domingo, 23 de octubre de 2011

La química de los sentimientos

En el artículo de LA VANGUARDIA "No hay momento malo para hacer algo bueno", Pere Estupinyà, químico, bioquímico y divulgador científico, pone de relieve cuales son las sustancias que nos llevan a tener algunos sentimientos.

Un nivel alto de testosterona nos lleva a desear tener una aventura amorosa. Si se consigue el objetivo se disfrutará de un subidón de dopamina, la hormona del placer. Y si las relaciones sexuales han sido satisfactorias se querrá repetir y al despedirnos puede que notemos el bajón de serotonina y pensemos: “Qué especial es esta persona”. Quizá tras varias dosis de dopamina estemos un poco enganchados, pero si aparece la oxitocina estamos perdidos, nuestro cerebro la segrega en cantidad en cada orgasmo y es la responsable del apego: estar juntos aumenta la confianza y reduce el estrés.

Nos hemos de asegurar de mantener unos niveles de oxitocina altos si no queremos que el apego vaya decreciendo. El drama aparece cuando una relación se rompe por alguna de las dos partes con los índices de oxitocina al máximo.

Si la serotonina está por los suelos y nuestras neuronas encargadas del placer ya no segregan dopamina: se sufre algo parecido a un síndrome de abstinencia; desesperados, nuestro cerebro pide volver a ver al ser amado; pero si él no corresponde, uno ha de abstenerse, insistir es un suicidio hormonal.

Hay muchos ejemplos que demuestran que la química va por delante de la conducta. La libertad es una ilusión del cerebro. Antes de decidir cualquier cosa, hay unos procesos inconscientes que dan lugar a esa decisión. Una de cada cinco personas que toman Ritalin (fármaco para tratar el déficit de atención) no tiene ningún problema de salud. La mayoría son científicos y académicos que quieren mejorar su rendimiento intelectual.

La moralidad tiene un sustrato neurobiológico. No necesitamos que nadie nos explique que matar es malo, lo llevamos insertado de manera innata en las áreas más profundas de la emoción, y florece inconscientemente como los miedos, el hambre o la gramática. Nuestros pensamientos y acciones no dejan de ser impulsos químicos en nuestro cerebro.

El cerebro es la estructura más compleja del universo, tiene cien mil millones de neuronas interconectadas. Un prodigio de la evolución, ¡pero, ojo!, el cerebro detesta la incertidumbre y si los sentidos no le dan suficiente información, se la inventa, mezcla memorias reales con recuerdos imaginados para que las historias rememoradas sean plausibles. La duda tampoco le gusta y se aferra a la realidad subjetiva que más le convenga. Podemos hacer la prueba, intentando reconstruir en detalle el momento del desayuno, si nos vemos a nosotros mismos sentados o caminando por el comedor como si hubiera una cámara en un rincón, no hay duda de que nuestro cerebro se ha sacado esa imagen de la neurona.

Si tras conocer unos minutos a alguien que nos ha gustado nos preguntan sobre él, respondemos con gran optimismo incluso a los aspectos de los que no tenemos datos. Hemos rellenado los huecos de información con expectativas.

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