En 1997, Michael Foale era un astronauta británico de la Agencia Espacial de Estados Unidos, NASA, que había entrenado durante más de un año en Rusia para una misión a bordo de la estación espacial Mir junto a dos cosmonautas rusos. Nada, sin embargo, lo había preparado para la crisis que experimentó el 25 de junio de ese año, cuando una nave de carga no tripulada chocó contra la estación. Foale y sus colegas rusos, el comandante Vasili Tsibliyev y el ingeniero de vuelo Aleksandr (Sasha) Lazutkin, tenían minutos para salvar sus vidas. La calma, improvisación y un poco de fortuna evitaron el desastre.
Los suministros llegaban hasta la estación, cada dos meses, en una nave no tripulada llamada Progress. La nave de carga no tripulada Progress, encargada de llevar los suministros a Mir cada dos meses, pesaba unas siete toneladas. Normalmente, Progress se acoplaba automáticamente con Mir mediante una tecnología de guía costosa construida en Ucrania. Cortes presupuestales ocasionados por la caída de la Unión Soviética forzaron el abandono de ese sistema y obligaron a la tripulación a guiar el acople manualmente. Los astronautas a bordo de Mir se habían visto obligados a abortar la maniobra en varias ocasiones, y el 25 de junio la volvieron a intentar. El comandante Vasili Tsibliyev guiaba a Progress mediante un sistema de radio, mirando su objetivo a través de una pequeña pantalla de televisión. El comandante Vasili Tsibliyev y Aleksandr (Sasha) Lazutkin, el ingeniero de vuelo, intentaban dirigir la nave de carga que pesaba unas 7 toneladas mediante un sistema de radio, mirando en una pequeña pantalla el punto de vista de la cámara de Progress.
"Cuando veo la pantalla de Vasili, me doy cuenta que la orientación es completamente incorrecta para que un acople apropiado tenga lugar", relató Foale. De pronto Sasha le gritó: "¡Michael, módulo de escape!" Se refería a la cápsula Soyuz que estaba acoplada a la estación y era su único salvavidas.
La Mir estuvo muy cerca de abrir los informativos de todo el planeta durante la noche del 23 de febrero de 1997. La NASA y la agencia espacial rusa, Roscosmos, reportaron ese día que la estación espacial había sufrido un incendio que se había sofocado sin mayores problemas. "Los astronautas no estuvieron en peligro ni sufrieron daños", escribía 'El País' dos días más tarde, en una pieza en la que informaba que el incidente había durado siete minutos.
Jerry Linenger era uno de los astronautas presentes aquel día en la Mir. A las 22:35, hora de Moscú, se encendió la alarma principal en el complejo. Pocos segundos antes, otro de los ocupantes de la nave, Sasha Lazutkin, había instalado un depósito de oxígeno de respuesto en el módulo Kvant-1 debido a que la estación estaba superpoblada en aquel momento: seis personas —cuatro rusos, un alemán y el estadounidense— se repartían los 350 metros cúbicos habitables. "Estaba terminando una ración de borsch deshidratado cuando sonó la alarma", explicó Linenger a BuzzFeed. ¿Qué causó esa alarma? "Fuego y sustancias tóxicas en el aire". El astronauta ilustraba así el peligro al que se enfrentaba la Mir en aquel momento. El estadounidense se encontró, junto a otras cinco personas, con dos de los tres mayores problemas a los que se puede enfrentar un habitante de la estación. El tercero, una despresurización provocada por un agujero en el aluminio que resguardaba a la tripulación, era cuestión de minutos si nadie sofocaba el fuego.
El origen del incendio era ese tanque de oxígeno de repuesto, que se comportaba como un soplete fuera de control. El incidente, supuestamente iniciado por los restos de látex de un guante que quedaron atrapados en el depósito, creó una llama permanente que amenazaba con derretir una de las paredes de la Mir y exponer a los ocupantes al vacío espacial. "Vi un enorme puñado de chispas, como si una caja de bengalas se encendiera a la vez. Más allá de esas chispas, me di cuenta de que había una especie de cera derretida en el panel metálico frente a la llama. Pero no era cera. Era metal fundido. El fuego era tan intenso que lo estaba derritiendo". La frase está recogida en las memorias de Linenger, 'Off the Planet', en las que repasa una estancia de 132 días en las que se enfrentó a un sinfín de contratiempos. ¿Qué sucedió para que Linenger pudiera finalizar su misión, regresar a salvo a la Tierra y escribir unas memorias? Las diferencias en el comportamiento del fuego posibilitaron que esos 14 minutos de llamas, y no siete como se dijo en un primer momento, no abrieran un agujero en la nave. El fuego, en ausencia de gravedad, no se extiende con la misma rapidez. En ese tiempo, tres astronautas se preocuparon en evitar que el fuego se extendiera a otras zonas de la estación. Durante la maniobra, descubrieron que un extintor tenía un efecto poco deseado en ausencia de gravedad, ya que empujaba hacia atrás a la persona que lo utilizaba y obligaba a una segunda a estabilizarla. Los esfuerzos de los astronautas se centraron en apuntar el extintor al extremo de la llama para evitar que derritiera la chapa que les separaba del vacío. Los otros tres astronautas pusieron en marcha el protocolo de emergencia para utilizar una de las dos naves Soyuz atracadas en la estación para regresar a la Tierra. La tripulación nunca pudo poner en marcha la segunda nave porque el fuego se interponía entre ellos y la cápsula. "Habría sido una decisión complicada. ¿Cómo decidir quién se queda y quien regresa a la Tierra?", se preguntaba Linenger en BuzzFeed.
Una veloz nube de humo
Linenger también explicó que el humo fue uno de los grandes problemas a los que tuvieron que enfrentarse. "No esperaba que se extendiera tan rápido. En microgravedad no existen corrientes de convección pero los ventiladores de la Mir hacían que el humo circulara continuamente", explicaba el astronauta. Uno de los compañeros de Linenger, Aleksander Lazutkin, recordó que su primera reacción, al enfrentarse a la nube de humo, fue abrir una ventana: "Fue ahí cuando sentí miedo de verdad por primera vez. No puedes huir del humo. No puedes abrir una ventana para que se ventile la habitación".
La fortuna y la persistencia de los astronautas evitó que el fuego se extendiera hasta que, pasados esos interminables catorce minutos, las llamas se extinguieron porque se acabó el oxígeno del depósito que les servía de combustible. Los astronautas ni siquiera fueron capaces de aislar el fuego en el módulo y cerrar las escotillas de acceso ya que la estación estaba plagada de cables que imposibilitaban el cierre. La tripulación ni siquiera contaba con unas tenazas para cortar esos cables. Los ocupantes de la Mir tuvieron que utilizar máscaras hasta que la atmósfera de la estación fue segura para sus ocupantes. El fuego, más allá del susto y de algunos cables derretidos, no supuso mayores daños pero puso de manifiesto los problemas de una construcción que había envejecido y que tenía serios problemas de seguridad.
Rebajar la magnitud
En un primer momento, la NASA certificó que el incidente sólo había durado noventa segundos. Pocos días después, el 1 de marzo, Linenger bromeaba sobre el tema en una de las cartas que enviaba a su hijo recién nacido: "Siento no haber escrito durante una temporada pero he estado muy ocupado con experimentos, preparando la marcha de mis primeros compañeros rusos y, entre medias, apagando fuegos". Unos días más tarde, el 4 de marzo, el astronauta volvía a quitar hierro al asunto en tono jocoso al recordar a su hijo, John, que la vida en el espacio era cualquier cosa menos monótona: "Hacemos nuevos experimentos a diario. Hemos desacoplado una nave Progress con suministros. Nos hemos puesto el traje de astronauta para pilotar una Soyuz a un sector diferente. Ha llegado una nueva tripulación. Un incendio ha avivado nuestros niveles de adrenalina". Pero el incendio de la Mir estuvo cerca de convertirse en el segundo incidente que se cobrara vidas humanas en el espacio. El primero, en 1971, sucedió cuando tres cosmonautas rusos regresaban de la estación Salyut 1 después de una estancia de tres semanas. La nave Soyuz en la que viajaban se despresurizó al poco de iniciar la maniobra de reentrada y los cuerpos de Georgi Dobrovolski, Viktor Patsayev y Vladislav Volkov aterrizaron sin vida en Kazajistán.
Seguridad para la Estación Espacial Internacional
La puesta en órbita de una nueva estación, fruto de la cooperación internacional, permitió a los diversos países utilizar los conocimientos adquiridos en la Mir para mejorar la seguridad a bordo. En la actualidad, los depósitos de oxígeno portátiles están aislados para que, en el caso de un incendio de este tipo, no produzcan el efecto de un soplete. Mantener los espacios alrededor de esos depósitos de oxígeno libres de otros materiales es otra de las recomendaciones de seguridad que los astronautas deben seguir a rajatabla para evitar que un fuego pueda volver a poner en peligro a una tripulación. Porque, en el espacio, un fuego es uno de los tres problemas a los que nadie se quiere enfrentar.
John Blaha, el tercer astronauta de la NASA en residencia en la estación espacial rusa, comenzó su viaje a Mir con el lanzamiento del STS-79 en el transbordador espacial Atlantis el 16 de septiembre de 1996. Durante su estadía de cuatro meses, Blaha y sus compañeros de tripulación cosmonautas realizaron experimentos en las áreas de ciencia de materiales, ciencia de fluidos y ciencia de la vida. Regresó a casa el 22 de enero de 1997 a bordo del transbordador espacial Atlantis como parte de la tripulación del STS-81. Blaha fue seleccionado como astronauta en 1980. Antes de su residencia en Mir, Blaha comandó dos misiones de transbordadores y pilotó otras dos. Como piloto de la Fuerza Aérea de EE. UU., realizó 361 misiones de combate en Vietnam; también se desempeñó como piloto de pruebas y como piloto instructor. Blaha tiene una licenciatura en ciencias de la ingeniería de la Academia de la Fuerza Aérea de EE. UU. y una maestría en ciencias en ingeniería astronáutica de la Universidad de Purdue.
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