Partido Socialista Italiano
El Partido Socialista Italiano fue fundado en Génova en 1892 y se se disolvió el 13 de noviembre de 1994 después de dos años en los que muchos de sus líderes, incluido Craxi, estuvieron involucrados en el caso Tangentopoli.
Tangentopoli
La palabra Tangentopoli fue acuñada por los medios italianos para describir la red de corrupción que caracterizaba la escena política y empresarial en la ciudad de Milán a comienzos de los años 90. En febrero de 1992 Mario Chiesa, miembro del Partido Socialista Italiano (PSI), fue arrestado bajo la sospecha de aceptar un soborno del empresario de Monza, Luca Magni, que, cansado de pagar, lo había denunciado a los Carabinieri. El PSI desautorizó a Chiesa, dando a entender que sus actividades ilícitas no representaban al partido. En su defensa Chiesa hizo declaraciones que pusieron al descubierto una red de relaciones corruptas entre partidos políticos, empresas y crimen organizado, y provocaron una investigación judicial conocida como Mani pulite. Pronto quedó claro que lo que estaba sucediendo no era un evento aislado confinado a Milán, sino un sistema nacional de corrupción política. El término Tangentopoli pasó a designar un sistema basado en acuerdos tácitos mediante los cuales los empresarios pagaban sobornos a los políticos como si se tratase de un impuesto informal para obtener contratos públicos, y los políticos luego usaban el dinero para financiar sus partidos políticos.
Craxi tuvo que escapar de un linchamiento (en abril de 1993 una pequeña multitud le esperó a las afueras de su hotel en Roma para tirarle monedas y billetes) y luego de los fiscales, huyendo a Túnez, donde murió en el año 2000. Pero junto a él y a su partido, al estallar del escándalo, cayó todo el sistema político que Italia había conocido desde la posguerra. Mientras el Partido Comunista, salpicado por algunos procesos sobre sus fondos negros, ya había empezado su camino hacia la izquierda liberal, la mayor víctima fue la Democracia Cristiana, principal fuerza política durante décadas. La imagen de su poderoso secretario (y antiguo primer ministro), Arnaldo Forlani, acusado en una sala del tribunal, aceleró la desaparición de un partido que ya no existía antes de las elecciones generales de 1994.
Tiziana Maiolo con motivo de la muerte de Paolo Pillitteri publicó en Il Riformista un artículo reivindicando la figura del que fuera alcalde de Milán y parlamentario en la época del proceso Tangentopoli. Para ella hablar de Paolo Pillitteri es hablar de Milán.
La de los años ochenta de la que fue protagonista, que sintética y superficialmente se llama la ciudad da bere y que fue en cambio la metrópoli del desarrollo, sobre todo intelectual. Bastaría mencionar las decenas de clubes culturales que existían entonces y que ya no existen, desde el que lleva el nombre de Filippo Turati, hasta la Casa della cultura y los más periféricos como el Perini en Quarto Oggiaro. Allí discutimos y nos apasionamos, era la riqueza de la ciudad. Entonces el viento frío y maligno de Mani Pulite arrasó con todo. Todavía recuerdo aquel avión a Roma, era ahora abril de 1992, en el que nos encontrábamos, tras las elecciones al Parlamento, con Carlo Tognoli, uno de los alcaldes más queridos de Milán, y Paolo Pillitteri. Por supuesto, se salvaron del arresto, pero no de la picota, y muchas veces se vieron obligados a viajar algo enmascarados. Además, en ese mismo vuelo estallaron los aplausos cuando subió el héroe del momento, Tonino Di Pietro.
Entre otras cosas Tiziana alude a una supuesta acción conjunta entre el poder judicial y el mundo empresarial para aislar a la clase política, entiende ella llevada a cabo con cinismo. El mismo cinismo con el que entonces los grandes empresarios utilizaban los periódicos de los que eran propietarios. Es como si de ese mundo surgiera, en parte en toga, en parte en la fábrica, un grito, que era un coro, hacia los políticos: ¡Ríndanse, están rodeados!
Silvio Berlusconi
En tan solo dos años, las investigaciones de un grupo de fiscales habían revolucionado el panorama político del país. Gracias a una reforma de la ley electoral acababa entonces la primera república italiana, haciendo vislumbrar una más prometedora segunda república. Las esperanzas de una nueva etapa para Italia, sin embargo, se quebraron pocos meses después, cuando ingresó en la arena política un empresario televisivo de éxito, Silvio Berlusconi. Éste, que había sido amigo personal de Craxi, se presentó como un hombre nuevo capaz de volver a levantar Italia, como ya había hecho de la nada con su imperio empresarial. La verdadera razón de su ingreso en política se haya, sin embargo, en la defensa de sus intereses personales y económicos, como explicó años después Fedele Confalonieri, brazo derecho de Berlusconi.
La «Segunda República» en Italia: crónica política de una transición sin fin
Alfonso Botti, Università degli Studi di Modena e Reggio Emilia
La caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética —como es sabido— periodizan un cambio del mundo tal y como se había estructurado a partir de 1945. A su impacto sobre el sistema político italiano se suman, con resultados devastadores, además de una crisis económica marcada por el incremento de la deuda pública en relación con el PIB (124,8 por 100 en 1994), los escándalos de «Tangentopoli» y la aparición de ligas separatistas que cuestionan la unidad nacional. En el arco de poco tiempo desaparecen los tres principales partidos políticos DC, PCI y PSI, junto a otros menores, y con ello la «República de los partidos», mientras la sociedad es sacudida por movimientos de protesta frente a la partitocracia, que contraponen la sociedad civil a la política. De entre ellos destaca el de «Manos Limpias», mientras otro, liderado por Mario Segni, que con el apoyo de los radicales ya había obtenido en 1991 la eliminación de las preferencias múltiples en la Cámara de Diputados a través de un referéndum, continúa por la misma vía con el objetivo de introducir reformas parciales, consiguiéndolo en 1993 con la derogación de la Ley Electoral proporcional para el Senado.
A estas alturas, en enero de 1994, cuando está extendida la sensación de un cambio hacia la izquierda en la orientación del país, Silvio Berlusconi decide competir en las elecciones con un partido fundado pocos meses antes, Forzá Italia (FI), y con una alianza espuria: en las regiones septentrionales con la Lega Nord (Polo delle Libertà) y en el sur con la derecha de procedencia fascista (Polo del Buon Governo).
Además de defender sus concretos intereses empresariales, su proyecto es el lanzamiento de un partido liberal de masas con el cual pretende realizar una modernización del país a través de privatizaciones, libre mercado y, sobre todo, la reducción del papel del Estado. Se presenta como un reformador anticomunista, tachando de conservadores a los demás.
Las reformas del sistema electoral italiano
El sistema electoral clásico (1948-1993)
Tras el largo paréntesis autoritario, la nueva Italia republicana restableció en 1946 el sistema electoral proporcional que había estado vigente en la breve experiencia democrática parlamentaria (1919-1922), con la diferencia de que el sufragio universal ya no fue solo masculino sino que se amplió también a las mujeres. A diferencia de los mecanismos de racionalización de la forma de gobierno propios de la Alemania de posguerra, las principales fuerzas políticas italianas no vieron en el sistema electoral un instrumento para contribuir a la estabilidad de los gobiernos. Bien al contrario, y tras veinte años de dictadura fascista, el propósito fundamental consistió en restaurar la centralidad del parlamento y, en consecuencia, elaborar un sistema electoral de tipo proporcional que garantizase el pluralismo partidista.
El sistema electoral establecido a partir de 1956 favoreció la hiperpersonalización, las prácticas clientelares y una elevada fragmentación. La falta de alternativas a las distintas coaliciones de gobierno fraguadas en torno a la Democracia Cristiana, condujo a una situación de bloqueo en la que la única opción viable de cambio consistía en la rotación de los partidos minoritarios de centro-derecha y centro-izquierda, en lo que se dio en conocer como el pentapartito a partir de 1976. El pentapartito se caracterizó por la exclusión de los partidos extremistas (neofascistas y, especialmente, comunistas), por su heterogeneidad interna y, sobre todo, por su debilidad. Baste señalar que entre 1953 y 1992 se sucedieron hasta 42 gobiernos distintos y su duración media rondó los 11 meses. No en vano, Italia fue definida como "democracia mediatizada", en el sentido de que los electores acudían a las urnas en un clima de incertidumbre, y en el que entregaban un mandato en blanco a los partidos para la formación de un Gobierno en el que apenas podían incidir. Los incentivos para la rendición de cuentas de los gobernantes se diluían y los electores tenían serias dificultades para sancionar la acción del Ejecutivo.
A inicios de la década de los noventa, el sistema político italiano atravesaba una crisis sin precedentes. Los principales partidos estaban totalmente desacreditados y salpicados además por importantes casos de corrupción que generaron una gran indignación ciudadana. Al calor de este contexto absolutamente excepcional, comenzó a tomar forma la necesidad de acometer profundas reformas, entre las que el cambio de las reglas electorales adquirió una atención preferente.
Mattarellum (1993-2005)
Así las cosas, a inicios de los noventa se asistió al desplome del sistema de partidos que había surgido tras la Segunda Guerra Mundial, dándose las condiciones propicias para la introducción de reformas estructurales. Sin embargo, ante la incapacidad de los partidos políticos para llegar a un acuerdo, el ímpetu reformista provino de la sociedad civil, que promovió dos referéndums abrogativos en 1991 y 1993. El objetivo último de estos intentos de reforma electoral consistían en dejar atrás el sistema de partidos italiano, de pluralismo extremo y polarizado, y simplificar el número de fuerzas políticas para, en última instancia, contribuir a la anhelada gobernabilidad.
Tras un complejo proceso, se aprobó finalmente la nueva ley electoral, patrocinada por Sergio Mattarella. Se trataba de un sistema electoral mixto (sistema personalizado compensatorio), en el que los electores disponían de dos votos. Mientras que el 75% de los diputados se elegían en el "circuito mayoritario", el 25% restante se elegía en el "circuito proporcional" a nivel nacional, por lo que la preponderancia del primero conducía aparentemente a unos resultados con sesgo mayoritario. Sin embargo, junto al efecto mecánico compensatorio que preveía el sistema, se dieron también efectos psicológicos de estrategia electoral, que permitió a los partidos sortear el efecto reductor del sistema a través de las alianzas electorales.
Lo cierto es que se generaron unas enormes expectativas en torno al nuevo sistema electoral. Y aunque sirvio para favorecer la alternancia (en 1994 venció el centro-derecha; en 1996 el centro-izquierda; y en 2001 el centro-derecha de nuevo), sin embargo, el sistema político italiano continuó aquejado de algunos de sus problemas tradicionales. La fragmentación parlamentaria no se redujo, los gobiernos continuaron siendo frágiles y, además, la competición se tornó bipolar. Así pues, lejos de conseguir los propósitos marcados, la reforma electoral no logró solventar los problemas clásicos.
Porcellum (2005-2015)
Durante una legislatura caracterizada por la crispación y el desencuentro, se aprobó una nueva ley electoral auspiciada por la coalición de centro-derecha encabezada por Silvio Berlusconi, la Casa de la Libertad. Dicha coalición tenía unas malas perspectivas electorales de cara a las elecciones nacionales de 2006. Dadas las circunstancias, la coalición gobernante decidió aprobar una nueva ley electoral a la medida de sus intereses, conocida como Porcellum ("la cerdada"), cuya tramitación duró apenas tres meses. Se trató de un ejemplo evidente de manipulación electoral en beneficio propio.
En este sistema de representación proporcional desaparecieron los distritos uninominales. Sin embargo, la proporcionalidad se corregía con un premio de mayoría (premio di maggioranza), que otorgaba de forma automática el 50% de los escaños al partido más votado. La capacidad del sistema para producir una sobrerepresentación en escaños de la fuerza más votada se tornó en contra de la coalición de centro-derecha encabezada por Berlusconi, pues con una exigua diferencia del 0,07% de los votos, la coalición de centro-izquierda liderada por Romano Prodi se adjudicó por completo el jackpot y obtuvo 340 diputados en el Congreso.
Este sistema se utilizó en las elecciones de 2006, 2008 y 2013, hasta que la Corte Constitucional italiana, en la sentencia 1/2014, declaró su inconstitucionalidad. Concretamente, consideró incompatible con la Constitución italiana los dos siguientes aspectos: la utilización de las listas cerradas y bloqueadas con un gran número de candidatos, por privar a los votantes de la facultad de influir en la elección de sus representantes; y el premio de mayoría, por ser capaz de producir alteraciones desproporcionadas en la composición de la Cámara.
Algunas reflexiones
A mi juicio, la experiencia italiana permite extraer tres interesantes lecciones para la "ciencia de los sitemas electorales". En primer lugar, supone un caso desviado respecto a la tendencia general de ausencia de reformas electorales en las democracias establecidas. En segundo lugar, brinda un interesante ejemplo de cómo las excesivas expectativas generadas en torno a las reformas electorales en muchas ocasiones se ven rapidamente frustradas. En tercer lugar, el reciente pronunciamiento de la Corte constitucional italiana, sumado al del año 2014, ponen de relieve el rol cada vez más activo del poder judicial en los procesos de reforma electoral. En virtud de principios como la proporcionalidad o la igualdad del sufragio, los tribunales de países como Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Hungría o Eslovenia, han ido poniendo límites al margen de actuación de los legisladores tras la Segunda Guerra Mundial, emplazándoles en algunos casos a modificar los sistemas electorales en una dirección determinada. Esta situación contrasta con la actitud adoptada hasta el momento por el Tribunal Constitucional español, que ha mantenido una jurisprudencia permisiva con los excesos del legislador electoral autonómico, como evidencian los casos de Canarias y Castilla-La Mancha.
Por último, hay que señalar que, desde el punto de vista electoral, es una mala noticia para la izquierda italiana que haya terminado por consumarse la escisión de la minoría del PD crítica con Renzi. El "Movimiento de Demócratas y Progresistas", encabezado por Roberto Speranza (ex líder del PD en la Cámara de los Diputados) y Enrico Rossi (presidente de la región de la Toscana), y al que se sumarán dos de los archienemigos de Renzi, Massimo D`Alema y Pierluigi Bersani, aspira a obtener entre el 5 y el 8% de los votos. Con el sistema electoral resultante tras la sentencia de la Corte Constitucional italiana, y ante unas previsibles elecciones anticipadas en otoño, la concurrencia por separado de las que hasta ahora habían sido las dos almas del PD, podría allanar el camino al populismo del Movimiento 5 Stelle de Beppe Grillo.
Si en los últimos tiempos la incertidumbre política y la inestabilidad institucional atenazan a un buen número de países occidentales, Italia no podía faltar a la fiesta del desconcierto.
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