viernes, 4 de enero de 2019

El relojero Losada


José Rodríguez Losada fue un relojero español. Militar liberal exiliado en Londres, firmaba sus obras como J. R. Losada. Es conocido por haber donado gratuitamente al Ayuntamiento de Madrid el Reloj de Gobernación que preside la Puerta del Sol de Madrid (1866).​


Nació el 19 de marzo de 1801 en Iruela, una pequeña localidad de la comarca de La Cabrera (provincia de León). Sus padres eran Miguel Rodríguez y María Conejero.​ Su nombre debería haber sido José Rodríguez Conejero pero era costumbre que las personas al emigrar, adoptaran el apellido de la jurisdicción donde habían nacido, y como Iruela pertenecía a Losada, utilizó de mayor ese apellido.


La prueba de una heterodoxia en la que lo irreal y lo ficticio pugnan por doquier. Estamos ante un personaje en el que se funden las visiones legendarias de una heroica infancia rural y una trayectoria profesional respetada en todos los ámbitos europeos del siglo XIX. El Relojero Losada representa de forma llamativa las turbulencias de esa España del siglo XIX cuyos avances progresistas y liberales hallaron su aliento en el exilio europeo y, de forma especial, en las brumas londinenses. Una vida de incógnitas. El sabio astorgano Luis Alonso Luengo representa el más apasionado sentido de admiración por el Relojero Losada. Rastreador de una documentación exquisita y prolija ofrece en su obra El reloj de la Puerta del Sol (1990) una admirable semblanza.

Dicha semblanza queda complementada con la imagen de la labor profesional con la obra del zamorano Roberto Moreno García José Rodríguez Losada, vida y obra (1995), un modelo de estudio, riguroso y profundo. También el poeta José Zorrilla colaboró a mitificar y engrandecer la vida del relojero de Iruela. Sus confesiones en Memorias del tiempo viejo (1881) y La composición en verso Una repetición de Losada (1859) son documentos de una doble actitud personal: la grandeza humana de Losada (salvador económico de un indefenso Zorrilla en el Londres de mediados del siglo XIX) y la sensibilidad del poeta vallisoletano componiendo como prueba de agradecimiento en honor de Losada su obra Una repetición de Losada. Las tres obras citadas son la fuente esencial de estas líneas. De ellas son deudoras si algo aportan a los lectores. De no ser así, su autor será el único culpable.

Luis Alonso Luengo documenta con precisión el origen, la fecha y el lugar de nacimiento de José Rodríguez Losada, un ocho de mayo de 1797, en el pueblecito de Iruela, diócesis de Astorga. Desde su infancia la visión legendaria empieza a formar parte de la vida de Losada. Aunque el eminente astorgano Matías Rodríguez lo defiende ( y recogen con fe otros escritores el dato) no parece verosímil la causa de que el casi niño Losada abandone su pueblo: la pérdida de una ternera de las que cuidaba en las faldas del Teleno y la amenaza de su padre de que no volviera a casa hasta encontrarla. Entramos en ese mundo desconocido del heterodoxo maragato. Tampoco se ha encontrado la clave de cómo un joven de origen rural puede aparecer en el Madrid de 1828 convertido en oficial del Ejército.

No hay duda de que su compromiso estaba más próximo a los liberales que a los absolutistas. Lo demuestra el hecho de que Losada tenga que escapar de Madrid a Francia corriendo aventuras sin límite, que más tienen de héroe romántico que de militar al uso. Es el momento en el que la familia Zorrilla entra en escena. Don José Zorrilla Caballero, padre del poeta y Superintendente en Madrid, encarga la captura de Losada, camino de Francia, después de una curiosa estratagema llevada a cabo en Madrid para conseguir su huida. Es ahora también cuando hace acto de presencia el poeta José Zorrilla. Se trata, por el momento de mera presencia literaria, presencia que será real en Londres.

En el capítulo II de Memorias del tiempo viejo cuenta el escritor el ambiente de aquel Madrid en el que su padre es Superintendente y narra la estratagema puesta en marcha por Losada. En el capítulo IV ofrece una versión novelesca de la huida de Losada camino de Francia, rematada con una lacónica observación: «El Superintendente general de policía era mi padre; el que se le escapó Ramón Losada, después relojero constructor en la calle del Regente, en Londres». Tampoco entienden muy bien los biógrafos de Losada por qué el cabreirés decide llegar a Londres y no recalar en París, ciudad en la que residían los mejores técnicos relojeros de Europa. Sólo parece existir una explicación: Londres acogía mejor que Francia a los exiliados liberales del momento.

El ambiente de los españoles fructificó en tertulias, publicaciones, contactos y, sobre todo, en el nuevo espíritu que tanto iba a influir en el desarrollo del Romanticismo español. Parece que Losada se encontraba ya en 1830 en la ciudad de la niebla. De nuevo surgen las hipótesis para explicar la trayectoria de Losada en la capital británica. Sus biógrafos aseguran que, para su subsistencia, fue colocado como mozo de limpieza en una relojería, lugar en el que su fascinación por los relojes y su asombrosa intuición harían de él en poco tiempo un experto relojero. Otros investigadores se inclinan por otra explicación: Losada habría aprendido en Madrid el oficio de relojero y lo perfeccionó en Londres. Es hipótesis que Luis Alonso Luengo nunca aceptó.

La fortuna vuelve a sonreír a Losada

Convertido en hombre de confianza del dueño del establecimiento, la muerte de éste le permite convertirse en el responsable del negocio, que ampliará de forma llamativa. Con todo, aquí disienten también sus biógrafos; parece claro que en 1835 Losada está instalado como fabricante de relojes de bolsillo y de pared en Londres, cerca de Euston Road, en el barrio de San Pancracio. Más difícil se hace para admitir que el matrimonio se celebrara en 1838. Independientemente de estas situaciones, el hecho cierto es su matrimonio con Hamilton Ana Sinclair, escocesa, de cincuenta y un años de edad, diez años por tanto más que él. Tampoco está claro que la dama fuera una mujer viuda. Según Roberto Moreno, Eloy Benito Ruano aventura la posibilidad de que se tratara de la patrona de la casa en la que vivía. Misterios conyugales aparte, es indiscutible la fulgurante carrera de Losada como relojero.


Los frecuentes cambios de domicilio en ese momento (aunque sin abandonar el barrio de San Pancracio) explican que no encuentra el establecimiento adecuado, que descubrirá en 1840 en 20 Woburn Building. Prueba de estos cambios es el hecho de que sus relojes de este tiempo no llevan domicilio. Sus piezas van exclusivamente inscritas con «J. R. Losada, London». Fijará su residencia definitiva a partir de 1847 en Regent St, cerca del Politécnico, uno de los barrios más elegantes de Londres. El número 285 y el número 105 (número este último en el que le llegaría la muerte) son los números que figuran en la inscripción de sus piezas.



Contactos con la Marina Española 

Los años de mediado el siglo serán decisivos para Losada, tanto en el plano comercial como en el personal. Está gestándose su acuerdo con la Marina Española y conocerá al poeta José Zorrilla. Roberto Moreno, en su excelente estudio sobre Losada, advierte que es muy posible que la relación comercial de Losada con la Marina Española tuviera su origen en las quejas que, en 1850, presentó al Ministerio de Marina el Comandante General Francisco Armero, que lamentaba el mal funcionamiento de los relojes construidos por el inglés French. Las búsquedas que lleva a cabo la Marina española dan con Losada, quien en 1857 acude a Madrid para formalizar su relación comercial con el organismo español, que dota para la operación un presupuesto de 100.000 reales de vellón.

En 1855, según los biógrafos, se conocen Losada y Zorrilla. Se desconocen las causas, pero Losada se presenta de improviso en la pensión en la que el poeta vallisoletano se ha refugiado, con la angustia de no poder cobrar las cantidad que el editor Boix le debe. Es muy posible que Losada se haya enterado de la situación de Zorrilla por alguno de los españoles que visitan su tertulia diaria en su relojería; tertulia que Matías Rodríguez denominó La Tertulia del Habla Española. La escena (que Luis Alonso Luengo incorpora como primer capítulo de su obra sobre Losada) es uno de los mejores documentos para comprobar la grandeza humana y la generosidad de nuestro personaje. Zorrilla lo narra con todo lujo de detalles, si bien la lectura de «Losada», su narración, hace pensar que el encuentro tiene lugar en 1853, según se desprende de Hojas traspapeladas de los recuerdos del tiempo viejo, tercer tomo de sus memorias: «Corría el mes de septiembre de 1828», comienza el texto dedicado a Losada en el capítulo V, advirtiendo: «Veintisiete años después habitaba yo en París...». La escena, descrita con el garbo retórico habitual del poeta vallisoletano refleja con fidelidad el estilo personal de Losada, poco dado a la grandilocuencia: «Comprendí la lealtad de Losada; viniéronseme las lágrimas a los ojos y teñidle la mano. Apretómela enternecido y con una delicadeza exquisita, me dijo...» Y añade el escritor: «Acepté y fui, y fuimos desde entonces amigos, y le escribí en América una leyenda que se titula Una repetición de Losada, un ejemplar de la cual tenía bajo su almohada cuando murió». No fue esta la única referencia escrita que dejó Zorrilla. En el capítulo IV de Tras el Pirineo narra el escritor su despedida al partir hacia América en 1854. Insiste en que... «Losada era en Inglaterra un originalísimo personaje: conocido en todas partes, en todas era útil y por todas se metía como por su casa». Antes de embarcarse en el Paraná, Losada se encarga de que Zorrilla lleve un buen camarote y, discretamente, deposita un pagaré por valor de cien libras.

Son los años en los que Losada muestra su hondo sentido del afecto en sus relaciones con el matrimonio Luis de Altamirano y su esposa Luz, cantante de ópera. Instalados en Londres gracias, una vez más, a la generosidad de Losada, la muerte de Luz supondría un profundo disgusto en Losada, a quien los mentideros londinenses consideraron enamorado de la cantante. Tales rumores parecen carentes de todo fundamento, pero es cierto que la muerte sumió al relojero cabreirés en un hondo pesimismo.

Viajes de Losada a España 

Parece que Losada hizo a España tres visitas, una de las cuales tuvo como destino su tierra de nacimiento. No hay duda de que en ellas coinciden dos objetivos, el profesional y el afectivo, los dos polos que guiaron la vida del relojero leonés. La primera tiene lugar a finales de 1856 o comienzos de 1857, documentada en una carta del Director del Observatorio. La segunda tiene lugar en 1859, momento en que lleva a cabo una intensa actividad comercial, finalizando su recorrido en 1860, en el Observatorio de la Marina en San Fernando. Pero esta visita no se reducirá a actividades profesionales. Llega a Madrid y recordará aquella ciudad que de forma heroica tuvo que abandonar en 1828 y tendrá ocasión de observar el nuevo edificio de la Gobernación. Luis Alonso Luengo recrea la escena de un Losada emocionado ante el edificio, tomando una decisión viendo el reloj de la Puerta del Sol: «él personalmente construirá ese reloj y lo regalará a España para que sea colocado allí (...) Este será su gran obsequio a España: El Reloj de la Puerta del Sol, cuyo sonido llegue a todos los españoles». En su emoción al evocar la escena, la regia condición maragata de Luis Alonso Luengo se toma una licencia humano-literaria: «Permitidme que imaginemos a Losada en esta Puerta del Sol de 1859, guiado por alguien paisano suyo, que goza fama de urbanismo de aquel tiempo, don Santiago Alonso Cordero, conocido como ya le hemos aludido, por el Maragato Cordero». No descarta Luis Alonso Luengo que hubieran coincidido en el exilio londinense de los liberales españoles.

De Madrid vendrá Losada a tierras leonesas. Matías Rodríguez, el erudito astorgano, servirá de guía al relojero Losada en sus visita a Iruela. Prepara en ese momento su Historia de la Muy Noble, Leal y Benemérita ciudad de Astorga y le enseña la ciudad maragata que, probablemente, el ilustre relojero no conoció de niño. De esta forma, la recreación de la visita le sirve a Luis Alonso Luengo para rememorar su querida ciudad y la escena vivida por Losada en Iruela, rescatando alguna de las escenas descritas por Ramón Carnicer en su delicioso libro Donde las Hurdes se llaman Cabrera. El recorrido por Iruela supone, evidentemente, el encuentro con el sacerdote del lugar, a quien promete una triple donación: ornamentos para el templo, un reloj para la torre y un altar barroco. De las dos primeras donaciones hay constancia, pero no así del destino del reloj. Ni de la suerte que corrió. Luis Alonso Luengo advierte que no queda documentación alguna, pero que se habló siempre en Astorga de que Losada envió al Ayuntamiento de Astorga el reloj prometido a su pueblo. Pero las dificultades de su traslado y una cierta desidia que la ignorancia provoca hicieron imposible el envío. Se dice que, muerto Losada, sus sobrinos lo reclamaron desde Londres, a donde debió retornar. Londres de nuevo.

El Reloj de la Puerta del Sol 

El retorno a Londres supone una etapa de actividad frenética en el campo de la relojería y en especial los esfuerzos dedicados al reloj de Iruela y al reloj para Madrid, pieza esta última que le ocuparía más de cuatro años. A pesar de que han surgido problemas para considerar a Losada su autor (en una de las esferas aparece grabada la firma «Stainbak Founders 1865») no parece dudoso el atribuírselo. El reloj de Losada se convierte así en el corazón mecánico de los españoles. Símbolo de otros relojes de reconocido prestigio.

Obra de Losada fueron otros relojes públicos, como el de la catedral de Málaga, donado por Juan Larios, o el reloj-farola de Jerez, el de la catedral de Caracas en Venezuela, o los relojes que donó para el Observatorio de San Fernando o la Armada. Los relojes tipo saboneta, esto es, relojes de bolsillo con tapa de metal que se abren con un mecanismo de resorte, le dieron fama mundial, estando entre sus clientes la reina de España Isabel II. Ahora bien, como bien cita Montañés en su añejo artículo, Losada, como relojero establecido al otro lado del Canal de la Mancha: “…cierra la etapa final del predominio inglés en la relojería europea. Muy poco después del innegable éxito comercial de nuestro compatriota, que dio a sus productos prestigio y expansión poco comunes, Inglaterra dejó prácticamente de exportar; su producción industrial relojera bajó considerablemente. Tanto como ascendía la expansión suiza. Antes de finalizar el siglo XIX, el reloj suizo había conquistado plenamente, y sin sombra, el mercado europeo. En este sentido, puede decirse que Losada fue el último nombre de los grandes fabricantes ingleses de relojería.”

Son los últimos años de Losada, años en los que su salud sufre frecuentes quebrantos. Parece claro que su muerte tuvo una doble causa: pulmonar y hepática, relacionadas con su afición al tabaco y al alcohol, hábitos a los que Zorrilla alude en su obra. Su cuerpo reposa en el cementerio católico de Kensal Green, con un lacónico epitafio alusivo a su vida: «J. R. De Losada Esq., died March 6,1870, seventy two.R.I.P. Eloy Benito Ruano aporta ciertos detalles de su testamento, en el que para nada figura la mujer de Losada. La fortuna fue a parar fundamentalmente a uno de sus sobrinos y a sus hermanas de Iruela, unas 2.500 libras, en cuya administración no debían tener parte activa sus maridos. También figuran como partícipes del testamento su médico personal y sus sirvientes. Losada se encargó de llevar a sus sobrinos con él a Londres, para que se iniciaran en el negocio de los relojes . Parece que Miguel, el mayor de ellos, fue su hombre de confianza, pero ciertas disensiones entre ambos supusieron la independencia de Miguel del Riego y quedar desheredado. Norberto Rodríguez de Losada, el más joven, acabaría siendo el último heredero del patrimonio de Losada, pero su gestión profesional no siguió ni remotamente los derroteros que su tío había marcado a lo largo de su vida. Todo ello supuso quedar desplazados por la ingeniería relojera suiza. Un final que sirve de dramático y triste colofón para el cumplimiento del tempus fugit.


Relojería LOSADA

Relojeros desde 1889 que se dedican a la compra-venta, asesoramiento y restauración de todo tipo de relojes: antiguos, cronómetros de marina, linterna, de estilo y colección, sobremesa, antesala, pared, bolsillo, pulsera, etc. Es la tienda con el tic-tac más preciso de la ciudad.


Máquinas perfectas, con una compleja ingeniería, que miden el tiempo con exactitud. Pero la Relojería Losada no sólo es conocida por sus piezas únicas de medir el tiempo, las que exhibe y las que sabe restaurar con sumo mimo y cuidado, también es célebre porque desde 1996 se encarga del mantenimiento del reloj más famoso de Madrid (y también de España): el reloj de la Puerta del Sol. Una puesta a punto exhaustiva, que se convierte en minuciosa a finales de año, cuando se acercan las doce campanadas que más atención merecen por parte de millones de españoles, uvas en ristre, el 31 de diciembre.




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