viernes, 18 de abril de 2025

El Accidente en el puente de Mahoma de 1916

El Accidente en el puente de Mahoma de 1916

Centenario del fallecimiento de José Sayó y Adolf Blass en el Aneto

GUAYENTE, Número 105, Septiembre 2016

Texto: Alberto Martínez Embid

Este verano se cumplen cien años de la pérdida de José Sayó y Adolf Blass. Un suceso luctuoso que tuvo lugar en el Aneto poco antes de que entrara en servicio el refugio de La Renclusa. Durante el siglo transcurrido, los hechos del 27 de julio de 1916 han permanecido muy frescos en la memoria tanto de los montañeses como de los montañeros.

Existen varios relatos que aluden a la muerte del célebre guía benasqués y de su cliente germano cuando atravesaban el Puente de Mahoma. La mayoría, o son versionados o se apoyan en la crónica de la tragedia redactada por uno de los supervivientes: Jaume Oliveras, un sacerdote natural de La Garriga, provincia de Barcelona. El texto madre apareció con cierta prontitud, bajo el título de “Desgràcia al pic d’Aneto”, en el número 260 del Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya (septiembre de 1916). Luego sería publicado, algo más extenso, en un librito que llevó por título: Els Llamps de la Maleïda (Gili, 1917). Los beneficios recolectados por estos “Rayos de la Maladeta” fueron destinados a la familia Abadías Sayó.


Caverna del glaciar de Aneto. Frente a ella, Sayó y
Blass, víctimas del rayo (Oliveras).

Escorzos sobre el gran guía benasqués

No cabe la menor duda de que la desaparición de José Sayó, conocido entre sus paisanos como Pepe el de Llausia, fue una gran tragedia. No solo para sus familiares y vecinos en Benasque, sino también para el pirineísmo hispano, dadas sus excepcionales cualidades humanas y montañeras. Existen abundantes testimonios de su valía…

Así, el pirineísta Emili Juncadella hablaba en septiembre de 1910 del buen recibimiento y de las transformaciones positivas acometidas por José Sayó en la primitiva cabaña de La Renclusa, añadiendo que, allí, la acogida era siempre “simpática”. Un nuevo detalle sobre su carácter lo aportó un veterinario destinado en Benasque entre 1910 y 1915: Severo Curiá contaba en 1926 que el guía “sentía un amor ilimitado por las montañas de su valle y era entusiasta admirador del conde Russell y de Julio Soler”. Por otra parte, Juli Barloque comentó durante su a0scenso al Aneto de 1915:

“Mientras nosotros, los sencillos excursionistas, disfrutamos con el placer del espectáculo, gozando de aquellos instantes deliciosos, vigilando entre esas rocas del Portillón, José [Sayó], con la mirada tranquila y profunda del montañés, contemplaba una vez más los hielos eternos de su montaña. Después se levantó, descolgó la cuerda con la mayor naturalidad, la desplegó, y uno después de otro, nos ató […]. Para José debió de ser la consagración de un acto heroico, tantas veces cumplido, cuando unía su paso seguro de montañés a las imprudencias de gente extraña”.


Retrato de Jaume Oliveras.

Retrato de Pepe Sayó.

De cualquier modo, la mejor de las semblanzas aparecía en 1917 por cuenta de mosén Jaume Oliveras. En el apartado sobre “Los muertos por el rayo” de su libro, el sacerdote realizaba una conmovedora glosa del amigo desaparecido de la que destacaremos solo el arranque:

“Sayó era un hombre de unos cincuenta años, enjuto en carnes, alto y fuerte como un roble, de mirada penetrante, trato amabilísimo y simpático, con un aire entre montañés y ciudadano, taciturno en un primer momento, pero después comunicativo, con el ingenio vivo y rápido. Era montañés de cuerpo y de temperamento. Un escritor dijo que, para apreciar la montaña, hacía falta no ser hijo de ella. Sayó constituía la excepción de la regla: a pesar de haber nacido en Benasque, era un enamorado de la montaña en general, y de la Maladeta en particular […]”.

Descenso de los cadáveres por el glaciar de Aneto (Oliveras).

Cruzando el cadáver de José Sayó por el Puente de Mahoma.

Esquema del lugar del accidente en el puente Mahoma.

En vísperas de la inauguración del refugio de La Renclusa

Los hechos arrancaban pocos días antes de la fecha prevista para la inauguración del refugio de La Renclusa, que hubiera sido el 5 de agosto de 1916, en coincidencia con la festividad de la Virgen de las Nieves. Se sabía que en los actos programados por la entidad artífice del mismo, el Centre Excursionista de Catalunya, participarían nutridas representaciones, sobre todo, de pirineístas franceses y catalanes. La actividad de los trabajadores benasqueses era frenética para dejarlo todo listo. Entre ellos destacaba José Sayó, el guía local que, según estaba acordado desde tiempos del fallecido Juli Soler i Santaló, iba a regentar la guardería de la “Casa de la Felicidad”.

Llegada de los cadáveres a La Renclusa (Prió).

El juez de Benasque junto a los cadáveres (Prió).

El 26 de julio de 1916 arribaban al edificio dos alemanes afincados en Barcelona: Adolf Blass y Eduard Kröger. Como su intención era la de subir con guías al Aneto, José Sayó le pidió a su amigo, el curtido montañero Jaume Oliveras, que le acompañara al día siguiente, para así no apartar a nadie de los retoques finales en La Renclusa.

El cuarteto abandonaba dicho Chalet en la madrugada del 27 de julio. El tiempo parecía de lo más benévolo. Tal es así, que la caravana se entretuvo fotografiando una gran grieta abierta en el glaciar de Aneto, y ante esa laguna ocasional que se formaba en el collado de Corones. Entre tanto, las nubes comenzaron a tomar el horizonte. Todos hollaban el techo del Pirineo, sin problema alguno, sobre las 10:05 h. Desgraciadamente, el cielo estaba ya muy cubierto por entonces.

La estancia sobre la cota 3.404 metros no fue agradable: sin vistas debido a las brumas, entre leves granizadas… 

Los cuatro montañeros decidieron comer algo junto a la gran torreta de piedras cimera mientras esperaban para ver si escampaba. Oliveras comenzó a escuchar un ruido misterioso que, primero, despertó su curiosidad, para luego inquietarle. Inicialmente era como el canto de una cigarra, y procedía de las rocas del suelo. Al poco, el sonido se incrementó hasta parecerse al de “los hilos eléctricos en los días de viento y tempestad”.

Dio lugar a un trueno terrorífico, justo por encima de sus cabezas. La formidable tormenta eléctrica estaba servida: había que huir de la cima del Aneto a toda costa.

Los rayos del Puente de Mahoma 

Oliveras iniciaría junto a Kröger una retirada hacia el Puente de Mahoma. Sus compañeros se entretuvieron recogiendo la mochila con la comida. El cruce de la cresta fue toda una aventura para los dos pirineístas de cabeza: estruendos ensordecedores, detonaciones secas, resplandores de rayos… El turista germano, superado por la situación, necesitó el auxilio del mosén para destrepar este paso entre dos abismos. Ambos sentían los golpes eléctricos en sus manos cuando se aferraban a las rocas. Un impacto hizo que el sacerdote se cayera brevemente, quedando muy cerca de despeñarse en el tramo conocido como el Paso del Caballo. Así y todo, el primer dúo logró pasar el Puente de Mahoma.

Pero sus camaradas de retaguardia ni se habían dejado ver ni daban señal alguna de vida…

Oliveras y Kröger permanecieron agazapados en la antecima del Aneto mientras aguardaban en vano a los rezagados. Les cercaban los resplandores de los rayos y los aullidos terribles de aquella tempestad de altura. A este cuadro trágico se sumaría un frío lacerante y la ansiedad ante la suerte corrida por sus amigos. Sobre las 10:30 h, el cura pirineísta decidió regresar al Puente de Mahoma.

Aunque los truenos se habían alejado un tanto, el granizo caía aún con fuerza. En el sector del cresterío cercano ya a la cota 3.404 metros, Oliveras avistó los cuerpos de sus compañeros tendidos en una canaleta que daba a la vertiente de Corones.

El barcelonés destrepó con angustia la decena de metros que les separaban. Sus compañeros estaban muertos y mostraban graves heridas producidas, ya por el rayo, ya por la caída. Tras cumplir con sus deberes como sacerdote, dejó allí los cadáveres de Sayó y de Blass. Solo restaba recoger al otro turista, el afectado Kröger, para regresar a La Renclusa. Ocultándole por un tiempo la verdad de lo acontecido.

La recuperación de los cuerpos

Como es natural, la noticia del accidente provocó escenas desgarradoras en La Renclusa. Jaume Oliveras, el portador de las trágicas nuevas, destacaría el carácter del yerno de José Sayó, Antonio Abadías, el futuro León del Aneto, quien “a despecho de verse directamente afectado por el drama y de haber sido el primero en recibir el golpe, se tranquilizó en un momento y, tragándose al punto las lágrimas que salían por sus ojos, comenzó a infundir valor donde todo era desesperación”. Había que notificar el desastre a las autoridades y organizar el rescate de los cadáveres.

El 29 de julio, mientras la viuda del guía, Trinidad Cisneros, y su hija, Teresa Sayó, descendían al valle, se allegaba hasta el Chalet una caravana encabezada por el juez, el fiscal y el alguacil de la Villa. El mal tiempo impediría que subiesen más allá. Un día más tarde, un grupo liderado por Antonio Abadías, José Delmás y Jaume Oliveras se puso en marcha hacia las alturas. El clima hizo que tuvieran que volverse bajo el pico de Corones.

La segunda tentativa se llevó a cabo el 31 de julio. Una jornada estable y despejada permitiría que alcanzaran el Aneto Jaume Oliveras y el delegado del CEC, Pere Pach, junto con los benasqueses Félix Bielsa, José Cereza, José Delmás, Domingo Eresué, José Eresué, Ignacio Gabás, Daniel Mora, José Mora, Mariano Pallás, Antonio Sahún y Antonio Salanova. Quedaba el complicado rescate de los cuerpos de sus amigos, así como su dificultoso transporte hasta La Renclusa. Un cronista local, Vicente Juste, contó en 1990 cómo se cerraría este trágico proceso:

“La gente del pueblo recibió a la comitiva [con los cadáveres] con estupor y tristeza, como ocurre en estos trances. En el cementerio se enterró a José Sayó, con total asistencia de los benasqueses; el cuerpo de Blass fue trasladado a Barcelona en automóvil el día 6 de agosto. Este es el epílogo de una ascensión al Aneto que se inició con un ambiente de grata alegría y festivo, para concluir con un trágico suceso, que junto con el de Barrau de la Maladeta y la muerte de Arlaud en el Gourgs Blancs, han dramatizado nuestras queridas, buscadas y ahora muy holladas montañas. Estos personajes, y sobre todo Sayó para nosotros, han pasado a formar parte de la siempre emocionante y apasionada vida de los montañeses clásicos o legendarios, y de sus montañas también”. 

El 27 de agosto de 1917 se instalaba, en memoria de los fallecidos, una pequeña cruz de hierro donde se produjo el desastre. Sus artífices fueron los miembros de una caravana del CEC compuesta por Ignasi Canals, Pau Figueras, Lluís Goytisolo, Jaume Oliveras, Isidre Puig, Ramir Puig y Lluís Vallet, auxiliados por los guías benasqueses Antonio Abadías y Antonio Lobera.

Aunque en 1936 fue arrancada y arrojada a los abismos, la cruz fue recuperada por el León del Aneto, quien, tras la Guerra Civil, la repuso en su emplazamiento original. Hacia 1968 José Antonio Abadías Sayó informaba al periodista Tico Medina sobre la existencia de este “record para los más grandes montañeros, señalando el lugar de la tragedia, que la nieve oculta con frecuencia y, en ocasiones, tropiezan en ella y la reencuentran, y la resucitan de entre las nieves constantes”.

A mediados de los años setenta del siglo pasado, el monumento desapareció. Un octogenario Canals deploró que “la Cruz se había podido caer por el viento, por la nieve o por la gente malintencionada”. En el verano de 1975, Jean-Jacques Martin la hallaría en la cresta de Llosás. Un hecho censurado por figuras del pirineísmo como el escritor Jean Escudier, quien afirmó que dicho vestigio “bien merecía el respeto”. Cayetano Enríquez de Salamanca aludió al tema en 1979:

“La pequeña cruz que recordaba la muerte en el Puente de Mahoma del guía José Sayó [y de Adolf Blass] fue arrancada hace pocos años por los vándalos de turno y se conserva hoy en Benasque en la fonda que allí tienen sus descendientes”.

Por el momento no han prosperado las iniciativas realizadas para, o bien reponer la cruz, o bien instalar una placa de mármol en el Puente de Mahoma. Al menos, el nombre del guía fallecido consta, junto al de otros compañeros de profesión, en la columna cercana al refugio de La Renclusa. Y uno de los tresmiles del cordal de los Occidentales de la Maladeta luce hoy el apelativo de pico de Sayó…


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