martes, 2 de febrero de 2021

De La Robla á Boñar

De La Robla á Boñar (El Heraldo de Madrid. 23 de julio de 1892, página 1.)

(IMPRESIONES DE VIAJE

Hace muy pocos años que por primera se habló, como se habla de tantas cosas que no han de hacerse nunca, de un ferrocarril de vía estrecha que. partiendo de La Robla (en el de León á Gijon) terminara en Valmaseda, poniendo en comunicación directa con Bilbao la zona carbonífera de las provincias de León, Palencia y Burgos.

Poco después se dijo que en Bilbao se estaba reuniendo el capital para emprender la obra, y todavía las gentes tenían el proyecto por sencillamente irrealizable; esto las más benévolas, pues no faltaba quien le creyera disparatado. 

Hará dos años empezaron las obras, y todavía muchos creían que la cosa no iba de veras, mientras otros creían que sí, que de veras iba, pero que tardaría en empezar á correr la máquina dos ó tres lustros.

¡Había que pasar tantos ríos y cruzar tantas divisorias!... 

Sin embargo, á los dos años de haber comenzado á trabajar están construidos tres considerables trayectos, dos en las cabeceras y otro en el centro de la linea: en junto unos 140 kilómetros de los 280 que forman todo el recorrido. 

¿Quién ha hecho el milagro? Ya lo verán ustedes. Acababa yo de llegar á León cuando supe que al día siguiente, el 13 de Julio, entraría en Boñar la primera locomotora del ferrocarril de La Robla á Valmaseda, en la que irían con objeto de visitar las obras, el Director de la vía y el Ingeniero jefe, acompañados del eximio geólogo D. Lucas Mallada y de algunos otros amigos. 

Invitado á formar parte de la reducida expedición aceptó gustoso, y sin otro sacrificio que el de levantarme á las cuatro y media de la mañana, me encontré en la estación á la llegada del expreso del Noroeste, en el que venían los indicados señores. 

Don Mariano Zuaznavar, inteligencia poderosa, iniciativa singular, fuerza de voluntad incomparable; cualidades todas que parecen como oscurecidas por su modestia y su finísimo trato, es el autor del pensamiento, el Director de la Compañía y el alma de la Empresa. 

Don Manuel Oráa, el ingeniero jefe, hombre reflexivo, de gran afición al estudio, puesta al servicio de un claro talento, tan amable y sencillo como sabio, es el que ha allanado todas las dificultades. 

A ello se debe el acierto y la rapidez con que se construye la línea en general. Pero contrayéndonos á esta primera sección, que se extiende desde La Robla hasta Guardo, no hay manera de olvidar al jefe de ella, D. Julián Salguero, hombre de temple acerado, que parece haber resuelto el problema de vivir sin dormir y sin comer cuando el adelanto de las obras lo requiere. Allí estaba también, con su mirada viva y penetrante, mezcla rara de actividad y de inteligencia. 

Estos son los héroes de la gloriosa epopeya industrial, cuyo primer canto resuena ya por las pacificas riberas del Torio, del Curueño y del Porma. 

Montamos también en el expreso los que salíamos de León: el ingeniero jefe de minas don Andrés Pellico, su hijo D. Carlos, el ingeniero de montes Sr, Amelibia el acaudalado propietario de Bilbao, natural de esta provincia de León, D. Tomás de Allende, con dos ó tres personas más, y llegamos á Santibáñez, donde teníamos que apearnos, porque en la estación de La Robla, á pesar de ser cabeza de otra línea, no tiene parada el expreso, ¡cosas de la Compañía del Norte! 

En el furgón de cola de un tren de mercancías, que salió quince minutos después del expreso, llegamos de Santibánez á La Robla, donde, mientras hacía vapor la locomotora que había de conducirnos por la nueva línea, vimos la estación y sus dependencias, los talleres, donde la economía y la utilidad están admirablemente hermanadas, y el material móvil, que es hermoso. 

Las locomotoras, construidas con arreglo á los últimos adelantos, son de un poder casi igual á las de los ferrocarriles de vía ancha. Los coches, cómodos y elegantes, son de ocho ruedas, en dos juegos movibles, para poder andar en curvas de poco radio; tienen frenos automáticos, y los de primera llevan un botón que al aplicarle el dedo, avisa al maquinista de la necesidad de parar el tren, y hace salir dos banderas, una por cada lado del coche, para conocer donde es donde reclaman auxilio y poder castigar al autor de una alarma innecesaria.

El material fijo, también es excelente. Los raíles son de acero, están hechos en Bilbao, en los Altos Hornos, y aunque parecen sencillos con relación al peso que han de soportar, tienen toda la resistencia necesaria, merced á la profusión dé traviesas sobre que van sentados, compensación feliz y hábilmente estudiada por los directores, que debieron de decirse; ¿En este país es caro el hierro y la madera abunda? Pues economicemos hierro á costa de la madera. 

Otra innovación digna de ser consignada es que las juntas de los raíles no están hechas como hasta ahora se hacían, sobre una traviesa, sino entre dos de éstas, al aire; de este modo, las cabezas de los raíles ceden momentáneamente por su elasticidad, y no hay en este ferrocarril el molesto martilleo que en los otros producen las ruedas al pasar de un raíl á otro. 

A las ocho y cuarto salimos de la estación de La Robla, y empezamos á subir al 2 por 100 los cinco kilómetros que hay desde dicha estación á la collada de Candanedo, divisoria entre el Bernesga y el Torío, para volver á bajar con igual pendiente, y casi la misma distancia, por el delicioso valle de Fenar, hasta el paso de esta último río en Matallana, 

A la estación de este nombre afluya ya otro ferrocarril de vía más estrecha (creo que de 60 centímetros); cuya locomotora, que parece un juguete, arrastra vagones de carbón de unas minas cercanas.

Nueva subida de cinco kilómetros al 2 por 100 hasta la collada de Aviados, divisoria entre el Torio y el Curueño, y nuevo descenso hasta pasar en Valdepiélago este río, para volver á subir cuatro kilómetros hasta la collada de Otero, divisoria entre el Curueño y el Porma, y volver á bajar cinco hasta el paso de este río, junto á Boñar, que era el término de nuestro viaje. 

Como el trazado de esté ferrocarril es sensiblemente perpendicular a todos los ríos de la región, tiene que ir siempre pasando ríos y divisorias, subiendo á éstas y bajando á aquellos, de modo que el perfil de la vía, en conjunto, se asemeja á los dientes de una sierra. 

Pero descendiendo al detalle, ¡cuán bien estudiados están los pasos! ¡Con qué maestría están adaptadas, las curvas á las ondulaciones del terreno para economizar terraplenes y desmontes! 

Había encargado el Sr. Zuaznavar al maquinista que nos llevara con poca velocidad, para gozar del paisaje, que es bellísimo en todo el trayecto, y para hacerse cargo de cómo están ejecutadas las obras, quedando en este punto tan satisfecho que con frecuencia nos hacía del Sr. Salguero fervorosos elogios por la limpieza y perfección de trincheras y terraplenes, que parecen como dibujados, añadiéndonos ,que todo está hecho con una economía maravillosa. 

El puente sobre el Porma, que es muy hermoso, tiene tres ojos de diez metros, y otro pequeño para paso do un camino, «Cerca de aquí— me decía el Sr. Salguero hablando del coste de este puente—ha construido otro la Diputación de León hace pocos años (el de Barrio de Ambasaguas), y parece que ha costado unos cuarenta mil duros. Pues bien, éste no ha llegado á diez mil.

Aunque los señores Zuaznavar y Oráa habían encargado que no se divulgara su viaje para que no se prepararan festejos, pues no se trataba de una inauguración, sino simplemente de una visita á las obras, la villa de Boñar, que se enteró la víspera, se propuso dar solemnidad al acontecimiento de la mejor manera posible, y en cuanto oyó los silbidos de la locomotora acudió á la estación en masa. 

En los últimos metros de vía construida habían levantado un arco de follaje para que la locomotora pasara por debajo, y allí, al pie del arco, nos esperaba el Ayuntamiento y numeroso gentío, disparando cohetes y dando vivas atronadores. 

Allí cerca habían construido también un extenso barracón de tablas y ramaje, donde á las dos horas de haber llegado nos servían una comida que no parecía preparada de prisa en una villa de la montaña, sino encargada con mucha anticipación y dispuesta con todo esmero por algún acreditado fondista; en fin, que fué un verdadero banquete para setenta comensales. 

Sin embargo, todo se había hecho allí, todo se había dispuesto en unas pocas horas. 

—No creía yo que esto había de estar tan bien—me decía al ver servir tantos manjares, y tan ordenadamente, un amigo que estaba á mi lado. 

—Se conoce—le contesté yo—que estos de Boñar han querido demostrarnos que saben improvisar banquetes como el Sr. Zuaznavar improvisa ferrocarriles. 

Cuando comenzaron á saltar los corchos de las botellas de Champagne, el Sr. Allende brindó, en breves y sentidas frases, por los señores Zuaznavar y Oráa, que han iniciado y estudiado la vía; por los accionistas y por los constructores de las obras: por la prosperidad de la montaña de León, dé la que es hijo, y porque dentro del año 94 corra la locomotora por todo lo largo de la línea que ha de unir á León y á Vizcaya. 

Una salva de aplausos ahogó sus últimas frases. Pero la fecha fijada, por el Sr. Allende, que no quiso pecar de optimista, no á todos pareció bien, pues muchos creíamos y creemos que no ha da concluir el año 93 sin que la línea esté concluida. 

El Sr. Zuaznavar se levantó a dar las gracias al Sr. Allende por su brindis y al pueblo da Boñar por sus obsequios, y expuso enseguida con encantadora sencillez la historia, el objeto y las más notables circunstancias de la vía, oyéndole todos con gran complacencia y aplaudiéndole al terminar con verdadero entusiasmo. 

Una de las cosas que mejor efecto produjeron en el auditorio, fué la extremada baratura de las tarifas, pues ahora que otras Compañías, mal aconsejadas á mi entender quieren elevarlas, el Sr. Zuaznavar nos dijo que la de viajeros en el ferrocarril de La Robla á Valmaseda sería de sólo tres céntimos por kilómetro; de suerte que desde La Robla a Boñar, que hay 30 kilómetros, sólo costaría él viaje en tercera noventa céntimos, y el viaje por toda la línea, ocho pesetas. 

Terminada la comida y saboreado al café, mientras la gente joven sé entregaba á las alegrías del baile, el Sr, Zuaznavar y el Sr. Oráa, con el jefe de la Primera sección, montaron á caballo para seguir viendo los trabajos, especialmente para ver el gran puente sobre el Esla, que es la obra de mas consideración de toda la linea, pues tendrá cuatro ojos de doce metros. 

Según nos dijeron a la mañana siguiente, está ya muy adelantado; tiene hechos los dos estribos y dos pilas, faltando sólo la tercera; de modo que probablemente hacia fin de Septiembre estará cerrado, con lo cual puede llegar la locomotora á la estación de Cistierna, que está á 56 kilómetros de La Robla. 

A las once y media de la mañana del jueves emprendimos el viaje dé vuelta, saliendo de Boñar para La Vecilla, donde paramos á comer, continuando la marcha á las tres y media, con mucha mayor velocidad que el día antes, pues el trayecto de Matallana a La Robla, que es de 11 kilómetros, le hicimos en diecisiete minutos, lo que equivales a unos 40 kilómetros por hora.

Cuando llegamos a la estación de La Robla, y para volver á León, montamos en él correo de Asturias, el viaje realizado nos parecía un sueño. 

Todos volvíamos pensando en lo mismo; todos hacíamos votos por que el gigantesco silbido de la locomotora resuene pronto hasta en los más escondidos valles de la montaña, dando alegría á sus honrados moradores y gloria á Dios, que es el autor de todo, así de la materia como de la idea, así de las rudas fuerzas naturales como de la noble inteligencia humana que las doma, las dirige y las utiliza. 

ANTONIO DE VALBUENA. (Prohibida la reproducción)







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