Heraldo deportivo, 5 de octubre de 1915, página 3
Acompañado de los Sres. Andrada, Victory, Schmid y Quesada, nuestro buen amigo José F. Zabala ha realizado una excursión a los Picos de Europa en los primeros días de septiembre. Consecuente propagandista de nuestras montañas, ofrece en este numero un detalladísimo diario de viaje, exornado con admirables documentos fotográficos de los señores Victory y Andrada, algunos de los cuales tienen el incomparable mérito de ser absolutamente inéditos, con especialidad los que se refieren al Naranjo de Bulnes, el Cervino español, cumbre valiente, que sólo dos veces ha sentido sobre su tersa frente rubia el peso de los hombres
OCHO DÍAS EN PICOS DE EUROPA
A la izquierda, un trozo del espantable paredón Oeste del Naranjo. Al frente, las cumbres del Neverón y Pico Albo. — Fot. Andrada
4 de septiembre
Dejamos el correo de Asturias en la estación de La Robla. Nos ha sorprendido la alborada momentos antes de llegar a León: un bello amanecer de otoño, con fantásticos colorines en un cielo anubarrado.
Dos horas de espera en la minúscula estación del ferrocarril hullero, dan lugar a que desayunemos con tranquilidad y a sumergirnos en el más espantoso aburrimiento.
Hemos tomado billete hasta Cistierna, a donde llegamos después de hora y media.
Durante el trayecto, se han podido admirar a nuestra izquierda agradables perspectivas de montañas, a las que daba notable realce un primer término de praderas y bosquecillos. Caminamos paralelamente a esta cadena de montes, cruzando tres ó cuatro veces la desembocadura de otros tantos valles —Vegacervera, Nocedo, Vega del Porma— que acertamos a ver durante el paso de los ríos que bajan por ellos, rindiendo su viaje en las aguas del Esla.
Es el paisaje característico de la montaña leonesa: valles verdes, de un verde claro, suave; montes de robles, de un verde más oscuro; y sobre ellos, agudísimos picachos de caliza, de un blancor que brilla bajo el sol radiante de esta mañana deliciosa.
Un automóvil aguarda en Cistierna la llegada de nuestro tren; en aquél nos apretujamos hasta doce viajeros, desmintiendo rotundamente la ley de la impenetrabilidad, pues aún encajonan dos perros de caza y gracias a nuestras protestas no penetran dos viajeros más.
La visión de un encantador paisaje nos hace olvidar la molestia de ir en abreviatura. La carretera marcha al ras del río Esla, cuyo curso vamos remontando.
Aleje y Verdiago, dos humildes aldehuelas, quedan atrás. El estrecho valle se transforma a ratos en desfiladero; un momento se ensancha, y en aquel remanso asiéntase el pueblo de Crémenes, donde el auto para unos minutos, que son aprovechados para impresionar unas placas del rio Esla, entonces de cauce amplio y cuyas aguas tranquilas reflejan la apretada alameda que festona las orillas.
El valle torna a ser desfiladero a los pocos kilómetros, y ya vemos riscos más altos y más agudos que emergen de entre los montes de hayas, robles y enebros que se elevan a un lado y otro del camino.
Entramos en el valle de Riaño, abierto y risueño, al que limitan montañas puntiagudas, de líneas bellísimas y valientes.
Entramos en el valle de Riaño, abierto y risueño, al que limitan montañas puntiagudas, de líneas bellísimas y valientes. — Fot. Victory
Muy a lo lejos, hacia el Norte, aciértase a ver el famoso Espigüete, encaperuzado por la nevisca que hace muy pocos días ha caído.
Enclavado en la confluencia de dos valles —Vega Seralda y San Cipriano— el pueblo de Riaño mira en derredor suyo una preciosa perspectiva de montañas, que cierran en absoluto el horizonte.
...pasamos junto á la Puerta, minúsculo barrio de Riaño... —Fot. Andrada
Almorzamos en la Fonda del Montañés; poco después del mediodía, salimos en un cochecito de dos caballos que hemos alquilado para que en dos días nos lleve hasta Arenas de Cabrales.
Puerto del Pontón
La carretera del Pontón sube por la Vega de San Cipriano, siguiendo el curso del río Yuso durante cinco ó seis kilómetros; a los veinte minutos pasamos junto a la Puerta, minúsculo barrio de Riaño, y poco después la aldea de Escaro, a un kilómetro de la cual, cuando cruzamos el Puente de Torteros, se bifurca una carretera que, atravesando la cordillera principal por el puerto de Tarna, llegará hasta Pola de Laviana.
...en la bravía carretera, colgada de peñascos... Fot. Andrada
Muy lejanos se adivinan en aquella dirección los Picos de Mampodre. El rio Yuso se aleja por esa vega, y ahora marchamos nosotros al par del río Retuerto, que baja desde el Pontón, cruzando praderas de un verde brillantísimo. En la suave subida del puerto, alcanzamos una pintoresca caravana de romeros camino de Covadonga. Jinetes en unos lucidos mulos, llama nuestra atención un sacerdote que lleva a la grupa de su cabalgadura una mujer, a quien el miedo hace abrazarle fuertemente,
Atrás se queda la aldea de Vega Cerneja. Momentos después, desde un recodo del camino, vemos al otro lado de la escotadura del puerto las cumbres nevadas de los Picos de Europa. Rápidamente remontamos el talud que limita a la izquierda la carretera, y desde allí nos abismamos en la contemplación de aquellas bravías crestas, a las que llegaremos dentro de dos días.
Mucho antes de alcanzar el puerto, hemos abandonado el coche, cuya lentitud aguijona el deseo vehemente de admirar desde la altura el maravilloso panorama que presentimos.
Llegamos al puerto al mediar la tarde. Acostado sobre la felpa de una pradera cumbreña, mis ojos se deleitan en la heroica contemplación de la naturaleza en el más bravío de sus aspectos; ¡nunca como ahora lamentaré mi insignificancia para poder describir lo que mis ojos vieron, el portentoso paisaje que ante ellos hubo de desplegarse! Pero si me faltan medios de expresión para mostrarlo, dentro de mi, muy hondamente, quedará encerrado el recuerdo de esta caminata serraniega en que el cuerpo fue anegado de fragancias montaraces y el alma gustó del placer de las más violentas emociones.
Sumergido en aquella arruga de la montaña, veía bajo mis pies la tierra abierta en un abismo profundo, en una boca enorme, y en el fondo de aquellas fauces, distendidas por un descomunal bostezo, apretados bosques de hayas, rotos a trechos por la pincelada verde de una lustrosa pradería ó por la mancha roja de un caserío.
La raya blanca de la carretera rasga el obscuro verdor de los hayedos, y tras una inacabable ondular, piérdese allá lejos, metida en la entraña de los montes, para surgir colgada valientemente sobre el precipicio, en cuyo fondo negruzco y amenazador, rugen las aguas invisibles del río Sella.
Un elevado cerro cónico, la Pica de Tem, surge enmedio de este hondón, que de momento en momento adquiere tonalidades distintas, a medida que las sombras van venciendo el claror del día.
En la cumbre de la Pica una cruz abre sus brazos implorantes; hasta ella trepan los bravos troncos de las hayas, asidos a la empinada ladera con la poderosa tenaza de su raigambre.
Al otro lado de los montes oscuros, álzanse majestuosas, iluminadas todavía por el reflejo auriencendido del sol poniente, las crestas de PeñaVieja y de Cerredo, semicubiertas de nieve, difuminadas en su base por una niebla grísea, recortando bravamente el cielo azul en una atormentada línea de horizonte.
El día parece no tener término; creyérase que el Sol había clavado su rodela en los montes lejanos para admirar el portento de este paisaje...
La carretera descuélgase desde el Puerto quebrándose en violentos recodos, saltando sobre puentes de piedra, rompiendo el apretado bosque, lanzándose hacia el fondo en vertiginosa cuesta abajo, atraída por las aldeas que duermen en las verdes laderas de la hondonada.
Oseja de Sajambre
Nuestro cochecillo baja con extremada lentitud y precaución por las rápidas revueltas del camino; dejamos atrás un robusto puente, tendido sobre un imponente tajo, profunda y tenebrosa torrentera a quien los montaraces llaman la Riega del Infierno. Atrás quedan también las últimas hayas, y el camino baja ahora entre praderas empinadas para llegar frente a un murallón de rocas que parece cerrarnos el paso; un túnel de un centenar de metros horada la montaña y de nuevo tenemos a la diestra más praderías, tachonadas de margaritas.
...salta sobre el furioso barranco del Sella... Fot. Andrada
Cruzamos Oseja de Sajambre, pueblecito de ensueño, que al abrigo de la montaña parece asomarse sobre el abismo, en cuyo fondo las aguas del rio Sella golpetean furiosamente los peñascales de su lecho. Aún más bajas, unas blancas aldehuelas —Pio, Vierdes y Ribota— son palomas que duermen en la media ladera del precipicio.
Se acerca la noche, y hemos de llegar a Cueva Orcil, y no podemos detener nuestra marcha en el pintoresco pueblo de Oseja, merecedor, no de la rápida visita de un viajero, sino de una larga estada en aquel plácido remanso, para curar el alma de la fiebre del vivir cortesano y anegar el cuerpo de los aromas de esta tierra de bendición.
...en la contemplación del imponente Naranjo de Bulnes.. Fot. Andrada
Cueva Orcil
Con el último luminar del día llegamos a Cueva Orcil, sumergida en lo más hondo de esta enorme barranca. Allá lejos y arriba, la lumbre del sol arde todavía en las verdes cabelleras de los árboles cumbreños. Es Cueva Orcil una venta caminera donde nos reciben unas muchachitas muy discretas y muy limpias. Arriba, en el único piso de la venta, nos posesionamos de cuatro habitaciones y de cinco camas. Aún hemos de esperar un par de horas hasta que nos sirven la cena. Distraemos el tiempo contemplando el pintoresco espectáculo que ofrece un aluvión de romeros de Covadonga, que abajo, en el portalón, discuten, gritan, parlotean ó ríen; unos cuantos, agrupados en torno de un cantador, escuchan devotamente una nostálgica tonada, de extraordinaria simplicidad musical. Son las nueve, cuando sobre el inmaculado mantel de nuestra mesa humea una cazuela de sopas de ajo con huevos... todo ello desaparece ante el empuje de cinco voraces excursionistas, frente a los cuales Gambrinus ó Gargantúa habrían palidecido... Después, unos filetes de ternera; luego una fritada de truchas, y queso de Oseja, y fruta, y café, y... a dormir, que llevamos ¡trece horas en ferrocarril, diez leguas en coche y diez kilómetros a pie!...
6 de septiembre
Cinco excursionistas.
Salimos de Cueva Orcil, el 6 de septiembre a las siete de la mañana. Uno en el pescante y los otros cuatro encaramados sobre el toldo del cochecito, vamos los cinco excursionistas, dispuestos a gozar de la fantástica visión del desfiladero de los Beyos, del que tantos elogios nos han hecho los amigos que ya le han visitado. Antes de entrar en el imponente barranco, he de presentarte, cariñoso lector, a los cinco trotasendas que realizamos la expedición:
Antonio Victory, del Club Alpino Español, tesorero de la agrupación Peñalara, gran aficionado fotógrafo, al que unánimemente hemos confiado el cargo de cajero de la expedición.
Eduardo Schmid, de la sociedad ginebrina Flore des Alpes y de la agrupación Peñalara; es nuestro jefe de cocina y administrador de dos enormes canastas en las que llevamos la provisión de conservas.
Francisco Andrada, del Club Alpino y de Peñalara; es el artista fotógrafo de la caravana, así como Victory es el científico del objetivo. Entre los dos nos han hecho pasar momentos deliciosos y... otros, capaces de exaltar al hombre más cachazudo... ¡Los fotógrafos son así!
Ramón Quesada, de Peñalara; era el encargado de las interviús con los caminantes, fondistas, pastores, peones camineros... Ha traído un cuaderno atestado de nombres, alturas, croquis y señas, que después, aquí en Madrid, ni él ni nosotros hemos podido descifrar.
CROQUIS DE LA PARED NORTE DEL NARANJO DE BULNES Claramente aparecen las líneas de subida de los dos únicos conquistadores del Naranjo. La de la izquierda, señalada con trazos, es la seguida por Gustavo Schulze; la otra, con puntos y trazos, la del Marqués de Villaviciosa. Indicamos con una cruz el lugar que ambos ascensionistas señalan en sus respectivas narraciones como el de más peligro de la subida.
Y el que falta es un servidor vuestro, también del Club Alpino y de Peñalara, fotógrafo económico (placas 4,5 por 6) y cronista de la expedición.
El desfiladero de los Beyos.
...un puentecillo es el paso de la comarca leonesa á las tierras asturianas... Fot. Andrada
Apenas se sale de Cueva Orcil, a los pocos pasos, la carretera se adosa al macizo de rocas y camina al par del Sella, colgada sobre el abismo en cuyo fondo brama el río montaraz. La impresión que produce este imponente desfiladero es de terror, de angustia; el alma se oprime ante el desolado aspecto de aquellos paredones de rocas, cortados en espantable vertical a un lado y otro, reduciendo el horizonte a una estrecha franja azul, como si estuviéramos sumergidos en un enorme pozo. Avanza el camino y aún se angosta más y más el desfiladero, y durante un gran trayecto marchamos bajo el voladizo que cubre toda la carretera, tallada a fuerza de dinamita. El día está claro; el sol brilla en la cúpula de los altos picachos, y, sin embargo, una suave penumbra envuelve la medrosa garganta, cuya soledad sólo es turbada por el golpeteo de las aguas, allá en el fondo, cincuenta ó sesenta metros bajo nuestros pies; un momento parece que el desfiladero no tiene salida: un avanzamiento de la pared derecha llega a incrustarse en el lado opuesto; el río ha horadado la roca, y por bajo de ella se escapa en busca del mar; los hombres trepanaron la montaña, y el camino salva la roca por un túnel.
En nuestra mente bullía el recuerdo de aquella estrofa del Dante, en el Canto III del Infierno:
Per me se va nella cittá dolente,
per me se va nell'eterno dolore;
per me se va tra la perdutta gente.
Lasciate ogni speranza...
Cangas de Onís
Once kilómetros de recorrido, desde Cueva Orcil, atraviesan el desfiladero de los Beyos; en su mitad, próximamente, en Puente Angoyo, sepáranse las provincias de León y Asturias. Antes de la salida del barranco, a nuestra izquierda, hemos visto a media ladera las miseras aldeas de San Ignacio de los Beyos y Canisqueso. Poco después, al llegar al pueblo de Cien, se sale del famoso barranco y el camino marcha entre praderas y maizales, entre castaños y nogueras. A las doce llegamos a Cangas; almuerzo en la fonda de Labra y a las dos salimos en el cochecillo camino de Arenas de Cabrales.
La carretera marcha por el fondo de un ancho valle; praderas y bosques se extienden á uno y otro lado, constituyendo el paisaje característico de Asturias. Cruzamos innúmeros caseríos y pintorescos pueblecillos antes de subir el alto de Ortiguero, desde el cual la carretera desciende rápidamente y en violentas revueltas hasta el pueblo de Póo. Antes de llegar a él, un grito de entusiasmo se escapa de nuestros pechos: ¡hemos visto el Naranjo de Bulnes! Muy lejos, a nuestra derecha, la mole ingente de este bravo peñasco, colúmbrase sobre nevados picachos, recibiendo en su rubia frente el beso de oro del sol cuando ya las sombras se adueñan de los valles.
Atravesamos el pueblo de Carreña, y a las siete, al punto del anochecer, llegamos a Arenas de Cabrales.
7 de septiembre
A la montaña
A las cinco y media, amaneciendo aún, nos hemos levantado. Con minucioso cuidado ha sido puesta en orden toda la impedimenta de la caravana: diez sacos de montaña, dos cestas de conservas y la tienda de campaña.
A las siete en punto llega Severo, nuestro guía, que viene desde Sotres, su pueblo, del que ha salido a las tres y media de la noche. Viene en su caballejo, con la vieja cachimba apagada en la boca y un flamante saco de montaña «que trujéronle de Barcelona».
En preparar la carga de los dos caballos, mejor dicho, de un caballo y un mulo, y en ultimar detalles, pasamos cerca de dos horas. A las nueve, pues, salimos de Arenas, por un rústico puentecillo sobre el río Casaño. Al otro lado del río, frente al pueblo, encontramos la Estación de industrias derivadas de la leche, en la que el Estado enseña a perfeccionar la fabricación de mantequilla y del famosísimo queso de Cabrales.
Garganta del Cares ;
Después de salvar unos altibajos del sendero, se llega al Horcado de Canal Negra, desde el que se desciende rápidamente hasta las orillas del río Cares, el río de las aguas verdes, que baja en opuesta dirección a la nuestra.
MURALLA MORTE DEL NARANJO DE BULNES DESDE LA MORRA DEL CARNIZOSO 2.100 MS. FOT. VICTORY
Panorama semicircular, de Nordeste a Noroeste, del inmenso anfiteatro formado por las cumbres que se indican en la silueta inferior, visto desde la cima de la Morra del Carnizoso (2.100 metros). Fot. Andrada
La Garganta del río Cares, que seguimos durante tres horas, tiene gran analogía con la de los Beyos, siendo aquélla menos medrosa é imponente, no sé si por llegar hasta nosotros la luz directa del Sol ó por la risueña nota verde de los hayedos que se aferran a las vertiginosas laderas, árboles valientes en cuya admiración descansa el alma de la opresora visión de tanta roca amenazante, de tanto abismo como han contemplado, de tantos picachos clavados furiosamente en el cielo azul; ¡nota risueña del boscaje, propicia al ensueño dorado y al recuerdo feliz!, ¡brillante verdor de la tierra, que pone una esperanza en el corazón!
Un viejo puente de piedra, Puente Poncebos, salta sobre el Cares y lleva nuestra senda a la otra orilla. El mozo sigue con las caballerías hasta el puente del Haya; nosotros subimos con el guía por un empinado sendero hasta Camarmeña, mísero caserío al que no han llegado jamás las carretas y a donde sería difícil el acceso con caballerías. Subimos a él porque desde su altura y situación se admira —aunque lejano— el Naranjo de Bulnes en una de sus más bellas perspectivas. Así nos lo prometió el guía y no fueron defraudadas nuestras esperanzas; Camarmeña merece la fatigosa subida que precede a su visita y el molesto descenso que hay que efectuar para llegar al puente del Haya, donde nos aguardan las caballerías y donde nos disponemos a verificar el almuerzo del mediodía. Nos hallamos en la confluencia del río Bulnes con el Cares, del que ahora nos separamos. Entramos en la profunda Canal de la Riega del Tejo, siguiendo el curso del río Bulnes, aguas arriba. El sendero pasa un puentecillo de madera y comienza a trepar por la ladera izquierda, en ziszás rapidísimos, hasta remontar en menos de una hora de recorrido, desde el puente del Haya, trescientos metros de altitud. El cauce del río Bulnes se hunde a nuestros pies y corre por el fondo de una grieta de inverosímil estrechez y profundidad. Desde el alto de la Canal, damos vista al angosto vallecito en que se asienta el pueblo del Bulnes.
Entramos en el pueblecillo a las cuatro de la tarde: a la sombra que presta una de las pequeñas casas, agrupánse unas cuantas mujeres, afanadas en una rapidísima labor de calceta. Todas ellas visten de luto; pertenecen a una familia de un señorial apellido: Mier y del Campillo; un viejecito de noventa y dos años que parece presidir el grupo, el decano de esta dinastía de pastores, nos cuenta cómo en la pasada invernada de 1914 murieron cinco de la familia, uno de sus hijos, tres nietecillos y un sobrino: Cruzaban la canal de la Riega del Tejo, que nosotros acabamos de pasar, y una avalancha de nieve entregó a la Implacable la vida de los cinco caminantes, que a los pocos días aparecieron en el fondo de la canal. Todos los años rinde su tributo a la muerte blanca alguno de estos bravos montaraces.
Aún el sol nos hace sentir sus caricias cuando remontamos la empinada senda que nos lleva al Collado de Pandébano.
Aquella noche dormimos sobre el mullido heno de uno de los invernales de la Terenosa, a 1.250 metros sobre el mar. Después de la cena, celebramos la velada escuchando los cánticos pastoriles conque las muchachas nos deleitaron un buen rato.
8 de septiembre
Camino del Naranjo.
De madrugada todavía, el camarada Schmid y yo —que me corresponde hoy el cargo de pinche—estamos preparando el chocolate y las conservas que han de servirnos de desayuno. Cuando los señoritos se levantan, ya tienen dispuesto un gran caldero de soconusco, una herrada de leche cocida y una descomunal pirámide de tostadas con mantequilla. ¡Delicias del alpinismo heroico!
...y al morir de la tarde, espesos nubarrones encaperuzan el indomable Naranjo. Fot. Victory
A las siete en punto salimos camino del Naranjo. Bordeamos un apretado bosquecillo de hayas hasta salir al escampado de Cuesta Sierra. Al llegar a él desaparece la senda, y marchamos entonces a través de rocas pulidas —que el guía Severo y el pastor Rafael, que nos acompaña, llaman castros—, muy escurridizas, y que gracias al herraje Tricouni que llevan nuestras botas, nos son menos difíciles de cruzar.
...y envuelven en sombras las hercúleas cumbres... fot. Victory
Al llegar al Collado de Vallejo damos vista al Naranjo a nuestro frente; abajo, muy abajo, y a la derecha, vemos la angosta Canal de Camburero, por la que, según nuestro plan de excursión, habríamos subido; pero las sabias disposiciones de Severo nos han ahorrado una noche de tienda de campaña y un trabajoso camino a través de aquellos canchales. Mientras descansamos en el collado, llega otro pastor, Enrique Mier del Campillo, hermano de Rafael, en cuyo invernal hemos dormido anoche, é hijos ambos del viejecito de Bulnes.
Nuestro diálogo recae —¡naturalmente!— sobre el Naranjo, que amenazador se alza sobre nosotros. Nos cuenta la hazaña del marqués de Villaviciosa, primer conquistador de esta imponente cumbre, ya que él hospedó en su cabaña de Camburero al Sr. Pidal y a su guía Gregorio, el Cainejo (de Caín), aquella noche del 4 de agosto de 1904 que precedió al glorioso día de la ascensión.
Juntos todos, bajamos hasta muy cerca de la Canal de Camburero, aunque sin llegar a ella, y entramos en la breve Canal de la Vega del Reondal, para salir al pie del Naranjo de Bulnes, en su vertiente Oeste, después de remontar el pedregoso Hondón de las Traviesas, bajo el elevado risco Morra del Carnizoso. Llegamos a una fuente que mana al pie del imponente Naranjo, a 1.980 metros de altitud. Allí realizamos un ensayo de almuerzo.
El Naranjo de Bulnes
Los Picos de Europa tienen un rey. Un rey que se asienta en un trono de eterna nieve. Sobre su tersa frente rubia el sol deja la última caricia, y la cumbre se baña con un resplandor de oro y de carmín cuando la noche va tejiendo sus sombras a los pies del coloso. Desde el más escondido valle hasta las orillas del Cantábrico, todos los hombres que al levantar la vista a las alturas contemplan su silueta, todos saben su nombre, todos le admiran.
...un imponente desfiladero aprisiona en estrecho cauce las aguas tumultuosas del Cares... Fot. Victory
Este rey, es el Naranjo de Bulnes. Todos le conocen: los pastores y los terruñeros cabraliegos, los marinos cantábricos y los hombres de tierras de Santillana; todos os hablan de él con una medrosa devoción. Nos hallamos a sus plantas, al pie de una de sus paredes, la Oeste, cortada en un abismo de 540 metros exactamente. Ni una grieta, ni un arañazo de la roca, ni una fisura; sólo la pared pulimentada, bruñida, espantablemente vertical. La visión del coloso produce angustia, suspende la respiración, da vértigo aun contemplado desde la base.
Dos hombres aseguran haber remontado el Naranjo: lo creo, porque lo dicen ellos; pero para creerlo, necesito estar lejos del Naranjo, no tener los prismáticos, con los que hemos estado escudriñando la pared Norte, única accesible, durante tres horas... Necesito estar lejos, porque para creerlo delante del Gigante tendría que presenciar la ascensión... Sin embargo, no debo de dudar, porque lo afirman dos hombres.
El Naranjo afecta la forma de una pirámide cuadrangular, truncada, de aristas muy suavizadas, cuyas caras más elevadas son la Norte y la Oeste; la altura máxima del macizo está en la arista Noroeste, cuya vertical mide exactamente 580 metros, a contar, por abajo, desde la entrada de la Canal de la Celada (ver el grabado de la pág.. 166). La pared Norte mide, próximamente, 500 metros; la Este, 400, escasamente, y la Sur, con exactitud, 210.
El acceso al Naranjo, en las dos únicas ocasiones en que se ha llevado a término, ha sido por la vertiente Norte, con la variante de que fue atacado al comienzo por cl Este y luego francamente por el Norte en la ascensión de Gustavo Schulze, el 1 de octubre de 1906.
El primer conquistador del Naranjo ha sido Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias, que, acompañado de un temerario montaraz, Gregorio, el Cainejo, dominó la cumbre el 5 de agosto de 1904.
La narración del Sr. Pidal es imprecisa; peca de demasiado literaria y falta en ella la nota técnica del tiempo invertido y de la morfología del terreno recorrido. Todos los aficionados a la montaña conocen la belleza emocional de sus párrafos por haber sido publicada en el anuario de 1912 del Club Alpino Español, y en el número 18, junio de 1915, de la revista de alpinismo Peñalara.
La narración de Schulze convence más, tiene detalles de una precisión utilísima, las notas de tiempo invertido no han sido olvidadas en ningún momento. Publicada en el tomo del Bulletin Pyrénéen correspondiente al año 1907 (págs. 283 y siguientes), de su lectura se obtienen enseñanzas muy aprovechables para los futuros conquistadores del Naranjo. La ascensión de Schulze, detallada en el croquis que publicamos, ha tenido como variante, respecto a la de Pidal, que el descenso ha sido efectuado por la vertiente Sur; Schulze realizó la ascensión solo, sin guía.
Aparte del valor documental de este artículo, aprendemos en él el valor de los crampones en las subidas de roca. Merced a ellos, pudo Schulze conseguir su propósito, y así lo refiere en el contexto de su narración, que reproducimos integra:
«1 octubre 1906. —Naranjo de Bulnes (2.516 ms.).— Primera ascensión por el Este y el Sur. Variante en la muralla Este. Primer descenso por la muralla Sur.
...y sobre todas ellas, la Peña Vieja álzase aún más... Fot Victory
En el lugar donde las murallas Este y Nordeste, que forman el edificio, se juntan de un modo indeciso, destácase a media altura del Naranjo, un rellano que separa bruscamente las partes inferiores de las murallas orientales y de las septentrionales. Por bajo de la cima y de este rellano, se socava, al Este, la estrecha Canal de la Celada, cuyo hundimiento progresivo hacia el Norte da a la montana un aspecto más imponente cada vez y más grandioso.
A la salida inferior de esta canal, terminase bruscamente una muralla lisa y vertical, de unos 500 metros de altura.
En el extremo superior Sur de la Canal de la Celada, cerca del ancho collado situado al pie Sudeste del Naranjo (Horcada del Carnizoso), se encuentra a 2.250 ms. una pequeña terraza de piedras producto de desprendimientos. La muralla meridional de Naranjo, que tiene unos 200 metros de altura cae recta, en llambrías espantosas, hacia un profundo y gigantesco embudo rocoso situado al otro lado del collado.
En los precipicios orientales del pico, destácase de la terraza de piedras sueltas arriba mencionada, una pequeña cornisa, que se dirige hacia el rellano para terminar rápidamente en paredes rectas y lisas. Una amplia cornisa de llambrías detiénese 125 metros más arriba, en la vertical de la terraza, y continúa a lo largo de la muralla Este, subiendo hacia el Norte, y terminando de repente por encima del rellano en el punto en que se une a la muralla Nordeste. Dos grandes chimeneas, una de las cuales, la del Sur, será escalada, se destacan en los precipicios Nordeste de la montaña, superponiéndose directamente al punto terminal de la cornisa.
Mientras los primeros ascensionistas (D. Pedro Pidal y el guía Gregorio Pérez, de Caín), alcanzaron el 5 de agosto de 1904, por las llambrías y el rellano mencionados, el punto donde termina al Norte la gran cornisa, yo me esforcé trepando en la dirección vertical de la terraza hacia la parte Sur de la cornisa, por una muralla lisa, extraordinariamente derecha, y sumamente estriada por la lluvia.
Una gran fisura profundamente minada, únese a esta muralla y se convierte más arriba en un estrecho saliente.
Esta especie de cavidad, inaccesible al principio, dirígese oblicuamente hacia la izquierda, para enderezarse luego verticalmente, formando, bajo el saliente, una chimenea, sin puntos de apoyo, de unos 30 metros (10'30 de la mañana); punto de partida: al pie de la muralla, a unos 50 metros (izquierda Sur) del comienzo de la cavidad. 40 ó 50 metros de rocas lisas me conducen por la izquierda (Sur) a esta fisura.
Una hendidura muy delgada, pulida por las aguas, 40 metros muy difíciles, me permitió alcanzar un pequeño nicho, tras el cual se llega, por la derecha y por un paso muy peligroso a una estrecha cornisa, que termina en la hendidura en cuestión. La ascensión de los últimos 30 metros, efectúase a lo largo de una espantosa muralla, para alcanzar la salida de la chimenea sin puntos de apoyo, cuya parte inferior es estrecha y durísima.
Por encima del saliente, desciéndese entonces un poco, sobre otra cornisa, bordeando un ángulo de rocas (unos tres metros sumamente peligrosos) y se gana enseguida la gran cornisa en su parte meridional (2.375 metros, próximamente; descanso desde las 11'30 a las 12).
Se sigue luego por la cornisa, cada vez más estrecha, hasta el punto en que ésta se acaba, y tras 15 metros de rocas, excesivamente difíciles y peligrosos, se trepa hacia una cortadura profundamente tallada, cuya parte superior se ensancha en forma de chimenea. Cinco metros a la izquierda, segunda cortadura, donde los primeros ascensionistas han dejado una cuerda. En la galería de la derecha, escalada de unos 15 metros de rocas, rojas y escurridizas, para llegar á un cortado a pico, cuyo contorno se recorre pasando a una fisura poco profunda (el sitio más difícil). La gran chimenea, alcanzada atravesando un pequeño rellano de piedras sueltas, permite alcanzar después, más cómodamente, un saliente rocoso, desde el cual llégase fácilmente al pico por unas rocas lisas (2.516 metros; una de la tarde).
Salida a las dos de la tarde.—La salida superior de la muralla Sur está socavada en forma de embudo, y de allí parten dos aristas, que descienden de la cresta terminal hacia el Sudeste y el Sudoeste. Toda la zona de esta muralla está erizada de puntas rocosas. Encuéntrase en la arista Sudeste una pequeña quebradura, por la que se desciende fácilmente, y a cuyo término comienza una grieta estrecha, poco profunda, formada por el agua. Al principio conduce, sin demasiadas dificultades, hacia la parte baja, pero no tarda en hacerse precisa la cuerda. Sigue después un paso muy fácil. Poco más lejos, por falta absoluta del más mínimo saliente, se bajan unos 15 metros en la hendidura, que comienza ya a ser extraordinariamente lisa, con ayuda de los crampones. Esta grieta, convertida en chimenea, dirígese en oblicua ligera y termina encima de un cortado a pico, de 8 a 10 metros, que no se puede pasar sin ayuda de la cuerda, y sin ningún apoyo. Algunos pasos, muy difíciles al principio, obligan nuevamente a servirse de la cuerda; la hendidura se hace más accesible, y durante 50 metros por encima del pie de la muralla meridional, transfórmase en escalones impracticables.
Hay que salir de la cortadura horizontal hacia la izquierda, donde unas rocas, estriadas por las aguas, conducen a otra grieta, tallada al vies, que se ha transformado antes en cornisa, cerca de la arista Sudeste, y que conduce a la derecha al pie del muro (3'50de la tarde). Campamento, 2.250 metros, a las 4. Bulnes, 700 metros, a las 7.
Las dificultades especiales de la ascensión a este bloque, consisten menos en el corte a pico de la roca, con los peligros inherentes, como los que se encuentran en los Dolomitas y en las montañas calizas del Tirol, que en el estado extraordinariamente liso de la roca, algunos de cuyos pasos son arriesgadísimos.
A pesar de la corta duración de esta subida, el Naranjo es la cima más interesante y más difícil de los Picos de Europa.
Remontando la Canal de la Celada, estrecha garganta que separa la pared Norte del Naranjo de la Sur de la Morra del Carnizoso, hemos logrado alcanzar esta última cumbre, la mejor situada para obtener fotografías de la muralla Norte del Naranjo, a unos cincuenta metros de distancia.
El amigo Andrada, autor del panorama que publicamos, ha tenido precisión de montar el trípode de su máquina engarabitado en la punta de roca en que culmina la Morra del Carnizoso, a 2.100 metros, ó sea a 400 metros más bajo que la cumbre del Naranjo.
Cuando la tarde va cayendo, unas ligerísimas nubes flotan en vuelos fantásticos alrededor del coloso. En medio de aquel augusto aislamiento, se cree uno transportado a otro mundo distinto al que bulle bajo nuestros pies, ese mundo donde los hombres viven y mueren. Sublime espectáculo el que la vista absorta presencia ante este maravilloso conjunto de rocas afiladísimas, de abismos amenazantes, de nieblas que ruedan por las vertiginosas laderas de los macizos y que abrazan las cúpulas inaccesibles de los picachos; de torrentes que braman en el fondo de los barrancos; de una soledad y de un silencio impresionantes; en este mundo en que las piedras, y la tempestad, y la nieve, hablan al hombre en un lenguaje misterioso y pujante, lenguaje incomprendido por los que no gozaron de la vida brava de la montaña.
9 de septiembre
Camino de Peña Vieja
A las ocho de la mañana, salimos de la Terenosa, para remontar el Collado de Pandébano y alcanzar la parte más alta de la Canal de Lechangos. En menos de una hora subimos los 280 metros de altitud que separan los invernales de la Canal (1.580). Al Sur y bajo nosotros, vemos el camino de Sotres el Puerto de Aliva, por el cual van las dos caballerías que transportan nuestra impedimenta. Al Sur y sobre nuestras cabezas vemos un ejército de nubes negras y amenazantes, que vienen a amargarnos la vida, pues todos presumimos que el preludio de nublado va a transformarse en una tormenta a toda orquesta. En efecto, las nubes que navegan sobre Peña Vieja, desenfundan el instrumental y escuchamos los primeros acordes del andante de una marcha triunfal: unos cuantos truenos, precedidos de una vistosa sesión de fuegos de artificio, a cargo de un afamado pirotécnico...
... la monstruosa Peña Vieja y el lejano Circo de Hoyo sin tierra... Fot. Victory
El nublado no impide, sin embargo, que los fotógrafos de la caravana impresionen unas placas de la espléndida cadena de montañas que, desde San Juan de la Cuadra hasta Peña Vieja, cierra el horizonte al Sur. A pesar de tratarse de unas instantáneas (?), los activísimos artistas invierten media hora en su faena... mientras, en la orquesta, les tambores acusan una actividad prodigiosa... y detrás de los tambores viene un chaparrón.
De acuerdo todos, como un solo hombre, renunciamos a la ascensión a Peña Vieja y emprendemos un desenfrenado descenso hacia las llamadas Vegas de Sotres. Un momento amaina la lluvia, lo que aprovechamos para comer junto al manantial del Argado, y seguimos por la ancha senda que nos lleva hasta el Puerto de Aliva; tenemos precisión de refugiarnos en el vestíbulo del chalet regio, en vista del aguacero que en aquellos momentos cae.
Al casetón de Lloroza llegamos a las cinco y cuarto. D. Torcuato Cuevas, empleado de la Real Compañía Asturiana de Minas, nos ofrece dentro del casetón la más generosa hospitalidad.
Aquella noche, después de una entretenida sobremesa, nos acostamos sobre colchones de lana... ¡Nos parecía un sueño tanta comodidad!
10 de septiembre
A las siete y media nos hemos acercado a la caseta del cable de Lloroza, derruido albergue de madera y piedra, junto al cual tiene su amarre uno de los extremos de un cable de acero que se inserta abajo, a 300 metros en vertical, en la pradera de Fuentedé. El cable sirvió en tiempos no muy lejanos para el traslado de vagonetas de mineral desde Lloroza hasta la referida pradera.
Murallas Oeste y Norte del Naranjo de Bulnes, desde la cumbre del Neverón; a la izquierda y abajo del Naranjo, la Morra del Carnizoso. — Fot. Schulze
Harto conocido este balcón, que permite admirar un espléndido panorama, hago gracia al lector de su descripción.
La afilada cumbre de la Remoña eleva coquetamente su esbelta aguja terminal, que en una excursión realizada hace tres años, tuve ocasión de escalar con los amigos Oettli y Kindelán.
Tornamos al casetón de Lloroza, desayunamos, y en marcha hacia Espinama, pintoresco pueblecillo, del que ya se ha hablado en estas mismas columnas.
Desandamos parte del camino recorrido ayer, hasta el puerto de Aliva; desde él, en rápido descenso, por un ancho camino de carros, llegamos a Espinama. Un bien servido almuerzo en la fonda de Vicente de Celis, nos repone del desgaste de energías que la rápida marcha traída desde Lloroza nos haya podido producir. A las tres de la tarde reanudamos la caminata, y a las siete entramos en Camaleño, pueblo en el que comienza la carretera que ha de llevarnos hasta Potes.
Durante el trayecto, hecho a marcha forzada, las nubes de ayer tarde, aumentadas considerablemente, nos han obsequiado con un ligero chaparroncillo. Cuando salimos de Camaleño, ya noche cerrada, nos atrapa la tormenta francamente. En los nueve kilómetros de recorrido hemos invertido dos horas y media; esto dará idea de cómo hemos navegado —y nunca más apropiada la palabreja— por aquella inacabable carretera.
Llegamos a Potes completamente pasados por agua. En la fonda del Rubio cenamos y pernoctamos.
11 de septiembre
De Potes a Unquera
A las seis en punto sale el ómnibus automóvil. En él marchamos a través de la Garganta de la Hermida, mucho más conocida y famosa que la de los Beyos, pero mucho menos fantástica y emocionante, más abierta y con más vegetación. A las ocho llegamos a Unquera. A las once el tren de la costa nos deja en la estación de Santander.
Aquel mismo día, a las siete de la tarde, y en el local del Ateneo Montañés, amablemente cedido por sus directores, y merced a los buenos oficios de D. Pablo M. de Córdoba, secretario del Real Automóvil Club de Santander, tuvo lugar una serie de proyecciones fotográficas de algunas de las montañas españolas y especialmente de los Picos de Europa.
El día 12, por la tarde, emprendíamos nuestro regreso a Madrid.
JOSÉ F. ZABALA
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