España, Madrid, n.º 74, 22 de junio de 1916
¿QUÉ ES EL CATALANISMO?
Este número va dedicado al catalanismo. Ya en otras ocasiones hemos destinado parte de nuestras páginas a un tema único; hoy ampliamos esta costumbre y las consagramos todas a la cuestión de Cataluña. Con ello no hacemos sino traer al periódico una táctica practicada por todos los grandes creadores del arte de la guerra: la concentración de fuerzas en un punto. La fortaleza que todo español íntimamente liberal está interesado en asaltar y destruir es la inercia y la inepcia del Estado centralista que padecemos. El catalanismo se nos brinda a todos los españoles de buena voluntad como una catapulta. No usarla equivale a hacerse cómplice de la política fosilizada que nos rige.
Pero unos dicen que en el fondo el catalanismo sólo es un bajo chalaneo económico; otros, que un movimiento separatista; otros, que el maurismo traducido al catalán; otros, que el conjunto de ambiciones que mueven a un minúsculo grupo de políticos y escritores despechados; otros, que no tiene realidad alguna en Cataluña ni por la lengua, ni por las costumbres ni por el espíritu político de ese grupo étnico.
Sin embargo, hay un dato elocuente: todos los diputados catalanes —a excepción del Sr. Salas Antón, que ha vivido muchos años en Londres, desarraigado de su país—, lo mismo los de La Liga, que los republicanos, que los afiliados a los partidos dinásticos, tienen un denominador común de catalanismo.
¿Cómo explicarse esto si no hubiese un estrato social bastante fuerte para engendrar una representación política tan homogénea en lo íntimo?
Y bien, ¿qué es el catalanismo? ¿Puede servir en rigor de piedra para la honda antigubernamental de todos los buenos españoles? ¿O sólo será una bola de estopa sin eficacia como proyectil? He aquí lo que nos hemos preguntado los no catalanes que no conocemos Cataluña, desde que comenzó el debate catalanista en las Cortes.
Pero sabido es que en el Parlamento español no hay modo de destilar, de clarificar ninguna cuestión pública. El poder del gongorismo retórico es allí tan fuerte que obliga a la imprecisa vaguedad a los mismos que tienen temperamento de precisión.
No es extraño que ante una Cámara enloquecida por oradores del género antediluviano como el Sr. Alcalá Zamora, los diputados catalanistas no hayan gustado de extremar la concreción más que en el sarcasmo.
A nuestro deseo de que el público español sepa del catalanismo algo más que lo que le han dicho los centuriones gubernamentales y algo más también de lo que le cuentan algunos escritores turistas, responde este número, escrito en su integridad, con excepción de estas notas, por los hombres más ilustres de este vibrante movimiento político.
En un número próximo, a modo de réplica a éste, publicaremos juicios de otros catalanes y no catalanes sobre esta cuestión especifica del. catalanismo en sus relaciones con el Estado central y con el problema genérico de cualquier regionalismo español.
Sólo desde la periferia podrán cortarse los tentáculos del pulpo oligárquico que tiene apresada a toda España. Mírense otras regiones en el espejo de Cataluña.
EL CATALANISMO EN EL CONGRESO
Del discurso de D. Francisco Cambó pronunciado en el Congreso los días 7 y 8 del corriente.
SABÉIS lo que falta? ¿Sabéis la dificultad, quizá insuperable, para que vayamos a la resolución de ese problema?
Es la falta en España de un ideal colectivo. Al calor fundente de un ideal, la solución de los más difíciles problemas se consigue; de ahí viene la fecundidad de. las revoluciones que hayan sido afirmativas, que no han sido una suma, un acoplamiento de miserias, de egoísmo y de codicias, sino que han traído un ideal. ¡Ah, señores diputados!, si en España, en toda España, por encima de todos los patriotismos de región y de nacionalidad, existiese un ideal colectivo; si en España pensáramos en América, y pensáramos en Oriente, y tuviésemos un ideal de expansión no territorial, sino de expansión económica, de expansión de cultura; si pensáramos en los campos incultos, y en los cerebros, más incultos aún que nuestros campos, y en nuestras minas, y en nuestros saltos de agua inexplotados, y en nuestros grandes negocios, intervenidos o dominados por extranjeros; si tuviéramos fe en las cualidades de la raza, con todas sus variantes nacionales —que no hay derecho a gobernar si se la considera agotada, si no se tiene fe en que lo que ha sido un día puede volver a ser en España—, el día que existiera ese ideal, ¡con qué facilidad se resolvería el pleito catalán!
El día que el pueblo español se sintiese rico en su patrimonio de ideales, no regatearía la autonomía política que pedimos; pero hoy se siente pobre, porque no tiene otro ideal que las mezquindades de la política interior; y el pobre es egoísta, y se agarra a lo que tiene, y piensa en ese patrimonio con exclusivismo, porque no habéis contribuido a darle un ideal colectivo.
Yo os invito a todos a que vayamos a la solución del problema catalán por ese camino de crear un ideal colectivo en España, una fórmula de patriotismo que, sin coartar ningún sentimiento ni de región ni de nacionalidad, pueda ser punto de convergencia para todos. Para ello es preciso afrontar el problema catalán; no hay más remedio; se antepone a nuestro paso, nos separa, nos divide, impide una conciliación absolutamente indispensable.
Yo creo, señores, que no hay dos pueblos en el mundo que en sus características esenciales se completen como el pueblo castellano y el pueblo catalán. Lo que en el uno son grandes omisiones, en el otro son cualidades preeminentes. El carácter catalán, nuestras inquietudes, nuestras exaltaciones, nos conducirían a la convulsión, a la muerte; el carácter castellano, sin un estímulo, caería en el aniquilamiento.
Nosotros, con nuestro individualismo feroz, podremos caer en la anarquía; el carácter castellano, con su espíritu de obediencia y de fidelidad, puede servir de base a todas las tiranías. Vosotros hace siglos que gobernáis y os habéis anquilosado en el Gobierno; sois ya víctimas de la rutina de los moldes y de los sistemas; nosotros, con todas nuestras inexperiencias, pero con todas nuestras audacias, podemos aportar a esa obra una fuerza renovadora.
Pero es preciso establecer entre nosotros un régimen de justicia y de igualdad, solventando ese problema. Y ese problema, señores diputados, voy a reducirlo a términos simplicísimos.
Nos encontramos con el hecho de la personalidad catalana, llamadla nacional, regional, como queráis; no voy a discutir por palabras; nos encontramos con el hecho de la conciencia que tiene Cataluña de una personalidad colectiva y que, como todo ser vivo, pide el reconocimiento del derecho de regir y regular su vida propia; y ante ese hecho, nos encontramos con otro hecho, del que no voy a culparos a vosotros, a los gobernantes; el hecho de que una parte grandísima del pueblo español, la que más ha influido en el Gobierno, tiene un sentimiento ...
España, Madrid, n.º 77, página 8, 13 de julio de 1916.
Irlanda y Cataluña
Londres y Julio de 1916.
La primera analogía entre la opresión castellana en Cataluña y la opresión inglesa en Irlanda es que ninguna de las dos existe. Tanto Irlanda como Cataluña son hoy regiones de privilegio económico y de libertad racial. Si la balanza de beneficios en el Reino Unido arroja saldo en contra de Inglaterra, que gasta en Irlanda bastante más de lo que cobra, ¿qué diremos de la balanza española en Cataluña, que ayuda a sostener la prosperidad económica de la región con tarifas prohibitivas?
Si libre es el lenguaje en Irlanda, no menos libre lo es en Cataluña. .Pese a la carta de D. Antonio Maura, no parece que los catalanes hayan sido víctimas de la persecución del lenguaje que se observa en la Polonia alemana, en Alsacia Lorena o en Finlandia. Si no se enseña catalán en las escuelas oficiales, tampoco se enseña aritmética, y si los notarios no son del país, ello no es ciertamente debido a plan sistemático. Nada es sistemático en el Estado español.
No para aquí la analogía. Así como en Irlanda el Sinn Feiner se opone a la Home Rule porque aspira a la independencia, y el unionista porque desea el statu quo, así en Cataluña el Sr. Cambó tiene a su izquierda al separatista y al radical unionista a su derecha. Mas aquí se inicia una importante divergencia. Sigámosla.
En Irlanda, el Sinn Feiner o separatista (en exigua minoría) constituye una variedad extrema del nacionalista y puede confundirse con él. El unionista, por el contrario, es un tipo completamente distinto. Unionistas y nacionalistas ocupan regiones distintas en la isla, y se hallan separados no sólo por sus opiniones sobre las relaciones anglo-irlandesas, sino por su religión, su vida económica; su origen étnico. De las cuatro provincias de Irlanda, una, Ulster, es unionista, industrial, protestante y escocesa; las otras tres: Connaught, Leinster y Munster son, por el contrario, nacionalistas, agrarias, católicas y celtas.
La falta de unanimidad procede, por consiguiente, de la inclusión en Irlanda de la región de Ulster, meramente por estar situada dentro del perímetro de la isla. Pero es evidente que UIster no es irlandés. Es un islote, o lo que los franceses llaman una "enclave" de la Gran Bretaña, y el problema de Irlanda se aclara considerablemente haciendo abstración de la provincia discordante.
Reducida a las tres provincias católicas, Irlanda se halla en completa unanimidad. He aquí una diferencia importante con Cataluña. En el principado no hay unanimidad en cuanto a las aspiraciones catalanistas. Catalanes hay que no las sienten, otros que las desean y ven en ellas la autonomía, otros para quienes son la independencia. Y esta falta de unanimidad no obedece, como en Irlanda, a la existencia de un islote de castellanos o de franceses en Cataluña, sino a la misma heterogeneidad de la masa política catalana, que no ha cuajado en un bloque catalanista único.
Ahondemos algo más en esta idea de la unanimidad. Tal y como se presenta en Irlanda, la unanimidad sobre el problema nacionalista produce la atonía completa del ambiente político interior. Esto es consecuencia de una ley general que la observación de los nacionalismos...
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