domingo, 25 de diciembre de 2022

Las otras guerras

Los países occidentales han dedicado más de 100.000 millones de euros para ayuda militar a Ucrania a lo largo de este año, lo que contrasta con la atención dedicada a otros conflictos y a quienes huyen de ellos.

Afganistán

El gobierno de Estados Unidos invadió el país alegando que los talibanes estaban detrás de los ataques del 11-S. Tras 20 años de intensos combates y miles de muertos, los talibanes volvieron al poder en agosto de 2021. El nivel de violencia ha disminuido en el país, pero las ONG ahora advierten que Afganistán se enfrentará una de las crisis humanitarias más graves que jamás haya visto debido a las sanciones y el aislamiento impuestos por gran parte del mundo.

Myanmar

Otra región que ha registrado tensiones políticas y étnicas desde hace años, y muchos analistas creen que el país se encuentra en medio de una guerra civil. Los militares de Ejército dieron un golpe de Estado y tomaron el control del país el 1 de febrero de 2021, después de unas elecciones generales que ganó por amplia margen la líder Aung San Suu Kyi. La ONG International Rescue Committee cree que hay 220.000 personas desplazadas desde 2021. Y más de 14 millones de personas (más del 25% de la población del país) necesitan algún tipo de ayuda humanitaria. Se cree que más de 10.000 personas murieron por el conflicto desde febrero del año pasado.

Mozambique

Cabo Delgado, la provincia más septentrional de Mozambique, sufre desde 2017 violentos ataques que han obligado a cientos de miles de personas a desplazarse. En 2020, el conflicto se intensificó y, en marzo de 2021, alcanzó su punto álgido cuando un ataque sobre Palma transformó una ciudad antaño muy concurrida en un lugar fantasma.

La guerra contra el narcotráfico en México

La guerra contra los cárteles de la droga en México ha provocado hasta el momento más de 350.000 víctimas desde 2006.

Irán contra Estados Unidos e Israel

Después de que Donald Trump abandonara el acuerdo nuclear con Irán durante su legislatura, su sucesor aseguró que, durante la suya, el país volvería a unirse. Y, aunque el equipo de Biden tardó en dar el paso, ambos países lograron durante unos meses algunos avances. 

La victoria de Ebrahim Raisi en las presidenciales de Irán y su apuesta por el duro control de los centros estratégicos de poder de la República Islámica hicieron que estas negociaciones se pausaran durante cinco meses. Y, una vez se retomaron, lo hizo de manera más dura. Los países tienen dos opciones: llegar a un pacto más integral o dar con un acuerdo provisional. En caso de no llegar a un acuerdo, todos los peligros que propiciaron la firma del acuerdo en 2015 volverían a estar latentes.

Estados Unidos y China

Desde que el ejercito de EEUU abandonó territorio afgano, sus políticas se han enfocado en disuadir a las fuerzas Chinas. El objetivo que se persigue desde Washington es el de mantener al país norteamericano como potencia predominante en la zona indo-pacífica. El pasado mes de noviembre, los presidentes de ambos países, Biden por parte de Estados Unidos y Xi Jinping desde China, se reunieron de manera telemática. Fruto de ese encuentro, las relaciones entre ambos Estados son menos frías que anteriormente; sin embargo, la rivalidad entre ambos persiste e influye en distintos asuntos internacionales.

Tensión entre India y China

La difusa frontera que separa ambos estados asiáticos ha desencadenado a lo largo de las últimas décadas multitud de conflictos por la soberanía de determinadas regiones.

India ha anunciado un despliegue “como nunca antes” de tropas en la frontera común con China. “Se ha hecho para hacer frente al despliegue chino, que ha aumentado de forma masiva desde 2020″, ha apuntado el ministro de Exteriores indio, Subrahmanyam Jaishankar.

Esta advertencia por parte del gobierno hindú llega después de los incidentes que han protagonizado sus respectivos ejércitos en el límite entre ambos países, los primeros desde 2020, que, en esta ocasión, se han saldado sin víctimas. En este sentido, el jefe del departamento de Exteriores ha señalado que es “obligación del Estado indio y un deber y compromiso del Ejército indio no permitir que ningún país, en este caso China, cambie la Línea de Control Actual (LAC) de forma unilateral”.

Por lo que, tras estos acontecimientos y las presiones de la oposición india, el primer ministro, Narendra Modi, ha ordenado este aumento de tropas. Asimismo, el ministro ha apuntado que no tienen “problemas con que haya diferencias políticas” con el país vecino. “Pero creo que no se debe criticar de forma directa o indirecta a los miembros de las fuerzas de seguridad”, ha sostenido el ministro para, a continuación, destacar que “están en el Yangtsé, a 13.000 pies de altura, defendiendo las fronteras”.

Haití

La región caribeña ha sido históricamente castigada por las crisis económicas y políticas, así como por las rencillas entre pandillas y los desastres naturales, como el acontecido el pasado mes de agosto que arrasó gran parte del sur del país. A todo ello se ha unido este 2021 el asesinato del presidente Jovenel Moïse durante el mes de julio en su domicilio a manos de sicarios. La clase política haitiana escogió al que habría sido el primer ministro de Moïse, Ariel Henry, como su sucesor en funciones. Este permanecerá en el cargo hasta las elecciones de 2022, como han acordado varios partidos del Parlamento. Una decisión que no comparten las pandillas haitianas, que tienen influencia política y que han exigido su renuncia.

Israel y Palestina

Un conflicto que no parece llegar a su fin, dado que cada cierto tiempo surgen nuevos brotes que lo impiden. El último ha sido la cuarta guerra entre Israel y Gaza, provocada por la amenaza de desalojo de los vecinos palestinos del barrio de Sheikh Jarrah. 

Este episodio, que se dio durante las jornadas de Ramadán, propició un nuevo acontecimiento entre la habitual violencia motivada por ambos bandos: por primera vez en décadas, los palestinos trascendieron su fragmentación para unirse no sólo en Israel, también en Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza. Además, Occidente vio con ojos críticos el bombardeo acontecido por el país israelí.

Camerún

La ONU estima que cuatro millones de personas necesitan asistencia humanitaria en Camerún. Los conflictos armados se concentran en el norte del país (debido a ataques yihaidistas) y en el oeste, en una guerra que desde 2017 enfrenta a los grupos separatistas con el Gobierno. 

Venezuela

Este país sudamericano atraviesa desde hace años una grave crisis política. En diciembre de 2020 se celebraban unas elecciones marcadas por la polémica y la escasa participación, algo que agravó aún más la polarización de la población. A ello se suma la grave crisis económica que ha dejado a millones de venezolanos en una situación de inseguridad alimentaria. Pero esta no ha sido la única consecuencia: siete millones de personas en Venezuela necesitan asistencia humanitaria y 5,5 millones han tenido que abandonar el país (en 2021, se estima que alcanzará los seis millones). La vecina Colombia se ha convertido en el país de acogida, donde se calcula que actualmente viven casi dos millones de migrantes venezolanos.

Sáhara Occidental - Marruecos

Es una de las últimas las regiones en el mundo que se ha unido a la triste lista de guerras y conflictos activos en 2021. Tras casi 30 años de alto al fuego entre el gobierno marroquí y el Frente Polisario, este se rompía el pasado mes de octubre. El detonante se produjo en el paso fronterizo de Guerguerat, cuando el ejército marroquí penetraba en la zona para desalojar a un grupo de saharauis que habían acampado en la pista con el objetivo de interrumpir el tránsito de mercancías.

Etiopía

A principios de diciembre se reanudó, después de un año, la conexión eléctrica en Mekele, la capital de Tigray, región del norte de Etiopía, después del alto el fuego sellado un mes antes entre el Gobierno y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray.

La guerra estalló a principios de noviembre de 2020 después de que el TPLF atacara varias bases militares en Mekele. Previamente, los líderes tigrayanos, que gobiernan en su región, habían desafiado al Gobierno federal celebrando elecciones regionales sin autorización. Desde la llegada al poder del primer ministro Abiy Ahmed en 2018 se había producido un incremento de la tensión. El TPLF había dominado la escena política etíope durante tres décadas y vio perder su influencia a consecuencia de las reformas introducidas por Ahmed. En marzo las partes habían firmado una tregua, pero a los cinco meses los combates volvieron a estallar.

El nuevo alto al fuego genera grandes esperanzas en medio también de grandes cautelas. “Puede haber un alto el fuego en el norte, pero el conflicto etíope está ahí todavía”, asegura el médico Kirubel Tesfaye, de 29 años. “El gran elefante en la habitación es la pugna entre nacionalistas, ya sean tigrayanos, oromos o de otras regiones, y federalistas. Es un auténtico problema de construcción de la identidad nacional y no está resuelto en absoluto”, continúa. Nacido en Adís Abeba, ejerce su profesión en un hospital público de Jima, donde de vez en cuando llegan heridos por el conflicto que, según la Universidad de Gante (Bélgica), ha causado entre 380.000 y 600.000 muertos.

Una de las incógnitas para el mantenimiento de la paz en Tigray es la actitud de Eritrea, cuyas fuerzas se han implicado en el conflicto. Portavoces del TPLF acusan a los militares eritreos de seguir “arrasando” en el territorio.

Mientras la guerra en Tigray se apaga de momento, el fuego se aviva en Oromía. “Cientos de personas han sido asesinadas, pero no se habla mucho, hay una pérdida de sensibilidad en la sociedad”, añade. Oromía es la mayor región de Etiopía, donde desde hace semanas crecen tensiones y conflictos entre la etnia oromo —la más numerosa del país, con quejas históricas de infrarrepresentación— y la amhara, la segunda. Es difícil obtener datos precisos acerca de lo que está ocurriendo, pero la Comisión etíope de Derechos Humanos asegura que hay ya cientos de muertos y 100.000 desplazados por combates entre fuerzas oromo, amhara y gubernamentales que luchan unas contra otras. El potencial de desestabilización es elevado.

Los dos años de guerra en el norte han sido duros para todo el país. “La subida de precios ha sido terrible, creo que es algo que pasó en todo el mundo, pero en Etiopía fue dramático. A eso hay que sumar la limitación de la movilidad, pues era muy difícil ir de una ciudad a otra. El tercer impacto, que todavía perdura, es el miedo. La enorme tensión entre distintos grupos étnicos puede conducirnos a un conflicto abierto y generalizado”, añade el doctor Tesfaye. Uno de los peores momentos fue cuando los rebeldes tigrayanos lograron situar el frente de guerra a decenas de kilómetros de la capital. “No sabíamos bien qué estaba pasando, la información ha circulado con dificultad durante toda esta guerra”, comenta.

Precisamente el control de la comunicación por el Gobierno etíope y por los rebeldes tigrayanos en conflicto provocó que, en ocasiones, la propaganda ganara la batalla a las noticias, lo que, a juicio de Tesfaye, se vio suplido por las redes sociales. “Es verdad que en los medios internacionales era difícil encontrar información y que, dentro de Etiopía, dependiendo de qué medio, ofrecían una versión u otra, pero en redes como Telegram los vídeos de matanzas han circulado de manera descarnada. Para muchos ha pasado a ser una fuente [de información] fundamental”, explica.

Yemen

Un alto el fuego firmado en abril y posteriormente renovado dos veces ha abierto este año una ventana de esperanza en el brutal conflicto yemení, con unos 23 millones de ciudadanos que dependen de ayuda para sobrevivir sobre una población de unos 30 millones, según datos de la ONU, que reclama 50.000 millones de euros de financiación internacional para atenuar la crisis en 2023. Sin embargo, al expirar a principios de octubre, la tregua no ha sido renovada, precipitando una fase de mayores incógnitas para gente como Intisar Al Salami, que admite con incomodidad desde la capital, Sana, su dependencia de la ayuda para comer, tras haber vendido el oro familiar para alimentar a sus hijos y buscar a su esposo, al que un grupo de hombres se llevó de su lugar de trabajo cuando comenzó la guerra. Su casa ha sido cerrada a cal y canto y su coche, incendiado, señala mientras envía fotografías de ambos.

El fin de la tregua no ha supuesto la reanudación de los combates abiertos, pero a mediados de noviembre los rebeldes huthis, el grupo asentado en el norte y apoyado por Irán, lanzaron una ofensiva sobre una base militar en Taiz, una ciudad del suroeste del país en la que Abdulrahman al Dobai ha visto morir a varios de sus vecinos durante los siete años que lleva bloqueada. “La guerra lo ha arruinado todo. Antes había bombardeos y muertos; ahora, las enfermedades están generalizadas y todo es carísimo […]. La mayoría de la gente es pobre y algunas familias no pueden encontrar comida, ni casa, ni ropa”, asegura desde Taiz a través de mensajes de texto. Al Dobai, estudiante universitario de 20 años, admite que la situación ha mejorado con la tregua, pero la califica de “broma” porque ha alternado “épocas de bombardeos con épocas de calma”. Desde la ofensiva de noviembre, la ciudad no ha sido bombardeada, señala.

Los huthis sí atacaron, en cambio, días más tarde una terminal petrolera en territorio controlado por el Gobierno reconocido internacionalmente y respaldado por Arabia Saudí. El Banco Central ha respondido con medidas para congelar activos y comercio con entidades que exportan combustible al norte, según informa la agencia Reuters. Los golpes económicos tienen potencial de exacerbar la tensión.

La comunicación entre las partes sigue fluyendo, pero la situación no es estable. Los huthis, grupo político-militar que se proclama defensor de la minoría chií zaydí, no parecen mostrar gran disposición a hacer concesiones. Controlan menos territorio, pero es el más poblado, y ven sus acciones como un puñetazo en la mesa frente a la corrupción y los intereses de Occidente y de su aliada Riad. Por otra parte, como subraya la experta Helen Lackner en un informe publicado por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) “están buscando reducir su implicación” en el país. Ambos se emplearon para combatir a los huthis —aliados de su gran enemigo, Irán— con cierto apoyo desde Estados Unidos. Este último ha ido menguando con el tiempo, y ahora las relaciones entre Washington y Riad son especialmente frías.

Lackner señala que la menor implicación de esos dos países —EAU retiró sus tropas en 2019, pero mantiene fuertes lazos con milicias antihuthis— puede provocar un cambio en varios elementos del conflicto, incluso en la propia zona controlada por los huthis, que no es un monolito, y en la que el paso atrás de los actores exteriores puede modificar posiciones en los mil fragmentos que componen la sociedad yemení.

Siria

Aunque los enfrentamientos armados en Siria son mucho más reducidos con respecto al largo apogeo de las hostilidades hace unos años, el país se halla muy lejos de la pacificación. Una serie de bombardeos ocurridos en las últimas semanas lo ejemplifica bien.

Las fuerzas armadas turcas atacaron en noviembre diferentes objetivos kurdos en el norte del país y en Irak como respuesta a un atentado perpetrado en Estambul, del que culpan a grupos armados kurdos. Estos niegan su participación. Los bombardeos fueron “solo el principio”, advirtió días más tarde el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien anunció que irán acompañados “en el momento conveniente” de una operación terrestre. El objetivo: completar una franja de seguridad de 30 kilómetros de ancho en la parte controlada por las Fuerzas Democráticas de Siria, una alianza opositora que vertebra la milicia kurda Unidades de Protección Popular, aliada de Estados Unidos y clave en la derrota del Estado Islámico. Desde la ciudad de Qamishli, situada en ese territorio, la kurda Eylul, de 28 años, señala que los bombardeos no cesan, pero se han reducido en los últimos días. “Sí, tenemos miedo de otra operación turca. Llevamos 11 años en estado de guerra e inestabilidad”, apunta por correo electrónico.

Además, las fuerzas israelíes atacan con regularidad en el país vecino objetivos vinculados a la presencia iraní en el territorio. Teherán es uno de los grandes respaldos del presidente Bachar el Asad. El liderazgo israelí suele hablar con ambigüedad (sin confirmar ni desmentir) de estos ataques, pero su jefe del Estado mayor, Aviv Kojavi, se salió de la norma el pasado miércoles al confirmar uno contra un cargamento de armas en la frontera con Irak, aparentemente para recordar al enemigo sus “avanzadas capacidades” militares. Kojavi subrayó que Israel sabía que las armas iban justo en el octavo camión de 25 y que sus cazas evitaron 70 proyectiles lanzados por las defensas antiaéreas.

A su vez, el régimen sirio y su aliado ruso golpean con regularidad la zona de Idlib, en manos rebeldes, donde malviven unos cuatro millones de personas que solo pueden sobrevivir con ayuda internacional, según datos de la ONU. Estados Unidos también lleva a cabo ataques puntuales contra objetivos yihadistas o grupos combatientes vinculados a Irán.

La dimensión internacional del conflicto sigue pues completamente vigente, como lo está el sufrimiento de millones de ciudadanos. La ONU calcula que unos 15 millones de personas necesitan ayuda humanitaria, más de la mitad de la población. Unos 12 millones tienen dificultades para acceder a alimentos. En las últimas semanas, la gran escasez y carestía de los combustibles ―provocada entre otras cosas por la retirada de subsidios por parte de un Estado prácticamente en quiebra― aboca a muchos sirios a pasar frío y tener graves dificultades de movilidad.

Congo

El terrible conflicto que azota el este de Congo desde hace décadas con amplias implicaciones internacionales ha dado inquietantes señales de rebrote este año. En un episodio reciente, la ONU considera que la guerrilla del M23 ha ejecutado a al menos 130 civiles. La milicia tutsi, según expertos de la ONU y el Gobierno de Congo, recibe apoyo de Ruanda, que niega su implicación. Las hostilidades han rebrotado con intensidad en marzo y a lo largo del año el M23 ha conquistado varias localidades cerca de las fronteras con, precisamente, Ruanda, y con Uganda. La violencia ha causado cientos de miles de desplazados.

Pacifique Afuka vive en Goma, una ciudad que vuelve a sentir el aliento de la guerra. “Las tropas del M23 no están lejos. Los relatos de los desplazados que han llegado huyendo de los asesinatos y las violaciones son terribles y a ello se suma el recuerdo fresco de la invasión de la ciudad por los rebeldes en 2012. Hay una auténtica psicosis, incluso pánico, pensamos que en cualquier momento los enfrentamientos se van a reanudar y nos van a alcanzar”, asegura este licenciado en Comunicación Digital que trabaja promoviendo el empleo juvenil para una ONG local. “Organizaciones internacionales ya se han trasladado cerca de la frontera con Ruanda por si hay que salir corriendo”, añade.

Afuka, de 36 años, se lamenta de lo que llama “la doble vara de medir” de la comunidad internacional. “La República Democrática del Congo (RDC) es un país agredido por otro, Ruanda, tal y como han reconocido Estados Unidos y la propia Unión Europea. Sin embargo, Occidente sigue apoyando a Ruanda y nosotros estamos bajo embargo. Cualquier comparación con Ucrania es odiosa. Normal que haya protestas contra la ONU, nadie se fía. En esas manifestaciones han aparecido banderas rusas y carteles con el rostro de [Vladímir] Putin, ese es el resultado de la frustración cada vez menos oculta que sentimos con Occidente. China y Rusia emergen como alternativas”, comenta.

Su trabajo también consiste en excavar pozos y fomentar la agricultura urbana para que Goma dependa menos del exterior, pero en un contexto bélico como el actual todo se hace cuesta arriba. “La fruta y la verdura proceden de Rutshuru, nuestro granero, pero esa zona está ahora ocupada por los rebeldes. Igual pasa con el carbón, la principal fuente de energía de la mayor parte de la población. Un saco de carbón cuesta ahora 50 dólares, que puede ser el salario de una familia humilde. Todos los precios se han multiplicado por cuatro o por cinco. La vida se ha vuelto imposible”, explica, “existe una enorme incertidumbre”.

Sahel

La región del Sahel sigue sumida en una preocupante inestabilidad. El principal desarrollo del año es la retirada de las fuerzas francesas desplegadas en Malí hace una década, cuando la insurgencia tuareg y una ofensiva islamista desataron todas las alarmas. Otras fuerzas europeas se hallan en fase de repliegue y reorganización. Los grupos islamistas radicales siguen operativos y el conflicto tiene envergadura regional. Además de Malí, Burkina Faso y Níger son los países más afectados de una crisis que ha provocado hasta ahora unos 50.000 muertos y más de 3,5 millones de refugiados y desplazados. La amenaza islamista se ha extendido, preocupando de forma creciente a países costeros.

Cuando los yihadistas ocuparon la ciudad de Tombuctú en 2012, Fatouma Harber, profesora de Secundaria de 44 años, tuvo que huir a toda prisa e instalarse en Bamako. Pese a su regreso un año más tarde, tras la intervención militar francesa, nada volvería a ser igual. “Antes me levantaba, iba a mi trabajo y volvía con total despreocupación. Ahora tengo que estar pendiente todo el tiempo de mi seguridad personal porque hay atentados dentro de la propia ciudad, contra los cuarteles de la Minusma [misión de la ONU] y del Ejército, pero también contra individuos concretos”, revela.

Todos los funcionarios públicos, pero especialmente el sector educativo, son un objetivo para los grupos terroristas. “Cuando viajo, lo hago camuflada como ama de casa y madre de familia. Si descubren que soy un agente del Estado, me arriesgo a ser secuestrada”, comenta. En el caso de Harber el temor está aún más fundado pues ella se ha significado en la defensa de los derechos de las mujeres a través de un blog en el que publica regularmente. La alternativa para poder salir y entrar a Tombuctú es el avión, pero la Minusma ha recortado estos trayectos internos, lo que prácticamente confina a Fatouma Harber y otros activistas en su propia ciudad.

“Los profesores y maestros hemos sufrido muchísimo con esta guerra”, añade Harber. Según el Consejo Noruego de los Refugiados, a finales de 2021 el conflicto del Sahel había provocado el cierre de unas 5.500 escuelas en Malí, Níger y Burkina Faso, tanto por ataques directos de los yihadistas como por la inseguridad, que provoca que los maestros huyan de las zonas donde no hay policía o militares. Muchos de sus amigos han muerto en estos atentados que se producen por sorpresa. Todavía recuerda un incidente que ocurrió en 2019 cuando un chófer al que conocía bien se negó a detenerse en un control improvisado por un grupo armado. “Tenían un arma automática y dispararon contra el vehículo. Fue a menos de 30 kilómetros de Tombuctú. Murió en el acto”, asegura.


















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