martes, 3 de diciembre de 2024

Guerra en Europa

El carbón ucraniano

El ejército ruso lleva ocho meses intentando tomar Pokrovsk, en la provincia de Donetsk, región del Donbass, que alberga la única mina en Ucrania de carbón que produce con él coque, utilizado en la industria siderúrgica y militar. La pérdida de esta mina podría hacer que la producción de acero ucraniana se redujera a entre 2 y 3 millones de toneladas el año que viene, frente a los 7,5 millones previstos para 2024. El ejército ucraniano aun resiste, por lo que los rusos intentan una maniobra envolvente. 

La mina de Pokrovsk pertenece al grupo metalúrgico Metinvest, que controla Rinat Ajmétov, una de las personas más ricas de Ucrania, dueño del club de fútbol Shajtar Donetsk. 

Hace una semana un misil impactó en las instalaciones mineras, aunque en anteriores ocasiones ya habían quedado sin suministro eléctrico y los mineros tuvieron que salir de la mina por sus propios medios.

Con la ocupación rusa del Donbass a partir del 2014, las minas fueron abandonadas e inundadas. A los rusos no pareció importarles. La minería del carbón, que hizo grande al Donbass desde el siglo XIX, ya era de todas formas en general deficitaria. 

Al principio de la guerra los trabajadores de las industrias estratégicas, como la minería, estaban exentos de ir al frente, pero ahora ya no, hay muchos mineros en el frente, y también trabajadores del metal, dos pilares de la industria del Donbass y de Krivói Rog, ciudad natal de Zelenski. La producción de acero, con ese carbón de Pokrovsk, ha caído debido a los bombardeos rusos sobre el sistema energético, los problemas de suministro de repuestos para la maquinaria y las pérdidas en la plantilla.

Dobropilia es una ciudad de mineros, pero desde el inicio de la guerra también acoge a muchos refugiados. Aquí acudieron desde el norte y desde el sur, desde la región de Jarkov y desde Mariupol. En las últimas semanas, también han llegado desde Pokrovsk, y antes, desde otras localidades ocupadas, como Selidove. 

Antes de la guerra Dobropilia tenía unos 65.000 habitantes, ahora no se sabe cuántos refugiados pueden haber engrosa do su población. Hasta julio de 2023 los refugiados, en toda Ucrania, recibían 2.000 grivnas al mes (unos 45 euros), pero eso se acabó. Además la provincia de Donetsk no está incluida en la lista de regiones para recibir asistencia internacional. Existen ONGs que reciben financiación de países extranjeros, pero hay que estar en muy mala situación para recibir algo. Ajmétov también distribuye paquetes de alimentos. 

Para poder hacer frente al gasto militar el Gobierno ucraniano ha subido el impuesto destinado al ejército desde el 1,5% al 5%, salvo para los soldados, para los que se mantiene igual.

Centrales nucleares

Durante la noche del 28 de noviembre Rusia atacó grandes subestaciones eléctricas conectadas a las centrales nucleares ucranianas. Se trata del tercer ataque de este tipo en tres meses, con la clara intención de forzar la desconexión de estas centrales. No se registraron daños en los reactores, pero todas ellas redujeron su potencia al no poder evacuar toda la electricidad producida y una fue desconectada de la red.

Rusia ha atacado la infraestructura eléctrica ucraniana desde el primer invierno de la guerra, hace dos años, en un esfuerzo por hacer colapsar su red de distribución. Anteriormente los ataques se dirigieron a las centrales térmicas e hidroeléctricas, y a sus subestaciones, y provocaron apagones generalizados en todo el país. A pesar de todo, la red ucraniana no colapsó, principalmente porque gran parte de su generación de energía depende de las centrales nucleares, que se habían librado en gran medida de los ataques aéreos. La estrategia rusa de destruir subestaciones conectadas a centrales nucleares es más reciente. Los ataques contra estas subestaciones comenzaron a finales de agosto. Las tres centrales nucleares en funcionamiento cuentan con un total de nueve reactores y proporcionan actualmente unos dos tercios de la capacidad de generación eléctrica del país. De estas, dos centrales están en el oeste de Ucrania, en las regiones de Rivne y Jmelnitski, mientras que otra está más al sur. Una cuarta central nuclear, cerca de la ciudad meridional de Zaporiyia, está controlada por las fuerzas rusas desde el principio de la guerra.

Las subestaciones también tienen la función de suministrar a las centrales nucleares la electricidad necesaria para enfriar los reactores y el combustible gastado, aunque estas disponen de grupos electrógenos de emergencia. La pérdida de la refrigeración en uno o más reactores conduciría inevitablemente a la fusión del combustible nuclear. Por otra parte los daños adicionales en la red eléctrica ucraniana podrían provocar un apagón eléctrico que aumentaría el riesgo de que los reactores nucleares en funcionamiento perdieran el acceso a la red para alimentar sus sistemas de seguridad.

En septiembre el gobierno ucraniano acordó con la OIEA desplegar misiones de vigilancia en las subestaciones vinculadas a las centrales nucleares, para evaluar los daños. La agencia visitó siete subestaciones este otoño, documentando daños extensos y concluyendo que la capacidad de la red para proporcionar un suministro de energía externo fiable a las centrales nucleares se había reducido significativamente.

El viernes, el día siguiente del último ataque, Ukrenergo, la empresa nacional de electricidad, se vio forzado a realizar cortes intermitentes en todo el país para reducir la demanda del sistema. Algunas zonas, como las regiones meridionales de Jersón y Mikolaiv, también se quedaron sin electricidad en su mayor parte. Podría ser que los rusos hayan utilizado en estos ataques municiones de racimo. Estas municiones a veces no detonan inmediatamente, lo que supone una amenaza y dificulta la labor de los trabajadores enviados a reparar las instalaciones dañadas, quienes tienen que esperar hasta que se limpie la zona de artefactos sin explotar. 

A pesar de los riesgos, algunos trabajadores permanecen en las centrales durante los ataques para operar equipos críticos. Es el caso de Oleksandr, jefe de planta en una central térmica administrada por DTEK, la mayor empresa energética privada.

¿Quién quiere ir a la guerra?

Más de 100.000 soldados han sido acusados en Ucrania en virtud de las leyes de deserción desde que se inició la guerra en 2022.

Ante todas las carencias imaginables, decenas de miles de soldados ucranianos, cansados y desamparados, se han alejado de las posiciones de combate y de primera línea para huir lejos. Unidades enteras han abandonado sus posiciones, haciendo más vulnerables las líneas defensivas y acelerando las pérdidas territoriales.

Algunos después de una baja médica no regresan a sus unidades, atormentados por los traumas de la guerra y desmoralizados por las sombrías perspectivas de victoria. Otros se enfrentan a sus mandos y se niegan a cumplir las órdenes, a veces en medio del combate. Este es el tercer año de guerra, y este problema no hará más que crecer.

Los ucranianos que se ausentan sin permiso han puesto al descubierto problemas profundamente arraigados que afectan a sus fuerzas armadas y a la forma en que Kiev está gestionando la guerra, desde la defectuosa campaña de movilización hasta la sobrecarga y el vaciado paulatino de las unidades de primera línea. Todo ello se produce en un momento en el que Estados Unidos insta a Ucrania a reclutar más tropas y a permitir el alistamiento de jóvenes a partir de los 18 años.

En opinión de un oficial de la 72 Brigada, está claro que ahora, hablando con franqueza, ya se ha exprimido al máximo a los soldados y por ello la deserción fue una de las principales razones por las que se perdió la ciudad de Vuhledar en octubre.

Casi la mitad de los desertores han desertado en el último año, después de que Kiev lanzara una agresiva y controvertida campaña de movilización que, según reconocen los mismos funcionarios del Gobierno y mandos militares, ha fracasado en gran medida. Se calcula que había unos 300.000 soldados ucranianos en combate antes de que comenzara la campaña de movilización. Y el número real de desertores puede ser mucho mayor. Un legislador con conocimiento de asuntos militares estimó que podría llegar a 200.000.

Muchos desertores no regresan después de que se les haya concedido la baja médica. Cansados por la intensidad de la guerra, están psicológica y emocionalmente marcados. Sienten culpa por ser incapaces de reunir la voluntad de luchar, rabia por cómo se está dirigiendo el esfuerzo bélico y frustración porque parece imposible ganar. Todavía tienen pesadillas con los compañeros que vieron morir. Según uno de estos desertores la mejor manera de explicarlo es imaginar que estás sentado bajo fuego enemigo y que desde el lado ruso son 50 proyectiles los que vienen hacia ti, mientras que desde tu lado, es sólo uno el que va hacia ellos. Entonces ves cómo destrozan a tus amigos y te das cuenta de que en cualquier momento te puede pasar a ti. Mientras tanto, unos soldados ucranianos a 10 kilómetros de distancia te ordenan por radio: Vamos, preparaos, todo saldrá bien. Algunos de ellos tras cinco años de servicio militar, no veían ninguna esperanza de ser desmovilizado nunca, a pesar de las promesas anteriores de los dirigentes del país. 

Si no hay un plazo final para el servicio militar, el servicio se convierte en una prisión, psicológicamente se hace difícil encontrar razones para defender el país. 

El Ejército ucraniano registró un déficit de 4.000 soldados en el frente en septiembre, debido en gran parte a muertes, heridas y deserciones. La mayoría de los desertores eran reclutas recientes. Abandonan posiciones de combate durante las hostilidades y sus compañeros mueren por ello. Ha habido varias situaciones de huida de unidades, pequeñas y no tan pequeñas, exponiendo los flancos del frente, lo que facilitó al ejército ruso llegar a estos flancos, por lo que acabaron muriendo algunos soldados ucranianos, ya que los que estaban en las posiciones no sabían que no había nadie más alrededor para defenderles. 

En opinión del oficial de la 72 Brigada, que fue de los últimos en retirarse, así fue como Vuhledar, una ciudad en lo alto de una colina que el ejército ucraniano defendió durante dos años, se perdió en cuestión de semanas en octubre. En las semanas previas a la caída de Vuhledar, la 72ª Brigada ya no daba abasto. Sólo un batallón de línea y dos batallones de fusileros mantenían la ciudad cerca del final, y los jefes militares incluso empezaron a retirar unidades de ellos para apoyar los flancos. Debería haber 120 hombres en cada una de las compañías del batallón, pero las filas de algunas compañías se redujeron a sólo 10 debido a muertes, heridas y deserciones. Alrededor del 20% de los soldados desaparecidos de esas compañías se habían ausentado sin permiso. Ese porcentaje ha crecido exponencialmente cada mes.

Los fiscales y los militares prefieren no presentar cargos contra los soldados desertores y hacerlo sólo si no consiguen persuadirlos para que regresen. Algunos desertores regresan, pero vuelven a marcharse. Una vez que se detiene a los desertores, defenderlos es complicado. La defensa se centra en el estado psicológico de esos soldados cuando se marcharon. No pueden hacer frente psicológicamente a la situación en la que se encuentran, y no se les proporciona ayuda psicológica. Los soldados absueltos de deserción por motivos psicológicos sientan un peligroso precedente porque entonces casi todo el mundo está justificado para marcharse, porque casi no queda gente sana en la infantería. Los soldados que se plantearon desertar cuando estaban siendo enviados a luchar cerca de Vuhledar, pensaban que se habría conseguido avanzar, no habrían conquistado nada, y a la larga nadie habría regresado.






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