domingo, 16 de noviembre de 2025

El regimiento de caballería Sherwood Rangers en la Segunda Guerra Mundial

El regimiento de caballería Sherwood Rangers Yeomanry lo creó Thomas White de Wallingwells en el verano de 1794, como unidad de Caballería de Nottinghamshire, y financió y alojó al regimiento a su costa. Pasados los años White recibiría el título de baronet del rey Jorge III por su lealtad a la Corona.

El Regimiento desembarcó en Francia el Día D equipado con tanques anfibios DD Sherman y Sherman Firefly, y participó activamente en los combates de Normandía y en el avance por el norte de Francia y Bélgica. La tropa de reconocimiento fue la primera unidad británica en combatir en suelo alemán en septiembre de 1944, como parte de la Operación Market Garden, y posteriormente participó en la invasión aliada occidental de Alemania. Los Sherwood Rangers participaron en intensos combates en torno al Rin y, al final de la guerra, habían avanzado hasta Bremen y más allá.

Cómo era vivir en un tanque de la Segunda Guerra Mundial

El historiador James Holland en su libro Hermanos de armas recrea la historia de los Sherwood Rangers, la unidad blindada inglesa más célebre de la contienda de 1939 y describe cómo era luchar dentro de un carro de combate.

El tanque explotó, la torreta, de ocho toneladas, saltó por los aires elevándose varios metros, y el blindado se convirtió en una inmensa bola de fuego. «El carro estaba cargado de combustible y munición y, con el impacto, directo, posiblemente procedente de un lanzagranadas antitanque, ardió al instante. Los cuerpos quedaron carbonizados y tardaron tres días en recuperarlos porque estaban mezclados con el hierro incandescente y había que esperar a que la carrocería se enfriara. Las altas temperaturas fundieron la carne de todos los miembros de la tripulación y era imposible distinguir a uno y otro. El capellán reunió lo que quedaba de ellos y les dio una sepultura lo más digna posible».

James Holland publica «Hermanos de armas» (Ático de los libros), un volumen donde da cuenta de la aventura bélica de los Sherwood Rangers, el regimiento británico de blindados más famoso de la Segunda Guerra Mundial, y una obra que discurre por el delicado filo que separa el heroísmo y el horror: a un lado quedan las gestas de unos hombres que desembarcaron con sus carros de combate el Día D, en medio del oleaje que batía Gold Beach y un incesante castigo procedente de la artillería alemana, y que la historia les reservaba el honor de convertirse en los primeros ingleses en penetrar en territorio alemán. Al otro lado, está la experiencia de unos hombres que vivían y morían en el interior de sus vehículos, en las peores condiciones posibles y que arrastrarían secuelas de lo vivido durante el resto de sus días. «Si uno pertenecía a este destacamento, lo normal es que fuera alcanzado por lo menos una vez. Lo más corriente es que resultaras herido, grave o leve, o que murieras. Todo era cuestión de suerte».

El historiador destruye el mito sobre los tanques como unas máquinas inexpugnables y temidas, y da una visión muy distinta: duras y potentes, pero también frágiles y muy expuestas. Los hombres al cargo de los tanques apenas veían lo que sucedía a su alrededor; estaban al arbitrio de los lanzagranadas y, si, por casualidad, se les ocurría asomar la cabeza por la escotilla para mirar lo que ocurría, lo más plausible es que un francotirador los matara. Necesitaban el apoyo de la infantería para ver, para orientarse y para avanzar con seguridad en el terreno. A pesar de eso, en su blindaje siempre repiqueteaba un constante sonido de balas o de la metralla que dejaban las bombas que explotaban cerca de ellos.

En el punto de mira

Y eso no era todo. Durante el día padecían temperaturas insoportables y, por la noche, el frío los congelaba. Si decidían bajarse para preparar un té y relajarse, era posible que los abatiera el enemigo (hubo un elevado número de bajas por su determinación de cumplir con la hora del té), y las misiones los obligaban a exponerse en campo abierto, donde resultaban una presa fácil y atractiva. Estos hombres, que en ocasiones adoptaron actitudes extravagantes (estar expuesto a la muerte las veinticuatro horas moldea comportamientos imprevisibles), estaban obligados a vivir encerrados en una reducida lata donde apenas cabían. Un verdadero ataúd de hierro. Estaban condenados a desenvolverse ahí, en un espacio minúsculo, donde se golpeaban la cabeza sin cesar; a todos les hería la piel y respiraban un ambiente sobrecargado con un olor mezcla de combustible, sudor, aceite, pólvora y comida recalentada en platos y latones. Nunca se bañaban, apenas se cambiaban de ropa y orinaban en las vainas de los proyectiles.

Además, por si fuera poco, sus tanques eran los célebres Sherman, conocidos entre los combatientes como cajas de fósforos, por su facilidad para prender. Un arma con muy mala fama, pero que James Holland redime y hasta considera un blindado eficiente. «Esa mirada proviene de los soldados aliados. Ellos veían enfrente un Tiger, una máquina enorme, y consideraban que sus tanques eran una basura. En ese momento, no pensaban en la maniobrabilidad que poseía el Sherman, lo versátiles que eran y el alto número de tanques que sumaban juntos. Es cierto que el Tiger poseía una potencia enorme, pero esos enfrentamientos cara a cara se dieron muy poco».

Holland destaca que los cañones de los carros aliados no iban a la zaga, que disparaban siempre los primeros y muchas veces, que eran más ligeros (algo que les permitía vadear ríos en los puentes que tendían, algo que, por su peso, el Tiger no podía), que eran más rápidos y que eran muy sencillos de reparar. Pero hay más. «Uno de los problemas cruciales de Alemania es que era una sociedad poco motorizada. La mayoría no sabía conducir. En cambio, en EE UU, sí. Cuando tienes que crear un ejército, eso facilita las cosas. Traes a esas personas y enseguida se familiarizan con la caja de cambios de los tanques, que en los Sherman era sencilla. En 1939, en Alemania, había pocos conductores y muy pronto muchos habían muerto o habían caído prisioneros. Entonces les das a adolescentes de 18 y 19 años un Panzer con una caja de cambios muy complicada. Eso no puede salir bien y no salió bien. Aparte, el 50 por ciento de los Tiger tenían fallos mecánicos y tuvieron que salir del combate por eso. Eran máquinas intimidantes, pero no cumplían su propósito. Un Sherman, sí. Y cuando piensas en la guerra, los números lo son todo. Lo importante no era tener el mejor tanque, sino el tanque más adecuado. Y ahí el Sherman ganaba».

Los problemas de la vuelta a la vida civil

Holland no oculta las consecuencias que arrastraron estos soldados. «Sí, tuvieron problemas la mayoría de ellos al retornar a su vida civil. Les afectó a todos. El comandante John Semken tuvo después una carrera. Se graduó en Oxford, se licenció en Derecho, se casó y tuvo dos hijos, pero a pesar de eso eran patentes las secuelas que le dejó su participación en la guerra. Stanley Christopherson vivió siempre con momentos de oscuridad. Todos ellos tuvieron que enfrentarse a enormes desafíos; George Dring, que destruyó cinco Panzer en un solo día, después de la guerra sufrió agorafobia, tenía miedo a salir de noche, como la mayor parte de los soldados».

Holland recuerda que al final, estos hombres descubrieron lo nunca imaginado: el Holocausto, una cicatriz más que añadir a su memoria. «Seguramente no se sabía a gran escala, pero se podía aventurar lo que estaban haciendo los alemanes, sobre todo por cómo los nazis se comportaban en Alemania. Churchill decía que si los aliados ganan, el mundo recobrará a sus cabales, pero que si gana el Eje, el ser humano entrará en una edad oscura porque la ciencia moderna se sumaría a su ideología. Se sabían los asesinatos que estaban haciendo los nazis y, ahora, existe una corriente de historiadores que aseguran que Churchill todo lo hizo por egoísmo. Pero si ha habido una guerra con un componente de cruzada, esta es la Segunda Guerra Mundial. A un lado están los aliados, que también tuvieron su lado cuestionable, como los bombardeos estratégicos sobre las ciudades, pero que, en definitiva, el bien estaba de su lado. Enfrente tenían el nazismo y la visión japonesa. El holocausto no fue la razón para ir a la guerra, pero los nazis representaban una amenaza, planteaban un peligro, del que nadie podía escapar. Era una guerra sobre el bien y el mal, y esto estuvo presente desde el inicio».

Tras los pasos de héroes y caballeros

James Holland

Aproximadamente a las 17:30 del lunes 26 de junio de 1944, el teniente coronel Stanley Christopherson se encontraba frente a su tanque Sherman, el «Robin Hood», junto a una granja que acababa de convertirse en el cuartel general del regimiento de caballería Sherwood Rangers. Estaba en un cruce de caminos a las afueras del pueblo de Fontenay-le-Pesenel, en Normandía, y Stanley hablaba por radio con el comandante de la brigada cuando alzó la vista y vio un tanque Tiger girando hacia la carretera justo delante de él, a varios cientos de metros. Sobra decir que pensó que su vida estaba a punto de terminar.

La semana pasada, su hijo David se encontraba en ese mismo lugar, reflexionando sobre la suerte que había tenido de nacer después de que su padre se viera en una situación tan delicada aquella tarde de junio, ochenta y un años antes. Era la mañana del segundo día de una caminata de tres días que estábamos emprendiendo. El sol ya brillaba con fuerza desde un cielo despejado, mientras que en los campos que nos rodeaban, donde ya no quedaban rastros de los cráteres de las bombas ni de la carnicería de la batalla, el maíz lucía maduro y tostado por el sol.   

Fue un recorrido de aproximadamente sesenta y cinco millas en total, y uno de esos días también tuve que sortear la sexta etapa del Tour de Francia. En un artículo anterior en estas páginas, escribí sobre el plan para recaudar fondos y crear un nuevo y permanente monumento en memoria de los nueve hombres de la Caballería de Sherwood Rangers que murieron en Berjou el 16 de agosto de 1944. La respuesta fue increíble y pronto conseguimos los fondos necesarios para completar el proyecto, pero me había comprometido a caminar para recaudar el dinero y la semana pasada llegó el momento de cumplir mi parte del trato.

Éramos cinco, todos viejos amigos míos: Rob Gallimore, un condecorado exoficial de la Guardia Galesa y veterano de Sierra Leona, Irak y tres misiones en Afganistán; Giles Bourne, mi amigo más antiguo —increíblemente— de casi cincuenta años, residente en Australia; Saul David, también historiador, autor y podcaster; y David, cuyo padre fue comandante de los Sherwood Rangers desde el 13 de junio de 1944 hasta el final de la guerra. Fue David quien me presentó a este extraordinario regimiento en mi primera visita a Normandía en 2004. Desde entonces, nos hemos hecho grandes amigos, hemos publicado juntos los diarios y bitácoras de guerra de su padre y hemos recorrido el país entrevistando a los últimos veteranos del regimiento. Fue David quien me inspiró a escribir «Hermanos de Armas», mi relato de la guerra de los Sherwood Rangers desde el Día D hasta el Día de la Victoria en Europa. Y fue con David que ambos aprovechamos al máximo los huecos en los diversos confinamientos para seguir los pasos del regimiento a través de Alemania.

No hay nada como recorrer el terreno para comprender mejor las batallas del pasado; el ritmo pausado permite empaparse del paisaje y captar la inmensidad del terreno, y cómo las crestas, los valles, los campos, los bosques, las aldeas, los pueblos y las ciudades se entrelazan. Era la primera vez, por ejemplo, que me acercaba a una cresta clave, conocida simplemente como Punto 103, desde la misma dirección en que fue capturada por los Sherwood Rangers y sus camaradas de la 8.ª Brigada Blindada dos días después del Día D; había sido tomada la noche del 8 de junio de 1944, mientras se libraban intensos combates a menos de un kilómetro y medio de distancia, en el pueblo de Audrieu, entre la Infantería Ligera de Durham, los canadienses y la 12.ª División Panzer SS. Existen fotografías aéreas de la época que muestran los campos surcados por las huellas de las orugas y las ruedas por donde los blindados británicos avanzaron a toda velocidad en un amplio arco, pero solo recorriendo esa misma ruta fue posible comprender realmente cómo lo lograron. La cresta, cuyo punto más alto era el Punto 103, se extendía de oeste a este, pero también ligeramente hacia el norte. Al oeste de esta, el terreno descendía suavemente, y fue por allí por donde la 8.ª Brigada Blindada realizó su avance. Al caminar por allí, de repente todo pareció tan obvio, pues siguiendo esta ruta habrían quedado completamente ocultos a la vista de cualquier tropa enemiga en Audrieu y sus alrededores. El Punto 103 había sido capturado con sigilo, pero principalmente gracias a una interpretación precisa del terreno.

También tiene su encanto emprender una caminata así con amigos, y más aún con una perspectiva fresca. Empezamos en Gold Beach, en el sector que los Aliados denominaron «Jig Red» por el Día D. Allí fue donde el padre de David desembarcó con el resto del Escuadrón A, que Stanley comandaba aquel día histórico. Logré determinar el lugar casi exacto combinando fotografías aéreas tomadas el Día D con las capturadas por los fotógrafos oficiales del ejército en tierra. Hay una fotografía de un tanque del Escuadrón A, el «Aberdeen», saliendo de una lancha de desembarco junto a lo que claramente es un enorme contenedor en la orilla. Un análisis de las fotografías aéreas del Día D de todo el sector de Gold Beach muestra que solo hay un punto con cráteres justo en la línea de costa: de hecho, hay dos, muy cerca uno del otro. En la fotografía más amplia, se pueden observar varias características que coinciden con las imágenes de Google Earth del mismo terreno en la actualidad. Al juntar estas imágenes y medir la distancia, se obtiene la ubicación precisa. Ni que decir tiene que fue un lugar emocionante para comenzar la caminata, y especialmente para David, estar de pie en el mismo sitio donde su padre había desembarcado en medio del humo, la confusión, el inmenso estruendo y el caos del Día D.

Seguimos la ruta de los Sherwood Rangers bastante de cerca. En un momento dado, la tarde del Día D, Stanley recibió la orden de reunirse con el comandante del 2.º Batallón de Essex con la intención de utilizar su Escuadrón A de tanques Sherman para ayudar a la infantería a capturar Bayeux. Para entonces, las carreteras estaban atascadas de tráfico: tanques, camiones, semiorugas, vehículos de transporte, artillería sobre orugas y hombres a pie. En ese momento, se encontraba cerca del pueblo de Ryes, a pocos kilómetros tierra adentro, un lugar tranquilo, caluroso y somnoliento bajo el calor de la mañana mientras caminábamos. El 6 de junio de 1944, el padre de David se preguntaba cómo iba a llegar hasta el teniente coronel John Higson, comandante de los hombres de Essex, cuando de repente vio un caballo ensillado pero sin nadie a su cargo. Los Sherwood Rangers habían ido a la guerra a caballo, destinados con sus corceles a Palestina a principios de 1940. Estos equipos les habían sido confiscados ese mismo año y, tras un breve periodo como artillería —algo que consideraban sumamente indigno—, se mecanizaron a finales de 1941. Su primera batalla con tanques fue en Alam Halfa, en el desierto occidental, en agosto de 1942. Desde entonces, se habían convertido en una de las mejores unidades blindadas del ejército británico. Ahora, sin embargo, en el Día D, Stanley vio su oportunidad de volver a la acción. «Jamás imaginé», comentó, «que el Día D me encontraría corriendo por los caminos de Normandía, intentando, sin mucho éxito, controlar con una mano a un caballo muy asustado, sujetando un portamapas con la otra, y vistiendo un casco de hojalata y un mono negro». Sin embargo, encontró al coronel Higson. Bayeux fue capturada a primera hora de la mañana siguiente, el 7 de junio de 1944.

Adoro a los Sherwood Rangers porque, tanto en sus actos como en sus palabras, siguen siendo personas con las que uno se puede identificar fácilmente y, además, muy británicas. Lo digo sin nostalgia ni patriotismo exacerbado, sino porque aquellos a quienes conocí, ya fuera en vida o a través de sus diarios, cartas y memorias, se revelaron como hombres modestos, valientes, con un gran sentido del humor y una afición por lo absurdo, cuyas reacciones ante las terribles situaciones en las que se vieron envueltos, por no hablar de las numerosas privaciones, fueron tan reales y conmovedoras. Cuando Stanley zarpó de Hampshire, mencionó sentir los nervios que a menudo experimentaba antes de salir a batear en un partido de críquet. Ser objeto de burlas, señaló, «no era del todo agradable».

Eran, además, personas maravillosamente humanas y decentes. Como regimiento de caballería, habían sido soldados a tiempo parcial antes de la guerra. La mayoría, para 1944, jamás habría vestido un uniforme de no haber sido por la guerra; Stanley había sido corredor de bolsa antes de alistarse y ser destinado a los Sherwood Rangers. Bill Wharton, por ejemplo, era impresor de Retford, había ascendido desde la tropa y se había casado en agosto de 1939. Adoraba a su esposa, pero apenas la había visto desde entonces: un mes de felicidad conyugal antes del estallido de la guerra, un permiso de partida a principios de 1940 y un breve tiempo juntos tras regresar del norte de África y antes de que comenzara el entrenamiento para el Día D. El domingo 4 de junio fue el cumpleaños de Marion; el 6 de junio, su quinto aniversario de boda. «Ha llovido un poco esta tarde», le había escrito el 1 de junio, «y me trae a la mente uno de esos días de antes de la guerra en los que tú y yo teníamos pensado ir a jugar al tenis, pero cambiamos de planes por un chaparrón y salimos a dar un paseo por el fresco y puro campo que rodea Babworth. Al mirar ahora las verdes hojas de los árboles que se mecen con la brisa, siento una punzada de nostalgia por estar caminando allí contigo». Era una última carta antes de embarcar, melancólica y llena de anhelo. «Espero volver a reírme de la vida contigo dentro de tantos meses», añadió. «Seguiré pensando en ti durante los próximos días y espero con muchísima ilusión volver a ver tu sonrisa cuando nos volvamos a encontrar».

El Día D, el tanque anfibio DD de Bill se hundió, matando a tres de sus tripulantes; él y el soldado Lowe lograron nadar a salvo porque estaban fuera del tanque cuando este cayó de la lancha de desembarco como una piedra. Momentos después, Lowe fue ametrallado en el agua. Bill fue el único superviviente. A finales de junio, rescató a su comandante de escuadrón de un tanque en llamas, arriesgando enormemente su propia vida; durante toda la campaña que siguió, se encontró repetidamente en terrible peligro, tuvo que comandar hombres con apenas unas horas de sueño por noche —si tenía suerte— y fue testigo de una violencia indescriptible, pero jamás perdió su bondad ni su humanidad.       

Sus compañeros, incluido Stanley Christopherson, tampoco. En la Navidad de 1944, se encontraban en Schinnen, en la frontera germano-holandesa. Durante varias semanas, acumularon su ración de dulces y chocolates y, el día de Navidad, la repartieron entre los niños del pueblo desde un gran saco. Uno de los oficiales, disfrazado de Papá Noel, recorrió el pueblo en un trineo improvisado remolcado por un tanque, distribuyendo los regalos. En febrero, mientras el regimiento limpiaba los restos devastados de la ciudad fronteriza alemana de Cleve, Stanley Christopherson anotó en su diario que acababa de ver su primera campanilla de invierno.

¿Cómo no admirar a estos hombres extraordinarios? Y más aún después de todo lo que habían sufrido. Combatir en tanques era brutal: los Sherwood Rangers sufrieron 44 bajas de oficiales de una dotación de 36 solo en Normandía. Estadísticamente, las tripulaciones de tanques no tenían ninguna posibilidad de salir ilesas. Todas y cada una de las tripulaciones de los Sherwood Rangers perdieron un tanque en algún momento, y la supervivencia, las heridas leves, los daños graves, los disparos de francotiradores, las explosiones o la incineración dependían en gran medida de la suerte. Enfrentarse repetidamente a probabilidades cada vez menores era una carga terrible.

El sargento Guy Sanders fue otro que me impresionó. Había sido condecorado en El Alamein por rescatar a hombres de un tanque en llamas. A principios de agosto de 1944, el Escuadrón C iba al frente cuando su columna mixta de tanques, infantería y artillería fue alcanzada. Un tanque ardía, el comandante había muerto y el conductor y el copiloto lograron escapar, pero el Sherman en llamas comenzó a retroceder hacia la columna que venía detrás. Al ver esto, Sanders corrió hacia él, saltó al frente y, agachándose en el compartimento del conductor, usó las palancas para desviar el tanque y apartarlo de la carretera. Recorrimos ese mismo lugar; estaba en una aldea agrícola llamada Le Bigne, en la carretera a Ondefontaine. La carretera ascendía desde el valle, atravesando granjas, con una zanja a un lado. No fue difícil imaginar la escena: la columna de vehículos, los proyectiles silbando por encima, el denso humo negro y un Sherman en llamas rodando cuesta abajo. Guy Sanders salvó muchas vidas ese día.

Durante todo el recorrido, nos quedamos impresionados por lo que aquellos hombres debieron haber sufrido. Para David, por supuesto, fue especialmente conmovedor, sobre todo al encontrarnos en el mismo lugar donde su padre estuvo a punto de ser aniquilado por un tanque Tiger. Por suerte para Stanley, justo en el momento en que alzó la vista y vio aquella bestia imponente, John Semken intervino, llegando desde la carretera a la derecha de Stanley. Al doblar hacia la Rue Massieu, su artillero logró disparar diez proyectiles antes de que el Tiger pudiera disparar uno solo. Estos no destruyeron el tanque enemigo, pero sí convencieron al comandante de rendirse. John Semken, con quien David y yo conversamos largamente hace algunos años, había asumido el mando del Escuadrón A cuando Stanley se convirtió en comandante de regimiento el 13 de junio; dos días antes, Mike Laycock, el segundo comandante desde el Día D, había muerto por un proyectil de mortero, convirtiendo a Stanley en el tercer comandante en una semana. John tenía solo veintitrés años cuando asumió el mando del Escuadrón A, pero para entonces ya era un veterano curtido y con mucha experiencia. Por eso tenía un proyectil perforante listo en la recámara cuando dobló la esquina y se encontró cara a cara con el Tiger.

Finalmente, a media tarde del tercer día, llegamos a Berjou, situado en una loma con vistas al valle del río Noireau. Pasamos por el lugar donde Stan Perry había sido alcanzado por un francotirador, herido en el brazo y con una oruga destrozada por una explosión; luego, por el sitio donde el tanque de Frank Galvin había sido alcanzado y se había incendiado, incinerando a sus cinco tripulantes. En el extremo del pueblo se encuentra un pequeño museo dirigido por Louis Bon y su padre. Louis es joven, le apasiona el papel de su pueblo en la guerra y ha recorrido el pueblo y los alrededores en busca de las numerosas reliquias de batalla que quedaron allí. Una de ellas era el casco que llevaba el sargento Bill Sleep. Todavía conservaba su nombre escrito en el interior —apenas legible—, pero también tenía un orificio de bala bien definido en la parte delantera y un orificio de salida más grande en la parte trasera, causado por la bala que le causó la muerte.

En aquel aciago día para los Sherwood Rangers, el cabo Arthur Brooks fue derribado de su tanque. Al verlo herido en el suelo, Guy Sanders saltó de su propio Sherman para intentar auxiliar a su gran amigo. Ambos murieron a causa de un proyectil de mortero. Sanders parece no tener familia; era soltero y ni la Asociación del Regimiento ni el brillante Karl McDermott, un irlandés cuyo abuelo murió sirviendo en los Sherwood Rangers y quien más ha investigado sobre el regimiento, han podido encontrar rastro alguno del heroico sargento Sanders.

Guy Sanders MM, el cabo Brooks, el sargento Sleep y otros seis fallecidos ese día serán homenajeados en el nuevo monumento conmemorativo por el que marchamos. La inauguración tendrá lugar el sábado 16 de agosto, ochenta y un años después del día en que estos hombres perdieron la vida. Todo aquel que desee asistir será bienvenido.

Con la guerra en Ucrania, Oriente Medio y otros lugares cobrándose la vida de demasiados jóvenes combatientes, así como de muchísimos civiles inocentes, y con el mundo convulso y la posibilidad de una futura guerra para Gran Bretaña, he estado pensando cada vez más en aquellos jóvenes que tanto dieron en aquel terrible conflicto hace ochenta años. La Segunda Guerra Mundial se desvanece de la memoria colectiva justo cuando los ochenta años de paz de los que hemos disfrutado en Occidente parecen estar en peligro.

Aquellos hombres que lucharon entonces —hombres como los de los Sherwood Rangers— eran como nosotros. Sentían ansiedad, preocupación, miedo; reían, lloraban, se irritaban, se indignaban, se enojaban, se alegraban, sentían nostalgia y euforia, igual que nosotros. Sin embargo, estos hombres comunes y corrientes hicieron cosas extraordinarias y fueron testigos de la violencia, el derramamiento de sangre y las privaciones más terribles. No debemos ser indiferentes ni complacientes ante esto, ni olvidar lo que sufrieron. Debemos honrarlos, pero sobre todo debemos hacerlo por nosotros mismos, hoy, para recordar lo que puede suceder si estalla la guerra. Si lo hacemos, podremos contribuir a asegurar nuestro propio futuro seguro y pacífico.

Monumentos conmemorativos a los Sherwood Rangers en Europa

Museo de la Batalla de Normandía, Bayeux, Francia

Bayeux fue liberada la mañana del 7 de junio de 1944, al día siguiente del Día D (D+1), por los Sherwood Rangers y el Regimiento de Essex. En la zona sur de la ciudad, un nido de ametralladoras alemán en una casa estaba causando problemas, así que la casa fue incendiada. Poco después llegó la Brigada de Bayeux, con sus relucientes cascos de acero. No hubo más incidentes en Bayeux, aunque muchas otras ciudades de Normandía sufrieron graves daños. Fue la primera ciudad francesa en ser reconquistada por los Aliados.

Granja Hélie en St Pierre, Tilly-sur-Seulles, Francia

En la mañana del 11 de junio de 1944, St. Pierre fue objeto de un intenso bombardeo. Mientras el Escuadrón "C" avanzaba, un proyectil de 105 mm impactó directamente en el Cuartel General del Regimiento. El coronel interino, el mayor M. H. Laycock, MC, falleció, junto con el capitán G. A. Jones, ayudante, y el teniente A. L. Head, oficial de inteligencia. El capitán P. J. D. McCraith, MC, y el sargento Towers resultaron heridos. Una placa conmemora la granja donde ocurrió la tragedia. Poco después, el mayor Stanley Christopherson, MC, asumió el mando del regimiento.

El monumento a los caídos en Berjou, Francia

El domingo 10 de septiembre de 1944, se ordenó al Regimiento enviar un escuadrón en apoyo de la 151.ª Brigada, que mantenía una cabeza de puente sobre el Canal Alberto, al sur de Gheel. Por la tarde, el resto del regimiento cruzó el canal. Se necesitaron dos días más para liberar la ciudad, que estaba en manos de paracaidistas alemanes fanáticos. Fueron los tres días de combates más cruentos desde el Día D. Nuestras bajas humanas fueron las peores desde nuestro desembarco en el continente; nuestras bajas en tanques fueron las peores desde Wadi Zem-Zem, en el desierto. Dos oficiales y 21 soldados murieron; once tanques fueron destruidos y dos más resultaron dañados. Sin duda, si los escuadrones "B" y "C" no hubieran contraatacado con tanta agresividad, la cabeza de puente se habría perdido. Los hombres caídos son recordados en un monumento conmemorativo en la plaza principal, frente al ayuntamiento.

La orilla del Sena, Vernon, Francia

El 27 de agosto de 1944, la 8.ª Brigada Blindada cruzó el Sena en apoyo de la 43.ª División (Wessex) utilizando puentes flotantes en Vernon, ya que el puente carretero había sido destruido por un bombardeo de la RAF. Los escuadrones "A" y "C" cruzaron para apoyar a la infantería en la cabeza de puente. El mayor HMS Gold, MC, regresó de la "liberación" de París algo perjudicado por un exceso de champán.

Ayuntamiento de Geel, Bélgica

El domingo 10 de septiembre de 1944, se ordenó al Regimiento enviar un escuadrón en apoyo de la 151.ª Brigada, que mantenía una cabeza de puente sobre el Canal Alberto, al sur de Gheel. Por la tarde, el resto del regimiento cruzó el canal. Se necesitaron dos días más para liberar la ciudad, que estaba en manos de paracaidistas alemanes fanáticos. Fueron los tres días de combates más cruentos desde el Día D. Nuestras bajas humanas fueron las peores desde nuestro desembarco en el continente; nuestras bajas en tanques fueron las peores desde Wadi Zem-Zem, en el desierto. Dos oficiales y 21 soldados murieron; once tanques fueron destruidos y dos más resultaron dañados. Sin duda, si los escuadrones "B" y "C" no hubieran contraatacado con tanta agresividad, la cabeza de puente se habría perdido. Los hombres caídos son recordados en un monumento conmemorativo en la plaza principal, frente al ayuntamiento.

Museo de la Liberación Nacional, Groesbeek, Países Bajos

El Museo de la Liberación Nacional merece una visita. Abarca tres temas principales: el periodo de ocupación, las batallas en Holanda y las consecuencias de la guerra. La Cúpula del Recuerdo alberga un Libro de Honor con los nombres de 150 000 soldados aliados caídos entre el Día D (6 de junio de 1944) y el Día de la Victoria en Europa (8 de mayo de 1945) en la lucha por la libertad de Europa. El tanque Sherman M4A1 situado frente al museo está pintado con los colores de los Sherwood Rangers (gracias a TEi Ltd de Wakefield , Yorkshire) y luce una placa en memoria de los 288 Sherwood Rangers caídos durante la Segunda Guerra Mundial.








 


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