Sócrates y la escritura
El diálogo Fedro (Φαίδρος) es una obra escrita por Platón alrededor del año 370 a. C. El diálogo tiene lugar a orillas del río Iliso en la llanura de Atenas, bajo un imponente árbol. En él se nos muestra a Sócrates discutiendo con su joven discípulo Fedro, sobre el amor y la retórica, tomando como ejemplo un discurso que el orador Lisias había recitado a Fedro poco tiempo antes.
Una de las historias que aparecen en estos diálogos es la que se refiere al rey egipcio Thamus y su conversación con el dios Theuth o Toth, el equivalente al griego Hermes.
Toth inventor de la escritura intenta convencer al rey en 275 a.:
«Este conocimiento, ¡oh rey! —dijo Theuth—, hará más sabios a los egipcios y vigorizará su memoria: es el elixir de la memoria y de la sabiduría lo que con él se ha descubierto.»
Pero el rey respondió:
«¡Oh ingeniosísimo Theuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte, y otra ser capaz de comprender qué daño o provecho encierra para los que de ella han de servirse, y así tú, que eres el padre de los caracteres de la escritura, por benevolencia hacia ellos, les has atribuido facultades contrarias a las que poseen.”
Esto lo decía aludiendo a que las almas de los que aprenden, perderán la memoria porque se fiarán de lo escrito.
Sócrates fue coherente con su forma de pensar y no escribió ningún libro. Lo que sabemos de su pensamiento nos ha llegado a través de sus discípulos, sobre todo Platón, que lo convierte en protagonista de muchos de sus diálogos. Por suerte para nosotros Platón sí escribió libros que han llegado a nuestros días.
Cicerón y la memoria
En el siglo I a.C., el orador y pensador romano Cicerón destacaba la importancia de entrenar la memoria y evitar la escritura siempre que fuera posible: “La memoria, si no la ejercitamos, se desvanece. No hay nada tan débil como la memoria humana; por eso escribimos”.
Se cuenta que Cicerón tenía una memoria tan lamentable que, si no lo anotaba, no recordaba ni dónde había dejado las sandalias.
La invención del arte de la memoria se ha atribuido —concretamente por Cicerón y Plutarco— al poeta Simónides de Ceos (556-468 a. C.). Según cuenta Cicerón en su obra De oratore (2007, II, I), el origen de la mnemotecnia tuvo lugar en un banquete celebrado en la casa de un noble llamado Scopas. El poeta Simónides fue contratado para recitar un panegírico en honor del anfitrión; pero tal poema incluía un pasaje que elogiaba a Cástor y Pólux, lo que provocó el enfado del noble. Por tal razón, dijo que solo le pagaría a Simónides la mitad de lo acordado, y que la otra mitad debería recibirla de los gemelos —Cástor y Pólux— a los que también había dedicado el poema. Acto seguido, en mitad del banquete, se llamó a Simónides para que saliera al exterior de la casa, y en ese momento, según la leyenda, se derrumbó el techo de la casa y murieron todos los allí presentes. A pesar de la dificultad para identificar los cadáveres, Simónides recordaba los lugares en que habían estado los huéspedes, de forma que fue capaz de indicar de quién era cada cuerpo sin vida.
Cicero de Oratore 2.74.299-300,
(299) facit enim de se coniecturam; cuius tanta vis ingenii est, ut neminem nisi consulta putet quod contra se ipsum sit dicere; sed ego non de praestanti quadam et eximia, sed prope de volgari et communi vi nunc disputo. Ita apud Graecos fertur incredibili quadam magnitudine consilii atque ingenii Atheniensis ille fuisse Themistocles; ad quem quidam doctus homo atque in primis eruditus accessisse dicitur eique artem memoriae, quae tum primum proferebatur, pollicitus esse se traditurum; cum ille quaesisset quidnam illa ars efficere posset, dixisse illum doctorem, ut omnia meminisset; [et] ei Themistoclem respondisse gratius sibi illum esse facturum, si se oblivisci quae vellet quam si meminisse docuisset.
Esto se debe a que juzga por sí mismo, siendo una persona de intelecto tan fuerte que no puede imaginar a nadie diciendo algo en su propio detrimento, a menos que lo hiciera a propósito. Pero en este momento no estoy hablando de alguna habilidad sobresaliente y excepcional, sino de una capacidad promedio ordinaria. Por ejemplo, se nos dice que el famoso ateniense Temístocles estaba dotado de sabiduría y genio en una escala que superaba toda creencia, y se dice que cierta persona erudita y muy competente fue a él y se ofreció a enseñarle la ciencia de la mnemotecnia, que entonces se estaba introduciendo por primera vez; y que cuando Temístocles preguntó qué resultado preciso era capaz de lograr esa ciencia, el profesor afirmó que le permitiría recordarlo todo; y Temístocles respondió que le haría un favor mayor si le enseñaba a olvidar lo que quería que si le enseñaba a recordar.
Cicerón de Oratore 2.87.357-58
(357) verum tamen neque tam acri memoria fere quisquam est, ut non dispositis notatisque rebus ordinem verborum aut sententiarum complectatur, neque vero tam hebeti, ut nihil hac consuetudine et exercitatione adiuvetur. Vidit enim hoc prudenter sive Simonides sive alius quis invenit, ea maxime animis affigi nostris, quae essent a sensu tradita atque impressa; acerrumum autem ex omnibus nostris sensibus esse sensum videndi; quare facillime animo teneri posse, si ea quae perciperentur auribus aut cogitatione etiam commendatione oculorum animis traderentur; ut res caecas et [ab]spectu[s iudicio] remotas conformatio quaedam et imago et figura ita notaret, ut ea, quae cogitando complecti vix possemus, intuendo quasi teneremus.
Sin embargo, casi nadie posee una memoria tan aguda como para retener el orden de todas las palabras u oraciones sin haber ordenado y anotado los hechos, ni tampoco hay nadie tan torpe que la práctica habitual en esto no le sea útil. Simónides ha discernido sagazmente, o bien ha descubierto alguna otra persona, que las imágenes más completas se forman en nuestra mente de las cosas que los sentidos nos han transmitido e impreso, pero que el más agudo de todos nuestros sentidos es la vista, y que, en consecuencia, las percepciones recibidas por los oídos o por reflexión se retienen con mayor facilidad en la mente si también se transmiten a través de los ojos. Con el resultado de que las cosas no vistas y que no se encuentran en el campo del discernimiento visual quedan marcadas por una especie de imagen y forma, de modo que captamos, por así decirlo, mediante un acto visual, cosas que apenas podemos abarcar con el pensamiento.
Las Etimologías de San Isidoro
Unos siglos después, San Isidoro de Sevilla (560–636) dedicó su vida a compilar en los veinte volúmenes de sus Etimologías todo el saber conocido de la época.
Durante siglos, si alguien quería saber “qué era qué”, no podía “googlearlo”, porque Google no existía: tenía que “isidorearlo”. Tanto es así que, en 2001, el Vaticano llegó a plantearse proclamarlo patrón de Internet, por esa obsesión suya de ordenar toda la información.
Pero incluso este “Google medieval” advertía del peligro del exceso de información: “La multiplicidad de libros solo trae confusión y más confusión”.
Etimologías
Isidoro de Sevilla (conocido en latín como Isidorus Hispalensis) fue un eclesiástico católico, erudito y polímata hispano de la época visigoda. Ocupó el cargo de obispo de Sevilla durante más de treinta años (602-636). Es venerado como santo por la Iglesia católica y se le reconoce como el último Padre de la Iglesia.
Las "Etimologías" de San Isidoro de Sevilla, también conocidas como "Etymologiae", es una obra enciclopédica que cubre una amplia gama de temas, desde gramática y retórica hasta teología, medicina, zoología, botánica, mineralogía, agricultura, arquitectura y más. Está organizada en veinte libros, cada uno de los cuales aborda un área específica del conocimiento. San Isidoro tenía como objetivo principal recopilar y sistematizar el conocimiento de su época para facilitar su acceso y comprensión. Buscaba explicar el significado y el origen de las palabras, así como proporcionar información sobre diversos temas de interés. Las "Etimologías" tuvieron una gran influencia en la Edad Media y más allá, convirtiéndose en una obra de referencia estándar en Europa durante siglos. Fue utilizada como texto educativo en las escuelas monásticas y se considera una de las primeras enciclopedias medievales.
Y llega la imprenta
Cuando Gutenberg inventó la imprenta en el siglo XV, desencadenó otra ola de pánico. Los copistas y monasterios, que hasta entonces tenían el monopolio de los libros, vieron la imprenta como una amenaza directa a su oficio. Algunos describían el libro impreso como una “mercancía vulgar” frente a la belleza de los manuscritos decorados a mano.
La Iglesia católica, alarmada por la rapidez con que la imprenta podía difundir ideas “heréticas”, creó en 1559 el Índice de libros prohibidos para controlar qué se podía leer y qué era pecado leer. Curiosamente, entre los libros prohibidos estaba La Sagrada Biblia.
Solo se permitía en latín, y las traducciones a las lenguas del pueblo eran vistas como una amenaza. William Tyndale, en el siglo XVI, se atrevió a traducirla al inglés y lo pagó con su vida: fue quemado en 1536.
El naturalista suizo Conrad Gessner (1516–1565), que también dedicó su vida a recopilar y clasificar conocimientos, aseguraba: “El exceso de libros generará una sobrecarga de información, perjudicial para la mente del pueblo”.
Como se ve, la revolución del exceso de libros asustó a tanta gente como hoy nos asusta el exceso de pantallas.
Las revistas: “contagio de podredumbre cerebral”
En 1899, un periódico estadounidense publicó este titular escalofriante: “Contagio de podredumbre cerebral: millones de niños incapaces de aprender nada, de saber nada bien y de concentrar su mente en nada”.
El culpable eran… las revistas. Ese nuevo medio popular se veía como una amenaza mortal para la concentración infantil. Hoy sabemos que no fue así: las revistas convivieron con los libros, las escuelas y, más tarde, con la televisión. Pero el catastrofismo ya estaba servido.
La radio, enemiga de los deberes escolares
En los años 30, algunos críticos norteamericanos denunciaban que la radio perjudicaba la concentración de los niños. La revista The Musician (1936) afirmaba: “Los niños están desarrollando el hábito de dividir su atención entre los ruidos estridentes que salen del altavoz y los libros de la escuela que tienen delante”.
Televisión: pasividad mental
En los años 50 y 60, la televisión recibió la misma lluvia de reproches. La American Medical Association (1956) alertaba de que demasiada televisión podía generar “pasividad mental”. Y Marshall McLuhan, el famoso teórico de los medios, remataba diciendo: “La TV es un medio frío que convierte a los espectadores en criaturas distraídas”.
Videojuegos: corrupción y violencia
En los 90, los videojuegos se convirtieron en el nuevo demonio. El senador estadounidense Joseph Lieberman afirmaba en 1993: “Los videojuegos violentos están corrompiendo la mente de nuestros hijos”.
El debate sobre si los videojuegos nos hacen más violentos o, al contrario, más creativos, aún continúa.
Internet, móviles y TikTok: más pérdida de concentración
Con la llegada de las redes sociales, el miedo se convirtió en pánico.
En 2010, el periodista Nicholas Carr publicó el libro The Shallows (Superficiales). Según Carr, antes leer libros era como bucear en aguas profundas, con inmersión y concentración. Ahora, con las redes, nos movemos en la superficie, saltando de un enlace a otro, de un vídeo a otro, sin profundizar en nada.
“Internet está reconfigurando nuestros cerebros, haciéndonos menos capaces de concentrarnos y reflexionar”. La realidad es más compleja: no hay un límite fijo de atención. Podemos pasar horas concentrados en una película o en una novela. Y también podemos cambiar de pantalla cada pocos segundos cuando navegamos por las redes sociales.
No hemos perdido la capacidad de atención. La hemos fragmentado.
La inteligencia artificial, la nueva bestia negra
Saltando por alto todas las diatribas que recibieron el rock’n’roll, los Beatles y la música “moderna” en general, la nueva bestia negra de la tecnología es ahora la inteligencia artificial. Y aquí el catastrofismo no viene solo de columnistas asustadizos, sino de grandes figuras.
Stephen Hawking advertía: “El desarrollo de una inteligencia artificial completa podría significar el fin de la raza humana. Sería el mayor acontecimiento de nuestra historia y, al mismo tiempo, quizá también el último. Una máquina lo bastante inteligente sería capaz de mejorarse a sí misma, superar con mucho a los humanos y, por qué no, prescindir de nosotros”.
Bill Gates añadía: “Dentro de unas décadas, la inteligencia de las máquinas será demasiado grande para poder controlarla y la situación empezará a ser preocupante. Y no entiendo cómo hay gente a la que no le preocupa”.
Y Elon Musk remataba: “Lo que estamos haciendo con la inteligencia artificial es invocar al demonio”.
Pero ¿por qué? ¿Quién dice que, cuando las máquinas sean superinteligentes, nos verán horribles y querrán aniquilarnos? Eso es solo una de muchas posibilidades. Que sea la más cinematográfica no significa que sea, ni de lejos, la más probable.
Quizás las máquinas piensen: “¡Qué simpáticos estos humanos que nos han creado!” Y decidan echarnos una mano resolviendo el cambio climático, el hambre mundial, la falta de agua y energía, la educación global y todos los demás problemas del planeta.
Cabe recordar que Elon Musk, después de soltar aquella frase de que con la inteligencia artificial estábamos invocando al demonio, aprovechó la ocasión para invertir unos cuantos miles de millones en empresas de IA, con el fin de que sus programas fueran cada vez más diabólicamente inteligentes.
Quizás lo que quiere Musk es controlar al demonio desde dentro… o acabar haciéndose socio suyo, llegado el caso.
El arte de la memoria es un libro escrito por la historiadora británica Frances Amelia Yates (1899-1981) en 1966. En él, describe los diferentes métodos mnemotécnicos que han desarrollado los grandes intelectuales a lo largo de la historia: Desde la Antigua Grecia, época de Simónides de Ceos, pasando por el Renacimiento, época de Giordano Bruno, hasta llegar a la popularización de la imprenta en Europa y la aparición del método científico, época de Gottfried Leibniz.
El exceso de libros generará una sobrecarga de información, perjudicial para la mente del pueblo”, decían en el siglo XVI: las críticas a las novedades y a la tecnología, una constante en la historia

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