martes, 14 de junio de 2016
Las piedras de moler francesas
La Ferté sous Jouarre es una ciudad a orillas del río Marne que desemboca un poco más lejos en el río Sena en Paris. Actualmente ha desaparecido de la misma toda actividad fabril que tenga que ver con su antigua actividad. No obstante, en 2002, con motivo de una conferencia dedicada al tema, La Ferté fue declarada “capital mundial de la piedra de moler”. De hecho, actualmente en la ciudad algunas piedras sirven de ornamentación en glorietas y otros lugares.
Después de la primera Guerra Mundial, sólo dos grandes empresas pudieron mantenerse en función hasta finales de los años 1950.
La “vida” de una piedra de moler comenzaba en la cantera. En la segunda mitad del siglo XIX, el periodo de mayor actividad, existían centenares de explotaciones en las proximidades de La Ferté. Habían allí importantes bancos de sílex, un tipo de roca muy duro y muy utilizable para labrar muelas de alta calidad. Actualmente, de las antiguas canteras solo quedan unas pequeñas excavaciones inundadas y medio ganadas por la maleza y el bosque.
La vida de los obreros que se dedicaban a la fabricación de piedras de moler era dura y peligrosa, pues ocurrían muchos accidentes, a menudo fatales: caídas de piedras y corrimientos de tierras inesperados provocaban lesiones y fracturas. En las canteras surgía continuamente agua subterránea y trabajar con los pies mojados durante todo el año causaba enfermedades pulmonares.
Una vez en el taller, las piedras pasaban todo un proceso hasta el producto definitivo.
Hasta la mitad del siglo XIX se fabricaron, sobre todo, piedras “monolitos” pero después las grandes empresas se especializaron en las piedras compuestas “modernas”, las más conocidas y apreciadas por su calidad superior. Para su fabricación, los obreros tenían que seleccionar trozos de piedra de dureza, densidad y estructura homogéneas. Las trataban y picaban hasta que obtuvieran el tamaño adecuado y luego unían los fragmentos poligonales con un cemento especial para formar las muelas tan famosas.
Durante siglos, en el puerto fluvial a orillas del río Marne se ubicaba el lugar de embarcación de las piedras para el transporte en barcos, llamado Le Port aux meules -el puerto de las muelas-. El muelle estaba constituido de centenares de muelas monolitos desaprobadas o quebradas, y recicladas como material de construcción.
A lo largo del tiempo las piedras de La Ferté comenzaban su viaje al exterior desde este puerto.
A partir de 1865 con la llegada del ferrocarril, las transportaban sobre todo por la vía férrea. La proximidad de un gran centro como París facilitaba sin duda una mejor distribución. Se exportaban al mundo entero, sobre todo dentro de Europa pero incluso a países como Estados Unidos, África del Sur y Nuevo Zelanda. Entre 1857 y 1866 exportaron desde La Ferté 6.000 muelas por año y esta cifra alcanzó hasta más de 20.000 en 1880.
En los talleres, los obreros efectuaban su faena en grandes espacios semiabiertos donde el polvo proveniente de todo el labrar y picar de las piedras circulaba en abundancia. Las pequeñas partículas de sílex, muy irregulares y ásperas, afectaban el tejido pulmonar de los obreros. Junto con el polvo de acero proveniente del uso de los utensilios, provocaban la temida silicosis, enfermedad pulmonar incurable, larga y mortal, también llamada la enfermedad de los meuliers -los trabajadores de muelas-.
El sílex, muy duro, desgastaba tanto los utensilios de hierro que cada dos días los herreros de la empresa tenían que forjarlos otra vez. En aquella época morían en 10 años un promedio de 8 de cada 10 obreros en accidentes de trabajo o de enfermedades profesionales.
No todas las muelas con la marca “La Ferté” provenían de la ciudad misma. Ya a partir de los años 1840 los bancos de sílex alrededor de La Ferté comenzaban a agotarse y las empresas buscaban zonas donde se encontraba también piedra de igual calidad. De ahí que varias empresas de La Ferté fundaban casas anejas más lejos de la ciudad. Un lugar donde empezaban muchas nuevas explotaciones era Epernon, una localidad al sur de Paris en la cercanía de Chartres. En esta época, Epernon era más pequeño y menos conocido que La Ferté. No obstante ya poseía una larga tradición de trabajar piedras de molino en sílex y además piedras de sillería en caliza. En la segunda mitad del siglo XIX, bastantes piedras exportadas como “de la Ferté” provenían en realidad de las canteras de la zona de Epernon.
Las empresas solían marcar todas las muelas con la estampa “la Ferté”, sola o junto con el nombre de la empresa. Había por lo menos seis departamentos franceses en los que se fabricaban muelas tipo La Ferté. Sin embargo, la actividad en estos lugares consistía, principalmente, en preparar y seleccionar la piedra para enviarle después a La Ferté donde se montaban las muelas.
Según Pallaruelo al Altoaragón las famosas muelas marcadas “La Ferté” solamente comenzaron a llegar a finales del siglo XIX y se extendieron muy pronto alcanzando casi toda la zona. Podemos estimar que las piedras del mismo origen que encontramos en Extremadura datarán, aproximadamente, de la misma época.
Barberà Miralles señala en su artículo (citado) que un tal Francisco Riviére era un distribuidor de muelas francesas para Madrid, Valladolid y Bilbao y que La Maquinaria Agrícola José del Río, de Madrid, y la casa Pérez Muntaner de Barcelona, suministraban muelas franceses a toda España. Y por otras referencias que he encontrado, puedo deducir que el León Riviére que figura en la muela del Molino del Tío Fabián sería hijo del Francisco Riviére citado por Barberà Miralles.
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