domingo, 9 de enero de 2022

El Federal salmantino : ¡Viva la República Democrática Federal!

Se trata de un periódico publicado en Salamanca en la Imprenta Provincial, a cargo de Juan Sotillo, entre julio de 1872 y julio de 1873.


El Federal salmantino: ¡Viva la República Democrática Federal!, Año II, Número 57, 27 de julio de 1873 

PROCLAMACIÓN DEL CANTÓN

En sesión celebrada en la noche del 21 el comité federal y oficialidad del Batallón de voluntarios de esta capital, se acordó por mayoría de votos y después de una amplia discusión, designar una comisión compuesta de los ciudadanos Pedro Martin Benitas, Santiago Riesco, Joaquin H. Agreda, Ignacio Periañez y Casimiro García, los cuales deberían resolver en aquella misma noche precisamente, si se había de declarar en Cantón federal esta provincia.

Terminada a las doce de la noche la reunión del comité y oficialidad de voluntarios, empezó a funcionar la comisión especial o comité de salvación pública, resolviendo desde luego que debía procederse a la proclamación del Cantón. Esta resolución fue anunciada al vecindario a las cuatro de la
mañana del 22, por las cornetas que llamaban sin cesar a los voluntarios de la República, los cuales se reunieron con armas en los sitios de costumbre, dirigiéndose desde allí al Gobierno civil donde se les participó el objeto de la reunión, declarando en Cantón federal la provincia. 

Inmediatamente se constituyó el Gobierno provisional del Cantón, quedando destituido el Gobernador-y ocupando las compañías de voluntarios los puntos estratégicos de la población. Por esta circularon con la velocidad del rayo las anteriores noticias, así como la de haberse interceptado el telégrafo con Madrid y otros puntos. 

La alarma consiguiente a estos casos no cundió demasiado porque en seguida se supo que los 170 guardias civiles, única fuerza que había en esta ciudad, saldrían con dirección a Zamora aquel mismo día, como en efecto sucedió. 

A la una de la tarde se fijó en los sitios de costumbre el manifiesto, que al final de esta relación verán nuestros lectores, del Gobierno provisional del Cantón, dando a la vez un decreto para que inmediatamente los Ayuntamientos de la provincia, últimamente nombrados entraran en el ejercicio de sus funciones. 

El de esta capital cumplimentó a las dos de la tarde las órdenes del Gobierno provisional, tomando posesión de sus cargos casi todos los concejales.

A medida que el día avanzaba, la confianza se arraigaba mas, porque el orden parecía inalterable.

A las seis de la tarde evacuó la población la fuerza de guardia civil, continuando los voluntarios dando las guardias en la cárcel, Gobierno, casa consistorial y otros puntos, pasando la noche en la mayor tranquilidad y sin que hubiera que lamentar el mas insignificante abuso.

Al día siguiente, 23, se retiraron por orden del jefe algunos guardias de voluntarios, sin que por un momento la ciudad perdiera su aspecto ordinarios En aquel mismo día por la noche, y a consecuencia de haber corrido el rumor de que al siguiente llegaría la guardia civil que había salido el 22, reforzada con fuerza de carabineros de Zamora, la Junta de Gobierno celebró una larga sesión en la que acordó resistir la entrada de las tropas en la capital.

Puesto este acuerdo en conocimiento de los capitanes, estos avisaron a sus respectivas compañías que se reunieron a toque de corneta a las seis de la mañana. Entonces fue cuando la alarma cundió, porque todos los preparativos acusaban el propósito de oponerse a que las tropas entraran en la Capital. No se cerró, por esto, ni un comercio, ni hubo carreras ni alborotos. 

Sin embargo, la ansiedad crecía por momentos, pues todas las noticias coincidían en que las tropas llegarían aquel mismo día.

Habíase comenzado la construcción de barricadas en las entradas de la población y en algún punto interior, ondeando la bandera roja en la torre de la catedral, Gobierno civil y casas de Ayuntamiento. 

Desde las ocho a las doce de la mañana la ansiedad fue muy grande: el alcalde primero había dimitido el cargo: personas de todas las clases de la sociedad y opiniones políticas habían salido a la calle con deseo de enterarse de lo que ocurría y de lo que se preparaba, creciendo por instantes la alarma, sin que por esto llegara a turbarse la tranquilidad material. 

Una comisión de seis vecinos no iniciados en el movimiento, se aproximó a la permanente de la Diputación provincial para acercarse en unión de ella a la Junta de Gobierno, con objeto de estudiar los medios de evitar a la población un conflicto en el caso de que, como se decía, las tropas llegaran a la vista de la población. La Junta de Gobierno manifestó su decidido propósito de resistirse y entonces los diputados provinciales, residentes en esta Ciudad, acordaron reunirse en el momento que las campanas anunciaran la proximidad de las tropas con objeto, sin duda, de intervenir como parlamentarios.

En este estado las cosas, se dijo de público que la fuerza que se esperaba no tenía aun orden de venir sobre Salamanca, y esto contribuyó poderosamente a restablecer la tranquilidad moral, continuando sin embargo la construcción de barricadas y siguiendo los voluntarios en los edificios ocupados por la mañana. 

Por la noche el Ayuntamiento se constituyó en sesión permanente, y la población estuvo guardada por patrullas de voluntarios. No hubo el menor desmán ni se produjo alarma ninguna. 

El día 25 se pasó con entera tranquilidad moral y material, habiéndose disminuido el número de voluntarios que formaban los retenes. Por la mañana el Ayuntamiento nombró nuevo Presidente, el cual publicó la siguiente alocución: 

Conciudadanos. El Ayuntamiento de esta ciudad, en vista de las circunstancias actuales, cree que tiene dos grandes deberes que cumplir: conservar el orden, y evitar que esta población experimente las funestas consecuencias de una lucha entre la fuerza armada del Ejército y la del pueblo. 

Al efecto, estad seguros, no perdonará medio para conseguir lo primero; no habrá sacrificio que pueda hacer y no haga para impedir que se derrame una sola gota de sangre, una lágrima siquiera.

Corporación popular, ella será la intermediaria entre la Junta constituida, que abriga también los mismos deseos, y la fuerza armada que de fuera pudiera venir; ella velará en sesión permanente por los intereses de sus administrados, y ella, confiando en vuestra cooperación a la vez, espera conseguir el patriótico fin que se propone.

Entre tanto, cree de su deber hacer llegar su voz hasta vosotros, y llevar la tranquilidad y la confianza a vuestro ánimo.

Casas Consistoriales de Salamanca a 25 de Julio de 1875.—El Alcalde Presidente, Francisco de la Riva.

Con este motivo la población recobró su aspecto ordinario, aumentándose la concurrencia de señoras al paseo de la noche en la plaza de la República federal.

Día 26. La población continua tranquila. Los voluntarios siguen dando las guardias establecidas en los días anteriores.

Ha llegado el Sr. Paz, Gobernador de Ávila, con el fin de servir de intermediario entre el Gobierno y la Junta, mas esta parece continúa en su propósito de defenderse a todo trance. 

Como Boletín extraordinario, la Junta provisional de Gobierno del Cantón, publica la siguiente
alocución.

Grandes esfuerzos, inmensos sacrificios ha costado al partido republicano español ver planteado su ideal político. La fuerza de las circunstancias y de los acontecimientos, siempre superior a la previsión humana, nos trajo la República por caminos desconocidos y procedimientos fatales y necesarios. La fuerza de las ideas, imponiéndose a las combinaciones y cábalas de las agrupaciones políticas, dio por resultado el triunfo de la República democrática federal, que llena de vigor vida, palpitaba en el pecho robusto del pueblo. 

La Asamblea Constituyente, conforme con las tradiciones e ideas sustentadas por la casi totalidad de los miembros que la componen, ha proclamado pública y solemnemente la República democrática federal; y  nosotros fieles a nuestros principios y compromisos, acatamos todo lo que emane de su voluntad soberana, como legitima y genuina expresión del poder popular que representa. Por eso, al constituir hoy el Cantón federal de Salamanca, obedecemos a la voz de nuestra conciencia a la par que al mandato de las Cortes y a la soberanía del pueblo. 

Existiendo el sistema federal, en la esfera del derecho, réstanos solamente darle organización, para que se traduzca en hechos prácticos. Todos nuestros propagandistas y prohombres han convenido, sin contradicción, en que al estado cantonal corresponde toda clase de atribuciones políticas y administrativas.  Lo que en la política se conoce con el nombre de funciones del estado general, cuáles han de ser estas y cuáles su extensión y limites, lo dejamos a la decisión y cordura de las Cortes Constituyentes, que, inspirándose en su acendrado patriotismo, lo resolverán con acierto. Así pues, de nuestra única y exclusiva competencia, no son más que las cuestiones políticas y administrativas. Sobre ellas nos toca de derecho resolver. 

Salamanca, imitando a Cádiz, Málaga, Sevilla, Alicante, Valencia, Castellón y otras provincias de gran importancia, se erige en Cantón, no para quitar fuerza a la Asamblea, sino para dársela, no para despojarla de autoridad, sino para robustecerla; no para negarla recursos, sino para duplicárselos; en una palabra, el Cantón federal de Salamanca pondrá a disposición de la Asamblea, Constituyente y del Gobierno de la Nación todo lo que en la balanza de la justicia le corresponda, a fin de aliviar el peso abrumador de nuestra deuda, y de terminar cuanto antes la fratricida guerra que nos deshonra. 

La Junta, que con el carácter de provisional habéis elegido, confía fundadamente en el buen juicio y sensatez del partido republicano de la provincia; por lo cual no cree necesario recomendaros el respeto a las personas y a la propiedad; está en vuestra conciencia el obrar como buenos, y temeríamos ultrajaros poniendo en duda vuestra conducta.

Salud y fraternidad.

Salamanca 22 de Julio de 1873.—Pedro Martín Benitas. —Santiago Riesco Ramos.—Joaquín Hernández Agreda. —Casimiro García Moyano.—Ignacio Periañez.

LA JUNTA PROVISIONAL DE GOBIERNO del Cantón federal de la provincia de Salamanca a los Alcaldes populares.

Sabed: Que desde esta fecha queda constituida en Cantón federal la provincia de Salamanca. Desde hoy podrá este rico y privilegiado país tener orden y moralidad, dejar de pagar contribuciones excesivas, no presenciando el triste espectáculo de que en tanto que estaba sin caminos vecinales, agobiada la agricultura y muerta la industria, se malgastaba el fruto de sus sudores en una Corte corrompida, sentina de empleados y madriguera de la prostitución y la estafa.

La República es la moralidad y el orden. La libertad verdadera es la esclavitud a la ley. 

Nuestros enemigos nos han calumniado diciendo que eramos perturbadores de oficio, porque queríamos acabar con su pillaje y su caciquismo y hemos acabado por fin: a nosotros, empero, incumbe el deber de que el Cantón federal de la provincia de Salamanca, que ha de ser el mas rico, si no se la roba como hasta aquí, sea el mas honrado y perfecto; a este fin el Gobierno provisional del Cantón en uso de su soberanía que es la de cada ciudadano y la de todos los pueblos, ha creído conveniente, decretar lo que sigue:

1.º Los Alcaldes actuales darán posesión a los nuevos municipios elegidos en las últimas elecciones en el término de doce horas de recibida esta orden dando cuenta de su ejecución.

2.º Los Alcaldes cuidarán, bajo su más estricta responsabilidad, de que nadie ni por ningún concepto ataque a las personas honradas, sea cualquiera su opinión política.

3.º Cuidarán asimismo de que se respete toda clase de propiedad particular, del Estado o de propios, poniendo en todo caso a los infractores en poder de los Tribunales ordinarios.

4.º Mandarán los Alcaldes que por sus Secretarías, se fijen copias integras y literales de éste Decreto en todos los sitios públicos de sus respectivas localidades.

Salamanca 22 de Julio de 1873,—El Presidente del Gobierno provisional; Pedro Martín Benitas.


La población da Salamanca ha tenido ocasión de ver una vez mas que cuando el pueblo abandona sus tareas para velar por los intereses del vecindario, es en alto grado celoso de su honradez y no permite por ningún concepto que nadie abuse del estado de alarma que naturalmente crea un movimiento revolucionario.

En nombre de todas las personas sensatas, en nombre del vecindario entero, sin temor de no interpretar bien sus deseos, felicitamos a los voluntarios de esta ciudad por el celo y honradez que han manifestado en los días que llevan siendo dueños de la población, sin permitir que se cometa el menor desmán.

A los voluntarios que están sobre las armas se les paga a 6 reales diarios.

La prensa de Madrid se equivoca al decir que el personal de telégrafos está corriendo grave riesgo. Estos funcionarios como los demás que fueron del Estado, a excepción de tres o cuatro declarados cesantes, permanecen en sus puestos sin que nadie les moleste. 

No es cierto, como se ha dicho estos días, que el ciudadano Bomati haya renunciado el cargo de abanderado del Batallón de Voluntarios de esta Capital. 

Tenemos noticias que de un momento a otro legarán a esta población doscientos bejaranos mandados por Aniano y sus hermanos, que se pondrán a las órdenes del jefe de las fuerzas de este Cantón, ciudadano Joaquín Hérnandez Agreda.

Las circunstancias actuales no nos permiten escribir mas que medio número. Nuestros suscriptores nos dispensarán, pues ya publicaremos un suplemento en la próxima semana.

Ciudadano Director de EL FEDERAL SALMANTINO:

Mi estimado amigo: Ruego a V. se sirva publicar en su periódico el siguiente comunicado que con esta fecha dirijo a La Política.  

Sabe V. que es suyo afectísimo -S. S.—Agustín Bullon.

Sr. Director de La Política. Salamanca 18 de Julio de 1873. 

Muy Sr. mio: En el número 168 de su periódico he visto el comunicado que le ha dirigido el Juez de Sequeros con motivo de la pregunta que hice en las Cortes, relativa al expediente que se le sigue por faltas en el cumplimiento de su deber.

Examinado el escrito en cuestión, nada se encuentra en él, que no sea, propio de la ruindad de su autor, pero, sin que ésto me sorprenda, porque sabido es que de tal cabeza tal sentencia, admírame que ese periódico se haga eco de sandeces que, mas que la defensa razonada, que un hombre de ley hace de sus actos, parecen desahogos de esas infelices mujerzuelas, que así les sobra desenfado, como les falta vergüenza y conocimiento del deber.

El Gobierno, Madrid, Año II, Número 206, 29 de julio de 1873

Salamanca.— Continúan los separatistas en actitud revolucionaria, habiendo levantado barricadas. 

Los de Béjar han formado dos compañías que han ido a auxiliar a los salamanquinos insurgentes. 

El Gobierno por su porte ha dispuesto que en Oviedo y en León se elijan 100 individuos de entre las compañías de movilizados para que estén dispuestos a partir al primer aviso para ponerse a las órdenes del general Ripoll, que caerá con estas y otras fuerzas reunidas sobre Salamanca. 

Ninguno de los pueblos de la provincia de Salamauca se ha adherido al cantón salmantino.


La trompeta de la revolución, Palma de Mallorca, Año II, Número 67, 10 de agosto de 1873

La Junta que fue del cantón de Salamanca ha reintegrado 13.000 pesetas, que había sacado por vía de contribuciones extraordinarias.



La Independencia Española, Madrid, Año V, Número 1347, 21 de agosto de 1873

Se leyó por la tarde el dictamen concediendo autorización para procesar al señor Benitas y al Sr. Riesco por la parte que han tomado en la insurrección de Salamanca.

Abierta discusión, el Sr. Benitas combatió el dictamen en los siguientes términos:

El Sr. BENITAS: Me levanto, ciudadanos representantes, bajo la gran influencia, bajo la gran presión de una acusación grave que sobre mí pesa, y para protestar solemnemente contra el dictamen de la comisión, dictamen emitido por mis dignos compañeros, inspirándose, según dicen, en sus sentimientos de justicia, ya que no podían inspirarse en sus sentimientos federales, puesto que algunos de los que firman el dictamen ni siquiera han votado la República.

Pero al protestar enérgicamente, no creáis que vengo en son de pedir perdón, vengo únicamente a pedir justicia. Si saliera de mi en estos momentos una palabra que pudiera inclinar la voluntad de la mayoría, yo haría lo que la heroína griega, partirme la lengua con los dientes y escupirla al rostro de mis enemigos.

Yo he contemplado silencioso y con profundo dolor desde la cúspide de esta montaña roja las escenas tumultuarias que han tenido lugar aquí, y que han venido a desacreditar el sistema parlamentario y la República. Aquí nos hemos entretenido en luchas personales, sin tratar de resolver ni aún de discutir los grandes problemas a los cuales debíamos dar solución. Aquí solo se ha tratado de si uno es antiguo o moderno en el campo de la República, o si el partido intransigente tenia relaciones estrechas con los
carlistas, lo cual rechazo con indignación; y hasta se ha querido suponer por un ministro que la insurrección cantonal había sido promovida por los internacionalistas, apoyados por los jesuitas.

Este cargo que se ha querido arrojar en son de censura contra los republicanos que quieren la república federal, ha sido dirigido por los que no la quieren; porque aquí está sucediendo lo que al personaje de Moliére, que hablada en prosa sin saberlo. Aquí está encarnado el espíritu unitario de tal modo, que nuestras leyes, nuestra organización política son unitarias, como sois unitarios todos los que os prosternais ante el poder ejecutivo, poder central, poder tiránico.

Y no solamente tratáis de sostener la organización unitaria de la república española, sino la organización monárquica, porque nos rigen las mismas leyes, las mismas instituciones, los mismos hombres; y sucede, para mengua nuestra, que son más atendidos los carlistas que los republicanos... (Risas.) No hay que reírse, porque yo sé que un director de un periódico carlista que se titula España 
con honra ha sido nombrado fiscal en Filipinas, y cuando un republicano ha gestionado para que se coloque a un correligionario suyo, ha sido desoído. (Una voz en la derecha: ¿Quién le ha nombrado?) Se ha hecho este nombramiento en tiempo en que el Sr. Suñer era ministro de Ultramar: no dudo de que habrá sido sorprendido su señoría. 

Yo creo, señores, que la República unitaria viene a paso de gigante, porque ya he dicho que está encarnada en el seno de esta Asamblea. Yo desearía que sin embajes ni rodeos se estableciese la República unitaria, para que de esta manera quedaran bien deslindados los campos.

Y voy al fondo de la cuestión. Aquí, señores diputados, bajo la palabra de legalidad, se ha querido significar que está en vigor todo lo que pueda perjudicar a los diputados, y que se anulan todos los derechos que la inmunidad del cargo les concede. Mucho se ha hablado de legalidad, y yo pregunto: ¿dónde está la legalidad? ¿En esos bancos o en estos? ¿Creéis que vosotros representáis la legalidad? Pues yo os diré que faltando a la legalidad se reunieron el Congreso y el Senado para constituir una Asamblea soberana; que faltando a la legalidad se proclamó la República; y que faltando a la legalidad, aquella Asamblea soberana fue arrojada escandalosamente de este sitio. ¿En nombre de qué legalidad se hizo esto? En nombre de ninguna.

Se hizo en nombre del derecho revolucionario. Luego vosotros habéis faltado a la legalidad, y no tenéis derecho a invocar esa legalidad, para juzgarme a mi. Con el mismo derecho con que vosotros habéis hecho todas estas cosas, hemos podido mis amigos y yo proclamar el cantón de Salamanca, ya que vosotros estáis tan reacios para hacerlo y para establecer de hecho la República federal que de derecho habéis proclamado.

Para descargar completamente mi conciencia, tengo que hacer otras declaraciones. Yo he venido a este sitio creyendo que podía ser útil a mi país; pero he visto que era imposible; que aquí no hay más que ensayos ridículos, que aquí estamos representando una comedia, y por cierto que es una comedia bufa.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Cervera): Por dignidad de la Cámara no debía su señoría haber pronunciado esas palabras.

El Sr. BENITAS: Yo digo la verdad y apelo a la misma conciencia de la Cámara.

El Sr. VICEPRESIDENTE: (Cervera): Jamás acusación tan grave se ha dirigido al Parlamento español, y dejo a S. S. la responsabilidad de semejantes palabras. 

El Sr. BENITAS: La acepto, porque cuando yo digo una cosa, ni me retracto ni me arrepiento de haberla dicho. 

Aquí ha habido quien ha dicho que nosotros hemos arrastrado por el suelo nuestra investidura de diputados. Yo, señores, al proclamar el cantón de Salamanca y al constituirme en rebelión, como dice el dictamen que se discute, creo que no he arrastrado la investidura de diputado; pero si a esto le llamáis arrastrarla, diré que vale más haberla arrastrado así que haberla arrastrado por el lodazal de este hemiciclo para que sirva de alfombra al poder ejecutivo y para que pise y escupa en ella. (Rumores, agitación.) 

El Sr. VICEPRESIDENTE. (Cervera): No tiene V. S. derecho para insultar a la Cámara, y debe S. S. explicar esas palabras. La Cámara española no puede soportar semejante indignidad. 

El Sr. BENITAS: Aquí hay una inversión de términos. No ha habido nunca en España Gobiernos parlamentarios. Se dice que la Cámara es soberana, y no es cierto, porque el Poder ejecutivo está por cima de ella.        

Sr. VICEPRESIDENTE (Cervera): Está S. S. equivocado, y es S. S. un faccioso si desconoce la soberanía de las Cortes Constituyentes. No puedo permitir que S.S. diga semejantes palabras, y le declaro faccioso si continúa en esa actitud. 

El Sr. BENITAS: He concluido. 

El Sr. Sainz de Rueda defiende el dictamen. 

En contra del mismo dictamen habló luego el Sr. Riesco.

El orador, complicado también en la insurrección de Salamanca, y procesado como el Sr. Benitas, por la misma causa, trata de:atenuar la gravedad de aquella insurrección, en la cual no se han cometido excesos. Para demostrar que ellos no querían más que lo que quiere el credo del partido federal, leyó los manifiestos de la junta revolucionaria de Salamanca.

Allí dice que no se ha cometido exacción alguna ni se ha dispuesto de los fondos del Estado; hasta cree que aquella insurrección ha hecho al Gobierno un grandísimo favor impidiendo que se alterara el orden público.

Explica después lo ocurrido en Salamanca al proclamarse el cantón, y terminó esperando de la Cámara que no votara el dictamen.

El Sr. Gil Berges apoyó el dictamen de la comisión, y después rectificó el señor Riesco, aprobándose el dictamen en votación nominal por 66 votos contra 63. 



El Gobierno, Madrid, Año III, Número 773, 25 de julio de 1874

Según vemos en una correspondencia de Salamanca, era allí el tema obligado de todas las conversaciones el fallo que el tribunal del Jurado ha dictado en la causa que se le seguía al ex-diputado constituyente, Sr. Riesco, y otros por los sucesos cantonalistas del verano anterior, convirtiendo a
la pacífica Salamanca en cantón salmantino.

El fallo ha sido absolutorio, y cuéntase que el jurado, al pronunciarlo, tuvo en cuenta, primero, el no haberse cometido con tal motivo delitos comunes, desmanes ni vejaciones de ningún género, y segundo la excesiva rigidez con que el Código castiga esta clase de delitos.

Dícese también que la audiencia, no conformándose con la sentencia del jurado, ha recusado a éste, sorteándose en consecuencia otros doce de los 48 nombrados; mas esto último debe ser inexacto.


El Adelanto, Salamanca, Año XXXIV, Número 10605, 27 de diciembre de 1918

DE MIS MEMORIAS
El cantón salmantino
A mi fraternal amigo Tomás Redondo

Aún sienten algunas gentes de Salamanca (pocas ya, porque han pasado muchos años), los escalofríos del terror cuando recuerdan nuestra época cantonal y, sin embargo, yo no tengo memoria de una tranquilidad paradisíaca y de una paz octaviana como la de aquella temporada en que la ciudad, rotas las trabas nacionales, se regía a sí misma, libre, feliz e independiente.

Una buena mañana el viejo criado de mis padres, que había presenciado el asalto de nuestra casa cuando la revolución setembrina, entró en el comedor lívido y desencajado, con el junco de los buñuelos en una mano y la cuerna de la leche en la otra, sonando como un azogado la botonadura de acero de sus calzones. 

—Señorito—dijo a mi padre—ya podemos. tomar soleta; los republicanos están en cantón; la metá de los vecinos de la calle han escapao como gato por tirante. No quedan más que D, Joaquín el párroco y otros dos ú tres que están liando el petate.

—¡El cantón! gritaron horrorizadas mi madre y mis tías— ¡El cantón! Dios nos libre y nos defienda. — 

—Mira, Mario, debemos huir pronto, no nos den un susto como el de la Gloriosa—observó mi madre angustiada.

—Ahora, como entonces, esperaremos en casa lo que ocurra. Los que huyen son siempre los que más pierden.

—Señorito, que la cosa está mu mal y que, cuando la gente escapa, no será por náa güeno—murmuró respetuoso el Sr. Pedro, que así se llamaba el criado.

—Os alegrareis, cuando todo esto pase, de haberos quedado—dijo mi padre serenamente, 

—Ya que lo quieres... sea; pero que los niños no vayan a la escuela con estos barullos:

—Con los niños nadie se meterá. 

—Pero con D. Fabián sí, porque es carlista, y asaltarán la escuela sin reparar en estas criaturitas. 

—Qué han de asaltar; los chicos a la escuela, como todos los días, y los demás, a hacer vida ordinaria, como si no pasara nada. 

Mi madre y mis tías, con los ojos arrasados en lágrimas, como si nos llevaran a la huesa, nos hicieron el aseo matinal, nos pusieron nuestros largos delantales de hilo crudo, y nosotros, cargados con los libros sujetos en orillos y el indispensable barril de Tamames, lleno de agua fresca, salimos de casa camino de la escuela.

Un tanto recelosos íbamos; pero llenos de curiosidad de ver el cantón, del cual no teníamos otra idea que la de su sinónimo: el exquisito cantón, cantero o rescaño de pan blanco de los Villares, aún caliente, con que saciábamos el apetito a nuestro regreso.

Vivíamos en la casa que hoy es convento de los padres Carmelitas, sita en la calle de Padilla, y, cuando transpusimos el corralón que esta forma y salimos a la de Zamora, notamos algunos asomos del grave trastorno: numerosos carros y obreros subían de la Plaza cargados de maderas y herramientas y seguidos de milicianos, con el gorro frigio encasquetado y armados hasta los dientes.

En la misma Puerta de Zamora, desde San Marcos. hasta el fielato, se construía una gran zanja honda, hasta ocultarse un hombre y coronada de grandes vigas, pedruscos arrancados del pavimento y tierra apisonada sobre todo.

—¡¡La barricada!!—díjonos el criado con un castañeteo de dientes que nos hizo reír—; es la bar... rricada. Vámonos, que cuando lleguen las tropas va a haber aquí marimorena.

Continuamos hacia abajo y nos encontramos con todas las bocacalles cerradas por los mismos baluartes de la revolución, y al querer trasponer el de la calle de Triperas (hoy del Brocense) para ir a la de Caleros, donde el gran D. Fabián A. Polo, el inolvidable maestro, tenía su escuela, Rula, el gran Rula, un muchacho poco mayor que yo, y a quien yo trataba en camarada, armado de un fusil enorme, que le subía cuatro pies por encima del gorro frigio, gritó con voz estentórea:

—¡Alto ahí, ciudadanos: al que intente pasar le hago cisco!

—Mira tú bobo el c...,—le dijo nuestro criado, algo recuperado de sus temores—si haces movición te tragas el fusil con la cartuchera. :

—Pasai, pasai—dijo el Rula transigiendo—pero a la vuelta será ello,

El señor Pedro recapacitó, ante el anuncio del peligroso regreso, y estaba a punto de retornarnos a casa, cuando aparecieron, del otro lado de la trinchera y salvándola con sus airosas cataduras, los más elevados personajes del cantón, las que constituían el gobierno supremo de la naciente república, los federales salmantinos.

Llevaba la voz cantante Agreda, jefe militar, vestido de gallardo uniforme, con el colgante del gorro frigio cayendo graciosamente sobre el lado izquierdo, arrastrando el sable, sonando las espuelas, con la negra barba rizosa y los cuidados mostachos a la borgoñona.

—¿Qué ocurre?—interrogó con voz imperiosa.

—Estos monos que quien pasar—dijo Rula recuperándose—. Mia que dir a escuela en día como hoy, al diantre se le ocurre.

— A tí sí que no se te ocurren más que majaderías, amigo Rula—gritó airadamente el jefe—. ¿No os habéis percatado de que la república federal es libertad para todos los ciudadanos y, en lugar de atraerlos, los estáis ahuyentando y haciendo imposible la vida del cantón? ¡Que pasen! ¡Que pasen y repasen cuanto quieran, que nosotros seremos escudo y defensa de la infancia estudiosa!

Aquel esbelto personaje, perorando ante el respetuoso silencio del auditorio, en aquellas frases altisonantes, me recordó al Agreda que pocas noches antes representaba, a maravilla, en el
Liceo, al Justicia de Aragón en «La Capilla de Lanuza».

Eran aquellos tiempos de una encantadora sinceridad política, de una franca credulidad en formas ideales del Estado, en que se enlazaban la acción escénica de los dramas románticos de Marcos Zapata con la viva acción de las calles, del parlamento, del club y de las barricadas.

Y pasamos, y, a las doce, repasamos a brinquitos las trincheras sin que nadie, ni siquiera el gran Rula, volviera a oponernos el menor obstáculo.

Al subir la calle de Zamora, desierta de su habitual concurrencia, vimos bajar hacia la Plaza el relevo de la guardia. Le precedía en un airoso caballo blanco, Lalo, mi gran amigo y condiscipulo, que iba destacado a manera de corneta de órdenes y como gala y ornato infantil de la milicia; seguía la música del Hospicio entonando a compás de marcha acelerada, el himno de Riego, y detrás, la gente de a pie con las armas terciadas sobre el hombro, canturreando entre dientes la famosa letra:

«Constitución a muerte. .
será nuestra divisa,
si algún traidor la pisa
la muerte sufrirá». 

«Paco Riego murió en un cadalso,
no murió por villano y traidor, 
que murió con la espada en la mano
defendiendo la Constitución».

Al terminar el estribillo «Constitución a muerte», Asquete, el partiquino de la charanga, hacía un repicoteado en la lengüeta del cornetín que volvía locos a los milicianos y a los chiquillos. De mí puedo asegurar que me producía un estremecimiento patriótico, una emoción épica, que no he vuelto a
sentir ni ante las inmensas sonoridades de la música wagneriana. 

De pronto se oyó una voz enérgica que gritó: al...to ¡al!

Y paró la música y la tropa quedó a pie firme y se destacó de ella una figura menuda, pero esbelta y de una elegancia refinada, con las botas y la fornitura impecables y recién charoladas y un aire vivaracho y simpático. — 

—¡Es Ramón!—gritamos nosotros encantados. 

Y, efectivamente, aquel fiero guerrero que, separándose del pelotón, avanzaba hacia nosotros, era Ramón, el que nos acariciaba y nos daba caramelos y hacía el amor a nuestra bella vecina.

Apenas llegó nos colgamos de sus bélicos arreos gritando a coro:

—¡Ramón... caramelos; Ramón... caramelos!. 

Y no se hizo rogar; vació las cartucheras, nos llenó las manos de pastillas de rosa de la Bejarana y de rosquillas de dedo de la señá Reymunda, y se despidió de nosotros diciendo con fingida
energía: 

—A casa niños, que vamos a tirar muchos tiros. 

Luego, requiriendo toda su marcial severidad, gritó:

—¡Mar...chen! ¡March! 

Y siguió su marcha la tropa aguerrida, semitonando el consabido:

«Constitución a muerte...».

Aún recuerdo con ternura, al cabo de los años mil, aquel homenaje épico, de las tropas de la guardia, haciendo alto en honor de unas criaturas y siguiendo luego serenamente en marcha «hacia el combate». Porque es verdad, y lo digo como lo siento, que, en aquellos días, que los tímidos calificaron después irónicamente, se respiraba en Salamanca un ambiente heroico; aquellas gentes, sin duda ilusas (y la creencia aun en ilusiones es respetable), sentían el orgullo de la ciudad estado a la griega, y yo mismo, cuando oía hablar de mi Salamanca, libre del yugo de Madrid, gobernándose sola, me sentía, a hurtadillas de mi buen padre, más federal sinalagmático y conmutativo que el propio D. Francisco Pi y Margall.

Aún recuerdo, y era yo muy pequeño, la holgada y deleitosa vida de aquella temporada inolvidable: D. Fabián, sin más alumnos que nosotros, había cerrado la escuela, y venía todas las tardes a recrearnos con la graciosa y campanuda lectura de «El papelito Aragonés» y «La Gorda», que, con la protesta airada de mi padre, ponían como chupa de dómine a los liberales; las provisiones, faltas de mercado,
se vendían a precio de,cantares, y a diario y sin tasa comíamos cabritos y tostones y pavipollos, y como los lecheros no osaban adulterar su mercancía, nos poníamos como el chico del esquilador de nata y requesones.

En fin, una Jauja cantonal que completaban los vistosos ejercicios militares en las eras de las Carmelitas y el pintoresco relieve de la ciudad (Cuyas murallas, en mucha parte, estaban vivas), en estado de asedio, con centinelas en las puertas y patrullas de caballería en los caminos y dianas y retretas y puesto de observación en lo alto de la torre de la Catedral y retén en la Plaza y en el Colegio Viejo y toques de alarma cada vez que se divisaba alguna lejana polvareda, que las más de las veces sólo era polvo, y algunas pocas denunciaba el rastro de cervantescos ejércitos... pecuarios.

D. Joaquín, nuestro buen párroco, providencia de aquella feligresía que abarcaba, con el barrio agrícola de la Socampana y el Conejal de los olleros, una buena parte de la calle de Zamora, venía a casa con frecuencia y hablaba con mi padre, en el despacho, de cosas muy reservadas. El ser D. Joaquín uno de los pocos clérigos que permanecía en la ciudad en circunstancias tan peligrosas para la gente de sotana, su carácter abierto y cordial y su admirable sangre fría, le granjearon un extraño ascendiente sobre los cantonales y ¡quién sabe si, gracias a sus buenos consejos, se libró la ciudad del estado anárquico que padecieron Cartagena y otras poblaciones del reino! 

Una noche hubo gran alarma: de Valladolid enviaban tropas contra la ciudad; las había visto desembarcar en la estación de Venta de Pollos el mayoral de la diligencia y no le parecieron menos de cinco mil hombres de todas las armas, con poderosa artillería.

Don Joaquín vino a casa cuando todos nos íbamos a acostar, acompañado de algunos de los de la Junta suprema y, como la cosa urgía, ya no se recataron de hablar alto. 

El ejército del Gobierno se acercaba a marchas forzadas; antes de veinticuatro horas podía estar a la vista de la ciudad, donde se daría la primera batalla (no sería de menor entidad el encuentro, según la frase del: general en jefe), y aquí sólo era necesaria una cosa que habían ya previsto y preparado
en parte D. Joaquín y mi padre: un hospital de sangre donde atender a los heridos. 

Hubo que proceder a todo lo que faltaba con la mayor celeridad: se habilitaron los grandes salones de nuestra casa, la panera, la galería, se trajeron colchones de casa del párroco y de alguna otra, las mujeres hacían hilas y vendas, D. Angel Pinto envió medicamentos...

Cuando todo estaba dispuesto y las hermanas de la caridad distribuían y ordenaban el material sanitario, D. Joaquín, que acompañaba a los de la Suprema, se paró en seco ante ellos y les dijo: 

—¿Y no sería mejor que todo esto no hiciera falta?

—¡Cómo!—exclamó Agreda lleno de extrañeza—¿dónde ha visto usted batalla sin heridos? 

—Y ¿no se podía evitar esa batalla? ¿Qué sacarías de ella? Sangre, un día de luto para la población, prisiones, destierros, fusilamientos... Después de todo, esto es un alarde a que han respondido en pocos sitios, y luchar, para eso... 

-—Imposible, señor cura. El cantón salmantino no se rinde y sus tropas derramarán hasta la última gota de sangre. 

Aquella afirmación tan gallarda me llenó de entusiasmo, y hubiera yo querido recoger en una exquisita ánfora romana aquella última gota derramada por la patria chica. 

Lo de las tropas fue una alarma que nos tuvo en vilo tres días con una tensión de espíritu que hizo languidecer a los cantonales. 

Llegó otro día aviso de que los bejaranos iban a llegar, según unos en son de guerra, según otros en tono de alianza. Y el miedo a los de Béjar (que nos despreciaban y nos llamaban, por aquel entonces, c. l.) era cerval en Salamanca. Tampoco se cumplió la amenaza si lo era. 

Al fin, un día, las campanas sonaron a rebato, las cornetas daban señales de alarma, tocando llamada en todas las bocacalles, y los defensores del cantón, convencidos de que había llegado el momento decisivo, se reunieron apresuradamente.

Nuestro hospital estaba ya listo, los labradores de la Puerta de Zamora, acogiéndose a la ciudad, trajeron noticias ciertas de la llegada de tropa de carabineros y...

Y al fin sentimos ensancharse el ánimo con la noticia de que se había parlamentado con los del Gobierno y no se haría resistencia y todo volvería a su ser y estado y no habría castigo para nadie, quedando todo a la resolución del Jurado...

Y así acabó el cantón salmantino, aquel intento de emancipación regional, tan incruento y tan económico, en todos sentidos, que no costó ni una gota de sangre, y cuyos gastos, que sufragó el Ayuntamiento, no ascendieron en tantos días, más que a la misérrima suma de cincuenta mil reales, justificados con tal detalle y exquisita escrupulosidad, que no faltaba recibo (yo vi las cuentas) ni aun de partidas centesimales.

Desvanecidos ya aquellos días en las lejanías de la historia, yo los contemplo corno algo bello y pintoresco incorporado a la vida tradicional salmantina, cuyo recuerdo quiero fijar en estas líneas antes de que se pierda, como tantos otros, en los lejanos horizontes de mi infancia.

Luis Maldonado.










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