miércoles, 23 de noviembre de 2022

Carlo Magno y la historia

Premio Carlomagno

El Premio Carlomagno, Internationaler Karlspreis zu Aachen, es un premio otorgado desde 1950 por la ciudad alemana de Aquisgrán. Es el premio más antiguo y conocido con el que son distinguidas las personalidades o instituciones en el ámbito europeo en general y de la Unión Europea en particular. Con él han sido distinguidos el rey Juan Carlos I, Felipe González y Javier Solana, y también los papas Juan Pablo II y Francisco, Winston Churchill y Henry Kissinger. 

El 26 de Mayo de 2022 el Premio Carlomagno fue concedido a las opositoras políticas bielorrusas Maria Kalesnikava, Sviatlana Tsikhanouskaya y Veronica Tsepkalo. Pocos meses después del inicio de la guerra rusoucraniana pudiera ser que fuese algo obligado.


Premio Carlomagno de la Juventud

El Parlamento Europeo, junto con la Fundación Premio Internacional Carlomagno, anima cada año a los jóvenes de entre 16 y 30 años de todos los Estados miembros de la Unión a que presenten proyectos que contribuyan activamente al conocimiento europeo e internacional. Más de 4650 proyectos han competido por el premio desde 2008.

En 2022 el primer premio fue para la "Orquestra Sem Fronteiras" de Portugal, que promueve la cooperación transfronteriza entre Portugal y España, a través de la música de jóvenes talentos que viven en ambos países. Su propósito es mitigar las desigualdades sociales y culturales.


Carlomagno

Carlomagno fue rey de los francos desde 768, rey nominal de los lombardos desde 774 e Imperator Romanum gubernans Imperium desde 800 hasta su muerte.

Hijo del rey Pipino el Breve y de Bertrada de Laon, sucedió a su padre y virreinó con su hermano, Carlomán I. Aunque las relaciones entre ambos se tornaron tensas, la repentina muerte de Carlomán evitó que estallara la guerra. Reforzó las amistosas relaciones que su padre había mantenido con el papado y se convirtió en su protector tras derrotar a los lombardos en Italia. Combatió a los musulmanes que amenazaban sus posesiones en la península ibérica y trató de apoderarse del territorio, aunque tuvo que batirse en retirada y a causa de un ataque de los vascones, perdió a toda su retaguardia, así como a Roldán, en el desfiladero de Roncesvalles. Luchó contra los pueblos eslavos. Tras una larga campaña logró someter a los sajones, obligándolos a convertirse al cristianismo e integrándolos en su reino; de este modo allanó el camino para el establecimiento del Sacro Imperio Romano Germánico bajo la dinastía sajona.

Expandió los distintos reinos francos hasta transformarlos en un imperio, al que incorporó gran parte de Europa Occidental y Central. Conquistó Italia y fue coronado Imperator Augustus por el papa León III el 25 de diciembre de 800 en Roma, gracias a la oportunidad ofrecida por la deposición de Constantino VI y lo que se consideraba la vacancia del trono imperial, ocupado por una mujer, Irene. Estos hechos provocaron la indignación de la corte imperial, que se negó a reconocer su pretendido título. Tras unos frustrados planes de boda entre Carlomagno e Irene, estalló la guerra. Finalmente, en 812 Miguel I Rangabé reconoció a Carlomagno como emperador (aunque no «emperador de los romanos»).

Carlomagno al sur de los Pirineos

Sobre el papel el proyecto de expansión de Carlomagno en el territorio sajón estaba en marcha, por lo que decide traspasar con sus huestes el reino de los francos, y dirigirse hacia el sur, directamente a la frontera con el islam. El motivo fue la llamada del clan de los Banu Qasi, antiguos visigodos cristianos que buscaban emanciparse del gran poder omeya instalado en Córdoba. Era una magnífica oportunidad de poner freno a la expansión de la religión islámica, verdadero problema de la cristiandad en la Europa Occidental. La promesa consistía en la entrega de las ciudades de Barcelona y Zaragoza, a cambio de la ayuda mutua en la lucha contra el emirato.

Pero el año 778 debió ser recordado negativamente durante bastante tiempo por Carlomagno. Los Banu Qasi no cumplen el trato. Al mismo tiempo que llega la noticia de Sajonia de que uno de los jefes sajones, Widuking, ha roto el pacto y había comenzado sistemáticamente a destruir las defensas francas. Carlomagno decide volver al norte, y al traspasar Roncesvalles la retaguardia de su ejército es atacado por el pueblo de los vascones, dando muerte a un gran número de francos junto al Duque de Bretaña, Roland.

Al llegar a Sajonia, Carlomagno ganó en crueldad a los sajones, iniciando una persecución sobre todo aquel que se declarara pagano. Siete años tardó en apresar a Widuking y obligarle a convertirse al bautismo, sacramento del cual se encargó el mismo Carlomagno de proporcionárselo. Pero esos siete años le dieron mucho de sí. No abandono las campañas del sur, que también le dieron un excelente resultado. En el año 781 pone a su hijo Luis al frente del reino de Aquitania, como base de operaciones para la conquista del otro lado de los Pirineos. Pronto algunas ciudades y condados como Gerona, Cerdaña o Urgel prometen lealtad al rey franco.

Las cinco esposas de Carlomagno

Carlomagno tuvo cinco esposas. La primera fue Himiltrudis. Carlos tenía 18 años por entonces. Ella era bonita, virtuosa, dulce y se cree que también bastante fría, lo que no impidió que le diera un hijo al que llamaron, con justa causa, Pipino el Jorobado.

En realidad no está claro si llegó a casarse con Himiltrudis o si se trataba de un concubinato. El Papa debía considerar legítima su unión, puesto que cuando la madre de Carlomagno, Bertrada, quiso casarlo con Desiderata, la hija del rey de los lombardos, se encontró con que la Santa Sede se oponía alegando precisamente ese motivo.

Los motivos de Carlomagno para desposar a Desiderata eran estrictamente políticos. Buscaba sujetar a su hermano, el turbulento Carlomán, e impedirle que se aliara él con el rey de los lombardos.

La nueva novia venía desde Pavía. Era apagada, mustia y se dice que no poseía ningún encanto. Pero el Estado tenía unas razones y el corazón otras, por lo que Carlos tuvo que repudiar a Himiltrudis y enviarla a un convento.

Desiderata no le gustaba en absoluto, aunque su carácter ya estaba formado y supo ocultar la repulsión que la joven le inspiraba. Incluso, de vez en cuando, tenía una atención con ella. Pero al cabo de un año Carlomán murió, y Carlos, no viendo ya la necesidad de una alianza con los lombardos, devolvió a Desiderata a su padre.

Fue entonces cuando, en el 771, conoció a la graciosa Hildegarda. Carlos se enamoró y se casó con ella. Era tan hermosa que el autor de su epitafio no dudó en escribir: “Sus encantos no tenían comparación con ninguna muchacha del país”.

Hildegarda era alegre, vigorosa y de temperamento ardiente. Ejerció una gran influencia sobre su esposo, hasta el punto que hay quien dice que fue ella quien forjó a Carlomagno, a quien supo transmitir su optimismo, su fuerza y su buen humor. En palabras de Haureau en su obra Carlomagno y su Corte, “La emocionante simplicidad de Hildegarda y el placer de su convivencia corrigieron esa rudeza que hace buenos soldados, pero que no puede hacer buenos reyes”.

Poco tiempo después Carlos organizó la primera expedición contra los sajones. Hildegarda, de quien no podía separarse, estuvo a su lado durante toda la campaña. Ella dormía en los carros, caminaba por el barro, atravesaba los ríos en el puente de los barcos y compartía la vida de los guerreros francos.

Carlos volvió vencedor de Sajonia y marchó a Roma para defender al Papa, amenazado por los lombardos. Hildegarda también lo acompañó. La campaña fue dura y larga. Por fin, después de haber sitiado Pavía, Carlos derrotó a su ex suegro, el rey Didier, y lo hizo enclaustrar en Neustria.

Carlomagno se hizo coronar rey de los lombardos, pero no pudo quedarse mucho tiempo en Pavía, porque los sajones se habían rebelado. Montó sobre su caballo e Hildegarda lo siguió nuevamente en un carro. Durante varios años la joven recorrió a su lado los caminos de un imperio en formación.

La reina dio a su esposo nueve hijos. Cuatro fueron varones: Carlos, Pipino, Luis y Lotario; y cinco niñas: Adelaida, Rotrudis, Berta, Gisela e Hildegarda.

Falleció al cabo de once años de matrimonio, y todo el mundo la lloró. El primero su esposo, lo que no impidió que meses más tarde volviera a casarse, esta vez con la hija de un conde franco, la altanera Fastrada. También ella ejercería sobre él un gran poder que todos los cronistas coinciden en deplorar. Se dedicaba a azuzar a Carlos contra aquellos que ella detestaba, haciendo destituir a numerosos servidores y persiguiendo a buenas gentes sin otro motivo que haber incurrido en su desagrado.

Malvada y envidiosa, sentía celos de las mujeres de los grandes del país y empujaba a su marido a represiones contra conspiradores imaginarios. Todo ello impulsó a Eginardo a escribir: “Más de una vez, Carlos se desprendió de su natural bondad para dar satisfacción a la crueldad de su esposa…”

Débil ante Fastrada, el futuro amo de Europa cometió equivocaciones que motivaron gran descontento. Sus enemigos aprovecharon la ocasión para conspirar contra él. Avisado del peligro, volvió de Sajonia, donde se encontraba guerreando, y los hizo detener.

La hipócrita Fastrada le inspiró entonces una maniobra muy poco elegante: después de haber fingido perdonarlos, Carlos los mandó a una iglesia para que rezaran.

—Cuando hayáis acabado de orar, no me veréis nunca más enfadado —les dijo.

Y fue cierto, porque a la salida del templo unos soldados los esperaban para arrancarles los ojos.

Esta doblez indignó a muchos, y de nuevo se forjó una conspiración. Los grandes, decididos a suprimir a Fastrada, se agruparon en torno a Pipino el Jorobado, el hijo que Carlos había tenido de Himiltrudis, sabiendo que éste estaba animado por el odio que albergaba al saberse eliminado de la sucesión. Conspiraron entonces para provocar la muerte de la reina y del rey.

Finalmente la conjura no tuvo éxito porque un diácono, escondido bajo el altar mayor de una iglesia, sorprendió una conversación entre los amigos de Pipino. Todos los conjurados fueron condenados a muerte. Pipino, tras haber sido azotado y tonsurado, terminó su existencia en un convento.

La alarma había sido grande. A partir de aquel momento Carlos hubiera desconfiado de los consejos de su mujer si ésta no hubiera tenido la buena idea de morirse.

El viudo buscó entonces una compañía más tranquila. Conoció a la hija de un conde alemán, llamada Liutgarda. Le parecía que reunía todas las cualidades que un día había tenido Hildegarda: era hermosa, generosa y alegre, de modo que se casó con ella en el 794.

Carlomagno ya no era joven, pero se dice que ella se enamoró perdidamente. Liutgarda tenía aproximadamente la edad de las hijas de su marido, de manera que compartía sus juegos y sus tareas. A su lado el emperador encontró una nueva juventud y la fuerza para emprender nuevas acciones.

Feliz en el amor, también lo fue en la política: confiado en su buena estrella, se dirigió a la ceremonia que debía celebrarse en Roma el día de Navidad del año 800. Por desgracia la encantadora Liutgarda no iba a poder compartir ya ese momento: había muerto, sin dejar hijos, el 4 de julio del año 800, en Tours.

Por un extraño capricho del destino, este hombre, que no podía vivir sin tener a su lado una mujer, estuvo solo el día de su mayor gloria.

Los sucesores

A la muerte de Carlomagno, en 814, se impusieron los partidarios de la unidad del Imperio, considerado símbolo de la Roma antigua, sobre los defensores de la tradición germánica, que preconizaban la división del reino entre los más directos parientes del soberano. Por ello, se reconocieron los derechos del único hijo superviviente, Ludovico Pío (o Luis el Piadoso).

Este, sin embargo, que tenía menos talento y un carácter menos firme que el de su padre, dejó pronto que predominaran en su corte los juristas de formación germánica y se comenzaran a plantear dudas y problemas sobre su propia sucesión.

Ludovico, casado con la princesa franca Ermengarda, había tenido de ella tres hijos varones: Lotario, Luis y Pipino. Y ellos –o sus consejeros– obligaron al padre a firmar un documento oficial, la Ordinatio Imperii, solo tres años después de su acceso al trono. Según esta ordinatio, Lotario, el primogénito, era declarado coemperador junto con su padre y sucesor del título imperial a la muerte de este, así como heredero del dominio de la región central del Imperio. Luis debía heredar los territorios situados al este. Y Pipino, los del oeste.

Revisionismo histórico

En la primavera de 2020 el ciudadano estadounidense George Floyd fallece a manos de cuatro policías. Su muerte desencadena una ambiciosa ola de protestas entre los miembros de la comunidad afroamericana del país, que se hace extensiva a muchos otros grupos de población y que se enmarca en el movimiento Black Lives Matter. Pero ¿qué tiene que ver todo ese ciclo de protestas con el revisionismo histórico? Las marchas y manifestaciones para pedir justicia por la muerte de Floyd evolucionaron y se convirtieron en una reivindicación mucho más general que exigía –y exige– igualdad de trato entre la población blanca y la negra por parte de las autoridades, además –y aquí está la relación con el revisionismo– de respeto por la memoria de la comunidad. Al cabo de unas semanas del inicio de las protestas, en el mes de junio del pasado año, estatuas de Cristóbal Colón y de otros personajes históricos europeos comenzaron a derrumbarse en distintos puntos de los EEUU. La revisión de la historia entró en escena y llevó a una parte de la población a la gran pregunta: “¿Por qué deberíamos venerar a los colonizadores y los esclavistas?

La voluntad por parte de distintos sectores de la población de examinar la historia y colocar a determinadas figuras en lugares menos privilegiados de los que ostentan tradicionalmente es uno de los casos más prácticos y actuales del movimiento revisionista. Según esa postura, los datos que se conocen hoy por hoy permitirían considerar a Cristóbal Colón, por seguir con el mismo ejemplo, “el representante del genocidio”, tal y como rezaba una inscripción en la base de una de las estatuas del explorador que los derribaron los manifestantes, en este caso, en Richmond (Virginia, EEUU). Una parte de los ciudadanos –y de los historiadores– consideran legítimo el despojo de los honores a esos colonizadores porque, a su vez, creen que existen pruebas suficientes para asegurar que existió tal genocidio. Otros, sin embargo, defienden la postura opuesta. La pugna entre ambos grupos es importante. En palabras del historiador italiano Pier Paolo Poggio, “el control de la representación del pasado está en manos de ese revisionismo histórico”.

En la carrera hacia el futuro, la historia sufre un nuevo asedio. Una ola de revisionismo engañoso se ha convertido en una epidemia tanto en las autocracias como en las democracias. Ha sido notablemente efectiva… y contagiosa.

En Rusia, una organización dedicada a recordar los abusos de la era soviética se enfrenta a la liquidación ordenada por el Estado mientras el Kremlin impone en su lugar una historia nacional aséptica.

En Hungría, el gobierno expulsó o asumió el control de las instituciones educativas y culturales y las utiliza para fabricar un patrimonio nacional xenófobo alineado con su política etnonacionalista.

En China, el Partido Comunista en el poder usa abiertamente los libros de texto, las películas, los programas de televisión y las redes sociales para escribir una nueva versión de la historia china que se adapte mejor a las necesidades del partido.

Y en Estados Unidos, Donald Trump y sus aliados siguen promoviendo una falsa versión de las elecciones de 2020, en la que aseguran que los demócratas manipularon los votos y afirman que el ataque del 6 de enero para interrumpir la certificación del presidente Joe Biden fue en su mayoría un acto pacífico o escenificado por los opositores de Trump.

Conclusión

Lo que ocurre en un determinado momento, lo que los que participan en los hechos piensan que ha pasado y lo que en ese momento y posteriormente se registra documentalmente, tienen algo que ver con eso que llamamos historia. La historia la escriben quienes saben hacerlo y tienen medios para publicarlo. La historia no es única y las diferentes versiones son en todo o en parte contradictorias. Como no puede ser de otra manera, la historia la escriben los vencedores, aunque quien vence hoy puede ser derrotado dentro de un tiempo.

La historia se valora, revisa, complementa y reescribe, y cuando se hace nos queda la antigua historia y las diferentes versiones revisadas. Si para nosotros ser revisionistas es algo bueno nuestra versión será revisionista. Si ese vocablo nos produce rechazo,la versión de los otros será la revisionista.

En el espacio público de nuestras ciudades los gobiernos municipales pueden decidir que elementos se sitúan y que otros se retiran. No es imprescindible disponer en una plaza o parque de una estatua de Cristóbal Colón o de los conquistadores de América, pero su retirada no hará desaparecer los hechos, ni las injusticias y los actos violentos, incluidas muertes, con ellos asociados. 

No es mi interés, pero puestos a revisar la historia también podría revisarse la imagen de personajes como Carlomagno, que en estos momentos se usa en Europa para premiar la pretendida defensa de la democracia. Difícilmente un emperador del siglo IX podría ser modelo de práctica democrática, pero bien es cierto que han pasado doce siglos y que si sirve como icono para representar la unidad europea, pues bien está, aunque la supuesta unidad europea se construya frente a otros, de los que nos tenemos que defender.

Habrá que esperar a que pasen once siglos para poder utilizar, de nuevo, la figura de Cristóbal Colón como la persona inquieta y aventurera que se lanzó al descubrimiento y conquista de otras tierras. Sin duda aquello se parecía bastante a una invasión, cómo fue una invasión lo que se hizo en Afganistán el 7 de octubre de 2001, en Iraq el 20 de marzo de 2003, en Libia en febrero de 2011, aunque aquí no hubo una ocupación importante, por parte de Estados Unidos y un nutrido grupo de países europeos. 

No es prudente establecer un plazo, en siglos, aproximado para realizar una revisión no visceral del periodo que abarca la Segunda República, la Guerra Civil y la Dictadura posterior.



























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