domingo, 2 de septiembre de 2018

Empresa ballenera Hvalur


Si hay una industria cuya supervivencia es un misterio es la ballenera. La captura de esos hermosos y pacíficos animales para ser procesados por su carne tiene la misma lógica que capturar osos panda para convertirlos en abrigos de piel. Pero esa matanza continúa existiendo. En un fiordo al norte de Reikiavik, la capital de Islandia, el aire helado se entremezcla con un olor dulzón a carne. Las fotografías de las instalaciones de la última planta de procesamiento que existe en el mundo de ballenas rorcuales semejan una instalación química. La escena tiene un encuadre familiar. Tres grandes tanques cilíndricos, un par de dependencias bajas construidas con maderas, altas verjas y unas luces intensas que filtran en prismas la lluvia de los primeros días de julio. Pero hay algo fuera de sitio. En el patio central, a simple vista, se desploma el cadáver desollado de la segunda mayor criatura (después de la ballena azul) que habita la Tierra. Es un rorcual común que horas antes ha sido pescado con arpones explosivos en las corrientes del Ártico.


Este es el negocio que dirige Kristjan Loftsson, 75 años, el último tratante de ballenas rorcuales del mundo. El último magnate ballenero. La compañía, como explica The New York Times, ha sido denunciada por grupos defensores del medio ambiente, sus barcos saboteados y hundidos por activistas, pero su negocio resulta legal en Islandia porque el país no ha firmado la moratoria internacional que prohíbe la captura de esos cetáceos.

Kristjan (en Islandia no se usan apellidos) es uno de los hombres más ricos del país, y junto a su hermana el mayor accionista de Hvalur (ballena en islandés), la empresa a través de la cual opera su negocio. Según el diario digital visir.is, la empresa facturó 863 millones de coronas islandesas (6,9 millones de euros) con sus productos cetáceos en la pasada temporada (de octubre a septiembre), un 31% menos que el año anterior.

En esta campaña de verano, el Gobierno le ha concedido permiso para matar a 238 rorcuales. A estas alturas del solsticio bien puede haber sacrificado a más de un centenar. Poco parece importar que su actividad sea un cheque en blanco del conflicto. "Desde mi punto de vista lo que hace Hvalur es una operación criminal, una violación de la moratoria del comercio de ballenas según la IWC (International Whaling Commission) y, también, del tratado CITES [que protege el comercio de animales] ya que está comerciando con Japón con la carne de una especie amenazada", denuncia el capitán Paul Watson, antiguo director de Greenpeace y hoy fundador de Sea Shepherd Conservation Society.

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