sábado, 8 de febrero de 2020

1927: Un verano que cambió el mundo


Este es el titulo del libro en el que Bill Bryson recrea con detalle aquel verano inolvidable y lo transforma en una historia de aventuras y altercados, de optimismo y energía inagotables.


En el verano de 1927 en los Estados Unidos tuvieron lugar una larga serie de acontecimientos que anunciaban el inicio de una nueva época: la aparición del cine sonoro y la televisión, el afianzamiento del imperio criminal de Al Capone, las obras del memorial del monte Rushmore, la bonanza económica que aún impulsaba a Wall Street, la mayor inundación de la historia estadounidense en la cuenca del Misisipi, gestionada por Herbert Hoover, un loco de Michigan voló una escuela por los aires y mató a cuarenta y cuatro personas en la peor masacre de niños ocurrida en la historia de Estados Unidos, Henry Ford dejó de fabricar el Modelo T y prometió dejar de insultar a los judíos, el error cometido por la Reserva Federal que precipitaría la Gran Depresión; y, desde luego, la travesía aérea de Lindbergh por el Atlántico, que se convirtió en el principal símbolo del cambio de paradigma que iba a marcar todo el siglo XX.

Bryson ha dividido el libro en cinco apartados, cada uno dedicado a un mes entre mayo y septiembre de 1927 y cada uno presidido por un personaje o suceso que le permiten estructurar ese y los apartados siguientes. Mayo tiene como personaje y suceso principal a Charles Lindbergh y su primer vuelo trasatlántico a bordo del Spirit of St. Louis. En junio predominan el asombroso jugador de béísbol Babe Ruth y sus no menos asombrosos logros deportivos de aquel verano en el que su enorme panza, consecuencia de los excesos cometidos durante toda la vida (parece que su apetito genésico solo era comparable a su voracidad en la mesa) hacía presagiar una hecatombe y en cambio resultó ser el cénit de su trayectoria con los míticos Yankees de Nueva York. En julio tuvo lugar, entre otros sucesos, la dimisión del presidente Calvin Coolidge, tan inesperada que incluso su esposa se enteró de ella por los periódicos. Agosto está dominado por el ominoso final de los anarquistas de origen italiano Sacco y Vanzetti, mientras que septiembre sirve de cierre a los (literalmente) centenares de historias abiertas en el desarrollo de los principales temas precedentes.

Bryson posee un excelente instinto narrativo y una visión comercial no menos aguda, y sabe por lo tanto que en lugar de contar las historias como si fueran bloques sucesivos e independientes es mucho más eficaz irlas dosificando a lo largo de los capítulos. Con ello no sólo consigue imprimirle a lo que cuenta una gran agilidad y amenidad sino que encima los cortes o hiatos entre unas historias y otras los puede aprovechar para ir colando una  información adicional que además de entretener contextualiza el suceso principal. Así por ejemplo, el logro de Lindbergh le da pie a la exposición del panorama histórico y contemporáneo de la aviación en Estados Unidos, con el consiguiente desfile de una inimaginable variedad de tipos estrafalarios e insensatos capaces de emprender las aventuras más locas  con tal de alcanzarla gloria. De paso, y aprovechando que el suceso tuvo lugar no lejos del campo de aviación donde Lindbergh guardaba su avión, Bryson cuenta el terrible pero estrambótico “Crimen del contrapeso de la ventana de guillotina”, ocurrido unos años antes pero cuyos autores, Ruth Snyder y su amante, fueron ejecutados en el verano de 1927 casi al mismo tiempo que electrocutaban a Sacco y Vanzetti. Hay incluso  una fotografía de la señora Snyder por aquello del morbo que supone contemplar el rostro de una mujer que está en vísperas de terminar sus días en la silla eléctrica. Ese afán por no dejarse nada en el tintero lleva a Bryson, por ejemplo, a contar de pe a pa el argumento de un espectáculo de Broadway (espeluznantemente banal y dispartatado, por otra parte) por el solo hecho de que Lindbergh estuvo a punto de ir a verlo, aunque al final desistió porque los partes meteorológicos anunciaban una mejoría sustancial del tiempo y en lugar de ir al teatro prefirió subirse al avión y estar al acecho de un hueco en las nubes que le permitiera despegar rumbo a París. Lo mismo cabe decir de la historia de Al Capone y la  Ley Seca o del fabuloso desarrollo del cine y de Hollywood, traídos a colación, con todo lujo de detalles, con una excusa u otra. Y puede decirse lo mismo de los restantes capítulos, en los que van reapareciendo los Charles Lindbergh, Babe Ruth o Calvin Coolidge entreverados de nuevas y sugestivas ocurrencias veraniegas.







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