miércoles, 25 de diciembre de 2024

Conferencia de José Sánchez Guerra en febrero de 1930

La Época, 27 de febrero de 1930

EN LA ZARZUELA

La conferencia de don José Sánchez Guerra

Esta tarde ha pronunciado su anunciada conferencia política el ilustre expresidente del Consejo don José Sánchez Guerra. La expectación que el acto había producido rebasa los límites de todo lo conocido en esta clase de actos políticos.

Desde la una de la tarde —a pesar de estar anunciado el acto para las cuatro— comenzó a llegar gente al teatro de la Zarzuela. La aglomeración en las calles de Jovellanos y Los Madrazo era realmente extraordinaria. Se formaban largas colas para el acceso de las personas que tenían invitación y varias veces las fuerzas de Orden público tuvieron que despejar la calle.

A las dos y media de la tarde se hallaba el teatro ocupado por numeroso público, y a las tres, apenas quedaba una localidad por ocupar. En el escenario, en el sitio de la concha del apuntador, se colocó una pequeña mesa cubierta con un tapete azul para que detrás de ella hablara el orador. Detrás se distribuían cuatro largas mesas para los periodistas.

A las cuatro en punto entró el señor Sánchez Guerra en el escenario. Todo el público se puso en pie y estalló una ensordecedora ovación, que se prolongó mezclada de vítores y bravos durante más de diez minutos. Al fin el orador pudo lograr que se hiciera el silencio y pronunció su discurso.

Hemos tomado éste literalmente. Dice así:

Sin sujeción a influencias extrañas

Ese entusiasmo vuestro representa la aprobación de mi actitud durante el largo período de tiempo que he pasado fuera de España. Vuestro aplauso a mi conducta no sólo lo agradezco, sino que lo recibo y acepto. En conciencia, creo merecerlo. (Aplausos.) 

Si, por el contrario, significan vuestros aplausos una esperanza, un aplauso anticipado a lo que suponéis que voy a deciros, repetiré la conducta de todos aquellos autores que pasaron por este y otras escenarios, y os tendré que decir que el autor ruega al público reserve su juicio hasta el final de la obra.

Sin que ello me pueda ser imputable, es lo cierto que se ha producido en torno a mi actitud una lastimosa confusión. Por primera vez en mi vida me encuentro con que hay ahora algo raro en torno de mi actitud.

Eso es porque yo he guardado absoluto silencio y muchos, en cambio, hablan desconsideradamente. Unos, pretendiendo adivinar lo que habría de decir; otros, imaginándoselo. Muchos, olvidando mi historia, y creyendo que a un hombre como yo, se le puede traer y llevar. Y he visto que cada mañana un periódico tiraba de mí en una dirección, y otro, en otra. He recibido cartas y visitas, como si en momentos tan graves fuese cuestión de influencia el marcar la orientación de mis actos.

Lo que yo vengo a decir no podrá sorprender, sino a los que ignoran mi actitud durante largos años. Quiero salir al paso de todo eso y de las mentiras —esa es la frase que les corresponde en castellano— que se han lanzado. Vengo a hacer mí discurso, no el que los demás quieran que yo haga. Mi obligación es afrontar la opinión de los demás y hacer lo que creo mi deber. Yo, a eso vengo. A cumplir el mío. Que los demás hagan lo mismo.

He de recordar una frase célebre que yo mismo repetí muchas veces en el Parlamento. Hay ocasiones en la vida de los hombres públicos en que es más difícil conocer el deber, que cumplirlo. Yo me he visto muchas veces en este caso. Ahora, no. Ahora lo veo muy claro y lo cumpliré.

La mayor parte de vosotros no creerá que yo vengo aquí a hacer un programa de Gobierno. Lo que hace falta es que España se gobierne. Como veréis por mis palabras, un programa de gobierno no es cosa para mí de las más urgentes. Menos todavía, un programa de partido. Los partidos son esenciales en el régimen constitucional y parlamentario. Pero, ¿cómo se han de formar y nutrir y desenvolver? Hay mucha gente que no se ha enterado de que aquí han pasado muchas cosas. Como yo he vivido algunas de ellas, me he enterado. Y digo que no estamos en el momento de establecer capillitas para que rece cada uno y sus grupos al santo de su devoción, sino en los momentos de las grandes catedrales, en las que se reúnan todos los que estén unidos por un mismo culto: el del amor a España.

Esta frase del amor a España me da miedo pronunciarla. Me recuerda cómo se ha empleado no ha mucho tiempo en notas oficiales y declaraciones, en las que se decía que el que no pensaba como el dicente no era patriota. Hay muchos que no estaban con el dictador, y sin embargo, eran patriotas. Yo administro mi patriotismo solo. Y pongo por testigo a Dios de lo que hago pensando en España. Es probable que no coincidan muchos conmigo, y, sin embargo, son patriotas, y yo respeto su patriotismo. Pero quiero que los demás hagan igual conmigo.

La situación al comenzar la Regencia

En esta hora solemne de mí vida, me habréis de permitir que en algunos momentos de mi discurso os recuerde los comienzos de mi vida pública. Fui muy joven diputado a Cortes. Coincidía ello con la muerte de Alfonso XII. Vine al mismo tiempo que la Regencia. Al morir Alfonso XII apenas una docena de personas creyeron que podría vivir seis meses la Monarquía. He oído muchas veces a personas adictas a aquella Monarquía, y los que como yo, tienen la desgracia de ser viejos, lo recordarán, que, en efecto, muchas veces ocurrió que estuvieron los equipajes dispuestos.

Había una fuerte sedición militar, que llegó a ser, según Martínez Campos, del 36 por 100 de los jefes y oficiales del Ejército. Estaban en París emigrados muchos de los más eminentes hombres públicos de España, como Martos. Salmerón, Ruiz Zorrilla.

Era difícil la situación del Trono. Se desconocía a la ilustre dama que iba a encargarse de la Regencia. 

Al poco tiempo, merced a la autoridad, al arte de aquellos hombres públicos, especialmente Sagasta y Cánovas, y merced a la lealtad de la Reina Doña Cristina, a su corrección, a su forma de cumplir los deberes constitucionales, el cuadro cambió. Fueron viniendo los emigrados, y unos se acercaban a honesta distancia, otros reconocían a la Monarquía. La sedición militar republicana, después de los chispazos de Badajoz y Madrid, se deshizo.

La Dictadura ha sido cruel

Entonces sucedía que todo joven que se distinguía en las Academias y Universidades, todo profesor que adquiría relieve y prestigio, desoía las voces de los grandes caudillos republicanos y venían a la Monarquía. ¿Y ahora? ¿Qué sucede ahora? Con amargura y con dolor tengo que decirlo. Está sucediendo lo contrario. El muchacho que se distingue por su capacidad, el profesor que adquiere relieve, o esta con la República o va hacia la República. (Grandes aplausos.) 

Yo os pido, en evitación de desengaños, que se me oiga hasta el final. 

¿Qué ha pasado? ¿Por qué ese cambio? Ha pasado, aparte de muchas cosas que serían muy largas de enumerar y que todos habéis vivido, ha pasado una Dictadura. Una Dictadura de la que se ha dicho, y con verdad, que no ha sido sanguinaria. No lo ha sido; pero ha sido cruel. Esto parecerá un contrasentido, algo paradójico, pero ha sido así. 

¿Qué concepto tienen de la vida los que creen que con respetarla ya han sido correctos y generosos? ¿Lo es el que respeta la vida y condena a vivir sin honor? Eso no es ser sanguinario, pero es ser cruel. Y de eso tenemos muchos casos en España. 

Preguntad a algunos oficiales —no sé si estarán aquí— (voces: sí, si, aquí están), preguntad a ésos oficiales que estiman el honor por encima de la vida, qué hubieran preferido: un fusilamiento o una vejación. (Grandes aplausos.) 

La sangre mancha, pero no ensucia, y toda la labor que se ha hecho contra los hombres civiles, alguno de los cuales continúa en el extranjero, y contra tantos oficiales del Ejército, ha sido la de humillarlos, vejarlos, atropellarlos. Y no son sólo los casos notorios y conocidos. Hay en España otros muchos casos de hombres modestos, casi desconocidos, que han sido vejados, atropellados y, muchos, arruinados. Y es menester ocuparse de eso. Yo llamo sobre ello la atención del Gobierno. 

La justicia no debe ocuparse sólo de los grandes. Quizá ellos, por serlo, deben saber que están más expuestos a esas arbitrariedades, que tienen el deber de esperarlas. La justicia debe de ser también para las pobres gentes. Algunos llegaron al suicidio. Han sido humillados, atropellados y son dignos de todo respeto, de toda consideración. Ha habido también muchos casos de gentes que supieron desoír las amenazas y también las solicitaciones para formar parte de unos organismos que eran un puro artificio.

Ninguno de los que me escuchan esperará de mí que cometa la vileza de injuriar a las personas, ni siquiera de desconsiderarlas al hablar de la Dictadura. Sé que los actos se califican por su propia esencia, y no según la voz que habla o según las personas que los realizan. Estimo una vileza que a los hombres públicos maniatados se les injuriara. Yo me guardaré ahora de cometer vileza análoga.

Las responsabilidades

Por lo mismo que combatí de frente, con la visera levantada, al general Primo de Rivera, tengo más derecho que nadie a hablar, pero no a injuriar, y he de callar en ese sentido. Pero, ¿quiere eso decir que yo no pida que se exijan, por su actuación, las responsabilidades que haya contraído? No. No sólo no estoy impedido de hacerlo, sino que creo tengo derecho a pedir que se exijan todas. Sería como si en España no hubiera ahora más que decir la tan manoseada frase de «borrón y cuenta nueva». Eso no será. Eso no puede ser. Antes de ir a la cuenta nueva hay que examinar y analizar químicamente el borrón. (Gran ovación.) 

Los hombres públicos 

Y ya que de borrones hablo, si no hubiera sido tan injusta, tan calumniosa la diatriba contra los hombres públicos, yo digo que ellos tendrían que haber sido —y no lo han sido, que todos son honorables, capacitados, dignos de respeto—, pero habrían sido bandoleros desalmados, y yo digo con la frente alta que había en España dos órganos incapacitados par  juzgarlos: uno, el más alto; otro, el que se adjudicó la función, (Grandes aplausos.)

Muchas culpas tenían los hombres públicos, pero muchas fueron producto de su lealtad. Tomaban sobre sí responsabilidades que no les correspondían y que servían para aprobar la irresponsabilidad constitucional de la Corona. 

¿Ha ocurrido eso después? ¿Por qué entonces los hombres se gastaban, pero quedaba intacta la irresponsabilidad de la Corona? No quiero creer que eso se hacía malévolamente. Que se ha hecho una inmensa propaganda republicana en estos tres años es una realidad, que yo advierto con amargura, con tristeza. Pero es una realidad. Repito que la lamento, pero es una realidad. Hay, pues, que exigir, que buscar razonadamente, sin algaradas, sin bullanga, las responsabilidades, donde estén, de los más altos a los más bajos. (Muchos aplausos.) 

La Dictadura vino, ya sabéis todos cómo vino. Yo, dándome cuenta de lo que digo y diciendo lo que pienso, digo que a la Dictadura y al modo de venir se podía aplicar algo que, para decirlo con todos los respetos, lo haré refugiándome en mi afición a la literatura. Para ello aludiré a la décima famosa que se atribuye a Góngora al hablar de la muerte del conde de Villamediana: «Mentidero de Madrid...», y que .sigue y concluye: «El «dictador» fue Bellido y el impulso «soberano». (Grandes aplausos, que se prolongan durante un buen rato.) 

Tengo que ahogar mis sentimientos dentro de mi alma, pero lo digo con la conciencia de mi responsabilidad y por el culto que debo a la verdad. Las responsabilidades constitucionales. Yo puedo decir, alta la cara, algo que ya repetí en notas y escritos y que dije y recordé, además. dónde debía recordar. Lo que no puede ser es escarnecer la función constitucional para amparar las responsabilidades, y después pretender ampararse en esas mismas responsabilidades. 

¿Cómo habrán de ser exigidas? He oído, he leído que personalidad de tanta autoridad, para mi de tanto respeto como el general Berenguer, ha dicho que eso habrán de hacerlo las Corles. ¡Ah, no! La última sanción debe reservarse a las Cortes. La sanción política. Pero el Gobierno está obligado a preparar la ponencia que ha de llevar a las Cortes. Y para eso ha de hacerse una investigación. Y esa investigación le corresponde al Gobierno mismo, no a las Cortes. Debe hacerlo por amargo que sea. Si es necesario creando una alta Comisión, integrada por las más altas personalidades del país. ¡A las Cortes! 

El tema de las Constituyentes 

Llegamos a la cuestión batallona. Yo sé, porque tengo gran experiencia, que las elecciones que se convoquen, las elecciones, ¿eh?, como quiera que se convoquen serán constituyentes, porque, en realidad, ese es el magno problema que tiene planteado el país. Y eso es lo que se ha de votar cuando las elecciones se hagan y cuando ese caso llegue. (Risas.). 

Yo doy mucha importancia a lo que se ha dado en llamar los imponderables. He dicho siempre que cuando de verdad se quisiera volver a la normalidad, habría que volver por el camino legal marcado por la misma Constitución. En la Constitución no se halla el camino para ir a las Cortes Constituyentes. No cabe abominar de la arbitrariedad en los otros y tomarla para nosotros mismos. Lo primero para tener autoridad es tener razón. Si hubieran triunfado algunos de los movimientos revolucionarios... En alguno de ellos estuve yo. Quién me lo iba a decir a mí, hombre de gobierno, enemigo de militaradas, de espíritu conservador. Ya lo sabéis, con mala fortuna objetiva, con fracaso objetivo, pero con la tranquilidad de conciencia, y ahora con esta compensación. Habrían sido mayores mis amarguras y me habría compensado bastante con vuestro recibimiento de esta tarde.

Para volver a la legalidad no hay más camino que la legalidad. ¿Pues qué? ¿Es que las Cortes ordinarias no pueden hacer todo lo que la nación quiera que se haga? Si.

Habiendo tomado muchos como bandera la Constitución del 76, ¿quién habrá que pretenda que sea intangible? Es de ese tipo de Constituciones flexibles que permite cambiar todo sin tocarla.  

Pero me he ido del hilo del discurso. Decía que si hubiera triunfado uno de aquellos movimientos, no habría cuestión. Después del derribo queda solo el solar, y allí se puede construir de nuevo. Hay que hartarse de legalidad. (Una voz de arriba: Haremos el solar.)  

Sí: pero ahora estoy hablando yo. He venido a hacer mi discurso, no el que los demás quieran que haga. Yo respeto el pensamiento de todos, pero pido que se respete el mío. 

La reforma constitucional

En los caminos de la ilegalidad se puede preparar lo contrario de lo que se busca. Hay algo peor que sufrir una Dictadura: merecerla. Se ha dicho que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Pero también es verdad que hay naciones impenitentes.

Yo no soy un entusiasta de la Constitución del 76. Yo sé que hay que cambiar muchas cosas. Hay muchos que no se han enterado cómo en España, después de lo pasado, es muy difícil conservar el respeto a lo escrito después de haberlo visto atropellado. De un trapo de cocina no se puede hacer una bandera.

Yo lo he sido todo en España. Por eso estoy aquí y estuve en otros sitios. No era lícito decir ahora que nada me importaba de lo que en España pasase. Por eso estoy aquí, por eso estuve en París y por eso estuve en Valencia. Pero yo tengo una gran fuerza. Y es la de que no aspiro a nada. Aspiro sólo para mi país, para España. 

Yo lo he debido todo a la libertad, a la Prensa y al Parlamento. Y cuando lo he sido todo merced a eso, después he creído, y alguna vez me lo han dicho también, que he prestado grandes servicios a la Monarquía. Y yo afirmo aquí esto y lo que aquí está dicho mantenido está por mi,

Monárquico, constitucional y parlamentario

He sido siempre, y lo he sido dando la cara, un hombre monárquico, constitucional y parlamentario, pero he dicho también, y lo repetí en mi nota al expatriarme, que en caso de opción entre el nombre y los dos apellidos, me quedaría con los apellidos. 

Yo no soy republicano pero reconozco el derecho que España tiene a serlo. No lo reconozco ahora. Es que siendo ministro la primera vez, y ministro de la Gobernación y presidente del Congreso y del Consejo, he tenido también ocasión de decir esto. Sobre todo cuando he visto la labor de los aduladores de la Monarquía. Muchas Monarquías murieron, no a manos de sus enemigos, sino de los propios cortesanos.

Cuando se me ha hablado de la República he dicho: ¿por qué no? Pero lo he dicho siempre. Después de la guerra, de la que muchos no se enteraron, como ahora hay en España muchos que no se han enterado de la Dictadura, se hablaba con miedo de las Repúblicas de China, y de Rusia, y de Alemania. Allí llegaron porque estaban en una sola mano el poder religioso, el poder civil y el poder militar. ¿Cómo he de dudar yo que en España, el día que ella quisiera, habría una República, y la habría procurando conservar aquello que es esencial, como el orden, la libertad, el trabajo, la seguridad? Y quien habla espera. que no haya nadie que diga que cuando ha gobernado no ha mantenido el orden y todos esos elementos esenciales de la vida del país a que aludo.

No soy republicano, pero digo que hoy en España es cosa muy difícil el papel de jefe de un Gobierno en el régimen monárquico constitucional. El que acepta la jefatura de un Gobierno compromete ante el Trono su juramento —y yo doy gran importancia a los juramentos—, su lealtad, su probidad, su honor; pero recibe al mismo tiempo la seguridad de la lealtad del que le toma el juramento y que compromete también su probidad y su honor. Es un intercambio de confianzas. Y yo he perdido la confianza en la confianza. (Aplausos.)

Fijación de postura personal

Yo quiero fijar y aclarar de un modo definitivo, definitivo, mi postura personal. Para hacerlo, guardando todos los respetos, refugiándome de nuevo en la literatura, voy a expresarme trayendo a vuestra memoria un cuadro célebre de Moreno Carbonero, la conversión del duque de Gandía y la postura de los protagonistas, y expresar con palabras del duque de Rivas, mi ilustre paisano, lo que él pone en labios del duque converso:

«No más abrasar el alma

en Sol que abrasarse puede; 

no más servir a señores

que en gusanos se convierten.»

Al terminar su discurso, el señor Sánchez Guerra se sentó. El público prorrumpió en una ovación, que se prolongó hasta que abandonó el teatro el orador. 

Antecedentes

El Imparcial, 29 de enero de 1930

PLANTEAMIENTO DE LA CRISIS TOTAL 

Anoche presentó al Rey su dimisión y la de todo el Gobierno el general Primo de Rivera

Hoy jurará ante Su Majestad un Gobierno presidido por D. Dámaso Berenguer

Rara coincidencia. - Ayer hizo un año que desembarcó en Valencia el Sr. Sánchez Guerra 

Mientras terminaba definitivamente el Consejo de ministros, el último de los presididos por el marqués de Estella, las personalidades que se hallaban conversando con los informadores políticos hacían notar una coincidencia realmente curiosa. 

El día 28 de enero de 1929, en la madrugada, desembarcó en Valencia el ex presidente del Consejo D. José Sánchez Guerra con el propósito de dirigir un movimiento contra la Dictadura que se suponía preparado allí, y que no llegó a estallar por causas quo todos conocen, pero que tuvo repercusión en Ciudad Real, según recordarán los lectores. 

Al año justo, el 28 de enero de 1930, la Dictadura que ejerce el marqués de Estella termina al abandonar éste el Poder. Los informadores políticos estaban completamente desorientados en cuanto a los nombres de los nuevos ministros, y se barajaban los nombres do los señores Matos, Silió, Silvela (D. Jorge), Cierva, Goicoechea, el marqués de Arguelles y otros más.

El Heraldo de Madrid, 31 de enero de 1930

La opinión de Sánchez Guerra 

El periódico «A B C» publica el siguiente suelto: «El ex presidente del Consejo señor Sánchez Guerra se ha negado a hacer declaraciones a los periodistas. Por eso nos parece interesante reproducir ahora unos párrafos de la interesante nota que entregó al Rey en septiembre de 1926, Dicen así: 

«¿Y la solución? —se me dirá—. ¿Y si llega el caso y tu consejo es estimado? ¿Qué hace el rey? Sería absurdo, impolítico, peligroso el intento de pasar sin escrúpulo de la noche al día, como fue siempre insensato, temerario, saltar sin declive de la montaña al llano. 

La solución pudiera ser constituir un Gobierno que, presidido por un general prestigioso (en estos instantes, acaso mejor que otro alguno el general Berenguer), desde luego ninguno, y por razones obvias, de los que pertenecieron al primero ni al segundo Directorio, que apaciguara los espíritus en el Ejército e iniciara reposadamente con el concurso de algunos hombres civiles y la asistencia benévola y obligada de todos la vuelta a la normalidad.» 

Tenemos motivos fundados para asegurar que, aun siendo grande la consideración que le sigue mereciendo el general Berenguer, hoy no hubiera aconsejado la misma solución, si bien, considera patriótico no oponerse en lo más mínimo a la constitución y desenvolvimiento del nuevo Gobierno, por lo menos hasta conocer su programa, que, a juicio del ilustre ex presidente, no puede ser otro que iniciar la vuelta primero a un orden jurídico y después a la normalidad constitucional. 

Tampoco tememos ser rectificados al asegurar que los amigos suyos que jurarán hoy cargos de ministros en el nuevo Gobierno no le han pedido autorización para ello, ni necesitaban hacerlo, ya que el Sr. Sánchez Guerra presentó hace algunas semanas la dimisión de presidente del Círculo Conservador, cargo tradicionalmente unido a la jefatura del partido. Pero por cuanto queda dicho no es aventurado creer en la simpatía con que el Sr. Sánchez Guerra ve la constitución del nuevo Gobierno, y lo esperanzado que está de que su conducta responda a las convicciones que él ha defendido siempre. 

Don José Sánchez Guerra no quiere hacer declaraciones; pero, naturalmente, tiene su opinión. Si hemos acertado con ella, aun a riesgo de ser indiscretos, le rogamos que nos disculpe, en gracia a lo interesante de la información.

La Libertad, 9 de febrero de 1930

Sobre una supuesta coalición constitucional presidida por Sánchez Guerra 
 
El periódico «Informaciones» publica anoche una en que dice que el Sr. Sánchez Guerra será el jefe de la Coalición Constitucional, cuya actuación dará comienzo en breve, y que hombres de todos los matices y todas las tendencias se agrupan en torno del ex presidente del Consejo. El periódico dice que, entre las personas que se agruparían, figuran los Sres. Villanueva, Burgos Mazo, Bergamín, Alcalá Zamora, Marcelino Domingo, Marañón e Indalecio Prieto, y que el programa objeto de la propaganda que se realizaría abarcaría estas líneas generales. 
 
Primera. Reconocimiento y afirmación de la soberanía nacional. 
 
Segunda. Como consecuencia de ello, convocatoria de Cortes que determinen la voluntad del país. 
 
Tercera. Liquidación de la Dictadura y fijación de responsabilidades. 
 
Cuarta. Señalamiento de garantías que impidan de manera eficaz que la Constitución que se apruebe pueda ser vulnerada.  

El Mundo, 10 de febrero de 1930

PREPARATIVOS DE TAN IMPORTANTE ACTO 
 
Ha quedado constituida la Comisión organizadora del acto que próximamente se celebrará en el Teatro de la Zarzuela y en el que definirá su actitud el Sr. Sánchez Guerra. Dicha comisión, que ha comenzado los trabajos consiguientes, la preside don Francisco Bergamín y está formada por los siguientes señores: Don Luis de Armiñán, D. Vicente Tinies, D. Joaquín Payá, D. Eugenio Barroso, D. Luis Zavala. D. Félix Sánchez Eznarriaga, marqués de Aledo, D. Honorato Castro y D. Rafael Suárez. Oportunamente se dará a conocer en la Prensa, la fecha y hora en que tan importante acto tendrá lugar, la forma acordada para distribuir las localidades y el sitio designado para recoger las sobrantes. 

La Opinión, 11 de febrero de 1930

El presidente del Consejo visita al señor Sánchez Guerra 
 
Anoche, a las ocho, luego de celebrada la recepción diplomática en la Presidencia, el jefe del Gobierno, conde de Xauen, se trasladó al domicilio del ex presidente del Consejo don José Sánchez Guerra para celebrar con él una conferencia, que duró, aproximadamente, una hora. 
 
Los informadores, de vuelta ya el general Berenguer en el ministerio del Ejército, quisieron conocer el alcance de esta entrevista, y solicitaron del presidente una breve audiencia. Deferente y amable, como siempre, el conde de Xauen la concedió, y momentos después dialogaba con los periodistas. 
 
—En efecto. — dijo el jefe del Gobierno—, he iniciado la serie de Conferencias que me propongo celebrar con los jefes políticos con la visita que acabo de hacer al señor Sánchez Guerra, en su domicilio. Por su personalidad, por su prestigio y por su historia, el señor Sánchez Guerra merecía esta consideración. La entrevista ha sido muy cordial, y he encontrado al señor Sánchez Guerra, en una excelente disposición de espíritu.

A propósito de esta visita dice hoy “A B C”: 
 
‘‘Nuestra información nos permite asegurar que en la conferencia del general Berenguer y el señor Sánchez Guerra se habló de la autorización solicitada por éste último para dar una conferencia en el teatro de la Zarzuela. 
 
Es criterio del general Berenguer no conceder, por ahora, estos permisos en atención a las circunstancias. No tiene el Gobierno nombrados aún los gobernadores, ni designadas las Corporaciones municipales que han de substituir a las que hoy existen, y está en los primeros pasos de su gestión, cuando necesita una gran prudencia de todos los sectores para el desarrollo de la misma. Si concediera la autorización al señor Sánchez Guerra no podría negarla a otros grupos y partidos políticos que la solicitaran con fines de propaganda más o menos extremista. 
 
Sin duda, el general Berenguer hizo presente estas consideraciones al señor Sánchez Guerra, invitándole a un aplazamiento del acto público que se organizaba para el lunes, día 17, en el teatro de la Zarzuela ; y aún podemos añadir que el conde de Xauen expresó ante el señor Sánchez Guerra su vehemente deseo de que los partidos políticos se reorganicen y concluya la actual desorientación en que se encuentran; pero todo esto a su debido tiempo, sin precipitaciones y sin que el revuelo y el embarullamiento de tantos y tan encontradas opiniones e ideas pueda entorpecer la labor pacificadora que el Gobierno se propone realizar. 
 
Creemos, pues, que este asunto será tratado por el Consejo de ministros que hoy ha de celebrarse, y suponemos, es decir, afirmamos, que la conferencia del señor Sánchez Guerra ha quedado aplazada, sin fecha. La comisión organizadora del acto público en la Zarzuela la formaban los ex ministros. señores Bergamín, Piniés y Arrniñán, y los señores Zabala, marqués de Aledo, Castro (don Honorato), Eznarriaga y Barroso”.  
 
Manifestaciones del señor Sánchez Guerra 
 
“El Sol” publica las siguientes declaraciones del ex presidente del Consejo:  
 
“Por nuestra parte, hemos procurado celebrar una conferencia con el Sr. Sánchez Guerra, y en los breves minutos en que se ha desarrollado la entrevista, el ex jefe del partido conservador nos ha dicho lo siguiente: —En efecto: ha venido a verme el general Berenguer. 
 
La Comisión organizadora del acto en que yo había de pronunciar mi anunciado discurso había solicitado el oportuno permiso, y el general Berenguer ha tenido la bondad de visitarme para comunicarme su propósito, contrario, ciertamente, a la celebración de ese acto, al menos en la fecha anunciada. 
 
Estima el presidente —siguió diciéndonos el señor Sánchez Guerra— que el Gobierno no posee aun los elementos necesarios para poder atender, no ya a la autorización de mi conferencia, sino a las demás autorizaciones que para actos análogos habrían, sin duda, de ser presentadas. Por esta razón, el presidente ha dilatado la concesión del permiso para mi conferencia hasta que se sustituyan los Ayuntamientos, se nombren los gobernadores, y, en fin, hasta que el Gobierno tenga en su mano los suficientes elementos para hacer frente a todo género de peticiones en este sentido. 
 
Luego se ha referido a la reunión que el Gobierno ha de celebrar mañana, diciéndome que en este Consejo se estudiará el asunto. Naturalmente, yo he deducido —agregó el señor Sánchez Guerra— que esto era una fórmula, que le agradezco al general Berenguer; pero, desde luego, no espero que mañana salga modificado el criterio que él me ha expuesto con una gran sinceridad. Yo lo siento —siguió diciendo— porque la Comisión que está formada, como ustedes saben, aunque no la he visto completa en la Prensa, por los señores Bergamín, Piniés, Armiñán, Zabala, el marques de Aledo, Honorato Castro, Eznarriaga y Barroso, había realizado grandes trabajos para que el discurso pudiera ser escuchado a ser posible en toda España. 
 
Y esos trabajos tienen, naturalmente, que sufrir, un aplazamiento, cosa que me contraría ciertamente. Yo he expuesto al general que si esto era una negativa definitiva me pondría en el trance de meditar si había llegado el momento de celebrar ese acto fuera de España; pero el general me ha dicho que de ninguna manera, que yo hablaré y diré lo que necesite decir en mi conferencia o en mi discurso, puesto que para él no era problema el discurso, sino el no coincidir en la apreciación de la fecha.  
De manera que, al parecer —añadió el señor Sánchez Guerra— , se trata de una dilación, y así la he aceptado. 
 
Preguntamos al señor Sánchez Guerra si había hablado de alguna cuestión política con el general Berenguer, y nos dijo: —Sí, hemos hablado de los propósitos del Gobierno, de los actos ya ¡realizados, y yo me he permitido indicar que no iba todo lo rápidamente que fuera de desear hacia el restablecimiento de la normalidad constitucional. El presidente me ha dicho que han sentido las primeras preocupaciones por procurar la normalidad jurídica, y que en ese sentido creían haber avanzado de modo considerable. 
 
Así lo he reconocido yo, aunque me he permitido insinuarle también que la normalidad constitucional es uno de los puntos que necesitan abordar con mayor celeridad. Por lo demás —terminó diciéndonos el ex presidente del partido conservador— nuestra conversación se ha mantenido en tonos amables, muy cordiales, y el presidente me ha guardado todo género de deferencias, que yo le agradezco muy sinceramente'”.

El Mundo, 17 de febrero de 1930

Real decreto 
 
La disolución de la Asamblea Nacional

Esta mañana, ha firmado Su Majestad el Rey el siguiente Real decreto que aparecerá en la «Gaceta» del domingo, 16: 
 
EXPOSICION 
 
SEÑOR; La Asamblea Nacional que se organizara con, arreglo al decreto-Ley de 12 de septiembre de 1927, carece de toda misión en momentos, como los actuales, en que se aspira al restablecimiento de la normalidad constitucional del país, y en que se estima que no existe para ello otro camino que el del funcionamiento de los Poderes ordinarios del Estado. Si razones obvias obligaron a admitir de antemano dimisiones que con reiteración hubo, de presentar la Mesa de dicha Asamblea, cree el Gobierna que hoy, sin precipitaciones ni demoras, es llegado el instante de poner término a la actuación del organismo consultivo expresado.
















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