miércoles, 21 de marzo de 2018

Recuperación del Pinsapo


De aquí a 15 años habrán destruido el último pinsapo”. Tan preocupado se quedó el naturista Abel Chapman cuando visitó la sierra de Grazalema (Cádiz) en 1909 que no se ahorró el categórico vaticinio en su libro Unexplored Spain publicado un año después. Talas masivas, desprendimientos e incendios incontrolados amenazaban a esta especie única de conífera, encapsulada en las montañas de Cádiz y Málaga desde hace más de 12.000 años. Lo que no pudo la subida de las temperaturas posterior a la última Glaciación (durante el Cuaternario superior), lo iba a lograr la mano destructora del hombre: a principios del siglo XX apenas subsistían 100 hectáreas de pinsapar en la Sierra de Cádiz.


Pero, contra todo evidente pronóstico, Chapman se equivocó. Más de un siglo después de su aseveración, la realidad de esta especie endémica en peligro de extinción es bien distinta. “Ha pasado de esas 107 hectáreas a tener entre 450 y 500 hectáreas en la sierra del Pinar de Grazalema. Aunque nunca sabremos cómo de extensos llegaron a ser, podemos afirmar que el pinsapo está recuperando sus dominios ancestrales”, reconoce a pie de bosque José Manuel Quero, director del parque natural Sierra de Grazalema. Y con esta conífera relicta en plena fase expansiva, ahora el reto es averiguar cómo le afectará el cambio climático que ya sufre el planeta.


El buen estado de conservación del pinsapar hoy es visible en las 8.146 hectáreas de superficie por las que se extiende, ubicadas entre las sierra de las Nieves, los Reales de Sierra Bermeja (ambos en la provincia de Málaga) y la sierra de Grazalema. Todos son hoy espacios naturales protegidos. En la cordillera gaditana el área de distibución del pinsapo alcanza las 1.988 hectáreas, aproximadamente. Dentro de ella, han sobrevivido bosques densos, bien puros o mezclados con encinas y quejigos, en una superficie cercana a las 500 hectáreas. Su extraordinaria supervivencia en estos páramos sureños, contra toda aparente lógica climática, no es casual.


Desde tiempos inmemoriales, en la sierra de Cádiz, los vecinos reconocían al pinsapo bajo el nombre común de pino. Pero no fue hasta 1838 cuando el ginebrino botanista Pierre Edmond Boissier lo identifica bajo el nombre de Abies pinsapo en su obra Voyage botanique dans le Midi de l´Espagne. Ahí la ciencia empieza a bosquejar la importancia y trayectoria histórica de este abeto, considerado una reliquia de los bosques de coníferas que cubrían vastas extensiones de Europa durante el Terciario (era iniciada hace 66 millones de años). Con el ascenso térmico postglacial “se quedó en diferentes reductos mediterráneos y fue evolucionando”, como detalla Quero.

En las sierras de Cádiz y Málaga, el pinsapo consiguió sobrevivir encapsulado en laderas y cumbres montañosas de los 800 a los 1.800 metros de altitud, como explica José Luis Sánchez, técnico del parque natural de Grazalema. La conífera se aclimató a zonas escarpadas y sombreadas de orientación norte, resguardadas de los vientos secos de levante, con clima fresco y elevada humedad. Ahí pueden alcanzar hasta los 500 años de vida y los 30 metros de altura. Posee copas piramidales, de hojas punzantes verde oscuro y dispuestas en ramas preparadas para las nevadas. La parte superior del ramaje concentra los conos femeninos y la inferior, los masculinos. “Eso facilita que, en las laderas, ambas se toquen y se fecunden”, como relata José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo.

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