En el libro "La Guerra Hispano-Americana LA HABANA Influencia de las plazas de guerra", Severo Gómez Núñez, Imprenta del cuerpo de artillería, Madrid 1900, se da buena cuenta de los intentos de fortificar la isla ante la amenaza de invasión norteamericana.
La falta de plan fijo y de dirección firme que caracteriza las cosas de España, hizo que empezase a mirarse con menosprecio la defensa de la isla, y como coincidiese con ese retroceso militar el perfeccionamiento de la artillería, que en pocos años sufrió radical cambio, resultó, que al estallar la guerra separatista de 1868, aquella formidable plaza de la Habana empezaba a declinar, y, algunos años después, no podía pensarse que sirvieran para nada de provecho los cañones de bronce anticuados que armaban sus baterías y la naturaleza misma de las obras, compuestas de mamposterías al descubierto, poco propicias para resistir el combate contra buques bien armados de cañones de buen alcance y poder. Nadie se preocupó, durante aquella larga guerra, de la defensa del litoral ni de que teníamos en los Estados-Unidos un enemigo tenaz que algún día nos había de atacar, hasta que, en 1873, ocurrió el apresamiento del Virginia: y con él la justa y ejemplar ejecución de sus tripulantes, que dió origen á barruntar peligros de guerra con la gran República americana.
De prisa y corriendo, nos vendió Krupp á alto precio, seis cañones de acero de 28 cm., que eran la última palabra de la industria militar, y que, con no muy sobradas municiones, costaron 600.000 duros. Tres de ellos, se montaron pronto, en medianas condiciones, á barlovento del castillo del Morro, en la batería de Velasco. A los otros tres no les llegó la suerte: el peligro de conflicto con los Estados-Unidos desapareció por el momento y en seguida faltó dinero para montarlos, y, arrinconados, sobre polines, en el patio de la batería de la Reina, durmieran el sueño eterno, á no haber llegado otro nuevo amago de peligro, al que dio lugar el conflicto de las Carolinas. Entonces, se dieron órdenes y recursos á raja tabla. para establecer en la batería de Santa Clara los tres cañones Krupp de 28 cm., se inició una suscripción nacional para arbitrar fondos, y los artilleros se multiplicaron, como saben hacerlo, improvisándolo todo: cábrias, vía férrea para el transporte, medios de arrastre, para el cual se emplearon las máquinas de vapor dedicadas al arreglo de las calles á guisa de locomotoras-carreteras, consiguiendo al cabo de algunos meses tener montadas las tres piezas. Si la guerra hubiera estallado, á buen seguro que el enemigo no diera tiempo de hacerlo, pese a la actividad asombrosa con que se procedió, porque hay que decir muy claro, que el artillado y la fortificación de las costas no son faenas en las que es posible correr, ni menos pueden improvisarse. Esos trabajos necesitan abordarse en tiempo de paz, con calma y método, porque requieren larga labor y gran instrucción técnico-práctica si han de responder al fin a que se dedican.
Así lo comprenden las naciones que se preocupan de poner su suelo al abrigo de los ataques del exterior.
Bien que mal, quedaron, pues, al finar el año 1885, en disposición de hacer fuego, seis cañones de acero Krupp de 28 cm., de ellos tres en la batería de Velasco y tres en la de Santa Clara. Puede decirse que esa era la única defensa que poseía la Habana entonces, porque las demás fortalezas seguían con sus morteros y sus cañones de bronce antiguos, amén de algunos obuses de hierro rayados de 21 cm. (Elorza), piezas perfectamente inútiles para el combate contra las escuadras extranjeras.
Parecía natural, que , después de sufrir esos dos amagos de ataque, al que dió lugar el Virginia: y el de las Carolinas, y habiéndose evidenciado la deficiencia de la defensa de la Habana y la necesidad de mejorarla, no se diese tregua á la actividad hasta conseguirlo; pero, entre nosotros, suceden las cosas al revés de como deben ser, y, pasado nuevamente el peligro, todo quedó en suspenso, así en lo que se refiere á fortificación como al artillado: los créditos para personal y material de Artillería é Ingenieros se fueron mermando cada vez más, dejándolos reducidos a lo indispensable para una mala conservación de lo que existía, y llegó la guerra separatista del 95 sin que nada hubiera turbado esa dulce calma, porque las lamentaciones oficiales que de vez en cuando lanzaban artilleros é ingenieros perdíanse en el vacío.
Locomóvil similar al utilizado en el montaje de cañones.
Cierto es que á la vez sufría tajos y mandobles el ejército todo de la isla.
Ese era el estado de la defensa cuando á Cuba llegó el General Martínez Campos.
Lo que sucedió después resulta tan gráfico y curioso que bien merece que lo describamos con algún detalle, aunque no lleguemos a darle todo el color subido de la realidad , siquiera para ver si se consigue que sirva de enseñanza y toque al corazón de los actuales enemigos de la defensa nacional.
Antes de que el General Martínez Campos tomase acuerdos decisivos, no dejó de haber otros que hicieran esfuerzos por que la defensa de la isla saliera del statu quo. Realmente, nunca faltaron buenos deseos, traducidos en trabajos y estudios, cual los que en 1874 realizó el entonces Coronel de Ingenieros, hoy ilustre Teniente General don Rafael Cerero, que comprendían todo un plan notable de defensa de la isla, y especialmente el proyecto completo de fortificación marítima y terrestre de la Habana: más tarde, en tiempo del General Salamanca, una comisión de Jefes y Oficiales de Artillería, Ingenieros, Estado Mayor y Marina recorrió á bordo de un cañonero el litoral, deteniéndose en los puertos principales y haciendo el estudio de su defensa: después, al iniciarse el mando del General Polavieja, funcionó otra comisión magna que encaminaba sus trabajos al mismo fin.
En El Eco Militar, de la Habana, que dirigía el Coronel de Estado Mayor D. Emilio Arjona, apareció por entonces una larga serie de artículos, redactados por el que esto escribe, demostrando que, en cinco años, consignando tan sólo 500.000 pesos cada presupuesto, podían quedar defendidos y convenientemente artillados con cañones modernos los seis puertos principales de la isla, ó sea Habana, Cienfuegos, Matanzas, Guantánamo, Santiago de Cuba y Nipe. Nadie hizo caso de esas advertencias. La cuestión era reducir, y reducir sin tasa, los presupuestos de guerra.
Por manera que tales impulsos de los Capitanes Generales de la isla, no pasaron nunca de proyectos, porque las impuestas economías desmochaban cuanto tendiera a ponerlos en práctica: profesábase acaso la teoría de que no podíamos tener por allí más enemigo exterior que los Estados-Unidos, éstos no habrían de atacarnos sino cuando tuviéramos guerra interior encarnizada, y en ese caso, toda esperanza de nuestra parte resultaba ilusoria, y, por lo tanto, no se necesitaban las defensas de los puertos. Los que así pudieron pensar decían: Para la guerra contra los insurrectos del interior no necesitamos fortificaciones costeras, porque ellos no tienen medios de atacarnos por mar, y si logran enredarnos en guerra con los yankees á la par que la isla “esta' insurreccionada, no podríamos sostenernos con los dos enemigos interior y exterior, y sobran,"por tanto, las fortificaciones.
Desde luego se ocurre que así no se puede discurrir en el terreno puramente militar, porque cabe argüir, que los Estados-Unidos se hubieran abstenido tanto más de mezclarse en nuestros asuntos cuanto mayores dificultades hubieran visto para su empresa, y la dificultad estaba, en este caso, representada por nuestras plazas marítimas, si las hubiéramos tenido bien artilladas, y por nuestra escuadra: hoy que la triste realidad nos demuestra que no teníamos escuadra, pueden afianzar su argumento los partidarios de esa teoría, que para abrigarla, tendrían además en cuenta, otros datos de orden político que señalaban fatalmente el próximo fin de nuestra dominación en Cuba, debido á los errores, a los fracasos y a los abusos que facilitaban á los Estados-Unidos el ir tranquilamente echando los jalones de su futura dominación.
No podemos participar de la tendencia que tal teoría establece, tendencia que no pasó del terreno conjetural, pues entendemos que la dificultad esencial con que tropezaban los planes de defensa, era la falta de crédito para realizarlos, ó mejor dicho, la resistencia á concederlos, resistencia que también alcanzaba al ejército activo, mermado de presupuesto en presupuesto, en forma despiadada.
Entre otros expedientes a los que se acudió, citaremos el de obligar a los Cuerpos a rebajar forzosamente una parte de su fuerza. El espectáculo era feroz: al soldado se le ponía a la puerta del cuartel para que buscase por si trabajo. Se le arrojaba, en fin, por ley del presupuesto, del cuartel, su casa, sin siquiera devolverlo á España. ¡Cuántos hemos visto en las calles de la Habana pidiendo limosna, y otros en el campo, andrajosos y míseros, pordiosear colocación de ingenio en ingenio!.…
Nunca hemos podido comprender la razón de ese sistema de economías, que desprestigiaba al ejército, en un país ya de por sí hostil. Y negando dinero los Gobiernos para sostener al soldado, cómo iban a darlo para comprar cañones y construir baterías?
Tal era el estado de la cuestión cuando en 1895 llegó a Cuba el General Martínez Campos, substituyendo al General Calleja en el mando superior civil de la isla y en el del ejército que peleaba contra los insurrectos.
Es por demás curiosa la forma en que arrancó el impulso para la defensa; y por si pudiera servir de enseñanza, ya que en ese caso dió resultado práctico, creemos llenar un deber dedicándole alguna mayor explicación.
Era Comandante general de Artillería D. José Lachambre, cuando en 18 de Septiembre de 1895 puso al Capitán general una comunicación en la que, poco más ó menos, manifestaba, que aun cuando los Comandantes Generales de Artillería, que le habian precedido en el cargo, habían llamado la atención acerca de la situación poco satisfactoria en que se encontraba el artillado de las plazas de la costa, en vista de los peligros que se avecinaban; lo hacia a su vez, porque habiéndose ordenado de Real orden el estudio de la defensa de la boca del puerto de la Habana con torpedos automóviles, eso revelaba la tendencia a poner aquella plaza en estado de resistir y rechazar algún ataque, puesto que la defensa por torpedos era el complemento de la de baterías de cañones.
Los puntos que convenía defender perentoriamente, habrían de ser aquellos puertos comerciales que reunieran mejores condiciones de posición, abrigo y calado, para servir de apoyo, refugio y base á los barcos de guerra nacionales que surcaran los mares y que necesitasen abastecerse, reparar averías, tomar carbón ó recibir instrucciones. Señalábanse desde antiguo, como de más imprescindible defensa, los puertos de la Habana, Cienfuegos, Guantánamo, Santiago de Cuba, Nipe y Matanzas. Su importancia estaba reconocida y recomendada en numerosas Memorias y estudios efectuados, siendo recientes los de una comisión mixta de Jefes y Oficiales de Artillería, Ingenieros, Estado Mayor y Marina, que el General Salamanca nombró para que recorriese todo el litoral , y otra de Generales, Jefes y Oficiales que funcionó en tiempo del General Polavieja.
De manera, que lo que a estudios y proyectos se refería, había sido ya analizado ampliamente, y lo que faltaba, era proceder a la realización práctica de algunos de ellos. Tomando por base el aspecto de la cuestión que se relacionaba con el artillado, parecía lo más práctico contar con cañones modernos, los que se montarían en baterías enterradas ó con parapetos de tierra, en los lugares más a propósito de los puertos, ya en todos designados; baterías que, además de dar resultados comprobados por los combates, superiores a las de grandes mamposterías, reúnen las condiciones de baratura y la más esencial de rapidez en la construcción, pues las grandes obras tárdase muchos años en realizarlas, y las necesidades defensivas de la isla de Cuba eran de índole apremiante.
Tomábase asimismo en cuenta, la provisión de los medios conducentes para evitar desembarcos formales, para lo que se necesitaba artillería ligera y fusiles de gran alcance, a fin de utilizar columnas de extremada movilidad y eficacia, en la inteligencia, de que los gastos no habían de representar un esfuerzo imposible, sino muy llevadera, porque de las seis plazas más importantes citadas. sólo la Habana tenía dificil defensa, a causa de hallarse la ciudad encima de la costa y tener fondos libres el mar cercano para permitir aproximarse los buques enemigos, lo que hace temible el bombardeo.
Los seis cañones Krupp de 28 cm., anticuados ya, pues eran del año 1876, que poseía, eran deficientes e insuficientes por su número, situación y alcance; existían sectores importantes privados de fuegos, y en los cuales podrían impunemente situarse los barcos enemigos que atacasen la plaza ó bombardeasen la población, entre ellos, algunos amplios espacios comprendidos a la derecha del Morro hasta Cojímar, y otros por la costa del Vedado hacia la Chorrera, que obligaban a pensar en contar con algunas piezas que los defendieran, forzando a los buques de guerra a separarse de la costa lo suficiente para alejar el bombardeo de la población, dificultando además el ataque y los desembarcos.
Eran de fabricación corriente en la Península piezas baratas y buenas, y podría darse el caso de haber plazas y campos de experiencias que, sin gran detrimento de la seguridad, hubieran podido ceder algunas para Cuba,de no poder comprarse de acero, indicando este medio como recurso para mandar pronto cañones potentes. Aún se facilitaba más el envío, tratándose de los otros calibres medios y pequeños que completan la defensa de una plaza y que tan buenos resultados darían en los puntos citados. Complemento indispensable de los cañones era el personal que había de servirlos, que necesita larga instrucción, acerca de lo cual se llamaba la atención superior.
De aceptarse la idea, podía precisarse el número de piezas y su coste, siempre dentro de la base de que no habría de proponerse nada que fuera superfluo ni dejase de encajar en los límites de la mayor economía, limitando los proyectos a lo indispensable, rápido y más urgente, para colocarnos en condiciones de defensa con los recursos más indispensables.
El General Martínez Campos, no sólo encontró aceptables muchas de esas manifestaciones, sino que las acogió con singular interés, y contestó, en 7 de Octubre siguiente, desde Santa Clara, donde se hallaba por razón de las operaciones, que, enterado de lo que se le proponía sobre artillado de la plaza de la Habana, le parecía oportuno acceder á lo pedido, y que se procediese a estudiar los antecedentes que hubiera de este asunto para darle cuenta con su opinión, cuando regresase á la capital, sobre la defensa más adecuada de su puerto y costa.
Á consecuencia de esa autorización , el General Lachambre nombró una comisión de Jefes y Oficiales de Artillería, que examinó prolijamente los aproches de la Habana por tierra y mar; de modo que al regresar a la Habana, un mes después, el General Martínez Campos, pudo examinar en seguida los planos y la Memoria correspondiente a su artillado, haciéndola suya, y disponiendo que el General Lachambre enterase de ella al Comandante general interino de Ingenieros y al Comandante general del Apostadero, hecho lo cual envió con carácter urgente á la Península aquel proyecto, que no traia la forma reglamentaria, lo que fué materia de discusión, pero que al fin se resolvió conforme a los deseos del General Martínez Campos, apoyados resueltamente por el General Azcárraga, y se dictó providencia de enviar a Cuba, si no todas las piezas que se pedían, al menos aquellas de que se pudo echar mano, que fueron: dos cañones Krupp de 30'5 cm., y de Ordóñez dos de 30'5, dos de 24 y ocho de 15, y ocho obuses de 21 cm., todos con sus municiones y otras piezas de sitio que más adelante enumeraremos.
Teniendo ya en la isla los cañones, fué tarea obligada montarlos y construir al efecto las obras necesarias. Del trazado de éstas se encargó el distinguido Teniente Coronel de Ingenieros Sr. Marvá, procurando con tan escasos recursos hacer todo lo eficaz posible la defensa. Los trabajos empezaron inmediatamente.
Los vapores que transportaron el material fueron:
San Francisco: entró el 14 de Diciembre de 1895 y transportaba dos cañones Ordóñez de 30'5 centímetros con todo su material, á excepción de las basas y anclaje.
San Fernando: entró el 26 de Diciembre abarrotado de material de artillería; traía marcos, cureñas, basas y anclaje para dos cañones de 30'5 Krupp, cuatro cañones Ordóñez de 15 cm., con todo el material que les corresponde; efectos para ocho obuses de 21 cm. Ordóñez, menos las piezas y cureñas, y explanadas para cañón de 15 cm. Verdes: en junto, 260 toneladas de material.
Satrústegui: entró el 27 de Diciembre con basas y anclaje de los cañones de 30'5 cm. Ordóñez.
Buenos-Aires: entró el 28 de Febrero de 1896, y transportaba 2.200 cajas de proyectiles de cañón de 15 cm. y obús de 21, y los dos cañones Krupp de 30'5, cuatro cañones de 15 Ordóñez, ocho abuses de 21 ídem, 12 marcos y 12 cureñas para cañón de 16 cm. y accesorios para idem; cuatro marcos, cuatro cureñas y cuatro basas de cañón de 15 cm.; ocho marcos, ocho cureñas y ocho juegos de rodillos para obús de 21 cm. Ordóñez; carrileras para los cañones de 15 y 16 cm.; compresores, juegos de armas, accesorios, etc.
San Francisco (segundo viaje): entró el 4 de Marzo, llevando dos cañones de 24 cm. Ordóñez, tres cureñas y tres avantrenes de sitio para cañones de 16 cm.
Además, el Alfonso XII y otros, que llevaron material en menos cantidad...
A continuación se pueden ver algunos vídeos de locomóviles similares a los usados en Cuba.
También se puede ver la operación de algunos cañones de un tamaño similar al Krupp de 30,5.
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