viernes, 3 de noviembre de 2017

El clima y la salud económica de los imperios


La expansión del imperio romano, desde el 100 a.C hasta el 200 d.C, coincidió con una estabilidad climática y un nivel bajo de actividad volcánica. Los estudios indican que bajo el mandato del emperador Augusto las temperaturas estivales medias eran, al menos, un grado superior a la media climática actual.

Los veranos cálidos y húmedos, seguidos de inviernos templados, caracterizados por una escasa variabilidad en las condiciones meteorológicas, fortalecieron la economía y permitieron la prosperidad del comercio. Durante esta época el cultivo de la vid se extendió a gran parte de Alemania e, incluso, de Inglaterra. La bonanza climática se tradujo en abundantes y regulares cosechas de cereales en los “graneros imperiales” (Hispania, Egipto), lo cual favoreció la expansión del Imperio.


En el año 30 antes de nuestra era, Cleopatra VII se quitó la vida. Con ella acababa la milenaria historia del antiguo Egipto. Varios años de hambrunas, inestabilidad interna y el acoso de los romanos acabaron con los restos del imperio de los faraones. Pero todo empezó en el Nilo. En el verano del año 43, el río no creció. Sin la crecida anual, no hubo cosecha el año siguiente para alimentar al pueblo, llenar los graneros de los sacerdotes o pagar impuestos. Ahora una compleja investigación señala que el principio del fin pudo empezar con una erupción volcánica muy lejos de allí.

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