miércoles, 6 de noviembre de 2019

Estación de Canfranc


La Estación Internacional de Canfranc está muy cerca de la frontera con Francia. Se inauguró el 18 de julio de 1928. Dispone únicamente de servicios de Media Distancia, operados por Renfe, que la unen con Zaragoza. También ofrecía conexiones internacionales con Francia, pero estas quedaron suspendidas el 27 de marzo de 1970 cuando un tren de mercancías descarriló del lado francés provocando el derrumbe del puente de L'Estanguet, con la consiguiente interrupción del servicio entre ambos países.​ Desde esa fecha, el transporte de viajeros se hace por carretera con un autobús de la S.N.C.F.











Visita guiada al vestíbulo de la estación.














Esta es la boca del túnel ferroviario de Somport, sin vías y con una reja que impide la entrada al interior.




Caseta de bombas a la entrada del túnel.






A la parte francesa se conservan los postes metálicos de la catenaria.






Fortificación sobre la estación, camino de Francia.


Vista del silo de cereales.






Material histórico en estado ruinoso.



Nuevas vías en la parte española y estructura de la nueva estación. En el edificio histórico se construirá un hotel.



Estas vías se han montado con traviesas ADIF PR VE polivalentes, que admiten vías de ancho ibérico y de ancho internacional.






Desvío manual.


Bajada del aliviadero de un canal para las centrales hidroeléctricas.
















Bateadora MATISA B66 U de la empresa de construcciones ferroviarias AZVI.







Grúa en las antiguas instalaciones.



Grúa de pórtico para el transbordo de mercancías en las antiguas instalaciones.




















Boca de entrada a una antigua casamata, junto a la boca del túnel de salida de la estación hacia Jaca.

La “Línea P” (de “Pirineos”) es un conjunto defensivo construido a lo largo de la vertiente pirenaica española entre los años 1944 y 1959. Miles de soldados de reemplazo trabajaron para levantar cientos de posiciones de hormigón armado (tipo “búnker”) en las cabeceras de los valles fronterizos por el temor a una posible invasión militar desde el sur de Francia que nunca se produjo.






Boca del túnel hacia Jaca.



Tubería forzada de una de las centrales hidroeléctricas.





Transformadores y seccionadores junto a la central.









Represa para la toma hacia el canal, a la salida de un de las centrales, la de Canal Roya.








En Canfranc todo gira alrededor de los misterios de su estación y ­permanece oculto hasta que se rasca la superficie. Nadie dice conservar recuerdos materiales. Tampoco María José Gazapo, de 73 años, que llegó al pueblo en 1963 porque el ­hotel de la estación necesitaba cocinera. Lo que sí tiene, deja caer, es una foto de joven en el cambio de vías. Solo eso. Su casa se ve al fondo de una callejuela que se escinde de la principal. Pepita, como la conocen en el pueblo, enseña la instantánea y señala primero el suelo de baldosas verde pistacho que pisa y después el techo de su vivienda. “Son de la ­estación. El constructor usó material que quedó abandonado para las casas que levantó. Igual que las molduras”. A punto de despedir a sus invitados, Pepita se acuerda de algo y sube a la buhardilla. Ella no le da importancia, pero aquí guarda un tesoro. En ese espacio de pocos metros custodia decenas de baldosas que en su día pertenecieron al edificio, un saco de correos de 1935 con la bandera republicana, una cubitera que, asegura, perteneció al mítico restaurante La Fonda de Marraco (punto de encuentro de espías y soldados durante la II Guerra Mundial), lámparas de aceite, más molduras… “Todo esto lo dejó aquí el constructor”. Pepita ha informado al alcalde por si esos restos sirvieran en una futura restauración. Pero se muestra recelosa.


La gente del pueblo parece tener cierto temor a contar de más. La historia de la estación siempre se ha sabido en el pueblo, pero fue en 2000 cuando un ciudadano francés encontró allí abandonados los documentos que probaban el paso, entre 1942 y 1943, de 86 toneladas de oro nazi robado a los judíos, destinadas en su mayor parte a Portugal. Se empezó a mencionar a Albert Le Lay, el jefe de la Aduana francesa en Canfranc, miembro de la Resistencia, que facilitó la entrada a España de cientos de refugiados, muchos de ellos judíos, mientras simulaba colaborar con los nazis. “Por entonces al oro no le dábamos importancia. Toda la repercusión que ha tenido vino después”. Lo recuerda Julián Herrezuelo, de 93 años, hijo de guardia civil destinado en la estación. Para los vecinos tenía entonces más interés la comida que pasaba en los vagones de un país a otro. “Mi padre decía que los de Canfranc eran capaces de quitarle las herraduras a un caballo corriendo. Yo recuerdo ir a las vías y salir con los bolsillos cargados de latas de sardinas… La piña era buenísima. Lo tenía que dejar todo en la primera habitación de casa para que lo recogiera mi madre sin que él se enterara”. Herrezuelo pasea por la estación y cada cosa que ve despierta su memoria. “Este trozo de barandilla quedó hecho añicos cuando unos chavales que jugaban por aquí lo movieron”. A Herrezuelo le acompaña Ángel Sánchez, que, a pesar de la nieve, ha salido de casa con un fino forro polar y mocasines: “Veníamos aquí de niños a jugar porque era el único lugar caliente”. De acogedor no conserva nada el edificio. Es un lugar frío que únicamente tiene visitable la entrada, y aun así cerca de 40.000 personas acuden al año a verlo. Solo en el puente de la Inmaculada recibió 1.500 visitantes.


Durante la Segunda Guerra Mundial hubo un destacamento permanente de nazis en España que incluía fuerzas de la Gestapo, la policía secreta de Hitler. Estuvieron en Canfranc, la pequeña población de Huesca ubicada a ocho kilómetros de la frontera, entre Jaca y Candanchú, donde incluso llegó a ondear la esvástica nazi.

Allí, en una descomunal y majestuosa estación que hoy se cae a pedazos, se cruzaban carabineros españoles, guardias civiles y gendarmes. También soldados alemanes, judíos en huida desesperada y miembros de la resistencia francesa. Por aquellos andenes transitaron toneladas de wolframio que España y Portugal vendían presumiblemente a Alemania para fortalecer el acero de los tanques nazis.

Algunos vecinos de Canfranc también vieron y tocaron varios de los miles de lingotes de oro llegados en tren desde Suiza y con los que al parecer los alemanes pagaban el wolframio. Hay quien sospecha que al menos una parte fue arrebatada a los judíos.

A sus 86 años, Jesús, antiguo agente aduanero, camina por las ruinas de la estación internacional. Recuerda cuando en una parte del edificio se disponía la Guardia Civil. En la otra la Gendarmería francesa. En medio, la frontera, cuando aquella línea era especialmente seria y franquearla podía significar salvar la vida.

En 1940 el ejército francés se derrumbó ante la Wehrmacht y los nazis se desplegaron por buena parte del país galo, incluida la estación compartida. Y por ello Jesús vio un día aparecer a los soldados alemanes en el pueblo pirenaico. Los recuerda elegantes. Educados. Alojados en el hotel de la misma estación, apenas tenían relación con los españoles. Y Jesús cree que la que existía con los gendarmes franceses era muy tensa. El propio jefe de la estación gala tuvo que huir a Madrid escapando por los pelos de la Gestapo cuando se descubrió que era un importante agente de la resistencia.


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