jueves, 1 de julio de 2021

La jira del Ateneo y de La juventud libertaria de León en 1932

La Revista blanca (Madrid). 15/9/1932, página 27.

La jira del Ateneo y de La juventud libertaria de León

El domingo, día 7 del actual, se celebró una jira a las Hoces de Vegacervera y Gruta de Valporquero, con objeto de contemplar las maravillas de la Naturaleza y pasar un día de alegre y franca Camaradería en las ingentes montañas leonesas.

A las ocho de la mañana partimos de la plaza de La Libertad de León, doscientos excursionistas (entre los que se destacaban más de setenta y cinco mujeres), en siete autobuses, con la bandera de la F. A. I. y la Confederal flameando al viento como pendones de combate.

A nuestro paso por las aldeas ribereñas y los pueblos mineros de la región montañesa, sembrábamos a todo viento manifiestos de propaganda en los que se exponía, en forma clara y concisa, asequible a las inteligencias menos cultivadas la esencia de nuestros ideales, y al mismo tiempo se marcaban nuevas pautas a seguir a la juventud revolucionaria.

A las nueve llegamos a las Hoces, donde la majestad originalísima de las rocas ofrece un soberbio espectáculo, pasando a través de un estrecho desfiladero con acantilados verticales de 500 metros de elevación, donde el río Torio ha perforado las montañas calizas con la fuerza invencible de sus aguas, abriendo su vereda fluvial de caprichosas sinuosidades y saltando jubiloso y comprimido, resplandeciente de luz, por entre enormes peñascales. 

La colosal grandeza de esta garganta fascina por su belleza salvaje, despertando intensas emociones en todos los excursionistas. Al llegar a la aldea de Felmín, situada a las márgenes del río, descendimos de los autobuses para ascender por un camino escabroso, que zigzaguea montaña arriba, a Valporquero, pueblecito situado como una fortaleza inexpugnable, a 1.400 metros de altitud. 

Desde esta aldea perdida en las cumbres de estas montañas agrestes, donde no ha llegado el progreso, se contempla un variado escenario de grandeza bravía y pintoresca, como recompensa, pudiéramos decir, a la penosa ascensión. 

Setecientos metros al sur de este pueblo medieval, descendiendo en zigzag por un sendero de cabras, llegamos a un barranco de hoscos acantilados, situado a 100 metros bajo el nivel general del terreno, donde está la entrada de la célebre gruta. 

Provistos de lámparas de carburo y de una fuerte cuerda, emprendimos la marcha por la galería NE., llena de positivos encantos. 

Después de atravesar por una abertura formada por estalactitas gigantes que afectan las más extrañas figuras de animales fabulosos y dragones fosilizados de pretéritas edades, ascendimos a un vasto declive de 20 metros de elevación y 40 de extensión, de cuya bóveda penden miriadas de estalactitas, frágiles y blancas como el mármol de Paros y otras de color alabastro que irradian fosforescencias a la luz de los carburos y suenan como campanas al tocarlas con los cayados. 

¡Oh, mágico artificio de la Naturaleza que ha esculpido este mundo de las maravillas! Tú nos embriagas con tus prodigios originalísimos, y heridos, macerados por el calvario eterno de nuestra vida de parias irredentos, en tus entrañas fraternas donde la belleza tiene su asiento incomparable, nos brindas generosa el bálsamo consolador de unos momentos de verdadera expansión del Yo, aquí, lejos del vértigo del mundo y de la petulancia y maldad de los hombres. 

Un camarada aficionado a los estudios de la Geología y explorador de grutas, a los grupos que ascendieron al alto declive de la cueva, les explicó el fenómeno de la formación de las estalactitas y el origen de esta gruta. 

Según él, la cueva de Valporquero, por su estructura calcárea y por su proximidad a los terrenos carboníferos, ha de haberse formado en la Edad paleozoica — Sistema carbonífero —, por los cataclismos geológicos o por la presión interior de la masa fluídica incandescente que operó el levantamiento grandioso de estas montañas, dislocándolas y formando estas oquedades que las lluvias torrenciales de aquella época han contribuido en gran parte a su ensanchamiento y extensión. 

Sobre el procedimiento sencillo e interesante de la formación de las estalactitas, a los no iniciados en estos estudios les diremos que está científicamente demostrado que el agua de lluvia contiene cierta cantidad de ácido carbónico, y como las rocas calizas se componen en gran parte de carbonato de cal, fácilmente transformado en carbonato soluble por la acción del ácido carbónico, la roca se desmorona para metamorfosearse en variedad de estalactitas y estalagmitas, convirtiendo la cueva en una serie de vastas cavernas. 

Hay otro detalle muy interesante para los profanos que deseen iniciarse en estos estudios. El tipo de crecimiento de las estalagmitas es en extremo lento, según declaraciones de Mr. Woss Wiburd, actual conservador de las Cuevas de Jenolan (Nueva Gales del Sur, Australia), que nació y fue criado en las Montañas Azules. Este geólogo práctico, cuyo conocimiento de las cavernas calizas es ilimitado, por haber vivido siempre en el interior de las citadas grutas, cree, según sus pacientes observaciones, de un intervalo de treinta y cinco años, que el tipo de crecimiento no excede del grosor de una hoja de papel en treinta y cinco años, o sea, una pulgada en dos mil quinientos años. 

El desarrollo más o menos intenso de las formaciones calcáreas, depende de la humedad y de la cantidad de carbonato de cal que arrastra el agua. Mas como la cueva de Valporquero segrega gran cantidad de agua de las intensas nevadas y es rica en carbonato calcáreo, las formaciones han de ser más rápidas. No obstante, asombra pensar el número de siglos de esas estalagmitas de formas colosales que ofrecen un testimonio innegable de la antigüedad remotísima de esta caverna. 

Esta gruta goza en sus alrededores de encantos naturales, pero las regias bellezas del exterior se olvidan en esta caverna ideal creada por las manos invisibles de la Naturaleza (obra que el Arte no puede igualar), muchos siglos antes que el hombre tallara en la roca viva de una colina el Templo monolítico de Kailas, en Elora (India), reputado como el más maravilloso y antiguo del mundo. 

La jira, aunque penosa por la ascensión a estas altitudes para los hijos de la ciudad, no adaptados a las excursiones de alta montaña, ha resultado sumamente agradable para todos, que han disfrutado ampliamente del céfiro suave de la gruta a una temperatura de 17°; del agua límpida y fría como la nieve de las fuentes cantarinas, embriagándose con los perfumes campestres y la poesía del ambiente, y gozando a la vez de un día de paz ideal, de libertad salvaje en el corazón de la montaña, más fraterna que las instituciones vigentes. 

L. TEJERINA León, estío de 1932.


Revista del Ateneo Obrero, León, Agosto de 1935

Nuestra excursión a las grutas de Valporquero 

El domingo, día 21 del pasado mes de julio, tuvo lugar la primera excursión organizada por nuestro Ateneo a las grutas de Valporquero. 

Cerca de un centenar de excursionistas, lo que prueba el interés que su anuncio despertó, estaban preparados a las siete en punto de la mañana en la plaza de la Catedral para emprender la marcha; la que se lleva cabo, sin apenas retraso, en tres grandes autocars. 

Si la falta de espacio no impusiera limitaciones al cronista, dedicaríamos la atención debida a nuestro paso por las Hoces de Vegacervera, pues impresiona de tal forma esta fortaleza inexpugnable, este ciclópeo desfiladero de piedra monda y plomiza, que dudo haya caminante que al pasar por tal lugar no se sienta como prisionero de esta Naturaleza desgarrada... 

De Felmín a Valporquero, debido a la fuerza abrasadora del sol, el acceso se hace con un poquito de fatiga, pero sin desmayo. ¡Y eso que no todos eran jóvenes en la excursión! Ya en el pueblo, en todos los labios la misma frase: ¡A la gruta! ¡A la gruta! Se desciende en dirección al lugar en que ésta está enclavada. 

En la negra bocaza abierta de la cueva, un diminuto molino de piedra se ofrece, apacible, a la contemplación. 

Después de un pequeño descanso, con objeto de evitar que quienes llegaban sofocados se precipitasen en el interior de la gruta, se organiza el primer grupo de exploración, provistos de grandes hachas de viento y auxiliados por una linterna reflector; el artesonado, llamémosle así, tenía un aspecto digno de la fantasía de un Conan Doyle. 

Venciendo obstáculos, aunque sin grandes dificultades, siempre orientados hacia la parte izquierda de la gruta, que es la menos explorada por lo tanto la que se conserva en su pristina pureza, recorrimos unos ochenta metros; entonces fue cuando se nos presentó a la vista un espectáculo de verdadera maravilla.

Aquello no eran las grandes petrificaciones que pendían del techo de toda la cueva recorrida. Aquello era algo tan alucinante que, absortos en su contemplación, nos hizo enmudecer unos instantes, dirigiendo la luz de las antorchas hacia una altura que parecía no tener fin; sin duda ante nuestra vista teníamos la entrada a uno de esos alcázares de encantamiento que dicen habitados por las hadas. 

Cabe un plafón bruñido por las aguas, por lo tanto de difícil acceso, contemplamos un friso que al resplandor de las antorchas semejaba un magnífico altorrelieve tallado en pórfido, de una euritmia alada de fina gracia helénica; más arriba vemos cómo fulgentes estalactitas, muy trabajadas por el tiempo, dejan caer sus buídas agujas sobre los paños laterales, dando entrada a unos afiligranados camarinos capaces para varias personas. 

El espectáculo era demasiado tentador para que las dificultades que ofrecía al escalarlo nos hiciese desistir del deseo de contemplarlo de cerca; amarramos, pues, una cuerda, por medio de ella lograron subir con intrepidez tanto la muchachada de ambos sexos como las personas mayores. 

Una vez que hemos logrado subir todos, los directivos imponen silencio, para que se escuche la charla que estaba anunciada. Ofició de conferenciante, lo expresamos así para estar a tono con el carácter particular que el lugar de la charla impone, D. Manuel G. Línacero, quien empezó haciendo un símil atrevido, en el que evoca la magnificencia del arte gótico, para deducir que el maravilloso artesonado de estalactitas que contemplamos tiene las mismas facetas del estilo que se caracteriza por el ansia de espacio, sólo que en este caso adopta un sentido inverso. 

Después explica la formación de las estalactitas, esas petrificaciones calcáreas que se inician en la gota de agua que lleva en suspensión carbonato de cal que el transcurso de los años va transformando en estas filigranas de  fino encaje que más parece labor de orfebres que obra de la Naturaleza. 

Respecto a las estalagmitas, tiene lugar su formación en la parte subterránea, sobre depósitos estratiformes con los mismos ingredientes que las estalactitas, solo que se inician y desarrollan con las puntas dirigidas hacia arriba; siendo su formación tan lenta que según Ernesto Haeckel transcurren miles de años para alcanzar alguna altura. En fin, que la charla fue digno colofón del acto llevado a cabo por nuestro Ateneo y merecedora de dedicarle una extensión que el carácter mensual de esta revista no nos permite.


La Esfera (Madrid. 1914). 1/11/1930, n.º 878, página 20.


La Esfera (Madrid. 1914). 13/3/1915, n.º 63, página 16.

LA POESÍA DE LA MONTAÑA

La poesía no es la bagatela, pasatiempo de burgueses que aspiran al cachet, o de elegantes que han oído hablar de Grecia..., es acaso el más serio estudio y probablemente de los más transcendentes y útiles por cuanto endulza la vida que es ya bastante práctica aplicación. 

Además, estamos viendo que todo el progreso material, derivado de las ciencias experimentales, desde la aviación hasta los proyectores de luz, parece que fueron revelados para mejor y más brutal destrucción de la humanidad. 

En cambio las víctimas de la poesía se cuentan por los dedos... algún adolescente que leyó el suicidio de Werter, alguna niña soñadora enamorada de la palidez de la Dama de las Camelias; y de batallas no se hable, pues aun la formidable campaña de clásicos y románticos en el famoso estreno de Hernani no paró de unos razonables bastonazos. 

En vista del culto espectáculo civilizador que están dando al mundo las progresivas naciones europeas, resulta que emplearon mejor su tiempo los poetas que los mecánicos; con sonetos, aun siendo malos, no se mata gente ni se destruyen las riquezas de los pueblos. 

Tolstoi ha vencido; la civilización es un mal, ¡el mal mayor! 

¡Y nosotros, que hemos pasado la vida envidiando el porvenir de Bélgica, la de la manufactura exquisita. la del ultramaquinismo!... Nosotros, debeladores de nuestras alegres corridas de toros donde mueren cabalgaduras que se están muriendo y lo explicábamos como resto de barbarie musulmana, sin sospechar que las selectas naciones civilizadas habían de llevar no caballos, sino esclavos, al sacrificio...; nosotros no sabíamos que el fin de la cultura era matar hombres para disputarse el látigo bárbaro y cruel. 

Habíamos olvidado qué un gran ingles, Carlyle, dijo: «El ideal de la civilización moderna es hacer dinero». ¡Lástima de tiempo que han perdido los tratadistas de Derecho internacional, los conferenciantes de la paz, los que predicaban el humanitarismo, la patria-tierra y el derecho á la vida!... 

Cultivemos, pues, la santa poesía; y no se diga que no están los tiempos para cantar. 

El travador nacional, el del romance del pueblo no se produce, es verdad, en épocas de tan bajo relieve como ésta, pero surge la elegía, la más alta forma de la poesía, penetrada de aquellas «melancolías y desabrimientos» que amargaron los últimos días del Hidalgo. 

Existe, es verdad, algo unánime en toda la nación, y ese algo es el miedo a la muerte definitiva, pero éste tampoco gusta de cantar arias y sonoras estrofas, sino todo la más un canturreo para espantarlo... y así sale la canción. 

Nuestro miedo no es siquiera trágico, es sencillamente el de quien, pobre y apaleado, no tiene ánimo para alzar la vista ni levantar la voz. Al fin y al cabo, ni aquí sacudió nuestros nervios una revolución asoladora. ni nos hicieron lo que a Bélgica; nos sustrajeron algo que no sabíamos dirigir ni explotar, eso fue todo; y por eso caímos en el surco y no en el abismo, y por eso es en vano esperar un gran poeta que no encontraría en esta situación roca para alzar el vuelo. 

Ello es también un reflejo de la general disminución de las figuras: no hay grandes poetas donde no hay grandes hombres. Pero la poesía es subjetiva, la que cada cual lleva dentro, esa no depende de situaciones colectivas, ni tiene la menor relación con los valores del mercado, esa busca en la naturaleza flores y las encuentra siempre.

La poesía que quiere ánimo sosegado huyó hace tiempo al campo y en él hay que buscarla. 

Yo te invito, lector, a recorrer conmigo en estas páginas un alto y bello paisaje, iluminado desde arriba, más que por el Sol, por la leyenda y el misterio.

Es la montaña. 

En esta bella provincia de León, la más varia y pintoresca, la que guarda en el Vierzo rayos de luz meridional y en los altos de los puertos perenne nieve, hay panoramas insuperables que se ofrecen al buen gusto de los poetas y al oro de los turistas, a los que quieren recrear los ojos y a los que pasean por el mundo la pena de haber nacido ricos. 

Esta montaña es el país de los ensueños; sus peñas bravas rocían de alegría las clásicas severidades pirenaicas. sus ríos ríen y sus praderas jamás se marchitaron bajo un sol más luz que fuego, con un cielo que es una turquesa. 

¡Las hoces de Vegacervera! 

Viene el Torio — un río saltador y bullicioso— en cauce profundo, de peñasco vivo que la trasparencia deja ver, en graciosa curva apretada por la roca que de vez en cuando se derrumba en bloques que alteran, de año en año, la silueta de la corriente,.

A las veces el bloque corta el río que remansando el agua en profundo pozo, inquietador y misterioso, salta luego y es de ver la algazara con que cae en lluvia blanca, para seguir su marcha camino de las tierras llanas, del Esla caudaloso. 

Dos macizos ingentes de esa peña caliza blanca e inmaculada. que por paradoja tiene entraña de carbón, dos altísimas moles marcan el cauce del río, se elevan al cielo y en curva interminable cierran las hoces de Vegacervera, hasta salir en Cármenes a una vega luminosa y floreciente, para de nuevo subir por los Pontedos al puerto de Piedrafita, a buscar la gran cordillera asturiana. 

El viajero, al salir de Vegacervera—un pueblo risueño en campo verde y ameno, con casitas alegres y aire de querer vivir—no sospecha que poco más allá se ha de encontrar, en plenas hoces, en el corazón solemne de una montaña arquitectónica, trágicamente solitaria y silenciosa. 

Es una escena wagneriana. 

Cerrado el horizonte allá arriba por la peña gigante, blanca, severa como un templo, y allá abajo el río sombreado por la profundidad del cauce, deteniendo su corriente ante la majestad del cuadro. 

De Frente los ojos sólo ven el circo de la montaña eterna, callada, melancólica; la luz de un sol que no tiene crepúsculo llega a la hondura con trabajo, sin durezas de entonación. sin brillanteces, y todo se baña y se disuelve en un suave color propicio a la inquietud. 

En lo más alto la piedra ha formado una estatua: un monje orante, que parece enseñar al viajero la lección de la austeridad; en lo más profundo el agua brota silenciosa de una sima que las gentes llaman «el pozo del infierno». Siempre he soñado, en estas hoces espléndidas, magníficas, con romper el silencio en noche de verano para que allí entonara una orquesta gigante páginas de Parsifal

Hay algo religioso en esta montaña. 

Los mozos, aun cuando van de fiesta en fiesta en tiempo de amores y lujurias, no cantan en las hoces; los destemplados toques de la bocina del automóvil son repetidos, como con escándalo y protesta, por el eco... «¡como una blasfemia entre una oración!» 

El misterio se agranda ante la boca negra, siniestra de las cuevas que en la roca abrió el tiempo; viven en ellas las sombras de los siglos y en las sombras solo prospera la flor trágica, la leyenda de la mala ventura, el cuento de pastores, la poesía del terror, acaso la más hondamente popular y, desde luego, la más humana ante la imperiosa grandeza de la montaña. 

El núcleo de la fábula es acaso el mismo en todas partes. El pastor que os cuenta la leyenda no sabe bien si la ha soñado o la ha oído contar. 

Era allá en tiempos remotos de los moros o antes quizá, cuando una dama misteriosa, ¡quien sabe por qué pecados o virtudes..!, ¡quién sabe si por amores o por odios, pero eternos, insaciables..!, una dama misteriosa, errante como una sombra, como una ráfaga, quedó vagando por la montaña; ella sabe los ocultos precipicios, las recónditas cuevas a las que nadie vio el fin; y como la dama becqueriana a veces se hunde en lo profundo de las aguas; los pastores que la vieron cuentan y no acaban de su gloriosa hermosura y del gesto trágico con que desafía las tempestades alzando en lo más erguido de un peñasco su gallarda gentileza, iluminada por el rayo que refleja en sus ojos, en sus lagrimas, toda la braveza de la tormenta, acaso no comparable a la de su alma enigmática. 

El pastor no leyó a Eschilo ni oyó hablar de Clytemnestra, que clavaba sus ojos en el horizonte por ser una luz ansiosamente esperada... Clytemnestra, que había de morir a manos de su hijo..., no sabe de las doncellas que llevaban en silencio libaciones al túmulo de Agamemnón..., no conoce la Orestiada.... no sabe que su fábula es digna del teatro griego y de las fiestas sacras, y que su montaña tiene toda la belleza clásica.


La Época (Madrid. 1849). 21/8/1925, n.º 26.726, página 4.

Noticias breves de varios puntos

LEÓN 20. En Vegacervera se ha descubierto una gruta de unos dos kilómetros de longitud y doce metros de altura, que supera en belleza e interés a la famosa cueva de Valporquero. El descubrimiento ha causado gran entusiasmo, y para el próximo domingo se organiza una excursión. 


—MARIANO D. BERRUETA

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