sábado, 9 de noviembre de 2019

La guerra de Sidi Ifni


23 de noviembre de 1957, el silencio de la noche en la colonia española de Ifni es roto por el tableteo de las armas automáticas y las descargas de fusilería. Alguien está atacando el polvorín y otros puntos de Sidi Ifni, la capital de la colonia. De inmediato suena el toque de generala en los cuarteles de la principal unidad acantonada en la zona, la II Bandera Paracaidista del Ejército de Tierra.


Mientras sus manos intentan a toda prisa abotonar los uniformes y recoger el equipo de combate, las preguntas se agolpan en las mentes de los caballeros legionarios paracaidistas. ¿Nos atacan? ¿Quién? ¿Se han producido bajas? Rápidamente la unidad se forma en el patio de armas, bajo las órdenes inflexibles de oficiales y suboficiales.


Estas ponen de manifiesto el nerviosismo que asalta a los mandos. En realidad, se había sabido de un posible ataque la noche anterior, gracias, según algunas fuentes, a la indiscreción de un familiar de uno de los conjurados. Y no era una falsa alarma. Pero aun así, no se tenían pistas sobre el alcance de la ofensiva enemiga. De hecho, ni siquiera se sabía quién iba a ser el atacante.


La pequeña colonia española de Ifni se encontraba enclavada frente a las islas Canarias, en el sur de Marruecos, antes de la incorporación del Sahara al trono alauita. Los orígenes de la presencia española en el enclave se remontan a finales del siglo XV, cuando Diego de Herrera desembarcó en lo que se conocería posteriormente como Santa Cruz de la Mar Pequeña.


Allí construyó un fortín en 1478, y reclamó el territorio para la Corona de Castilla. Pero aquel pequeño puesto defensivo no tardó en sucumbir a los ataques de los nativos. Tras su evacuación cuatro decenios más tarde, nadie parecía recordar que allí había existido una zona de soberanía española.


Después de la guerra de 1860 contra Marruecos, España obtuvo, a través de un tratado de paz, el derecho a poseer “a perpetuidad” la antigua zona conocida como Santa Cruz de la Mar Pequeña. Sin embargo, por entonces ya nadie sabía dónde estaba exactamente dicho enclave. Se hicieron necesarias varias expediciones de exploración para determinar, sin gran seguridad, el lugar del que se trataba.


De hecho, su verdadera ubicación siempre estuvo en tela de juicio. Nunca fue posible corroborar si la localización elegida se correspondía o no con el emplazamiento histórico de la torre erigida por Diego de Herrera. Pero a pesar de haberse acordado con el sultán de Marruecos la ubicación del territorio, no fue hasta 1934, bajo la autoridad de la II República, cuando se llevó a cabo la ocupación efectiva de la zona (realizada por el coronel Capaz).


Hispano Aviación Buchon.

Tras la Guerra Civil (1936-­39), Ifni se convirtió en un pequeño territorio casi olvidado por la administración del Estado, hasta que en 1956 se produjo la independencia de Marruecos. Antes de esa fecha, Marruecos era un país dividido en tres zonas: la francesa, que incluía la mayor parte del centro y sur del antiguo imperio jerifiano; la española, que comprendía el Protectorado Norte (la zona del Rif) y el Protectorado Sur (alrededor de la ciudad de Tarfaya); y una zona especial alrededor de Tánger, a la que se dio el estatus de ciudad internacional.


En 1956 Francia sufría las convulsiones del nacionalismo árabe en sus colonias del norte de África, por lo que decidió conceder la independencia a Túnez y a Marruecos. De este modo, los galos podían concentrar sus esfuerzos en mantener la problemática Argelia. Una vez que Francia hubo declarado la independencia de la parte que había dominado en Marruecos, la situación del Protectorado Norte español era insostenible, por lo que un mes más tarde se concedió su soberanía a los marroquíes.

Pero España mantuvo la posesión del Protectorado Sur, alegando que la autoridad del rey de Marruecos aún no estaba establecida en esa zona, fronteriza con la porción española del Sahara. Esta, Ifni y Guinea Ecuatorial, constituían la región conocida como el África Occidental Española (A.O.E.). Pero la situación de Ifni era delicada, ahora que estaba totalmente rodeada por el territorio del renacido reino de Marruecos.

La colonia española se había convertido en un objetivo para un cada vez más agresivo nacionalismo marroquí, agrupado alrededor del partido liderado por Allal al-­Fassi, el Istiqlal. Este había dado forma al proyecto del “Gran Marruecos”, una enorme nación que engulliría el AOE, algunas partes de Argelia y la práctica totalidad de Mauritania. Más tarde, tanto el rey Mohammed V como su hijo, Hassan II, asumirían también este discurso, que pasaría a convertirse en la gran meta de la política exterior marroquí.

El asalto del 23 de noviembre fue llevado a cabo por el denominado Ejército de Liberación (EdL), el brazo armado del Istiqlal. No constituyó una sorpresa total gracias al aviso de la noche anterior, por lo que los mandos estaban advertidos. En realidad, la evolución de los acontecimientos durante los meses anteriores ya hacía esperar algo parecido.

La alerta del inminente ataque tan solo confirmaba lo que se temía desde hacía tiempo. No obstante, antes de aquella ofensiva, el EdL ya había entrado en otros puntos del AOE, si bien en estas incursiones su objetivo oficial había sido el de luchar contra los franceses en Mauritania. Paradójicamente, el gobierno de Franco acogió y ayudó al EdL en los territorios de Ifni y del Sahara, en los que el Istiqlal incluso estableció oficinas de reclutamiento.

Los viejos rencores hacia Francia, por su ayuda a la II República y su posición hegemónica en el norte de África, parecen ser los motivos que explican esta actitud por parte de Madrid. Sin embargo, en junio de 1957, y tras una serie de choques en Mauritania entre fuerzas francesas y el EdL, España comenzó a ver con preocupación la presencia de estas bandas armadas.

Pronto se empezó a desarmar y devolver a Marruecos algunas de ellas. Al mismo tiempo, se quería incrementar la colaboración con Francia para el mantenimiento de las colonias españolas. La situación estalló durante aquel mismo mes de junio en la capital del territorio, Sidi Ifni, con una serie de asesinatos de policías indígenas. Las represalias españolas, en forma de detenciones de destacados miembros del Istiqlal, no se hicieron esperar.

El EdL, por su parte, contestó forzando una huelga general de comercios. Con este episodio se confirmaba que las autoridades españolas necesitaban el apoyo francés. Sin él, no podrían controlar el incipiente nacionalismo en los dominios del AOE. De hecho, este ya había generado otro grave incidente, poco antes de la independencia de Marruecos, en Sidi Inno.

La pequeña población de Sidi Inno estaba en el sur de Ifni. Allí, el 2 de enero de 1956, varios miembros del Istiq lal izaron la bandera marroquí en la mezquita, celebrando el regreso de Mohammed V. Cuando un policía español intentó impedírselo, sus propios soldados marroquíes lo asesinaron. Aquel fue el comienzo de un altercado que se saldaría con cuatro muertos y varios heridos para los marroquíes, además de 30 detenidos.

Pero ante esta primera advertencia del creciente nacionalismo en la zona, las autoridades españolas atribuyeron lo sucedido a unos cuantos exaltados. Madrid decidió aplicar una política de pacificación de ánimos y se asumió que, en general, los habitantes del territorio estaban satisfechos con la tutela española.

De repente, el 23 de noviembre de 1957, la situación salta por los aires. Mientras la II Bandera Paracaidista se encuentra formada en el patio de armas de su cuartel en Sidi Ifni, preparada para entrar en acción en cualquier momento, los informes se acumulan en el despacho del gobernador del territorio, el general Gómez de Zamalloa.

La ofensiva del Ejército de Liberación no ha sido únicamente un golpe contra el polvorín y el aeropuerto de la capital –un ataque llevado a cabo por unos doscientos hombres, que está siendo rechazado–, sino que la mayoría de emplazamientos militares del interior han sido asaltados. Algunos ya han caído y otros se encuentran asediados: Tiliuín, Tzelata, Tenín, Arbaa del Mesti...

Los partes de bajas no hacen sino crecer cada minuto que pasa, y eso que la mayoría de puestos se encuentran aislados y sin poder comunicarse con el cuartel general. Es necesario hacer algo, y rápido, pero ¿qué? No hay demasiadas tropas en el territorio, y los soldados indígenas no son de fiar, lo que reduce las fuerzas disponibles a la II Bandera Paracaidista y los II y IV Tabores de Tiradores de Ifni.

Pero Madrid exige que se lleve a cabo alguna acción de respuesta, por lo que se decide lanzar un ataque en dirección a Tzelata, ejecutado por un pequeño grupo de la II Bandera. Su objetivo es levantar el asedio al que se encuentra sometida la guarnición y replegarse hacia la capital, destruyendo en el puesto todo lo que pueda ser de alguna utilidad al Ejército de Liberación. El grupo, una sección reforzada, estará al mando del teniente Antonio Ortiz de Zárate. Sus efectivos no pasan de los sesenta hombres.

Hijo de un “héroe caído” del contingente franquista durante la Guerra Civil, Ortiz de Zárate, nacido en San Sebastián en 1931, contaba en aquellos momentos con tan solo 26 años de edad. Había ingresado a los 19 en la Academia General Militar. En 1954, al licenciarse con el grado de teniente, se presentó como voluntario en la Legión. Dos años más tarde ingresó en una unidad nueva del Ejército de Tierra: los paracaidistas.

El 24 de noviembre de 1957, Zárate esperaba órdenes en el patio de armas. No tardaron en llegarle las instrucciones: tomar una sección reforzada, a la que se asignarían tres camiones y una ambulancia, y dirigirse a toda velocidad hacia el puesto de Tzelata, donde debería romper el asedio del Ejército de Liberación.

Rápidamente formó a sus hombres a primera hora de la mañana, diciendo algo que un compañero recordaría después: “Entraré en Tzelata o en el cielo”. A pesar de que Tzelata no estaba demasiado lejos de Sidi Ifni, la presencia de más de cuatro mil insurgentes del Ejército de Liberación, repartidos por todo el territorio, convertía la expedición en una empresa muy arriesgada.

Además, dada la escasez de medios de locomoción, la mayor parte de la tropa bajo el mando de Zárate iba a pie, algo que condicionaba su velocidad de avance (un factor clave para el éxito de la misión). Con todo, cuando la columna partió en dirección a Tzelata, los soldados estaban convencidos de poder llevar a cabo con éxito la tarea encomendada.

El inicio de la marcha fue relativamente cómodo, ya que no se toparon con el EdL, aunque, por otro lado, era bastante frecuente encontrar la carretera llena de obstáculos y barricadas. Esto ralentizaba aún más el avance, y hacía cundir el nerviosismo entre los paracaidistas, temerosos de que se desencadenase una emboscada en cualquier momento.

Finalmente, a tan solo tres kilómetros de su objetivo, cuando la tensión se relajaba, tropezaron con una nueva barricada. La sección, una vez más, se dispuso a despejar la carretera para permitir el paso de sus pocos vehículos. Pero el resultado de la maniobra sería muy diferente en esta ocasión. El Ejército de Liberación atacó. Ante el intenso fuego automático y la imposibilidad de desbordar a un enemigo que les superaba en número, Ortiz de Zárate tomó la decisión de fortificarse en una pequeña loma cercana.

Ya había heridos a los que atender. Además, el teniente creyó posible resistir en aquella localización, a la espera de la llegada de refuerzos que le permitiesen llevar a término su misión en Tzelata. Sin embargo, los intentos de comunicación con el cuartel general en Sidi Ifni fueron un rotundo fracaso. La radio Marconi con la que contaba la columna, y que se cargaba, literalmente, a pedales, no sirvió para establecer el enlace.

Sitiado en medio de una zona hostil, con las municiones agotándose, sin apenas comida y sin posibilidad de pedir refuerzos, Zárate liberó su frustración contra el voluminoso aparato de radio y lo lanzó colina abajo.

Aparecieron varios aviones españoles en la zona, pero se trataba de los vetustos “Pedros”, los viejos He­ 111 alemanes de fabricación española que, por no llevar bombas, se limitaron a dar unas pocas pasadas de ametrallamiento. Éstas resultaron del todo inefectivas contra el enemigo, que se encontraba bien emboscado. Ni siquiera la llegada de la noche alivió la situación, con los paracaidistas sometidos a un constante acoso por parte de los francotiradores marroquíes.

Zárate prohibió contestar a los disparos a fin de ahorrar municiones. Los soldados sobrevivían gracias a pedazos de pan untados de leche condensada. Quedaban apenas dos cantimploras con agua, y esta era necesaria para los heridos. El teniente se desesperaba. Le resultaba imposible contactar con Tzelata o con Sidi Ifni. Las dificultades aumentaban, a pesar de que la columna mantenía la moral relativamente alta.

Solamente el valor personal de Zárate, que permanecía en la zona en que el fuego enemigo era más intenso, alentó a sus hombres a resistir el asedio. Así se rechazó el ataque del día 25, pero con plena conciencia de que al día siguiente se produciría otro. El Ejército de Liberación, que había conseguido rodear a una tropa, en teoría, de elite, estaba decidido a liquidar a todos los soldados españoles.

El 26, como se esperaba, estalló de nuevo el infierno. El EdL lanzó un furioso ataque y Zárate, que permaneció en primera línea de combate en todo momento, sucumbió a lo inevitable: tres impactos de bala le alcanzaron en el pecho. Recibiría la medalla al valor a título póstumo. Muerto el teniente, el destino de la posición quedó en manos del sargento Moncada.

Sin embargo, en la práctica, quienes ejercieron el mando fueron los cabos primeros (el sargento se negó a salir del puesto de mando). El arrojo de los suboficiales logró que las escuadras mantuviesen sus posiciones, rechazando a los marroquíes una vez más. Hacia las tres de la tarde aparecieron unos aviones que les lanzaron suministros, pero la mayor parte de ellos fue a parar a manos del enemigo.

Los españoles tan solo pudieron recoger unas pocas latas de pescado y algo de embutido. Una dieta salada que, combinada con la escasez de agua, hizo que los soldados tuviesen que recurrir a la savia de las chumberas para paliar la sed que les atormentaba. Nada hacía presagiar un final feliz para los asediados, que, impotentes, vieron cómo su único mortero dejó de funcionar el día 29.

A partir de ese momento hubo que lanzar los proyectiles de 50 mm a mano, como si fueran granadas. Los días pasaban y el EdL era incapaz de someter a los españoles, aunque les doblaran en número y no tuvieran sus problemas de suministros. Cada día se producía un nuevo ataque, pero las exhaustas tropas paracaidistas siempre conseguían rechazarlo.

El esfuerzo resultaba insoportable para estas, devoradas por una sed que les hacía sangrar los labios. La tarde del 2 de diciembre se oyeron las notas procedentes de un cornetín. Era un grupo de tropas de Tiradores de Ifni, que había acudido al rescate. Ellos pondrían fin a aquellos nueve días de asedio. El conflicto se había saldado con cinco paracaidistas muertos y cuatro heridos.

Los marroquíes, a la espera de un levantamiento popular, acorralaron en Ifni a los españoles. Estos, sin embargo, consiguieron resistir, en parte gracias a los suministros que les proporcionaban tres barcos de su armada. Por Navidades, la actriz Carmen Sevilla y el humorista Miguel Gila llegaron para animar a las tropas, al estilo de las estrellas norteamericanas en Corea.

Pero el sistema colonial estaba minado por la corrupción, así que fue imposible entregar la mayoría de los paquetes llegados desde la península, con turrón o botellas de bebidas alcohólicas para animar a las tropas. Mientras tanto, los enfrentamientos continuaban.

También en el Sahara, donde el 13 de enero de 1958 se produjo un desastre. En la localidad de Edchera, los marroquíes atacaron a la legión y hubo numerosas bajas en el bando hispano. Sin embargo, la cooperación entre Francia y España, unida a su superioridad aérea, acabó por imponerse al Ejército de Liberación.

Aun así, pese a la victoria, había quedado patente la incapacidad técnica de las tropas españolas. Aunque nadie protestó ante semejante humillación. En las Fuerzas Armadas, la lealtad a Franco prevalecía por encima de cualquier otra consideración. En abril de 1958, España cedería cabo Juby a Marruecos, durante la Conferencia de Cintra. Poco después, en junio, se puso fin a la guerra.

En 2006, el Congreso aprobó una Proposición no de Ley para resarcir a los antiguos soldados españoles en Ifni

Visto lo visto, Franco optó por disolver su tradicional Guardia Mora, de la que ya no se fiaba. La colonia quedó reducida al perímetro de la capital, pero aún vivió un período de prosperidad, en el que militares españoles celebraron grandes fiestas y cacerías. El gobierno había concedido a la zona el estatus de provincia, pero el dominio español resultaba insostenible.

Una resolución de la ONU instó a la descolonización de aquellos territorios. Ifni se entregó a Marruecos en 1969. El Sahara Occidental fue ocupado más tarde por Hassan II, el monarca alauita, aprovechando la crisis política desencadenada por la agonía y muerte de Franco. Más de tres decenios después, en 2006, el Congreso aprobó una Proposición no de Ley para resarcir a los antiguos soldados españoles en Ifni.

En la actualidad, los veteranos del conflicto aún reclaman el reconocimiento moral y económico por su actuación en aquella guerra que, de cara al pueblo español, nunca existió. Pero hay varias dificultades que impiden llevar a cabo esta compensación. Entre otras, la difícil tarea de elaborar un censo de los antiguos combatientes.

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