lunes, 5 de noviembre de 2018

El Junkers 52 sigue volando


Una curiosidad… ¿Cuántos años dura un avión?

Esta es es una pregunta recurrente en conversaciones sobre el sector y lo cierto es que aunque no hay una norma estricta, pues con un correcto mantenimiento pueden seguir volando todo el tiempo que sea necesario, algunas variables como el consumo, las normativas sobre ruidos o las mejoras tecnológicas, sitúan hoy la jubilación de las aeronaves de pasajeros entre los 20 y 25 años como media.


En un mundo con unos aviones cada vez más eficientes, modernos, menos contaminantes, cuyos motores son menos ruidosos y en los que pasajeros y tripulantes pueden llegar a estar conectados con el resto del mundo casi permanentemente, existen algunas excepciones y hay autenticas reliquias en perfecto estado que siguen volando sin problema alguno.


Comento lo anterior porque hay otra pregunta frecuente en las charlas sobre aeronáutica: “¿cuál es el vuelo más memorable que has realizado?” y en este caso la respuesta suele ser difícil, aunque muchas veces pienso que fue uno concreto: el realizado sobre Berlín a bordo de un trimotor alemán fabricado hace 80 años: un Junkers Ju-52, el aparato favorito y que fue el avión personal de Adolf Hitler.

La historia de los Ju-52 empezó a finales de los 20, con el equipo de Hugo Junkers trabajando discretamente en el diseño de un gran avión de transporte que iba a ser por primera vez totalmente metálico. Su imagen, con tres potentes motores, ventanas cuadradas y fuselaje de duraluminio corrugado lo hicieron inconfundible y se convirtió en un éxito comercial vendido a más de 30 líneas aéreas en 25 países. Uno de los más célebres llevó la matricula D-2600 y es el que usó Hitler desde 1933, cuando fue nombrado Canciller de Alemania, un aparato siempre comandado por Hans Baur, que fue piloto personal del Führer hasta el final de sus días y que incluso había diseñado para el un plan de huida en un pequeño monomotor biplaza cuando la capital de Alemania estaba siendo asediada por el ejercito soviético.


Hasta el pasado verano, de los casi 5.000 aparatos construidos entre 1931 y 1955, solo quedaban siete en vuelo. Actualmente son media docena pues uno se perdió en agosto. Uno de estos seis es el que actualmente vuela para la fundación Deutsche Lufthansa, un aparato que entró en servicio en 1936 como avión anfibio en Alemania para posteriormente volar en una compañía noruega. Durante la segunda guerra mundial fue confiscado por la Luftwaffe, y al finalizar el conflicto fue devuelto a sus propietarios originales en Escandinavia.

Desde 1957 a 1963, al empezar a quedar desfasado tecnológicamente en Europa, este JU-52 operó en condiciones extremas en Ecuador en el seno de una compañía formada por pilotos alemanes emigrados a Sudamérica. Posteriormente estuvo en manos de dos coleccionistas estadounidenses, aunque estos no tuvieron los fondos suficientes para mantenerlo de manera óptima. La oportunidad de recuperar su esplendor llegó en 1984, cuando el  consejo de administración de Lufthansa decidió comprarlo, traerlo de vuelta a Europa y someterlo a una severa revisión de 16 meses.


Así, desde hace algo casi 35 años, la fundación de línea aérea alemana tiene en su flota un buen trozo de su historia y también de la del país, que vuela a plena satisfacción gracias a 60 personas relacionadas con su operativa: desde mecánicos a auxiliares de vuelo, administrativos o pilotos. Todos son voluntarios que trabajan en el grupo Lufthansa. De hecho, los tripulantes de de inmensos Airbus o Boeing se sienten unos privilegiados al poder serlo también de este avión, que cuando suben a bordo perciben lo más parecido a un viaje en el tiempo.

Desde que vuelve a lucir el clásico logotipo de la grulla el Junkers ha visitado ya 360 aeropuertos de toda Europa, ha volado más de 9.500 horas y transportado a cerca de 200.000 ilusionados pasajeros.

Ser uno de esos pasajeros es una delicia: recuerdo el atronador despegue, un ruido que impresionó a todos los que estábamos a bordo. Tras equilibrarse mientras gana velocidad, el JU-52 se va al aire con docilidad para virar junto a la torre de control de Berlín Schonefeld y dejar en tierra a aviones mucho más modernos y sofisticados… aunque sin mucha historia en sus alas.

Los paisajes del noreste del país se disfrutan mejor desde las inmensas ventanas del avión, que vuela suave y tranquilo, pues rara vez supera los 200 kilómetros por hora, una velocidad que incluso permite que la auxiliar de vuelo te abra la ventana de la puerta posterior para que puedas tomar fotos sobre la trama urbana de Berlín, donde destaca el antiguo aeropuerto (hoy parque urbano) de Tempelhof, diseñado por Albert Speer como uno de los puntos fuertes de Germania, la metrópolis llamada a ser capital de un imperio que había imaginado y sobrevolado el mismo Hitler en uno de aquellos trimotores de la casa Junkers.

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