lunes, 12 de noviembre de 2018

Talleres Pinaquy y Sarvy


El ciudadano de Bayona (Bayona 1817 - Pamplona 1890) Salvador Pinaqui, industrial que en los padrones se califica a sí mismo como “maquinista”, instalado en Pamplona en 1848, estableció, asociado con Sarvy, una fábrica de fundición de utillaje agrícola en el molino de Caparroso, en la margen izquierda del Arga, pasado el puente de la Magdalena. Hombre popular en la ciudad, introdujo la corriente eléctrica, aseguró el abastecimiento de aguas durante el cerco carlista (1874) y recibió la medalla de oro conmemorativa de tal hecho (1876). También proyectó y realizó la subida de aguas a San Cristóbal y el aprovisionamiento de Briones (Rioja). Se titulaba caballero y comendador de la Orden de Carlos III y de la Cruz Blanca, apadrinado por la Diputación de Navarra y la junta de Agricultura, así como miembro de mérito de la Sociedad de Labradores de Valencia.


Su iniciativa más divulgada es la citada subida de aguas a Pamplona desde el Arga, pero su dimensión más importante viene dada por el trabajo en la mecanización del campo navarro. Pinaqui declaraba en 1859 haber vendido 250 unidades del arado de vertedera giratoria inventado por Tomás Jaén a partir de un modelo norteamericano, de ellas la mayor parte en Navarra.


El Catálogo de instrumentos para la agricultura e industria de la fábrica de S. Pinaqui y Compañía, de Pamplona (1859) detallaba en veinte páginas y trece grabados otros tantos aperos “de los que se consideran más adaptables a las circunstancias y frutos de nuestro país, ya importados del extranjero, ya perfeccionados en vista del éxito que han obtenido”. Se trata de extirpadores de raíces, arrobaderas, rastras, gradas, arados, escardadores, cernedores aventadores, cascadores, trilladoras, segadoras, desgranadores, cribas, molinos de grano y máquinas “necesarias a la fabricación del aceite, molinos para polvorizar el yeso, el tanino para las fábricas de curtidos, bombas de todas clases, bombas de nuevo y excelente sistema, cilindros para las carreteras (…) máquinas para limpiar trigo, sierras mecánicas movidas por agua o vapor, prensas hidráulicas, prensas de rosca; máquinas para moler chocolate. Artesas mecánicas a brazo o movidas por caballerías. Adelgazaderas para macerar el pan, máquinas de vapor; aparatos para hacer el gas para el alumbrado; máquinas para picar la carne para chorizos. Pesas y básculas decimales. Máquinas para la elaboración de la cal hidráulica; sondas para buscar agua; máquinas para moler albayalde, la semilla del lino o linaza”.

Con sus máquinas “para la agricultura e industria” mereció medallas de Isabel II y de la Exposición de Agricultura (Madrid, 1857) y la de oro de Pamplona (mayo 1864).

La fábrica trabajó hasta 1885. Más tarde continuaron la firma Arrieta y Sucesores de Pinaquy.

Siendo económicamente solvente y cansado de la amplia renta que debía pagar al Conde de la Rosa, dueño del molino de Caparroso, Salvador Pinaqui pensó en instalarse en un solar de su propiedad. Está documentado que para 1883 había comprado los solares de la calle Mayor 40 (actual 14) y de la calle Pellejerías 23-25 de Iruñea. A sabiendas de la prohibición militar a construir fuera puertas, el 17 de abril de 1884 Salvador Pinaquy solicitaba al ayuntamiento de Pamplona la autorización para instalar una industria de maquinaria y fundición en un edificio de la calle Mayor. El gran patio interior entre la citada calle y la de Pellejerías (hoy Jarauta) le iba a permitir construir una nave en la trasera del inmueble para acoger un horno de tipo cubilote, con una capacidad de 330 decímetros cúbicos con el que fundir las piezas, una máquina de vapor de seis a ocho caballos de fuerza y su taller de maquinaria. A primeros de 1885 comenzó la actividad en dichas instalaciones de la calle Mayor. Poco tardaron en producirse las quejas vecinales, tanto por los ruidos como por los humos que constantemente emanaban de sus chimeneas, que adolecían de escasa altura. Aducían los vecinos que el ayuntamiento había concedido permiso para tan solo un horno y que había, al menos, cinco chimeneas en funcionamiento. Tras un informe de la Junta de Sanidad que le obligó a algunas pequeñas modificaciones, la actividad continuó. El concejal Lecumberri contestaba a los vecinos en una de las sesiones que las molestias referidas eran inherentes al que vive en poblaciones y que a él también le molestaban las campanas de la catedral.

Por otra parte, en aquellos años se estaba desarrollando en todo el mundo la electricidad y su supuesta utilidad para el alumbrado de calles, locales públicos y viviendas. Desde que el físico y presbítero Simón Martinicorena iluminara su habitación del seminario Conciliar de Pamplona en 1871, muchos fueron, en la ciudad, los ensayos y pequeñas demostraciones de la iluminación eléctrica mediante lámparas incandescentes. Salvador Pinaquy, inquieto y emprendedor como siempre y con muchos contactos con las casas suministradoras europeas de materiales, quiso participar activamente en la electrificación de Pamplona. Son conocidas sus iniciativas de instalar 4 lámparas en el atrio de San Saturnino en el IV Centenario de la aparición de la Virgen del Camino en 1887, la pionera iluminación del café Iruña en 1888 o de participar en las primeras pruebas de alumbrado público de la ciudad ese mismo año. Como ya había abandonado las instalaciones del Molino de Caparroso obtenía la energía eléctrica mediante máquinas de vapor móviles con sus dinamos acopladas y poco después instalando una central térmica en la calle Estafeta.

A punto de concluir el año 1890, el 17 de diciembre, Salvador Pinaquy falleció a los 73 años en su casa de la calle Mayor. Su hijo, aún muy joven y como habíamos dicho de salud frágil, no podía hacerse cargo de la empresa, de hecho murió tan solo diez años después que su padre. Martin Sancena, también natural de Igantzi, cuñado de Pinaquy y que había sido llevado por su hermana a trabajar como fundidor pocos años antes, asumió entonces la dirección con tan sólo 32 años. A partir de esa fecha la empresa continuará dirigida por miembros de la familia Sancena siendo, por otra parte, de justicia decir que, siempre mantuvieron en sus distintas razones sociales, logotipos y anuncios comerciales el ser los sucesores de Pinaquy, haciendo honor al fundador de la empresa.

De esta forma, en 1894, Martin Sancena, su madre Josefa Vergara, el heredero Salvador Pinaquy (hijo) y el comerciante Mauricio Guibert se constituyeron en sociedad con el nombre de Sucesores de Pinaquy y Cía. añadiendo a su objeto social inicial, que era la fundición y el taller de maquinaria, la producción y venta de electricidad. Esta sociedad tan solo duro cinco años y en 1899 se disolvió vendiendo toda la parte referida a la producción eléctrica a la recién constituida Electra Pamplona. Los Sancena, excepto alguna pequeña participación en la Electra Recajo, abandonan entonces la línea de la producción de electricidad para dedicarse de lleno a la fundición y taller de maquinaria. En estos primeros años del siglo XX la razón social pasa a ser Fundición de Hierro y Construcción de Máquinas Martín Sancena. Sucesor de Pinaquy. La industria se consolida incorporando además, un taller de cerrajería y una ferretería al por menor en el bajo de la calle Mayor. De modo paralelo, aumenta su patrimonio urbano, elevando un piso su vivienda y adquiriendo otro inmueble en Jarauta 42-44 como así consta en el informe de Catastro de 1904.

En 1925 fallece Martin Sancena y la razón social pasa a ser Viuda de M. Sancena. Sucesores de Pinaquy quedando como director gerente su hijo Carmelo que acababa de terminar sus estudios de ingeniería industrial. De forma progresiva va dejando la fabricación de piezas para maquinaria agrícola en la que ya había gran competencia en Pamplona en varios talleres, Arrieta, Astibia etc. para dedicarse cada vez más a la fabricación de elementos de mobiliario urbano y saneamiento.

En 1933-34, y viendo que sus talleres se le quedaban pequeños, construyen una nave en la Rotxapea, junto a los corrales del gas, para trasladar allí la fundición. Tanto los talleres mecánicos como las oficinas permanecerían en la calle Mayor hasta 1961 en que también el taller se trasladó a la calle Joaquín Beunza. La primitiva instalación del casco viejo fue reformada y reutilizada por un comercio de muebles, que ha estado en actividad hasta hace pocos meses. Como curiosidad contar que, durante la guerra del 36 llegaron a montar un prototipo de vehículo blindado en chapa para el ejército golpista. Aparte de su paseo demostrativo por la Plaza del Castillo no debió resultar muy efectivo en combate y ya no se fabricaron más unidades.

Tras la temprana muerte de Carmelo Sancena en 1940, su madre Severiana Abadía y su viuda Juana Morales deciden dar continuidad a la empresa por medio de la sociedad limitada Casa Sancena, Sucesor de Pinaquy con un capital de 417.682 pts. Así se abrió una etapa de varios años con la gerencia en manos de personas que no eran de la familia, hasta que, en 1968, se hace cargo Santiago Sancena Morales, nieto de Martin y ya en sus últimos años un bisnieto, Miguel Nagore Sancena. Su dedicación prioritaria será entonces la producción de mobiliario urbano: papeleras, fuentes, bancos, sumideros, bocas de riego, sifones de descarga, tapas de alcantarilla… siendo de esta forma el ayuntamiento de Iruñea uno de sus más importantes clientes. La barandilla con el león pasante del escudo de la ciudad, que ocupa más de 3.500 metros lineales de nuestras calles y parques, es uno de sus productos más conocidos así como distintos modelos de bancos. En casa Sancena, no sólo se fundían las patas de los mismos sino que se procedía al montaje de listones o tablones y se colocaban en su correspondiente lugar, constituyendo de esta forma una labor íntegra.

Pero seguramente, la pieza más emblemática fundida por Sancena sea la fuente del león, que tiene una curiosa historia. En 1950 el ayuntamiento compró un modelo de fuente a la casa Glenfield Coy Ltd. La compañía, ubicada en la localidad escocesa de Kilmarnock, se había fundado en 1865 y una de sus especialidades era precisamente el modelo de fuente de león que, si se rastrea un poco, la encontraremos en distintos y alejados lugares del mundo. El ayuntamiento cedió alguna de las piezas originales a Sancena y este hizo el correspondiente modelo, fabricándola desde entonces en serie y llenando Iruñea y sus alrededores —hay catalogadas más de 350— con dicho modelo. Siendo, pues, algo característico de nuestra capital, como hemos visto no es exclusivo. Algunas de las que se suponen originales llevan grabada la marca Glenfield Co Ltd en su base y están colocadas una sobre el viejo aska de la calle Vergel, debajo del baluarte de Redin  y otra en la calle Dos de Mayo del barrio de la Nabarrería.

Con los últimos años del pasado siglo llegó la crisis económica mundial y cientos de pequeñas empresas, como las que nos ocupa, resultaron muy afectadas. La competencia con otras fundiciones, sobre todo foráneas, puso a la emblemática Sancena contra las cuerdas. En esto no hemos sabido emplear y dar valor al comercio de cercanía, al que ahora se ha comenzado a dar importancia. Como ejemplo, basta fijarse en la cada vez menor presencia de la marca Sancena en las tapas de alcantarilla y sumideros de la ciudad, teniendo presente que hasta finales del pasado siglo eran casi exclusivas y constituían el 70% de la facturación de la empresa. A pesar de nuevos proyectos de inversión y algunas ayudas gubernamentales, el traslado forzoso en 2004 al polígono industrial Soltxate/Agustinos, por necesidades de la nueva reorganización y urbanización de la Rotxapea, fue seguramente la puntilla y en 2006 la empresa, que aún contaba con veinte trabajadores activos, cerró definitivamente.

En estos días y coincidiendo con el inminente derribo de la nave de la calle Mayor, también obligada por la nueva ordenación urbana, un grupo de ciudadanos trata de reivindicar la figura de Salvador Pinaquy solicitando al ayuntamiento un reconocimiento, dando nombre a una calle o alguno de los espacios de nueva creación entre las calles Mayor y Jarauta. Por supuesto que me adhiero a la iniciativa; Salvador Pinaquy debe considerarse como una persona notable, uno de los más importantes artífices de la industrialización de Iruñea y de la mecanización de la agricultura en la Navarra de la segunda mitad del siglo XIX.

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