchacho joven, alto, moreno, muy parecido a su padre; una estampa árabe-andaluza, que no resultaría exótica, con blanco albornoz, en el barrio indígena de Fez.

—Desearía—le dije—algunas fotografías de su padre en distintas épocas. Cuantas más, mejor...

—Las voy a buscar—contestó—.

¿Puede usted esperar un momento?...

Pasaron unos minutos, durante los cuales oí ese abrir y cerrar puertas y armarios, que delata una búsqueda difícil, mezclado con el taconeo de zapatos femeninos. Presentí que toda la familia estaba tratando, inútilmente, de recordar "el sitio donde se guardaron aquellos retratos", y mi conciencia de hombre desordenado empezó a remorderme terriblemente. Imaginé un espectáculo desconsolador: paquetes deshechos por los suelos, armarios despanzurrados, cajas vaciadas precipitadamente sobre la mesa, papeles revueltos..

Todo esto, claro está, es lo que me hubiera ocurrido a mí, si alguien se presenta, de improviso en mi casa a pedirme cualquier objeto, y yo ruego a los hijos del señor Alcalá Zamora que me perdonen esta subconsciente extensión de mis defectos personales.

El hijo del presidente me trajo dos retratos muy interesantes.

—No he podido encontrar más, porque mi familia, que está en Priego, se ha llevado algunas llaves de armarios—dijo—. Perdone usted que le hayamos hecho esperar tanto, pero ni mis hermanas ni yo recordábamos dónde estaban las fotografías.

¡Hemos tenido que revolverlo todo!

—Me lo figuro, me lo figuro...—contesté, abochornado—.

Pero aún no he terminado de pedir: desearía hablar con su madre y con sus hermanos para hacerles una interviú.

—i Una interviú ¡—exclamó, espantado—. ¡ Y con fotografías y todo!...

—Con fotografías y todo; sí, señor. Con todas las fotografías que ustedes quieran...

—No, no; si es que nosotros..., nosotros no nos retratamos nunca. Y, en cuanto a la interviú, tampoco van a querer mis hermanos... En fin, yo hablaré con ellos, y veré lo que deciden. Llámeme usted por teléfono pasado mañana a esta misma hora.

UN MES DE INTERVIÚ DIARIA

Volví a llamar a la puerta de hierro y cristal, y el portero saludó, preguntándome:

—¿Usted es el redactor de ESTAMPA a quien espera el señorito Pepe?

—Eso es.

Pasé al despacho donde José Alcalá Zamora me aguardaba.

—¿Usted quería retratos de mi padre?

—Sí, señor. 

—¡Me parece que voy a poder encontrar más!

Al decir esto, su cara reflejaba una gran alegría.

Yo pensé: "¡Qué muchacho! ¡Cómo siente, sin haberla practicado nunca, la profesión de periodista! Porque la voluptuosidad del retrato inédito es un goce, que sólo se adquiere con la práctica del reportaje..."

—¡ No sabe usted cuánto se lo agradezco!...

¿Habló usted con sus hermanos de la interviú?

— Fue algo así como una ducha fría.

— Sí..., no... Como están en Priego parte de ellos... 

— Es que me interesa mucho... 

—Bueno; pues vuelva usted por aquí la semana que viene. Yo trataré de convencerlos...

Seis o siete días después de esta segunda entrevista, volví a hallarme frente al hijo del presidente de la República española.

—Aquí tiene usted las fotografías que le prometí— me dijo muy contento.

—Estas son precisamente las que me interesaban. Es usted muy amable, tan amable, tan amable que habrá logrado convencer a sus hermanos para eso, ¿eh?

—¡Ah!, para la interviú... Pues no, no los he convencido del todo.

¿Qué es lo que usted quería preguntarnos?

—Nada de particular. Además, yo limitaría mis preguntas a lo que ustedes desearan contestar.

—Bueno, bueno... Pues lo diré a mis hermanos. Vuelva usted cuando quiera.

Volví un día, dos días, tres días, ocho días... El portero llegó a conocerme, y me saludaba:

—Buenas tardes, señor. Linares.

En la calle, la pareja de guardias que prestaba vigilancia se cuadraba al verme bajar del coche, creyendo, sin duda, que era algún pariente del señor Alcalá Zamora, o algún alto cargo de la República.

Pero ni las señoritas de Alcalá Zamora ni sus hermanos se decidían a la interviú. Yo, con una desvergüenza, de la que ahora me asusto, y una pesadez inaudita, insistía indefinidamente.

Durante un. largo mes he debido de constituir la pesadilla diaria de esa casa. Para ver si mis apetitos informativos quedaban satisfechos, me daban fotografías y más fotografías del presidente.

Cuando hubieron agotado todas las de los álbumes, desencuadraron las que se hallaban colgadas en las paredes. Y una mañana...

UNA CONVERSACIÓN CON LA SEÑORITA DE ALCALÁ ZAMORA

Una mañana llamé por teléfono y me respondió una voz juvenil y femenina. Una voz tan agradable, tan llena de simpatía, que me hizo, ingenuamente, pensar: " ¡ Ahora es cuando voy a poder arreglar todo!..."

Pero, sí, sí...

—Soy una hija de Alcalá Zamora—dijo la vocecita—. ¡No puede usted imaginarse cómo sentimos molestarle tanto, hacerle venir tantas veces a casa..., para nada. Pero es que nosotras somos muy reacias a las fotografías. Nunca nos retratamos.

— Es un pudor, señorita, que no concibo en ustedes.

— No; si no es pudor; es aversión a la máquina fotográfica; manías..., ¡qué sé yo!

—Bién, señorita; pero es que, al ser elegido su padre presidente de la, República, no van a poder substraerse a esta curiosidad del público.

.—¡Oh, sí ! Una cosa es papá, y otra cosa somos nosotras, que hacemos una vida un poco retirada, que tratamos de huir de todo lo espectacular que pudiera alcanzamos.

—¡Qué le vamos a hacer, señorita!—contesté consternado-—. Pero, ¿por qué no trata usted de convencer a sus hermanos? 

— Trataré, trataré—me contesto. Y agregó, riendo:

—No espero tener éxito. ¡A las chicas nos hacen tan poco caso!...

Efectivamente; ni los hermanos hicieron caso a las hermanas, ni éstas a ellos, y me quedé sin interviú.

Claro que, en último caso, estas líneas que he escrito pueden pasar como tal...

LUIS G. DE LINARES.

(Fotos Llompart, Marin y Martínez.)

"Cuando yo era chico..." La infancia del presidente

EN LA ANTESALA DEL FUTURO PRESIDENTE

Hablar con un presidente de la República no es cosa fácil. Pero es aún más difícil conversar con un señor a quien le faltan pocos días para ocupar el cargo citado. Voy a explicar a ustedes el misterio de este hecho singular.

La casa de don Niceto Alcalá Zamora, durante los días que precedieron a la noticia de la elección presidencial, gozó de una paz que sólo turbaba, de cuando en cuando, la presencia de algún periodista curioso. Yo puedo dar fe de ello, ya que, como he explicado en la información anterior, era el curioso más asiduo de su secretaria.

Pero hace algunos días, a raíz de confirmar su inmediata elección para el primer cargo de la República, la decoración cambió: largas filas de coches en el paseo del Cisne, comisiones, delegaciones, visitas particulares, recomendaciones... Los bargueños del recibidor, los sillones de estilo español y hasta los jarrones fueron anegados bajo una avalancha de sombreros, abrigos, capas militares, bastones y otros objetos. En los salones y en los despachos, los visitantes se apiñaban, se estrujaban, como en el Metropolitano de las Ventas, a la hora de comer. Era una invasión, una auténtica invasión.

Entre los invasores me hallaba yo, y pensaba: "No es posible que el señor Alcalá Zamora reciba a toda esta gente. Por poco tiempo que conceda a cada uno, son doce o catorce horas de audiencia, cuando menos... Ahora va a salir un secretario que, muy amablemente, nos va a decir que don Niceto se ha marchado a Priego, o a la China... No le queda otra solución, si no quiere gastar media vida recibiendo visitas..."

Pero, con gran extrañeza mía, Alcalá Zamora apareció en la puerta de su despacho, nos contempló un instante, con aire de infinita resignación, y exclamó:

—¡Adelante, señores!

EL PRIMER HOMBRE QUE TUVO FE EN EL QUE HABÍA DE SER PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

El señor Alcalá Zamora, al verme entrar en su despacho, acompañado por un fotógrafo, levanta los brazos al cielo.

—¡ Pero, más fotografías!... Por el amor de Dios, ¡que se han llevado ustedes todas las que había en esta casa! ¡Hasta las que había colgadas por las paredes!...

Pero como ya he dicho en un párrafo anterior, la cualidad fundamental de todo hombre que va a ser presidente de la República, es, sin duda alguna, la resignación. Y don Niceto acepta íntegramente esta anticipación de lo que van a ser los dos mil ciento noventa días de presidente, que, según todas las probabilidades, le esperan. Ahora comprendo perfectamente aquel suspiro de satisfacción de Doumergue, el anterior presidente de la República francesa, al terminal sus siete años de trabajos forzados, y su alegría de colegial que ha concluido felizmente el curso.

—Bien—dice el presidente—, ¿Qué desea usted de mí? 

—Que me hable de su infancia.

Don Niceto frunce un poco el entrecejo. Para un hombre que está absorbido por una actualidad tan intensa, tan prodigiosa, hacer desandar a la memoria toda esa ruta tan pródiga en acontecimientos que ha sido su vida, hasta llegar a la primera juventud, es un esfuerzo de imaginación un poco doloroso.

Nací—dice, al fin—en Priego de Córdoba, el día 6 de junio de 1877, y mi infancia carece en absoluto de riqueza anecdotaria. Fui un niño bueno, si he de creer lo que me cuentan, pues yo no me acuerdo de tan lejanos detalles de mi vida; un niño educado por cuatro mujeres, que dejaron una huella en mi carácter: por mi madre, primero, que murió cuando yo tenía tres años; por mi tía, que murió dos años más tarde; por una prima hermana, Gloria Torres, y por una hermana soltera, que hizo, para mí, las veces de madre. 

Estas razones hicieron que mi infancia transcurriera suavemente, y en la visión que ahora puedo tener de ella no se acusan relieves ni asperezas. No tomé parte, como otros chicos, a las épicas pedreas pueblerinas; no recuerdo travesuras; no huí jamás del colegio para correr los campos, pues me gustaba el estudio... 

A propósito de esta afición a los libros, ahora recuerdo una anécdota, tal vez la única, que me sucedió en mi niñez.

Tenía yo cuatro años—entonces vivía en Priego—, cuando mi familia me llevó a un colegio de pago que había en el pueblo. El profesor, cuyo nombre no recuerdo ya, debió advertir en mí ciertas disposiciones para el estudio, pues a primeros de mes, cuando mi familia quiso entregarle los honorarios correspondientes, él se negó rotundamente.

"Para mí—dijo—es un honor enseñar a este niño." .

Y no hubo medio de que aceptara un céntimo. Fue el primero que tuvo fe en mí.

ABOGADO POR INERCIA

Yo he sido abogado por casualidad, pues aunque parezca extraño, de muchacho sentía más inclinación por la Facultad de Ciencias. Una enfermedad de mi hermano perturbó mi vida en los comienzos del curso, y no pude matricularme. Yo he sido abogado casi por inercia. Pero, ahora, no me puedo quejar... Más tarde, otra circunstancia cambió, afortunadamente, el rumbo de mi vida, aunque de momento pareciera un contratiempo. Yo debí ser, a los veintiséis años, abogado-fiscal del Tribunal Supremo, y si esto no se realizó fue por una inconcebible e injusta resolución ministerial. Entonces me dediqué a la abogacía y a la política de lleno; eran mis dos aficiones predilectas.

El señor Alcalá Zamora me acompaña hasta la puerta de su casa.

—Ya ha visto usted qué sencilla y qué poco novelesca ha sido mi vida. He tenido una juventud para desesperar al biógrafo más imaginativo, y una madurez sin peripecias.

—¿Una vida poco novelesca, señor presidente?

En su despacho hay una fotografía del caudillo revolucionario Alcalá Zamora, que apoya su frente sobre los gruesos barrotes de la cárcel de Madrid.

Recuérdela usted ahora, desde sus habitaciones del que fue Palacio Real, y advertirá lo maravilloso, lo novelesco de su aventura...

L. G. DE L. (Foto y reproducciones Llompart.)

Los españoles célebres a través del tiempo 

LA HISTORIA POLÍTICA DE D. NICETO ALCALÁ ZAMORA

En la información que precede a ésta, queda relatada la infancia del presidente de la República, y en ella se reproducen las fotografías correspondientes a esa época. La que publicamos en estas planas, es su continuación lógica, y en ella pueden seguirse los momentos más destacados de la vida del ilustre político.










La residencia provisional del Presidente de la República






(Fotos Contreras y Vilaseca.)






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