La mayoría de los barcos modernos se construyen desde el interior hacia afuera, con una estructura de cuadernas más o menos rígida a la que se fija una piel exterior de madera o láminas. Ello ofrece fuerza a costa del peso. Sin embargo, los vikingos construían sus naves del exterior hacia adentro, formando primero una delgada estructura de planchas de roble y luego añadiéndole las cuadernas para darle fortaleza.
Ello les proporcionaba una embarcación ligera pero flexible y apropiada para la navegación que parecía deslizarse por encima de las crestas de las olas en vez de romperlas y avanzar pesadamente.
Sus constructores de barcos prestaban mucha atención al modo en que se cortaba cada plancha de madera y el grosor que tenía. Aunque en esa época se conocían las sierras, los vikingos preferían las hachas. Para preservar al máximo la fuerza de la madera, todos los árboles se cortaban longitudinalmente en una serie de segmentos, y cada uno iba desde la corteza hasta el núcleo, luego trabajaban con la azuela esos segmentos triangulares hasta convertirlos en planchas uniformes de extensión y grosor adecuados.
En una nave media habría 16 de esas planchas en cada lado del casco. Tendrían un grosor que iba desde 3 centímetros por debajo de la línea de flotación hasta 5 centímetros en la línea de flotación, y se reducía a 1,5 centímetros en la regala. Incluso las planchas más gruesas eran lo bastante delgadas para poder doblarlas a mano con el fin de proporcionar la curva necesaria y fijarla a las enormes roda y codaste. No hacía falta la utilización del vapor para ello. Trabajando desde la quilla para arriba, los vikingos unían cada plancha a la de abajo en un estilo de superposición que en la actualidad se conoce como construcción de tingladillo.
Las planchas se calafateaban con pelo animal retorcido y alquitranado, luego se las fijaba con roblones de hierro de cabeza redonda espaciados a 20 centímetros, que se metían desde el exterior y se remachaban con pequeñas láminas de hierro desde el interior. El resultado era un sellado que permanecería hermético aun cuando el casco se doblara en mares revueltos.
Una vez que las 32 planchas del casco estaban en su sitio, en el se colocaban 19 cuadernas de ramas de roble con forma natural en U. Se las ataba de manera ingeniosa con raíces de abeto flexibles a unos tiradores que se habían dejado en el interior de cada plancha cuando se las desbastó. Los baos transversales, anclados a los costados con escuadras de madera, abarcaban el casco por encima de cada cuaderna para completar el refuerzo lateral del barco y proporcionar un apoyo para las planchas de la cubierta.
En el centro del casco estaba la sobrequilla, un masivo bloque de roble en el que se colocaba la base del mástil. Se extendía sobre cuatro cuadernas, y estaba reforzado por otro bloque enorme, llamado fogonadura del mástil, o pez debido a su configuración. Tres candeleros altos se erguían a lo largo de la cubierta desde la proa a la popa y sostenían la verga, las velas o los palos cuando el navío avanzaba al ritmo de los remos.
En el costado del barco se fijaban tres cornamusas que probablemente se empleaban para asegurar las escotas.
En la popa iba el timón, o espadilla, de 3 metros de alto y 16 centímetros de ancho. Cortado de un bloque sólido de roble, giraba sobre un bloque de roble (La verruga) al que estaba fijado por medio de una raíz de abeto. Con típica previsión, los vikingos aseguraban un cabo a una anilla situada cerca del extremo de la hoja del timón, y de esa manera al instante podían sacarlo del agua en aguas someras o rocosas.
Lo único que quedaba era tender las planchas del suelo en el casco y hacer las chumaceras para los remos (Que se taponarían cuando la nave se impulsara con la vela). Los remos eran de pino, y estaban fabricados en longitudes graduales de 5 a 6 metros, de forma que los remeros en la proa relativamente elevada dieran en el agua al mismo tiempo que los hombres sentados en el centro del barco, que era más bajo. En la popa se preparaba una toldilla un poco elevada para el timonel. Con unos 23 metros de eslora, 5 de manga y 2 desde la quilla hasta la regala, ese navío largo y bajo pesaba sólo unas 20 toneladas cuando iba plenamente cargado con hombres y equipo, y calaba menos de 1 metro.
Con la vela y viento a favor, podía alcanzar los 11 nudos y recorrer casi 250 millas de océano en un día con viento fuerte. Incluso impulsado por los remos era capaz de alcanzar los siete nudos durante breves períodos de tiempo. Cuando los vikingos bajaban a tierra, podían usar rodillos de madera para sacar su valiosa nave larga a la playa, alejándola del daño que pudiera producirle la marea o el oleaje, o, si era necesario, portarla a través de un istmo de tierra y botarla del otro lado.
En 1880, cerca de la granja de Gokstad (Noruega) se escavó un túmulo en donde se encontró la tumba de un vikingo notable y, en ella, un barco sorprendentemente conservado gracias a estar totalmente recubierto de arcilla azul, que impidió que la humedad llegase hasta sus maderas.
En 1893 se construyó una réplica llamada "Viking" y con ella se cruzó el Atlántico desde Bergen hasta Chicago.
"La aventura del mar- Los vikingos", Robert Wernick, Ediciones folio SA, Barcelona 1996
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