Antiguamente la telefonista se encargaba de recibir las llamadas entrantes y dar paso hacia el destinatario mediante la inserción de clavijas en el clavijero o pulsando teclas si se trataba de centralitas electrónicas.
La telefonista podía tomar, anotar y transmitir mensajes, comunicar la disponibilidad o no del interlocutor y proporcionar otra información relacionada. En los primeros tiempos del teléfono, las comunicaciones se hacían a través de centralitas manuales.
Con el fin de reducir el uso de líneas, las centralitas gestionaban un cierto número de abonados que compartían hilo telefónico.
En cada centro trabajaban varias operadoras que recibían las solicitudes de sus clientes y hacían las conexiones oportunas.
Cuando un abonado quería hacer una llamada, se dirigía a su operadora que se ponían en contacto con la telefonista de la centralita del segundo abonado para transmitir la llamada.
Los primeros telefonistas fueron niños que ya habían trabajado en los servicios de telegrafía de la compañía de Alexander Graham Bell.
Sin embargo, en 1878 la compañía del inventor del teléfono decidió contratar a la primera mujer para realizar esta labor.
Las centralitas llegaron a España en 1881 y muy pronto fueron operadas también por señoritas que trabajaban de pie frente a la centralita.
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