lunes, 10 de marzo de 2014

Imprimiendo el mundo

Este artículo se ha extraído del Magazine de La Vanguardia del 2 de marzo pasado.

En noviembre del 2012, Chris ­Anderson sorprendió a la comunidad tecnológica cuando anunció que abandonaba su trabajo como redactor jefe de la revista 'Wired' para centrarse en su empresa de fabricación de drones 3DRobotics. 'Wired' es la publicación sobre tecnología más influyente del mundo, y Anderson es un gurú de internet. Conocido por su artículo "The Long Tail" (la larga cola), escrito en el 2004 y con­vertido después en un libro de referencia sobre el desarrollo de negocios en internet ('The Long Tail: Why the Future of Business is Selling Less of More'), este físico, ­periodista y emprendedor está considerado un ­visionario de la economía digital. Su argumento para dejar un cargo editorial de enorme importancia fue tajante: "La impresión 3D será algo más grande que la web", aseguró. Poco después, plasmaba esta idea en un libro ('Makers: The New Industrial Revolution'), en el que defiende que estamos en la antesala de un cambio en los modelos de creación, producción y distribución de productos comparable a la revolución industrial.

Las impresoras 3D existen desde mediados de los años ochenta, pero hasta hace apenas un lustro sólo las grandes compañías de sectores punteros podían acceder a esta tecnología. La distribución de este tipo de máquinas estaba en manos de unos pocos fabricantes, que inventaron y patentaron diversas tecnologías de impresión 3D y explotaron sus posibilidades en el campo del diseño industrial. Empresas como las estadounidenses 3D Systems y Stratasys fabrican desde hace tres décadas impresoras capaces de producir prototipos y moldes de una gama de materiales bastante amplia: desde polímeros como el nailon hasta metales como el titanio.

El uso de las impresoras 3D es ya una realidad en múltiples ámbitos, más allá de la fabricación de piezas ligeras para aviones comerciales y de combate o de elementos de la carrocería de los coches. En el sector sanitario, las aplicaciones son inmensas: se imprimen implantes dentales y craneales, prótesis (incluso brazos y piernas biónicas sensibles al tacto), injertos óseos para curar articulaciones fracturadas, moldes de canales auditivos que se convierten en audífonos; y se experimenta con la impresión de tejidos vivos (que actúan como sustitutivos temporales de cartílagos como la tráquea y los bronquios).

El punto de inflexión que explica el auge que ha experimentado la impresión 3D en los últimos años son las investigaciones del profesor de ingeniería mecánica de la Universidad de Bath (Reino Unido) Adrian Bowyer. Él impulsó, en el 2005, el proyecto RepRap, cuya finalidad era diseñar una impresora 3D de bajo coste capaz de autorreplicarse. La gran contribución de esta iniciativa radica en que Bowyer creó este proyecto bajo los principios del open sour­ce, lo que le llevó a compartir y divulgar en internet todos sus avances. Pronto se conformó una amplia comunidad de aficionados y profesionales que ayudaron a desarrollar la máquina y a experimentar con técnicas y materiales de impresión tridimensional.

La liberación, en el 2009, de las patentes de la tecnología de impresión 3D conocida como FDM (modelado por deposición fundida) marca el inicio del uso doméstico. La compañía Stratasys –cuyo fundador inventó y patentó la tecnología FDM– empezó a tener competencia. La aparición de empresas creadas al amparo del proyecto RepRap, como Makerbot, provocó que los precios de las impresoras 3D capaces de crear prototipos de plástico fundido cayeran en picado. Máquinas que hasta entonces costaban decenas de miles de euros se empezaron a comercializar por menos de 1.000, lo que las hizo accesibles a profesionales y pequeñas empresas de perfil técnico o artístico: ingenieros, estudios de diseño y arquitectura, artesanos, inventores, aficionados al modelado y, en general, a cualquiera con conocimientos y creatividad para diseñar productos de toda índole.

La mayoría de estos modelos usa como materiales de impresión filamentos de ABS (con el que se hacen las piezas de Lego, carcasas de electrodomésticos o componentes de automóvil, por ejemplo) o PLA (un plástico biodegradable, pero menos manipulable y no reciclable y, por ello, menos usado que el ABS). Las bobinas de este plástico son el equivalente a los cartuchos de tinta, tóner, etcétera, de las impresoras y actualmente cuestan unos 30 euros el kilogramo.

Hoy en día, las impresoras 3D empiezan a asomar en los catálogos de los principales centros comerciales de todo el mundo, incluida España. Aquí, un puñado de emprendedores se han convertido en los impulsores de esta nueva industria. Algunos son distribuidores de las impresoras 3D fabricadas en otros países. Es el caso de Marc Torras, que en abril del 2013 creó la empresa EntresD para comercializar en España y Portugal la Up Mini y la Up! Plus, fabricadas por la empresa china PP3DP. Torras detectó la oportunidad de mercado al visitar una feria de moldes en Frankfurt. Al mes siguiente viajó a Pekín y llegó a un acuerdo con PP3DP (que en EE.UU. comercializa sus impresoras bajo la marca Affinia). Presentó sus dos primeros modelos en el Salón del Cómic de Barcelona y ahora se venden en Fnac, El Corte Inglés y webs como Redcoon.es.

Otra compañía que busca un hueco en este mercado es bq, empresa de diseño, fabricación y distribución de dispositivos tecnológicos con sede en Las Rozas (Madrid). Distribuye la Replicator 2 de Makerbot y ha sacado a la venta su primera impresora 3D, Witbox, fabricada en Navarra. "Nuestra estrategia es introducirnos en mercados aún incipientes, pero a punto de eclosionar. Hasta ahora no había en este sector una empresa con fábrica propia que diese soporte técnico. Es nuestra apuesta", indica Juan González, director de proyectos de impresión 3D en bq.

Algunas empresas e instituciones han ido un paso más allá. En su visión, la actividad comercial no es el único fin, sino un medio para impulsar un ecosistema de fabricación personal. La compañía que mejor refleja esta filosofía es la guipuzcoana Tumaker, creadora de la impresora Voladora y de un escáner 3D de alta resolución y bajo coste que aún no se comercializa.

Por esta senda camina desde hace varios años la Fundación CIM de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). Desde sus instalaciones, en la Facultad de Matemáticas en Barcelona, esta entidad impulsa la transferencia de conocimientos de ingeniería y gestión de la tecnología, con hincapié en los proyectos de I+D sobre impresión 3D. Es uno de los pocos centros españoles que posee desde 1997 impresoras 3D de uso industrial, capaces de trabajar con procesos de fabricación Rapid Prototyping (prototipado rápido), lo que le ha servido para ayudar a empresas (de automoción, 'packaging', electrodomésticos...) a diseñar y desarrollar sus productos.

El director de operaciones de la Fundación CIM ,Roger Uceda, es además el alma máter del proyecto RepRapBCN, mediante el cual se ha creado una impresora 3D capaz de producir la mayor parte de sus piezas, a la manera de la máquina original de Adrian Bowyer. El año pasado se vendieron 400 unidades de la RepRap BCN3D+ entre centros tecnológicos, particulares y empresas como Telefónica o Danone. La mayoría se entregan ensambladas, pero también se distribuyen a un precio menor por kits para los compradores que prefieren montarlas.

Existen muchas herramientas y recursos on line que facilitan el diseño de elementos tridimensionales. En webs como Thingiverse se comparten, bajo licencias libres de uso, diseños y modelos de productos. El crecimiento exponencial de esta comunidad ofrece una idea de la eclosión que experimenta la impresión 3D: en el 2010 apenas se compartían 5.000 diseños en Thingiverse; en el 2013, la cifra de creaciones superaba los 200.000 modelos.

Los programas informáticos de diseño en 3D son cada vez más fáciles de usar. Aplicaciones como SketchUp o Tinkercad (adquirida el año pasado por Autodesk, empresa creadora del programa de diseño técnico en 2D y 3D AutoCAD) permiten que la transición entre la idea, el diseño tridimensional y la impresión del producto sea cuestión de minutos.

La consultora de investigación Gartner preveía en un informe de septiembre del 2013 un aumento de ventas de impresoras 3D domésticas del 73% en el 2014 y del 100% (respecto al año anterior) en el 2015. Pero incluso los interesados en esta eclosión ponen en duda estos datos, porque el catalizador del cambio es imprevisible. Las cifras de referencia en este sector son las que ofrece la firma consultora Woh­lers Report. Su informe sobre el año 2012 muestra que si bien las ventas de impresoras 3D crecen, el mercado a nivel doméstico aún está en pañales: de menos de 6.000 unidades que se vendieron en todo el mundo en el 2010 se pasó a 35.000 en el 2012.

En este contexto se debe situar la mención de Barack Obama en el discurso sobre el estado de la Unión del 2013: "La impresión 3D tiene el potencial de revolucionar la manera en que hacemos casi todo", dijo el presidente, que ha impulsado un plan que prevé introducir una impresora 3D en cada aula de Estados Unidos. Para Obama, y para cada vez más gente, el futuro pasa por la fomentar la creatividad. Un modelo educativo, social y económico con un largo camino por recorrer, pero que es necesario incentivar porque, entre otras cosas, la creatividad no se puede deslocalizar.

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