martes, 14 de junio de 2016

El Servicio de Aerostación Militar de Guadalajara


El comienzo hay que situarlo en 1896, año en que se decreta la creación de Servicio de Aerostación Militar en Guadalajara con el afán de modernizar el Ejército Español y de equipararlo con los de los países vecinos. Se iniciaba así, desde las terrazas fluviales de los Manantiales, la conquista del espacio aéreo; una arriesgada aventura que quedaría paralizada tras el Desastre de 1898. Habría que esperar, por tanto, a que cicatrizaran las heridas abiertas en la sociedad y en la economía nacional para que llegara la hora del despegue. Quizás, podríamos fijar el 26 marzo de 1904 como el punto de inflexión en esa trayectoria decadente, pues, en aquella jornada un jovencísimo Alfonso XIII llegó hasta nuestra capital para respaldar y dar con su persona el empuje definitivo a ese proyecto estratégico.


Después, se sucederán ininterrumpidamente acontecimientos exitosos que jalonan la historia de la aeronáutica española: confección de los primeros globos cometas y esféricos en dependencias alcarreñas; el seguimiento de fenómenos astronómicos y atmosféricos allí donde se requiriera; vuelos de prueba con los prototipos del dirigible ideado y construido bajo las directrices de Leonardo Torres Quevedo y de Alfredo Kindelán; ensayos con reflectores de campaña y de telegrafía con y sin hilos; y, en noviembre de 1910, el primer aterrizaje de un aeroplano en los Manantiales, una experiencia que pocas ciudades habían imaginado y que podrían experimentar jamás.


La llegada a Guadalajara del piloto francés Jean Mauvais acontecía unos meses después de la botadura del dirigible “España” y tras las primeras operaciones bélicas de los globos del Parque en la Guerra del Rif, unos episodios que certificaban la mayoría de edad de la aeronáutica española y que exigían el crecimiento de las inversiones y, también, la creación de nuevos campos de aviación en Madrid, “Cuatro Vientos”, en Sevilla, “Tablada”, en Barcelona, “El Prat”, etc.


Pero, con mayor motivo, la urgente ampliación de las instalaciones de los Manantiales que, a partir de 1910, contarían con nuevas construcciones y hangares, y con la apertura de un aeródromo al otro lado de la vía férrea Madrid-Barcelona. Será aquí donde inmediatamente se planificarán y construirán los barracones para la custodia de los Farman MF-7, los primeros aeroplanos con que contó el Ejército Español, y, en 1917, se levante un chalet con terraza para que los oficiales aspirantes a pilotos pudieran descansar y contemplar desde ese mirador las evoluciones de sus monitores y compañeros en vuelo, y las maniobras de despegue y toma de tierra. Es esta torre de avistamiento una de las construcciones ligadas al nacimiento de la aviación y una de las más antiguas que hoy se conservan en el planeta.


Al año siguiente, en 1918, unos centenares de metros más allá, se ponía en marcha “La Hispano. Fábrica de Automóviles y Material de Guerra”, la factoría capaz de generar el empleo suficiente para mantener activa a gran parte de la clase obrera de Guadalajara y de su comarca hasta 1936. Aunque no estaba indicado en su epígrafe mercantil, el diseño y fabricación de aeroplanos fue, desde un primer momento, uno de sus principales objetivos. Ya en el año inaugural se acometió la construcción del Flecha Hispano-Barrón, y, enseguida, la de los biplaza AIR-CO De Havilland en sus versiones DH-6 y DH-9. Tal fue el éxito que, en 1920, se crearía una nueva sociedad, “La Hispano Aircraft”, y se levantaría una fábrica exclusivamente para este fin. De aquí, y hasta 1936, saldrían varios centenares de motores de aviación Hispano V-8 y otros tantos aviones de los modelos Hispano-Nieuport 52, Hispano E-30, e Hispano HS-34, o E-34, en sus versiones militar y de recreo, y, finalmente, el caza Hawker Spanish Fury y, entre otros, el prototipo Hispano Suiza C-36.


Entre tanto, en los Manantiales seguía el desarrollo de la aerostación, planificando y confeccionando nuevos modelos de envolturas, desarrollando sistemas de navegación aérea, inventando paracaídas para mercancías, o afrontando, en 1929, el diseño y montaje de un dirigible escuela –bautizado “Reina María Cristina”– para la formación de los pilotos que, posteriormente, se incorporarían a las compañías comerciales de aviación transatlántica. Pero también, arriesgado las vidas de sus mejores hombres al afrontar experiencias científicas de gran peligro, como la ascensión mortal de Benito Molas hasta los 11.000 metros en 1928, y la frustrada de Emilio Herrera hasta los 20.000 en 1935. Debo insistir en que el traje ideado entonces por este coronel, preparado para atravesar las capas de la atmósfera en una barquilla abierta, serviría décadas después de modelo para la confección de los que utilizarán los astronautas soviéticos y estadounidenses en su conquista del espacio.

No podemos olvidar tampoco, la gesta realizada por el guadalajareño Mariano Barberán y el teniente Collar, dos ingenieros militares que atravesaron el Atlántico en 1933 en un avión –el “Cuatro Vientos”– fabricado por Construcciones Aeronáuticas S.A., una sociedad que fundara y dirigiera el alcarreño José Ortiz Echagüe.

Como anunciada al comienzo, todo cesó con el estallido de la Guerra Civil, y concluyó tras el desenlace final. Después, el brillante y excepcional pasado aeronáutico de Guadalajara fue diluyéndose con el discurrir del tiempo y al ritmo del martilleo de la piqueta que iba derribando los inmuebles en los que se habían desarrollado y escrito los capítulos iniciales de la aviación española.

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