sábado, 31 de octubre de 2020

El accidente de Védrines en 1912

LA CAÍDA DE VÉDRINES Y EL DESCRÉDITO DE LA AVIACIÓN

El desgraciado accidente del simpático Védrines ha colmado la medida de la desconfianza y el menosprecio que, los legos en la materia, sienten por el prodigioso invento de la Aviación. Porque Védrines, por su popularidad en todos los países, incluso en España, cuyos horizontes había cruzado á una velocidad de 180 kilómetros por hora, y por su buena estrella en todos los sorprendentes vuelos realizados, era el único prestigio para las masas incrédulas, el único apóstol de la novísima conquista del aire, que lograba, si no convencerlas, por lo menos hacerlas dudar respecto á la eficacia del monoplano.

Siempre que surgía la discusión acalorada sobro este punto, y los detractores del invento, que son los más, apelaban al número de víctimas producidas, para sentar la tesis de que la Aviación es un fracaso, salía á relucir el nombre de Védrines.

Mientras el héroe popular estuviese en los aires, la duda flotaba en todas las conciencias y cabía tomar por inexperiencia de los aviadores muertos, la imperfección ó inutilidad de sus aparatos. Védrines ha caído á tierra en el crítico instante en que la Aviación estaba ganando, por él y por sus triunfales y asombrosos vuelos, la credulidad de las masas.

Un vuelo más y el invento que, con el telégrafo Marconi, basta para hacer inmortal en la historia de la Ciencia al siglo XX, hubiera acabado por triunfar de la incredulidad de los ignorantes, como ha triunfado de la de los sabios.

Ya á nadie se le ocurría que Védrines pudiera sufrir un percance; bastaba que los periódicos anunciasen un nuevo raid del intrépido aviador para que todas las poblaciones del recorrido levantasen los ojos al cielo y se dispusiesen á verla aparecer con la misma seguridad y exactitud con que aparece el Sol todas las mañanas.

Sus triunfos bastaban y sobraban para contrarrestar el desprestigio del invento, ocasionado por el alarmante número de víctimas. Y la masa hubiera llegado á creer que el monoplano era un aparato seguro y perfecto, como la pericia y la inmunidad taurómaca del Guerra, llegaron á sentar el axioma de que los cuernos no hacían daño, y por esta razón, en su época de lidiador, fue cuando más aficionados se echaron al ruedo.

Si el Guerra hubiese muerto en la plaza, el Arte del Toreo hubiera sufrido un tremendo descrédito, y ¡quién sabe, si á pesar de la gran miseria nacional, se hubieran acabado sus cultivadores!

Porque la muerte del Guerra hubiese sido la negación de todas las reglas y de todos los cánones de la lidia; como el trágico batacazo de Védrines es para la masa la negación de todas las leyes físicas y mecánicas del monoplano.

Ya no habrá, en nuestro tiempo, quien convenza á las gentes de que la Aviación es un problema científico resuelto; todo el mundo creerá que es un arriesgadísimo ejercicio acrobático, cuyos factores principales no son ni el motor ni las alas, sino la agilidad y la buena suerte de los pilotos.

Y contribuirá más á afirmar esta creencia, la costumbre de exhibirse los aviadores en las fiestas de los pueblos, y de ser contratados por empresarios.

Con Védrines ha caído, desde lo alto de las nubes, el crédito popular de la Aviación.

Ya, psicológicamente, tenía un enemigo de origen: lo poco propicia que se muestra la humanidad para todo lo que sea elevarse sobre el nivel del suelo, y el odio y la envidia que concitan los que se elevan.

Védrines, semidiós, cruzó sobre nuestras cabezas y á duras penas creímos en él y en su poder, mientras estaba haciendo milagros; pero, cayó al suelo, y ha sembrado la incredulidad sobre el haz de la tierra. Y es que, para mantener viva la fe en lo maravilloso, hay que estar constantemente haciendo milagros.

Yo croo que si de vez en cuando no se presentasen esas estrellas do rabo, esos cometas siniestros, á quien la ingenua superstición de los pueblos achaca sus habituales y lógicas desgracias, llegaríamos á despreciar al sol y á la luna y á todos los astros de uso corriente para nosotros, y á creer que era una farsa el sistema planetario.

El problema de la Aviacióu ha caído al suelo con Védrines. Para que la masa popular vuelva á creer en él, necesita otro héroe y otra leyenda.

EL SASTRE DEL CAMPILLO

UN AÑO ANTES

En la revista ADELANTE del 5 de junio de 1911.

No podemos resistir la tentación de ofrecer á nuestros lectores algo de lo que durante bastantes días fué objeto de preocupación mundial y es hoy de comentarios diversos.

Podrán los detractores de la navegación aérea arreciar en sus ataques contra el nuevo procedimiento de locomoción; pero el hecho cierto es que un aviador, Vedrines, ha salido de París y ha llegado á Madrid empleando poco más de dieciséis horas de vuelo para cubrir el recorrido.


Vedrines no ha conseguido solamente ganar 100.000 francos del premio de Le Petit Parisién y otras cantidades diversas donadas por otras entidades, lucir en su pecho una condecoración entregada personalmente por S. M. el Rey de España; ha conseguido también dar patente de firmeza á lo que en muchas personas antojabaseles todavía una quimera, á la navegación aérea; ha conseguido dar un mentís á los que suponían irrealizable la aventura de hacer importantes recorridos cabalgando en un armazón de listones, lienzos y alambres, arrastrado por un motor de 50 caballos.

Natural es que este progreso haya producido víctimas. ¿Cuál es el que no las ha producido?

Pero si esta causa detuviera los progresos, ¿existirían el ferrocarril y la navegación marítima? Indudablemente que no.

El triunfo de Vedrines ha excitado de tal modo en España la afición á volar, que son ya varios los concursos nacionales de aviación que se preparan, algunos con premios importantes. 

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