viernes, 3 de marzo de 2023

Anna Navarro Schlegel

Orgullosamente nacida en Olot, alemana por amor y norteamericana por asentamiento. Anna Navarro Schlegel (Descals antes de adoptar el apellido de su marido para infiltrarse en la cultura de los Estados Unidos) ha estado por todas partes y es un poco de todo, desde filóloga de formación hasta ingeniera de carrera. Ahora es vicepresidenta de producto, mercados internacionales y globalización de Procore, una plataforma para el mundo de la construcción a la que ha aterrizado desde el gigante NetApp motivada por el reto de digitalizar el sector más tradicional de todos. Su aventura por la gran empresa empieza por Cisco en los 90, aunque la semilla de la ingeniería la habían puesto las máquinas de la planta de Nestlé donde trabajaba su padre. Después Xerox, VeriSign, VMware y NetApp la han hecho la directiva que es hoy. Esto, dice, y la cultura catalana, que revisita invitada por Eurecat y el AI & Big Data Congress, celebrado en Barcelona la semana pasada.

¿Es en este currículum donde se apoya la revista Analytics Insight para denominarla la mujer más influyente en el mundo de la tecnología?

— Esto es de finales del año pasado. Como estaba en NetApp (número uno en tecnología de la nube) y no había muchas mujeres, me tocó.

No parece que le haga mucho ilusión.

— Es el primero premio que se conoció en Catalunya, me sorprendió mucho que trascendiera.

Siempre gusta una historia de una catalana triunfando por el mundo.

— Ya, pero... solo te digo que en mi casa casi ni saben lo que hago. Sabían que ganaba mucho dinero, que viajaba mucho, que tenía equipos muy grandes... pero cuando vieron esta revista dijeron: “Nena, qué es esto”. Es que no lo explico mucho.

¿Cómo ha vivido ser mujer en un mundo como el de la tecnología? ¿O en Estados Unidos es más habitual?

— Ahí está igual de mal. Bueno, depende de qué empresa: en Apple hay más chicas que entienden los teléfonos, pero si vas a NetApp la cosa se complica. Datos, nube, centros de datos... ¿A qué niña le gusta esto? Y no puedes estar arriba de una tecnológica si no entiendes cómo va el mundo de la virtualización, de la inteligencia artificial, de los datos, de la nube... Yo todo esto lo he tenido que ir estudiando.

Precisamente se dice que uno de los factores que explican que las mujeres no lleguen a estas posiciones es la falta de referentes femeninos.

— Veo a muchas chicas muy preocupadas de salir, de la familia, de la moda, las revistas, las películas, de viajar, de pasarlo bien... Está muy y muy bien, pero no veo a muchas mujeres que trabajen todo el fin de semana o hasta las diez de la noche.

¿Y hombres sí?

— Solo el 2% de las mujeres estamos tan locas para hacerlo. Tienes que estar obsesionado por la innovación.

¿Y no hay cada vez más?

— Los números están estancados y con el covid han ido atrás. En Estados Unidos, los niños están yendo ahora a la escuela por primera vez en toda la pandemia: estabas en casa y los niños por ahí.

Pero una cosa es que no puedas por cómo está montado el sistema, y la otra que no haya mujeres motivadas.

— Puedes estar motivado, pero cuando ves las horas, los problemas, cómo te presionan, las decisiones... Y que puedes fastidiarla muchísimo: estás llevando empresas que mueven miles de millones de dólares. Esta responsabilidad no la quiere todo el mundo. Para ser directora tienes que funcionar ya como directora. Es muy difícil dar el salto de gestor a director, casi imposible saltar a director sénior y todavía más pasar a vicepresidente. Cada vez son más horas, las respuestas son más difíciles...

Y más presión, imagino.

— Muchas presidentas o vicepresidentas de mi entorno han sufrido ataques de corazón, ictus... esto es muy real.

¿Y a los hombres no les pasa?

— Les pasa igual pero ellos son más, encuentran más amigos, van más a jugar a golf... Mis amigos van de cacería. Yo nunca en la vida iría y es en estos viajes cuando toman las decisiones. Siempre se lo decimos: “En el baño, por favor, no habléis de trabajo”.

Tienes que trabajar el doble, pues.

— Son negocios, y negocios muy fuertes, no hablamos de una parada de helados. Hablamos de empresas que están en 150 países, con muchos trabajadores, que además cotizan en bolsa y en las que las acciones tienen que ir hacia arriba.

¿Vale la pena?

— Si yo lo he hecho se puede hacer, pero requiere mucho sacrificio y tienes que estar muy bien en casa. Vale la pena porque he ayudado a muchísima gente, he construido cinco pueblos en África...

¿Qué lecciones ha aprendido?

— Que tengo que hacer yoga, que tengo que dormir y que tienes que tener una pareja muy buena. Yo tengo cuatro hijos (uno autista y dos adoptados), pero he tenido muchísima ayuda. Las súper mujeres no existen: hace veinte años que tengo una señora en casa que lo hace todo. Los valores de la sociedad catalana también me han ayudado muchísimo, de ser más de preocuparme por la gente. Como líder tienes que dar paz al equipo: yo puedo trabajar tanto como me dé la gana, pero ellos que se vayan a las 17.00 horas, que no se lleven el ordenador de vacaciones y que, si están enfermos, estén enfermos.

¿Qué les aconsejaría en una masterclass a futuros empresarios?

— Cuando hablo en Estados Unidos les digo que pagué 500 pesetas (3 euros) anuales para estudiar en la Universitat de Barcelona, que estudié el posgrado en un país comunista, Alemania del Este, y que me han votado tres años seguidos la mujer más influyente en el mundo de la tecnología. Se quedan alucinados de que no haya ido a Yale o a Harvard, pero es que esto va de estudiar, de ser buena persona y de trabajar en equipo.

¿Qué nos separa de Silicon Valley?

— Ahí hay mucha obsesión y locura por la innovación, es un no parar, mucha gente trabaja los fines de semana, en los anocheceres... No hay el equilibrio de vida que hay aquí. En Catalunya vivimos mucho mejor que en los Estados Unidos, y la sociedad se ayuda mucho más.



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