De la masa de mineral al muelle de reloj
Ya hemos aprendido bastantes cosas sobre el hierro; vamos ahora a reflexionar tranquilamente sobre lo que hemos oído de la influencia del hierro en la Economía y vamos a hacerlo durante un pequeño viaje que dedicaremos al hierro y al acero. Acompañaremos al hierro en su desarrollo desde el principio hasta el fin. Escojamos un objeto modesto de acero y sigámosle fielmente desde su origen hasta su terminación.
Tomemos, por ejemplo, un muelle de reloj, lo más pequeño posible; por lo tanto, el muelle de un reloj de pulsera de señora. Esto casi podría ser el objeto acerado más pequeño que darse puede. Veremos qué transformaciones sufre el hierro hasta llegar a tener la forma de este pequeño muelle. Será un viaje de recreo y apenas de estudio, pues conocemos ya los primeros procesos de elaboración, sabemos lo que acontece en cada etapa de la misma y, por lo tanto, no necesitamos más que contemplar tranquilamente sin esforzarnos en estudiar los procesos.
En compañía de los bloques terrosos
En primer lugar vamos a realizar un ameno viaje por las tierras del Norte, pues vamos a tomar como punto de partida los buenos minerales que Laponia nos suministra, las riquezas del Norte de Suecia, que figuran entre los mejores yacimientos del mundo y dan un excelente acero. Por consiguiente, marchamos en barco hacia el Norte de Suecia, bien a lo largo de la costa noruega o a través del golfo de Botnia. Cualquiera que sea la ruta escogida tendremos un viaje tranquilo y precioso, pues el vapor que ha de ir en busca del mineral no es un barco inseguro y ligero, sino un barco de carga sencillo y fuerte, acondicionado especialmente para el transporte de mineral.
El transporte de mineral constituye por sí mismo una gran rama de negocio, pues son muchos los millones de toneladas que se acarrean todos los años de las minas a los barcos y de éstos a los altos hornos; este transporte implica mucho trabajo y, por lo tanto, muchos salarios que, a su vez, representan el pan de muchas familias, y en las instalaciones de descarga y carga hay empleados grandes capitales, el «trabajo realizado» de las fábricas de máquinas, de las factorías constructoras de puentes y de todos los otros talleres que han suministrado las instalaciones. Aquí el hierro ayuda al hierro y, como en todas partes, es la materia más importante de inversión de capital, el capital original más crecido. Pero abandonemos el barco y vayamos a tierra, al sitio mismo donde se encuentra el mineral. Marchamos en el ferrocarril de la mina, tierra adentro, hacia las melancólicas comarcas del Norte de Suecia, situadas más allá del círculo polar y donde en verano siempre es día y en invierno siempre es noche. Aquí se hallan los montes de minerales de gran valor con un elevado porcentaje en hierro y conteniendo solamente pequeñas cantidades de elementos perniciosos: poco azufre, poco fósforo. Tomemos, pues, este mineral para el acero que más tarde habrá de llegar a ser nuestro muelle de reloj, y tomemos también chatarra que no nos vendrá mal para el viaje.
No vamos a permanecer mucho tiempo en la mina de hierro, pero vamos a contemplar, aunque sea brevemente, qué aspecto ofrece esta notable materia que a través de la boda de fuego en el alto horno se transformará en hierro líquido. No parece que en estos trozos de piedra gris, con destellos verdosos o rojizos, se esconda el hierro. Las partes terrosas y silíceas cambian por completo la faz del hierro. ¿Cómo llegaron los hombres a la idea de que de estas piedras sucias se podía obtener un metal?
Por barco a la instalación siderúrgica
En la misma mina se nos aparece perfectamente claro que sólo el azar (o pudiéramos decir también la divina Providencia) pudo ser quien llevó al hombre al descubrimiento del hierro. Hay y hubo comarcas en las que el mineral se presenta en la superficie de la tierra, donde el fuego del campamento de los salvajes pudo haber resuelto procesos de fusión que después, cuando se conocieron e interpretaron, produjeron los comienzos del beneficio del hierro. Tiene mucho de acertada la hipótesis de que el hierro lo conocieron, desde los primeros tiempos, todos los pueblos que alcanzaron cierto grado de civilización.
Pero no vamos a basarnos en el aspecto del mineral de hierro para dejarnos llevar a excursiones al pasado, sino que vamos a permanecer junto al mineral. Montamos con los trozos de mineral, con los fragmentos grandes y pequeños y con el polvo, en el tren de mercancías que nos conduce de nuevo por el ferrocarril de montaña a la costa donde se carga el mineral en el fondo de los barcos.
Ahora empieza el viaje por mar hacia Stettin o hacia Emden o Lubeck, hacia Hamburgo o Bremen o Rotterdam, según sea el punto de destino y de acuerdo con las mejores posibilidades de transporte, más cómodas y baratas. Supongamos que la instalación siderúrgica adonde llevamos nuestro mineral se halla en Dortmund; entonces escogeremos como puerto Emden, allí trasladaremos el mineral a gabarras para el tráfico fluvial y, navegando por el canal Dortmund-Ems, llegaremos a la cuenca industrial, esclusa por esclusa, lentamente; pero esta lentitud no perjudica nada porque tenemos tiempo y no hay prisa. El mineral llega a la fundición siderúrgica; en tiempos normales con un trabajo regular no importaba un par de días antes o después, pues las instalaciones de altos hornos tienen en sus depósitos de reserva y almacenes existencias que alcanzan para mucho tiempo y van siendo completadas y repuestas de acuerdo con lo que piden las circunstancias de la producción, la situación de la explotación y las facilidades de colocación del hierro y del acero.
Naturalmente, habríamos podido cargar el mineral en el ferrocarril, si hubiéramos tenido prisa, pero esto encarecería mucho el transporte, y es precisamente lo que no queremos, pues el siderúrgico ha de calcular hasta el último céntimo, porque no puede fijar para el acero un precio a su voluntad, sino que ha de pensar en la capacidad de producción de los competidores. Si hace gastos innecesarios en el transporte habrá de ahorrarlos en otros puntos, y como esto, por lo general, no es posible, habrá de tratar de efectuar el transporte de la manera más barata. Y la forma más económica es la barcaza que se desliza tranquilamente a lo largo de los canales a una velocidad de diez o doce kilómetros por hora. Tomamos asiento sobre las tablas de una de estas barcazas y contemplamos la amplitud de la cuenca del Ems, soñamos a lo largo de las orillas y saludamos a la extensa Westfalia con sus pequeños bosques de encinas alrededor de los caseríos aislados que se ven frecuentemente en la comarca y que representan el último punto de tranquilidad antes de llegar al tumulto de la cuenca industrial en la que penetramos ahora y que se anuncia por bosques de chimeneas, montañas de escorias y laberintos de carriles.
Nuestra barcaza llega hasta el mismo alto horno sin tener que descargar; también esto con vistas a la mayor baratura, y por esto generalmente una instalación de altos hornos de importancia tiene su propio puerto. Estos puertos muchas veces son muy amplios, pues en ellos se han de descargar, como ya hemos visto, grandes masas de mineral. Por ejemplo, el puerto de las Factorías Augusto Thyssen, que pertenecen al trust de Fábricas de Acero y son la instalación siderúrgica más grande de Europa, tiene un tráfico más importante que el puerto de Mannheim, en el Rin, que ya lo tiene bastante grande.
El milagro de la transformación
Ya hemos llegado a las factorías siderúrgicas y vemos los imponentes recuperadores erguidos, los sistemas de tubos que se enrollan alrededor de los castillos de los altos horno ; oímos crepitar y zumbar a los molinos de escoria; llegan a nosotros los mezclados olores de los gases, del vapor, de los lubricantes y del polvo de la instalación siderúrgica. Éste es el olor del hierro; nos rodea con su magia, nos envuelve con las ideas de prosperidad y de maldición del acero y abre a nuestra visión interior una perspectiva sobre su destino bueno y malo, sobre la riqueza, la fuerza, la destrucción, el trabajo de reconstrucción, sobre todo lo que el mundo del acero ofrece y que constituye nuestro mundo.
Grandes ruidos nos despiertan: poderosas grúas arrancan con sus garras el mineral del fondo de nuestra barcaza y lo lanzan en vuelo a los montones del depósito. Hemos traído buen mineral; no necesita de otra preparación, no requiere una nueva limpieza especial. Solo habrá de pasar por una instalación clasificadora donde quizá se le mezclará con otras clases de mineral, y después se le añadirá caliza, se preparará la «mezcla», que será enviada por los montacargas al tragante del alto horno, e introducida en la cuba, arrojada al fuego, al infierno que prepara el coque atravesado por el viento de las toberas a la transformación química, ofrecida a la terrible fuerza de los elementos, que se separan, se unen de nuevo y dan lugar al nacimiento del hierro. La estancia en la parte de arriba del alto horno todavía se puede soportar. Hace ya bastante calor, pero nuestro mineral permanece firme aún. Pero pronto la capa de coque desciende a regiones de mayor temperatura y entonces empieza la fusión. A los 1.700 grados, en la parte más ancha del horno, se termina de realizar la transformación, únese el oxígeno de nuestro mineral con el carbono del coque y se separan el silicio y todo lo que no es hierro en forma de escorias; éstas flotan sobre el pesado hierro, y como aquí nos interesa llegar pronto al muelle de reloj, no las seguiremos en su curso. Lo que nos interesa es el hierro colado y esperamos anhelantes la sangría del alto horno. Ya está presto el dispositivo de perforar para dar el taladro al tapón de arcilla que mantiene aún el hierro en el horno. El jefe del trabajo, que inspecciona temperatura, salida de escorias, fuerza del viento, en una palabra, que con sus instrumentos sigue en todos sus detalles el proceso de fusión, da la señal: la barrena se aproxima y, apenas hecho el taladro, el hierro líquido se precipita fuera con chispas y gorgoteos amenazadores, se vierte en la arena que ocupa el espacio delante del horno y corre por allí hasta el margen, bajo el que se halla un vagón de cubos de fundición en el que el hierro inicia su viaje hasta la fundición de acero. Ya no reconocemos a nuestro mineral, pues, ¿quién puede conocer su procedencia en el hierro líquido, que va del amarillo claro, casi blanco, hasta el rosa claro con destellos rojizos ? El calor y el carbono, la separación del silicio y del oxígeno, han cambiado completamente su estructura y su carácter. Si no hubiéramos visto con nuestros propios ojos cómo el mineral ha entrado en el alto horno no creeríamos en la transformación y desconfiaríamos de la magia de la técnica.
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