lunes, 13 de noviembre de 2017

La aventura del Transiberiano


En la estación de Yaroslavsky, una de las nueve que hay en Moscú, buscamos en el panel electrónico el número de tren y de andén. Ekaterimburgo es nuestro destino en esta primera etapa del Transiberiano; 1.814 kilómetros por delante que cubriremos en 28 horas, pues la puntualidad de los trenes en Rusia es de 10. El billete es para viajar en segunda, en un compartimento de cuatro personas. Nos recibe a pie de vagón una robusta azafata (nuestra provanitsa) vestida impecablemente con traje de chaqueta gris, a juego con el color ceniciento del tren y la luz crepuscular de la tarde; es una mujer de uniforme que cumple las reglas: revisora y cuidadora a la vez, vigilante y limpiadora. Nos pide el pasaporte y el billete, fotografía los documentos y, tras un chequeo electrónico de los mismos, nos invita a subir. En el vagón solo van rusos… Normal. El Transiberiano es una ruta comercial; prácticamente la única que vertebra el país de oeste a este entre Moscú y el Pacífico. Son más de 9.000 kilómetros de una doble vía electrificada por la que se transporta carbón, hierro y toda clase de minerales, gas y petróleo, maquinaria industrial y cualquier bien de consumo imaginable. Viajaremos, pues, por una autopista ferroviaria a través de Siberia que te pone en contacto con todas las Rusias.


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