jueves, 10 de octubre de 2024

Incendio en la mina de plata Perla de Hiendelaencina en 1864

Revista científica del Ministerio de Fomento, 22 de diciembre de 1864 n.º 90  

Relación de las desgracias ocurridas en la mina Perla, de Hiendelaencina, en el mes de Octubre de 1864.

(Conclusión, )

La primera y más importante circunstancia que el Contreras tenía que apreciar con exactitud, era la corriente del viento en aquellas minas, para no exponerse a que, yendo en contra de ella, pudiese asfixiarse e inutilizar su pensamiento de cortar el fuego, con el auxilio de diez obreros de distintas minas, que espontáneamente se ofrecieron a este arriesgado trabajo. 

En efecto, precedidos del Celador de Santa Catalina, José Pelegrini, que ya había bajado tres veces, la una a esta mina con su Capataz el Sr. Ramos, la segunda a Santa Cecilia con Castellanos, y la tercera la Fortuna con el mismo, llegaron al primer piso de la mina Santa Catalina, que está a 150 varas de profundidad y corresponde al quinto de la Fortuna; y viendo allí que la Perla ventilaba por aquel punto, mandó se tapase en el acto, confiado de este modo en que llevaría el aire de espaldas y podria llegar al sitio del incendio. 

Con este propósito marchó acompañado de cuatro ó cinco obreros al séptimo piso de la Fortuna, con el objeto de buscar la comunicación de esta mina con la Perla, que está en el sexto piso; y pasando por él, llegó al pozo de donde el Castellanos tuvo que retroceder anteriormente, mas con la disposicion de tapar, como se ha dicho, la comunicación con Santa Catalina, vió con satistacción que ya el aire había tomado el curso que se deseaba, de que saliese por el pozo maestro de la Perla

En cuya virtud, y previendo que podria tener un retroceso la corriente de aire, dispuso ingeniosamente la manera de cortar la corriente por el mismo pozo donde descendía, dejando un pequeño espacio por donde él pudiera pasar, y taparlo después brevemente, caso de tener que huir, y se lanzó con decision hacia el sitio del incendio. 

Pero al introducirse él solo en este pozo, que tiene seis escaleras, se le apagó el candil a la primera, y sin arredrarse por ello, bajó a oscuras hasta la tercera, en donde vió una claridad muy imponente por efecto de las llamas del fuego. 

Llegado así al tercer piso de la Perla, se encontró con las herramientas que a prevención le había mandado el Sr. Meseguer, y sin pérdida de tiempo se puso a apagar el incendio, derribando estémples y otras muchas maderas que servían de fortificación, y encamadas en aquel sitio. 

Tan pronto como sus operarios le oyeron trabajar, sin excitación alguna se bajaron donde él estaba, y todos a porfía se emplearon con mil fatigas y riesgos en cortar el fuego en el tercer piso, el cual se hallaba propagado en unas diez varas de longitud al lado de Levante del pozo de bajada, y otras veinte o más a Poniente. 

Conseguido el apagar las diez primeras varas, se ofrecía la dificultad de pasar el otro lado, teniendo que cruzar el pozo de bajada de donde salían las llamas del fuego interior, y para ello se mandó atar el Contreras con una cuerda, que sostenían el Celador de Santa Catalina José Pelegrini, y el trabajador Ignacio Caballero; y atravesando una sesma, pasó por ella el Capataz Contreras sólo; y ya en aquel sitio pudo asegurar un paso regular por cima del pozo, y cruzaron así todos los trabajadores, entre los que se encontraba Eugenio Ortega (a) El Miliciano. 

Una vez todos allí ya, continuaron apagando el fuego en este piso, lo que consiguieron, al fin, como a las diez de la mañana. 

Mas el Contreras, que se proponía averiguar el estado de los cinco trabajadores que no parecían, y se soponía que estaban en el sexto piso, se vió imposibilitado de hacerlo por el pozo principal de donde le podrían oir si vivían, en razon a que el citado tercer piso, donde acababa de apagar el fuego, se hallaba intransitable por el calor; y en esta situación, todavía concibió el laudable pensamiento de ver si lograba apagar tambien el fuego inferior que habia en el entrepiso.

Informándose al efecto de que en el pozo de bajada hay cerca de la superficie un recipiente con aguas, mandó las soltasen, y con ellas y otras más que el Sr. Ingeniero Bautista Muñoz mandaba echar de los estanques del exterior, logró que llegasen al punto que se deseaba; por cuyo medio, y los escombros que el Contreras echaba, consiguieron contener el fuego del entrepiso a las once de la mañana. 

Y como se había extendido el calor, el humo y los vapores por todo el tercer piso hasta el pozo maestro, les era imposible llegar a él; cosa que aprovecharon para tomar algún descanso después de cuatro horas de crueles fatigas, dando asi tiempo a que se pudiera llegar al citado pozo maestro. 

Con efecto, a las doce lo consiguieron, y como el Ingeniero Sr. Bautista tenía acordadas sus señales con el Contreras para auxiliarle por el pozo maestro, había la probabilidad de salvar a los cinco infelices si aún existían; para lo cual, y viendo que no podia bajarse al sexto piso, dieron voces llamando a los que se buscaba, a las cuales no respondieron, de lo que se adquirió el convencimiento de que no se podía llegar a ellos por entonces. 

En esta situación, y como a las dos de la tarde, resolvió el Contreras salirse con el Capataz de la Perla, el que también le había acompañado desde las diez de la mañana y, todos los demás obreros, verificándolo extenuados de cansancio y faltos de alimento por el pozo de escaleras de la Perla

Enterado el Ingeniero Bautista por el Capataz Contreras del estado en que quedaba la mina, conferenciaron entre sí, y con los dos capataces de la mina Santa Cecilia, antes citado, Castellanos, el de la mina Verdad D. Mariano Gallegos, y el de la titulada Arcángel D. Hilario Jurado, y otras personas que se hallaban allí presentes, y acordaron el disponer una cuba cubierta con una tapa y una válvula arriba que se pudiera abrir por los que en ella se metiesen, para bajar otra vez a la mina hasta el sexto piso, guiados por el afán de ver si podian salvar a los cinco infelices que se juzga estén todavía en él.

Mientras esto se efectuaba en el taller de la mina Perla por los operarios de la mina Catalina, el referido Capataz Contreras tomó algun alimento y decidió volverse s bajar; pero cómo todos estaban animados de los mismos deseos, convinieron en hacerlo él, Jurado, Gallegos, Ramos, Capataz de la Catalina, y por quinta vez su Celador José Pelegrini; el entivador de la Perla Gregorio Plaza, los de Santa Catalina Juan Causo, Andrés Zapatero; los trabajadores Ignacio Caballero y Manuel de la Fuente; los entivadores de Santa Cecilia Sandalio Herrero y Anselmo Andrés; todos ellos habian estado por la mañana con el Contreras, entrando por primera vez solamente el Celador de la mina San Carlos Domingo Estéban. Y quedando en el brocal del pozo el Ingeniero Bautista para estar en relacion constante con ellos por medio de las señales que habían acordado, se bajaron al tercer piso de la Perla por el pozo de escalas.

Una vez ya allí, observaron que el fuego no estaba totalmente extinguido, y se entretuvieron largo rato en apagarlo cuanto les fue posible, dando tiempo con esto a que se despejase algo más la atmósfera en la galería del tercero y en el pozo maestro, en cuya cortadura pensaban meterse en la cuba para descender al sexto piso. 

Puestos ya en este caso, se cercioraron de que regían bien las señales convenidas con el Ingeniero, y después de haber alguna duda entre los Capataces presentes, porque todos querían bajar, se metió el Jurado en dicha cuba acompañado de Domingo Estéban: apenas principiaron a descender, observaron que no habia humo en el pozo, que las luces ardían bien y ellos respiraban sin ninguna molestia; en cuya disposición siguieron muy animados y en comunicación incesante con los otros Capataces que quedaban en el tercer piso. basta que, a unas quince o veinte varas antes de llegar al sexto, se les apagaron instantáneamente las luces y percibieron los primeros sintomas del tufo. 

En el acto dieron aviso arriba, y por más que todas las señales se comunicaron con la mavor exactitud y celeridad, todavía descendieron unas varas, hasta que la máquina empezó a marchar en sentido ascendente.

De consiguiente llegaron al tercer piso bastante molestados por los efectos del tufo, y con el doloroso convencimiento de que los cinco infelices no existian; en cuya virtud determinaron subirse, siendo las diez y media de la noche; y viendo el Ingeniero que ya no podían continuarse mas los esfuerzos para sacarlos, convinieron en preparar otros medios en aquella noche, a fin de que, purificada algo la atmósfera, se pudieran seguir al día siguiente las exploraciones.

En este día todos los representantes de estas minas dieron aviso a sus respectivas Empresas de lo ocurrido, y por este medio, el presidente de la mina Perla, D. Manuel Roldán, trasmitió por telégrafo la noticia al Ingeniero del Cuerpo D. Mariano Santa Cruz, que se hallaba en Guadalajara, a las cuatro de la tarde del dia 20. 

Desde las ocho de la mañana de este dia que se reunieron otra vez en la bocamiva de la Perla el Ingeniero Bautista con los Capataces, Administradores y otras varias personas, muchas ya mencionadas, se empezó de nuevo a trabajar en ella, mandando al Capataz de la Perla con varios trabajadores para que tapasen completamente el pozo bajada de tercero a cuarto, con el fin, no ya solamente de que los humos y gases que procedían de aquel punto por efecto del fuego se comunicaran al pozo maestro, si no también para que, cortadas asi las corrientes, no hubiese temor de que se reprodujera nuevamente el fuego: esta operación, que evidentemente daba por extinguido el fuego desde el momento que se dispusiera, no la juzgaron conveniente, con mucho acierto, hasta este instante, en que ya no quedaba esperanza de que estuvieran vivos los cinco obreros que faltaban; pues no hay duda que, cortada esta comunicación con el sexto piso, era seguro que los gases más pesados que el aire atmosférico, tenían que concentrarse en las labores inferiores. 

Por eso ya solamente se pensaba en purificar la atmósfera del pozo maestro, y si era posible, la del sexto piso con algunas lechadas de cal viva que arrojaron por él hasta las diez de la mañana, hora en que el Capataz de Santa Cecilia, que se habia pasado desde su mina por La Fortuna hasta el punto en que estaba el Capataz de la Perla; y los operarios de esta mina y los de Santa Catalina, tapando el pozo de bajada antes mencionado, dio aviso al Ingeniero de que podían bajar cuando gustasen, porque estaban hechas las operaciones que había mandado; mas como vieron que arriba no tenían todavia dispuesto todo lo conveniente para bajar en el acto, dispuso subirse el Capataz de la Perla y todos los obreros que le acompañaban como a las doce del día. 

A la una de la tarde bajaron los Capataces Contreras, Jurado, Castellanos y Marcelo Oliva, que lo es de la Fortuna, seguidos del Celador de Santa Catalina José Pelegrini, el entivador de la Perla Gregorio Plaza y vários trabajadores, entre ellos Alberto Arias, Salvador Rodrigo, F. Castro, Ignacio Caballero y Martín Hernández; y llegados al tercer piso por el pozo de escaleras, se aproximaron a la cortadura del pozo maestro, sin notar ninguna novedad particular. 

Por lo que, y con el aviso del Ingeniero, que a prevención, y para asegurarse del estado en que se encontraba la atmósfera del pozo hasta el nivel del sexto, había hecho descender un candil colgado al ason de la cuba, reteniéndolo dos minutos en el sexto y extrayéndole después perfectamente y sin haber dado señales alarmantes, continuaron su descenso, metiéndose en la cuba que estaba a prevención en el tercer piso el citado Capataz Jurado, con Alberto Árias, que era compañero de uno de los que se suponían cadáveres, los cuales tenian por contrata las excavaciones de dos pocillos de investigación que hay en el sexto piso a la parte de Levante del pozo maestro. 

Nada se había omitido para que las señales o avisos que estos diesen se cumplieran como era menester al descender a un sitio de tanto peligro; el Jurado previno al citado trabajador que le acompañaba que fuese con entera confianza y serenidad, temiendo que por la idea misma de sus afecciones con los que estaban abajo, se pudiese impresionar demasiado, y en esta disposición bajaron con buen ánimo y sin notar el menor entorpecimiento hasta el sexto piso. 

Llegados a su cortadura, tuvieron la contrariedad de que la cuba se enganchase en el estemple que sirve de cargadero; y aunque de repente se desprendió de alli por el peso mismo del cintero que bajaba sin cesar, ellos no tuvieron ningún sobresalto y dieron aviso de que parasen la máquina, pudiendo asi desembarcar en el crucero del referido sexto piso. 

Al ver que no tenían novedad y que las luces nada indicaban de perjudicial, creyó Jurado conveniente que bajasen otros tres de los que quedaban en el tercer piso, pues suponia que podrian encontrar los cadáveres que buscaban, y entónces no bastaban ellos dos para subirlos. 

Mientras esto se verificaba, Jurado y el Alberto se dirigieron adonde suponían que estaban los cadáveres, y aunque con mucha cautela llegaron hasta el mismo torno de uno de los dos pocillos, en cuyo punto vieron colgadas algunas prendas de aquellos desgraciados, empezando a llamarlos por sus nombres el repetido Jurado, sin oir respuesta de ellos. 

Estas últimas pruebas, que llevaron el convencimiento de que habían fallecido los compañeros del Alberto, le ocasionaron sin duda a este una congoja tan marcada, que el Jurado intentó desvanecer con palabras de consuelo y energía, apartándole hacia la cortadura del pozo. 

Era su objeto a la vez, el de recibir a los tres que ya sentia bajar, desde el momento que llegó a la cortadura, a fin de proporcionarles mejor desembarcadero que el que ellos habían tenido, y el de indicarles lo que ya habían visto. 

Llegaron en efecto en la cuba el Capataz de Santa Cecilia D. Jacinto Ruiz Castellanos y los trabajadores Joaquin Castro y Salvador Rodrigo, los cuales fueron recibidos y desembarcados sin contratiempo en la cortadura por Jurado, pues el Alberto se había sentado, acaso por la afliccion y alguna perturbación que él no explicó, pero que es probable le ocasionase el tufo. 

Reunidos allí los cinco, marcharon hasta la galería del sexto; y encontrándose en el principio de ella una carretilla, mandó Jurado que la llevasen consigo hasta el pocillo, de donde pensaban sacar algunos cadáveres para conducirlos así mejor al pozo maestro; mas a los pocos pasos observaron los Capataces que el citado Alberto estaba malo y andaba con dificultad, de tal modo que a los pocos instantes cayó al suelo, y entonces ya el Jurado hizo a todos retroceder a la cortadura, llevándose entre dos al Alberto, que parecía cadáver. 

Como la cuba estaba preparada en aquel sitio, dio la voz Castellanos para avisar que subiesen, disponiendo que se entrara en la cuba con él el trabajador Rodrigo, y que presentaba ya sintomas de estar tambien afectado por el tufo; metidos en ella, empezó a subir la cuba por un nuevo aviso de Castellanos, y cuando ya iba una seis varas por cima de la cortadura, observa que el trabajador Castro se encontraba sin habla y sin conocimiento; vuelve la vista a su espalda, adonde se encontraba Jurado, y al verle caído en el suelo, da nueva voz para que baje otra vez la Cuba, lo cual, verificado instantáneamente, facilitó el que Castro se pudiera arrojar a ella, en cuyo angustioso momento Castellanos se hallaba en la perplejidad, sin duda, mayor que puede ocurrir a un hombre; pues de un lado, tenía dentro de la cuba tres hombres axfisiados que podía considerar cadáveres, y a su lado a su compañero Jurado que, queriéndole salvar, aún a riesgo de su propia vida, no sabía como hacerlo. 

Su primer pensamiento fue quedarse allí con él, y así dio la voz para que subieran aquellos hombres en la cuba; y al empezar a subir, la Providencia, sin duda, le sugirió la idea de subirse él también, con el propósito de contar en el tercer piso lo que les había ocurrido, caso de estar muertos o no poder hablar los que iban dentro de la cuba, y volver a bajar en auxilio del Jurado. 

En efecto, solo acudiendo al auxilio de la Providencia se concibe que este joven pudiera de un salto agarrarse al ason y al cintero de la cuba, que ya estaba subiendo, y en esa disposición llegar al tercer piso, donde su amigo y compañero Contreras lo desembarcó con facilidad, sacando también a los que iban dentro. 

La sola enunciación de este hecho, bastaría para dar a conocer la heroicidad de Castellanos; más para que se conciba toda la elevación de sus sentimientos es necesario consignar también que, al ver en el semblante de Contreras la pena que le acometió por la falta de su amigo Jurado le dijo: Ángel, ¿he hecho bien o mal? a lo que le respondió: has hecho bien, Jacinto.

A los tres trabajadores los socorrieron con una bebida antiespasmódica, que llevaban a prevención, con fricciones y airearlos, diciendo sin la menor dilación que bajasen los trabajadores Martín Hernández e Ignacio Caballero que, con una abnegación muy recomendable, se prestaron a ir en auxilio de Jurado, y por evitar que su compañero Contreras lo hiciese como quería, en unos momentos en que era de necesidad su presencia en aquel punto, por que tenía en su mano la cuerda de las señales con la superficie. 

En este instante de indescriptible ansiedad, decidió la salvación de Jurado primero el empeño de Contreras por querer bajar, segundo la abnegación de Andrés Zapatero, que, conociendo la falta que aquel hacía donde estaba, se ofreció a bajar por él, y tercero que con esta honradísima lucha, los demás trabajadores que allí estaban, ya nadie vaciló en bajar, cuya oportunidad la aprovechó Contreras, disponiendo que lo hiciesen los dos ya mencionados, como de más fuerza y agilidad. 

Bajando en el acto al sexto piso, viendo tendido en él a Jurado y creyéndole cadáver, no cuidaron la manera de colocarlo mejor en la cuba; lo echaron cabeza abajo, en cuya disposicion subió con ellos al tercer piso. 

Al ver Contreras a su amigo Jurado que aún respiraba, le llevó en sus brazos a un sitio de mejor ventilación, y con fricciones y la bebida de que antes se ha hecho mención, logró recobrar el conocimiento, si bien no tenía acción ni fuerzas para moverse. 

Como una prueba más de la grandeza de alma de Jurado, es de saberse que, lo primero que habló al recobrar el conocimiento, fue decir: ¿Ángel, se han salvado todos? y contestado por Contreras que sí, que él era el peor, dijo: ¡gracias a Dios! ¡sea lo que Dios quiera!.. 

Estos sucesos produjeron una suspensión entre las comunicaciones del interior y exterior, por lo que el Ingeniero, lleno de incertidumbre y ansiedad, mandó bajar al Capataz de la Perla, previniéndole se pusiera a las órdenes de Contreras y le dieran parte de todo lo que ocurriese. 

Mas uno de los tres trabajadores que bajaron con Jurado, hallándose en disposición de poder subir por si a la superficie, lo verificó sin dilación, y antes de que Jurado fuese subido al tercer piso de modo, que al preguntarle el Ingeniero Bautista y el Capataz de la mina Verdad D. Mariano Gallegos lo que ocurría, creyeron con bastante dolor que Jurado quedaba muerto, segun les dijo el referido trabajador Salvador Rodrigo. 

En tal situación, el Capataz Gallegos propuso al Ingeniero Sr. Bautista que le dejase bajar al tercer piso, y verificándolo en el acto, vió la buena situación de Jurado y demás que habían salido tan milagrosamente del sexto piso, por lo que acordaron subir en la cuba a Jurado, que todavía no tenía movimiento o fuerzas para sostenerse, y por lo tanto Gallegos se entró con él y subieron a la superficie, sin otra novedad. 

A pocos momentos, y como a las cinco y media de la tarde, salieron los Capataces Contreras, Castellanos y demás que los acompañaban, y llenos de fatiga y congoja, no pudieron hacer más que conducir a Jurado entre dos amigos suyos que lo eran D. Prudencio Casado, Administrador de Correos, y D. Eusebio Yusta, comerciante.

Instalado en una cama de la casa de la Perla, que al efecto tenían preparada, se encargaron de su asistencia los facultativos de este pueblo don Manuel Catalina y D. Pedro de las Heras, que ni un instante dejaba alguno de ellos de estar dispuesto a socorrer las desgracias que pudieran acontecer; asi fue que a sus continuas prescripciones secundadas por el Sangrador del pueblo Juan Antonio Jimenez y de D. Agapito Joaquin Lopez, de antigua y reconocida práctica en esta facultad, y Comisario de vigilancia pública de esta villa, se debió el que antes de veinticuatro horas el Jurado se pudiera trasladar por su pie a su casa. 

El dia 20 de este mes concluyó con esta situación, después de once horas incesantes de trabajos, y con la convicción de que ya no valdría esfuerzo alguno humano para salvar a los cinco que con tanto riesgo como se ha referido habían tratado de salvar.

Sin entrar en comentarios de estos hechos que tanto enaltece a Jurado, importa sin embargo consignar tambien que, al entrarle en la habitación de la Perla, llegó un hijo suyo de trece años de edad, y arrojándose a su cuello con los gritos más desgarradores, llamando a su padre, este volvió la cabeza hacia él, y le dijo: Hijo no llores, que ya estoy bien. 

Escena que, como fácilmente se comprende, produjo una terneza general que a muchos les arrancó lágrimas. 

En el dia 21 el Ingeniero Bautista, que venía haciendo con merecidos títulos de Director y Jefe de todos, tenía la confianza que llegaría el infortunado Ingeniero del cuerpo D. Mariano Santa Cruz, como así se efectuó, entre once y doce de la mañana, y avistándose al poco rato en su propia habitación, en presencia del Administrador de la Verdad D. Ceferino de la Campa, se enteró por completo el Sr. Santa Cruz de cuanto se había ejecutado, mereciendo todo su aprobación y dando muy expresivas gracias a su condiscípulo el Sr. Bautista para él y por la representación que tenía de cuantos habían coadyuvado con él. 

Como término de esta entrevista, el Sr Bautista resignó en él toda la autoridad que había venido ejerciendo, y que de derecho le correspondía ya al Sr. Santa Cruz por su doble carácter de Ingeniero de la provincia y consultor de la Empresa minera Perla, ofreciéndose Bautista a sus órdenes para cuanto le creyese necesario, y poniendo también a su disposicion a todos los empleados y trabajadores que de él dependían, en la seguridad de que nadie se resistiría a secundar sus órdenes, como hasta entonces había sucedido con él. 

El Sr. Santa Cruz se despidió por fin del Sr. Bautista, muy agradecido por todo, y diciéndole que áun cuando tenía su salud muy quebrada, como así era la verdad, traía el pensamiento de bajar a la mina inmediatamente; pero que desistía por aquel día, en atención a las prudentes razones que le había dado para disuadirle. 

Mas no obstante de este prudente acuerdo, llevado sin duda de su natural deseo de conocer por si el estado de la mina, se fue a ella como a las tres y media de la tarde, y sin detención penetró hasta el tercer piso, acompañado del Capataz Bernardo Unda y algunos operarios, en donde todavía encontró la atmósfera bastante viciada, principalmente por la parte de Poniente, no pudiendo de ningún modo descender por bajo de dicho tercer piso. 

Por eso dispuso con mucha oportunidad que se abriese el pozo que se había obstruido por completo para extinguir el fuego del tercero a cuarto piso, en razón a que, suponiéndole ya completamente apagado, lo que importaba era que entrase de nuevo por allí el aire exterior para purificar los pisos inferiores. 

El dia 22, desde por la mañana, se pusieron a efectuar este trabajo el Capataz de la mina Santa Catalina, con dos entivadores suyos en unión del Capataz de la Perla y sus dos entivadores; pero estos no pudieron permanerer en el anchurón del pozo maestro del tercer piso, el tiempo indispensable para practicar las faenas necesarias por encontrarse la atmósfera sumamente cargada, pasándose todo el día en estos trabajos y en indagar la situación de los pisos inferiores con varias pruebas, hasta que, como a las seis de la tarde, decidió otra vez el Ingeniero Sr. Santa Cruz el bajar con dos amainadores, para cercionarse por si mismo de los brabajos que había mandado ejecutar. 

En medio de la bajada se encontró al Capataz de Santa Catalina, que subía con sus dos entivadores a descansar, previniéndole é instándole éste que no bajase porque estaba aquella atmósfera sumamente pesada. 

Pero él con su acostumbrada y notoria actividad, ningún miedo, desoyó este consejo, descendió hasta donde estaban los demás trabajadores, que era en el portillo de tercero a cuarto piso que acababan de destruir como había  dispuesto: pasaron juntos a la cortadura del pozo maestro, y al ver el humo y el tufo que todavía se percibía, resolvió salirse con todos como a las 9 de la noche.

El dia 23 se ocuparon los entivadores en intentar colocar un torno en el pocillo, desatorado ya antes, de tercero a cuarto piso; mas no lo pudieron conseguir, porque restablecida ya la ventilación por aquel punto, salia mucho vapor y tufo que impidió trabajar.

El dia 24 se volvió a la misma maniobra de intentar colocar el torno, poniéndose de acuerdo con el Administrador interino de Santa Catalina, Sr. Meseguer, a fin de que ordenase a los entivadores de su mina ayudasen en este trabajo a los operarios de la Perla, lo que se efectuó quedando colocado dicho torno como a las tres y media de la tarde, pasando después de terminada esta operación a reconocer el referido pozo con el fin de probar si podrían bajar al cuarto; pero notaron que estaban quemadas las maderas que había fortificándolo, de cuyas resultas estaba obstruido el paso por aquel punto: con semejantes noticias, subieron a la superficie como a las cinco de la tarde, y dando conocimiento de todo ello al Sr. Santa Cruz, dispuso el que se intentase la bajada por en medio de unas rellenas que hay a la parte de Poniente de dicho pocillo.

El aciago día 25 los entivadores se ocuparon desde por la mañana en habilitar una bajada por entre los escombros del tercero a cuarto piso, entre el pozo de bajada y el pozo maestro, lo cual hecho, les hizo ver que no podían comunicarse al quinto por el pozo de comunicación que hay a la parte de Levante, porque estaba obstruida la galería del cuarto a consecuencia de los restos del fuego, por lo que dispuso el Ingeniero que habilitasen el que hay a la parte de Poniente, pues aunque estaba obstruido por un tablado y como con dos varas de escombros, se lograba así con facilidad llegar al quinto piso, mas con órden muy terminante de que nadie bajase hasta aquel nivel, miéntras no lo dispusiera. 

Como a las diez y media de la mañana dieron aviso los entivadores de estar corriente la bajada, y visto así por el mismo Capataz Bernardo Unda, mandó papeleta al Ingeniero de que ya estaba corriente; a lo que contestó también con papeleta el mencionado Ingeniero que ninguno se moviese del cuarto piso para explorar el quinto hasta que él bajase, que lo haría en breve tiempo. 

Con este propósito se ocupó rápidamente en preparar un frasco con éter, otro de bebida anti-espasmódica, y dos grandes tarros de cloruro de cal y unos cuantos papelitos con alcanfor, todo lo cual bajó por la cuba y fue recibido en el cuarto piso por los entivadores. 

Hecho todo esto y presente ya el antedicho Sr. Meseguer; y don Agapito Joaquin López, viéndole preparado para bajar, le hicieron todas las observaciones que su buena amistad y recto juicio les sugirieron, pues sospechaban que bubiesen llegado a su noticia palabras imprudentes de algún interesado de los cadáveres, que ponían en duda se hubiesen adoptado las medidas más activas y conducentes para sacarlos. 

A todo contestaba el desgraciado D. Mariano con aparente calma y serena razón, cerrando la conversacion en este particular con decir que, aunque conocía el riesgo, no vacilaba en abordarle, porque así era su deber, pero que no sería imprudente ni temerario. 

Con esto dijo al Sr. Meseguer que le parecía conveniente que le acompañasen tres de sus trabajadores que antes habían estado en la mina Perla, pero sabiendo que se hallaban ocupados en Santa Catalina, no obstante que el Sr. Meseguer le hizo presente que les avisaría y subirían al momento, varió de idea, tanto por excusarles este nuevo trabajo, como por no esperar, sin duda, el tiempo que necesitaba para subir 400 varas de Santa Catalina; por lo tanto mandó al guarda de la Perla Juan Mingueza que le proporcionase tres hombres de confianza que le acompañaran enseguida. 

Y como para los peligros y actos de abnegación que tanto se han repetido aquí todos se encontrasen dispuestos, el referido Juan avisó a los trabajadores Bartolomé Arias (a) Cachirulo, natural de Villacha, provincia de Lugo, soltero, de veintiseis años de edad; José Barrera, de Trabada (Lugo), soltero, de treinta y dos años de edad; José Sánchez, soltero, de diez y nueve años, de San Salvador de Cortés, en dicha provincia; y reunidos con el señor Santa Cruz, de dos y media a tres de la tacde, emprendieron la bajada por el pozo de escalas, dejando muy encargado a los señores Meseguer y López el que cuidasen de la boca del pozo, por si algún aviso tenían que dar. 

Hasta el tercer piso iba delante de los tres trabajadores, y reunidos allí con el Capataz de la Perla Unda, dispusieron bajar al cuarto piso por el misno pozo que llevaban, pero que hasta el entrepiso tenían que hacerlo colgados: todos descendieron sin novedad al cuarto piso, donde se reunieron ya en número de catorce, que eran: D. Mariano Santa Cruz, el Capataz D. Bernardo Unda, soltero, de cuarenta y cinco años de edad, de la provincia de Alava; el entivador Gregorio Plaza, de veintisiete años de edad, casado, y con una hija; el Ayudante Miguel Campuzano, de cuarenta y cinco años de edad, casado, de la provincia de Santander; Justo Morán, natural de Ordereiras, provincia de Oviedo, de treinta y dos años, casado, y con una niña de tierna edad; Joaquin Alguacil, natural de Corduende (Guadalajara), de cincuenta y ocho años, viudo, sin familia; Antonio Rodríguez, (a) el Abuelo, natural de Rusto (Oviedo), de sesenta años, viudo, con una hija casada; Venancio Gismera, de Cañamares (Guadalajara), soltero, de veintitres años; Demetrio Elvira, (a) Pechuga, Félix Galgo, José Castro, y los tres antes mencionados Cachirulo, José Sánchez y Barrera. 

También se encontraban en el tercer piso los trabajadores Esteban Galán y Fernando Uceda, encargados de trasmitir a la superficie los avisos con el llamador, y del tornito del tercero al entrepiso inferior.

En esta disposición, el repetido Sr. Santa Cruz dirigió la palabra a todos, preguntándoles si se encontraban animosos y les repartió alcanfor, un cigarro puro a cada uno, y además un frasquito de la bebida anti-espasmódica a Antonio Rodríguez (a) el Abuelo, y a Joaquin Alguacil, el cual se lo devolvió, diciéndole que no tenía olfato. 

En este momento, y al echar a andar, hizo presente el entivador Plaza que sus candiles tenían ya poco aceite, y el Ingeniero replicó que iba a mandar que lo bajasen al instante al cuarto piso, donde lo recibirían los tres torneros que quedarían allí, y ellos lo mandarían hasta el sexto, con más una botella de aguardiente y unos sacos de lona para envolver los cadáveres que iban a intentar sacar. 

Mientras que el Ingeniero con diez más se dirigía al torno de Poniente, por donde habían de bajar parte de él colgados, los trabajadores Demetrio Elvira, José Castro y Félix Galgo, se colocaron en dicho torno para ir bajando a los que se colgasen en él cuando se lo mandaran. 

Se enganchó el primero para bajar, Antonio Morán, y después fueron bajando por el órden siguiente: el entivador Plaza, Joaquin Alguacil, Antonio Rodriguez (a) el Abuelo, Miguel Campuzano, Venancio Gismera, José Barrera, José Sanchez, el Capataz Unda, D. Mariano Santa Cruz, y el último Bartolomé Arias, (a) Cachirulo. 

Mientras esto se verificaba, el entivador Plaza con Miguel Campuzano avanzaron unas treinta varas a Poniente para llevar una escalera que había en la galeria del quinto y juzgaban que no estaría de más colocarla en el torno por donde habían bajado, hasta el tablado donde se habían enganchado: a la vez Antonio Rodriguez, (a) el Abuelo y Antonio Morán, siguieron a estos diciendo que iban a ver si encontraban algun cadáver, y llegaron hasta unos bancos de donde ya no podían pasar por el agua y el escombro; de modo que retrocedieron casi a un mismo tiempo que Plaza y su compañero al torno de bajada. 

En este momento, y reunidos ya todos al pié del tornito, sabedor D. Mariano que a la parte de Poniente no había ningún cadáver, intentó explorar la de Levante, mandando expresamente que no hubiese confusión, y que se marchara como seis pasos de distancia uno de otro, pues su objeto era ir al pozo de bajada que hay de quinto a sexto, que tiene escaleras, y está distante de aquel por donde habían bajado unas cien varas. 

Emprendida en este órden la marcha hacia Levante, nadie sin duda se apercibió del estado mortífero de aquella atmósfera, por más que alguna luz se hubiese apagado, y llegaron todos sin indicar la menor sospecha al pozo de bajada para el sexto piso. 

¡Ojalá que la Providencia hubiera iluminado a alguno de aquellos desgraciados para aconsejar con decisión que debían volverse! 

Pero muy al contrario de ello, Antonio Rodriguez (a) el Abuelo, Miguel Campuzano y Joaquin Alguacil, en la crencia de que el sexto piso estaría mejor ventilado. empezaron a bajar por este pozo de escalas, y cuando tenía ya tomada la escalera para bajar también Venancio Gismera el entivador Plaza dijo al Ingeniero que estaba allí mismo que se sentía muy malo, y acto seguido cayó al suelo. 

En vista de ello, el Ingeniero mandó que entre dos hombres le llevaran al pozo por donde habían bajado, lo cual ejecutó en el acto Cachirulo solo. 

En este momento Antonio Morán,  que estaba bajando la primera escalera, se poso muy malo, y notándolo Gismera, que estaba ya en la segunda, se subió y empujando al Morán hacia arriba, facilitó el que el Capataz Unda y José Sánchez lo sacase a la galería del quinto, donde quedó tendido. 

En este mismo tiempo Don Mariano y el Capataz dieron voces a los tres que iban abajo para que inmediatamente se subiesen.

A estas voces contestó uno, que se cree fuese Barrera, diciendo que no había cuidado; pero insistiendo en que subiese, se oyó otra voz de uno de los de abajo que decía, que había caído otro de los que iban bajando, que se cree sea Antonio Rodríguez (a) el Abuelo. 

Con esto Don Mariano esforzaba sus voces para que se subieran, y en efecto salieron el Barrera y Campuzano que se quejaba de hallarse en mal estado; pero siguieron andando hacia el pozo de subida, así como lo hizo con ellos el Capataz Unda; de modo que quedaban ya solamente al pié del pozo fatal e pie el desgraciado D. Mariano y el trabajador José Sánchez. 

Mas como D. Mariano vio tendido a sus pies a Morán, dijo al Sanchez, dándole un pomito: aplícate esto a las narices; y mientras este lo efectuaba así, el pobre D. Mariano, ya trastornado sin duda, empezó a andar; lo cual, notado por el Sánchez, le dijo: no vaya V. por ahí, que se va V. a caer en ese pocillo; a lo que replicó D. Mariano: no tengas cuidado, que estoy en mi juicio; pero retrocedió un poco y tomó ya por la buena dirección para ir al pozo de subida. 

Al observarlo Sanchez, que ya había acabado de dar a Morán la medicina que le había mandado el Ingeniero, viéndose solo echó a andar también hacia la subida, y como a los treinta pasos se encontró tendido en el suelo a D. Mariano, y pasando más adelante, como a unas quince o veinte varas, se encontró en el mismo estado a Gismera; un poco más adelante, halló también tendido a Campuzano, y finalmente, al pie del pozo de subida, encontró al Capataz Unda todavía de pie, pero quejándose y diciendo que no sabía lo que le iba a dar. 

A estas palabras respondió Cachirulo: ánimo, que no todos nos quedaremos aquí; y lo decía el desgraciado cuando estaba socorriendo, al entivador Plaza que fue el primero que lo llevó allí para salvarle, y veía también al Capataz en esa agonía; entonces el Sánchez dió la voz de que bajase el cintero, y cuando esperaban en él su salvación, observa que se queda enganchado en el tablado que había a pocas varas antes de llegar al quinto; más dando Sánchez la voz de ello a los que estaban arriba, bajó uno a oscuras y lo echo abajo, y dijo el Sánchez al Cachirulo: yo estoy muy malo, y me voy a subir arriba, a lo que contestó Cachirulo: Si, súbete, y si te queda ánimo, llega arriba para que vengan a socorrernos

Subido al cuarto piso por los torneros, se dirigió inmediatamente a tomar la subida para el tercero, más al pasar por la cortadura del pozo maestro, aunque a oscuras y atolondrado, dió voces a los torneros que había en el tercero para que bajasen a la superficie a auxiliarles; y marchando él a tientas retrocedió otra vez hasta la galeria del cuarto, en donde se encontró al entivador Plaza que iba cos luz, aunque solo. 

Éste Plaza, es, como se recordará, el primero que cayó, a quien recogió el Cachirulo, llevó en sus brazos hasta el pié del pozo del quinto a cuarto y tenia tendido sobre sus rodillas cuando subió Sanchez. 

De modo que se infiere, que el héroe Cachirulo todavía tuvo ánimo y abnegacion bastante para engancharle después de Sánchez, y mandó que le subiesen, como en efecto se verificó. 

Mas el Plaza, que felizmente existe, y como acabamos de decir, iba por su pié por el cuarto cuando se encontró a Sánchez, no conserva memoria de nada de esto; y solamente el Sánchez es el que hace esta relacion. 

Cuando se encontraron, pues, estos dos en el cuarto piso, Sánchez, que habia perdido el habla, sacó de su bolsillo un pomito, que es el que le entregó el infortunado D. Mariano en el quinto piso y se lo alargó a Plaza, el cual le preguntó si era para beber o para aspirar, y contestándole por señas Plaza aspiró algunos momentos y se lo devolvió. 

Acto seguido Plaza continuó detrás a tomar la escalera de subida al tercero, la cual habia subido el Sánchez, y tan perturbado estaba éste que lo que hizo fue volverla a bajar; lo cual, notado por el Plaza, le dijo: ¿te vuelves a bajar? a lo que contestó Sánchez: no sé si subo ó si bajo

Entonces Plaza siguió hasta el tercer piso, donde nadie había y se sentó un rato; en el entretanto Sánchez que se hallaba en el cuarto piso, como hemos dicho, se acordó del pomito, y aunque con mucho trabajo, porque ya no tenía fuerza en los brazos, se lo sacó del bolsillo y se bebió un gran trago (a lo cual sia duda debe su salvación), pues dice que le reanimó mucho, e intentó subir; mas como le faltaban las fuerzas, se quedó otra vez allí sentado, en su cabal conocimiento, de tal modo que sacó una cajita de cerillas que llevaba y encendió su candil. 

Como el Sr. Meseguer, con el Sr. Lopez y el guarda Juan Minguez, se encontraban a la boca del pozo maestro desde el momento que bajó el infortunado D. Mariano con sus desgraciados compañeros, y habían ya mandado el aguardiente, el aceite y los sacos que había pedido, observando que trascurria mucho tiempo sin darles ningún aviso, entregó el Sr. Meseguer la llave del pozo de bajada al guarda para que se constituyese allí, y abriera en el momento que notara que alguno subía, lo cual verificó a los pocos momentos uno de los tres torneros que estaba de cuarto a quinto llamado Félix Galgo. 

Este dijo en tono espantado que quedaban nueve hombres abajo, que bajasen a auxiliarlos. 

Lo cual produjo tal pánico en los circunstantes que eran además de los tres señores ya referidos, otro crecidisimo número de personas de todas clases, que todos se quedaron como estáticos; hasta que el guarda dijo a la gente trabajadora: Señores. tantos de ustedes como tenían gana de bajar; ésta es la ocasion

El Sr. Meseguer, notando perplegidad, porque nadie contestaba, mandó que la máquina de vapor de su mina sacase a toda fuerza los entivadores y cargadores que había en ella. 

En el mismo instante D. Ceferino de la Campa, Administrador de la mina Verdad, con un generoso impulso de su corazón y sin tener presente el riesgo a que se aventuraba y sin ninguna pericia en las minas, se quitó su gabán y tomó un candil de los que ya tenía preparados el guarda; otro tanto efectuó simultáneamente el Interventor de minas del Gobierno D. Leandro Ruiz Polo. 

Estos dos rasgos de heróica resolución desterraron instantáneamente las vacilaciones primeras, y asi fue que Pedro Garzón, natural de Almadén, y destagista de estas minas, quitó de las manos el candil al Sr. Ruiz Polo, diciéndole: Usted no ha bajado nunca a una mina, y no entiende de esto, y por consiguiente no debe exponerse

Apenas había llegado a la boca del pozo de bajada D. Ceferino de la Campa y Pedro Garzón, ya se encontraron rodeados de Julián Tiburcio Martín (a) Charola, natural de Almaden, de edad de veintiseis años, de estado soltero; Pablo Marina, natural de la Olmeda, de Jadraque, provincia de Guadalajara, de estado soltero, de treinta y tres años de edad, y dos o tres más, cuyos nombres se ignoran, todos los cuales bajaron sin vacilar, hacia el primer piso se encontraron a Elvira y Castro que con Galgo habían estado en el torno del cuarto piso, y aunque estaban muy fatigados enteraron al Sr. Campa de las catástrofes que habían ocurrido en el quinto, de tal modo que no podían ocultar el espanto de que estaban poseidos: en el segundo piso hallaron a Sánchez en malísimo estado y le previno Campa que si podía llegar pronto a la superficie dijeran que bajasen los Capataces y más trabajadores; y poco antes de llegar al tercero hallaron a Plaza sumanente agitado y perturbado, seguido de Esteban Galan y de otro que estaba con él en el torno del tercero, los cuales reconvenían al Plaza porque le suponían que era uno de los que habían abandonado el torno del cuarto. 

Y de tal modo iba el infeliz Plaza exánime y perturbado, que volvió a bajar al tercero, siguiendo a Campa y demás en donde se tendió sin fuerza. 

Mas tal era su voluntad que, apenas se creyó repuesto alguna cosa, instó a que le bajasen, como lo hicieron, sin saber el Sr. Campa la gravedad de su situación, por efecto de sus anteriores fatigas y riesgos. 

Simultáneamente con esto, como ya habían cundido estas fatales nuevas por todas partes, se presentaron el Ingeniero D. Miguel Bautista, los Capataces D. Mariano Gallegos, D. Angel Contreras y D. Hilario Jurado; y conferenciando rápidamente entre si, acordaron que quedase Contreras a la boca del pozo maestro para ejecutar las órdenes que se le diesen de abajo: éste tenía empeño en que se quedase en su puesto Jurado, así como le instaba para lo mismo el Sr. Polo, ámbos temerosos de que, habiendo estado en tanto peligro Jurado el 20, como se ha dicho, temían con bastante fundamento que tuviese más facilidad de ser atacado del tufo. 

El Capataz Gallegos iba ya bajando; en seguida marchaba el Ingeniero Sr. Bautista; después Jurado, acompañado de Ignacio Caballero, que fue uno de los dos que le auxiliaron en su grande apuro el día 20, como ya se ha referido. 

También bajaron los cargadores de la mina Santa Catalina que había mandado subir el Sr. Meseguer, y todos a porfia continuaron su bajada hasta el tercer piso. 

Al llegar a él se enganchó Gallegos inmediatamente en el torno de bajada que tenían en sus manos D. Ceferino de la Campa y Pedro Garzon, bajándole hasta el entrepiso, como lo habían hecho ya con Pablo Marina Charola, Ramón Berrojo y otros tres más, cuyos nombres se ignoran. 

Puestos los siete al principio del torno fatal, por donde bajaron D. Mariano y sus desgraciados compañeros al quinto piso por la parte de Poniente, dispuso Gallegos con energía que se encganchase primero Berrojo, el cual bajó hasta cerca del quinto piso, y viendo sin duda los cadáveres que había al pié del pozo, lleno de espanto pidió  grito herido que le subieran; y aunque el Capataz le animaba y le mandaba un poco airado, porque conocía había miedo en él, hubo al fin de ceder y le subieron hasta el tablado que hay un poco por cima del quinto: se proponía además con esta insistencia Gallegos el experimentar el tiempo que se podría resistir sin peligro en aquella atmósfera; y así fue que en el acto mandó a Marina que se ensancha se, lo que verificó en el momento, sin otra réplica que la de decir: en cuanto enganche a uno, subanme ustedes, lo cual no tiene nada de extraño, porque ya había bajado pocos momentos antes a ver como estaba aquello y se le apagó el candil. 

Bajó en efecto con su luz hasta el quinto piso, y viéndole allí ya Gallegos, le preguntó: ¿está Mariano ahí?, a lo que contestó que no. ¿Pues, quién hay? y dijo: Bernardo el Capataz, que parece que respira, y no sé quien más, entonces le dijo Gallegos: engancha al Capataz, y le subieron en el acto, más como a la vez bajaba la otra punta del cintero, le replicó Gallegos: engancha a otro, y lo que replicó: se me ha apagado el candil, pero Gallegos le dijo; no le hace: Berrojo te alumbrará; y obedeció el Marina, enganchando al difunto Barrera. 

En cuanto subió este, enganchó a Cacherulo, y cuando iban a subirlo. se cayó sobre él muy mareado, aunque con el conocimiento, de modo que, por un impulso instintivo, desenganchó al Cacherulo y se enganchó él mismo precipitadamente, dando aviso a los torneros, que le subieron al cuarto piso bastante trastornado. 

El Ramón Berrojo se subió asimismo por los bancos hasta el cuarto piso. 

Cuando ya tenía alllí Gallegos a los dos trabajadores, con más los dos que habían sacado, al parecer difuntos, se confirmó en la primera idea de que en efecto el Capataz Unda respiraba aún, y le condujo  la cortadura del pozo maestro, donde, con la buena ventilación que alli corría, y dándole a aspirar cloruro de cal, confiaba en que se salvaría. 

Hecho esto, Gallegos concibió todavía el proyecto y la esperanza de salvar a D. Mariano, y con este elevado pensamiento reanimó a sus valientes compañeros, y teniendo mayor confianza en su paisano Julián Tiburcio Martín, (a) Charola, le invitó a que bajase, y este honradísimo trabajador, que conocía también y apreciaba cuanto se merecía a D. Mariano, sin tilubear se bajó por el torno al quinto piso, y detrás de él, el mismo Capataz Gallegos. 

Colocado este en el tablado que hay en este pozo, como cuatro o cinco varas sobre el quinto donde antes había estado Berrojo, vió que a Charola se le habia apagado el candil, y observando que este intentaba encenderle con cerillas que llevaba a prevención, le dijo; si no puedes encender ahí, súbete, y encenderás en mi candil: lo hizo así en efecto colgado del torno, y no pudiéndolo encender tampoco así, le dió Gallegos el suyo y volvió a bajar. 

Una vez ya de nuevo en el quinto piso, le preguntó Gallegos si veía por allí a D. Mariano, y contestó que no: le mandó Gallegos que fuera por la parte de Levante; y baciéndolo así le dijo a Gallegos: si, aquí está, a lo cual le replicó Gallegos: pues traétele como puedas al enganche; y al pensar este como lo haría, da voz de que se le ha apagado el candil, pero Gallegos le repuso: válete como puedas para traerle al enganche, que yo te alumbraré desde aquí: y Charola, echándose a gatas y llevando en sus manos el extremo del cintero del torno, llegó hasta donde estaba D. Mariano; le enganchó como pudo, y así llegaron al pie del torno; en esta disposición se subió a D. Mariano hasta un tablado que había por cima de donde estaba Gallegos, y allí lo recogió el trababajador Anselmo Yagüer. 

Entre tanto se enganchó Charola y subió hasta el mismo tablado. 

Una vez allí, se subió también Gallegos, y reconociendo a D. Mariano, le vió cadáver. 

Con este doloroso convencimiento, se trasladaron a la cortadura del cuarto, y haciendo nuevo examen sobre D. Mariano, se confirmaron todos de que ya no existía: se dedicaron a auxiliar de nuevo a Unda, que todavía daba señales de vida. 

Pocos momentos antes de llegar Gallegos a la cortadura del cuarto piso, se encontró con Ignacio Caballero, que bajaba en la cuba, de órden del Ingeniero Bautista y el Capataz Jurado, con auxilios para Gallegos y demás; y según estaba en la cuba, al nivel ya del cuarto, recibió a Pablo Marina que estaba muy mal, como antes se ha dicho, y subieron a la superficie con encargo muy expreso de que no alarmase, publicando las desgracias; y en efecto, así lo cumplió, siendo muy cauto en decir reservadamente lo que ocurría con lo que se previno el alboroto de llanto general que en otro caso habria acontecido.

Cumplido así su encargo, volvió a bajar por el pozo de escaleras al tercer piso, según se le había mandado, y en el interin Gallegos dispuso que el Charola se subiese en la cuba con el Capataz Unda, que todavía seguía con pocas esperanzas de vida. 

Durante esta ascension, bajó por la bajada del tercer piso un trabajador llamado José Barriopedro (a) Malacuera, y al ver tendido a D. Mariano, empezó a hacer tales extremos de cariño y de pena por él, que temiendo Gallegos que produjese el desaliento en los pocos compañeros que le quedaban allí, le mandó con entereza callar; y viendo ya imposible el volver al quinto piso, como antes les había indicado, determinó el que se subiesen en la cuba los dos cadáveres del malogrado don Mariano Santa Cruz y el infelíz trabajador Barrera. 

Con lo que él también, y sus cinco trabajadores, se subieron por las escaleras al tercer piso, en donde, como se ha dicho, estaban el Ingeniero Bautista y demás. 

Allí expuso Gallegos al Sr. Bautista todo lo que había ocurrido abajo, añadiendo que quedaban al pie del pozo de bajada del quinto tres cadáveres, y que en su juicio se podían extraer también, como se había hecho con D. Mariano, Unda y Barrera. 

El Sr. Bautista preguntó a Gallegos si creía realmente que eran cadáveres, a lo que contestó que si; hizo igual pregunta a los tres que le acompañaban, y también le dijeron lo mismo; todavía el Sr. Bautista, que anhelaba prestar auxilio a cualquiera que aún respirase, le encargó al Capataz Jurado que como cosa suya y separado de allí, les preguntase con sagacidad si creían que alguno podría aún existir; y respondiéndole a Jurado que tenían completa convicción de que ninguno existía, resolvió el Sr. Bautista el que nada más se intentase, expresándolo con la frase de: no quiero esponer la uña de un hombre vivo, por extraer a un muerto

Esta prudentísima determinación estaba justificada por los riesgos inminentes que ya se habían pasado y la alarma y desconsuelo que con razón presumía había de haber en todas las familias que los esperaban con ansiedad en la boca de la mina y por la consideración de que, no sólo los operarios que habían salido con Gallegos, si no hasta el mismo Gallegos y todos los demás de que se podía disponer se sentían con poca seguridad en sus cabezas, y algo afectadas por la acción deletérea de la atmósfera que los rodeaba.

Serían las ocho y media de la noche del aciago día 25 cuando el referido Ingeniero Sr. Bautista, con el Sr. Campa, Jurado, Gallegos, Pedro Garzon y demás, salieron de la mina, llenos del desconsuelo y consternación que fácilmente se concibe, y dando por última órden al Sr. Comisario de vigilancia pública que cuidara y que nadie bajase a la mina sin su orden expresa. 

Con lo que todos se esparcieron a tomar algún descanso y llorar la memoria de un día que tan indelebles recuerdos dejara en Hiendelaencina.

Hasta aquí la historia de las desgracias ocurridas en la mina Perla.

Ahora vamos a tratar sobre las causas que han podido dar lugar al horroroso incendio que ha ocasionado tantas desgracias.

Las causas principales de producirse un incendio en las minas, son las siguientes:

1.ª Por mala fe de parte de los obreros: esta primera causa, en mi concepto, debe deshecharse desde luego, porque en la historia no se encuentra un caso de esta especie (ó al menos que haya llegado a mis noticias, si se exceptúa el incendio ocurrido en el siglo pasado en las minas de Almadén, que se presume fue por los mismos presidiarios que trabajaban en ella, pues no obstante de la variedad de personas que se ocupan en el penoso ejercicio de las minas, y también aun los no muy favorables antecedentes de algunas de ellas, toda clase de prevención desaparece en entrando en las minas y se trueca en una generosa amistad para prestarse mútuamente toda clase de auxilios hasta en las mismas personas que en la superficie son los más encarnizados enemigos.

2.ª Una mecha que se suele llevar encendida a prevencion en algunos cantones mineros para encender las luces, y la cual permanece encendida todo el tiempo que los trabajadores permanecen en la mina. 

Esta segunda causa queda tambien desechada, porque según todos los antecedentes adquiridos, no existe en estas minas tal costumbre, pues es bien notorio que los mineros de aquí se valen de otro medio más útil, breve y menos arriesgado, cual es el llevar cerillas a prevención para encender los candiles. 

3.ª La de encender fuego para calentarse, que, no dejándolo bien apagado, pudiese paulatinamente encender las enmaderaciones sin notarlo.

Esta tercera causa, asi como las dos anteriores, no hay la probabilidad de que se haya llegado a efectuar, puesto que el fuego principió en un sitio muy transitable, que fue en la subida al tercer piso, en el cual no hay ninguna clase de trabajos; y caso de que los mineros se hubieran puesto a encender lumbre, se concibe bien claramente lo hubieran efectuado en un sitio aislado, para de este modo poder burlar la vigilancia de los empleados, tanto por faltar a su trabajo, cuanto por la prohibición que se les tiene hecha, de no encender fuego en la mina; y ya que esta última no les afectase demasiado, desde luego la primera es de la mayor consideración para los obreros; por lo que la hubieran hecho en el mismo sitio de la labor, para estar próximo al trabajo y no faltar a la obligación en el momento en que llegase allí un Celador.

Y en corroboración de todo esto, es que, como digo antes, el fuego principió en la subida del tercer piso, sitio por el cual los trabajadores suben y bajan constantemente y no se detienen si no alguna vez el tiempo indispensable para tomar algun descanso.

Y 4.ª La de que, habiendo colgado los candiles, se hubiese encendido alguna madera, que conservando el fuego reconcentrado, no se notase por ninguna de las personas, tanto por las que diesen lugar a este incendio, cuanto por las demás que por allí pasasen.

Esta cuarta y última causa, es la que en mi concepto tiene más probabilidades de haberse efectuado según todos los antecedentes que he tenido lugar de recoger, y por lo que resulta de las diligencias judiciales que se han practicado. 

Efectivamente se sabe, que como a las seis de la tarde, que es la hora en que se verifica el relevo de los trabajadores, se salieron tres de ellos del punto en que estaban ocupados, que era en deszafrar por cuenta de la Sociedad un sitio entre tercero y cuarto piso, cerca del cuarto; y al llegar al entrepiso, que está muy poco por cima, se encontraron a los cinco barreneros que bajaban a trabajar por toda la noche, por cuenta de un destajista, en dos pocillos que hay por bajo del sexto piso. 

Preguntaron los primeros a estos, si se habían encontrado a los tres compañeros que habían trabajado con ellos por cuenta de la Sociedad, aunque algo separados entre sí, y al saber que todavía estaban abajo, resolvieron esperarlos en el entrepiso, bajándose los cinco barreneros sin dilación a sus quehaceres. 

Por consiguiente, es lógico suponer que estos tres se sentaron allí a esperarlos, colgando los candiles en alguno de los muchos maderos que allí había, y luego que se reunieron se subirían juntos sin apercibirse de que podría quedar encendido algún madero. 

Esto es muy factible, en razón a que las maderas viejas en la mina, cuando se hallan en sitio ventilado se quedan como yesca, principalmente si son de pino, como aquí sucede; y así es que ocurre a algún minero el hacer uso de ella para encender con el eslabón. 

Por lo tanto, queda a mi entender demostrado, que esta y no otra ha sido la causa del fuego que tantas desgracias ha ocasionando. 

Debiendo expresar, como nuevo comprobante de ello, que en el sitio donde se inició, había grandes enmaderaciones, con palos de distintas dimensiones, cuñas y astillas que siempre quedan de sus resultas; y hallándose ya carcomidas o en ese estado que he dicho de descomposición, nada más fácil que se inflamaran en poco tiempo con la corriente de aire que por allí pasa.

Por más que parece que aquí debía terminar la crónica de estos sucesos, creo que no dejará también de interesar la narración de cuanto ha sucedido en el momento en que tuve la primera de ello, el día 26 del corriente por la tarde. 

Inmediatamente fui a dar participación de mis noticias al señor Gobernador de esta provincia, el cual, como no tenía más antecedentes que de las cinco primeras víctimas, al oirme hablar de las que nuevamente habían acaecido a la vez que feneció el señor Santa Cruz, lleno de cuidadoso interés y celo, dió conocimiento de ello por el telégrafo al Gobierno de S. M. 

Se ofreció a prestarme cuantos auxilios necesitase para constituirme en esta localidad, a fin de tomar relación de todo lo sucedido, y adoptar a la vez cuantas medidas creyese convenientes para evitar se repitiesen estos lamentables acontecimientos. 

Con este fin avisó por telégrafo al Sr. Alcalde de Jadraque para noticiarle mi llegada a su pueblo a las once de la mañana del día 27; y me entregó oficios para el Alcalde de Hiendelaencina, para el Sr. Juez del partido de Atienza, que suponiamos estuviese ya aquí, y para el Comandante del puesto de la Guardia Civil. 

El día 27, a las nueve de la mañana, salí de Guadalajara por el camino de hierro, acompañado del Auxiliar facultativo del ramo D. Natalio Carmona, y a nuestra llegada a las diez y media a la estación de Jadraque, el Sr. Alcalde de aquel pueblo tenía dispuestas tres caballerías, según se le había encargado por el Señor Gobernador, a fin de que no experimentásemos ningún retraso en nuestro viaje. 

A las tres y media de la tarde de este mismo dia, llegamos a esta población, y diriciéndonos a la mina Perla, teatro del referido acontecimiento, el guarda de la mina, con el semblante contristado y lloroso, nos dijo en breves palabras que estaban depositados en la casa de esta mina los cadáveres del Ingeniero del cuerpo D. Mariano Santa Cruz y el de Barrera, uno de sus desgraciados compañeros, que eran los que con los mayores esfuerzos habían podido extraer. 

Al misnso tiempo se presentó D. Vicente Jáuregui, vecino de esta villa, el que me ofreció su casa y servicios con la mayor insistencia y generosidad, lo cual aceptamos muy reconocidos, siquiera porque en aquel momento acabábamos de saber que en la casa de la mina, no sólo estaban depositados los cadáveres ya referidos, sino es tambien porque el Administrador y el Capataz se hallaban en cama gravemente enfermos. 

Instalados en dicha casa, tuvieron la atencion de visitarme, el Señor Juez de Atienza, el Alcalde y muchas de las personas más caracterizadas de la población, con más los Capataces y Administradores de estas minas. 

Con las demostraciones más sinceras de afecto al malogrado Santa Cruz, y de aflicción por tantas desgracias, me hicieron una relación breve de todo lo ocurrido. así como que tenían pensado dar sepultura a los dos cadáveres, pues según la opinión de los dos facultativos, no era prudente dilatarlo por el estado de descomposición en que ya se encontraban. 

Me enteraron asimismo de que los tenían depisitades en las cajas correspondientes, y que habían construido dos nichos en el Campo Santo, adonde pensaban conducirlos a las cinco de la tarde: y

pareciéndome todo ello muy bien acordado, se cumplió este plan con un acompañamiento de casi toda la población, a pesar de la incesante lluvia que no había dejado de caer en todo el día.

Cumplida esta primera y dolorosa diligencia, me dediqué sin descanso en los dias 28, 29 y 30 a escribir esta relación, que en su mayor parte está dictada por varias de las personas que figuran en ella, porque creí que de ningún modo podía ser más verídica que reuniendo a los Capataces, Administradores y aun obreros que habían sido actores o presentes en estos dramas. 

Si a mi llegada hubiese encontrado aqui a mi amigo y compañero D. Miguel Bautista y Muñoz, habría podido excusarme en gran parte de este trabajo, porque, habiendo él figurado con tanto acierto y decisión como Jefe de la mayor parte, nadie como él podria escribirlos; pero le fue forzoso ir a Madrid el mismo dia 27 y hube de ocuparme solo en ello. 

También me he ocupado en estos mismos días, con acuerdo de las personas competentes en estas minas, en trazar un plan para ver de conseguir el que queden practicables las labores de la referida mina Perla, y extraer los once cadáveres que yacen en su interior, sin arriesgar en lo más mínimo la vida de los obreros, y no tener que lamentar nuevas desgracias.

A este fin, era lo primero que yo debía conocer la manera cómo se podia ventilar la mina Perla con una corriente natural; y para ello examiné el plano de sus labores y el de las colindantes Santa Catalina y Fortuna

En vista de ello, comprendí que nada habría más seguro que abrir la comunicacion que hay en el tercer piso de la Catalina y la Perla, si el aire de la Fortuna, que tambien está en comunicacion con ellas, no venia a estorbarlo.

Esta prueba podía hacerse en parte por la superficie; y asi fue que yendo a ver las bocas-minas, se observó que efectivamente entraba el viento por la Fortuna y Santa Catalina, y salía por el pozo maestro de la Perla. 

Hecho esto, dispuse ya que se abriese la comunicación interior que Santa Catalina había tapado por el miedo de que se pasasen allá los malos aires de la Perla, y además que suspendiese aquella mina sus labores, a fin de que su ventilación fuese lo más pura posible a la Perla

Esto era tanto más prudente y oportuno, cuanto que los operarios de Santa Catalina, habían manifestado que, si no se tapaba aquella comunicación, ellos no trabajaban con tranquilidad; y como por otra parte, venían dos dias festivos seguidos, seria corto el perjuicio de la suspensión de sus labores. 

Una vez que tuviéramos aire bueno, ya a nuestra disposición en el tercer piso de la Perla, la cuestión quedaba reducida a dirigirle por donde conviniese. 

Esto nos pareció sencillo, cortando la comunicación con el pozo maestro de la Perla, en el tercero y cuarto piso a Levante de él y forzando por medio de esta corriente buena a que saliese por allí solamente el aire inficionado.

Con este propósito se acordó poner una compuerta en el crucero que comunica al pozo maestro cón el tercer piso y otra en el boquete de bajada a dicho piso, que se halla en el cielo de su galería.

Preparados los materiales y determinado el día 31 para hacer el trabajo, era preciso reunir el número de personas más a propósito para ello. ¿Mas a quién y cómo se le indicaba si quería bajar? 

Esta vez como siempre, bastó que supieran mi determinación los Capataces que tanto y tan honrosamente figuran en esta reseña, para que, a una voz, se me brindaran todos; de tal modo que, para evitar emulaciones, que aunque honrosas nunca son convenientes en estos casos, tuve que designar al Capataz de la mina San Carlos D. Angel Contreras, al de Santa Catalina D. José Ramos, a los Celadores José Pelegrini y Julián Ramirez, los entivadores Gregorio Plaza, Vicente Grez y Sandalio Herrero, los albañiles José de la Cal y José Alonso, y finalmente, al barrenero Pablo Marina, que es, como se recordará, el primero que bajó en busca de D. Mariano y demás, y pudo salvar al Capataz Unda. 

Citados todos en la boca-mina Perla para las ocho y media de la mañana del referido dia 31, emprendí la bajada con mis diez compañeros, poco antes de las nueve, y por el pozo de escaleras de aquella mina. 

En la superficie quedaban, tanto aquí como en la boca del pozo maestro, los demás Capataces, Administradores, el Auxiliar facultativo de la provincia D. Natalio Carmona, y obreros que, atentos a nuestras señales convenidas, no dudábamos recibir instantáneamente los auxilios que necesitáramos. 

Cuando llegamos al primer piso vimos ya claramente el olor picante del humo de las maderas de pino que habían ardido pocos dias antes en el tercer piso, y discurrimos que sería necesario tapar allí la comunicación con el pozo maestro. 

Continuando nuestro descenso, siempre en órden, y con mucha precaución, llegamos al segundo, donde ya era más perceptible aquella atmósfera viciada; por lo mismo se habló de tapar, a nuestra subida, aquella comunicacion.

Como nuestras luces no acusaban una atmósfera mortifera, y nosotros mismos no sentiamos otra molestia que la del olor fuerte de resina que iba en aumento, avanzamos al tercero; y reunidos allí, vimos palpablemente que si bien la corriente de aire que venía por Santa Catalina era bastante fuerte y pura, no tenía, sin embargo, toda la fuerza necesaria para vencer la atmósfera densa y repugnante que subía de los pisos inferiores por nuestro pozo de bajada. 

En esta situación mandé retirar a todos mis compañeros hacia el punto de comunicación con Santa Catalina, y solamente dejé tres entivadores, para que con la celeridad y el esmero posible tapasen aquel pozo. 

Ejecutado así bajo la vigilancia del Capataz Contreras, pasó D. José Ramos con tres obreros a dar aviso a la superficie por el pozo maestro, para que bajasen los materiales que teniamos allí preparados. 

Cerciorado por Ramos de que era respirable la atmósfera en aquel punto, si bien con bastante molestia, les mandé retirar  poco rato a nuestro punto de refugio, que era la comunicacion con Santa Catalina; y miéntras bajaban los materiales, se emplearon los entivadores en construir con suma rapidez y esmero el tablado que había de formar cielo a la bajada a este piso.

Cuando ya tuvimos en el tercer piso la cal, el ladrillo y la compuerta que necesitábamos, se emplearon los dos albañiles en construir el tabique, y otros dos entivadores colocaron la compuerta en el cielo de la galería. 

En todas estas maniobras, no consentí que estuviesen fijos en un punto de aquellos arriba de doce a quince minutos, haciéndoles ir a la comunicación de Santa Catalina, y relevándolos por otro tanto tiempo. 

Mi atención estaba fija, no ya solamente en la ejecución de estos trabajos, sino en observar a todos y a cada uno, además de preguntarles si sentían alguna novedad. 

Cuando ya dimos cima a estas operaciones, mandé cuatro obreros a que tapasen con escombros y tablas las cortaduras del segundo y primer piso, sin que se esmerasen y detuvieran gran cosa en ellos, para que se bajaran a reunir con nosotros inmediatamente otra vez en el tercer piso. 

Hecho así en breve tiempo, nos retiramos todos a la repetida comunicacion de Santa Catalina y se tomó un refresco. 

Para demostrar lo embargados que estariamos todos en estas operaciones, pregunté qué hora sería; y el que más, creía que podrían ser las once de la mañana; mi reloj nos hizo ver que pasaba de la una de la tarde. 

Para emprender nuestra subida, dejé en el tercer piso al Capataz Ramos con dos entivadores, advertidos de que a nuestro aviso cerrasen la compuerta de comunicación con el pozo maestro y la del cielo de la galería; y sin la menor dilación, que destapasen por completo el torno de bajada al cuarto que nosotros habíamos cubierto provisionalmente, retrocediendo inmediatamente a salirse por Santa Catalina

Nuestra subida debía ser por el pozo de escaleras de la Perla, y ofrecia, a no dudarlo, algunas más molestias, en razón a que, como ya estaban interceptadas las comunicaciones con el pozo maestro en el segundo y primer pisos, teníamos que atravesar por una atmósfera densa y sin corriente luego que se tapase la comunicación del cielo del tercer piso. 

Mas no debíamos excusarnos de este último trabajo, porque me importaba mucho el conocer si mis operarios habían tapado bien dichas comunicaciones, y no era cosa de mirar con indiferencia el que la ventilación del pozo maestro se derramase al primero y segundo pisos por aquellas cortaduras. 

A las tres o cuatro escaleras que subimos desde el tercero ya experimentamos el calor y molestia que eran consiguientes a una atmósfera sin movimiento y con malos elementos; pero llegamos al segundo piso, y después de un breve descanso, dejé allí dos trabajadores para que corriesen el aviso a los del tercero cuando yo se lo ordenase con un golpe ó voz que se diese en el primero. 

Continuamos subiendo cada vez con más molestia, pero llegamos bien pronto a ver tapada la cortadura del primero, y me dejé allí otro obrero; y cuando ya percibimos el aire exterior, se dió la voz que corrió instantáneamente a los del tercero, verificándose todo con tal celeridad que salimos todos casi a un tiempo a la superficie. 

Alli nos recibieron con la mayor satisfacción los amigos, y nosotros, aunque muy quebrantados, contentos también de haber salido con felicidad de nuestra empresa. 

Esta era de tanta mayor importancia, cuanto que de su éxito dependía acaso el que se borrase más o menos pronto el pánico que habían infundido las anteriores catástrofes. 

No hago mérito de los sintomas de malestar que cada cual sentimos, porque no habiendo sido ninguno de ellos alarmante (a Dios gracias), no me creo competente para calificarlos. 

Todos mis compañeros eran más jóvenes que yo, están más habituados también en la actualidad a respirar los aires de las minas y resistir la fatiga de las escaleras, y nada tiene de particular el que ni saliesen tan quebrantados como yo, ni tan influidos de aquella perjudicial y molestísima atmósfera que respiramos. 

Solamente Ramos experimentó y explicó como yo en el tercer piso, un dolor como de presión en la frente, flojedad en todas las coyunturas y molestia contínua en el olfato: tambien el Celador José Pelegrini tuvo dolor penetrante hacia las sienes y bastante decaimiento de fuerzas; pero yo no supe de eso hasta la salida, porque de haberlo notado, no solamente él, sino acaso todos nosotros, nos hubiéramos salido al instante.

El 1.º y 2 de Noviembre no debían emplearse en nuevos trabajos, sin una urgentisima necesidad; y justamente la prudencia aconsejaba también el que se observara, siquiera un par de dias, los resultados de nuestras operaciones. 

El día de los Santos, o sea el 1.º del actual, se vió que la ventilación salía con menos fuerza que antes por el pozo maestro de la Perla; mas el día 2 ya se notó una grande evaporación, con olor fétido y pegajoso.

Para apreciar en lo posible la calidad de esta evaporación, se colocó como a las seis y media de la tarde, un pollo en una jaula, colgada a una profundidad de ocho a diez metros, y teniéndolo en esta disposicion dos horas y media, se sacó sin novedad alguna; lo cual venía a confirmar nuestras esperanzas de que, áun cuando los gases pesados se concentrasen abajo, por lo ménos el cuarto y tercer pisos estariían ya bien ventilados. 

Con esta seguridad, me decidí a hacer el dia 3 el tabique en la traviesa del cuarto piso y colocar otra compuerta, juzgando desde luego conveniente el emprender la bajada al tercero por la mina Santa Catalina, en razon a que, habiendo dejado el pozo de escaleras de la Perla hasta el tercero incomunicado con el pozo maestro, así como con el referido tercer piso, no me ofrecía gran seguridad la bajada por este pozo, donde la atmósfera había de hallarse viciada y sin corriente alguna.

En tal situacion dejé citados a todos los Capataces, entivadores y obreros para las ocho y media de la mañana en el pozo de escaleras de Santa Catalina

Reunidos allí dispuse bajaran el Auxiliar facultativo del Cuerpo de Ingenieros D. Natalio Carmona, los Capataces D. Hilario Jurado, D. Mariano Gallegos y D. Jacinto Ruiz Castellano; los celadores José Pelegrini, Manuel Cortezon, y Julian Ramirez; los entivadores Gregorio Plaza y Vicente Grez; los albañiles José de la Cal y José Alonso, y los obreros Julian Tiburcio Martin (a) Charola, Pablo Marina, Carlos Garcia, Cárlos Diez y Victoriano Lafuente, quedándome yo en la boca del pozo maestro de la Perla para prestar los más prontos socorros, caso de necesidad, así como para enviarles con toda exactitud los materiales que habían de emplear, y para todo lo cual teníamos señales convenidas, como en el día anterior: me acompañaban el Ingeniero D. Miguel Bautista, los Capataces Contreras y Ramos, así como otros trabajadores, y varios amigos. 

A las nueve de la mañana descendieron por la referida bajada de Santa Catalina, y llegados al tercer piso, observaron la buena ventilación en este, si bien al aproximarse al pozo maestro, para lo cual abrieron la compuerta que hay en este piso, la atmósfera era densa y muy desagradable. 

Cerrada otra vez esta compuerta, pues solo se abrió unos momentos para hacer observaciones, quedáronse en el torno del tercer piso el Capataz Jurado con tres operarios y los dos albañiles, que estos últimos habían de bajar cuando tuviesen en la traviesa del cuarto piso el repuesto de material necesario para principiar su trabajo. 

También quedó en el intermedio de tercero a cuarto un operario para avisar a los del tercero, caso de alguna novedad, y continuaron los demás su descenso hasta el cuarto piso, donde notaron, como en el tercero, el buen estado de su almósfera; pero no sucedía así al acercarse al pozo de comunicación con el quinto piso, que está al lado de Poniente, pues allí el olor era insoportable.

Hechas las señales convenientes, echamos por medio del malacate del pozo maestro Perla, las primeras cubas de ladrillo y mortero, y teniendo abajo ya un repuesto necesario para principiar la operación, dieron aviso a los albañiles (que como dige antes, se habían quedado en el tercer piso) de que ya podian bajar.

Efectivamente, descendieron estos y principiaron la construción del tabique, sin notar en ninguno el menor sintoma de malestar.

A la una y media fue la obra concluida y colocada la compuerta.

En esta disposicion emprendieron la marcha subiendo al tercer piso y punto de comunicación con Santa Catalina donde todos reunidos tomaron un refresco, y después de haber descansado, volvieron a emprender su marcha por el mismo pozo de escaleras de Santa Catalina, donde los esperábamos, quedando todos contentos por el buen éxito de esta segunda operación. 

Mientras se estaba construyendo la obra, mandé un frasco con tapón esmerilado por el pozo de la Perla, el cual bajó lleno de agua, previniéndoles que sino había riesgo en ello, la vaciasen en el pocito de comunicacion de cuarto a quinto piso y la dejasen allí algunos minutos, tapándolo después bien, como asi lo ejecutaron, pues me propuse recoger este contenido del aire inficionado, para después proceder a su análisis en la Escuela de Ingenieros del ramo. 

El dia 4 se estuvo observando en el pozo maestro la ventilación que salía, una vez ya tapada también la comunicación del cuarto, para calcular si el aire exterior circulaba por el quinto y sexto pisos.

Convencidos de que así se verificaba, lográndose la corriente que nos proponíamos, dimos tiempo además con el día 5 para tener mayor confianza de que se podría llegar muy pronto impunemente a reconocer dicho quinto piso. 

Con esta convicción todos, se pensó en los medios de verificar este reconocimiento; y en la casi seguridad de encontrarle perfectamente bien, como ya teníamos el cuarto y el tercero, hasta se pensó en la manera cómo se habían de extraer los cadáveres que allí existen en el momento que asi se dispusiese. 

Mas para este caso ya no me parecían bastantes, ni nuestros conocimientos, ni nuestra representación oficial, porque se trataba de remover y aun sacar a la superficie unos cuerpos que debíamos suponer estaban en su primer y más grave periodo de descomposición; y a este propósito creí de mi deber dirigir al Alcalde de esta villa el oficio siguiente: 

= «Á consecuencia de ciertos trabajos ejecutados en estos últimos días en la mina Perla, se hallan completamente bien ventilados sus pisos tercero y cuarto; y como todo el aire que entra por la comunicación con Santa Catalina está dirigido a los pisos quinto y sexto, hay muchas probabilidades de que en los dias que esto sucede se hallen tambien en disposición de poderse recorrer. Con esta esperanza, creemos que dentro de uno i dos días se llegue al sitio donde se supone que hay cinco o seis cadáveres en el quinto piso; cosa que me propongo ejecutar en breve con todas las precauciones que nos sugiera nuestra imaginación, y que hasta ahora tan buen éxito han tenido, gracias a la Divina Providencia.

Siendo, pues, casi seguro que el lunes o el martes próximo se haya logrado esto, nos encontraremos en el caso de poder llegar a dichos cadáveres; y como esta operación corresponde a los profesores de la ciencia médica, he de merecer a V. que, consultando la opinion de los de esta villa, se sirva decirme cuál es la suya, ya respecto a si habrá peligro de llegar adonde estén, ya también sobre las precauciones higiénicas que deban adoptarse para precaverse contra los efluvios que es muy probable despidan aquellos cuerpos, que debemos suponer en putrefacción. 

Al mismo tiempo deseo que conste su parecer, acerca de si juzgan conveniente el que se extraigan los cadáveres, o que se dejen donde están, hasta su completa descomposición; y en el primer caso, que hagan constar si alguno de dichos facultativos está dispuesto a bajar, en cuanto yo pueda responder de que hay aire respirable, para dirigir las operaciones de su remoción y extracción a la superficie. 

Dios guarde a V. muchos años. Hiendelaencina 5 de Noviembre de 1864. = El Ingeniero Jefe de la provincia, Sergio Yegros. = Sr. Alcalde constitucional de esta Villa.» 

Al cual recibí el dia 6 por la mañana la respuesta oficial del Alcalde, que dice así:

= «Alcaldía constitucional de Hiendelaencina. = Administración local. = Encontrándose enfermo en cama el Médico titular D. Pedro de las Heras, he consultado el contenido del oficio de V. S. de este día, relativo a los cadáveres que existen en la mina Perla, con el Cirujano D. Manuel Catalina; y como este señor me haya expuesto la incompetencia que por si solo tiene para emitir su parecer en un asunto de tanta trascendencia, como es el que en él se trata, he dispuesto reclamar la presentación en esta villa del Médico forense del partido, que a la vez reune la circunstancia de ser Subdelegado de Medicina y Cirugía, a cuyo efecto, con esta misma fecha oficio al Sr. Juez de primera instancia de Atienza. = Lo que tengo el honor de decir a V. S. por contestación a su citada comunicación. = Dios guarde a V. S. muchos años. Hiendelaencina 5 de Noviembre de 1864. = José Crespo. = Sr. Ingeniero Jefe de minas de esta provincia.»

En vista de ella, no dejó de producirse en mi ánimo alguna fluctuación, acerca de lo que ya teníamos pensado, sobre el reconocimiento del quinto piso en el dia 7. 

Mas consultando con el Ingeniero D. Miguel Bautista, y todos los Capataces que tan constantemente han intervenido en estas diligencias, acordamos, después de una ligera discusión sobre ello, el seguir con nuestro propósito de reconocer el quinto piso; y persuadidos todos de que lo hallaríamos transitable, hasta se pensó en extraer a la vez los cadáveres que debe haber alli, fundados en que, estando tres de ellos cuando menos al pie mismo del torno por donde se había de bajar, seria menos repugnante y expuesto el sacarlos antes de pasar adelante en el reconocimiento. 

Con este buen ánimo y disposición estábamos hablando de la forma y modo de construir las cajas donde se habían de colocar los cadáveres y de los preparativos que se debían llevar además, cuando apenas acordado, se dijo que, si se habían de hacer en el día 7 estas operaciones, debían encargarse las referidas cajas a los distintos talleres de las minas colindantes, para que por la noche del dia 6 estuviese ya todo corriente; y distribuyéndonos en el acto para disponerlo asi, sin pérdida de tiempo continuamos reunidos el Ingeniero D. Miguel Bautista Muñoz y los Capataces D. Mariano Gallegos y D. Jacinto Ruiz Castellanos, el Comisario de vigilancia Sr. Lopez y el Interventor de minas por el Gobierno D. Leandro Ruiz Polo: en cuyo acto se presentó el Cirujano de esta villa D. Manuel Catalina, en compañía del Sr. Pastora, Médico forense de este partido. 

Su objeto, según manifestó dicho Catalina, era el de que hablásemos alguna cosa acerca del oficio que yo había pasado al Alcalde de aquí, pues que habiéndolo él remitido al Juzgado para los efectos que el Alcalde expresa en su comunicacion, era consiguiente que el citado forense había de venir tan luego como el Juez asi lo previniese. 

Y como daba la casualidad de que el referido Sr. Pastora había venido esta mañana a ver un enfermo de este pueblo, no quería marcharse sin tener los antecedentes que ahora podía recoger con esta oportunidad.

Entrando, pues, en esta nueva conversación, y enterados de mi oficio antes expresado, que yo les leí, dijo el Sr. Pastora en conclusión:

1.º Que no consideraba obligatorio a ningún facultativo el bajar a una mina.

2.º Que sin conocimiento exacto de ella, no podía comprender bien el efecto que habrían podido producir las corrientes de aire bueno que allí se hayan introducido, y por lo tanto no podía comprender el estado de aquella atmósfera, ya por el ácido carbónico que aún pudiera existir en ella, ya también por los gases que puedan desprenderse de aquellos cadáveres.

3.º Por virtud de estas dudas no podía aconsejar la manera de emplear los desinfectantes o medios que debían emplearse para precaverse de ellos, pues sí bien el cloro decía que era un buen preservativo, era bien sabido lo peligroso de su empleo, si no se hacía con conocimiento.

4.º Dijo asimismo que llevando aquellos cadáveres diez y nueve días dentro de una atmósfera caliente y húmeda, debían suponerse en su periodo más crítico de descomposición; y por lo tanto expedirían, no solo un olor fétido grandísimo, sino también tan deletéreo, que podrían viciar la atmósfera inmediata, aun cuando por ella circulase aire más puro, e influir de una manera altamente perjudicial en los individuos que se aproximasen a ellos.

5.º Y finalmente, expuso, que sin prejuzgar lo que pensará e informará luego que el Sr. Juez le dé conocimiento de mi oficio y medite con más detención sobre ello, era de opinión ahora que ni se reconociese el quinto piso, ni menos se tocase a los cadáveres; pues luego que pasase algun más tiempo y saliesen de este primer periodo de descomposición convirtiéndose en una papilla inhodora, sería acaso menos expuesto el sacarlos de alli. 

Por lo tanto, que él creia lo más acertado que se aislara y tapara esta mina. 

Preguntado si en el caso de dejar destapada la mina Perla, sí bien aislada de sus colindantes, podrían perjudicar a la salud pública los miasmas que salieran de ella, manifestó que creia que no, porque se desvanecerían en la atmósfera de la superficie; con lo cual se despidió para ver la situacion de esta mina con relacion a la población, a lo que le acompañaron el antedicho Catalina y los Sres. Gallegos y Castellanos; y a su vuelta de la mina, que nos volvimos a ver brevisimos instantes, corroboró sus anteriores ideas. 

En consecuencia de estas opiniones, casi totalmente opuestas a las que nosotros teniamos formadas, crei de necesidad una nueva reunión con el mencionado Ingeniero Sr. Bautista y los Capataces Ramos, Contreras, Gallegos, Jurado y Castellanos, a fin de tomar un acuerdo definitivo en este gravisimo asunto. 

De nuestra parte no hubo la menor variación, a pesar de la respetable opinión del señor Pastora, acerca de la creencia en que estábamos de que se podría reconocer el quinto piso y aun extraer a la vez los cadáveres que hay en él; y de tal modo estábamos resueltos a ello, que nos teníamos distribuido el trabajo entre todos, buscados los peones que habían de bajar con nosotros, construidas seis cajas con todas las condiciones de solidez y fácil manejo y preparado el cloruro de cal y cuanto se nos había ocurrido para la más segura y pronta terminacion de esta empresa. 

Mas, sin embargo, pensando con toda madurez y detenimiento la gravisima responsabilidad que aceptábamos, si no seguíamos el consejo de los Médicos, entramos en una larga serie de consideraciones sobre ello, y también acerca de las consecuencias que pueden surgir de aislar esta mina, como ellos proponen. 

Efectivamente, la consideración de dejar en tal estado los cadáveres de la Perla, fue de influir en el ánimo, no ya solamente de sus familias aquí residentes, sino también en el de los trabajadores de las colindantes y aun de esta cormarca; dando por resultado el que abandonen esta población varias personas. 

También es aún más evidente el perjuicio que de ello se seguirá a la Empresa de la mina Perla. ¿Pero es esto bastante para desoir el consejo, siquiera privado. de un facultativo forense? 

Todos unánimes acordamos dar cima por ahora a nuestros trabajos, disponiendo que se aislase la mina Perla de todas las demás, pero sin tapar su pozo maestro y el de bajada, pues de este modo es probable que aunque con lentitud continúe ventilándose, y seguro el medio de evitar una inundación en sus labores, pudiendo practicar el desagüe por el malacate.

Por más que nosotros, a causa de la perentoriedad de las circunstancias, no teníamos adoptados otros preservativos para llegar a los cadáveres que los desinfectantes que antes se han indicado, pues contábamos con que el aire estaría en condiciones respirables, con todo, no se nos oculta ni desconocemos que hay varios aparatos que pueden emplearse y se emplean con buen éxito en casos análogos; y como pudiera acontecer que una vez aislada la mina Perla, se halle su atmósfera menos agitada, y por lo tanto con mezcla de ácido carbónico que aun debe haber en ella, siquiera sea en sus sitios o rincones más apartados y con los miasmas pútridos que han de desprenderse de los cadáveres, nos será permitido recomendar, que, si se llega a intentar extraerlos, se estudie la aplicación de aquellos aparatos artificiales que pueden ser más convenientes al efecto.

Llevados de nuestros deseos de conocer los fenómenos que se han observado en esta mina desde su incendio, hemos hablado diferentes veces con el Ingeniero Sr. Bautista, y convenidos en la explicación general de ellos, se encargó de la redacción de los apuntes que van a continuacion.

En el incendio de las maderas deben haberse producido los gases siguientes: Acido carbónico en gran cantidad; óxido de carbono; hidrógeno carbonado; algo de hidrógeno sulfurado, y ácido sulfuroso, debido a la calcinación de las piritas y galenas del filón, aceites esenciales debidos a la quema de las resinas, y tal vez alguna cantidad de nitrógeno, que haya quedado libre al consumir el oxigeno del aire; la mayoría de estos gases, al durar por cierto tiempo la combustión, indudablemente entraron también en ignición produciendo una nueva porción de ácido carbónico, de modo que al apagarse el fuego, la atmósfera, de que debían estar llenas las galerías del quinto y sexto piso, estaría compuesta de una inmensa cantidad de ácido carbónico, tal vez de algo de nitrógeno, algo de hidrógeno sulfurado, y alguna pequeña cantidad de aire; el primero debía ser la base sobre que descansaban los demás por su considerable diferencia de peso, y el nitrógeno, hidrógeno sulfurado y el aire, debían formar una atmósfera confusa por la mezcla que entre los gases se operaba, hasta que las corrientes establecidas lo hayan desalojado; dejando exclusivamente el ácido carbónico, que es a quien en nuestro concepto se deben las víctimas ocasionadas, con alguna cantidad de aire. 

Sabida, pues, la composición completa de esta atmósfera, se encuentra una explicación natural a los diferentes fenómenos que durante estos aciagos días se han notado: en la primera tentaliva llevada a cabo por Jurado, Domingo Estéban (a) Gabiche, marcharon perfectamente hasta el nivel del cuarto piso, y sólo cuando descendieron de este nivel, es cuando notaron pesadez, mala impresión, y por último se les apagaron los candiles, y efectivamente, no podría suceder otra cosa: el foco de combustión, y de consiguiente de producción de ácido carbónico, estaba entre tercero y cuarto; para sofocarle se había cubierto el pocillo del tercero; pero los gases, dilatándose y obedeciendo a sus gravedades especificas, trataban de salir del cuarto para innundar los pisos quinto y sexto, haciéndolo por el pozo de bajada y el pozo maestro; así, pues, luego que los citados indivíduos se hallaron en esta corriente, sintieron los primeros sintomas de la atmósfera deletérea que los rodeaba. 

En la segunda tentativa llevada a cabo por Jurado, Castellanos y demás compañeros, el candil de prueba introducido por el Sr. Bautista bajó hasta el nivel del sexto piso, donde permaneció dos minutos, sin que diera señales de existencia del gas deletéreo; lo que se comprende, teniendo presente que se había purificado en cierto modo la atmósfera de la caldera y galería traviesa por las lechadas de cal que se habían dejado caer desde la boca del pozo, las cuales habían obrado de un modo mecánico y químico: primero, haciendo retroceder la atmósfera que existía en la traviesa del sexto hacia la culata de las galerías y pocillos; y segundo, absorviendo cierta cantidad de ácido carbónico para formar el carbonato de cal, de modo que al bajar el candil todavía no se había operado el equilibrio establecido después por los pesos específicos y de retroceso por la presión que los gases habían sufrido, y por consiguiente, la caldera y traviesa, estaban en estado respirable.

En el mismo estado se encontraba aproximadamente a la bajada de Jurado y compañeros, que, descuidados y engañados por la diafanidad de la atmósfera que les rodeaba, marcharon hasta el primer pocillo, en donde ya la atmósfera era más densa y donde se iba ya restableciendo el fatal equilibrio, el que volvió a interrumpirse de una manera desfavorable por el movimiento de las mismas personas; así es que desde aquel mismo momento se dejaron sentir los sintomas de su asfixia; retrocedieron con prontitud, y por consiguiente agitaron más la atmósfera y se precipitó detras de ellos, como enemigo traidor, una columna de ácido carbónico, cuyos fatales efectos se hizo percibir en todos ellos; pero afortunadamente estaban ya en el pozo maestro, en donde la cantidad de aire respirable era mayor, y de este modo se comprende como el candil de Jurado ardía todavía cuando se bajó a prestarle socorro con la buena fortuna.

Lo ocurrido en la tentativa del malogrado Sr. Santa Cruz, viene a corroborar cuanto exponemos arriba: ya para esta ocasión, el cuarto, aunque imperfectamente, estaba ventilado, pero no así el quinto, pues no teniendo comunicación directa con el pozo maestro, la ventilación, al llegar al cuarto, se dividía en dos columnas: una que iba directamente al pozo maestro, y otra que bajando al quinto, pugnaba por pasar al sexto, la que, como se deja comprender, tenía que ser la más débil: de aquí se deduce fácilmente que la atmósfera que existía en él era compuesta de dos capas, una que era la inferior, de ácido carbónico, que trataba de precipitarse al sexto, y la otra que era la superior de aire más o menos puro; la gente bajó, llevando también delante de si una corriente de aire respirable, de consiguiente los candiles ardieron bien, interin que duró el estado de inercia; pero en el momento que las personas, por sus idas y venidas y sus movimientos rompieron este equilibrio, produciendo la mezcla de las capas atmosféricas, se dejaron sentir los efectos del ácido carbónico en el entivador Plaza y su ayudante, que fueron los primeros en agitarlos con la escalera etc., después en los que se introdujeron en el pozo del quinto al sexto, y sucesivamente en todos cuantos estaban rodeados de aquella fatal atmósfera, apagándose desde luego los candiles. 

Se llegó a auxiliarlos, y todos cuantos bajaron, tan luego como sus candiles entraban en aquella confusa atmóslera, se apagaban, durando encendidos simplemente ínterin duraba la columna de aire que el individuo bajaba consigo.

De lo expuesto se desprende, que lo ocurrido, que esa aparente confusión de los principios físicos tiene su explicación precisamente en esas mismas leyes invariables y fijas de la naturaleza; en la movilidad de los gases, sin que pueda persuadirnos la idea muy generalizada aquí de que la presencia de otros gases, principalmente el azoe, ha intervenido en estos fatales sucesos, toda vez que los que pueden haberse desarrollado siendo de menos gravedad que el aire, obedeciendo a sus leyes físicas y a las corrientes establecidas, debían existir en tan corta cantidad en la mina, que fueran completamente inofensivas. 

El ácido carbónico sólo es el enemigo que existía y existirá por largo tiempo en la mina: para combatirle, dos medios se presentan; forzar todo lo posible las corrientes para que puesto en suspensión y diluido en el aire pierda, digámoslo así, parte de su peso, y pueda salir arrastrado por la corriente; y segundo, proporcionar medio de que, estando en contacto de cuerpos por los que tenga gran afinidad, entre en reacción y desaparezca del punto en donde se halla, siendo reemplazado por una atmósfera sana y exenta de todo efluvio pernicioso.

Fijos en estas ideas, todos nuestros esfuerzos se han dirigido a este fin, y para lograrlo, se han empleado los recursos que, siendo de fácil adquisición aquí, nos parecieron más eficaces, de forzar las corrientes de aire, las disoluciones de cal etc., como se dejan antes indicados; mas para el caso de decidir la extracción de los cadáveres y habilitar la mina pronto, no dejaremos de recomendar nuevas disposiciones, sabiéndose que hoy queda por su aislamiento con ménos ventilación natural.

Como terminación de estos sucesos, nos ha parecido que no se dejará de leer con interés también una relación de las observaciones que han hecho los facultativos de esta villa, que tan solícitos han acudido al socorro de los asfixiados: y como quiera que el Cirujano D. Manuel Catalina es el que con más constancia los ha seguido, a él hemos recurrido para que nos las facilitase. 

De las notas que nos ha presentado al efecto, se ha formado la relación siguiente: 

«D. Hilario Jurado, extraido de la mina Perla el dia 19 de Octubre, como se ha dicho, es de edad de 41 años, temperamento nervioso idiosincrasia hepática; puesto a la benéfica influencia del aire atmosférico, pudo notarse pesadez y aturdimiento de cabeza, algunos vértigos, temblores de la vista, a veces inquietud vaga, convulsiones ya parciales, ya generales; frialdad general, particularmente en las extremidades inferiores, náuseas frecuentes y vómitos de las materias alimenticias que contenía en el estómago. 

Después de observados todos los fenómenos enumerados, al momento se le puso en una cama cerca de una corriente de aire, practicando sobre toda su periferia, fricciones con un cepillo de ropa; se le hizo aspirar por la nariz el amoniaco ligeramente, rodeándole de calórico, ya con sacos de arena caliente y botellas de agua en las mismas condiciones: restablecida que fue la reacción, y su facilidad de respirar y deglutir, se le hicieron tomar en cantidades pequeñas café y una poción antiespasmódica, que con el quietismo y continuación del tratamiento, se restituyeron las funciones a su estado normal. 

Algunos individuos como Salvador Rodrigo, Ignacio Caballero y algún otro que no recuerda sufrieron los mismos fenómenos, pero de una manera más leve y ligera, que no fue necesario más que algún reposo y tomar alguna taza de infusión teiforme de café.

En el dia 25, como a las seis de la tarde, se sacó de la misma mina Perla a su Capataz Bernardo Unda, de edad de 46 años, temperamento sanguineo: en el primer momento no se veía más que un cadáver: observado con detención, se notaba ligera respiración, aunque muy dificil; pulso imperceptible, algunos movimientos en el corazón, tardos y poco enérgicos; abolidas completamente las funciones de la inteligencia, la laxitud completa de los miembros: todo hacia temer una muerte próxima e inevitable. 

Inmediatamente se le colocó en un colchón al aire libre; se le aflojaron sus vestiduras, se le hicieron aspersiones de agua, se le puso alguna cubierta, y con energía fricciones generales, presiones y movimientos en la cavidad torácica; insuflacion inmediata con la boca del mismo Catalina; se le abrió una vena dando muy corta cantidad de sangre; se le rodeó de calórico y de una asistencia incesante. 

Con la acción de estos medios, se hizo más fuerte la respiración aunque muy dificil y trabajosa; la circulación más notable y enérgica, en cuyo estado se le trasladó a una cama caliente. 

Se le volvió a rodear de calórico, pero sin embargo de establecerse la reacción con energía, la inteligencia abolida, sintomas de una fuerte congestión cerebral, aplicación de dos docenas de sanguijuelas a las regiones mastoideas (detrás de las orejas) ningún resultado notable, sinapismos ambulantes, el mismo estado. 

A las once de la noche, al ver que tantos medios puestos en juego no sacaban al pobre enfermo de peligro tan inminente, se recurrió a las lavativas de vinagre y sal: el mismo estado, y por último lavativas con cuatro onzas de vino hemético turbio para tres veces, de media en media hora; con la primera se logró una deposición abundante de materias fecales, primer fenómeno de sensibilidad; continuacion de las lavativas, aumento de sensibilidad; respiración más profunda y tranquila, pulso lleno y frecuente. 

Sin embargo de este cambio tan favorable, la inteligencia dormida. A las tres de la mañana este estado congestivo empezó a desaparecer pero muy paulatinamente, tanto que hasta el día siguiente no vino el conocimiento; pero su memoria nula completamente, pues hasta los ocho o nueve días no ha preguntado por nadie. ni por ningún suceso, impresionándole fuertemente la triste nueva de las desgracias ocurridas, aunque sólo fue una tintura lo que se le manifestó. 

Continúa bien, sólo con las incomodidades por las quemaduras en las piernas que sufrió con la aplicación del calorido por un descuido de los que estaban encargados al efecto.

¡Triste y desgarrador cuadro! El desgraciado Sr. Santa Cruz y su compañero Barrera, sacados al exterior, sólo ofrecían dos cuerpos inertes, víctimas del cruel y deletéreo veneno ácido carbónico. 

Fisonomía tranquila, la misma que se guarda en el sueño; ningún fenómeno vital, tanto de la respiración como de la circulación; laxitud general, frio marmóreo de las extremidades; las pupilas dilatadas: la lengua turgente y próxima a las arcadas dentarias: sin embargo del triste convencimiento de su estado finito, se procura poner en juego y con energía, los pocos medios que la ciencia posee; fricciones generales hasta violentas; presiones en la cavidad torácica; estimulos con el amoniaco a las narices; insuflaciones enérgicas y prolongadas, hechas inmediatamente por la boca del mismo Catalina y otros medios que entre el deseo y la pena se pusieron en juego; todo, todo inútil, sin quedar que hacer más que retirarse con el llanto en los ojos y desgarrado el corazón, tanto por estos desdichados, cuanto por los que quedaban en las profundidades de la expresada mina.

¡A cuantas reflexiones da lugar suceso tan lamentable! pero embargada el alma por el sentimiento, séame lícito acabar esta relación, implorando la clemencia Divina para estos desgraciados; amparo para los infelices que quedan en la indigencia, y alguna recompensa para los que con tanta abnegación han arriesgado sus vidas en estas circunstancias. 

Hiendelaencina 9 de Noviembre de 1864. = El Ingeniero Jefe de la provincia, Sergio Yegros.


Revista científica del Ministerio de Fomento, 8 de diciembre de 1864 n.º 89 

Relación de las desgracias ocurridas en la mina Perla, de Hiendelaencina, en el mes de Octubre de 1864.

Como a las tres y media de la madrugada del 18 al 19 de Octubre, el guarda de servicio de noche de la mina Santa Catalina, Manuel Juan Mateos, dio aviso a D. Eduardo Meseguer, Representante interino de la Empresa titulada La Unión, de que algunos operarios del interior salían alarmados por haber notado como una nube de humo espesa que se esparcía por aquella mina.

Personándose en el acto el referido Sr. Meseguer, acompañando de su Capataz D. José Ramos en la boca del pozo principal, e informados de los mismos trabajadores, que en efecto había esa extraña y mala atmósfera en la mina, bajaron al primer piso, donde por si mismos se cercioraron de ello, adquiriendo el convencimiento de que procedía de algún incendio en el interior de alguna de las colindantes. 

En su virtud, y sabiendo que todavía quedaban bastantes barreneros y escombreros dentro de su mina, trataron de inquirir donde y como se hallarían, cuando reciben aviso de su colindante Santa Cecilia de que siete de ellos habían subido por esta mina, incluso el Celador Manuel Cortezón, el cual se encontraba bastante agitado, por efecto sin duda del humo y peligro en que conoció se hallaron. 

Por una feliz casualidad, este Celador conocía el punto de comunicación de ambas minas, y discurrió con mucho acierto, que, rompiendo el tabicón divisorio podrían salir por Santa Cecilia, como en efecto sucedió. 

A la vez que esto ocurría, el Administrador de Santa Cecilia, D. Francisco García Losada, que desde la misma hora de las tres y media había recibido aviso de su guarda de noche, se arrojó a la calle y por los dos primeros trabajadores de Santa Catalina. que habían subido por su mina, supo que lo habían verificado así, en razón a que allí no podían resistir el humo: mandó avisar de lo ocurrido a Santa Catalina, y se colocó a la boca del pozo maestro de Santa Cecilia a ver si salía algun otro trabajador; y efectivamente vio al poco rato salir al Cortezón y cuatro compañeros más, como antes se ha dicho. 

Se los subió a su propia casa y los socorrió y animó. 

Al poco rato subieron cuatro más, también en mal estado, y los socorrió del mismo modo. 

En vista de lo cual, y de acuerdo con su Capataz D. Jacinto Ruiz Castellanos, enterado éste por Cortezón de que quedaba un trabajador llamado Pedro Alvarez, entre quinto y sexto piso de la citada Santa Cecilia, con pocas esperanzas de vida, se lanzó inmediatamente abajo, seguido de dos operarios de su mina y de otro Celador de Santa Catalina, llamado José Pelegrini. 

Afortunadamente el humo les mortificó poco, y pudieron llegar sin novedad donde se encontraba el Alvarez, tendido al pie de una escalera, sumamente trastornado y sin hallar ni conocer de los que iban en su auxilio; pero el Capataz que, aunque jóven, tiene larga experiencia por ser natural de Almadén, hijo de mineros, y dedicado desde su niñez a este penoso ejercicio, tuvo la previsión de bajar un pomito con vinagre, que dandoselo a aspirar le hizo volver algo en si, y pudieron conducirlo en brazos a la mina más próxima Santa Catalina, y colocándolo en la cuba del pozo maestro, que al efecto tenían preparada, salieron todos. 

Pocos instantes después se personó en la bocamina el facultativo de la villa D. Manuel Catalina, que había sido mandado avisar por el Sr. Meseguer; y como reconociera que no habia un grave peligro por la asfixia, mandó sacarle a una atmósfera más pura que la de la boca mina donde se hallaba, y luego que recibió la influencia de esta, principiaron a desarrollarse las funciones vitales con bastante energía; tanto que adquirió las fuerzas necesarias para trasladarse a su morada, aunque con apoyo de dos sujetos que le acompañaron. 

Cuando se salvaba este individuo, como a las cuatro y media de la mañana del 19 el Sr. Ramos, sospechando que el incendio procedía de alguna mina contigua, dio aviso personalmente al señor Administrador de la Perla y el mencionado Capataz Castellanos, calculando que no podía ser el fuego sino en la mina Fortuna o en la Perla, toda vez que él había recorrido la suya y la de Santa Catalina, y nada había visto en ellas, sin vacilar se bajó por el pozo de la Fortuna, seguido de tres o cuatro operarios suyos, y llegando al sexto piso, en el punto que comunica esta mina con el tercero de la Perla, por un pozo ascendente, se encontró con una nube densa de humo, y vió arder un torno de la citada Perla, colocado en su tercer piso; y como la ventilación venía a salir por donde entró el Castellanos con los operarios, no pudiendo ya resistir aquella atmósfera, se salieron de la mina, si bien con la seguridad de saber donde el fuego se hallaba. 

Sin pérdida de momento, el mismo Capataz fue a dar aviso al Sr. Ingeniero D. Miguel Bautista y Muñoz de esta circunstancia; y ya s esta hora, que serían las siete y media de la mañana, había cundido la noticia y la alarma por todas las minas y la población; al saberse que faltaban cinco trabajadores de la Perla, llamados Eusebio Mojares, natural de Sigñenza, provincia de Guadalajara, de treinta y seis años de edad, casado, con dos hijos; José Lopez, natural de Roñadoiro (Lugo), de treinta años de edad, soltero; Mariano Muñoz, de Retortillo (Soria), de veintisiete años de edad, casado, con un hijo; Felipe Cardenal, de Bustares (Guadalajara), de veinte años de edad, soltero, sin padres y cos sels hermanos, y Manuel Torres, de Osona (Soria), de veintinueve años de edad, casado, quedando su mujer embarazada. 

En su consecuencia, ya a esta hora se hallaban en la explanada de la mina Perla el Ingeniero D. Miguel Bautista, agentes de la Autoridad y Guardia Civil, Capataces y muchas otras personas de la población; y consultando entre si todas las personas conocedoras de estas minas, el Capataz de la de San Carlos D. Angel Contreras, ilustrado de la relación que tienen estas labores con las de las minas colindantes, y de acuerdo con el referido Ingeniero D. Miguel Bautista, se decidió a bajar a ella por la bajada de Santa Catalina, en razon a que por la Fortuna tenía conocimiento, dado por el Capataz Castellanos, de que era muy peligroso,y por la Perla veían palpablemente imposible la bajada.

(Se continuará.)







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