viernes, 22 de octubre de 2021

LA CUESTIÓN DE MONTES

La Ilustración Española y Americana, 22 de marzo de 1886 

LA CUESTIÓN DE MONTES.

(APUNTES DE UN VIAJE.)

Por segunda vez, en el corto espacio de tres años, la prensa de todos los matices ha emprendido nueva campaña, con el levantado propósito de combatir planes financieros basados en la venta total de los montes públicos; y a decir verdad, han sido tan sólidas las razones aducidas, tan convincentes los argumentos empleados, que mentira parece pueda llegar día en el que sea preciso volver a recordar cuanto eminentes físicos, notables economistas de todas las escuelas y esclarecidos hombres públicos han expuesto para defender que el Estado y solo el Estado debe ser el legitimo poseedor del monte alto, y la única entidad capaz de emprender y llevar a su término la obra regeneradora que nuestras escuetas y peladas sierras reclaman.

Creemos, sin embargo, que cuanto en el terreno de las teorías se ha dicho debe apoyarse con el mayor número de hechos; que hechos existen desgraciadamente en nuestro país, sin necesidad de recurrir al extranjero, para comprobar la conveniencia de que los poderes públicos procuren salvar de la ruina mas desastrosa nuestra riqueza arbórea, fomentándola en beneficio de la patria.

Las inundaciones del río Júcar, las ocurridas recientemente en nuestras fértiles y hermosas vegas de Murcia y Orihuela, las observaciones realizadas respecto al cambio de clima en la capital de la Monarquía, los tristes resultados que en la provincia de Cádiz ha dado la tala de la vegetación silvestre, son hechos innegables y bastantes a demostrar lo cuerdo que seria pensar en devolver seguridad a esas comarcas y en mejorar sus condiciones de vida, en vez de buscar el modo más pronto y fácil de lanzar al mercado la reducida masa leñosa que en nuestras cordilleras se encuentra.

Conservar y mejorar han de ser las palabras que de los labios de nuestros hombres de Estado deben de oírse, si tal título desean ostentar con orgullo ante las naciones civilizadas; venta, mercado, cotización, ni pueden ni deben proferirlas cuando se trate de los montes enclavados en nuestras sierras. 

Un hecho observamos en la provincia de Salamanca y pueblo de Monsagro, durante nuestra incidental estancia en Marzo del año 1883, que contribuyó a que las anteriores ideas arraigaran en nuestro ánimo. Darlo a conocer al público en estos mal trazados apuntes, y contribuir en la medida de nuestras fuerzas a hacer luz en asunto tan vital como el de la total venta de los montes públicos, es el objeto que nos proponemos.

Circunstancias que no son del caso enumerar nos obligaron a pasar desde la gloriosa ciudad de Salamanca a la histórica Ciudad-Rodrigo, y desde esta última al pueblecito de Monsagro, situado en la región montañosa del territorio salmantino conocida con el nombre de Sierra de Francia, porque en ella y sobre el abismo de la peña del mismo nombre se eleva el monasterio de Nuestra Señora de Francia, donde en algún tiempo se entregaban al delicado y severo gusto de la religión reverendos monjes.

Después de recorrer el camino que separa la ciudad repoblada por el conde D. Rodrigo Gonzalez Girón del lugar de Serradilla del Arroyo, comenzamos a subir con el fin de franquear la divisoria de aguas entre este pueblo y el de Monsagro. 

Ya el sol iba a esconderse detrás de una especie de niebla color violeta, y heria con sus últimos rayos la empinada peña Jasteala, cuando desde el cerro titulado Cruz Rubia conseguimos abarcar bajo nuestra vista todo el término del pueblo a donde contingencias de esta vida nos llevaban por pocas días.

Imposible es confiemos a la pluma la descripción del cuadro que a nuestros ojos se presentó. Las empinadas peñas ya indicadas, los picos de Migasmalas, Quebradagranjera y Mingorro, los elevados Cerros del Ajustadero, los Cabriles y de Cabezarrubia se levantaban cual enormes gigantes que cerraban nuestra salida por todas partes a medida que descendíamos por tortuoso y estrecho camino al pueblo colocado en la vertiente Sud de la sierra Jasteala y margen derecha del río Agadones. Sólo al volver la vista hacia la derecha del camino observamos una especie de tajo o cortadura entre los cerros de Cruz Rubia y del Ajustadero, por donde el mencionado río abandonaba la cuenca de su nacimiento para llevar sus aguas al campo de Agadones, y luego al río Agueda.

Y si tales colosos atemorizaron nuestro ánimo, el sobrecogimiento fue mayor al observar en todas las vertientes de tan erizadas sierras anchos lechos de cantos, que, semejantes a grandes bandas, parecían cubrir los cuerpos de aquellos monstruos de la orografía. Destacaba, en efecto, el blanquecino color de las coarcitas, que constituyen el lecho en seco de sinnúmero de torrenteras, sabre el oscuro de la escasa vegetación de brezos, escobas y algunas jaras que raquíticamente viven en los repliegues y hoyadas del término donde todo parecía dormir el eterno sueño de la muerte.

Alumbraba la luna aquel obscuro rincón del mundo, y la brisa apenas dejaba oír un leve susurro centre la miserable vegetación que rodea al caserío del pueblo, cuando entrábamos en él. 

Al poco rato nos entregábamos al descanso, no sin que, al comparar el bullicio de la corte, nuestra residencia habitual, con el silencio del recinto en donde nos hallábamos, recordáramos los siguientes versos, que alguna vez leímos en el inmortal autor de El Genio del Cristianismo:

Prefiero estos lugares donde el alma

Disfrutar puede, ensimismada y quieta,

Aun dentro de París, algún asilo:

El retiro me place y me contenta.

Cuatro días permanecimos entre los honrados moradores de aquella comarca. Las horas que los penosos asuntos objeto principal de nuestro viaje nos permitían, las dedicamos a recorrer por uno y otro sitio aquel quebrado territorio. Bastaron, no obstante, estos cortos paseos para cerciorarnos de que el miserable estado a donde ha llegado el pueblo y término de Monsagro reconoce por causa la falta de vegetación leñosa que antes cubría las crestas y laderas que lo limitan, y con cuyo natural auxilio las pocas labores del pueblo, y hasta la vida de sus habitantes, no se encontrarían hoy constantemente amenazadas.

El hecho se presentaba claro y evidente; pero deseábamos conocer en lo posible el proceso de degradación por el que aquel suelo había pasado; y bien pronto, preguntando a unos, consultando a otros, hallamos el porqué de tan triste estado.

Dedicados antiguamente a la industria del curtido de pieles, las encinas que en los bajos vegetaban, los castaños y robles que cubrían el suelo, cayeron bajo el hacha egoísta que no procuró sino llenar las necesidades del momento, proporcionando cortezas a la industria y leñas al hogar, sin atenerse en las operaciones de corta plan alguno para garantizar la reposición de cuanto podía y convenía cortar.

Cuando a consecuencia de estos abusos el elemento esencial de la industria comenzó a escasear, y los pocos curtidos que ésta producía no pudieron resistir la competencia de otros centros, como Ledesma, Salamanca, Bejar y Villavieja, abandonaron aquélla, y al encontrarse con un suelo casi desarbolado, aunque cubierto con ligera capa vegetal, rasgaron ésta, buscando en la agricultura reemplazo a la fabricación de pieles, y medios de subsistencia. .

Pronto el vecindario de Monsagro encontró el castigó consiguiente a tan imprudente y temeraria conducta.

Desligadas las rocas de la vegetación que con sus raíces las sujetaba, y las guijas y cantos al descubierto en que las dejara el arado, cedieron al impulso de las torrenciales aguas de lluvia, frecuentísimas en aquella cuenca de pendientes excesivas, llevando la desolación y la ruina de la agricultura, hoy reducida a muy escasa extensión próxima al casco del pueblo. Labores escalmadas, setos vivos, tapias y murallones de piedra y tierra. toda clase de esfuerzos hacen los laboriosos labradores para evitar queden sepultados bajo los cantorrales y que las aguas arrastren en un momento todos sus trabajos, toda su fortuna y la de sus hijos. Y no es en esos días de deshecha tormenta el porvenir de la tierra o huerto sembrado lo que principalmente preocupa al vecindario de Monsagro: la torrentera llamada Canal de la presa, que desde el cerro de Cruz Rubia baja hasta el río pasando por el pueblo, atrae todas sus miradas, y horas y días de penoso trabajo tienen que emplear para desalojar de las casas calles y caminos los cantos y materiales que a su paso rápido y violento abandonaron las aguas. En tan críticos momentos cesan entre los vecinos toda rencilla, toda enemistad. y a una trabajan para salvar acaso la vida de las mujeres, ancianos y niños, que ante la imagen de Nuestra Señora de Francia, adorno el más preciado de sus pobres viviendas, elevan al cielo sus oraciones para que, apiadándose, cese de mostrar cómo el hombre halla su castigo en la tierra cuando altera las leyes impuestas a la Naturaleza por el Supremo Hacedor.

Fácilmente se infiere de cuanto venimos exponiendo: 1.º que la tala de la vegetación que cubría la cuenca de Monsagro ha originado daños en la misma que aumentan de día en día; 2.º que el descuaje de sus sierras lo ha determinado el egoísmo individual, bajo el que cae siempre el arbolado silvestre; 3.º, que es totalmente inútil el empeño de los actuales habitantes del termino, aun cuando aúnen sus esfuerzos para reparar los males que hay sufren por la imprevisión de sus mayores, y 4.º que existiendo el mal, cuyas proporciones van en aumento hasta el extremo de prever algunos vecinos del pueblo el completo abandono del mismo, y no siendo posible lo ataje la iniciativa particular, como la experiencia comprueba todos los días, el Estado tiene el ineludible deber de llenar misión tan elevada como útil y necesaria.

No es de esperar, después de lo dicho, que haya quien pretenda entregar en manos del individuo la regeneración del suelo de nuestras sierras, en muchísimas y extensas superficies tan degradado como el de Monsagro, y tampoco quien crea que la extensión ocupada por el termino de este pueblo (1) obtenga la suma de unos cuantos millones, que, según algunos calculistas, debería alcanzar. Nosotros sólo diremos, respecto a este particular, lo siguiente: la mejor tierra del término de Monsagro se ha ofrecido a presencia nuestra por el ínfimo precio en venta de 12,50 pesetas la huebra (44 áreas poco mas o menos), y algunas por el de 7 pesetas. Dados estos precios para el suelo que dedican al cultivo, ¿cuánto valdrá la huebra de cantorrales? ¿Cuanto no habrá que rebajar de la enorme de 3.500 millones de pesetas con que se sueña poder atender a las necesidades de la Marina, Obras públicas, y otras mil siempre atendibles, pero que no deben satisfacerse, aunque sólo pueda ser en parte, a costa del porvenir de los pueblos? 

Y no se diga que ejemplos como el de Monsagro se presentan pocos. Recórranse las sierras de toda la península, y de seguro algunos miles de millones habrá que rebajar de las galanas cuentas de ciertos hombres de negocios; y tampoco admitimos se califiquen de utopías los datos apuntados, pues si así se calificaran, diremos lo que M. Chaissaigne-Goyon, consejero de Estado, decía en 1868 al entonces Ministro en Francia, y con motivo del informe dado por aquél acerca de los males que afligían al departamento 'de los Bajos Alpes: Ce n'est pas, Messieurs, un tableau de fantasie que je trace et que j'asombri a plaisire; je dis ce que j'ai vu.  

MANUEL DE ARNAL.













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