lunes, 7 de junio de 2021

14 de marzo de 1931 desde las páginas de "El Socialista"

(EL SOCIALISTA, sábado 14 de marzo de 1931)

MOMENTOS HISTÓRICOS

Ayer comenzó en Jaca el Consejo de guerra por los sucesos de diciembre

El fiscal pide cinco penas de muerte. 

Ante el Consejo de guerra

Ayer comenzó en Jaca el Consejo de guerra que ha de juzgar a los procesados por la sublevación de diciembre. España entera está pendiente desde ayer del curso de este proceso, que será, cualquiera que fuese su resultado, un proceso histórico. Y toda España también —no queremos que haya excepciones en esto—abriga un solo deseo: el que las penas que recaigan sean lo menos duras que puedan ser. En la petición del fiscal figuran cinco penas de muerte, que han llenado de angustia la sensibilidad nacional. ¡Cinco penas de muerte, cuando todavía no se han secado las lágrimas por el fusilamiento de los capitanes García Hernández y Galán ! El solo pensamiento de que pudiesen recaer ésas penas y hacerse efectivas, ha producido ya un estado general de inquietud que no cesará hasta que se conozcan las sentencias. Por el honor de todos hay que evitar que recaiga ni una sola condena de muerte.

Y no es que pidamos solamente clemencia, sino justicia. Además de que somos enemigos de la pena de muerte, entendemos que ningún juez puede firmar, en procesos como el que se está celebrando en Jaca, una sentencia de muerte. Un movimiento revolucionario es algo que sólo la Historia puede juzgar con criterio definitivo. Una revolución fracasada hoy, puede ser una revolución triunfante mañana; lo que hoy se condena, puede ser aplaudido al día siguiente. No hay verdades absolutas en política. Pero, además, cuando han transcurrido tres meses desde que se produjeron los sucesos, ¿qué sentido puede tener la aplicación de la pena de muerte, si no es un sentido de venganza, que repugna la sensibilidad más elemental, ¿Acaso se cree todavía en la ejemplaridad por medio del terror? Si es así, nos permitimos aconsejar a quienes en estas horas graves tienen la misión de juzgar, que repasen la Historia. El terror no evita las revoluciones, pero las alienta. Jamás se consiguió por el sistema de la represión, lo que no puede conseguirse más que por el sistema de la libertad. La voluntad de un pueblo no se dispersa con la ejecución, ni hay tribunal que pueda, por muy militar, que sea, que pueda ponerle cárceles a un sentimiento nacional.

No; no es hora de que hablen los fusiles otra vez. Es hora de que todos sientan la responsabilidad de unas condenas que serían, moralmente, una condenación histórica para quien se atreviera a firmarlas. Por encima de todos los códigos está la ley humana, que vale más que las leyes escritas por los hombres.

Las páginas de este número han sido revisadas por la censura.

Preparativos para el Consejo.

JACA, 12.—En estos días, señalados para la celebración del consejo de guerra, reina un tiempo malísimo,

No obstante las inclemencias de la temperatura, se advierte una extraordinaria animación de periodistas. 

Las autoridades, por su parte, se han cuidado de establecer un servicio de vigilancia a todo lujo, ejercido por grandes grupos de guardias civiles.

Está acordado que el consejo de guerra contra los militares encartados por negligencia se celebre el día 29 del actual. 

Se supone que las sesiones del consejo de los dos primeros días se dedicarán íntegras a la lectura del sumario, que consta de 2.125 folios.

El traslado de los procesados desde el cuartel de los Estudios, que es donde se encuentran, hasta el de la Victoria, que es donde se celebrará el consejo, se hará en camiones, que ocuparán por grupos, según jerarquías.

El consejo tendrá efecto en un dormitorio del cuartel de la Victoria que ha sido habilitado al efecto.

En el fuerte Rapitán se hallan. recluidos los militares ya condenados por el Consejo de guerra sumarísimo.

Los componentes del Consejo.—Otras noticias.

- JACA, 13.—Ayer llegaron el presidente y vocales del Consejo de guerra, generales Gómez Morato, Castro Vázquez, Lezcano Piedrahita y Luna Barba, y los suplentes señores Guerra Zabalo, general, y el coronel de caballería García Miravieja. De Huesca ha venido el general señor Rodríguez Arias, también. vocal.

En la Ciudadela se encuentran presos los cinco procesados a los que el fiscal supone que tuvieron mayor intervención en el movimiento republicano, y para los que solicita la pena de muerte. En la cárcel están, además, 13 detenidos, y en el cuartel de Estudios otros 70.

Ha entrado en un período de gran actividad el proceso que se sigue contra los jefes y oficiales del regimiento de Galicia y del batallón de La Palma, que no tomaron parte en los sucesos y están sometidos a proceso por negligencia.

El consejo contra los paisanos se celebrará en el mes de abril.

CONSTITUCIÓN DEL CONSEJO

Los procesados.

JACA, 13.—A las nueve de la mañana empezaron a llegar al cuartel de la Victoria los camiones que llevaban a los procesados. Los camiones iban vigilados por fuertes contingentes de la guardia civil. Las precauciones de vigilancia tomadas en las inmediaciones del cuartel eran verdaderamente excepcionales. Se advertía la presencia de numerosísimas fuerzas de la guardia civil y policía.

Al entrar en el patio los camiones, los fotógrafos tiraron algunas placas. El capitán Sediles, que iba en uno de los vehículos, saludó a los periodistas..

El sumario.—Los defensores.

A las nueve y media, un soldado llegó al cuartel con el sumario sobre los hombros. El sumario consta de ocho piezas, con 2.125 folios en total.

Los procesados esperan en un pabellón del piso alto, y los cinco para quienes se solicita la pena de muerte son instalados en otro pabellón independiente. Los periodistas consiguieron hablar con ellos desde las ventanas del pabellón.

Los procesados, al enterarse de que los representantes de la prensa allí presentes pertenecían a los periódicos de izquierda, prorrumpieron en vivas entusiastas a la prensa republicana y socialista, y manifestaron que se encuentran con el mismo espíritu revolucionario que al iniciarse el movímiento libertador del 12 de diciembre. 

Todos los procesados se encuentran en excelente situación de ánimo y revelan el alto espíritu de sus convicciones. 

Los defensores se reunieron en el patio. Conducidos por la guardia civil llegaron el doctor Jarue y un estudiante madrileño, citados para declarar. 

A las diez, llegaron los generales que han de formar el Consejo. Al rato se da la orden de entrada, y con muchos obstáculos se deja pasar a los representantes de la prensa. Entran después los procesados y se colocan en los bancos por orden de categorías. Por último entran los cinco procesados para quienes se pide la pena de muerte.

Empieza el consejo.—Las invitaciones han sido reducidísimas.

Al abrirse las puertas para que entre el público, sólo penetran algunos jefes y oficiales. No se han repartido invitaciones y asisten contados paisanos.

El Consejo se constituye en un dormitorio de tropa, donde se han instalado un estrado y una larga mesa, tras la que se sientan los generales que forman el Consejo. El fiscal, don Julio Requejo, se sienta aparte, tras una pequeña mesa.

El Consejo se constituye bajo la presidencia del general gobernador de Zaragoza, don Agustín Gómez Morato, y con los vocales general de división don Nicolás Rodríguez Arias, generales de brigada don Francisco Franco Baamonde, don José Castro Vázquez, don Arturo Lezcano Piedrahita y don Emilio Luna Barba. Como suplentes forman parte el general de brigada don Carlos Guerra Zabala y el coronel de caballería don Antonio García Polavieja. Actúa de vocal ponente el auditor de brigada don José Casado García.

A la izquierda del Consejo se sientan los defensores, que son: el teniente coronel don Ramón Olivares; los comandantes don Román Ayza Vargas, don Lorenzo Almarza, don José Suárez Llano y don Pedro Berdome; capitanes don Alejandro Mediavilla, don Félix Martínez, don Ramiro Pérez, don Pedro Martínez Falos, don José Vallés, don Mariano Bueno, don Francisco Alamán, don Manuel Torrente y don Enrique Domingo, y el teniente don Enrique Colás.

Detrás de las mesas de los defensores se colocan los periodistas, en tres filas de pupitres. Las paredes del local están cubiertas con telas rojas. En lo alto del testero han puesto un retrato del rey.

La bandera republicana.

Delante de la mesa presidencial es colocada la histórica enseña republicana que ondeó en el torreón principal del Ayuntamiento el día del movimiento revolucionario.

Lectura del sumario,

El juez militar permanente, comandante de infantería don Lorenzo Monclús, instructor de la causa, comienza la lectura del sumario. Empieza el sumario con la declaración del oficial de guardia en el cuartel de la Victoria la noche de los sucesos.

Desde las primeras páginas surge luminoso el glorioso nombre de Fermín Galán, que con toda gallardía se pone al frente del noble movimiento. Se refleja detalladamente el ambiente en que hervía el cuartel rebelde, la emoción ciudadana y liberal y los gritos entusiastas con que se proclamaba la fe en el nuevo régimen.

Las primeras declaraciones de los testigos relatan los tiroteos en las calles de Jaca, que determinaron las bajas de algunos números de la guardia civil y carabineros.

Declaraciones del capitán Mendoza y teniente Manzanares. 

Tiene gran interés la declaración prestada por el capitán de artillería don Eustaquio Mendoza, uno de los procesados, para quienes el fiscal pide la pena de muerte. 

Da cuenta de la llegada de las tropas a Ayerbe, movimiento de los rebeldes y los tiroteos con las tropas monárquicas, delante de las que iba el camión del general Las Heras. Dice que la vanguardia de las tropas revolucionarias se detuvieron ante dos automóviles en las proximidades de Anzanigo. 

De uno de ellos bajó el general Las Heras y preguntó quién era el jefe de la expedición. Se le contestó que el capitán Galán. Volvió a preguntar que quién mandaba la vanguardia,  y el procesado contestó que él. Entonces el general Las Heras empuñó una pistola y comenzó a tiros. Para defenderse, los soldados  hicieron fuego, causando la muerte a un capitán de la guardia civil y varias heridas al general. 

El teniente Manzanares dice que secundó el movimiento republicano por la unanimidad con que lo siguieron todos los oficiales. Refirió los movimientos de las fuerzas rebeldes y la intervención de elementos civiles, principalmente de los estudiantes.  Dice qué Galán aseguraba contar con que se sublevarían otras guarniciones y que el movimiento era de carácter general, con objeto de proclamar la República en toda España.

Un descanso.—Los polizontes se apoderan de una placa hecha al capitán Sediles

Siguen las declaraciones del teniente Martín y del Alférez Pablo García. Se lee después la declaración del teniente artillero Marín, y se suspende la sesión por quinte minutos.

Al llegar el capitán Sediles para presentarse ante el consejo de guerra, se asomó a una de las ventanas. Un fotógrafo aprovechó ese momento para tirar una placa; pero los numerosos polizontes que merodeaban por aquellos lugares se incautaron de ella.

Sigue la lectura del sumario. — Hace frío.

Continúa la lectura del sumario después del descanso. Comienza a llover por fuera y el frío es tan crudo, que es preciso entrar varios braseros para combatirlo.

La lectura del sumario es monótona y sin interés. Las declaraciones, de los oficiales son muy semejantes entre sí. Se refieren al admirable espíritu de unanimidad con que se proclamó la República.

Relatan la organización de las fuerzas que llegaron hasta Ayerbe, donde se uniéron a las que mandaba el capitán Galán. 

Declara el general Urruela. 

Se lee después la declaración del gobernador militar de la plaza, general Urruela. 

Dice que a las siete de la mañana del día 12 se hallaba durmiendo, cuando se le presentó el capitán Gallo, que le dijo -que se levantase sin pérdida de tiempo. Apresuradamente salió en zapatillas y cubierto con un gabán para ver lo que ocurría. 

Se encontró con el capitán Gallo y el teniente Manzanares, que empuñaban sendas pistolas e iban al mando de un cabo y catorce Soldados.

Le intimaron a rendirse por haber sido proclamada la República. A empujones lo sacaron de la ciudadela, donde se encontró con el teniente coronel Beorlegui, que había corrido la misma suerte que él e iba custodiado por varias parejas. 

Fueron conducidos al Ayuntamiento, donde quedaron prisioneros. Allí llevaron también a otros jefes y oficiales que no se adhirieron a la República. Ante ellos fue quemado un retrato del rey que había en el Ayuntamiento, por un grupo de paisanos armados, y vieron izar la bandera republicana. 

Lo que declaró el general Las Heras en su declaración, 

el difunto gobernador militar de Huesca dijo que por el telégrafo de Canfranc tuvo noticia de que algo extraño ocurría en Jaca, aunque en sus repetidas llamadas telefónicas se le dijo que no pasaba nada, al ver que no circulaban los trenes, y sospechando que sucedía algo grave, salió en automóvil para enterarse. En Ayerbe no pudo adquirir informes concretos y siguió su viaje hasta encontrarse con una avanzadilla de la columna rebelde.

Hace un relato minucioso del encuentro con la vanguardia de los sublevados, y de las órdenes que dió para hacer saber lo que ocurría al gobernador civil de Huesca y al capitán general de Zaragoza, después de muerto el capitán de la guardia civil y una vez que él emprendió la huida.

Declaración del Capitán Selices.

Es el primero de los procesados para quienes se pide pena de muerte.

Relata las conversaciones que tuvo con los capitanee García Hernández, Galán y Gallo. Todos estaban de acuerdo en contribuir a implantar una República española. El movimiento estaba dirigido por don Niceto Alcalá Zamora, Ramón Franco, Queipo de Llano y otros. Hace constar luego que el apoyo de las tropas se obtuvo con la mayor facilidad. 

Ante todo, quería evitarse la efusión de sangre. Describe el encuentro con las fuerzas leales del Gobierno en las cercanías de Huesca. Cree que los rebeldes eran unos 600 y afirma que no recibieron dinero de nadie, hasta el punto de que Galán dijo que había necesidad de tomarlo de las cajas de los regimientos, aunque luego se desistió del propósito.

Para evitar víctimas no quisieron hacer fuego contra las tropas del general Dolla. Galán envió a parlamentar a los capitanes Garcia Hernández y Salinas, diciéndoles que parlamentasen sólo con los capitanes, y que era necesario que no se derramase sangre, porque no era posible que se peleasen, soldados con soldados. Cuando esperaba la vuelta de los parlamentarios se vieron sorprendidos por un vivo fuego de ametralladoras, Entonces vino la desbandada. El y otros dos compañeros más marcharon en un auto. Estuvieron varios días escondidos en las inmediaciones de Ayerbe y luego en una casa de Anzanigo, hasta que fueron detenidos por la guardia civil.

Declaración del teniente Del Valle.

El teniente Marín del Valle habla en su declaración de las reuniones preparatorias del movimiento. Esas reuniones se celebraban en el cuarto del hotel donde se hospedaba Galán, y a ellas asistían García Hernández, Sediles y otros, conformes todos en ayudar a un movimiento revolucionario para implantar un régimen republicano en España.

Cuando estalló la rebelión, el teniente Del Valle se hizo cargo de las baterías, entregando después el mando a los capitanes Salinas y Anitúa. Este último se halla en Francia declarado en rebeldía.

Declaración del teniente López Mejías.

El teniente López Mejías se expresa en términos semejantes a los empleados por el teniente Del Valle.

Después de la declaración se suspende la sesión para continuarla a las cuatro de la tarde. 

Los procesados han comido en el cuartel. Todos ellos se muestran muy optimistas y poseídos de excelente espíritu.

SESIÓN DE LA TARDE

Continúa el consejo.

JACA, 13.—A las cuatro de la tarde continuó el consejo de guerra, prosiguiendo la lectura del apuntamiento con nuevos autos de procesamiento, algunos correspondientes. a los que están declarados en rebeldía.

Se leen también copias de las hojas de servicio de esos procesados, brillantísimas casi todas ellas.

Declaración del capitán Salinas.

El capitán don Luis Salinas, condenado ya a cadena perpetua, dice en su declaración que le unía una estrecha amistad al capitán Galán, al cual trató de disuadir del movimiento.

Relata el choque que tuvieron cerca de Huesca las fuerzas sublevadas con la columna del general Dolla, refiriéndose luego a su condena como consecuencia del consejo de guerra sumarísimo a raíz de los sucesos.

Por el carácter reservado de Galán no conoce detalles del plan que seguía el Comité revolucionario de Madrid.

Declaración del coronel de Galicia.

Don Miguel León, coronel del regimiento de Galicia, dice que el 11 de diciembre se encontraba enfermo.

Anteriormente había conversado con el capitán general de Zaragoza, señor Fernández Heredia, para solicitar su traslado a otro regimiento, advirtiéndole que entre la oficialidad del regimiento de Galicia había elementos republicanos. El día 12, al enterarse de lo ocurrido, solicitó del médico que le pusiera una inyección de aceite alcanforado para recobrar fuerzas y ocupar su puesto. Le visitó el teniente Muñiz, y en compañía suya salió a la calle para tratar de sofocar el movimiento. Después los detuvieron y los trasladaron, con otras personas, a la Casa consistorial.

Otras declaraciones.

Declara por segunda vez el teniente don Antonio Romero García y luego el comandante de estado mayor don Román Ayza. Declara también el teniente coronel de estado mayor don Esteban Martínez Mayéu, que relata la forma en que fue hecho prisionero por los sublevados y conducido a Ayerbe.

El teniente de la guardia civil señor Iñiguez relata la muerte del capitán de la guardia civil en el encuentro de Anzanigo.

Leídas estas declaraciones, se suspendió la vista para continuarla más tarde. 



A pesar de todo, con la revolución rusa 

Inutilidad de las tentativas del boicoteo soviético

Con los acentos de la mayor indignación, los conservadores franceses, belgas, ingleses y norteamericanos piden a coro que se cierre a la Unión Soviética la entrada al mercado mundial, que se adopten medidas de excepción contra el «dumping» soviético, escandaloso ataque al libre juego internacional; que en interés del propio pueblo ruso, sometido a la peor de las servidumbres, se proceda al embargo «de los productos del trabajo forzado».

Me guardaré muy bien de pretender que no haya un grano de verdad, hasta muchos granos de verdad, en las acusaciones que se lanzan sobre la dictadura político-económica que reina en Rusia.

El estatismo de la U. R. S. S. copia muchos de sus métodos del estatismo de guerra, y por amplia que sea la parte que se conceda, que se debe conceder, a las exageraciones, por lo menos sospechosas, de los tránsfugas del Guepeú, con todo, es desconcertante oír afirmar que se emplean, no ya millones, sino centenares de miles de personas en cortar madera en los bosques soviéticos.

Por otro lado, en lo que concierne al «dumping», dadas las dificultades enormes que el Estado soviético encuentra para procurarse por los medios normales moneda extranjera, sería asombroso que el monopolio del comercio exterior, la más formidable casa de comercio que el mundo ha conocido, no hubiera recurrido para algunos de sus artículos a las prácticas corrientes de los «truts» capitalistas, que lanzan al mercado exterior, por bajo del precio de coste, el exceso de su producción.

Igualmente, socialistas tales como Kausky, Marion, en «Las dos Rusias», y Laurat, en su notable estudio «La economía soviética», están plenamente fundados cuando denuncian los gravísimos abusos que se producen en los «campos de prisioneros», y, de un modo más general, los vicios orgánicos de un capitalismo de Estado, burocrático y policíaco, que los comunistas, lo mismo que sus adversarios burgueses, presentan erróneamente como una realización o un comienzo de realización del Socialismo.

Pero, por el contrario, si hay gentes que debieran tener el pudor de callarse cuando se trata

del «dumping» o del trabajo forzado, son precisamente los apologistas profesionales del régimen capitalista, los defensores oficiosos del imperialismo colonial, los beneficiarios de las empresas de publicidad del nuevo feudalismo agrario, industrial y financiero.

¿Manifiestan las mismas indignaciones cuando por todas partes, con gran refuerzo del proteccionismo, otros Estados practican el sistema de las primas a la exportación, el «dumping» no disimulado del centeno, del trigo, del carbón o del azúcar; los favores oficiales concedidos a la venta a bajo precio, en los mercados exteriores, del exceso de su producción nacional?

Y por lo referente al trabajo forzado, ¿proponían antaño embargar el algodón de los Estados esclavistas del Sur, el «caucho rojo» de Leopoldo II o el cobre de las minas zaristas de Siberia? ¿Propone hoy acaso cerrar la entrada al mercado mundial a productos coloniales que es notorio son obtenidos por medios coercitivos, directos o indirectos, que se declara ser indispensables para hacer comprender a los indígenas los beneficios de la santa ley del trabajo?

Recuérdese aquella frase ingeniosa y profunda de Anatole France: «Cuando se remueve un principio, se observa generalmente que hay algo debajo, y ese algo no es un principio».

Por debajo del humanitarismo capitalista que apela a la opinión en nombre de los grandes principios, para organizar el boicoteo económico de la U. R. S. S., hay evidentemente otra cosa: hay sencillamente la inquietud que inspira cada vez más a los partidarios del orden burgués el experimento formidable de economía sistematizada que en los momentos actuales se desarrolla en lo que con toda exactitud se ha llamado «la sexta parte del mundo».

Y no es, entiéndase bien, que las Instituciones del Estado soviético, con su centralización burocrática sofocante, abrumadora, que excluye toda libertad real, nos inspire a nosotros los socialistas nada que se parezca a la simpatía. No nos agrada más la economía hermética de la U. R. S. S, que esa otra economía también hermética de los Estados Unidos capitalistas, que se jactaba ayer todavía (hoy ya se ha desistido de ello) de asegurar a sus asalariados el privilegio de un nivel de vida superior cerrando implacablemente las fronteras no sólo a las mercancías, sino a los trabajadores de los demás países.

Monopolio del comercio exterior, estatismo hipertrofiado, supresión de hecho de toda autonomía cooperativa o sindical, industrialización a todo trance reduciendo, bajo la amenaza de las bayonetas, a las poblaciones obreras y campesinas a lo que es estrictamente indispensable para vivir, todo eso hace que el capitalismo de Estado de Stalin no sea más que una caricatura irrisoria del Socialismo en un país donde las condiciones previas del Socialismo están menos realizadas que en cualquier otro de Europa.

Pro sería un aspecto bien unilateral no ver otra cosa en el inmenso esfuerzo de construcción y de reconstrucción económica que en la actualidad se desarrolla en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. 

Desde el punto de vista mundial, desde el punto de vista de las relaciones entre la Rusia soviética y los Estados capitalistas, la cuestión, la gran cuestión, es saber si un país que dispone de riquezas naturales inmensas y que, bajo una mano férrea, se halla en camino de crearse un utillaje ultramoderno, puesto en marcha a la americana, está en situación de compensar y de exceder, gracias a esos dos factores y a la racionalización sistemática de su economía colectiva, la inferioridad cualitativa cierta de su mano de obra, y, por otro lado, la insuficiencia numérica, no menos cierta, de sus técnicos autóctonos o traídos de fuera.

Acerca de la respuesta que el próximo porvenir dé a esta pregunta pueden abrigarse bastantes dudas; pero es un hecho que al otro lado de los alambres espinosos en que las potencias capitalistas encierran a la U, R. S. S. se piensa cada día más que el plan quinquenal pudiera no ser una quimera y que en pocos años el capitalismo de Estado soviético tiene serias probabilidades de llegar a ser un factor particularmente temible en los campos de la competencia mundial. Ahí todo el secreto de los esfuerzos que se manifiestan en todas partes un poco, en los medios conservadores y reaccionarios, para boicotear, para «acasamatar», como dice M. Caillaux, a la U. R. S. S., para cerrarle el acceso a los mercados exteriores, para hacer fracasar, coligando todas las fuerzas del capitalismo internacional, el esfuerzo constructivo de la Rusia revolucionaria.

Las tentativas de intervención militar exterior, apoyando a los Koltchak, los Denikin y los Wrangel, terminaron por fracasos lamentables, y no tuvieron otro efecto que formar, frente a los emigrados y a los extranjeros, el bloque compacto del pueblo ruso, a quien la revolución ha dado una patria.

Hoy se intenta recurrir a otros medios. Para apreciar lo que valen bastaría ver la acogida que se hace a los proyectos de boicoteo de los Soviets en Alemania, en Italia, en la Inglaterra laborista y aun en los Estados Unidos de América, donde el puritanismo capitalista da el tono a las protestas sentimentales contra el trabajo forzado, mientras que Mr. Harsmian explota los yacimientos de manganeso georgiano, Mr. Ford crea un nuevo Detroit cerca de Nijni-Novgórod e ingenieros norteamericanos construyen la formidable central eléctrica del Dniéper. 

Pero no es desde el punto de vista de la ineficacia desde el que los socialistas, aun los más hostiles al bolchevismo, se oponen del modo más decidido a la práctica de boicotear, de «acasamatar» a la Rusia soviética.

Suponiendo que el boicoteo dé los resultados que sus promotores esperan de él, la catástrofe del plan quinquenal seria indudablemente la catástrofe política del régimen, pero esto sería en beneficio de una «reacción negra», cuyas consecuencias desastrosas no tardaría Europa en sentir.

Si, por el contrario, el esfuerzo de reconstrucción económica de la U. R. S. S, triunfa, aun parcialmente, tenemos la convicción profunda de que, por el hecho mismo del éxito, los obreros y los campesinos rusos se desharían rápidamente por su propio esfuerzo de un régimen de restricción, de terror y de dictadura, que ya no tendría ni sombra de excusa en argumentos de necesidad.

He aquí por qué estamos más que nunca con la Revolución rusa, a pesar de todo, por el restablecimiento de relaciones normales con la U. R. S. S. y en contra de una política que tiende a separar de la comunidad de las naciones a un pueblo de 160 millones de hombres.

Emilio VANDERVELDE


Consideraciones,

Liberalismo y Socialismo

Ciertos sociólogos a la violeta se dedican, con especial contentamiento, a la estéril tarea de pretender probar la supuesta contradicción entre liberalismo y socialismo. Lo más lamentable es que tan menguada labor no la realizan desinteresadamente. Si tal fuera su fin, serian disculpables, aunque ineficaces sus empeños. Lo hacen para desprestigiar al partido Socialista, cuya labor perseverante, abnegada e ininterrumpida de organización sindical de los trabajadores molesta a muchos falsos apologistas de la libertad, que desearían un proletariado desorganizado o anárquico, para mejor someterle a sus caprichos. 

Todas las inteligencias medianamente observadoras de las eternas luchas humanas por la justicia social, podrán percatarse de que no sólo no existe esa pretendida antítesis entre liberalismo y socialismo, sino que el uno y el otro han de ir unidos, sobre todo en lo porvenir; para que ambos pasen de la categoría de doctrinas filosófico-políticas a la de realidades.

Produce dolor ver atacar al Socialismo por hombres que se llaman de izquierda. Y a esa pena se une el asombro, cuando se escucha o se lee, como acusación suprema contra el partido socialista, su desdén por la libertad. ¿Qué entenderán estos señores por libertad?—es lo primero que ocurre preguntar—. Libertad individual sin justicia social es imposible. Por ser la libertad—y el autor del presente artículo lo ha defendido en estas columnas reiteradamente— la más alta prerrogativa de la humana naturaleza; por ser un crimen atropellarla o desconocerla, es preciso unirla a la independencia económica de todos y cada uno de los hombres, para que pueda tener efectividad, ya que tanto puede confiscar la libertad un dictador que asuma la fuerza política, como un terrateniente, un gran industrial o un usurero, que sean dueños de los medios económicos.

Por esto, el Socialismo, que lucha por la libertad económica de todos los hombres, forzosa e ineludiblemente tiene que hacer por la libertad política verdadera más que todas las escuelas puramente liberales juntas.

No puede haber oposición ni la más leve contradicción siquiera entre liberalismo y socialismo. Antes al contrario, son conceptos político-sociales que se complementan.

«Libertad sin justicia social—ha dicho Jaurès—es una libertad mutilada.» «La libertad—ha añadido Kautsky con evidente acierto—es concepto cambiante al través de la Historia, pero inmanente en su fin supremo: la liberación de los hombres de toda servidumbre política o económica.» ¡Qué gran sabiduría encierra, en bien pocas palabras, la transcrita opinión del ilustre socialista; alemán. La libertad, en sus modalidades históricas y contingentes, cambia con los tiempos.

Por ello, la libertad del siglo pasado hubo de concebirse como lucha contra la tiranía de los reyes y el despotismo, más o menos «ilustrado», de los gobernantes. «La libertad del siglo XX tiene que ser socialista, y lo será imtegralmente antes del final de la presente centuria. 

Podrá, y necio será negarlo, discreparse en el alcance o los detalles de las leyes sociales que se dicten, pero mente alguna moderna, con verdaderos anhelos de liberación para el pueblo, deja de admitir en su programa reivindicaciones socialistas. Por ello vemos la aparente incongruencia de que los partidos políticos más intransigentes, incluso conservadores, no se atreven a sostener ya que la propiedad privada pueda llegar al abuso antisocial, y hasta admiten la expropiación de los propietarios que no ya abusen, sino que tengan incultas sus propiedades, mientras los trabajadores de la comarca carecen de tierra que labrar. La expropiación forzosa por causa de utilidad pública es también, en cierta manera, un tributo rendido por el individualismo al socialismo, sacrificando el interés particular, aun hallándose investido del carácter, según muchos, «sagrado» de la propiedad, a las conveniencias generales. 

Discurriendo, pues, sensatamente se advierte con evidencia que la libertad evoluciona sin cesar a través de los tiempos. Por ello, el siglo XIX, que con notoria estupidez se ha permitido el grotesco León Daudet calificar de estúpido, al defender la libertad individual frente al absolutismo político, todavía imperante en muchos países, realizó una excelsa misión. Como la llevó a cabo, política y literariamente, el romanticismo, hoy vilipendiado por algunos cretinos de la intelectualidad contemporánea.

De igual modo, el siglo actual, para completar esa libertad política, que a fuerza de sangre conquistaron nuestros abuelos en el pasado siglo—y que sacrílegamente se permiten hoy impugnar los fascismos gobernantes—, organiza a los hombres en la gran falange socialista internacional, que ha de conquistar la libertad económica integral, realizando la definitiva emancipación humana, que convierta en hecho histórico la libertad integral de los hombres.

He aquí, pues, cómo, sin que sea paradoja, sólo puede llegarse a la verdadera libertad individual—en sus tres aspectos de política, económica y social—por el socialismo.

Queda probado que la organización socialista, lejos de destruir la libertad particular de cada ciudadano, es su más firme apoyo, su base inexcusable. Y sin el socialismo no hay libertad de hecho.

Decirle a un campesino «eres libre», pero negarle la independencia económica que le permita vivir, es simplemente hacerle objeto de un sarcasmo.

Todo esto lo previó ya Adolfo Thiers—que nada tuvo de socialista—, cuando en el Parlamento constituyente de 1871 dijo: «Uno de los más altos deberes de la República, hoy naciente, debe ser asegurar a cada francés la posibilidad de vivir sin depender de otro.» He ahí lo que no puede realizar más que el socialismo, aunque otra cosa piensen algunos sociólogos mercenarios.

J. SANCHEZ-RIVERA 


En el XLVIII aniversario de la muerte de Marx

El espíritu revolucionario de Marx

Marx era revolucionario, no sólo en el sentido teórico de la palabra, en el sentido de que representaba una nueva concepción social y fundaba teóricamente un nuevo orden económico, sino también en el sentido corriente de hombre decidido a la acción violenta, para la cual le servían de ejemplo las luchas de los primeros años de la Revolución francesa.

Percibía claramente el rugido revolucionario, que se dejaba oír en las profundidades de las masas populares. Los años durante los cuales acumuló en su espíritu los elementos de su nueva concepción social estaban saturados de una atmósfera revolucionaria: en 1842 vio Inglaterra la primera huelga de masas, que amenazó con transformarse en huelga general y tuvo un carácter político revolucionario; en 1843 y 1844 se creía en Inglaterra estar en vísperas de una revolución; en 1844 estalló la insurrección de los tejedores silesianos; en 1845 y 1846 se extendió el Socialismo rápidamente en Alemania y comenzaron a publicarse revistas socialistas en todos los centros industriales. En Francia pululaban los sistemas, las novelas y las publicaciones socialistas. 

En 1843, el publicista francés Luis Reybaud se lamentaba de que no pasara un solo día sin que el orden económico existente no fuese condenado en nombre de la literatura o de la ciencia, y que nadie se atreviera ya a defenderlo. («Estudios: sobre los reformadores», 1843.)

El espectro comunista apareció en Europa. A principios de 1847, Federico Guillermo IV convocó el Landtag alemán, convocatoria que fue comparada a la de los Estados generales franceses en 1789. La importancia de todos aquellos acontecimientos no podía escapárseles a pensadores perspicaces. y al mismo tiempo que se desarrollaba la industria, así como la construcción de los ferrocarriles y de los telégrafos, los periodos de prosperidad y de crisis económicas se sucedían rápidamente. La miseria aumentaba. Los obreros luchaban con energía, cada vez mayor, contra la ley de bronce de los salarios, contra los salarios miserables, que apenas permitían al proletariado sostener su existencia. 

En Inglaterra se decía: «Cuantas más fábricas hay, hay más miseria.» Pero se añadía: «Cuantos más derechos políticos adquieran las masas, más segura será la liberación.» Los que en aquella época vivían en Francia y en Inglaterra y se ocupaban de Socialismo, debían pensar necesariamente que se estaba en vísperas de grandes revoluciones políticas y sociales. 

Ya en su primera carta a Ruge, escrita en Holanda en Marzo de 1843, habla Marx de la Revolución inminente, y afirma, con estupefacción de Ruge, que el Gobierno de Federico Guillermo IV marcha delante de una Revolución. En aquella época apenas había comenzado Marx sus estudios socialistas, y cuanto más avanza en ellos y más perfecciona su dialéctica social y su teoría de la lucha de clases, más claro ve que la Revolución proletaria y la conquista del Poder por el proletariado son la condición indispensable de la victoria del comunismo. 

El Socialismo utópico se colocaba fuera del Estado y trataba de construir una Sociedad socialista aparte del Estado y, por decirlo así, a sus espaldas. El utopismo, con sus consideraciones éticorreligiosas y sus supervivencias medievales, tenía el desprecio al Estado, que caracterizaba a la iglesia católica en la época de su Esplendor.

Marx, por el contrario, que reconocía todos los factores reales de fuerza, veía en el Estado una potencia política que él trataba de transformar, convirtiéndola en instrumento eficaz al servicio de la Revolución social. Al penetrar más profundamente en el terreno de la vida política, y al estudiar el socialismo francés e inglés, Marx abandonó la teoría del Estado de Hégel y adoptó la del pensamiento occidental moderno; pero caracterizó al Estado, con arreglo a la enseñanza de la lucha de clases, como el Consejo de administración de las clases dominantes. 

Las impresiones, las concepciones, las experiencias y las ideas que arraigaron en el espíritu de Marx durante el periodo de formación de los principios generales de su sistema histórico y social, y dominaron el trabajo de toda su vida. 

El marxismo brotó naturalmente del suelo revolucionario de la primera mitad del siglo XIX. Marx no hizo más que completar y dar aplicación a las enseñanzas revolucionarias de su época. 

MAX BEAR («Carlos Marx, su vida y su obra») 

La Unión General de Trabajadores de Vizcaya a sus Secciones 

Teniendo en cuenta las características de la próxima contienda electoral, e identificados con las resoluciones adoptadas en reciente reunión por nuestro organismo nacional, y cumplimentando el mandato del último Pleno provincial, esta Comisión ejecutiva, de acuerdo con la Federación Socialista Vasconavarra, recomienda a todas sus Secciones se pongan al habla con las Agrupaciones Socialistas y, donde no las haya, con elementos republicanos, a fin de constituir en todos los pueblos de Vizcaya bloques antimonárquicos, que aseguren en las urnas el triunfo de las Izquierdas.

En todas las localidades, los Sindicatos y Sociedades adheridas a esta Unión General deberán ponerse de acuerdo para llevar representación a las Comisiones electorales e intervenir directamente en todas las labores que tengan relación con esta cuestión. 

En aquellos pueblos donde no exista Agrupación Socialista se podrán concertar inteligencias con las demás fuerzas de izquierda; pero, previamente, cada caso de éstos deberá consultarse con esta Comisión ejecutiva. 

Ninguna Sección podrá prestar apoyo a otras candidaturas que no sean las confeccionadas con la intervención de los delegados del Partido Socialista y Unión General de Trabajadores. Creemos que éste es el deber del proletariado vizcaíno en el presente momento histórico.

—Por la Comisión ejecutiva: el secretario, Santiago Aznar; el vicepresidente, Paulino Gómez. 




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