En el libro “Las riquezas de la tierra“, editado en Barcelona en 1940, su autor, el alemán Yuri Semjonow, desvela de forma amena la importancia de la pesca del arenque.
Para pescar arenques se necesita un mar que los contenga. Esta gran verdad se extiende a todos los demás peces marinos, los cuales, a su vez, tienen en los mares regiones de su preferencia. Para ellos lo mejor es un mar donde las profundidades no sean excesivas, no por miedo de ahogarse, sino porque en los parajes poco profundos donde se encuentra en mayores cantidades el llamado « plankton », acuden profusión de animalillos marinos y plantas flotantes que les sirven para su alimentación. Además, hay muchos peces que, en el período de la freza, se acercan mucho a la orilla ; incluso ciertas especies marinas entran en las desembocaduras de los ríos y, por amor a sus hijos, se deciden a desovar en un elemento tan impropio para ellos como es el agua dulce. Dondequiera que existen aquellos lugares ricos en plankton, allí se sienten los peces satisfechos; pero, para que su felicidad sea completa, precisa que la formación del plankton se vea favorablemente influida por el contacto de elementos contrapuestos: así, por ejemplo, la confluencia de corrientes cálidas y frías o la coincidencia de las aguas saladas del mar con las dulces, procedentes del interior de las tierras.
Sabido es que sería más apropiado denominar a nuestro Planeta un « globo acuático » que un «globo terráqueo », considerando que las aguas lo cubren en sus tres cuartas partes, emergiendo de ellas los continentes. Pero las orillas no descienden en todas partes a igual profundidad ; muchas de ellas están rodeadas de una « playa » que, con frecuencia, se prosigue, sumergida, hasta muy adentro del mar. En esas «riberas » submarinas, las llamadas « franjas litorales », hay, a su vez, regiones muy superficiales cuya profundidad no excede de 20 a 30 m. ; son los « bancos », tales como el que se encuentra en el centro del mar del Norte, por ejemplo.
Sobre una de esas franjas descansa, como sobre un zócalo, toda la parte septentrional de Europa y las islas Británicas ; una base similar sirve de sostén a Islandia, y este zócalo submarino une Inglaterra con el Continente por debajo de la superficie del mar del Norte, formando el suelo de los estrechos que separan las orillas alemana, danesa y sueca.
Ésa es, precisamente, la gran « pecera » europea, una de las tres que existen en el Globo y la más rica de todas. Allí el mar alimenta a centenares de miles de personas. ¿De qué vivirían los noruegos si sus fiordos no se viesen más concurridos por pescadores que por turistas? En las Lofoten, en el período que media entre enero y abril, son en número de 20.ooo a 30.000 los pescadores que se lanzan a la captura del bacalao. Antes de la guerra llegaban a 40.000.
A pesar de ser noruego hasta la médula, Knut Hamsun no nos ha dejado una auténtica novela de pescadores. No obstante, la mitad por lo menos de las declaraciones amorosas de sus personajes tienen lugar junto a un barril de arenques, y es muy corriente que la rapaza, en su confusión, tire del delantal sin darse cuenta de que una de sus puntas se empapa de salmuera. Por otra parte, esos barriles serán obra de alguien, y este alguien «obtiene su pan de mano del arenque », según se expresaba un día un orador en el Congreso de los pescadores noruegos.
Esa cita muestra que los pescadores no se distinguen por su habilidad oratoria, a diferencia de los vendedores de pescado ; circunstancia lamentable, por cuanto podrían narrarnos cosas interesantísimas, especialmente acerca del arenque. Empecemos diciendo que se trata de un pez sociable, que se mueve siempre en grandes masas, en bandadas o legiones ; así lo expresa ya su nombre desde los primeros tiempos del germanismo (Hering = arenque ; Heeren = ejércitos o legiones).
A menudo un grupo relativamente reducido se separa de la columna principal; de la profundidad sube repentinamente a la superficie una bandada, Aater la llaman los noruegos. Va rodeada constantemente de ballenas o, cuando menos, de delfines, y por encima revolotean, ávidas, verdaderas nubes de poéticas gaviotas.
Los pescadores saben que el Aater no es sino el heraldo de una « montaña de arenques ». Al aproximarse el período de freza, esos animales se acercan a los arrecifes. Desde gran distancia pueden verse los surtidores de las ballenas y los negros torpedos de los delfines rasgando la superficie del agua; en el centro, empero, el nivel del mar aparece liso del todo, y sólo unas burbujas van a estallar en él. Los arenques no nadan ya, sino que se están quedos, apretujados como en el barril. Al llegar casi a la superficie, el agua adquiere un brillo argénteo y bulle, cual si de sus entrañas fuera a surgir una montaña.
Las primeras noticias auténticas que poseemos acerca de la pesca del arenque proceden del siglo IX, época en que esta industria florecía ya en las costas de Noruega y Escocia. Ya entonces se había observado que esos peces acuden con toda regularidad a un lugar determinado, para desaparecer después súbitamente y reaparecer en otro. Como consecuencia de esta actitud, las regiones costeras eran pobres o ricas, arruinábanse ciudades que vivían de la pesca, y muchos campesinos abandonaban sus aldeas. Más de una vez Bergen hubo de sufrir los efectos de esta volubilidad de los arenques. A principios del siglo XVI el comercio llegó en aquella ciudad a un esplendor nunca alcanzado hasta entonces ; la última campaña tuvo lugar en 1567 ; pero cuando al año siguiente los pescadores volvieron a hacerse a la mar, regresaron con las embarcaciones vacías. Hasta el siglo XVII no reaparecieron los arenques ; luego, a fines del siglo XVIII, hubo otro período improductivo.
Durante los siglos XIII y XIV los arenques visitaron indefectiblemente las costas meridionales de Suecia, circunstancia que enriqueció no solamente a aquellas comarcas, sino también a la Hansa, dedicada a un gran comercio de este pescado. Llevó las redadas suecas y noruegas a Naugard (Novgorod), y el nombre ruso del arenque, seldj, viene de la palabra noruega sild.
En el curso de los siglos XV y XVI los arenques manifestaron sus preferencias por las costas holandesas. Éste fue el período del crecimiento y desarrollo del poder marítimo de los Países Bajos, los cuales llegaron incluso a obligar a los ingleses a permitirles la pesca en aguas británicas.
En tiempo de las flotas veleras, el hombre era, en el mar, más importante que la técnica. Ya entonces los Gobiernos favorecían a conciencia la pesca, considerándola como una escuela en la que debía formarse un cuerpo de marinos especializados. En Francia el servicio militar general obligatorio fue implantado por la Revolución ; pero ya desde mucho tiempo antes se hallaba en vigor entre los pescadores. Uno de los almirantes de Jacobo I decía : «It is the fish taken upon His Majesty's coast», es decir : «Es el pez quien se ha encargado de la guarda de las costas de Su Majestad». Habría podido decir : el arenque, ya que éste, entonces como ahora, era el más importante de los peces de la Europa septentrional.
El hecho de que en el siglo XVI la flota inglesa fuera a la zaga de la holandesa, debe atribuirse ante todo a la escasa importancia de la pesca británica. Cuando en el Norte de Europa se produjo la Reforma, el hecho provocó en Inglaterra especulaciones desde el punto de vista de la pesca; la demanda de pescado iba a disminuir, pensaban los ingleses. Y mientras unos esperaban la decadencia de las pesquerías en los demás Estados, otros la temían por los británicos.
Pero la Reforma no disminuyó sino en proporciones mínimas el consumo de pescado. A la sazón éste constituía ya un importante artículo de alimentación para las clases pobres, y así, a pesar del cisma, las gentes siguieron «ayunando». Y mientras el Gobierno inglés tomaba medidas encaminadas a proteger a los pescadores, he aquí que los arenques empezaron a mostrar claramente su simpatía por este pueblo. A partir del siglo XVIII no dejaron de presentarse en las costas escocesas.
En cambio, su conducta con los suecos era realmente antojadiza. Tan pronto aparecían en la porción de costa comprendida entre Strömstad y el län de Gotemburgo-Bohus como se eclipsaban de ella. Desde los años 1748 a 1808 los arenques acudieron en tropel ; fué tiempo de gran prosperidad para Bohus y Gotemburgo. Luego, de repente, desaparecieron de aquella costa, pasando de largo. La floreciente provincia se despobló y su población quedó arruinada.
¡Qué alegría para Bohus cuando, en 1877, los arenques acudieron de nuevo! « ¡No, son buenos chicos! », decían los pescadores ; « se habrían incomodado por algo, pero ya les pasó el enojo ». Y se apresuraron a capturar a sus amigos.
El mar del Norte es el más animado del mundo, no solamente en tráfico comercial, sino también por la cantidad de los peces que lo pueblan. Véanse, si no, las cifras siguientes : por kilómetro cuadrado corresponde al canal de la Mancha un rendimiento anual de 580 kg. de pescado ; al Mediterráneo 890 kg., y al mar del Norte 3.500 kg. Para poder arrancar a las aguas tal riqueza, es preciso que todos los pescadores de aquellas costas aúnen sus esfuerzos. Pero los pescadores no llegan sólo de las tierras cercanas ; hoy la «pesca costera » no tiene ya gran importancia, puesto que las capturas realizadas dentro de una zona que no dista más de 3 millas de la costa son pobres. Esta zona se estableció en otros tiempos porque era aproximadamente el alcance de las baterías de costa, bajo cuya protección podían los pescadores dedicarse a sus actividades propias. Más allá, la alta mar, era dominio común ; de ahí que en el mar del Norte exista, desde hace ya largo tiempo, una «pesquería internacional ». Ingleses y escoceses, alemanes, noruegos, suecos, holandeses, daneses, franceses, belgas e incluso españoles, navegan por aquellos parajes semanas y semanas sin tocar a puerto alguno, formando una comunidad de pueblos flotantes, con sus almacenes, su «policía de tráfico» y sus templos.
Esta población flotante del mar del Norte no cuenta con menos de 150.000 a 160.000 almas, la mitad de las cuales son escoceses e ingleses ; hay unos 20.000 alemanes y otros tantos holandeses. Aunque los derechos son idénticos para todos los pescadores, los peces prefieren la región occidental del mar del Norte, especialmente los más importantes entre ellos, los arenques. Pero también la caterva de bacalaos, besugos, barbadas, lenguados, caballas y tantos otros, se desplazan, en el curso del verano, desde las islas Shetland hacia el Sur. La pesca principal se realiza en el banco del Dogger. Podemos estar satisfechos de que el encuentro entre las flotas alemana e inglesa en 1915 tuviera efecto en una época en que la estación pesquera había terminado ya. El acontecimiento se produjo el 24 de enero, cuando los arenques se encontraban ya en el canal. Si hubiesen debido participar siquiera una sola vez en una batalla naval, es probable que hubieran perdido las ganas de dejarse ver nunca más por aquellos parajes.
Por lo que afecta a los arenques, la costa alemana se encuentra en situación desventajosa ; en cambio, los ingleses y escoceses puede decirse que no han de hacer otra cosa que alargar el brazo ; para ellos se trata casi de «pesca de cabotaje ». También de los holandeses y belgas cabe decir que tienen los arenques junto a sus puertas, mientras que para los alemanes la pesca de este animal es siempre de « alta mar». Se comprende, pues, que los ingleses y escoceses se queden con el 60 % de los rendimientos.
“El mar que nos rodea“ es un cautivador estudio acerca del proceso de formación de los océanos, a la vez que un alegato en favor de su conservación. Escrito en 1951 por Rachel Carson, considerada como una de las pioneras de la ecología, el libro estuvo en la lista de los más vendidos del New York Times durante un año y medio y ha sido una de las obras que contribuyó a iniciar una conciencia social ecológica. En él podemos leer, entre otras cosas, de como las variaciones en la trayectoria e intensidad de las corrientes marinas, pueden modificar el clima y el comportamiento de las especies animales que en él viven, como es el caso de los arenques.
Rachel Carson (1907-1964) está considerada como una de las pioneras de la ecología. Dotada de la rara habilidad de conjugar el rigor científico con una prosa sugestiva y envolvente, sus libros pulsaron la conciencia de millones de ciudadanos y constituyeron un verdadero acontecimiento editorial. Aunque escrita hace medio siglo, su obra no ha perdido ni un ápice de vigencia, y el tiempo ha confirmado sus predicciones.
En su libro “Primavera Silenciosa“, de 1962, Rachel Carson exponía todos los peligros ecológicos derivados de la utilización del DDT, llegando a alegar incluso que acabarían desapareciendo todos los pájaros del mundo si se seguía usando ese insecticida. A raíz de ello, la Agencia de Protección Medioambiental de EE.UU. (EPA) prohibiría el DDT en 1972.
Así, día tras día, estación tras estación, el océano regula los climas del mundo. ¿Es también el océano el que provoca los cambios climáticos de período largo que sabemos se han producido a través de la dilatada historia de la Tierra, en la que han alternado períodos cálidos y fríos, de sequía y de intensas precipitaciones? Así lo sostiene una teoría muy interesante. Esta teoría relaciona las grandes y ocultas fosas del océano con las modificaciones cíclicas de clima y sus relaciones con la historia de la humanidad. Esta interpretación se debe al distinguido oceanógrafo sueco Otto Pettersson, que, después de vivir cerca de un siglo, murió en 1941.
En numerosos escritos, Pettersson ha expuesto los diferentes aspectos de su teoría. Muchos de sus colegas científicos quedaron impresionados por ella y fueron sus paladines, mientras que otros dudaron de ella. En los días en que fue formulada pocos hombres podían darse cuenta de la dinámica del mar en lo que se refiere a los movimientos de las aguas profundas. Actualmente esta teoría ha vuelto a ser revisada a la luz de los nuevos datos de la Oceanografía y de la Meteorología modernas, y hace poco C. E. P. Brooks decía: «Parece que hay razones que apoyan la teoría de Pettersson y también la interpretación de la actividad solar, en relación con las variaciones climatológicas producidas desde unos 3.000 años a.C, las cuales pueden ser debidas en gran parte a estos dos factores ».
Examinar la teoría de Pettersson es como asistir a una representación dramática de la historia humana, en que hombres y pueblos están dominados por fuerzas elementales cuya naturaleza nunca comprendieron y cuya existencia nunca reconocieron. La obra de Pettersson fue quizá consecuencia natural de las circunstancias de su vida. Nació (y también murió noventa y tres años más tarde) en las costas del Báltico, un mar de hidrografía compleja y maravillosa. En su laboratorio, situado en lo alto de un escarpado acantilado que domina las aguas profundas del fiordo de Gulmar, los aparatos registraron extraños fenómenos en las profundidades de esta entrada al mar Báltico. Cuando las aguas atlánticas tratan de entrar en este mar interior, se hunden y dejan que las masas de agua superficiales del Báltico, más dulces, salgan hacia fuera, por encima de ellas; y en los niveles profundos, donde se ponen en contacto el agua salada y la dulce, se origina una superficie de discontinuidad, semejante en cierto modo a la superficie que separa el agua del aire. Todos los días los aparatos de Pettersson registraban un movimiento ondulatorio en esa capa profunda, resultado de la presión ejercida por las grandes olas submarinas, verdaderas montañas de agua. Este movimiento que era más intenso cada 12 horas y se debilitaba durante el intervalo que mediaba entre dos máximos sucesivos de intensidad. Pettersson estableció pronto una relación entre estas oleadas u olas submarinas y las mareas, por lo que las denominó «olas lunares»; con gran ingenio midió su altura y averiguó la hora de sus pulsaciones durante meses y años, lo que evidenció de una manera muy clara su relación con los ciclos cambiantes de las mareas.
Algunas de estas olas profundas que penetraban en el fiordo de Gulmar eran gigantescas, de cerca de 30 metros de altura. Pettersson creía que se forman por el choque de la ola oceánica de marea con las cordilleras submarinas del norte del Atlántico, y que, como las aguas que se mueven por la atracción del Sol y de la Luna a niveles profundos del mar, se rompen y vierten en montañas de agua muy salada que penetran en los fiordos y en las ensenadas de la costa.
De las olas submarinas de marea, el pensamiento de Pettersson pasó lógicamente a otro problema: las condiciones variables de la pesca del arenque en Suecia. Su ciudad natal de Bohuslan fue uno de los lugares en donde estuvieron emplazadas las grandes pesquerías hanseáticas de arenques que tanta importancia alcanzaron en la Edad Media. Durante los siglos XIII, XIV y XV, estas grandes pesquerías estaban establecidas en el Sund y en los Belts, las angostas entradas al Báltico. Las ciudades de Skanor y Falsterbo conocieron una prosperidad inaudita, porque parecía que el plateado poblador del mar representaba una riqueza inagotable. Tiempo después, de un modo repentino, su pesca se acabó, porque el arenque se retiró hacia el mar del Norte y no volvió a franquear las entradas del Báltico, enriqueciendo así a Holanda y empobreciendo a Suecia. ¿Por qué dejó de acudir el arenque a las aguas bálticas? Pettersson creía saberlo, y la razón que dio estaba íntimamente relacionada con la aguja registradora de su laboratorio, que trazaba sobre un tambor giratorio los movimientos de las olas submarinas profundas del fiordo de Gulmar.
Sus investigaciones le permitieron descubrir que las olas submarinas varían en altura y fuerza al modificarse la acción lunar y solar, que son las causas de las mareas. Mediante cálculos astronómicos, averiguó que las mareas debieron alcanzar su mayor intensidad durante los últimos siglos de la Edad Media, precisamente los siglos en que floreció la pesca del arenque en el Báltico. El Sol, la Luna y la Tierra ocupaban tal posición en el momento del solsticio de invierno, que ejercían sobre el mar la máxima atracción posible. Sólo cada dieciocho siglos aproximadamente se hallan estos astros en esa posición relativa especial. Pero en ese período de la Edad Media, las grandes olas submarinas presionaban con fuerza no habitual y forzaban la entrada de los angostos pasos del Báltico, y con estas «montañas de agua» impulsadas por los astros, entraban también los bancos de arenques. Más tarde, cuando las mareas fueron menos intensas, el arenque no entró en el Báltico, y permaneció en el mar del Norte.
Más tarde Pettersson se dio cuenta de otro hecho de gran importancia: que los siglos de grandes mareas habían coincidido con «hechos impresionantes e inusitados» en la Naturaleza. Los hielos polares bloquearon gran parte del Atlántico Norte. Las costas del mar del Norte y del mar Báltico fueron azotadas por intensos temporales que las inundaron. Los inviernos fueron «crudos como nunca» y a consecuencia de los rigores del clima ocurrieron convulsiones políticas y económicas en todas las regiones habitadas de la tierra. ¿Pudo haber alguna relación entre estos hechos y los movimientos de las montañas invisibles submarinas? ¿Influirían las mareas profundas en la vida de los hombres como en la de los arenques?
A partir del germen de esta concepción, el claro y penetrante talento de Pettersson elaboró su teoría de las modificaciones del clima, que dio a conocer en 1912 en una publicación extraordinariamente interesante, titulada Cambios de clima en la época histórica y en la prehistórica (Climatic Variations in the Historic and Prehistoric Time). Reuniendo argumentos y datos científicos, históricos y literarios, evidenció que existen períodos sucesivos de climas suaves y rigurosos que corresponden a los largos ciclos de las mareas oceánicas. El período más próximo de mareas de máxima intensidad en el mundo y de clima más riguroso corresponde al año 1433, aproximadamente, aunque sus efectos se sintieron durante varios siglos anteriores y posteriores a este año. Las mareas menos intensas tuvieron lugar hacia el año 550 y volverán a producirse hacia el año 2400.
Bill Bryson en “Una breve historia de casi todo“ analiza muchos aspectos del conocimiento científico, entre otros el de la riqueza pesquera y su perdurabilidad en el tiempo.
En 1995, unos 37.000 buques pesqueros de tamaño industrial, más un millón de embarcaciones más pequeñas, capturaban el doble que veinticinco años antes. Los arrastreros son hoy en algunos casos tan grandes como cruceros y arrastran redes de tal tamaño que podría caber en una de ellas una docena de reactores Jumbo. Algunos emplean incluso aviones localizadores para detectar desde el aire los bancos de peces. Se calcula que, aproximadamente, una cuarta parte de cada red que se iza contiene peces que no pueden llevarse a tierra por ser demasiado pequeños, por no ser del tipo adecuado o porque se han capturado fuera de temporada. Como explicaba un observador en The Economist: «Aún estamos en la era de las tinieblas. Nos limitamos a arrojar una red y esperar a ver qué sale». De esas capturas no deseadas tal vez vuelvan a echarse al mar, cada año, unos 22 millones de toneladas, sobre todo en forma de cadáveres. Por cada kilo de camarones que se captura, se destruyen cuatro de peces y otras criaturas marinas.
Grandes zonas del lecho del mar del Norte se dejan limpias mediante redes de manga hasta siete veces al año, un grado de perturbación que ningún otro sistema puede soportar. Se están sobreexplotando dos tercios de las especies del mar del Norte como mínimo, según numerosas estimaciones. Las cosas no estan mejor al otro lado del Atlántico. El hipogloso era en otros tiempos tan abundante en las costa de Nueva Inglaterra que un barco podía pescar hasta 8.000 kilos al día. Ahora, el hipogloso casi se ha extinguido en la costa noreste de Estados Unidos.
Pero no hay nada comparable al destino del bacalao. A finales del siglo XV, el explorador John Cabot encontró bacalao en cantidades increíbles en los bancos orientales de Norteamérica, zonas de aguas poco profundas muy atractivas para los peces que se alimentan en el lecho del mar, como el bacalao. Había tantos bacalaos, según el asombrado Cabor, que los marineros los recogían en cestos. Algunos bancos eran inmensos. Georges Banks, en la costa de Massachusetts, es mayor que el estado con que linda. El de Grand Bank, de la costa de Terranova, es todavía mayor y estuvo durante siglos siempre lleno de bacalao. Se creía que eran bancos inagotables. Sin embargo, se trataba, por supuesto, de cualquier otra cosa menos eso.
En 1960 se calculaba que el número de ejemplares de bacalao que desovaban en el Atlántico Norte había disminuido en 1,6 millones de toneladas. En 1990, la disminución había alcanzado la cantidad de 22.000 toneladas. El bacalao se había extinguido a escala comercial. «Los pescadores —escribió Mark Kurlansky en su fascinante historia El Bacalao— lo habían capturado todo. » El bacalao puede haber perdido el Atlántico Occidental para siempre. En 1992 se paralizó por completo su pesca en Grand Bank, pero en el otoño del año 2002, según un informe de Nature, aún no se habían recuperado las reservas. Kurlansky explica que el pescado de los filetes de pescado o de los palitos de pescado era en principio de bacalao, pero luego se sustituyó por el abadejo, más tarde por el salmón y últimamente por el polaquio del Pacífico. En la actualidad, comenta escuetamente: «Pescado es cualquier cosa que quede».
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