En la ilustración española y americana del 30 de diciembre de 1911 se da cuenta de la situación en el Rif.
DEL RIF
VERDADES DE PEROGRULLO
Mayor o menor, mejor ó peor, parece indudable que parte de Marruecos, no tan grande como la equidad quisiera, va á caer en definitiva bajo nuestro dominio, más ó menos expreso, á consecuencia de las conferencias entre los Gabinetes de París y Madrid, entabladas al cabo, después que el primero ha terminado de tomar el pulso, en Londres, á la opinión del Gobierno inglés, para ver hasta dónde, y sin chocar con este, puede llegar sobre seguro en sus propósitos de recortar la extensión de las zonas á nuestra influencia señaladas por los tratados de la Triple Entente, ó cercenar la libre acción de España en ellas.
Como no es mi propósito entrar en el fondo del pleito que á fallarse va, ni aun discurrir siquiera sobre
los trámites seguidos por las negociaciones internacionales consiguientes á la demostración de Alemania en Agadir, no perderé tiempo en lamentar estérilmente la preterición de España, hecha mientras se discutía la situación en que habrán de quedar territorios á su influencia reservados anteriormente, y se adoptaban convenios en virtud de los cuales se le habrán de exigir compensaciones y sacrificios, sin acordarse de ella sino á la hora de pagar. Son cosas que los fuertes
han hecho y seguirán haciendo siempre con los débiles.
Y como, siendo irremediables, no hay sino dejar que como pueda atenúe sus consecuencias nuestro Gobierno, lo verdaderamente práctico, lo interesante ahora, es procurar obtener el mayor fruto de lo que al cabo de las conferencias pueda correspondernos.
¿Qué será? No cabe hoy preverlo en su totalidad; pero sí afirmar, sin duda alguna, que sobre el Rif, ó, cuando menos, sobre la parte de él más dura de pelar -(perdónese este pedestre, pero gráfico modo de decirlo), no habrá discusión, y que tales territorios nos serán por Francia generosamente cedidos, para que á fuerza de sangre española los ganemos, las dificultades, los regateos, no surgirán, seguramente, sino cuando se trate de las comarcas donde recientemente se ha demostrado que los soldados franceses pueden recorrerlas librando insignificantes combates, y los españoles sin disparar apenas un tiro.
Lo único, pues, que evidentemente no será discutido es la libertad de la acción española en el Norte del Rif.
¿Cuál deba ser ésta? ¿Qué procedimientos convendrá seguir? ¿Cómo ha de trabarse la acción pacífica con la guerrera, de que allá no podrá prescindirse en algún tiempo? ¿Cómo cabrá lograr que la posesión sea beneficiosa para España, remunerando los sacrificios á costa de los cuales se obtenga?
He aquí cuestiones cuyo interesantísimo estudio puede desde ahora abordarse, y el esclarecimiento de las cuales resultará verdaderamente útil. De ellas vamos á tratar.
Conviene establecer, como base, una afirmación categórica, de que es indispensable se penetre hondamente el país, para evitar se reproduzcan, en lo porvenir, poco edificantes nerviosidades, exteriorizadas por la pública opinión, con intensidad y frecuencia deplorables, cada vez que los cabileños arrecian en sus hostilidades contra posiciones y tropas españolas.
Esa fundamental afirmación es que el Rif hay que domarlo. Y de ella se deduce, como forzada consecuencia, otra: la de que siendo los rifeños áspera raza montaraz que no respeta sino la fuerza y el poder, serían perdidos el tiempo y el trabajo empleados en pretender domesticarlos usando únicamente halagos y finezas; pues su bravía condición propende á achacar la blandura á falta de vigor ó á cobardía, del que sólo ella emplea.
Es preciso, por tanto, que aquí veamos claro, y digamos alto que, el declarar el Rif dominio, con soberanía más ó menos limitada de España, no implicará regalo que de él nos hagan, sino libertad de conquistarlo, sin riesgo de complicaciones con otras naciones; que nuestra situación allá es hoy la misma en que Francia se vio en los comienzos de la colonización de Argelia, aun cuando con las ventajas, á nuestro favor, de que la extensión muchísimo más reducida del país que hemos de sujetar, y el ejemplo que para los rifeños implica el sometimiento de los argelinos, requerirá de España esfuerzos notablemente menores que los desarrollados por Francia para asegurar su dominio en su actual colonia, y número de años muchísimo menor, para que el nuestro sea efectivo y real en todo el Rif, Pero tales ventajas, sólo relativas, no evitarán que, para conseguir el final objetivo, sea indispensable librar no pocos combates, y algunos de ellos vivos y porfiados.
Esto lo saben ya en España todos los militares y todos los hombres de gobierno; pero no basta, pues en épocas como la actual, en que las descarriadas opiniones de la masa y los inconscientes clamores del vulgo pesan, cual muy recientes experiencias patentizaron, en las decisiones de los gobiernos, y, lo que aun es peor, en el ejercicio del mando militar, y en la dirección de las operaciones de campaña es, no ya conveniente, sino de ineludible necesidad, que aquel conocimiento de la índole de la empresa, de los esfuerzos que ha de exigir y de los sacrificios á costa de los cuales ha de dársele cima, no quede circunscrito á los técnicos de la política y de la guerra, sino que, desprovisto, claro está, de tecnicismos, llegue á la masa y al vulgo, para que sin sorprenderse ni alarmarse por cosas de antemano previstas, la opinión extraviada no convierta en montañas los sucesos corrientes, no repute desastre todo combate un poco duro, y no perturbe las determinaciones de gobierno con fatídicos pesimismos, irracionales augurios, y algaradas á que los inocentes van empujados por quienes no lo son tanto como ellos.
En suma: hágase la gente á mirar lo del Rif como proceso crítico, en el cual son inevitables alternativas de calma y exacerbación. Comprenda de una vez la opinión española, que si tiene derecho á pedir se adopten medios y se emprendan caminos capaces de acelerar en lo posible la terminación de tal proceso, no lo tiene para exigir ni al Gobierno ni al Ejército una acción rápidamente decisiva, como sí se tratara de derrotar, á tambor batiente y banderas desplegadas, a otro ejército organizado, piensen los españoles sensatos, y háganselo entender á la gran masa de los que no lo son, que en el Rif no cabe vencer derrotando ejércitos, forma usual de triunfar en la guerra, por la razón sencilla de que no los hay; que con ser el mayor éxito que un ejército puede lograr sobre otro enemigo la dispersión de él, esta no tiene allá peso alguno, pues la dispersión es el habitual estado del rifeño; que la huida, que desmoraliza y acaba con la resistencia de tropas organizadas, no influye cual fuerza deprimente en las cabilas; que á éstas no puede esperarse impresionarlas ni someterlas por la resonancia de unas cuantas derrotas campales, por fuertes que sean, sino por el cansancio en ellas producidas por el fracaso reiterado de sus esfuerzas contra nuestros avances: es decir, por una acción á largo plazo.
No se sorprenda la opinión de que los tales avances de aquellas tropas no sean profundos ni rápidos, pues ha de advertirse, aunque parezca paradoja, que de nada servirá allí avanzar y vencer, sino avanzar y poseer, pues la instalación de un nuevo campo, establecido con carácter permanente cinco ó seis kilómetros á vanguardia de nuestras actuales posiciones, tiene superior importancia, aunque se baga sin disparar un tiro ni matar un rífeño, que un ataque profundo que penetre treinta ó cuarenta kilómetros por enemiga tierra, barriendo harkas, asolando campos, causando bajas á centenares, á quienes al avance se opongan.
La razón es muy sencilla, pues como en el Rif no hay ni autoridad ni núcleo político á quien éxitos resonantes puedan atemorizar ni compeler á plegarse de un modo definitivo á nuestra voluntad, por las armas impuesta; como cuando las harkas no quieren seguir sufriendo golpes, los evitan tan pronto les place con sólo disolverse, sin ver en ello mengua, desdoro ni quebrantamiento de su fuerza, los brillantes combates no producen otro efecto que el de escarmiento para lo venidero, cuyo efecto no puede recogerse sino á la larga: cuando la reiteración una y otra vez de muchos fracasos análogos, y la repetida experiencia de la inutilidad de sus esfuerzos para detenernos determinen en ellos desaliento, fundado en convicción de inferioridad, y recelo de lanzarse á nuevas hostilidades.
Mas, repetimos, que sólo muy á la larga puede obtenerse este resultado; y que considerando individualmente esos avances profundos y brillantes (á los cuales no puede seguir permanente posesión de todo el terreno recorrido, por la excesiva extensión de él y su lejanía del núcleo de nuestras fuerzas), influyen en el definitivo dominio efectivo del Rif, que es lo que perseguimos, el objetivo que no debe perderse de vista, menos, mucho menos, que el modesto avance incruento y la ocupación tranquila, ó relativamente pacífica, del campo, á que nos referíamos al comenzar el párrafo anterior.
Claro es que en un articulo como el presente, que tiene otra finalidad, más general y definida, no cabe tratar por incidencia punto tan importante y complejo como el relativo al modo más conveniente de realizar los paulatinos, parciales y mesurados avances de que más arriba se ha hablado: tanto más útiles cuanto menos aparatosos; más eficaces cuan menos revestidos de aspecto bélico, cuanto mejor se traben con las conveniencias de los indígenas vecinos, cuanto más se aprovechen para efectuarlos las frecuentes y crónicas enemistades de cabila á cabila, los odios de aduar á aduar, las rencillas de familia á familia, que en pueblos bárbaros revisten caracteres de violencia extraordinaria; cuanto más aptos sean los campos elegidos, y los núcleos de vida y tráfico, en ellos creados, para beneficiar con dulzuras de paz, seguridad de haciendas, y ventajas del comercio á los naturales de las zonas ocupadas.
Y baste esto por hoy, no como desarrollo del interesantísimo tema que en lo apuntado se encierra, pero sí como mera justificación de lo afirmado antes al sentar que lo importante en el Rif no es avanzar y vencer, sino avanzar y poseer; y baste asimismo para dejar vislumbrar que, en nuestra empresa de extender el dominio español en aquel país adonde llegar deba y en la consolidación de tal dominio, ha de pesar el Ejercito, más que por sus francos y violentos empujes ofensivos, por acción continuada de presencia, por la costumbre en los naturales de verle realizar actos de posesión.
Que para esto será preciso, no siempre, pero si en ocasiones, que á la posesión preceda la victoria, es
evidente, pero no óbice para insistir en el punto de vista ya indicado de que es muy restringido el alcance que en nuestra empresa de penetración en el Rif tiene la victoria en los combates. Pues ésta, que es en campañas ordinarias el elemento resolutivo por excelencia, no lo es allá sino en cuanto medio de permitir ocupaciones de territorios cuya tranquila posesión no queda casi nunca asegurada por los éxitos a priori conseguidos, siendo preciso robustecerla y afirmarla con los elementos de la ocupación, el radio á que se extiende la acción de ellos, las relaciones con los naturales, intereses creados, beneficios ofrecidos, etc., etc.
Como la finalidad de este escrito es influir en la opinión con unas cuantas verdades, que por patriotismo conviene hacerle conocer, para evitar persista en el error peligroso de creer que sostenemos una guerra capaz de ser resuelta por los medios ni en el tiempo que producen la terminación de las usuales entre naciones civilizadas, ni aun siquiera comparable con la que contra el imperio marroquí sostuvimos en l859, no debe extrañar á nadie la vulgaridad de los argumentos empleados; pues en obra de vulgarización no sirven otros sino los que todo técnico llamará verdades de Perogrullo.
Es indudable que para el mejor desenvolvimiento de empeños de la naturaleza del que en el Rif tenemos planteado, seria apetecible que la opinión indocta se mantuviera quietecita y callada ante las decisiones de los gobiernos, cuyos móviles no puede conocer, y ante las operaciones de campaña, cuya finalidad y alcance ignorará siempre; pero como en los tiempos que alcanzamos es imposible pretender ni esperar esos discretos procederes de la pública opinión; como hoy no hay forma de evitar que todo lego meta su cucharada en todo tecnicismo: como no cabe hacer de cada lego un técnico, es importante divulgar, cuando menos, ciertas nociones generales capaces de servir de asidero á quienes en públicos asuntos no desbarran por mala fe, sino por honrada ignorancia, constituyendo con la suma de sus innumerables y honestos, pero torcidos juicios, fuerza que en daño de una empresa nacional explotan gentes que no se paran en pelillos ni escrúpulos de patriotismo.
JOSÉ DE ELOLA.
Estado actual del Monumento al Capitán Melgar.
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