lunes, 25 de abril de 2016
El oro y la plata en los años 20 del siglo pasado
Este texto esta sacado del libro "Geografía Económica", Walther Schmidt, Editorial Labor (1946).
El carbón y el hierro han impreso su sello especial a la economia presente: a ellos deben los Estados industriales de hoy su grandeza económica, el maquinismo de nuestros días su elevado florecimiento, la vida de la moderna humanidad su peculiar estructura. Como tercer elemento decisivo en el grupo de las materias naturales determinantes de la economía figuran los metales preciosos: el oro y la plata. Cierto que la «economía lucrativa» (en contraposición a la «economía consuntiva» o de mera satisfacción de las necesidades) cae fuera de la investigación geográfico-económica, por razón de sus caracteres especiales en los órdenes financiero", jurídico y técnico; pero la manifestación exterior de dichos elementos como metales monetarios, y las peculiaridades de su producción, intercambio y consumo, que imprimen carácter a las comarcas que los poseen, merecen ser tenidas en cuenta como hecho de trascendencia geográfica.
El oro y la plata, que en la Antigüedad ya fueron muy estimados como metales de adorno, comenzaron a desempeñar un papel normativo a fines de la Edad Media, como elementos expresivos del valor de las cosas, desde que, con el descubrimiento de América, afluyeron al mercado europeo las primeras cantidades importantes de dichos metales. Este hecho entraña una notable relación recíproca, por cuanto que el afán de poseer oro y plata fué el aliciente principal de aquellos descubrimientos. Fué éste, a la vez, el factor que de un modo más decisivo influyó en la extensión adquirida por nuestro conocimiento geográfico de la superficie terrestre. Dos periodos se distinguen en orden a la significación económico-mundial de la obtención de metales preciosos: el primero, y el más extenso, caracterizado por la hegemonía de la producción de la plata, se inicia con la explotación de las riquísimas minas de este metal en México y Perú, hacia 1550, y se extiende hasta el descubrimiento de los campos auríferos de California, en 1848; a partir de este momento la producción de oro (fig. 44) fué imponiéndose a la de plata, merced a los sucesivos e importantes yacimientos que fueron descubriéndose (Australia 1851, Transvaal 1885, Alaska 1895), y, de otra parte, a las circunstancias económicas, ya que en aquella época fué implantándose paulatinamente en
diversos países el patrón oro, es decir, el reconocimiento exclusivo de la moneda de este metal como medio legal, mientras que la de plata solamente fué tolerada como moneda divisionaria, con aceptación limitada y con variable relación de valor. La inseguridad causada por este hecho en el mercado de la plata dió lugar a una depreciación de este metal precioso, correlativamente enlazada con un pronunciado descenso de la producción. En resumen, el cuadro es el siguiente: Hasta 1872 la proporción de valor era de 15 kg. de plata por 1 kg. de oro. En los tres periodos de 1821 a 1850, 1851
a 1880 y 1881 a 1910, el valor de la plata se desplazó a 15,8, 15,9 y 28,6 kg., respectivamente, mientras que la producción de plata se cifraba en 95,3, 88,5 y 92,8 % de la producción de metales nobles (en cuanto al peso). La Guerra mundial, a consecuencia del descenso de la producción, especialmente en México (cfs. fig. 48), ocasionó una caida del valor hasta casi 40 kg. En los primeros años de la postguerra, las circunstancias parecían favorables a la plata en un principio, por el hecho del atesoramiento unilateral del oro por parte de los Estados Unidos (en 1920, la producción de plata fué el 91,5 % de la total; proporción de valor, 15 kg.). Con la crisis económica internacional y con la política monetaria, hostil a la plata, de los Estados Unidos, se registró una nueva regresión, que alcanzó su punto culminante en 1933, con el 83,3 % de cuota de producción, y 76 kg. para el valor de la plata (fig. 45). En virtud de la ley, sobre compra de plata de 1934, que permitió la importación de este metal en los Estados Unidos, con el fin de constituir con un 25.% de plata la cobertura de los billetes americanos, el valor de dicho metal aumentó de nuevo (en 1935, aproximadamente 41 kg.). Por lo demás, la oscilación de precios no solamente está condicionada por circunstancias monetarias y económicas, sino también por el hecho de que actualmente la plata, sobre todo en los medianos y pequeños centros de producción (cfs. fig. 50), sólo se beneficia como producto accesorio, de manera que su rendimiento no puede establecerse de antemano.
El oro y la plata se presentan en yacimientos de terrenos primarios, en rocas volcánicas recientes o
en las gangas cuarcíferas de las montañas pizarrosas antiguas, de donde su denominación de gangas auríferas y argentíferas. En yacimientos secundarios, la plata se encuentra con poca frecuencia, y en cambio aparece el oro con abundancia en forma de pepitas y arenas de oro, que a consecuencia de los accidentes atmosféricos son arrastradas hacia los valles. Finalmente, el oro se encuentra en conglomerados dispuestos en capas, como, por ejemplo, en el Transvaal, donde acaso tiempos atrás formaban capas arenosas, que después fueron recubiertas por los estratos más recientes de la montaña. Lo mismo que las gangas auríferas, han de ser objeto de extracción minera, mientras que el oro de las arenas se obtiene por medio de lavados.
En esta diversidad de carácter geológico encontramos la razón de las variaciones que se acusan en el aspecto técnico de la producción, y que, a su vez, no dejan de tener importancia sobre las modalidades económicas, geográficas, demográficas y agrarias de las respectivas comarcas. La apreciación de todos estos caracteres nos permite estimar, también, la importancia y el sentido
de la evolución de las causas geográficas y de las finalidades perseguidas con el conocimiento de la Geografía.
Los metales preciosos presentan una localización periférica sorprendente, por lo menos en cuanto al polo económico europeo. Las cordilleras americanas, la zona costera del África del Sur, y la meseta y el país de plegamiento de Australia, constituyen un arco de gran radio, en cuyo desarrollo se encuentran las reservas principales de oro y plata. Este hecho constituye, al mismo tiempo, una prueba de la diversidad de su condición geológica, que todavía se reflejaría con mayor evidencia si se tuvieran en cuenta los centros de producción que poseen menos importancia.
El distrito económico americano está magníficamente dotado tanto de éstos como de los demás minerales. Esta afirmación es, sobre todo, exacta respecto de la plata, en cuya producción América está representada por un 78 %, aproximadamente, de la producción mundial, correspondiendo a México más de la mitad de dicha cifra (cfs. fig. 49). Ya desde fines del siglo XVII ocupa este país el lugar de primer proveedor del mundo con plata, tratando en vano los Estados Unidos de asumir esta privilegiada posición (sólo lograron superarla en el lapso de tiempo de 1914 a 1918). A la zona minera pertenecen tanto la comarca central de México (con Durango y Zacatecas, entre otras) como la región Noroeste (con Chihuahua). Especial importancia poseen los caminos de hierro establecidos a principios del siglo actual, y cuya utilidad es doblemente elevada por la desigual configuración del territorio mexicano y por la falta de ríos navegables. Dichas vías férreas constituyen cómodas rutas de comunicación con el golfo de México, habiéndose desarrollado en él Tampico y Veracruz como los más importantes puertos exportadores de metal argentífero.
En la producción de los Estados Unidos participan todos los Estados de las cordilleras, especialmente
Utah, Montana, Nevada e Idaho, con 2/3 de la producción nacional. En las cordilleras sudamericanas que constituyen el núcleo de los antiguos «paises de la plata», la producción mantiene su actividad (Perú, Bolivia, Chile, Colombia); pero ésta sólo representa una fracción modesta en la producción integral de América, hecho cuya causa no estriba tanto en el agotamiento de las reservas como en la deficiente situación de los yacimientos con respecto al tráfico, y en la irracional explotación de los mismos.
La parte del león en la producción aurífera americana corresponde a los Estados Unidos, con California y Alaska. El descubrimiento de los yacimientos californianos acarreo aquella revolución económica, de que ya hemos hablado, en orden al valor relativo del oro y de la plata. Pero no es esto sólo: por el impulso que dió a la industrialización del Oeste americano, procurando a la Unión un segundo distrito económico orientado. hacia el Pacífico, fué el oro el iniciador de la lucha mundial que los Estados occidentales riñen en este Océano por el logro de la supremacía política.
El descubrimiento de los yacimientos californianos coincidió con la época de mayor progreso de la navegación; así, no es extraño que de todo el mundo se trasladaran a aquella zona numerosos aventureros, y que la necesidad de comunicaciones más rápidas creara el ferrocarril de Panamá, que a su vez no dejó de tener influencia sobre el trazado del futuro canal. Con la rapidez del rayo crecieron en este territorio, completamente inculto, bajo las manos de los buscadores de oro, poblaciones más o menos importantes, en las cuales se reflejaba la codicia y el desencanto de sus habitantes, no menos que el áspero trabajo que sobre ellos pesaba, y la inseguridad a que estaban expuestos. El rendimiento de las arenas auríferas, de fácil obtención, pero rápidamente agotadas, indujo muy pronto a la segunda forma de explotación, que consistió en ir buscando los fragmentos de oro en los antiguos lechos terciarios de los ríos, para remover los cuales fué necesario emplear la fuerza hidráulica. El creciente empleo de maquinaria exigía un núcleo de trabajadores con sueldo fijo, y presuponía grandes inversiones de capital. El desarrollo ulterior condujo, finalmente, a un tercer estadio: a la penetración en la roca viva aurífera, tal. El desarrollo ulterior condujo, finalmente, a un
tercer estadio: a la penetración en la roca viva aurífera, a medida que se hacía más difícil también el hallazgo de los filones. Entonces se iniciaron profesiones diversas. Los antiguos buscadores de oro convirtiéronse en colonos, labriegos, ganaderos, y comenzaron a atender las demandas de una creciente población que exigía el abastecimiento con artículos alimenticios. Muy pronto advirtieron muchos que el oro. de las espigas, de los racimos de uva y de las naranjas era una fuente más copiosa de riqueza que la del oro de las minas. La producción de trigo y.cebada creció en pocos años hasta alcanzar una cifra diez y veinte veces mayor, y el número de reses de ganado vacuno y lanar, que en 1850 podía contarse por millares, alcanzó pocos años después cifras de millones. Canales de riego, pantanos, pozos artesianos, fueron construidos por doquier y procuraron a la agricultura nuevas posibilidades de desarrollo. Los caminos de hierro suministraron cómodas rutas para los productos; las granjas, diseminadas unas veces en cientos de oasis alumbrados por el riego en el centro de comarcas antes desoladas, núcleo otras veces de una población aglomerada por el desarrollo industrial, florecieron con inesperada rapidez sobre las ruinas de los antiguos « placeres », cuya
explotación fué retirándose cada vez más hacia el interior (Nevada, con Goldfield ; Colorado, con Gripple Creek).
Otras son las circunstancias en Alaska, donde, junto a la ganga aurifera, encontramos preferentemente arenas de oro; por ejemplo, en la costa del Cabo Nome (península Seward) y en las arenas y pizarras de los valles del Tanana y del Klondike. La posición de los límites de la tundra hacia el extremo del clima continental, donde las últimas selvas comunican con los improductivos desiertos de la alta montaña, crea grandes dificultades a la explotación y régimen de vida de los buscadores de oro ; y si en algún punto se expresa con elocuencia la subordinación de las condiciones económicas a los factores geográficos, es en estas circunstancias verdaderamente extremas de posibilidad para la
vida humana.
Los filones de oro yacen casi siempre a varios metros de profundidad bajo capas de fango y grava, que en el invierno están semiheladas, y que, dada la fugaz duración del verano, no llegan a secarse por completo. Por esta razón se prefiere con frecuencia la explotación invernal, perforando con el fuego y el vapor la helada masa portadora del oro, y sometiéndola luego, en lavaderos, a la
acción del agua recién liquefacta. Así se comprende que los auspicios de los aventureros, individualmente considerados, sean sumamente desfavorables, y que tras de la primera fiebre despertada por la sacra auri james, se haya vuelto a las normales actividades de la industria.
Como consecuencia sobrevino también la iniciación de un tráfico regular, del cual depende, en este caso más que en ningún otro, la vida de estos hombres que en aquellas latitudes se han creado una nueva patria. Así se han establecido nuevas líneas de vapores, y circulan ferrocarriles que atraviesan desfiladeros situados a más de 1000 m. de altura. Mediante ellos se acarrean artículos alimenticios, materiales de construcción y objetos necesarios de todas clases, pues el país carece de la más
rudimentaria producción agrícola. Así, la Naturaleza ha creado en estas apartadas regiones del Planeta un distrito económico genuinamente consolidado, cuyo generador es el oro y cuyo mantenedor es el tráfico, que ya no conoce obstáculo alguno de espacio ni de tiempo.
También los ingleses tienen participación en las reservas auríferas de Alaska en el Canadá. Durante los últimos años, la producción canadiense incluso llegó a superar a la de los Estados Unidos. Sin embargo, las cantidades que produce el Canadá (Dawson) siguen siendo insignificantes en relación con el rendimiento total de que dispone el Imperio británico (cfs. fig. 46), el cual posee una extraordinaria ventaja sobre los Estados Unidos.
La gigantesca participación del Imperio inglés (60 de la producción mundial, frente al 11 % de los Estados Unidos) corresponde al Ámerica del Sur (38,3 % de dicha producción mundial) desde que la guerra de los boers atribuyó el Transvaal a esa nación. Las minas sudafricanas pertenecen (lo mismo que las de Natal y Rhodesia) a la falla Norte del campo de Hooge, a la denominada orla de Witwater. En una longitud de cerca de 75 km. se extiende a lo largo de dicha orla un filón de roca aurífera, cuyo cemento cuárcico fué atravesado en otro tiempo por el oro en fusión. La magnitud de este filón, tan interesante en el aspecto minero, compensa del escaso contenido aurífero de la roca, condicionado por el desarrollo geológico del terreno. Por cada tonelada de roca sólo se extraen 23 gr. de oro; pero la utilización en gran escala del nuevo procedimiento cianhidrico permite que del oro contenido no se pierda más que un 2-5 %. Con el descubrimiento de los filones del Transvaal, la explotación aurifera del África del Sur comenzó a emprender el sorprendente desarrollo que le caracteriza. Mientras que en el primer quinquenio (1884-1838) sólo se logró una producción media anual poco superior a 6 millones de pesetas, aumentó ésta en los siguientes a 78 millones de pesetas, y alcanzó a fines del siglo XIX la cifra de 372 millones de pesetas. La guerra del Transvaal dió origen a una considerable
regresión, hasta 30 millones de pesetas. Posteriormente, bajo el dominio inglés, se operó aquel extraordinario progreso, cuyo punto culminante fué alcanzado en el ano 1916 con casi 960 millones de pesetas. Los años de la postguerra. reflejaron también en esta zona el general proceso de regresión acusado en la economía mundial. El nivel más bajo fué en el año 1922 con 540 millones de pesetas.
Deliberadamente los propietarios de las minas dificultaron la producción mediante lock-outs, porque los ingresos procurados por el oro, substancia de valor invariable, disminuían a causa del costo de la producción, cada vez más elevado por los aumentos de salarios. Últimamente la producción ha aumentado de nuevo.
Junto a cantidades poco importantes de oro aluvial, las reservas más ricas se hallan, como ya hemos dicho, en la roca viva. Por esta causa la obtención del oro no sólo exige una explotación minera propiamente dicha, con extensas instalaciones de maquinaria y numerosos obreros y empleados, sino que, al mismo tiempo, presupone grandes inversiones de capital. Esta manera, más bien impersonal, materializada, de la obtención del oro, ha favorecido de antemano, en contraposición a lo que sucede en las zonas aluviales de arenas auriferas, el desarrollo de ciudades, mientras que los distritos rurales, poco distantes, no han experimentado grandes transformaciones en su composición demográfica. Mientras que en América, por la transformación progresiva de los procedimientos económicos en la obtención del oro, acaeció una evolución paulatina y característica en el aspecto de los territorios desde el punto de vista de la Geografía económica, dicha evolución adoptó en África desde un principio formas fijas que apenas sufrirán modificación en el futuro. Johannesburg constituye el centro del distrito minero. Fundada esta ciudad en la época del descubrimiento de los campos auriferos, cuenta en la actualidad con 350.000 habitantes. En torno a la ciudad mercantil, propiamente dicha, se extienden los arrabales, integrados por casas para una sola familia, entre las cuales abundan los campos de juego y parques; la ciudad ofrece un alegre aspecto en comparación con la desolada impresión que se obtiene frente a los blancos montones de arena cuarcífera de las minas, que imprimen carácter al paisaje a muchas millas de distancia en torno a la población.
Los campos auríferos de Australia se reparten por el Este alpino (Victoria, Queensland) y por la meseta del Oeste, donde, de un modo extraño, zonas desoladas y hostiles al hombre fueron convertidas, en un abrir y cerrar de ojos, en asiento de una intensa actividad productiva (Coolgardie, Kalgoorlie). También en estas comarcas advertimos el mismo espectáculo de un enorme desarrollo de la agricultura y de la ganadería, como consecuencia de las decepciones sufridas, de una parte, y de la densidad de la colonización, por otra. Así, el oro ha producido en más de una ocasión manifestaciones económicas y agrarias, o sea geográficoeeonómicas, de extensión y consecuencias inesperadas. Entre los productores de plata figura, en primer lugar, a continuación de los grandes países, Australia (Broken Hill).
Asia y Europa son relativamente pobres en metales preciosos. Alemania (Klausthal-Zellerfeld, en el Harz superior, y Mansfeld, en el antepais oriental del Harz) y España (Linares, en Sierra Morena, y Mazarrón, en Murcia) merecen citarse como países productores de plata entre los europeos. En Asia, las minas de plata de Baldwin (Salween central, Birmania) han adquirido considerable importancia desde la Guerra. Para la India, donde una considerable porción de la renta nacional está invertida en plata, y que hasta hace poco tiempo registraba una notable importación de este metal (cfs. fig. 49), poseían estas reservas un valor económico muy destacado.También China (aun no siendo productora de plata, pero con el patrón monetario basado en este metal) constituía una zona importadora de gran relieve, a la cual afluía, por conducto del mercado de Londres, la mayor parte de la producción sudamericana. Pero en el momento actual, en que los Estados Unidos adquieren plata sin cesar y el precio de este metal fino aumenta nuevamente de precio, la situación ha cambiado: India y China, de las cuales se han apoderado los especuladores, ceden sus reservas atesoradas. Sin embargo, este proceso económico parece ser de naturaleza transitoria. China recibe también del Japón (Akita) una parte de su plata, de donde se deriva, en cierto modo, un nuevo motivo de influencia económica
del Japón sobre China. La faz de la estadística mundial durante los últimos años ha experimentado una transformación substancial a causa del pronunciado aumento de la producción de oro en Rusia (Petropawlowsk en el Ural oriental, Tomsk, Yenisseisk y Yakutsk en Siberia). En 1933 la producción soviética superó a la de los Estados Unidos, y en 1934 también a la del Canadá, con lo que Rusia aparece en segundo lugar entre los países productores de oro en el mundo.
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