miércoles, 10 de enero de 2007

Artículos periodísticos de Sotero Barrón Llorente

Artículos periodísticos de Sotero Barrón Llorente

En La coalición, periódico republicano-progresista del 19 de septiembre de 1907

El cura de La Codosera

Sr. Obispo: ¿Cómo se explica que S. I., tan santo, tan justiciero, consienta al párroco de aquel pueblo la serie interminable de enormidades que allí ha cometido y sigue cometiendo con menosprecio de su sagrado ministerio, para vergüenza de España y oprobio de sus ciudadanos?

S. I. no puede alegar ignorancia en este asunto, porque suscrito por varios vecinos le entregaron el historial enfangado de este sacerdote, que de nada tiene menos que de sacerdote,

Dicen las comadres de La Codosera que se ha demostrado que el páter no tira de la oreja a Jorge en la taberna, que lo hace en el café, ¡qué inocencia! En la Delegación de Hacienda. sabrán si allí existe algún café,

Dicen igualmente, que el vecino Martín Lobo, después de firmar aquel escrito denunciando que el Juez municipal, padre del párroco, le llamó al Juzgado, donde le pegó y maltrató en compañía de su hijo consagrado, que consiguieron declarar que había sido en broma, que aquello no fue más que, unos sencillos arañazos; pero lo raro es que no hayan declarado los vecinos que le acompañaron al Juzgado y estuvieron presentes en la refriega; estos Sr, Obispo, son los llamados a hacer luz.

Que declaren los vecinos de aquel pueblo José Silva Rodríguez, Alonso Vélez Acosta, Pilar Gómez, D. Joaquín del Solar, D. Sotero Barrón y D. José Gómez Reposa, que fue citado y no compareció; que declare la Sra. Condesa de la Camorra y el cabo dé la guardia civil Pedro González Sudón, en vez de llamar a esa a declarar al sacristán; al amo de la taberna donde el Sr. Cura toma café y las ve venir diariamente; al hijo del secretario del Juzgado, que lo es del acreditado párroco y al que entonces era maestro de escuela, que respecto de la jefatura política del padre, era una especie de ministro sin cartera; pero, antes de declarar aquellas personas que juren de verdad el decirla, con el crucifijo delante, esto es, con todas las solemnidades de la Ley, y hágase luz I. S., que si siguen en la impunidad tantos y tantos atropellos como comete este señor cura, van en la Codosera camino del crimen.

Con sana voluntad e inspirándose en la justicia puede S. I. prestar un beneficioso servicio a aquel pueblo, que por su temor e ignorancia no sabe imponer la Ley y es víctima de locas temeridades, y el señor Obispo, tan santo, tan justiciero, debe acreditar una vez más estas hermosas prendas que lo elevan.

J. S.

En el Heraldo de Zamora, el 19 de agosto de 1908

EL ESTUDIO

Continuación.

II

Anudemos el cabo final de nuestro anterior artículo con el inicial del presente y veamos si ponemos de manifiesto, como allí erigíamos al estudio en pedestal de toda luz y prosperidad, que no estudiamos y no sabemos, porque no nos sujetamos a poner los medios adecuados al efecto y no ponemos estos medios porque ignoramos el placer incomparable que brota de la sabiduría. Además, la rutina y el sistema y el medio viciado en que nos educamos, sugestiona nuestra razón de tan repugnante manera que nos hacemos infranqueables a toda idea nueva.

Sumemos a estas -primordiales- y poderosas causas el tranquilo hospedaje que hallamos en el ambiente de ficción donde nos movemos y funcionamos, y a nuestra refractación al estudio se asocia descaradamente la convicción de que nos es superfluo.

Vamos a demostrar nuestros asertos.

¿Cuántas personas han estudiado Geometría?

Mil, un millón, dos millones, cuantos pisaron los umbrales del Instituto. Preguntadles a todos si alguna vez supieron la diferencia que existe entre medio metro cúbico y la mitad de un metro cúbico; mandad que hallen el área de una superficie cualquiera, que digan por qué no protestan cuando oyen llamar círculo a la circunferencia; dadlos la densidad de un cuerpo y que hallen su volumen; que construyan un polígono determinado de superficie equivalente a otro dado, que diserten acerca de las propiedades de la parábola, etc., etc.. y ¿Cuantos saldrán airosos de la empresa?

Medite el lector.

¿Cuántos han saludado a la Aritmética?

Cuantos pasaron a la residencia de la Geometría, porque no es permitido conversar con esta ilustre dama sin previa licencia de su tutora y Señora de los números.

Pues ordenémosles que hallen la generatriz de una fracción decimal periódica de número ilimitado de cifras, que nos digan a quien es igual el cociente de una división inexacta o un término cualquiera de una progresión geométrica; que multipliquen dos fracciones que produzcan la unidad o dividan un número concreto por otro también concreto y digan la especie del cociente, decidles que un individuo gastó cierto día las tres octavas partes de su capital, al siguiente la mitad de lo que quedó el anterior y después de dar de su último dinero las tres quintas partes a los pobres, poseía aún veinticinco duros; y sin avisarles de que se trata de una simple suma, que os digan cuántas pesetas formaban su primer capital, y ¿Cuántas hallaremos competentes?

Medítese.

Repetiríamos la prueba en las ramas de la Historia y demás ciencias naturales, en Letras y Derechos, examinaríamos a los ingenieros de mecánica y química, á los maestros de pedagogía, a los letrados de derechos administrativo y mercantil, a los médicos de física, higiene y fisiología,... a los aristócratas les haríamos disertar laboriosamente sobre la atmósfera, la higiene o análisis gramatical, etcétera, etc., y el resultado general de tan veleidosa labor se equipararía a los que nos proporcionan la aritmética y la geometría.

He aquí la síntesis a que llegamos; y hablamos en firme porque la observación y la experiencia nos animan a ello con decisión inquebrantable.

Pues si, esto es así, si el saber es aparente y realmente no existe entre nosotros, ¿cómo podemos sentir en nuestro corazón aquella satisfacción inefable, aquella gloria del héroe victorioso?

Si quien de un balazo detiene al corzo en su carrera o descuelga de las nubes un águila feroz; siente el placer infinito de una superioridad sin ejemplo, si quien supino en muelle aposento vuela en la negrura de la noche sobre carriles de hierro burlando tormentas y aquilones, atravesando las entrañas de los montes y salvando horribles precipicios, considera y admira extasiado el poder que emana de la razón y laboriosidad humana como divinos efluvios de su inteligencia; ¿qué gozo, qué felicidad indescriptible no sentirá el hombre que arranque al universo sus arcanos, que luchando con las armas de la sabiduría y la pujanza de su mentalidad contra el poder inconmensurable de la Naturaleza, la derogue y despedace, descubriendo sus misterios que entregará a la familia humana pare su lucro y bienestar como presa suculenta que la astucia del indio o Ja sagacidad del felino lleva para pasto de los suyos?

Cuando el ojo racional ve el mundo pequeño a través del microscopio, lo ve mil veces aumentado y millones de veces aumenta también el coeficiente de sus aspiraciones con la ilusión de este precioso colector de luz que amplifica mil veces los objetos y dilata la imaginación hasta lo infinito.

Resulta, en fin, que carecemos del natural estímulo para estudiar, y como el maestro nunca supo la verdad sino envuelta en ambigüedades y deficiencias, no sintió el envanecimiento de poseerla ni el amor de comunicarla y el alumno qué ve la aridez y falta de finalidad en sus trabajos, no siente el esencial incentivo y tratando mutuamente de engañarse, aquel para que el tiempo se deslice dulcemente y este para obtener un necesario aunque ilegítimo justificante de su saber, es lo cierto que ambos giran en un círculo vicioso y por su ignorancia y falta de atractivo, no se ciñen a las asperezas del trabajo ni ponen los medios eficaces para que del estudió surja su ilustración y sabiduría.

Nos limitaremos ya hoy a rendir homenaje a las honrosísimas excepciones que tiene esta regla, antes de que pudiera interpretarse nuestro silencio en un sentido equívoco, excepciones que debieran corresponder a la ignorancia y la regla nutrirse de sabios y seríamos un pueblo de atletas como hoy lo somos de pigmeos.

Y vayamos administrando en prudentes dosis la antiséptica y algún tanto cáustica prosa de este amargo trabajo que reanudaremos en breve.

Calabor, Agosto 1908.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 14 de septiembre de 1909

ERRORES ARANCELARIOS

Protección equivocada.

La misma preocupación que subyugó a nuestros antepasados sobro la eficacia del signo de cambio para enriquecer un pueblo así como por ensalmo, tiene embelesados a nuestros contemporáneos en lo atinente al proteccionismo arancelario. Los reyes de aquellos no hacían más quo combinar y discurrir el procedimiento de ser ricos, sin que esa riqueza saliera naturalmente del trabajo efectivo de su nación, y los gobernantes de ahora quieren igualmente inventar una industria nacional, sabia y poderosa, sin que la sustenten los cimientos de la sabiduría mecánica, de la ciencia en general y de los demás elementos propios para elevar las manufacturas al grado de perfección que exigen nuestros tiempos. Aquéllos cifraban sus triunfos económicos en la acuñación de moneda y en su valor nominal, como estos lo esperan todo del proteccionismo arancelario. Y ocurría entonces, que las presentidas solvencias eran nuevas bancarrotas, así como en el presente la vaticinada grandeza fabril de España, es un sencillo espejismo. Es más, no paran las cosas en el grave yerro de presuponer real lo que es sólo imaginario, no acaba todo en la decepción de que es ilusión lo que se aseguraba efectivo, no, los hechos van más lejos, llegan hasta el peligro.

En vuestro delirio proteccionista hemos llegado hasta la guerra de tarifas y, aunque ya estamos en el palenque, por fortuna, aún no ha pasado la lucha do los caracteres de simulacro, si bien con daño consumado, y todavía es hora, la presente, de oprimir el botón do alarma, porque si el procedimiento no muda, el porvenir nos aterra con sus borrascosas e inclementes tormentas.

Y gracias a que el tratado con Suiza alivia algo el traumatismo inferido al comercio exterior por la rabiosa protección que rige, porque si no, a estas fechas nos habrían declarado la guerra arancelaria casi todas las naciones, pues el tratado suizo ha sido un oportuno sedante, a cuyos beneficios se acogen los miembros lesionados, y así vamos llevando el tiempo —o él nos lleva a nosotros— hasta aquí, sin novedades de gran inquietud. Pero el giro do los acontecimientos, el derrotero que marca la brújula de nuestra conducta de protección es de algún cuidado, y sería de buen acuerdo que estuviéramos apercibidos para recibir las sorpresas que Francia nos elabora silenciosa o, mejor aún, que tuviéramos la habilidad de evitarlas oportunamente.

¡Oh! ¡Qué magnifica tierra de promisión sería aquella donde redactando un lucrativo catálogo de los derechos aduaneros adornado por el ampuloso calificativo de protector, surgiera por simpatía una pujante e indomable industria! No, no es posible; así como nada es crea ni se extingue, tampoco una industria se genera espontáneamente, como por las palabras del ángel, con la concepción caótica de un arancel; ha de nacer de sus legítimos padres, que son, la ilustración científica del pueblo, las vías de comunicación y la accesión fácil a numerosos e importantes mercados. Estas son las verdaderas virtudes teologales de la religión fabril y comercial, porque religión debe llamarse a lo que es el más fecundo origen del bienestar humano, por ser el lazo unitivo de la paz y felicidad en los pueblos, como es la industria cuando es floreciente y esplendorosa.

Nuestro penúltimo arancel ya denotaba una represalia con el extranjero, y el vigente, es aquélla, corregida y aumentada. Semejante actitud, que pretextamos en la tan cacareada protección industrial, es el germen de las onerosas discordias que, por razones de oportunismo, sostenemos con el extranjero, como las que vemos en lontananza hacia la vecina República. Así, lo que hacemos es cerrarnos las fronteras para someternos al odioso monopolio, y que nuestros productos no puedan salvar las plazas internacionales. Elijamos algunos datos: Francia, que en 1905 nos vendió 4,5 millones de francos en tejidos de seda, no nos ha importado en 1908 más que 3,25 millones de esta mercancía. En aquel año nos importó 4,56 millones en tejidos de lana, y en 1908, 3,63 millones. Por este tenor hemos restringido sus importaciones hasta hacerlas descender 19 millones de francos, pues en 1905 le compramos por valor de 149 millones, y en 1907 ya no importamos más que 130.

Y no se nos replique que haya podido decaer la potencia exportadora de Francia, porque a la réplica opondríamos que, mientras aquí descendió aquel comercio 19 millones en un año, aumentó la exportación francesa a las demás naciones, pues sólo en tejidos tuvo un incremento de 57,8 millones, y 22,6 en maquinaria.

Si examinamos nuestra exportación a Francia, vemos que en 1905 le vendimos 187 millones y en 1907 ya no le enviamos géneros más que por valor de 164. De masera, que los efectos de positiva protección están claros.

Es cierto que sólo exponemos datos relativos a Francia, pero precisamente son los que convienen a nuestros fines, porque esa es la nación con quien nos debe unir una armonía estrechísima, y esa es la que amenaza contestarnos a la guerra con la guerra.

Respecto a Italia ¿qué decir? Estamos aún peor que con Francia, porque ésta siquiera goza de la cláusula de nación más favorecida; y si no nos vende más, es porque al tratar con Suiza fue muy hábil la selección de mercancías que habían de beneficiarse, selección que, a la vez de satisfacer a la propia República Helvética, agradaba también a otras naciones no visibles en escena como, por ejemplo, la avizora Alemania, mientras que Francia se quedó in albis, pues sus productos privativos no son los peculiares de otros países. Y así estamos, así seguimos y quién sabe a dónde llegaremos con nuestra febril protección.

Por otra parte, no concertamos tratados con Francia ni Italia, porque los vinos son el obstáculo insuperable. ¿Pero es que en esta situación les vendemos más vinos que después de un tratado donde no tengamos para ellos las ventajas quo ambicionamos? Pues al así no es, tratemos con esas naciones y depongamos nuestras ambiciones paro facilitar el intercambio en cuanto sea posible y vayamos despojándonos de esas teorías de protección que en la práctica resultan tan falsas como esas Joyas que sigilosamente compran en las calles los incautos isidros madrileños.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 28 de octubre de 1909.

El arancel de exportación

Omisión elocuente

No hay mayor desdicha en la vida económica nacional de los pueblos, que aquella de ignorar lo sustantivo en materia tributaria, porque es tan fácil la desigualdad, como ésta injusta y odiosa. Cuando desde el representante parlamentario basta el último elector se mueven cual autómatas, sin más distingos ni ideales que sumarse a los muchos, sin otro incentivo que medrar y mejorar a costa de cualquier causa, sin consciencia do sus actos y, en particular, de las consecuencias, entonces, querido lector, la resultante del torbellino de energías se dirige en cualquier sentido y su utilidad la aprovecha cualquier vividor legal.

Por desgracia nosotros hacemos punta en este respecto. Aquí, donde políticamente se nos educa para mansurrones, incorporando a la ciencia del gobierno convicciones que por su índole debieran ser independientes; donde económicamente carecemos de otros principios que aquel de evadir la tributación legítima, resbalando si podemos socarronamente la carga sobre el vecino; donde, en suma, la ignorancia, el instinto de no pagar y la falta de fe en los principios de equidad, se amalgaman con las alharacas, la capciosidad y el egoísmo de nuestros curadores, es infalible que vivimos financieramente a merced del acaso o bajo la voluntad cautelosamente recatada de cualquier avispado timonel.

Poco importa que los voceros de la moralidad hagan política fumigando con la antisepsia «de sus pregones las hedorosas obscuridades, donde dos bacilos absorbentes de las Vasco-Castellanas, los montes, los estampillados, las escuadras, agios y demás presuntos negocios, viven, crecen, se desarrollan y reproducen; poco importa todo ello, porque no es bastante; son daños irremediables y distraen la atención y el tiempo. Es necesario más: es Indispensable hacer Hacienda y Administración, fuentes de justicia y bienestar. Y para hacer Hacienda hay que estudiar observando, y discurrir, fiscalizar y proponer con el imperio de las pruebas

Tenemos en España un origen de ingresos, el más fecundo y más integro, sí mal no lo comprendo; pero el menos advertido, menos discutido y entendido.

Prescindiendo aquí de las doctrinas que lo informan y dando de lado disquisiciones sobra la génesis de algunas partidas tarifarias, es indudable, evidente con la evidencia de los hechos, que existe una omisión inexplicable, me refiero al arancel aduanero, partido por gala en dos, como diría el poeta: de importación y exportación, y en este último es donde mis ojos pecadores vieron que no veían cuanto yo creía que debieran ver.

Quizá una innata predisposición a suponer, me haga dilatar con sutileza la loca imaginación hasta vulnerar las fronteras del absurdo; acaso una intuición torcida o una experiencia equivoca sean mi norte, y, por tanto, cabalgue en la alada fantasía por las regiones Imaginarias de la quimera y el lirismo; pero no importa, no importa; decía exclusivamente que miro y no veo, no lo creo censurable ni punible, y menos todavía que si soy torpe de vista el daño será para mí; más en cambio, frente a esa inocente contrariedad está la ventaja inmensa de que mí voz pudiera recordar y ser motivo de provisión de una verdadera e importantísima omisión.

Mo ocurre revisando el arancel de exportación, lo que a Mendeleheff cuando clasificó los elementos químicos, fundándose en lo que él llamó ley periódica de sus pesos atómicos. En efecto, presidiendo el sistema de que tributen al Estado todos los minerales o menas que nos lleve el extranjero, y rememorando aquellos que arrancados a las entrañas de nuestro territorio son como un torrente cósmico de invalorable riqueza, los veo en serie gravados. Más noto un vacío, y como aquel sabio químico —sin que yo sea lo uno ni lo otro—, por la vacuidad de algunas plazas en sus ordenadas colecciones, predecía la existencia de cuerpos simples ignorados, del mismo modo presumo yo la ausencia de los minerales de zinc entr4e los de plomo, hierro y cobre, que siendo todos ellos el cómputo de nuestra producción minera, no hallo justificada la deserción de los primeros de las tarifas del arancel de exportación.

Y por hoy paréceme bastante llevar el dedo Índice sobre el punto de referencia. Barajar cifras y calibrar razones en defensa y pro de lo que creo de justicia y de los intereses del Tesoro público, será materia de futuros trabajos.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 2 de noviembre de 1909.

El Arancel de exportación.

La franquicia de los minerales de zinc. —Razones en contra. — Sus consecuencias. — Más de 3.000 pesetas anuales que pierde el Tesoro. — Algo de estadística. — Guarismos sin comentarios. —

En mi ulterior artículo sólo indicaba el hecho de que los minerales de zinc no figuran en el Arancel de exportación entre los demás minerales de la producción española que tributa al Tesoro cuando salen al extranjero; pero prometía dar mayores vuelos al asunto, estudiando números, relacionándolos entro sí y analizando y deduciendo para manifestar consecuencias, siquiera la incógnita no salga de las sombras donde se sustrae a los ojos profanos, esto es, siquiera no sepamos de una manera formal el porqué de le ausencia de los minerales de zinc, del Arancel tributario de exportación. Hoy cumplo lo ofrecido, sin que por ello deje este para mí intrigante asunto, de la mano, pues estaré siempre alerta para utilizar todas las oportunidades, hasta ver si consigo que los minerales de zinc paguen como los demás, so pena de que se me demuestre no ser mi propósito legítimo, lógico, razonable y equitativo.

La cuestión presenta dos partes a tratar.

Primera. Razones para que la blenda y la calamina figuren entre las demás menas.

Segunda. Consecuencias de su exclusión en el orden económico.

Vamos con aquélla:

Es doctrina perfectamente definida en nuestro sistema arancelario que tributen al Estado los productos cuya exportación no nos conviene sin que hayan rendido a la mano manufacturera parte de su riqueza fabril. No discutamos la doctrina; tiene sólidos fundamentos y es inexorable con los minerales, hasta con los beneficiados, como le ocurre con la mata cobriza y los plomos argentíferos, que pagan nada menos que dos y una pesetas —oro— respectivamente, los 100 kilogramos.

Además, puede decirse que el arancel de exportación se concreta en la imposición de derechos a las menas y sus metales, pues si bien grava el corcho, los trapos y los huesos, apenas si producen en su emigración una insignificante recaudación, mientras que aquéllos le dan al Tesoro casi cinco millones de pesetas cada año. De manera que el sistema es aceptable; la ley quiere sujetar en el país algunas primeras materias de la industria, pero no puede, el gancho extranjero las lleva; pues que supla el extranjero, aunque sólo sea en ínfima parte, el mal negocio que nos acarrea. Ahí tenemos, pues, esos cinco milloncejos como azúcar que engolosina al can para que lleve al cazador las presas de sus arcadas marfileñas.

De donde se deduce que las únicas mercancías que nutren la recaudación por el concepto de referencia, son las menas y sus metales.

Ahora bien, ¿Cuáles son estos? EJ plomo, el hierro y el cobre.

¿Y qué menas y metales produce y exporta en gran cantidad España? Pues los enunciados y el zinc son los únicos que merecen mención.

¿Y se tiene noticia de alguna razón que dispense al zinc de formar en la línea tributaria de los otros? Ninguna.

¿Pero no está incluido el zinc entre aquéllos? Pues el lector por su cuenta y en su elemental filosofía fallará.

Entramos ahora en el terreno de las cifras.

El último año exportamos, en números redondos, 10 mil millones de kilogramos de mineral de hierro, cuyos derechos ascienden a 3 millones de pesetas oro; 1.120 millones de kilogramos de mineral de cobre con más de uno por ciento de riqueza metálica; elevándose los derechos a 1.792.000 pesetas oro; 165 mil kilogramos de mata cobriza, con derechos que suman 330.000 pesetas oro; 5,6 millones de kilogramos de minerales de plomo, que arrojan un total de derechos de 84.000 pesetas oro; y, por fin, exportamos 121 millones de kilogramos de blenda y 34 millones de kilogramos de calamina, ambos minerales de zinc en estado natural o bruto, y 12,5 millones de kilogramos de calamina calcinada, esto es, ¡parcialmente beneficiada, partidas ostas últimas comprensivas del zinc, que fueron al extranjero, como en años anteriores y como siguen exportándose hoy, libres de derechos, sin tributar ni un céntimo. De consiguiente, y no debemos olvidarlo, mientras la exportación de los minerales que tributan ha rendido 4.206.000 pesetas en oro, los de zinc, qué son hermanos, que viven y navegan en iguales circunstancias, ¡tienen franquicia!

Veamos, en suma, el daño que la tal franquicia ha podido causar a España en el año a que estos datos se contraen, el cual puede ser base para calcular más largo.

100 kilogramos de mineral de hierro, pagan 2 céntimos; 100 kilogramos de mineral de cobre, 16 céntimos; 100 kilogramos de mineral de plomo, 1,50 pesetas, y 100 kilogramos de mata cobriza, 2 pesetas.

Pues bien; no hemos de asimilar el zinc al hierro ni al plomo, ni tampoco al cobre, si bien creo que se me admita la aproximación a éste para los efectos de un gravamen fiscal.

En tal caso, no creo salir del espirito que se mantiene para imponer derechos de exportación al, en la hipótesis de que tributara el zinc, pagaran 12 céntimos los 100 kilogramos de sus minerales y una peseta los 100 kilogramos de calamina calcinada.

¿Sabes lector, a cuánto ascenderían al año los derechos de exportación de los minerales de zinc hasta hoy pródigamente agasajados por la franquicia?

Pues a 341.000 pesetas en moneda de oro.

Los comentarios para otro día.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 22 de noviembre de 1909.

El Arancel de exportación

La franquicia de los minerales de zinc. III

Es altamente expresivo y de equidad dudosa que todos los minerales españoles (menos los de zinc) tributen a la exportación y que los de zinc tengan el privilegio de la franquicia. Tal suceso, que parece anómalo a los espíritus reposados y aún indiferentes, se presenta edificante a los ojos escrutadores de aquellos que el argot de Ja diplomacia llama suspicaces.

En esta desventurada nación, donde nadie es obligado a probar el limpio origen de su patrimonio, todo se vuelven cabildeos, intentonas, ensayos y descalabros para crear un tributo que científico y justificado subvenga a las cargas del Estado, y, entre tanto, vastas lagunas, cual la franquicia del zinc, yacen inadvertidas en la virginidad lucrativa de la exención.

Hasta el año 1906 no quisimos utilizar el filón de cobre en la exportación de Huelva. Desde aquella fecha ingresan anualmente en las arcas nacionales dos millones de francos, especie de obención inglesa, tan racional como necesaria y aceptada incondicionalmente por todos. A pesar del sugestivo ejemplo, sigue el filón de zinc, lastrando los tanques pecuniarios de sus extractores, con aquello que al espíritu de nuestra legislación le es tan afín, que su consorcio sólo parece evitarlo algún insuperable obstáculo intermedio,

Creo sinceramente que abrogada esa franquicia, el resultado equivaldría a llevar medio millón de pesetas anuales al haber del Tesoro, pues si la estadística no da margen para calcular este cupo, quién sabe si se operaría el milagro de que pagando derechos hallara el fisco aumentada la densidad de la sulfurosa blenda y la carbonada calamina.

¿Qué, no es apreciable medio millón de pesetas al año? ¿Por desgracia es poco? No, no lo es. No están los tiempos para despilfarros.

Quince millones ha de integrar la renta del alcohol y ha perturbado el comercio, la industria fabril y la agricultura de toda España, tras de un semillero de inenarrables discursos y una administración que, enojosa hasta el odio, consume elevada nómina para que aquellos quince millones no sean quince. En cambio, lo que se propone, la tributación del zinc, no arruinaría a nadie, no conmovería en sentido alguno de daño nuestro proceso mercantil, no habría que crear nómina ni mover un funcionario, ni modificar mecanismo alguno, no se levantaría más de una voz en son de protesta, y, si acaso, inadmisible por improcedente.

Véase la base undécima de la ley que legitima el arancel, y os convenceréis de que el Gobierno puede en cualquier momento imponer derechos de exportación a las mercancías cuya salida pueda causar un daño irreparable. ¿No os parece caprichosa lenidad la conducta de excepción que debatimos? ¿Halláis algún fundamento para justificarla? ¿Creéis que los minerales de zinc deben tributar como tributan los demás?... ¡Ah! Pues habréis de aceptar que su franquicia produce daño irreparable y, por tanto, que su supresión temporal, mientras llega la nueva revisión arancelaria, es inminente. Por ello sería improcedente toda protesta en contra.

Estoy seguro que nada lograré de momento, pero lo estoy también del éxito en la persistencia, y el día que vea los minerales de que se trata en el imperioso escalafón de los contribuyentes, seré feliz, porque habré desbaratado este para mí endríago, que se me antoja como uno muy singular de los tan desacreditados ascensos por elección, de esos que odio con todos los odios humanos, y si un día fue cierta mi impotencia para derrotarlos, irá, pues, la calidad del vencido a neutralizar la ausencia del número. Sobre todo, sentiré el placer de haber indicado una omisión, de haberla puntualizado, y con ello llevar al Tesoro un ingreso de los más justos y sensatos. Es más, quizá sea eficaz estímulo para avanzar impertérrito por los inexplorados y casi tenebrosos campos, donde la obscuridad albergar pudiera cuantiosos Arcanos de áureo redaño.

Por hoy hay Cámaras cerradas para un largo período, pero precisamente es la ocasión de laborar y equiparse, pues no es en la batalla cuando el soldado se armamenta y atiborra su mochila.

Termino, pues, de articular; no quiero apurar la paciencia de mis respetables lectores, aunque el asunto merece los honores de la atención y, más todavía, porque si en estos momentos solemnes de regeneración seguimos víctimas de la pasividad, nuestros avances serán de retorno y las mejoras ficticias.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 28 de noviembre de 1909

DILEMA

Somos buenos o malos (taxativamente)

La clasificación española ha llegado a un periodo de su vida que ofrece la más curiosa novedad. Me refiero a la última división genérica que distingue unos de otros.

La clasificación de los hijos de Brahma, la sufrida por los egipcios, la de patricios y plebeyos que rigió en Roma y otras tantas de análogo patrón, no llegan en la actualidad más que a los folios de la historia en los cuales leemos con estupefacción las diferentes taxonomías humanas, horrorizándonos de que el hombre haya soportado un yugo tan vergonzoso e indigno cuanto absurdamente fundado.

Cuando la memoria repasa aquellas odiosas diferencias, no podemos contener un súbito rebato de satisfacción al vernos libres de tan miserable esclavitud. Sí, dichosos nosotros que gozamos una vida de igualdad y libertad jamás registrada ni superada por las pasadas generaciones de los distintos pueblos, nos decimos en dulce soliloquio:

Sin embargo, no es oro todo lo que brilla. Se opera en nosotros una transición, la más Peregrina y, quién sabe si la de más cruento fin.

En esta época, ya vulgarizada aquella sentencia de «toda comparación es odiosa», tomamos nuevo punto de referencia para clasificarnos los españoles, y refiriéndonos a nuestros ideales políticos y a nuestra religiosidad, nos agrupamos bajo una bandera «dualista que nos adjetiva: buenos y malos.

Somos buenos si, asiduos al templo, leemos la prensa católica y damos nuestros sufragios a quienes nos indiquen las personas piadosas; y somos malos si, aspirando a un nuevo régimen por el derrotero liberal, no comparecemos al severo llamar de las campanas, ni cumplimos los predicados de la piedad, ni leemos su prensa, ni somos creyentes decididos. Somos ovejas que, al bifurcarse el camino, tomamos unas la senda del bien y nos desviamos otras por la tortuosa vereda del mal.

Pero esta singular y novísima clasificación es específica, aunque sea elemental y primordial, y establece una corriente de identificación tal, que la potestad de calificar es común a todos los ya ungidos por el cisma calificador; así, cualquiera de los buenos puede legítimamente apostrofar al malo y aplicarlo el código de la piedad (?). (Nos balanceamos en una diferenciación lujosa; somos buenos o malos por antonomasia,)

Así establecida la divisoria, formamos dos bandos, según definición de don Antonio Maura, es a saber: bandidos y hombres de orden. Son aquéllos los enemigos de la última pena, los higienistas, los iconoclastas, los que aspiran a la vida que sublima la civilización europea y americana. Y forman pulquérrimos en las filas de los últimos, los fieles de la política conservadora. Nunca vi mejor en relieve aquella frase que oí mil veces a un párroco, representante político del diputado por Mérida y juez municipal de hecho en un pueblo extremeño: «Mis amigos siempre tienen razón.»

Estos son los hechos, amado Teótimo.

Hoy, que la mecánica articula sus engranajes en el aire y en el éter, nada más adecuado que diferenciar al hombre por sus creencias e ideales. Aquello de las castas era humillante, depresivo, hasta grosero, con la grosería de la materia. Por eso se desechó. Ahora, como el progreso se impone, es la mentalidad el punto de partida, y el sistema presenta muy apreciables ventajas; un zafio puede ser ladrón o malhechor y observar los preceptos de la piedad o ser elemento de orden; todo es cuestión, si acaso, de un poco de cautela. Entretanto, un hidalgo caballeresco o un hombre de gran corazón puede, asociando la conciencia y la razón y siguiendo una conducta quijotesca, ser víctima del exorcismo y hasta dar con su osamenta en la sombra celular o en los fosos sempiternos de la tumba.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 6 de diciembre de 1909

PROSA DE INVIERNO

El asesino en casa

El auxilio fisiológico de la calefacción, es en la invernada problema tan ineludible que su eficacia la preconiza aquel confortable refrán:

media vida es la candela,

pan y vino, la otra media.

Sólo aquellos misérrimos desheredados, faltos de albergue, son los que entregan sus carnes a las inclemencias del frío, sin que el consuelo de un rayo calorífico vaya a mitigar sus glaciales torturas. Los demás, todos gozamos en mayor o menor grado los efluvios invisibles, pero vivificadores de la calefacción.

Ahora bien, puntualicemos. Desde el magnate que toma las órdenes de indumentaria del termómetro de su balcón, hasta el temporero de oficina o del jornal que separa del presupuesto del pan la tasa para el combustible, hay una escala con divisiones innumerables. Efectivamente, éste, a la vez que se calienta se envenena, mientras aquél, sin calentarse, no advierte el frío y conserva su atmósfera con una pureza que envidiara cualquier señora de las que exteriorizan su aspiración al cielo o cualquier oficial de quinta clase de esos que reflejan la luz con esmeraldas.

Nosotros, las medianías económicas con vistas a la escasez, los más numerosos y denominados genéricamente clase media, introducimos amablemente al asesino en nuestras habitaciones, al atávico y antipático brasero, cuya enrojecida entraña nos convida y sugestiona para ensañarse después subrepticiamente en nuestra sangre.

Este criminal artefacto, cuando empieza su función, acumula en la Infernal y negra panza carbono bastante para intoxicar a cuantos lo rodeen; es sucio y repugnante, como todos los entes negros y henchidos de ponzoña, y luego que la combustión se inicia, es el ladrón más innoble y el más alevoso asesino.

Si con los ojos de vuestra cara lo vierais operar y vierais también las consecuencias de su actividad, bien seguro quo le odiaríais, como cumple a un cristiano de los de moda odiar a los que no lo son, o más propiamente, como odiaríais al reptil más asqueante y venenoso. Apenas le introducís en vuestro aposento, atrae con poder irresistible millones y millones de moléculas de oxígeno que, cual mariposas inocentes, vuelan presurosas a quemar sus caprichosas alas en el fuego del carbón candente para quedar prisioneras é incorporadas, cada dos, a un escarabajo de carbón y devolvernos el maridaje bajo la razón social de anhidrido carbónico.

Esta labor, sin solución de continuidad, tarea incesante del brasero, elabora en nuestras habitaciones una atmósfera de toxicidad a la que nadie se sustrae, y a veces no se resiste, y donde antes había oxígeno y nitrógeno, queda después sólo el último difundido en ácido carbónico.

Entro tanto, el fuelle pulmonar, encargado de enrojecer nuestra sangre por la acción del oxígeno de la atmosfera que prendé, desaloja y expatría al carbono del líquido venoso, en lugar de inspirar este divino pintor de carmíneo pincel, lleva a las células microscópicas al mefítico gas carbónico del brasero y, así, la función osmótica de expulsar al perjudicial inquilino, se cambia lastimosamente en almacenarlo para hundirnos en el sueño de una toxicidad que empieza en la molestia y termina en la muerte, pasando por una gradación de tonalidades patológicas tan funestas como inopinadas.

Ahí tenéis la gestión del brasero, la obra de un criminal; en su acepción práctica. Hay que desecharlo y ponerle sustituto.

Cosas más difíciles se han allanado. La calefacción eléctrica es un fenómeno igual que el del alumbrado, y si este es ya vulgar no es difícil que lo sea aquél. El agua es un gran agente acumulador del calor, y si hoy sólo es llevada como tal a la casa de poderosos, debe llevarse a todas. Se trata de un problema de higiene importantísimo y su solución es, relativamente, sencilla. Solo bace falta voluntad y consciencia; lo demás es obra de instalación, fácil y económica. Y sobre todo, es cuestión de la más elemental humanidad.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 13 de diciembre de 1909

PROSA DE INVIERNO

Cómo mata la pólvora

Es creencia general entre los discípulos de San Humberto que la pólvora tiene una acción esencial y directa en la manera de morir las víctimas de la escopeta.

Está tan arraigada la convicción que reina en este respecto que distamos mucho de creer desvanecer el error con la publicación de las presentes líneas, pues hay sabios titulares que defienden el principio con un ardor comparable al de la madre para amparar al hijo, y en semejantes condiciones todo esfuerzo es superfluo y estéril.

Sin embargo, estudiaremos el asunto y esgrimiremos en pro de la verdad nuestro pequeño discernimiento y reducidos conocimientos.

¿Qué oficio desempeña la pólvora en la recámara de la escopeta? Sencillamente el de propulsor de los proyectiles.

La pólvora es un cuerpo constituido por el artificio de la ciencia, y por ser endotérmico no es posible detener su descomposición exotérmica una vez iniciada. Los productos de ella son necesariamente gaseosos y de gran tensión, dada la temperatura en que surgen.

La descomposición se suscita dando la temperatura conveniente a una parte cualquiera de su masa, y como la temperatura se produce igual por una combustión o cualquier otra reacción que por procedimientos mecánicos, estos últimos, por ser los más accesibles, son los utilizados en las armas de fuego. Comenzada la descomposición es totalmente efectuada en breve instante, y la tensión de sus productos vence con gran exceso la resistencia de los proyectiles, por lo que son impulsados con tanta más velocidad cuanto mayor es la tensión. Fuera ya del cañón del arma gases y munición, cada cual está subordinado a las leyes universales del equilibrio; así, aquellos se difunden por la atmósfera y los proyectiles recorren su trayectoria en armonía con la impulsión recibida. En tales, condiciones, la pequeña bala encuentra al animal, y sogún la velocidad de ella y la perfección de la forma geométrica, serán las consecuencias de la herida.

Siendo esta una verdad inconclusa e imperando la creencia contraria, la humanidad delira indefectiblemente en su inconsciente bullir, o nos seducen y encantan el caos y el absurdo para erigirse en tiernos y amados compañeros nuestros.

Podremos pretender que las pólvoras estén bien granuladas, que sus componentes sean puros y la elaboración esmerada, que su pavón o brillo, en las negras, les dé bello aspecto, que el agua de condensación en sus poros sea la menor cantidad posible, que las pólvoras sin humo o coloradas, llamadas bárbaramente sordas por algunos sportsman, no dejen, como las negras, residuos sólidos en su descomposición, y estas múltiples pretensiones y cuantas más se pudieran formular, siempre tendrán por fin que la combustión sea lo más rápida posible y que la temperatura y coeficiente de productos gaseosos contribuyan con ello a una más enérgica impulsión de los proyectiles.

Hecho este ligero análisis, terminaremos en que el tiro lo integran dos elementos, propulsor y proyectil, estando en armonía las funciones mecánicas de éste con las de aquél, y las consecuencias o efectos biológicos supeditados a las causas mecánicas, y que en Igualdad de condiciones los efectos serán como sus causas. Más claro; la función de la pólvora se reduce meramente a impulsar los proyectiles, y cuanto misteriosamente se le atribuya desde el punto de vista fisiológico o vital, es calumniarla lastimosamente.

¡Pobres españoles, qué cara pagamos nuestra Idolatrada fe y nuestra inadvertida sugestión! así nos deslumbramos ante los ampulosos calificativos «Diamond», «Schulze», y no sé cuántas combinaciones de efes, y así por un bote de esas hemostáticas y mortíferas pólvoras damos un puñado de convalecientes pesetas, dejando un margen diferencial fabuloso.

Con flechas cazó Diana, y si hoy reanudara sus excursiones cinegéticas, por nuestros montes y selvas, con flechas, cazaría, porque el ejercicio de su recreativa profesión, no podría sufragarlo el peculio de una deidad.

Sigamos, sigamos en la pendiente del desvarío, creamos ciegamente en la virtud de la pólvora y la influencia de la luna, quememos incienso ante Oráculos y Pitonisas, confírmenos el poder nutritivo de esas matusalénicas bebidas alcohólicas y la eficacia de las panaceas que pregonan los Munyon; triunfe el milagro, el eufemismo y la paradoja y otras mil importantísimas cuestiones que no podemos traer a este lugar; no estudiemos, no analicemos cualitativamente con el prisma de la razón, los elementos que entrañe un fenómeno, juzguemos a bulto, viva por qué sí y sumémonos a la corriente grande, que, incorporados a ella, la calidad de sus causas poco importa.

Sin la fiebre del León ¿cómo triunfaría la astucia de la raposa?

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 21 de diciembre de 1909

PROSA DE INVIERNO

Todos hablan, nadie escucha

La necesidad de hablar es tan imperiosa como las fisiológicas de nutrición, secreciones, etc., y el ser humano tiende a satisfacerla con tanto anhelo y exigencia como en aquéllas.

Semejante condición y actitud concurre, con otros extremos, a colocar la vida de relación en el punto de las grandes dificultades.

Así como el individuo necesita digerir para su alimentación diaria cierta cantidad de substancias, variable con cada persona, así le es menester exteriorizar por medio de la palabra, precisamente, cierta cantidad de ideas, opiniones o recuerdos.

Hay momentos en que no tenemos deseos de conversar; entonces nos retiramos a la soledad o al reposo, y ello suele ocurrir, como en el ejercicio da cualquier función, cuando ésta llega a su límite satisfactorio. Transcurre el tiempo, se reequilibra la personalidad, reprodúcese el deseo de la función, y el misterio inextricable de la vida sólo nos muestra el tic-tac cardiaco, el inmutable á indeficiente vaivén que la genera y sostiene.

El fenómeno psico-fisiológico de manifestarse el individuo en el espejo más o menos fiel de su verbo, rebasa, en general, las líneas periféricas de una prudente mesura, y así como el exceso en la comida causa indigestión o el abuso en la bebida pone al hombre ebrio y dislocado, ebrio y dislocado le dejan Las extralimitaciones locuaces.

Cuanto decimos no se podrá negar con razones firmes y atendibles; pero hemos de convenir en que no sabemos o no queremos regular este implacable apetito de hablar con el morigerador de la cortesía y la urbanidad, vi aguardamos al cansancio y la embriaguez de palabras con una justificada oportunidad, no; hallamos ocasión en todo momento, en la visita al enfermo, en el acto de la recomendación, cuando encontramos al amigo, cuando pedimos, damos o recordamos, en fin, hasta a la pobre doméstica le impones que nos escuche. Nunca se vio al neurótico yo humano decretar el mutismo de los demás con el raro ejemplo de su farfulla ni de un modo tan despótico y tenaz cual el que se oculta entre los pliegues de una Ilustración científica de percalina.

En los tiempos que cruzamos, la falsa cultura soto engendra montañas de espuma charladora que crece y progresa como el radio de los sombreros femeniles, para estrecharnos en el derrotero desdichado que nos lleva a las pretenciosas cumbres de la esterilidad.

Hoy la visita es insoportable, la tertulia imposible y el saludo una cuestión de cinemática. Han llegado las cosas al terreno de la más descarada farándula.

Si departís con el amigo, os enjareta veinticinco historias seguidas, con una exposición y detalle de laboriosidad abejera, pero tan insulsos como limpias de interés y oportunidad. Si vais a la oficina estáis incapacitados para discutir, porque apenas abrís los labios os atropellan y apagan vuestra voz las injerencias de los camaradas. Ocurre con frecuencia que buscáis a una persona para comunicarle un asunto que desconoce, pedirle su opinión, hacerle ciertas indicaciones... Pues bien, cuando la halláis, se concede propiamente la palabra y os convencéis de que no podéis “meter el pico”, viéndoos obligados a huir sin vuestro objeto.

Y es esto tanto más sensible y vituperable, cuanto que se abusa sin escrúpulos de la autoridad en cualquiera de sus manifestaciones, olvidando por completo los preceptos de la buena crianza y del respeto y consideración que todos nos debemos.

¿No sería más práctico, más beneficioso y plausible que en nuestra vida de relación manifestáramos sólo aquello procedente o de interés y, sobre todo, que mientras nos hablen escucháramos hasta el momento propicio de contestar, de acuerdo con los dictados de la prudencia y la corrección, o que huyéramos del diálogo cuando no entrañe finalidad ni sustancia?

¡Qué lástima de tiempo el invertido en tan baldías batallas, que podríamos emplearlo en aprender o discurrir algo útil! ¡Ay Humanidad, cómo desvarías!

8igue, sigue en tu neurótica obra de niesciencia parlante, aproxímate al fonógrafo, no escuches, habla; no aprendas, enseña; prosigue tu desenfrenado parlamentarismo, que hablar, al cabo, cualquier necio habla, y escuchar es obra de continuo sacrificio.

Sotero Barrón

En El Cantábrico del 22 de diciembre de 1909

RÉPLICA OBLIGADA

A “Un chambón” de Santoña

Mi artículo titulado «Cómo mata la pólvora», halló un Impugnador en cuestión de tecnicismo, y en Santoña, precisamente.

No soy adicto a torneos con anónimos contendientes, más en el presente caso pudiera interpretarse equívocamente el silencio y, para evitarlo, escribo estos renglones. Y digo anónimos, porque mi contrario usa pseudónimo, si bien se declara sabio titular, defensor de las expresiones vulgares y profano en literatura.

Está muy bien, señor Chambón; pero resulta deficiente la filiación.

Hago examen de su carta y sudo copiosamente exprimiéndola en la débil prensa de mi intelecto, para lograr unas tristes gotas de esencia. Al fin consigo el objeto.

Dice usted: «... pero como sin la pólvora, primer y principal agente del tiro, no tiene lugar este, no hablando del tiro en general, sino del de escopeta...» La primera parte me creo relevado de contestarla, pues si la pólvora no complementara el tiro, acaso no hablara yo de ella; y la segunda, me deja suspendido, porque no hallo razón para que el tiro de escopeta no esté incluido en el tiro en general, claro es que prescindiendo del tiro de tracción.

Leo también que mí émulo incógnito incorpora a la pólvora cal viva recién calcinada y supongo que será cal viva recién obtenida, por si hubiera confundido el carbonato de cal, que es el que sufre la calcinación para producir la cal, me permito llamar sobre ello su atención.

Y ahora he de manifestar, que escribí el mencionado artículo como fruto de los años invertidos en la materia de qué trata, en la cual, aunque poco competente, acaso sea la única en que me siento perito. No es cosa de historiar aquí mi vida, ni creo que debo ser yo mi propio defensor en este asunto, porque menos apasionado y de más autoridad ha de ser un extraño de la cepa del que voy a citar.

Diríjase «Un chambón» al señor director de La Caza Ilustrada, órgano oficial de la «Sociedad General de Cazadores de España», periódico cinegético por excelencia y en el que se le ha dado lugar preeminente a mi artículo, y verá, verá la opinión que allí, entre los lectores de aquella insigne Sociedad, se ha formado hacia su autor. Hágalo si tiene interés en ello y sus consecuencias serán, en suma, la más cabal y autorizada respuesta.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 26 de diciembre de 1909

PROSA DE INVIERNO

¡POBRES SABIOS!

Inspiran compasión las carreras universitarias. Vivimos una época en la cual parece que ser licenciado en una Facultad —aunque la purpurina del doctorado orle a los prosélitos de Salomón— es socialmente una argucia, un espejismo, una especie de cruz sin pensión. Además, quien de aquellos títulos se halla investido, en general, tiene la convicción, que comparte con las gentes, de que por sí solos, para nada práctico le han de servir.

Más aún, verá camaradas extranjeros ejercer diestramente y con sueldos de ministro en España, mientras él advertirá que tras la frontera peninsular se abre un abismo infranqueable con el idioma por barrera.

Sin embargo, los padres de familia están sugestionados por estas carreras y aspiran a que sus hijos las posean oficialmente, unos para honra de su estirpe, otros por razones de conciencia, los menos persiguiendo fines de lucro o especulación, pero ello en nada desvirtúa la fatalidad de los hechos.

Infinitas veces oímos hablar del abogadillo que se muere de hambre, del médico que se lamenta del gran contingente de la legión galénica y de lo difícil que es ganar dos pesetas, del filósofo que reniega de la filosofía... Todos envidian y se ufanan por las carreras especiales, y en particular, aquellas que sólo so utilizan en el servicio al Estado.

Es tan cierto lo dicho que, aparte de hallarse convencido todo el mundo de su certeza, está probado oficialmente que las carreras universitarias son una ficción, y en algunos casos, sólo un modesto peldaño que da probabilidades de lograr modestísima plaza oficial.

Busquemos un ejemplo adecuado que evidencie lo expuesto, y contemplemos Ja realidad. Sea la carrera de Aduanas. Es una de las del Estado y se adquiera mediante examen de oposición.

Vamos, en primer lugar y para dar método y claridad a la prueba, a seccionarla en dos partes, y analicemos.

Primera: hay actualmente en esta Corporación de periciales, numerosos doctores y licenciados, unos en Derecho, otros en Farmacia, aquellos en Filosofía y Letras... Casi ninguno ejerce estas carreras, y digo casi, porque lo único que he visto ha sido algún docto discípulo de Licurgo entregado a defender pobres u ofreciendo sus servicios a domicilio, ni más ni menos que los de un pedicuro —y dicho sea con perdón de la aludida clase— o de igual modo que se vende el agua de Seltz, pero con la diferencia de que aquí la oferta fuera “gratis et amore”, acaso sólo buscando en ello el afecto superior que debiera granjearse con más elevados móviles. Ahora bien, veamos el sueldo de estos funcionarios facultativos y doctores como añadidura.

Helo aquí. En su mayoría son oficiales de quinta y cuarta clase, algunos de tercera, y cual ranas en pedregales, son rarísimos en las escalas más elevadas y, por consiguiente, ganan estos funcionarios predilectos de Minerva unas 3,50, 4,85 y 6 pesetas diarias, respectivamente, esto es, como un peón, un oficial y un capataz de albañiles, también respectivamente, pero, con la diferencia de que éstos cobran su jornal integro y aquéllos, siempre cercenado por sellos, boletines, habilitado, cédula personal, etc., etc.

Segunda: En la nueva ley orgánica de esta Corporación se preceptúa que para tomar parte en los exámenes de oposición, ha de proveerse a una condición de las que taxativamente se exigen, y entre ellas se halla la de ser licenciado en cualquiera de las Facultades universitarias. Es decir, que para ser empleado en Aduanas con derecho al jornal de un albañil, se ha de procurar como condición previa, ser abogado, médico, etc., sin perjuicio de examinarse de las asignaturas con las que el mismo Estado tituló al opositor y con la probabilidad de que, haciendo brillantes ejercicios, haya a quien se le estimen mejores y, por tanto, quede el doctor reprobado.

Estos son los hechos; vea el amable lector si halla medio de refutarlos.

Así pues, en plena civilización europea, cuando la ciencia y la cultura deslumbrarían a la Grecia histórica, creo que vivimos en España tiempos mitológicos o heroicos, y casi no puede contenerse el deseo de conmiseración hacia los sabios. De otro modo, no veo las cosas tras engañoso vidrio de refracción, y como enseñar al que no sabe es obra de misericordia, yo la imploro de los buenos corazones.

Sotero Barrón.

En El fomento industrial y mercantil, con motivo de la Exposición Nacional de Valencia de 1910, el 31 de diciembre de 1909

Yo también escribiré algo

A.D.A. Michels de Champourcín

Una exposición es reflejo de la ilusión, la labor de las ideas modelada en la materia, o sea la expresión gráfica, el ideal en su finalidad práctica y provechosa; y cuando se han generado en espíritus nobilísimos, allí la actividad, el genio, la ciencia y el intelecto se asocian y combinan en divina reacción.

Una exposición... es el acta fehaciente que la humanidad escribe con su propia mano para enseñanza de unos, incentivo de otros y ejemplo de todos. A ella concurren las obras de los hombres sabios, inteligentes y laboriosos, y se manifiestan limpias de impurezas, como imagen fiel de la psicología de los pueblos.

En la exposición no tiene lugar lo que no sea laboriosidad y cultura, dones y virtudes, méritos y ciencia. Las pasiones, jactancias y el horrible catálogo de ruindades humanas, no pueden ni tienen allí cabida.

Es una selección de privilegios y bondades técnicas, que en el orden moral están aislados de la ciega fisiología, para que sirvan de espejo donde el hombre vea su alma y se admire a si mismo.

Los que la visitan justifican su personalidad en la esfera del progreso; a los que exponen sus trabajos los titula de doctos el testimonio universal; quienes las organizan y desarrollan hallan la recompensa en su propia obra.

Imaginaos cada decenio, por ejemplo en cada grande o pequeña nacionalidad de cuantas existen en el globo, y desde sus orígenes respectivos, una exposición con su natural esplendor circunstancial; ordenad en vuestra fantasía las series de exposiciones supuestas, cual cintas cinematográficas, y considerad la instrucción que traería al mundo la revelación de los arcanos del pasado con las grandiosas é impenetrables transiciones de la creación, prodigando al hombre la iluminación en las tinieblas de su ignorancia.

Semejante espectáculo sólo sería digno de la reconstrucción expositiva.

Con esto queda bosquejada la apología de una exposición.

Sotero BARRÓN

En El Cantábrico del 1 de enero de 1910

Año nuevo y nada nuevo

Dedicado a mi venerable amigo don A. Michels de Champourcin

La tierra, en su eterno funambulismo, principia hoy nueva carrera en torno de su heliocentro. Año Nuevo es la inicial convenida de otra revolución del planeta en su estrechísima prisión astronómica y por el invariable carril elíptico que lo sujeta. Y vuelta tras de vuelta en el caos insondable del espacio, el movimiento sin reposo, el volar Impetuoso de todo lo existente, mantiene en su lugar prístino del Cosmos a todos y los mismos móviles que se agitan. Sólo corre y huye en su correr sin freno el tiempo: fugaz y misterioso, que escapando a las lejanías infinitas del pasado, nos deja un futuro sin confines. Entre tanto, en él se disipa nuestra vida disuelta en amarguras y efímeros placeres, como tenue espiral de humo que se dilata en el espacio, cual gota microscópica que busca su albergue en el Océano.

Son los años moléculas impalpables del tiempo, atributos de la senectud y horizontes de la existencia; ¡son las cenizas del Fénix majestuoso que tiende sus alas por los ámbitos del Universo!

Año Nuevo, no es heraldo de nada nuevo, no es siquiera un punto de tránsito ni de parada: es uno de los innúmeros que integran la trayectoria por donde marcha normalmente toda la creación. Condensemos, pues, nuestra quimera en la esencia de la realidad y estemos firmemente contentos en quo nada nuevo se avecina.

Nada más viejo, por sabido, que los acontecimientos futuros, lucha y más lucha sin victoria ni derrota definitiva, agitación continua sin que en nada se agite el continuo vibrar de la entidad humana, sin que se conmueva un ápice la primordial e inflexible fundación. El año venidero sólo será insignificante fase del movimiento universal, que en nada alterará la homogeneidad sempiterna de sus fases.

Diréis que no, que en 1909 tuvimos guerras sangrientas y los templos ardiendo en el fuego revolucionario; que año de enconados odios, nos legó sucesos memorables en órdenes distintos y que en la lucha por la vida, las dificultades se multiplicaron y crecieron. Diréis que en 1909 las acciones y reacciones de los elementos capital y trabajo, opresores y oprimidos, fueron titánicas, las sacudidas sociales, obra de atletas. Más ello no es justo, como no lo era ni remotamente en los tiempos de Roma. Diréis que el pueblo español, el que lleva en su cerebro el fuego divino de la mentalidad latente, el que por sus brazos gasta torrentes de energía y su corazón es mensajero de la idea de justicia, permanece encadenado con los hierros de la esclavitud a la roca plutocrática, cual nuevo Prometeo cuyas entrañas le devora eternamente el buitre poderoso. Y, diréis, en fin, que en 1910 vendrá el Hércules libertador.

Pero no Importa; en la relatividad precisa de las cosas todas, los hechos primeros se pierden en su simplicidad propia, son cual los colores espectrales que coloran sin lucir, y para su aprecio han de incorporarse, como éstos, a todos sus complementarios del modelado unitivo, individualidad única. Las circunstancias en que vivimos las arrastra la costumbre desde el crepúsculo biológico de la Humanidad, y la velocidad adquirida no se anula en un instante ni es cual nudo gordiano que en el momento cortara la espada de un Alejandro.

así, en este orden, haríase un balance o inventario del pasado 1909, pero equiparado al que arrojará el 1910, sin que nada esencial ni virtual lleváramos el resto o diferencia en su comparación intrínseca.

Al cabo, ¿qué es un año en la inmensidad de la cronología? Vaivén pendular del reloj que mide eternidades; diente archimillonésimo del engranaje que moviera la obra darwiniana; intersticio infinitesimal en la continuidad de la materia...

Un año de tiempo no es ni un suspiro en la vida inmortal de los mundos, y los acontecimientos de evolución antropológica y social, nacidos en él, apenas sí merecen un renglón de historia. Sólo son épicos los 1808, los de la índole del de la revolución francesa; los 1492... que merezcan sendos folios. Los sucesos de 1909 no son, pues, de transcendencia, ni las cosas se hallan en un medio tal que el 1910 sea como punto rojo en la vulgar y vetusta notación de tinta negra.

Sea bien venido el año que ahora viene, y quede bien marchado el que termina de pasar, modelo y patrón del que empezamos a vivir.

En el escenario de la vida no habéis de lograr nuevo espectáculo, porque la obra es única, como su autor, y por ello ambos son incomparables. En el gran proscenio la función continuará hacia su final sin fin, sin absurdos bíblicos de caprichosos Josués, siempre con el mismo ornamento, con igual asunto e idénticos actores, con sus histriones y tenorios, siempre semejante en su unidad, jamás Interrumpida su variedad ingénita.

Veréis los tiranos, los donceles, esclavos, matones y payasos, las damas abnegadas, las que vengan la honra o son relicario de ella; todos, todos lo mismo, con su típico ropaje, encuadrados en el marco psicológico respectivo. ¡El mismo teatro del planeta con su flora y su fauna, como elementos de representación escénica!

Mientras, vendrá otro año y otro, y mil y mil, avasallando bellezas femeninas y dibujando en la arcilla humana nuevas bellezas; apagando cruentas guerras y llevando la siniestra tea hacia otras más cruentas y terribles, estimulando y manteniendo la necesidad que aflige y mata para dar vida y sensibilidad a los placeres, sembrando la muerte para que surja la vida... Proseguirá el tiempo, que es la existencia y la velocidad, y Ormuz y Arhiman proseguirán también su lucha de gladiadores, para que el uno avance porque avanza el otro, para qué la vida tenga su signo positivo, que nace del contrario.

Y volando por los espacios en el piélago incognoscible de los siglos, dilataremos ¡pobre humanidad! el cautiverio de nuestra existencia. De ella son prisioneros el monarca y el soldado, el pobre como el rico, el sabio y el ignorante, humildes y soberbios, herejes y fanáticos, creyentes y descreídos, los protervos cual los piadosos...

Y cuando la noche tiende su negro manto, cuando Júpiter Tonante inflama la tempestad, cuando el astro rey vierte su oro porfirizado, candente y luminoso o la muerte hiende su frío dardo en el corazón, no hay soberbios ni tiranos, humildes ni poderosos, creyentes ni descreídos... todos somos hombres en abstracto, ¡sólo hombres!, hijos todos del Dios omnipotente, siervos de su grandeza, materia única adaptada en compacto haz cual única mejilla destinada al beso celestial de su misericordia.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 7 de enero de 1910

PROSA DE INVIERNO

La estadística de los pobres

Una de las novedades de nuestra gobernación, es el censo do la mendicidad. Las cuadrículas del papel van a alojar a los desarrapados, a los que, arrojados por el Destino en la sima deletérea del hambre, yacen entre las torturas de la miseria para dar relieve a su escuálida esfinge y servir de símbolo despeluznante a la filantropía.

No sé si el Estado considerará mendigos a los monjes, sacristanes, beatas y demás miembros de las congregaciones religiosas que sostiene la caridad cristiana, ya con los grandes donativos y legados o pasando las monedas de los pecadores por el cepillo esterilizador que postula en puertas y moradas; más, como quiera que ello sea, pasémoslo por alto y alejemos este artículo del aspecto que tal punto de vista ofrece.

Los números que den texto a la estadística del hambre española, serán los diputados paupérrimos que difundan entre todos y por todas las estancias, el horroroso nivel donde llega el contingente de los menesterosos o la entidad cuantitativa de la lacería nacional.

Seguramente, la tal estadística ha de contristar el corazón de aquellos que aún conservan pequeños destellos de caridad, pero no pasará, en sus efectos, de producir simplemente los de una curiosidad sencilla. También es seguro que la verdad oficial seguirá siéndolo y justificando la necesidad del calificativo.

Cualesquiera que fuesen los procedimientos, jamás estarán en el libro de la indigencia todos los indigentes; siempre quedarán legiones numerosas, olvidadas de ese hospedaje de papel, sin techo ni calor, sin agua ni pan, ni más ni menos que el habitado por los huérfanos de la clemencia y la fortuna. Los vergonzantes, los dechados de virtud, las almas abnegadas o los que laceran impíamente sus carnes con el látigo del trabajo para contribuir a la crueldad famélica, no tendrán plaza en esa terrible criba de Eratóstenes, donde los números primeros serán los vagabundos, los “profesionales” o las piltrafas que adoba el Código.

Si los redactores fueran los usureros rurales, y si éstos fueran piadosos un momento, —piedad y usura son incompatibles— si a ellos uniéramos los médicos de beneficencia, los maestros primarios y otros elementos adecuados a esto fin, ¡Oh qué suma arrojaría el novísimo censo! Y todavía semejante tarea resultaría irrisoria, sin otro objetivo que una especie de corrección gubernativa con matices de falaz democracia.

La tal estadística la hacía yo con la mano en la pluma y la vista en la realidad, pero integrada por dos factores que son los cabos donde se anuda y ahoga esta nación devorada por el hambre desde sus postrimerías napoleónicas. Un catálogo con dos secciones; en una los pobres, los ricos en la otra.

El presunto trabajo habría de presidirlo una laboriosa clasificación así basada: ricos que trabajan y ricos que no; pobres no inscriptos en los registros judiciales y los que lo fueran, definiendo como rico sólo al rentista, y como pobre, al inválido sin fortuna o al que, careciendo de bienes, no supiera oficio alguno. Y así, colocados como en orden de batalla, formaría los ejércitos ahítos y los ayunos, uno frente al otro, y cada cual con sus medios de combate, siquiera no pasara de un inocente capricho.

Nada ansía más la curiosidad que el efecto atractivo de los contrastes. La monotonía de lo homogéneo es de virtualidad soporífera. Las más delicadas sensaciones huyendo las pupilas si no contrastan con las groseras. Nada más arrebatador para los espíritus ávidos de emoción, que el taf-taf del automóvil ante el chirrío de la rudimentaria carreta, como sería edificante que mientras numeráramos los mendigos, pidiéramos a Nápoles, Farinellis filarmónicos que deleitaran nuestros ocios.

Por tanto, con el censo de los pobres, venga el de los rentistas, ambos aderezados con sus casilleros de circunstancias; sean ambos la más aproximada verdad y, así como el astrónomo lee en el firmamento curvas y velocidades, volúmenes y distancias, y escribe la astronomía, nosotros leeríamos en esa estadística energías y miserias, hambre y gangrena, lágrimas y molicie... y escribiríamos con indelebles caracteres la terapéutica de la salud social, madre de la moral y física.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 12 de enero de 1910

PROSA DE INVIERNO

LA VISIÓN

Es una función orgánica de la mayor importancia y el apetito de ver es el más voraz de los apetitos.

Los ojos son cual dos guardias civiles que todo lo escudriñan, bucean é investigan, pero sin otra misión que averiguar e inquirir y dar cuenta telegráfica de los hechos, depositando los partes en el aparato retina que los transmite por el tálamo óptico a su jefe supremo, el entendimiento.

Cuando algo ocurre en la demarcación, la autoridad recibe en el acto la noticia y, si el hecho cae fuera del campo óptico, como los guardias no pueden abandonar sus garitas ni aparatos transmisores, el Alanís ordena a su señora la voluntad, si tiene a bien disponer la traslación del cuartel al sitio del suceso, y allí, atento al aparato receptor levanta el atestado con los datos que le suministran sus polizontes.

Además de esta guardia, velan por la residencia otros no tan linces soldados, más igualmente fieles, y cuando en la jefatura se recibe algún parte de los de la secreta, por ejemplo, —órganos auriculares— notificando acontecimientos de interés, la superioridad moviliza la guardia civil. Si del cálculo supremo resulta innecesario el traslado de la plaza, se “forma Juicio” con sólo los datos auriculares, pero aquel juicio siempre es deficiente. Tampoco disponemos de centinelas tan avizores y minuciosos como los de las rojas bocamangas, y de aquí que ellos sean los predilectos. Así se explica que el deseo irresistible de ver es común a todas las personas.

Ahora bien, a cualquiera se le ocurrirá que para ejercer la visión es indispensable la Luz. Así es, en el fondo, pero parece no serlo.

En primer lugar, no todos los ojos ven en un recinto iluminado. En efecto, el geólogo lee perfectísimamente en la estructura de la tierra; el naturalista, en la fisonomía de las plantas y animales, y el filósofo, en el catálogo general del Universo. Y ¡cuántos ciegos hallamos en estos y otros numerosos campos!

Ahora veamos cómo la luz alumbra u obscurece los cuerpos.

¿Qué vería el fotógrafo en su placa impresionada si no la preservara oportunamente de la luz? ¿Cuál es el faro más brillante para el astrónomo si no las tinieblas de la noche? ¿Qué vería este policía de los mundos con luz meridiana?

¿Acaso los eclipses no son Fulgente antorcha para la observación sideral? ¿Qué vemos en el sol cuando le miramos? Donde la luz interfiere, ¿qué veríamos sin otra luz? Jamás habréis visto sino en la noche el brillar de las luciérnagas. Los navegantes ven más de noche que de día, y si queremos ver los componentes de la luz —espectro solar— hay que mutilarla previamente con el prisma de refracción.

Es más, la luz es invisible, lo que se ve son los cuerpos que la reflejan; cuando entre un rayo de luz en vuestra casa, solo veis las partículas de polvo que, flotantes en la atmosfera, le reflejan; la luz jamás la veréis.

En verdad, es curioso todo esto. ¡Qué caprichosa es la Naturaleza!

Observemos, en suma, y convengamos en que el impulso de ver, es irresistible.

¿Os habéis asomado alguna vez al microscopio que no hayáis sentido, junto al placer por lo que veis, profunda pena porque no podéis ver cuánto deseáis? Si veis correr la gente hacia algún sitio en señal de algún nuevo o extraño suceso ¿podéis sustraeros a la ansiedad que sentís de ver? ¿Por qué anheláis subir a la cima de las montañas? Cuando os hablan de una ciudad distinta en forma y costumbres a las que nos son familiares ¿podéis anular el deseo vehemente de verla? ¿habría quién se negara a mirar la luna por el ocular de un telescopio? ¿Qué habrá en los abismos del mar? ¿Qué en cada uno de los distintos mundos? ¿Cómo veríamos el éter, los edificios moleculares o los arcanos de la reproducción? Y nosotros mismos ¿de qué modo nos veríamos? ¿Qué mágico espejo serviría a los guardias civiles para decir al entendimiento cuál es su mecanismo, conexión y esencia propia?

¡Pobre humanidad! Víctima del ardoroso deseo de ver y apenas si ve algo de lo que la rodea.

Aviadores fracasados, ¡ahí tenéis las aves que asaetean los vientos por doquier; miradlas en su sencillez magnifica y sacad de puntos en el tosco bloque de la ignorancia la obra magna que os intriga!

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 16 de enero de 1910

PROSA DE INVIERNO

La vida legal

De la universal emana, o es su propia virtud, la verdad. Ese hermoso ideal, germinado en todas las conciencias y cuya sublimidad se revela en su inmaculada pureza, cifra la belleza y la justicia y es única é inmutable.

Pero los hombres, que son los pendolistas de Dios en la oficina de este planeta, en su febrilidad copista, tienden a imitarla, y aunque en muchos casos la imagen sea una ficción, pasa por el registro de los originales, sino es de grado, por fuerza. De este modo, tiene nuestra vida social una hijuela, que es la vida legal y que si la aceptáramos como remedio o diseño de su matriz, cometeríamos un error monstruoso. Es ella la reguladora de nuestros actos externos, la razón matemática de la progresión nacional y se llama por antonomasia, vida oficial.

Nada más peregrino ni artificioso, aunque decirlo parezca irreverente, que este género de vida, ante la cual sólo y exclusivamente rinde culto la sacratísima ley promulgada por los hombres. En su imperio y soberanía, que son las columnas de la fuerza física, no es admitida otra verdad sino la oficial. La ley no entiende de bellezas.

así las cosas, el observador no puede sustraerse a filosofar sobre sus destinos, siquiera no halle en el final de sus especulaciones más consuelo que el desconsuelo de lo irremediable. Y apenas explora someramente encuentra su primera salida, que la verdad oficial cuando toma cuerpo y forma, ya es inexpugnable. La santidad de la cosa juzgada es un dictado invulnerable. No es óbice que esta verdad esté elaborada con mentiras, para que sea una verdad inconmovible. Las leyes dan un plazo para deponer en la depuración de los hechos y, vencido, ya no admite corrección. Si durante él se acumularon sobre el papel materiales suficientes para armar el brazo del verdugo, las víctimas propiciatorias caen bajo el golpe de este agente de la muerte, este macabro que en el vastísimo verger de las actividades humanas, no halló otro taller que el taller funerario del cadalso, Cuervo entre las aves humanas que clava su pico carnicero pestilente al abrigo de cañones erizados de cuchillos, Áspid Invisible de la sociedad que mamaste la leche dulcísima de una madre, para enderezar tu vida y emplearla en matar hombres con tu brazo patibulario. Pobre existencia la tuya que dilata su pavoroso proceso en un mar de sangre y no muestra su tétrica esfinge más que a las lúgubres hopas de los desgraciados. Perdona lector que me haya extraviado un momento; la pluma vuela, mas ya la retengo y concentro hacía mi asunto.

Nada importa que la verdad abstracta quede enmarañada en los zarzales de las circunstancias, o aparezca francamente definida; expiró el inexorable plazo y la verdad oficial adquirió naturaleza de hecho consumado incontrovertible.

Sigue el observador su tarea y halla corriente que los actores de la verdad oficial pongan en sus labios la verdad cristiana —ésta también goza de calificativo— y cuiden viva y simultáneamente de que sobre el papel solo aquélla se extienda, pura y acrisolada, como Walkiria inmarcesible.

Es igualmente notorio que todos, absolutamente, podemos delinquir impunemente mientras vuestra obra no llegue al papel de las blancas márgenes; que ello vaya de boca en boca, es cosa bien baladí, porque sólo el papel puede ser el vehículo de una justa sanción. Bien seguro que para esto no nos diera Fenicia su alfabeto.

Causa pena, espanto, casi indignación hacia la vida, ahondar más en la materia. Por eso, sólo debe manejarse esta cuestión en las angosturas columnarias de la Prensa.

Una humanidad en cuyos corazones late al unísono la verdad como deífica clave de toda felicidad, cual génesis legítima de la belleza y la justicia; una colectividad que se siente irresistiblemente atraída hacia el placer inefable de la equidad y tener que vivir, donde para gozarla se necesita poseerla, saber demostrar su posesión, demostrarlo a tiempo y que quieran reconocerla.

Esta es la silueta de la obra de los hombres, esta es la vida creada por ellos.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 31 de enero de 1910

POLVOS DE ESPECIA

Novísima terapéutica

El afán del «más allá» que tiene a la humanidad en movimiento mercurial, y a la inglesa en particular, nos lleva en ocasiones a los más raros descubrimientos. No podía menos que descubrir algo quien se dedica a desenterrar cadáveres.

£i Real Colegio de Cirujanos de Londres ha desenterrado en el valle del Nilo 9.000 momias y ha descubierto en su macabro mirar, cosas interesantísimas; por ejemplo: que la tuberculosis es una enfermedad moderna y que la apendicitis data del año de María Castaña. No quedan mal remunerados sus esfuerzos, porque a los hígados de la humanidad, que poseen en el estado fisiológico, han agregado el de un egipcio antediluviano —ojo, cajistas, que antes no es igual que contra— en estado patológico y el abdomen de una abuela elevada a la potencia enésima.

Bo ha demostrado la existencia “in illo tempore” de los «eclisses», y que las enfermedades de los vástagos faraónicos eran osteo-artritis como las nuestras. En fin, todo un cuadro nosológico. ¡Ah, los hijos de Albión!

En España también exploramos, sin que por ello desaparezca nuestro típico timo del entierro, y sin salir del pobre terruño, acaso nuestra inventiva no sea de las menos fecundas. Hoy por hoy y sin apelar a otras exhumaciones que las de los precedentes, gozamos una novísima terapéutica hilvanada por acá. Su autor es anónimo, pero no por eso pierde ella el mérito que tiene. Precisamente, el libro más instructivo para el sabio es el desaliñado empirismo del ignorante. Si nuestras clínicas no son las mejores, no por eso dejarán de tener algo bueno. Lo peor es que nuestros remedios son tan numerosos que sólo podemos transcribir una pequeña parte como vía de muestra. Vamos a ello.

Aquí sufrimos con frecuencia el llamado mal de montaña que consiste en un gran atontamiento y pesadez de cabeza cuando ascendemos bruscamente a una altura donde no tenemos costumbre de estar: el remedio indicado es auxiliarle de los naturales del terreno, como corsarios, pastores, contrabandistas... a quienes se gratifica con prebendas y, entre tanto, el paciente dormita dulcemente a la sombra de los árboles del país, robles, camuesos, alcornoques, etcétera, etc. Todos los atacados se habitúan al medio.

Las cefalalgias nos tienen en eterno martirio. Casi todas reconocen por causa desarreglos gástricos; ausencia de digestión unas veces, exceso otras, todas las irregularidades estomacales se reflejan en el pícaro frontal, Los anestésicos falaces están ya desechados porque el organismo los conoce y no les hace caso. Generalmente se combaten con la Cárcel tanto por exceso como por defecto en la digestión. Aquel pobre señor Cuervo que agredió al coche ministerial es un buen ejemplar. Sin embargo, sólo se emplea el procedimiento con los más desheredados. Hay enfermos muy vivos que sacuden el mal misteriosamente.

La moneda, que la veíamos decaer de día en día é ignoramos su diagnóstico, la hemos purgado de duros sevillanos y ya está convaleciente. Como reconstituyente toma sales de oro extranjero.

Los españoles sufrimos bastantes traumatismos en el esternón, los malares y coxis —no entremos en su etimología—. Un silencio ejemplar, carencia de luz y la acción combinada del tiempo, es el remedio seguro; nada de cataplasmas ni llegar siquiera a la lesión con la diestra; la mano izquierda es el mejor cirujano.

La neurastenia nos tiene perdidos y con frecuencia padecemos excitaciones nerviosas que nos sacan de quicio. Son infalibles las píldoras de plomo niquelado administradas por los discípulos del doctor Marte.

La cifosis cerebral (enfermedad rara) por la permanencia de años y lustros luchando para obtener títulos académicos. También se cura, con el diccionario enciclopédico, remedio único.

La hipertrofia del corazón por los excesos de afección y afectación; es una enfermedad vulgar. Plan dietético combinado con el tiempo.

La hiperclorhidria en ciertas edades y cargos, es tan aguda, que los pacientes se hacen irresistibles. El cloruro mercúrico cura como mano santa; la enfermedad remite a la primera dosis.

El Favus o tiña favosa. Procedimiento profiláctico; inyecciones hipodérmicas de la savia del saber.

Dilatación de las uñas sufren multitud de individuos, por la falta de vocación para el trabajo. novísima terapéutica qua no pasa de una sencilla proposición. Reclútense todos absolutamente, prescindiendo de jerarquías y envíense en veleras naves a Nueva York dejando los enfermos bajo el protectorado del Dr. Reltman, de Chicago, célebre humanista.

Necrosis de una porción de huesos que tienen al organismo entero en el estado morboso: Primera parte, exploración; rayos X y análisis espectral. Segunda, plan curativo; corrientes voltaicas locales. Ineficaces las bovinas de Rumkoz; han de proceder de potentes dinamos.

Terrorismo. Aquí es donde la patogenia carece de la verdadera luz informativa. Terapéutica; viene paliándose con la horca y se empleó el cateterismo sistema Arrow que fracasó como la manifestación respetuosa. Esta terrible enfermedad tiene patidifusos a todos los Hipócrates y Galenos de la era del mico.

El fanatismo es un delirio cruel que nos hace víctimas de las mayorea torturas y atrofiamientos. Neto rebelde mal se combate con el procedimiento Hannemam y sus dosis infinitesimales. Similia similibus curantur. La alopatía o no sé qué régimen acabado en quía, le ataca con gusto y provecho aplicando enemas de un licor específico—fórmula secreta.

La catalepsia es indispensable en España, donde se llora el no poder invernar como los reptiles. Receta; siémbrese mucho trigo, háganse muchos canales de riego, ferrocarriles, etc., etc., que el humo de las fábricas y la actividad ahuyentarán el mal.

El alcoholismo. Está recomendado para combatir esta plaga social la celebración diaria de millones y millones de misas para que sin detrimento de la industria vinícola carezcan los bebedores de la primera materia. Esta terapéutica es dificilísima, porque si beneficia al bazo, perjudica al espinazo.

No terminaríamos si fuéramos a insertar toda la moderna terapéutica, y por ello nos vemos obligados a omitir singularísimos procedimientos.

Vean, no obstante, los amantes ingleses si algún fruto pueden reportar a la ciencia estos apuntes y, en caso negativo, imprímanse en papel higiénico.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 9 de febrero de 1910

Prosa de invierno

CRÓNICA

En una aldehuela de Castilla, cuyo nombre será bueno callar, y de aquellas donde los viejos cristianos son aún viva remembranza de la España medioeval, la campana vocinglera tañía austeramente su metal invitando con presteza al pago voluntario de la contribución.

Acababa de llegar el recaudador y, como de costumbre, sentó sus reales en la casa de concejo. Allí, sobre carcomida mesa embadurnada con restos maságicos como prueba eficiente de las bazofias que en fraternales ágapes engulleron rústicos ediles de todas las épocas, el Tesoro nacional, delegado en un mozo de los de mejor cepa y plantel, abrió la insaciable boca para deglutir el argentino tributo que amasado con sudor y privaciones, le llevaban a regañadientes los paupérrimos vecinos. Billetes ilegibles por el deterioro de sus dobleces y monedas enlutadas por la roña, caían en la panza de una bolsa de piel felina, cual si fueran incautos roedores. Cuantos ayes y exclamaciones producían aquellos pobres labriegos, iban al vacío; la piel gatuna sólo tenía boca y abdomen, carecía de oídos, su función única era tragar; las reclamaciones eran, pues, inoportunas.

A todo esto, el Alcalde y su secretario actuaban febrilmente auxiliando la exacción. No era cosa de perder la ocasión, pues aquella noche no había de faltar la inveterada Caldereta. Consistía ésta en un baño de aceite con especias y, nadando en él, un borrego hecho tajadas que el desdichado perdía la pelleja a costa del recaudador, para digerirse en cubas de morapio, que tal se ponían los estómagos de la primer autoridad y su adlátere.

Apenas anochecía al terminar la cobranza; y, ¡cuál no sería el desencanto de aquellos que a ella colaboraron, cuando oyeron la resolución firme del mozo de partir a toda prisa y abandonar la villa! Poseía el tributo de otros dos pueblos y, en junto, pasaba de tres mil pesetas en numerario. Era necesario pernoctar en casa propia, de la que distaba tres leguas. Por otra parte, una noche de enero que, aunque cruda, cernían sus grises nubes abundante luz, una mula noble de seis años y magnífica tercerola, ponían a su dueño en condiciones de cruzar cualquier paraje y salvar todos los obstáculos. Resistió a todo género de invitaciones y garantías de seguridad y, entregando un duro al Alcalde, le dijo: —Toma, para que comáis unas magras y echéis cuatro tragos; otro día habrá caldereta, y diciendo y haciendo, aparejaba su tren y a los diez minutos se desdibujaba en la penumbra del camino.

Por él iba nuestro viajero hilvanando en su caletre sumas y restas que afirmaran precedentes operaciones. Sólo de tarde en tarde atravesaba su mente la ráfaga de algún ligero temor, que se desvanecía por el sólo contacto de su mano y la culata del arma. Habría caminado unas dos leguas, cuyo tiempo invertido hizo fugaz su fantasía de galán que alternaba en el soliloquio con la aritmética de la cobranza. Ya no había peligro; ni remoto; era, pues, hora de liar un cigarrillo que entretuviera el resto de la expedición y, riendas sobre el arzón, tabaco y papel hacían su consorcio entre los helados dedos.

De improviso un hombre se incorporó en el suelo, y aferrando las manos al cabezón de la bestia, la detuvo y paró, asió fieramente el jinete su carabina, pero otra más veloz incrustó en la muralla de su pecho una libra de metralla y aquel cuerpo de plomo vínose a tierra en mortal voltereta. Las manos criminales le arrastraron a cien pasos del camino, donde tranquilamente tomaron la repleta bolsa que lastraba la faja de su conductor, y, siguiendo la mula hacia su casa y los bandidos a la suya, solo quedó allí aquel exangüe cuerpo enterrado en el cementerio del silencio.

Esponjados y albos copos empezaron a mecerse dulcemente en el espacio y no pasaría una hora cuando la faz de la tierra vestía el ampo purísimo de insuperable blancura. Más tarde, difuminóse tenuemente el cielo por encendida soflama, cual si los vapores incandescentes de infernal caldera vinieran a invadir nuestro hemisferio, y avanzando en raudales de luz, disolvieron implacables las sombras de la noche. Una formidable esfera de fuego rasgaba y fundía los gruesos cortinones de celaje, cual huésped imperioso que abandona olímpico lecho, y a través de soberbios girones, torrentes luminosos disipaban el azul negruzco del maltratado tapiz y fúlgidos charolaron los níveos lomos del planeta. Parecía el fuego del averno que, preñado de ironía, fuera a derretir el armiño encubridor, cómplice del criminal que ocultando el delito y cubriendo las huellas del pie delincuente,

dio tiempo sobrante para un albergue seguro.

En vano los del mozo buscábanle y le llamaban, pues la vacua mula fue a casa del amo y su presencia delataba un trágico suceso, Guardia civil, parientes, amigos y allegados, todo el mundo se dio al campo y camino arriba y camino abajo, no más pudieron averiguar que la salida y punto de partida del malogrado viaje.

Ya al siguiente día, la nieve líquida engrosaba los arroyuelos bullangueros y el mastín de un pastor delataba con exaltados latidos el cadáver del recaudador.

El asalto estaba claro y terminante; sus autores no era posible adivinarlos. La autoridad judicial funcionaba solícita y sin descanso, mas todo era inútil. Los ojos de la justicia se cubrían con los tupidos cendales de la ignorancia. Solo restaba cumplir los requisitos formales de la ley y correr sobre el término de la autopsia el velo de la impunidad.

Hízose aquélla, y en el mutilado pecho alojábase entre los negros coágulos de sus pulmones, un mazacote de papel. Eran los tacos delictivos, especie de asomo misericordioso que mitigara la exterior hemorragia.

Cuidadosamente desdoblados se reconstruía una carta familiar dirigida al Alcalde que cooperó en la cobranza de la aldehuela.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 22 de febrero de 1910

PROSA DE INVIERNO.

AUTOBIOGRAFÍA RELIGIOSA

Amable lector: Perdona que te hable un poquito de religión. No es terreno favorito para mí porque no me agrada ni conviene dar en él pábulo a trabajos que hayan de fundirse en letras de imprenta, pero, por excepción, haré hoy momentánea salida por esta región abrojosa. A la vez quiero justificarme ante mí mismo. Pudiera mi conciencia apercibirme por la asiduidad y el celo con que cultivo mis deberes espirituales y deseo que las voces de mis labios se anticipen a las Inarticuladas de ella.

Dígome: aunque no tengo idea ni remota de haberme bautizado, papeles son papeles y lo demás pamplinas, y conforme como estoy con la filosofía del pecado original y su disolución en la ablución o aspersión sacramental, indudablemente, oficialmente, religiosa y necesariamente, soy cristiano.

Mis padres jamás consintieron que me apartara de los preceptos piadosos y fueron inflexibles para el culto que cuotidianamente yo debía cumplimentar; además, yo lo ejecutaba siempre de buen grado; luego nací y medré en la religión y al mundo me di como blanca mensajera, pletórico de fe sin la más pequeña tilde. Hasta entonces viví en la ignorancia redonda; desde aquel momento comencé a respirar en la atmósfera de la intelectualidad.

Trascurrieron unos años y, engolfado en arduos problemas de esta vida, no me di cuenta de que la otra me esperaba. Ya algún tanto holgado, acudí a reanudar lo que suspendido y casi olvidado estaba, y he aquí que la costra grosera de mi incultura había caído en pedazos sobre los libros de la verdad y la enciclopedia social, puesta al alcance del menos perspicaz observador y, así las cosas, veía las otras con distintos coloridos de los conservados en la memoria.

En tal situación no pude evadirme a reconstruir, analizar, deducir y discernir y llevando la imaginación hacia el infolio biográfico que empezando en mi raciocinio seguía y sigue desarrollándose desde el cilindro de mi existencia sobre el plano de los tiempos, me encuentro con lo siguiente:

Que cuando fui religioso inconsciente, veía al sacerdote que tras la misa y revestido con encajes mayestáticos plegados con nudoso ángulo, oraba y bendecía la ictérica llama de una cerilla, que luciendo sabre blanco paño se aplicaba por cada difunto, y en pago de tales plegarias y recomendaciones al Altísimo, pagábanse en el acto sendos ochavos del moro; que las mujeres de mi pueblo, incluso mi madre, cuando algún ochavo o cuarto se resistía a la circulación, lo reservaban para el pago supra dicho; que aquellas dudosas monedas: servían para remunerar a los monaguillos, hijos de nuestras propias madres; que el común donaba al párroco el usufructo de una huerta y cuando los frutos se sazonaban difícilmente recogía alguno el señor cura, porque de ello se encargaban los rústicos feligreses contra la voluntad de su dueño; que los consejos sacerdotales tenían carácter de oráculos; que la piedad de mis paisanos y consanguíneos era motivo real de que San Roque tuviera un rebaño de ovejas y las ánimas otro, de cuyos beneficios los tenía sólo el pastor de las almas, que no lo era, precisamente, de los lanares efectivos; que a la postulación dominguera de las muchachas presididas por el Redentor crucificado y embellecido por cintas sedeñas y polícromas, se rendían cestos de huevos de los que sólo se sabía que ingresaban estrellados en tortilla, revueltos, pasados por agua y por todos los registros de la culinaria, en el estómago eclesiástico a sufrir ovípara metamorfosis; que la iglesia tenía su palomar bajo el capitel de la veleta y que sostenido por los agricultores, daba la prole con sus tiernos huesecillos en los potentes maxilares del orondo don Regino; que el sacro petitorio era, en fin, como sable desnudo blandido por belicosa mano, sin tener en cuenta que aquellos aldeanos, a la par que por su alma, elevaban con fruición preces y jaculatorias implorando el fomento de sus bienes terrenales para mejor soportar el cuerpo.

Después vi por el mundo que toda la cera animal iba en pos de la piedad, y comprobé con estupefacción que resultaba más barata la comprada a los sacristanes o vestales que la adquirida de las fábricas. Vi y sigo viendo que la religiosidad ahonda sus raíces tanto más cuanto mejor acomodados son los creyentes, y que éstos, a pesar de su vocación, del respeto y su acendrado cariño hacia los ministros de Jesucristo, no llevan a sus hijos a las filas del sacerdocio, y, en cambio, reclutan desvalidos a título de filantropía. Vi y aprecié la función mecánica de la mayoría de los cristianos, pues casi todos sus actos son de inconsciencia; por ejemplo, celebran fiestas como la Circuncisión, Pentecostés, Candelas, etcétera, que no saben lo que significan ni jamás trataron de averiguarlo, y vi con mis ojos y aquilaté con la razón tanto y tanto, que ni su índole ni el espacio me permiten escribirlo aquí.

Después me enseñó la Historia la Teología —o Teogonía— de cada pueblo, y deduzco de ello que la única religión común a los hombres fue la guerra. La cimitarra y el Corán y la espada y la cruz son los signos inseparables de sus respectivas religiones, y la guerra, única fatalidad que surge de la composición de fuerzas religiosas.

Advierto sin esfuerzo que la Ciencia y la Biblia tienen puntos antagónicos, que la higiene y el culto se hallan en pugna, que la moral teórica no es la practicada, que aunque se predica el bien sin mirar a quién, antes de aliviar con él a los menesterosos ha de averiguarse si confiesan y van a misa...

Todo esto, cristiano lector y por ende mi querido camarada espiritual, comprenderás la influencia que ha podido tener en la psicología de mi adolescencia. Sin embargo, fija la atención en que nada discuto ni comento, nada niego ni afirmo; sólo narro honradamente, y quizá así quede mi conciencia más satisfecha y reposada.

Ahora bien, me suspende ver a las gentes henchidas de fe y saturadas del dogma, y tanto más y mejor cuanto más trato de armonizar hechos y teorías, Psicología y Fisiología, si bien me lo explico y halle justificado a condición humana, guarnecida por el imperio de la costumbre. Como no acertamos a leer ni escribir de derecha a izquierda, ni nos cabe en la cabeza que la circuncisión sea un imprescindible rito religioso, y todo por el influjo poderoso de la costumbre, de igual modo me explico el ardoroso fervor que pone los corazones en la virtud de la gracia —que no es la gracia de la virtud.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 4 de marzo de 1910

Instantánea

Quiero escribir y la musa no me sopla. ¿Por qué me desamparas? ¿Por qué tu hálito vibrante no ilumina mi pobre mente en vez de inspirar y sublimar otras menos pobres?

¡Ab! Si fueras generosa conmigo, cantara yo ahora que el llanto pluvial se enjuga un instante, ahora, sí, que los rayos del Sol alumbran brillantes magnifico cuadro.

El reposo del viento, el silencio y quietud y un cromatismo de ensueño engastado en celeste zafir, solemnizan un momento de breve pasar. Las ramas desnudas de mirto se visten con perlas de tornaluz, amatistas ruborosas, esmeraldas de verde radiar o topacios de fuego que no son sino nítido cristal tramador de la luz en fugaces destellos de sencilla refracción, Toda la gala prodiga Natura que ríe en su astro de blancura sin par y quiero copiar con renglones de letras simple reflejo de tanta beldad, más la pluma no corre.

Quiero escribir y la musa no me sopla.

Brisa templada se mece perezosa y sus suaves caricias malversan inconscientes la diáfana y refulgente pedrería, corren las nubes y apagan el Sol, el cuadro risueño se inunda de lágrimas, los tejados se unen al suelo con hilos paralelos de líquida urdimbre, restalla la chispa, el trueno trepida e impone pavor. Quiero traerlo en esquemática imagen al papel y fracaso.

Quiero escribir y la musa no me sopla.

Miro hacia el mar y en su fondo sin fondo mi vista busca, nada veo de nuevo atalaje, cadencias lejanas me hacen temblar, todo es gris y soberbio. Dejos de titánicos estrellan con furia las olas en las rocas que cubren de espuma de nieve y barquillas juguetonas danzan impertérritas ondeado velas triangulares cual caudillos que provocan flameando su bandera. Tanta grandeza, poder y valor, embargan mi ánimo. Quiero pintarlo y no logro mi afán.

Quiero escribir y la musa no me sopla.

La nube plomiza no gime ya, el panorama vuelve a dibujarse magno, sonriente, alegre y jovial. En la copa añosa noguera cien pajarillos chismorrean filarmónicos, discuten sus cuitas, poetizan sus quereres y comentan en cándidos píos y trinos al compás. Me encanta el conciliábulo y émulo y celoso mi lira se agita y no sabe cantar. En álamo altivo un mirlo de antracita se anuncia trovador, su pico de sucino es chiflo sugestivo que inflama el amor y en el aire sus notas parecen ocarínicas de célico metal. intento modelar en el papel, más todo es en vano, la mano vacila.

Quiero escribir y la musa no me sopla.

Veo a los niños que corren y saltan, invaden la plaza, se asocian ufanos, juegan febriles y en angelicales círculos convidan a bailar. Todo es bullicio, todo candor y pueril alegría que borra ligera cabildeos y pesares. Entro tanto, doncellas guardianas con manos de zanahoria y belfos de guinda se rinden cautivas a la primavera de su amor y el coloquio picaresco de buscones galanes, hacen de azúcar el placer de conversar, mientras las pobres sexagenarias valetudinarias, filosofan sobre la trayectoria de la vida en lento paseo de higiene y solaz. Ello me trae e incita a divagar y torpe la lengua articula sin tino.

Quiero escribir y la rusa no me sopla.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 8 de marzo de 1910

Costumbres

En un pueblo cerca de Jaca un ciudadano distinguido ha contraído segundas nupcias. Con tal motivo, sus amables convecinos, tradicionalistas recalcitrantes sin duda, le dieron una atronadora cencerrada, cuyo final fue un campo de Agramante y casi un camposanto. De origen desconocido, los disparos embellecieron la fiesta, haciéndola los honores de tragedia, y cruzando invisibles la atmósfera los veloces proyectiles emplomaban a los de los cencerros que se iban desplomando por el suelo. Hubieron de intervenir las autoridades y se aguó la función o, mejor dicho, se ensangrentó, llevando unos pocos heridos al Hospital y otros tantos ilesos a la Cárcel.

Estoy seguro de que nadie dará importancia al asunto; se trata de inveterada costumbre genuinamente española y sólo la intromisión del novio pudiera ser vituperable. Tampoco faltará quien lo califique de Quijote por querer quebrantar aquello que el tiempo consolidó dándole carta de naturaleza entre los españoles. Las costumbres se contienen en el Código consuetudinario y van a él por derecho propio. De otro modo ya habrían desaparecido de esta épica y legendaria nación las corridas de toros, la comida de las uvas en la noche de San Silvestre, los banquetes póstumos o subsiguientes al entierro de los seres queridos, la papilla con que asesinan las madres a los recién nacidos; as limpiarían los dientes cada día muchos sonoritos fabricantes do abonos químicos y hasta la mismísima fe hubiera emigrado de nosotros, dejándonos ese horroroso vacío que llaman escepticismo.

No, no dejemos perder estas y otras preciadas joyas legadas por nuestros predecesores; seamos conservadores —o conserveros— porque lo mudable es engañoso, y lo estable carece de eventualidades problemáticas.

Por tan palmarias razones no creo que las autoridades deban cohibir un solapamiento tan legítimo, al cabo otorgado por la costumbre. En todo caso, deben obligar a Jos cencerreados a la más cristiana resignación para no menoscabar tradiciones de abolengo características, Y si algún alucinado cree tener derecho al respeto y consideración ajenos, si estima un momento que la ley escrita le garantiza tal derecho y en ausencia consciente de los ejecutores o fiscales de ella intenta establecer su imperio, den sus huesos en la Cárcel, porque el mandato inexorable de la ley lo exige.

¡Luego dirán que vivimos en el país de las paradojas!

Ahora bien, sí hemos de ser consecuentes con nuestra categoría de conservadores o tradicionalistas, creo yo que debiéramos repeler toda novedad que céfiro movible importara en este clásico país del cocido, donde la mayoría de los habitantes se rascan y destocan simultáneamente, y prohibir a nuestros conspicuos que salieran al extranjero a satisfacer sus menesteres y a tomar aspersiones de cosmopolitismo para después echárselas de Salomones y llenarnos de galicismos rimbombantes.

Esas medias tintas son precisamente nuestro cautiverio, nuestro abrumador grillete y creo que debiéramos decidirnos de una vez. Ponernos a servir o tomar criados; incorporarnos a Marruecos o a Europa.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 12 de marzo de 1910

PURPURINA Y OROPEL

Si mi opinión pudiera prevalecer allende el dominio doméstico, no tendría descanso la piqueta demoledora. Las ruinas de Cartago, Babilonia y Jerusalén, serían diminutas relacionadas con las que yo hiciera. Todo lo inútil, lo superfluo y lo innecesario iría en rápido derrumbamiento a desgranarse en mecánica metamorfosis.

Seguramente comenzaría por lo que hoy tanto priva y sugestiona a la andante y oficialmente culta intelectualidad española. Mo refiero al derroche reinante de horrores, tratamientos, condecoraciones y demás preeminencias que, hecha merced de ellos, en vez de informarse en estímulos de concienzuda equidad, andan por ahí adjudicados a una legión de inutilidades —generalmente y civilmente hablando— y en tales circunstancias, aquellas gracias que ya son de inutilidad intrínseca y extrínseca, esta se suma a la de los agraciados y ellos la viven duplicada.

En este punto de vista somos aportuguesados y aunque no nos igualamos a nuestros vecinos, poco nos falta. No tratamos al loro de Excelencia, poro casi casi. ¡Cuántos loros hablarían mejor que algunos dolicocéfalos con énfasis de caballeros teutónicos!

Hay Municipios que montados en el inerte bagaje del «Ilustrísimo» van tan erguidos en el machito como los chiquillos sobre clavileños de escoba o sobre los Bucéfalos, Pegasos, Incitatus y demás Babiecas de bazar con crines de estopa y brazos acartonados; señores a los que un título nobiliario de su apellido o de cualquier fundo les labra su felicidad o esotros jefes superiores de administración, honorarios, que sin haber hallado la cuadratura del círculo ni mucho menos conocer la ciencia del margen, se embuten en el uniforme de gala como pudieran criarse con la cola de un pavo real para resolverlo todo en la fotografía y admirar a sus afines, hasta el tercer grado civil exclusivo, y quien encarase al sastre la solidez del ojal de la solapa, para aludirse ante la concurrencia como condecorado.

El tema se presta a considerar mucho y largo, más yo no puedo quebrar el patrón periodístico. Allá cada uno deduzca y filosofe, para lo cual basta iniciar la cuestión.

A mí me asquea, francamente, tal condición en las personas. Yo quisiera para mí, en el terreno de la vanidad, un distintivo de sabio, pero si fuera merecido. De otro modo lo estimaría como burla. En la esfera de lo práctico no rechazaría una merced, pero siendo ella inútil la equipararía al honor del apellido de mi abuelo millonésimo.

Conocía yo un conde de linajuda estirpe a quien no se le podían prestar dos pesetas, como ocurre frecuentemente con otros caballeros coronados —en esto apelo al testimonio de los libros de comercio—, y cuya cultura consistía, en absoluto, en generalidades de heráldica y numismática, carecía hasta de ortografía; supe de un Juez de instrucción que devolvió a un administrador de Aduanas un escrito oficioso de amistad y cortesía porque no le daba el tratamiento de usía; conozco, desgraciadamente, e quien se engalla con una gran cruz por haber enriquecido desde su cargo a su familia numerosa, más que la de los conejos; a quien está retratado, rivalizando con Frégoli, lleno de cintas y colgajos inservibles, cuyas fotografías son prez y ornamento de todas las dependencias de su casa, y sus méritos propios de una calabaza llena de puches; se de quien obliga al peluquero y al callista a que le rindan tratamiento y sonríe a la portera porque se lo da voluntariamente, y por fin, conocí un jefe superior de Administración, honorario, que no comía las patatas con bacalao sí no las guisaba él, arreglaba el calzado de casa, componía la loza y porcelana que rompía la doméstica y, en los ratos de ocio, aprovechaba los retazos de tela recortándolos para que la señora hiciera un edredón.

Entre tanto, siguen los sobresalientes en los Institutos y Universidades y así la obra se corona. No dar gusto a los papás para que comuniquen a las visitas las calificaciones del niño, sería una Inconsecuencia y hasta pudiera perderse la parroquia.

Somos un pueblo de adjetivos superlativos para andar por casa y de sustantivos diminutivos despectivos referidos al extranjero.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 20 de marzo de 1910

San José

NOMBRES Y PERSONAS

Creo no habrá en el año otro día cuyo santo tenga más sucesores nominales. Desde el Presidente del Consejo de ministros hasta el último “Pepitu” de los serenos; desde el insigne Echegaray, hasta el más tierno Pepino, sin omitir ningún término de la numerosa escala cucurbitácea de por acá, y desde el esposo de la Virgen hasta el acólito más Pepillo, el dulce nombre de José invade los tres órdenes; político, intelectual Y eclesiástico, los tres distintos y verdaderos e integrantes de un trino en que el primero es el padre, el segundo el hijo y el tercero el espíritu de la contradicción y en cuya triple variedad se funda la unidad social.

Pero es este asunto, que tomado en serio pudiera acarrear dolores de cabeza, y no estamos para aguantar más que aquellos del estómago ya crónicos y que nos tienen en continua penuria. Vayan los dolos cefalálgicos a los Josés de alto bordo para que distraigan en hidrofobia de mando y avaricia y porque —juzgando por los libros de las estaciones ferrocarrileras de Madrid— ellos solos comen más quo toda la nación periférica; así, pues, ante tales Dionisiacas, justo será el dolor, mientras la parca implacable arroja sus cuerpos putrefactos al estercolero de las tomainas.

Limitémonos, pues, a un infantil regocijo aprovechándonos del antagonismo resultante entre nombres y personas.

En efecto, cuando nos bautizan cualquier nombre es adecuado, más después, creo yo que debiera de existir más afinidad entre lo substancial y lo apelativo. Así, me parece muy bien que los Papas se llamen Clementes, Inocencios, Inocentes o Píos —como el V que envió aquella espada bendita al Duque de Alba de los Países Bajos, en cuanto éste se hartó de tajar carne flamenca— pero entiendo que punca debieran ser Leones los que se dicen Papas por antonomasia.

Que se llamara José aquel soñador israelita, haciendo cornúpeto al incauto Putifar y aplicándose la autoridad del cargo para colocar toda su familia nacional en el presupuesto faraónico, me lo explico por su predecesión al esposo de María, pero tras este, sería de conciencia sólo llamárselo a aquellos cuya vara de las virtudes floreciera como la del mozo hebreo.

Me parece de mal gusto religioso —y hasta algo edificante— denominarse Pepe Botellas o, poseyendo aquél sagrado nombre, cabrear por las anfractuosidades del pecado. Soy enemigo de la disparidad, amante indeclinable de la armonía; por eso me repugna ver aquí, en la Montaña, que siendo los nabos excesivamente gordos, sean las castañas reducidamente pequeñas, como me irritan los caballeros en asno cuando afectan la forma de quebrados impropios.

Por tales causas y razones, entiendo, que un Obispo debiera denominarse en vez de Pedro, por ejemplo, Casto o Virginio; un jefe de Estado, Patricio: un Juez. Fidel, Justo, Severo o Clemente. Si algún capitán nos diera el camelo deberíamos llamarle Camilo; a un vista de Aduanas, Casimiro; a los Alcaldes de pueblo, Silvestres y a los de las ciudades, Urbanos. Los agricultores debieran ser Fructuosos; Primitivos los maestros de escuela; los carlistas, Cándidos; los curas, Celestinos; Primos, los creyentes; los políticos, Timoteos; los Delegados de Hacienda, Conrados; los navegantes, Marcelinos; Restitutos, los Administradores; Pericos, los polizontes; Prudencios, los toreros; Felicianos, los palatinos; Modestos, los periodistas; los caciques, Francos; Honorios, los sabios; los tontos, Buenaventuras; Bienvenidos, los socialistas; los Nakens y los Estrañi, Claros; Castros, los frailes; etcétera, etc., etc.

De este modo, sin ostentaciones ni alardes de suspicacia, conoceríamos al individuo por su nombre, como conocemos por las orejas las intenciones de un jaco.

Ahora, finalmente y sin embargo de lo dicho, señores Josés: que de hoy en un año estemos cada uno donde en justicia y conciencia nos corresponda.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 23 de marzo de 1910

Cuento que parece Historia.

Mi escena se desarrolla en un paraje ideal. Un vetusto palacio del género ciclópeo se encuentra prisionero de hiedra trepadora que, a modo de terrible pulpo, lo envuelve y estrecha para no libertarlo jamás. Hacia el Poniente se abre un abismo cual boca de formidable sierpe; al Oriente, una suave rampa declina dulcemente hasta fértil y templado valle de exuberancia paradisiaca. En él se eleva suntuoso templo de áureas cúpulas, de columnas marmóreas que sustentan soberbias arcadas cautivas de la geometría y la mecánica y ornamentadas por relieves alegóricos que abarcan todos los estilos escultóricos, desde Fidias hasta Benlliure.

Bajo la hiedra de aquél mora una escuálida anciana de génesis prehistórica; en éste resido una doncella cuya hermosura no ha podido aún expresarse con fidelidad en el pobre lenguaje de los mortales.

La vieja rugosa había visto habitualmente en torno suyo la humanidad prosternada; pero la joven vecina, radiante en luz y belleza, atrae las almas y eclipsa impertérrita la ictérica faz, semejante a lamparilla que chisporrotea.

Ei éxodo hacia el valle inquieta a la quejumbrosa y monumental señora, que sacude sus nervios y crispa los blancos y enmarañados cabellos. Exaspera, agita los huesosos miembros, vocifera y grita llamando a sus prosélitos tránsfugas que huyen presurosos, como nuevo pueblo hebreo que abandona aquel Egipto irritante y opresor. Nada consigue, quédase sola, y abrumada por la obscuridad de sus frías pagodas, presiente su ruina, su fin, la muerte envuelta en sus horrores espectrales, y ardiendo en el volcán de la desesperación, lánzase la campo en volcánica carrera.

Llega a la augusta estancia de su rival, oprime con avidez botones de argentinos timbres, bate llamadores, empuja vehemente las cinceladas puertas en son de guerra; más, ¡vanos intentos!, su planta no hoya la alfombra de mosaico que besan diminutos y perfumados pies de la lozana Hada, pura e inviolable.

En medio de su infortunio y furia, exclama con palabras estentóreas:

—Vos, jovenzuela disoluta, desmedrada y licenciosa, estáis turbando mi santa paz. Sois el espejismo, la picada manzana que lanza a mis hijos por los desfiladeros del precipicio. No respetáis mi abolengo, mi derecho sacratísimo de poseer las conciencias para encarrilarlas hacia el Edén de eterna ventura.

Yo, que mando los elementos, como veis por las rogativas y los pararrayos de mis aposentos; yo, provecta, porque soy madre de la fe; que ilumino a los sabios, como hice en Salamanca cuando Colón exponía sus proyectos, o doy la salud a los hechizados somo operé con Carlos II; que restaño la hemorragia de la guerra, como lo ejocuté toda la vida; que soy el amor y la misericordia, cual lo justifica la Santa Hermandad que abolieron los herejes de Cádiz. Yo, que soy la castidad, como acabáis de ver en Mombuey; que soy la humildad y la pobreza, como lo evidencian la perspectiva de mis edificios, la sobriedad de mis agentes o el tráfico de mis Luises; que lavo las manchas del espíritu con el jabón de la penitencia, o despliego el manto de mis alas, como hice con los moriscos de Levante. Yo, que coroné monarcas y dispensé juramentos a las criaturas rebeldes; yo, que soy el portento de la química; soy la misma indulgencia, como veis por mis desinteresadas bulas o las concesiones a los que orasen por los difuntos que fueron ricos; yo, compasiva, toda conmiseración...

así, la añosa y caduca dama seguía, cuando un muchacho imberbe interrumpió desde gran ventanal: —Id enhoramala, vieja cotorrona, ausentaos veloz, que mi señora la Verdad va a asomarse al excelso balcón de la Ciencia; huid sino queréis perecer deslumbrada por sus candentes fulgores y sucumbir bajo las plantas de las multitudes amantes de mi Reina.

Seguía, no obstante, con lamentos y denostaciones aquella original Madre Seigel cuando un foco de intensísima blancura iluminó el campo y el espacio. La olímpica doncella miró por doquier, pero su enemiga temeraria, sin duda se había esfumado hacia las reconditeces de lo invisible, como sombra que disipa el Sol1ó líquido que vaporiza el fuego.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 5 de abril de 1910

LAS CERTIFICACIONES

En todo el engranaje burocrático de la complicadísima maquinaria oficial, no hay un órgano más elemental ni activo que ese prosaico y vulgar documento llamado «Certificación».

Es tal pieza, toda una preciosidad, la más feliz que ha podido generarse en el magín de los leguleyos; ella es clave de todo proceso, ella resuelve todos los conflictos, y la más intrincada cuestión se trasmuta, como por ensalmo, en una sencillez maravillosa. ¡Oh tú, sapientísimo Arquímedes, terror romanorum, que nos legaste la teoría de la palanca y no tuviste en la magine inventiva un solo rayo de luz para estotra palanca prodigiosa, no neutralizada aún por resistencia alguna! Si os llama la justicia y no os cumple acudir, Hipócrates expide una certificación simplicísima que os releva de aquel sagrado deber; si no os place servir al Rey, amistaos con Esculapio y os pondrá tan inútiles o inservibles, en forma de certificado, que os rechazará la espuerta del mismo basurero; si anheláis acreditaros de atleta en un Centro docente, acudid a Galeno así seáis más enclenques que un tuberculoso, porque él os herculizará en papel de dos pesetas.

¿Alguien duda la legitimidad de vuestro matrimonio? Certificación al canto, y la duda será sal en la masa del Océano. ¿Necesitáis acreditar vuestra efímera estancia en el pueblo A en ocasión que fuisteis al B? Pues nada más fácil si lográis de la autoridad local la indispensable y fehaciente certificación. ¿Queréis mostraros como buen ciudadano, modelo de honradez y decencia? Pues nada más ni mejor hacedero, aunque no hayáis observado otro que el sexto de las tablas de Moisés: vuestro Alcalde certifica y os purifica y deja con la gracia del sacramento.

Yo conocí a una señora que recibió una carta certificada, en la cual le decían que se contenía un billete de cien pesetas, mas, como éste no pareciera, lo reclamó al remitente, reprochándole a la vez su poca seriedad en el cumplimiento de lo escrito en la misiva engañadora; pero el certificante, que lo había incluido, apostrofó a la receptora por aficionada al dinero ajeno y estafadora, pues reclamaba aquello que había recibido y reclamaba, precisamente, a título de su no percepción. El negocio llegó a tamizarse en el cedazo judicial y, gracias a una certificación de Correos acreditativa de no estar vulnerado el sobre, fue condenado el imponente y pudo resolver la justicia un caso de conciencia.

En suma, es una delicia como resplandece la verdad y se mantiene en el fiel la imaginaría balanza de Themis con esta especie de ungüento del Pinterete, que todo lo cura y sana. Lo peor es que tanto se han vulgarizado sus indeficientes virtudes, que ya hay quien pretende un campo de maniobras tan vasto para las certificaciones, que raya en la extravagancia.

Entre los graciosos casos que yo conozco, puedo exponer algunos que lo prueban. En efecto, recuerdo de un veterinario que al certificar de la sanidad en que se hallaba una partida de 200 bueyes traída a la importación, decía:

«Certifico: que he reconocido..., habiendo muerto en la travesía 109 cabezas de enfermedad no infecciosa y hallándose las 91 vivas en el más completo buen estado de salud.»

Un maestro de escuela, amigo mío, me dijo que se había visto tan obligado por el padre de un muchacho, que hubo de certificar manifestando su asistencia con asiduidad a la escuela durante la infancia, donde aprendió a leer y escribir correctamente; más como el pimpollo fuera analfabeto de hecho y se tratara de exigir responsabilidad al complaciente ignoto del dios Pan, no hubo lugar porque se justificó, mediante la correspondiente certificación, que el chico había olvidado lo aprendido.

Tampoco olvidaré una señora, inocente y sencilla como la arrulladora tórtola, que, envidiosa de las amas de cría, pretendía serlo sin la condición precisa que pone en este succionable caso a las señoras, y aspiraba á la casa de un plutócrata donde, al anunciarse, se exigía certificación facultativa de alumbramiento reciente y breve síntesis de la calidad de la leche.

Satisfizo mi pobre amiga las exigencias del anuncio, pero sufrió el más amargo desencanto al tocar lo inexorable de la realidad.

Sotero Barrón.

El 28 de abril de 1910, en la revista Nuevo Mundo, publicó un artículo sobre la conveniente eliminación de fronteras entre España y Portugal.

La Unión Aduanera de España y Portugal

Bajo el mismo epígrafe y en el número 849 de este semanario ilustrado, aparece un artículo en el cual se aboga, por persona que no lo firma, hacia la conveniencia de un Zollverein peninsular, esto es, sobre el libre cambio hispano-portugués.

Espíritus como el mío, que no vean las cosas con la fría Indiferencia que abruma a los españoles de hoy, no pueden sustraerse a cooperar en ellas cuando su trascendencia se encarrila por la vía de lo útil y provechoso y, menos, cuando pueden a la vez redimir a numerosos desgraciados, que lo son, nacidos en un sistema y sin más rendimientos a la nación que una nómina sufragada por el Tesoro para pagar los mezquinos haberes, mezquinos para los preceptores, pero de cuantiosa suma.

Avancemos:

Dice el articulista anónimo que la frontera con Portugal nos cuesta 2.110.000 pesetas anuales y que, de hecho, casi tenemos vigente el libre cambio.

Es verdad, y tanto, que nuestra Importación sujeta á derechos, apenas si consiste en media docena de mercancías sin importancia Intrínseca ni en cantidad. Unas pieles secas, algunos metros cúbicos de tablas, corcho en bruto, otras pocas frutas, unos vagones de abono artificial, cuatro kilogramos de hierro viejo y alguna que otra y circunstancial zarandaja, son toda nuestra importación tributaria. Otras mercancías no vienen acá ni tampoco vendrían con exención, porque son más caras y peores que las españolas. Cualquier aduana medio regular, renta más que todas juntas las fronterizas con el país de Magallanes. Sólo podríamos temer a los vinos y coloniales, pero tal temor sería fácil de anular. En cambio, nuestra Industria obtendría magnos beneficios.

Cuando Lusitania franqueara la puerta toda, allá irían en tropel el hierro esmaltado, los tejidos de todas las fibras y clases, el calzado, los curtidos, el pan, los cromos con sus marcos, los abonos químicos, las armas de Éibar, las confecciones... Y es esto tan seguro y cierto, cuanto, en la actualidad, y a pesar de su tributación, van los mencionados productos en cantidad tan estimable, que de no ser así vendría abajo el comercio de populosas ciudades fronterizas. Badajoz, Valencia de Alcántara y otras, pueden patentizar esta verdad.

Tras este primordial y sustantivo aspecto, surge otro que parece secundario, pero de bastante entidad para merecer singular atención. Es el que Esparta regenta sus aduanas con funcionarios periciales que son llevados a ellas, generalmente, por razón de castigo. En Portugal, estas alfándegas las desempeñan cabos y soldados del Resguardo, pero aquí no se conceptúa igualmente a los nuestros con aptitudes para ello. En su virtud, allí hay un cordón de aduaneros devorando la amargura que produce a hombres de carrera verse extrañados a un monte donde no hay vías de comunicación, ni subsistencias, ni vivienda. En algunas aduanas españolas se pasan a veces semanas enteras en Incomunicación con la península, sin correo, sin otras personas con quien comunicar más que los agrestes campesinos, sin saber en que Invertir el tiempo, olvidando hasta el Idioma y, con frecuencia, adquiriendo costumbres que se toman a título de mitigar la desesperación y que luego no es fácil abandonarlas. Y todo ello para obtener recaudaciones y documentos negativos, y tener carne humana en una legión de penales que oficialmente no pueden estar vados. Así califican las Ordenanzas de Aduanas las de la frontera con Portugal.

En El Cantábrico del 3 de mayo de 1910

CULTURA QUE SE DIVULGA

UN NOTARIO DE CABEZÓN

Declaro yo, mayor de edad y menor en sabiduría, que en el día de ayer discutí con el notario de Cabezón de la Sal, quien afirma, sostiene y predica los principios siguientes:

Primero: Que lo esencial y capital, en la primera enseñanza, es la religión católica apostólica romana, como única fuente de cultura para la Humanidad.

Segundo: Que en ningún país debe existir prensa, y, en el extremo dado de aceptar alguna, ella sería la católica.

Tercero: Que los quebrados son unidades como aquella de donde nacen.

Cuarto: Que el orden moral es única y exclusivamente el orden religioso, negando que lo moral sea intelectual, y, por fin, sentó otra porción de principios que sería prolijo…

Declaro igualmente, con mi voluntad libre, que hallándome en la plenitud y lucidez de mis facultades mentales y sentidos físicos, renunció a la polémica con el dicho señor de Cabezón, quien anunciándose en el rótulo de su notaría como notario abogado, me pareció que debería hacerlo como abogado notarlo.

¡Qué amigos tienes, Carande!

¡Mejor están en Bombay!

En su virtud, cortando los vuelos a mi pobre fantasía para no dar a estos renglones fisonomía de amenidad; para que conste y sirva de propaganda y para honra y prez de los profesionales, el infrascrito da fe y publicidad de lo ocurrido para conocimiento de todos y a los efectos procedentes.

Hay cosas que no deben ser ignoradas.

Sotero Barrón

Cabezón de la Sal, 1.º de mayo.

En El Cantábrico del 16 de mayo de 1910

SOCIOLOGÍA BARATA

LOS NOBLES Y LOS VILES

Hasta nuestros días llegaron todas las sociedades humanas trayendo sobre los lomos una vergonzosa albarda, ligados los remos con férreos grillos, amordazada su boca con el freno del terror.

Dé este mezquino y ruin espectáculo, jamás hubo otra causa que la división de los hombres en castas, y de las castas, ninguna tan odiosa, tan cruel y tan infamante como la aristocrática, única y exclusiva que hizo del hombre una cabalgadura, buscando simultáneamente en él la fuente inagotable de todos los lucros, succionándole arteramente la sangre de sus venas para vigorizar con ella el cuerpo principesco, donde todo vicio halló amable albergue. Y estos caballeros superhombres, nunca se desprendieron del espíritu religioso, única clave de las victorias como medio infalible para realizar sus monstruosidades.

Pero los siglos último y presente, son en el infinito y movible tiempo, una época de transición sublime en la cual la verdad florece y fructifica, mientras la mentira se consume en natural ficción. El arco voltaico de la ciencia va iluminando las inteligencias, y así como la platina del microscopio nos revela al invisible mundo pequeño que corroe la salud física, de igual forma, la lente poderosa de la consciencia alumbra las aberraciones sociales, y el brazo potente del raciocinio esgrime el sable de la cultura para decapitar implacable los mascarones saturnales, bacilus enormes de insaciable apetito.

Aquellos poderosos Incas que pomposamente atribuían se paternidad al Sol, y con gus curacas y nobles tenían el Imperio reducido a una vil servidumbre, apenas los empujó la espada de Pizarro, vinieron a tierra y disolvieron en su sangre un mundo de falsas tradiciones, igual que la sal se disuelve en el agua o se echan abajo las fortalezas de bazar, y sin que por ello se inmutaran los astros, ni hubiera más protesta que la incásica. La clase sacerdotal egipcia; la peregrina teoría de las castas en la India, oriundas del mágico Brahama; la estirpe de los optimates; la de los espartanos o lace- demonios respecto de los laconios e ilotas; la de los mandarines del Celeste Imperio; la da todas las dinastías mundiales da la Edad Media, con sus absorbentes ramificaciones del feudalismo, que nos legó nuestros nobles hijosdalgo, tan altivas como inútiles; todas eran y son esa clase privilegiada que se llama aristocracia, que jamás abandonó su fervor y religiosidad, que jamás practicó sus predicados y que fue, hasta la hora de ahora, la verdadera albarda que rebajaba la humanidad hasta la humillante condición asnal.

Unos labraban el terruño para que el señor gozara de los halcones y galgos y baboseara las virginales hijas du los siervos —para esto no había castas (?)—; Otros, como los gladiadores romanos, desgarraban sus carnes en el circo, para solazar el ocio de los patricios; aquéllos mantenían el fuego de la cruenta guerra y ponían sus cuerpos por muralla, los otros eran materia de horrendos sacrificios, en aras de los mentidos dioses, y todos funcionando cual infelices autómatas, eran el ludibrio de sus grandes, las carnes de la lujuria aristocrática y el brazo defensor a la vez que pasta de la molicie y del vicio de unos pocos señores erigidos por la leyenda en una incomprensible y acomodaticia casta envuelta en la nube sugestiva de la religiosidad.

Pero todo aquello fue y ya va dejando de serlo. Francia con su revolución enorgullécese de su vitalísimo papel en la transformación contemporánea. Hoy, la verdadera aristocracia, no es la plutocracia ni la hierocracia; es la mesocracia, que arrebata muchedumbres y hunde en el abismo palacios injustificados. La novísima aristocracia es la de los sabios, que con su razón avasalladora y sus doctrinas de amor y verdad, conquistan todos los corazones. Hoy, ya nadie hace caso de esos señorones tan llenos de honores y preeminencias, tan pictóricos de vicios y placeres como vacíos de ciencia y filantropía. Si alguien los mira, son sus criados o asalariados aduladores; los demás hombres les conceden la mayor indiferencia y se sienten pujantes ante estos escombros de arqueología que solo representan ingratas remembranzas.

La mejor prueba —en lo que a España se refiere— ha sido la reciente elección en la cual las cautas alondras vieron los groseros vidrios del espejuelo, y los cazadores audaces del histórico timo, volvieron a sus castillos con el morral plegado.

Melquiades Álvarez, Rodrigo Soriano, Galdós, Pablo Iglesias, Vicenti, Sol y Ortega, Lerroux, etc., etc., son hoy los apóstoles de la verdad. Su elocuencia y saber, dieron forma al dogma del bien, frente a cuya belleza, el pueblo culto y consciente ha menospreciado la paradoja.

Las divisorias humanas se derrumban, la fraternidad tiende el dulce y confortable manto con su cálido amor, con hálitos de ventura; quien no se acoja al regazo halagüeño de la verdad, perecerá envenenado con la toxicidad de su soberbia.

Sotero Barrón.

En la revista madrileña Nuevo Mundo del 26 de mayo de 1910.

Los minerales de zinc

MISTERIOS DEL ARANCEL

Muchos puntos del doble arancel aduanero se ofrecen francamente a la crítica elemental, y si no salen de su casillero de papel, cual mana el cristal de entre las rocas burlando su prisión para correr juguetón por el ondulado arroyuelo, es por su inmaterialidad que, de no existir, bien seguro que las deficiencias arancelarías se comportarían como aquellas legiones de la mitología helénica para pulular entre el Olimpo del Júpiter-Gobierno, que lleva la égida, y las dependencias de Plutón que invadía el Ministerio de las finanzas. Pero ello no importa: sigan en su cárcel los yerros de la justicia, que no faltará quien lleve la vista de los jueces con el índice fiscal hacia el error, la omisión o el entuerto.

En este momento son los minerales de zinc los preferidos.

Todos los minerales y sus menas que España produce y exporta en cantidad estimable, se hallan sujetos al pago de derechos de exportación, a excepción de los de zinc, que se exportan libremente, sin que haya una causa del dominio público que explique tal preferencia, al parecer caprichosa o particularísima, ya que todos los españoles tienen igual derecho a la vida y la justicia, y mientras unas legiones son presa del hambre y arden en la santa sed de la equidad, otras medran en la plétora del favor y hacen de la bacanal un hábito y un estado; sin que tampoco haya un motivo humano ni legítimo que lo justifique ante el altar divino de las conciencias.

El cobre, el hierro, el plomo y el zinc son, hasta el presente, las entrañas metálicas conocidas del subsuelo español, y mientras el Estado hace pasar los tres primeros minerales por el próvido crisol de su química fiscal para extraerles en la frontera —vía seca— o en la costa —vía húmeda— más de cuatro millones de pesetas en oro al año, no ha intentado siquiera aproximar su mirífica piedra filosofal a la blenda y la calamina, donde cabalga guapa y gratuitamente el caballero zinc, del que emigra cuanto se extrae, y que va al extranjero a que le tuesten el redaño para volver en homogénea pasta o artefactos que superan a sus similares españoles, pero dejándose allá los chicharrones.

Hagamos un poquito de análisis, muy poco, que los reactivos empleados por la razón y los hechos son tan sensibles a la ficción y al sofisma que la precisión de la espectroscopia aún les va en mucho subordinada y basta introducir los dedos entre las raíces de las patatas para extraer estos benditos tubérculos.

La tonelada de mineral de hierro tributa 20 céntimos; la de cobre, 1,60 pesetas; la del de plomo, 15 pesetas, y la de mata cobriza, 20 pesetas. Pagando así en su exportación se recaudaron en el último año 4.206.000 pesetas en moneda de oro. En cambio, los minerales de zinc no han tributado ni tributan absolutamente nada.

Se fundan estos derechos en la doctrina arancelaria que se sigue de poner un lucrativo dique a la fuga de primeras materias, y siéndolas los metales, por excelencia, ellos son, pues, casi todo el texto del arancel de exportación, porque sólo les acompañan al pago los trapos, el corcho y los huesos.

Los minerales preinsertos y los de zinc son los únicos que España tiene y exporta, y si los primeros son base de las operaciones manufactureras, también lo es el último, y de no menos aprecio que los otros. La importancia de la exportación de la blenda y la calamina quedará evidenciada si decimos que al año se exportan de la primera más de 120 millones de kilogramos, más de 34 millones de kilogramos de calamina en bruto y más de 12 millones de kilogramos de calamina beneficiada parcialmente. Pues siendo esto así, como lo es, ¿por qué

no tributan los minerales de zinc igual que los demás? ¿por qué tan oneroso distingo? ¿Es ello justo?

Otro día proseguiré, para no extenderme hoy más de lo que admiten estas columnas y la atención de sus lectores.

SOTERO BARRÓN

En El Cantábrico del 29 de mayo de 1910

POLEMICA LITERARIA

Un novelista y un critico

En los números 1.465 y 1.470 de España Nueva, aparecen sendos artículos suscritos por don José María Carretero y don Domingo Tejera, respectivamente, y «ambos encienden, con el fuego de su pasión, una pequeña fogata de humos literarios.

Yo, mero espectador, que bien pudiera limitarme al calorcillo de amenidad que !leva a los lectores este género de controversias, me apeno en ver un combate tan falto de motivo, y si todavía quisiéramos concedérselo, igual que si a ello renunciamos, en todo caso, persigue Ja pelea una afectación, personal rayana en lo pretencioso, y en semejantes circunstancias, lo que es agradable e instructivo por naturaleza, pierde esta virtud y se inscribe en el irritante catálogo de las miserias humanas. Por esto vengo aquí; por si de alguna manera provechosa pudiera contribuir mi cooperación en la discordia, a la cual me lanzo a título de mediador y alentado por un desinterés que puede garantizar la imparcialidad más completa.

En primer lugar, creo que hacen muy mal ambos señores denominándose propiamente «novelistas» y «críticos», aunque sin duda alguna lo sean. En los dos supone gran inmodestia y todos sabemos lo poco que esta prenda personal favorece a los que la cultivan. Y, por último, los insultos recíprocos dan una nota tan poco simpática a las discusiones como esta, que las despojan de la plausible nobleza son que deben investirse, despojo que sólo redunda en desdoro de los contendientes.

Probablemente no se darían éstos mutuas armas si la serenidad y la lucidez concurrieran en ellos, y, por ende, no se verían en la picota de la evidencia los gazapos literarios y gramaticales, de los que muy contados escritores se encuentran exentos. Por otra parte, si el señor Carretero quisiera liquidar sus cuentas con el señor Tejera, respecto de la conducta de éste relativa a la de aquél, creo yo que nunca debería ser la estratagema lo bien o mal que este señor ha ejercido su acción crítica, y menos habiéndosela pedido con intención deliberada.

Francamente, señor Carretero; no se compagina muy bien este último extremo con el lenguaje con que vapulea usted a su propiamente comisionado censor, ni los alardes de maestros que informan el artículo de usted están justificados con el grado de corrección y propiedad que emplea en su dicción. En el primer párrafo ya le ha dado una lección el «reventador y barato» crítico —algo se aprende—, y ahora va a darle a usted otra este humilde y desconocido mortal, ya que el señor Tejera parece que tampoco enfoca bien la lente con la cual se manifiestan los gazapos.

Dice usted: «También yo, si en una tarde murriosa me hallara sentado cómodamente a la vera de una damita rubia, de ojos esmeraldinos, que mirasen con embeleso, y su piel oliese a sándalo, charlando de amor, y de súbito se trasforma y en vez de la joven, me encuentro con la efigie de usted... aunque canario y sencillo, le pego un tiro»... Y de súbito se trasformara y en vez de la joven me encontrara con la efigie de usted... aunque canario y sencillo le pegaría un tiro, es como debiera usted haber dicho, y no arrastrar al tiempo presente de indicativo un punto de vista a todas luces condicional.

Además, ¡un tiro para matar un canario! me parece mucho pegar —o si usted quiere disparar— un tiro, por tan inopinada como imaginaria metamorfosis. Es cierto que el Código no prevé el caso y podría usted realizar el hecho impunemente, pero precisamente por esta razón acaso no fuera usted tan terrible, señor Carretero.

Veamos ahora el proceder del señor Tejera. Su lenguaje, desde luego, es más decente. Las afirmaciones referentes a las pretensiones de su censurado son, sin duda, cargos de difícil defensa, pero en este respecto dejemos el fallo a ese juez que llamamos el público, y vayamos a otra cosa. Un señor que se llama él mismo «critico», me parece que no debe escribir «haber» con letra mayúscula, ni emplear la palabra «ocuparse» por prohibir la Academia al empleo del verbo ocupar en esta forma reflexiva, ni la palabra «deslabazado» para calificar la composición y desarrollo de una novela, porque es llevar el sentido metafórico más allá de donde alcanzan todos los sentidos, y en el caso de su empleo, un «critico» debe escribirla con propiedad, esto es, con v. Creo igualmente que no debe poner defectos donde no existen, como hace al decir que «si las concierta con vírgenes, la oración no tiene sentido y si concierta con deshecho, tenemos otra concordancia disparatada». Fíjese usted, señor Tejera, en el artículo que analiza, hágalo sin preocupación, y no le ocurrirá lo que al ciego, que soñaba que veía... Verá usted como aquel les concierta con mujercitas, y por consiguiente, con azúcar y sin azúcar, ello está divinamente.

También corrige usted, justamente, al señor Carretero, el empleo del plural de pluscuamperfecto habían, concordando con el sujeto labor, que está en singular, pero usted misino incurre en igual yerro. Por eso se falsea la discusión cuando es apasionada. Dice usted: «ni a ello me forzarán nunca

muchas falsas reputaciones literarias que andan de periódico en periódico mendigando elogios que, en último resultado, a ellos —a quien ¿a los elogios? — más que a nadie les perjudica». ¡Ah, señor Tejera! Aquí, perjudica debe concertar en número son el sustantivo elogios, y en su virtud, debió usted escribir perjudican, o no hay lógica en el mundo, como usted dice enfáticamente cuando corrige al señor Carretero.

En resumen: que no siendo posible hacer más largo este artículo, permitan ustedes, señores contrincantes, qué un desconocido, ni crítico ni novelista, tercie en la cuestión para decirles que con los antecedentes que se manifiestan en esta y la forma como la desarrollan ustedes, hubiera sido mejor no menearlo, y ya de hacerlo, siquiera que fuera en un ambiente de elevada competencia, con

una aptitud tal, que de ella sacáramos más provecho los innominados.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 13 de junio de 1910

CRÓNICA

San Vicente de la Barquera

Vaya por mi distinguido amigo don Alonso Velarde.

Ya se visten y engalanan los espectros invernales; el muelle y fresco césped tapiza el pavimento; las florecillas de impecables pétalos lo bordan y alegran con matices caprichosos, y festonea las márgenes el arroyo bullidor o el níveo reborde la periferia cantábrica.

El bálsamo voluptuoso se dilata por la atmósfera y perfuma incoercible la brisa del mar; placeres redivivos aperciben la mente, despiertan melifluo deseo y ahuyentan del espíritu las penas que acibaran.

Las famélicas Hadas de glacial visita, volaron frigoríficas ante el prólogo vital de luz y calor; las naves pesqueras, que dejan estelas de humo, surcan gallardas las olas potentes, atiborran sus panzas con peces que brillan cual pulido estaño, y tornan presurosas como ahítas palomas que vuelven, batiendo las alas, a nutrir sus hijuelos, mientras el turista regalón se anuncia con la bocina y el taf-taf del intrépido automóvil.

En la fronda solitaria la esmeraldina oropéndola cuelga su nido de flexible rama, cuna de encantos que el Bóreas mece y el Céfiro mimoso la imprime sus labios; las nubes se rasgan y, deshechas en girones, van tras el monte a dorarse en la hoguera vespertina que se hunde y apaga en el fondo del mar...

¡Es la pubertad del año presente que Dios solemniza con mayestático festival!

Resurge la savia que engendra la vida y es el amor, o es el amor que encarna en la vida besando los cálices de efímera floresta, derrochando poesía, música que vibra en estrofas que el alma presiente y calor luminoso que impulsa a gozar. ¡Grandes bellezas, florones de espuma, cuadro polícromo con colores de luz que un día otoñal trasmutará devastador en montones de hojarasca, como ilusiones de exaltado corazón que disipa fugaz el frio tentáculo de Parca pavorosa!

La villa de San Vicente, favorita Sultana del regio esplendor, asiste al primaveral concierto en trono de honor. Sus tocados y galas son incentivo de vates, regazo amoroso que al valetudinario conforta y al fuerte vigoriza.

¿No la habéis visto? Venid a ella.

La hallareis cual nueva Tetis que emergiera del palacio submarino con su corte de nereidas, y pisando la movediza playa, sentárase augusta en poltrona con respaldo de verdes montañas, en sitial cuyos brazos son puentes soberbios con ojos elípticos que lloran torrentes. Y el piélago Inmenso sumiso a la dama, en marea sincrónica le rinde homenaje. Arriba impetuoso a los umbrales del puerto, deja allí sus olas, su furia y bravura, se atilda, se afeita con pulcritud lacayuna y entra deslizándose suave y silencioso besando la arena; llega a la villa, rendido le abluciona las plantas, y mintiendo un espejo de límpida plata, a San Vicente refleja en el agua inmergida, como ninfa divina que la sedeña cabellera y el nacarado pecho refresca y baña. Retirase el océano, ceremonioso, con parsimoniosa pausa y reverencia y sin atreverse ni aun a volver la cara; vuelan las gaviotas como ambulantes funámbulas, y danzan por el aire, suben y bajan, como si desde el cielo colgaran de sendas gomas, cruzan los puentes y el castillo, ni un momento descansan remedando una guardia aduladora, pero son vivo ornamento de la estancia quimérica.

Venid a San Vicente y comprobad la sinceridad del cronista. Además, evocaréis recuerdos que rememoran grandeza, grandeza en el pretérito que hoy sería diminuta, pero, al cabo, sucesos históricos que a la curiosidad son caros. Veréis ruinas conventuales donde el Carlos de los comuneros y las germanías se aligeró de unas calenturas, donde se desarrollaban monacalmente crasos y ventrudos frailes, sobre cuyos gímnicos escombros se asienta una quinta ideal, preciosa mansión del tierno Cupido, del hijo de Venus, que lanza las flechas. Veréis la que fue fortaleza y prisión de monarcas; donde amarraron las naves de la que se llamó invencible y equipó San Vicente; delirio felipesco del siglo XVI, hartura pasada, indigestión do un día...

Veréis, en fin, a San Vicente de la Barquera cual joya en vitrina, preservada del polvo y de alados insectos, sólo vulnerable con la vista que bucea y escudriña sin quebranto de lo que contempla, como rayo de sol que atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo.

La veréis con sus lindezas y comodidades, rodeada de verdura, el océano por siervo, envuelta en aromas, solícitamente estrechada por el ferrocarril y la carretera, como sierpes mitológicas que se arrastran por el prado y enderezan sus espiras, puesta al habla con las ciudades por el misterioso telégrafo, abastecida pródigamente por los indispensables Velardes, de la bondad prosélitos, orgullosa con sus hoteles confortables, bella y elegante en la armónica unidad del fantástico conjunto.

Y la Tetis fingida será vuestro lecho, perfume la brisa, la alfombra de flores, la bahía argentada vuestro ensueño será, en el templado ambiente pulsarán la lira picos sonoros que a la aurora cantan y los puentes de piedra, humillados y serviles, se pondrán su ancho dorso bajo el charolado pie.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 17 de agosto de 1910

¡AH!... ¡OH!

Ya van a tributar los minerales de cinc

El señor ministro de Hacienda ha manifestado que, en cuanto se abran las Cortes, presentará un proyecto de ley haciendo que tributen en la exportación los minerales de cinc.

Como este asunto lo ha tratado yo a fondo en estas columnas, y como la declaración del señor Cobián aproxima el final lógico de la cuestión, cúmpleme, por hoy, felicitarme de haber prestado un servicio remunerador a mi patria y una satisfacción a mi conciencia.

Ya sé que alguien se ha permitido sobre mí, respecto de esta modestísima gestión, apreciaciones que, ellas en sí, no me favorecerían que dijéramos; pero, vamos, al fin, la evidencia de los hechos será la mejor razón para los escépticos o suspicaces—como tu quieras, caro lector.

Este éxito de justicia corresponde a todos los que para conseguirlo hemos trabajado: a EL CANTÁBRICO, a Nuevo Mundo, a España Nueva y muy especialmente al señor ministro de Hacienda, quo nos ha oído y ha dado con ello prueba de una justificación que le honra y engrandece. Y es todavía mayor, por haberlo alcanzado tan pronto, pues yo bien creí que sería necesario pasar antes

por todos y cada uno de los periódicos de España, como se hubiera pasado —¿qué duda cabe? — porque la cosa no era de esas que merecieran abandonarse por ningún concepto. Claro es que, entonces, entre tantos, hubiéramos tocado a menos en la victoria; por eso hoy es mayor el triunfo. Cobrémoslo, pues, y felicitemos con todo respeto al señor ministro, por su noble conducta,

Finalmente, yo lo hago en particular a EL CANTÁBRICO, por la parte que lo corresponde en esta obra de justicia; no incurriré más en la inmodestia de felicitarme yo; pero sabed, lectores, que la constancia es una hermosa prenda, en virtud de la cual, van a tributar los minerales de cinc.

En poquitas palabras y dejad al empirismo que luche con las hipótesis. Y digamos con Napoleón: las plazas inexpugnables dejan de serlo en cuanto se toman.

Sotero Barrón

En El Cantábrico del 15 de septiembre de 1910

Aclaración

Parece que algunos de los trabajos míos, alumbrados en estas columnas, han producido dudas respecto de mi conducta. Y acaso sean ellas colindantes con las siempre desagradables, mortificantes quejas.

Me refiero a la Real Compañía Asturiana de Minas.

Pero no soy yo de aquellos parcos y lerdos en satisfacciones, cuando las estimo procedentes. Por eso escribo estas líneas.

Siempre entendí que en esta España de nuestros pecados; la escasa técnica y el carácter particular de los españoles, reclamaban la tutela extranjera en el orden industrial, pues no pueden buscarse en otra razón, las causas de que las grandes y ricas explotaciones nacionales estén en manos forasteras. Y, sea o no edificante y simbólico, es, ciertamente, un hecho, y frente a los hechos no hay poder humano ni habilidades mentales suficientes para destruir la virtualidad de las cosas.

Igualmente he creído siempre que prescindiendo del concepto moral de los conscientes y alejándolo hacia las estancias imaginativas del lirismo, debemos facilitar y cooperar al desarrollo, fomento y prosperidad de estas entidades extranjeras; porque sus intereses ya son consanguíneos de los nuestros y porque sería lesivo para los nuestros propios hacer obstrucción y crear dificultades a aquellos, que trayendo aquí la luz de su ciencia y la riqueza de sus caudales, descubren tesoros y dan actividad a la vida nacional, pues, con los quehaceres que proporcionan, se extirpa la miseria, y sus esplendorosas y potentes industrias honran al país, lo educan y enseñan y le imprimen ruta hacia los hermosos ideales del bienestar humano.

Do manera, que si yo pienso así, mal puede estar en mi ánimo el deseo sistemático o particularísimo de perjudicar a la Real compañía Asturiana de Minas ni a cualquier otra análoga Compañía. Y menos, sabiendo que aquélla es una de las entidades extranjeras que más ventajas reportan a España, ya por los muchos miles de brazos que nutre, ora por su honorabilidad, desde el punto de vista económico legal.

Ahora mismo, en la huelga de Reocín, ha mostrado un proceder plausible, porque aunque se haya resistido a sus concesiones, al cabo las ha hecho, y no ha mostrado esa tenacidad de los mineros vizcaínos, cuya soberbia les obnubila el raciocinio y les esfuma la noción de equidad, sólo peculiar de los seres inteligentes.

De modo que destiérrense esos prejuicios y véanse las cosas a través de su única y verdadera esencia. Lo demás, todo será fantasmagoría y ficción.

Nos encontramos en un periodo de transición social, importantísimo, y creo que, frente a los excesos del patrono surgen los del obrero, lo cual no hallo tan simpático como cuando al exceso se opone la razón asociada a la mesura y a la serenidad. Más prosélitos tendrá un caudillo que siga la vara de la justicia, que aquellos de la espada embotada de tajar carne.

Aceptada fatalmente nuestra inmensa desgracia de ver la más floreciente industria nacional en manos extranjeras, creo de buen acuerdo facilitar su alta misión, darle auxilios y no presentar obstáculos que impidan su engrandecimiento, porque de él, seguramente, depende el nuestro.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 23 de septiembre de 1910

TRIBUNA LIBRE

Canalejas falta a la verdad - I

Todos sabemos que los convencionalismos políticos llegan al zénit de las licencias y constituyen en sí la fábula y la flexión habilidosa de la verdad y la moral, para adaptarlas a conveniencias de individuos o banderías; pero aún no parecería haberse renegado de simular el pudor con minio y de seguir haciendo la forma sustantiva y adjetivo el fondo, hasta que el señor Canalejas, espíritu abierto al modernismo, ha publicado su decreto de las subsistencias, cuyo preámbulo no se ha conformado con dejarlo vacuo de fondo, si no que le ha quitado también aquel pudor de minio habitual en política, y nos presenta la comedia sin escrúpulos ni miramientos, con una frescura abrumadora.

Pero, aun siendo ello tan irritante como significativo, no deja de serlo también el hecho de que ningún rotativo de esos que tienen siempre cátedra abierta, ni ningún economista de aquellos que la Prensa nos apologa cada día como tan inteligentísimos, haya tenido a bien contradecir las temerarias afirmaciones del señor Presidente del Consejo de ministros, que constituyen francamente la más descarada ficción y sangrienta burla.

Más, en esta ocasión, no será el silencio el que ampare los exabruptos, y allá comienzo yo, el más ínfimo de los españoles, a hacer luz y sacudir el entuerto.

Iré tomando una a una las uvas afirmativas del racimo del preámbulo, y metiéndolas en la prensa de la verdad, las exprimiremos sin duelo el jugo de la materia.

Y ya empiezo con la primera. Afirma el señor Canalejas que los impuestos no son la única causa ni siquiera la más influyente en el problema de las subsistencias públicas. Pues bien, rebajemos 90 céntimos en un kilogramo de azúcar, 28 en un kilogramo de bacalao, 40 en un litro de petróleo, 20 en un kilogramo de pan, 15 en un kilogramo de jabón, 3 en una caja de cerillas, 2,20 pesetas en un kilogramo de cacao tostado, 2,80 pesetas en un kilogramo de café tostado... y veamos si haciendo estas rebajas resultan aquellos artículos baratísimos. Con ellos ya tendremos luz, pan, chocolate, café, bacalao y jabón; si les agregamos carne, huevos, vino, tubérculos y legumbres, integraremos la despensa, no ya de la clase pobre, sino hasta de la clase media, que con las exigencias de la vida moderna resulta casi tan pobre como ésta, propiamente dicha.

Pero limitémonos hoy a los primeros, que todo se andará, con la pluma y el tiempo. Ahora bien, las rebajas que acabamos de citar son, precisamente, las cargas fiscales que gravitan y soportan los respectivos artículos, las cuales, si se eliminaran, se habría resuelto admirablemente el problema en cuanto a aquéllos se refiere: luego aquella afirmación del señor Canalejas, es falsa.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 2 de octubre de 1910

TRIBUNA LIBRE

Las subsistencias y el Gobierno

Canalejas falta a la verdad - III

Porque afirma que la carestía de la carne no puede atribuirse a deficiencias en nuestra producción, puesto que nuestra exportación así lo demuestra, y dice al efecto que en 1908 hemos exportado 45.821 cabezas.

Pero yo voy a probar aquí mismo al señor Canalejas, que en 1908 nuestra importación de ganado, deduciendo de ella la exportación, fue de 219.223 cabezas, y esto dando por exportado lo que en realidad no lo es. Efectivamente, las exportaciones a Portugal son ficticias, y, considerándolas así, tales cuales en realidad son, todavía al número citado deben agregarse las 222.111 cabezas que aparecen en la estadística como exportadas allí, y en este. caso, que es como no nos separamos de la realidad, resulta qué España ha importado en 1908, 441.334 cabezas de ganado, entre vacuno, lanar, cabrío y de cerda, y no las 45.821 que afirma el señor Canalejas haber exportado.

Resulta muy expedito, en ocasiones como la presente, echar mano de un número de exportación, y sin más estudio ni más análisis, largarlo en un decreto y hacer omisión, cautelosamente, de la importación, porque contraría nuestros propósitos.

Por consiguiente, tengo que probar:

1.º Que la exportación de ganado a Portugal es ficticia.

2.º Que en lugar de las 45.000 cabezas que dice haberse exportado, son 222.111.

Y 3.º Que de hecho importamos 441.334 cabezas de ganado vacuno, lanar, cabrío y de cerda.

1.º Es ficticia la exportación a Portugal, porque se contrae a ganados que salen a pastar o al trabajo para volver todos a España.

Y porque, en virtud del Tratado el ganado goza de recíproca franquicia; no obstante, cuando sale de España necesita documentarse, por ser así de reglamento, y más todavía porque el rigor fiscal de Jos portugueses infunde miedo, y nadie osa pisar el solar lusitano sin legalizar la entrada del ganado. Pero al regresar, como en España no se penan estas infracciones, unos vienen documentados y otros no. Además, de los documentados sólo entregan los pases aquellos cuya conveniencia les obliga a pasar, precisamente, por los puntos aduaneros españoles, y los demás los tiran o los invalidan.

De modo que, rigiendo este sistema, se comprenderá fácilmente que en las Aduanas se registran en estadística todas las salidas, y sólo se registran las entradas de aquellos que han tenido a bien entregar los documentos portugueses. así resulta que tenemos una exportación a Portugal superable

en mucho a la importación oficial de retorno; pero aquélla es de derecho, esto es, oficial, pues, en realidad, quien conozca la ganadería portuguesa no podrá aceptar nuestra exportación, y quien haya visto, como yo, las importaciones para los mataderos y por rebaños de miles de cabezas y quien conozca nuestro régimen aduanero, tampoco podrá negar nuestros asertos. Luego queda probado que la exportación de ganado a Portugal es ficticia. Y siendo nuestra exportación de ganados sólo a la nación portuguesa, si ésta es ficticia, aquélla también lo es.

2.º Para convencerse de que en lugar de 45.000 cabezas se exportan 222.000, basta consultar la estadística. El señor Canalejas acaso se refiere sólo al vacuno; pero como nada concreta, sino que exclusivamente dice ganado, y como en el concepto de ganado de matadero está el vacuno, lanar, cabrío y de cerda, nosotros tenemos que atenernos a lo que se lee y no a lo que imaginarse pueda; y…

3.º Este último extremo es un corolario de lo que acabamos de demostrar.

Así, pues, resulta que en España, donde sólo comen carne los ricos, indudablemente es deficiente la producción, porque, si así no fuera, no se importarían 441.334 cabezas, y sería aún más deficiente si el pueblo comiera carne, porque entonces serían millones de cabezas las que tendríamos que traer del extranjero para abastecer el mercado nacional.

Luego la afirmación del señor Canalejas de que la carestía de la carne no puede atribuirse a deficiencia de producción, es gratuita; puesto que la estadística acusa implícitamente esta deficiencia, y, por consiguiente, el señor Canalejas, por conveniencia o ignorancia, en lo que a este respecto toca, ha faltado a la verdad.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 9 de octubre de 1910

MIRANDO A PORTUGAL

Allá por occidente, confines ibéricos donde el astro rey pone sus amorosos hálitos de calor cuando parte hacia el imaginario lecho; donde simula, cada día, llevar los labios de fuego para sellar su despedida con ósculo divino; allá en la que fue regia Lisboa, de febril actividad, y a cuyas plantas argéntea el Tajo silencioso, que ondula por España como perdido cabello de los mil que desparrama por la tierra la coronada testa de Neptuno, vibran refulgentes destellos de lumbre, trepida el firme suelo, demuélense palacios, se abaten majestades, y cuanto de grande allí fue disuélvese en la nada, cual gigantescos fantasmas que el sueño finge y la vida esfuma.

Los resplandores vespertinos son otros días fluorescencias de la lámpara solar, dejos risueños de vida, que apagan las sombras de la noche. Los arreboles encendidos de hoy son negras nubes de humo, enrojecidas por el fuego de la pólvora y la dinamita, fuego que colora la hirviente sangre de

los rebeldes beneméritos, de los leales heroicos, hermanos queridos de un solo regazo.

Los hijos de Camoens y Magallanes han mirado hacia su categoría de hombres y se han visto indignos de serlo si seguían aceptando el látigo del amo o la estirpe mayestática de un eterno Agamenón. Las vergüenzas en el rostro y las sacudidas en el pecho encendieron la tea de la ira; alzáronse a una los brazos prepotentes y, cual mole de pétrea pesantez, aplastaron para siempre la excelsitud que los hacía miserables.

Humeando aún la boca de los pavorosos cañones; teñidos de sangre los filos de acero; resonantes todavía loa gritos estentóreos de los caudillos, tremola la enseña de la razón y la libertad sobre las ruinas de alcázares que fueron. Y mientras se borra en las aguas del mar la funeraria estela de nave que huye presurosa, respira Portugal, como náufrago intrépido que en terrible y desesperada lucha gana la muelle arena de la playa.

¡Invictos portugueses! ¡Bravos defensores de vuestro natural y soberano derecho! El mundo os admira y acoge entre los grandes.

Los vates inspirados cantarán vuestro sublime valor y la Historia coronará vuestras cabezas con el inmarcesible laurel de la gloria, porque habéis sabido conquistar la de la razón y el derecho para vuestros destinos de lo porvenir.

Por eso os dicen vuestros redentores:

Ciudadanos: Los actuales momentos son la recompensa y el premio de todas las luchas sostenidas, de todas las dolorosas angustias sufridas.

Estos momentos deben ser el comienzo de una era de austera moralidad y de inmaculada justicia.

Hagamos el sacrificio en bien de la patria, base de nuestro programa político, siendo nuestra generosidad para los vencidos base de nuestro programa moral.

Sotero Barrón.

(La Revolución del 5 de octubre de 1910 supuso la proclamación de la Primera República Portuguesa.

El rechazo a la injerencia en el país de los intereses coloniales británicos, los gastos de la familia real, el poder de la Iglesia, el sistema de alternancia de los dos partidos en el poder, progresistas y reaccionarios y la dictadura de João Franco, generaron una gran inestabilidad política y social  que aprovechó el Partido Republicano.

Portugal continuó siendo republicana hasta el golpe de estado del 28 de mayo de 1926 que se transformó en el Estado Novo del dictador António de Oliveira Salazar en 1932.)

En El Cantábrico del 11 de octubre de 1910

TRIBUNA LIBRE

Las subsistencias y el Gobierno.

Resumen y terminación - V

Las razones de más peso que se invocan por el Gobierno en el preámbulo del decreto de las subsistencias, ya para atribuirles capital acción en la carestía o ya para mostrar falta de cooperación en el elevado precio de los artículos de necesario consumo, son: de las primeras, las exageradas ganancias de los detallistas; de las segundas, la exportación, que demuestra exceso de producción, y los impuestos, a los que no quiere conceder gran importancia el señor Canalejas.

Como el propósito del articulista en demostrar que aquel preámbulo no se inspira en la realidad; que sus asertos son deliberados espejismos, expuestos conscientemente, y que, como secuela de tal conducta, se impone el postulado de que no hay voluntad de combatir las dificultades que halla el pueblo para la consecución de los elementales medios de vida, vamos a circunscribirnos sintéticamente a estos puntos de vista, y dar fin a esta labor de prolijos datos y razonamientos largos, porque estamos convencidos de no alcanzar nada práctico con unos y otros, y bastará, para la persuasión de los lectores, el resumen siguiente:

Importamos 2,5 millones de kilogramos de aves, 3.689.522 de huevos, dos y pico millones de queso, 14.000.000 de garbanzos, 9.000.000 de legumbres secas, 450.000 cabezas de ganado de matadero, 407.243 kilogramos de tasajo y cecina, 783.668 de carnes de cerdo, 48.000.000 de bacalao, 368 millones de trigo —promedio del año común del último quinquenio—, etc., etc.

Pagamos por las cantidades que se mencionan unos 40 millones de pesetas, sólo por derechos de importación, y son insignificantes las exportaciones respectivas.

Se dice que hay abundancia de patatas, porque exportamos 23.000 toneladas, sin tener en cuenta que esta exportación no es por exceso, sino porque nuestra situación geográfica nos coloca en condiciones ventajosas sobre Francia, por lo que el consumo parisién de patatas frescas en los primeros meses de la primavera obliga a los franceses a venir aquí y pagarlas a lo que cuesten, de igual manera que nosotros consumimos en primavera los tomates de Canarias, que pagamos a una peseta el kilogramo, hechos ambos que sólo denotan el menester del país comprador y no el exceso de cosecha del vendedor. Además, importamos bastantes patatas de Francia y Portugal, que, si no tantas como exportamos, abonan, al menos, la tesis de nuestra demostración.

Luego si es verdad todo lo expuesto, y frente a ello dice el preámbulo que los artículos de consumo no se importan en cantidades apreciables; que nuestra producción no es deficiente, porque exportamos patatas, ganado, vino y arroz; y si, considerando que sólo de importación pagamos por los artículos enumerados unos 40 millones de pesetas, vemos que todavía se nos afirma oficialmente que los impuestos no son la más influyente causa de la carestía, resulta visible, con meridiana luz, que los asertos del preámbulo no se han inspirado en la realidad.

Que son deliberados espejismos, expuestos conscientemente, es evidente y lógico. Lo primero, por los datos ciertos que les oponemos para revelarlos y demolerlos, y, lo segundo, porque no es posible admitir un yerro de tanto calibre en hombres tan cultos y de tan preclara inteligencia como es el señor Canalejas. Y claro es que al atacar el problema en estas condiciones, es imposible que palpite la decidida voluntad de resolverlo.

Por fin diré que, aunque más concisamente, creo haber tamizado la verdad, a lo que sólo me ha movido el sincero deseo de dejar las cosas en el lugar que equitativamente les corresponde; lamentando muy de veras si, contrariado por la forma y eficacia del decreto, he usado un lenguaje, quizás demasiado franco, porque mejor hubiera yo querido batir palmas y cantar alabanzas a la gestión del señor Canalejas que no ejercer críticas ingratas.

Es seguro que los presentes no hemos gozado otro jefe de Gobierno más liberal, ni de espíritu tan sanamente tolerante, ni más apto y generoso que el ilustre Canalejas, del cual, mientras otro no le aventaje en el Gobierno en sus prendas personales y modernas ideas, mientras se cumpla algo de lo que promete, y, aunque en esta ocasión nos haya dorado con papel amarillo las perras chicas del decreto de las subsistencias, soy su admirador y adicto.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 17 de octubre de 1910

Los frailes, las bombas y yo

Telegrafían de Lisboa que del convento de log jesuitas franceses han arrojado más de cien bombas contra los soldados.

(Telegrama de «El Cantábrico»)

No me extraña, y me pareces lógico, porque todos los ideales humanos se concentran en uno: el de la vida. Y es tan feroz el instinto natural de vivir, que si necesita matar para cumplir su fin, mata. Todas las revoluciones de que está plagada la Historia no son otra cosa sino el deseo de vivir, que se manifiesta en los pueblos cuando languidece su existencia, como sublime reacción que la vida impone inexorable. Y como el obstáculo sólo se vence matando, el brazo popular, improvisado de arma homicida, mata y extermina.

Por eso hallo tan natural el que los religiosos de oficio arrojen bombas para matar y exterminar ejércitos que han de oponerse a su vida de contemplación y holganza.

Pero yo estoy en mi derecho natural de odiar entrañablemente a estos sacerdotes dinamiteros, y muy especialmente porque se llevan parte de mi trabajo para sustentar su vagancia, y de grado o por fuerza tengo que entregar parte de mis elementos de vida, elementos que gano trabajando y que tengo que tributarlos para que ellos vivan sin trabajar.

Por esto, cuando mis ojos los ven, los gritos de la conciencia me llenan de odio el corazón. Además, yo, que amo la vida, la belleza y el trabajo, y no veo en estos religiosos otra cosa sino los respectivamente contrarios sustantivos, necesaria y fatalmente han de serme repulsivos.

Hombres enlutados con luengos sayos o enfardados en paño pardo atado con sogas llenas de nudos; crasos y ventrudos; rapadas las cabezas, melancólicos y tristes, hipócritas y místicos, que sólo abren sus labios para pedir dinero y para entenebrecer la vida con las amenazas de sus predicaciones y sus cantos funerarios ante las calaveras de sus túmulos... Seres cuya voz sólo articula pavorosos vaticinios de ultratumba, sin que muestre su figura un rasgo que anime a vivir; que pregonan la caridad y viven de ella; que aconsejan los mandamientos, mientras vemos todos los días periódicos llenos de horrores conventuales... Hombres que no practican el amor; que su bandera es la de la muerte, para amargar una vida que ya de suyo es bastante amarga.

Yo quiero vivir amando, porque amor es vida; quiero trabajar, porque quiero vivir. Adoro la belleza, porque lo hermoso es el sustento del espíritu; idolatro la verdad, porque satisface mi conciencia; me entusiasman la alegría y el placer, porque vigorizan y deleitan mi existencia; me atrae lo rojo, porque simboliza el júbilo y la vida, y odio lo negro y lo pardo, porque contristan mi ánimo con la pena, el terror y la muerte.

Por esto odio y no quiero a esos señores religiosos de oficio, y por lo dicho en un principio me parece muy lógico que tiren bombas.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 22 de octubre de 1910

Los presupuestos del Estado y el clamor nacional

así titula un notable trabajo el director del decenario madrileño El Fomento Industrial y Mercantil, don Agustín Ungria.

Este hombre singular, todo laboriosidad y energías, ha publicado en un folleto un prolijo estudio de los presupuestos para 1911. En el aparecen curiosidades poco gratas para los españoles, y en sus comentarios ha puesto el autor amargas reflexiones. Y de la obra se hacen deducciones tan vergonzosas, que casi sería mejor no leerla, pues en la vida ocurre con frecuencia que es preferible desconocer las calamidades que carecen de solvencia a pasear el espíritu por ellas para abismarte en infructuosas, horribles cavilaciones.

Empieza el señor Ungria considerando sobre la conducta de nuestros Gobiernos al poner en el balance del Tesoro y en la columna del activo 1.535 millones de pesetas en concepto de créditos que jamás se cobrarán, y respecto de los cuales ya dice el mismo Gobierno que son no realizables 1.254

millones de pesetas. Se consignan también —dice— en la columna del pasivo, y previa la declaración de “no exigibles”, 417 millones de pesetas. Es decir, que afirma el Gobierno que poseemos una millonada, la cual afirma también que no es posible poseerla; esto es, que él se lo dice todo y todo se lo contradice para representar una ridícula comedia a la faz de la nación. Y el señor Ungría se lamenta y perora, incurriendo en una candidez que pugna con sus níveos cabellos, llegando en su pueril enojo a llamar al Estado tramposo.

Con el presupuesto de Gracia y Justicia pone de relieve mi distinguido amigo acaso la más profunda y gangrenosa llaga de nuestras desdichas.

Toma los 19 millones que España gasta en hacer justicia, cuando la hace; les incorpora 2.750.000 pesetas, que se aumentan para 1911, y se asombra e indigna del despilfarro.

¡Ah, señor Ungria! Tenemos aquí mucho pillaje y un contingente tal de ladrones de todas las categorías que, aunque sólo sea para justificar su existencia, se ve obligado el Gobierno a consignar esa cantidad, que, según observamos, todavía no alcanza a cubrir todas las necesidades. No importa que los españoles huyamos de la justicia por miedo insuperable, porque al cabo lo hacemos por voluntad propia; Igual que podíamos tener el capricho de las casas de Osuna y de la duquesa de Santoña, en cuyos pleitos no quedaron de los litigantes ni los rabos.

Respecto de los 41,5 millones de pesetas para culto y clero, nada más justo. ¿Adónde irían, si no, nuestras almas pecadoras? ¿Qué importa el analfabetismo ni el hambre y la laceria; la carencia del cultivo agrícola por falta de elementos, ni las escasas y malas vías de comunicación; la tempestad devastadora de los impuestos, ni la carestía de las subsistencias... sí tras esta vida ruin y arrastrada nos zampan en los mismísimos cielos, donde todo serán frailes, beatas y sacristanes, y donde podremos bailar cálidos fandangos a los acordes de todas las músicas celestiales? ¿Qué importa la roña del cuerpo y la vacuidad del estómago, si tenemos bien ensebados los camarlengos del Todopoderoso?

Y nos compara el señor Ungria con las más religiosas naciones, haciendo el análisis que sigue:

Italia paga por Gracia y Justicia y por habitante. ..... Pesetas 1,56

Francia, la hija de la Iglesia.                                     ……                1,38

Portugal, el fidelísimo.                                              …...               1,21

Y España, la de los Reyes Católicos.                       ......               3,18

Perdone mi amigo que yo no comente esta comparación, porque no gasto tanta vaselina como su autor, y es del todo seguro que tendría que variar de domicilio y cantar a la familia:

A las rejas de la cárcel, etc.,

¡Y cómo se lamenta el venerable don Agustín porque en el Ministerio de la Guerra hay 39 generales, 41 coroneles, 102 tenientes coroneles, 114 comandantes, 153 capitanes... ¡Y se sorprende porque el ministro de la Guerra, que goza cargo sedentario, tiene tres caballos de silla, aparte del coche y el auto!

Ítem más, porque no teniendo Marina — y dirán que esto no es paradójico— gozamos: un Almirante, 8 vicealmirantes, 23 contralmirantes y 82 marinos con categoría de generales de brigada; es decir, que porque tenemos 144 generales, 47 coroneles, 76 tenientes coroneles, 124 comandantes y 747 capitanes y oficiales, todos de Marina, se asusta el señor Ungria. ¡Hombre, por Santiago Matamoros, tenga usted un poco más de valor!

En fin, no podemos seguir, porque serían, más voluminosos mis comentarios que el folleto. Termino aplaudiendo la labor del señor Ungria, en lo que a su gran mérito de laboriosidad se refiere; es muy digna de leerse y de gran enseñanza, y creo que deberían leerla todos los españoles.

Ahora, sólo me resta encarecer al señor Ungria que no se lamente por lo que él llama calamidades, pues, a juicio mío, vamos camino del Paraíso.

¡Ya verá mi amigo, cuando en España seamos todos ministros y jerarcas, obispos y beatas, eminencias y generales, magnates y príncipes, directores y consejeros..., y hayan desaparecido los agricultores, los obreros, los industriales y comerciantes, los pobres y toda Ja canalla plebeya! Entonces, cuando todos lleguemos al fin del camino emprendido... ¡qué delicia!

Sotero Barrón

En El Cantábrico del 18 de enero de 1911

CRONIQUILLA

PARA LOS JUECES DE ARRIBA

Estoy casi perplejo ante los juicios que forman de mi amigos, enemigos y los que nada son; y esto se refiere a mis artículos en estas columnas.

Unos dicen, cuando me leen, que se necesita tener muy buen humor para escribir como yo; otros, que sólo diga tonterías; muchos me califican, apesadumbrados, de exaltado... y la última palabra es pronunciada tras de mi artículo de año nuevo: aquí ha aparecido un pío gesto para pronunciar una afirmación lastimera, ¡Este hombre es un desesperado que va camino del suicidio!

A todos estos señores, caritativos opinantes, les invitaría amablemente a la pública palestra; pero, no, porque no asomarían ellos la punta de sus orejas. Aquí les rebatiría sus argumentos; pero, tampoco: es el tiempo muy precioso para emplearlo en lustrar calzado.

Por eso voy a decir unas palabras dirigidas, precisamente, a aquellos que no exteriorizan su conmiseración hacía mí, y, además, porque a quien me prodiga su lástima no puedo concederle absolutamente nada, ni odio. Es ésta una manifestación de vida y energías que debe reservarse para los enemigos de altura, para esos admirables enemigos que tanto honran y elevan con su vellosa enemistad y sin los cuales pasaríamos muchas veces inadvertidos; pero nunca, jamás, debemos invertir facultad de tan rico valor en adornar con ella a minúsculos payasos.

Y digo que en mi artículo de año nuevo no hay falta de vida, no está postrada el alma que impulsó la pluma, ni caído el ánimo, ni desfallecido el espíritu; estados anímicos de donde nace la desesperación porque se extinguió la esperanza, y de donde comienza a sentirse la voluntad impelida hacia el suicidio. No; lo que verá en este trabajo quien sin pasión lo juzgue, será todo lo contrario de cuanto le achaca la farandulera piedad.

Además, es poco acíbar para amargar mi existencia las luchas y controversias, que, lejos de reducirme, intensifican mis fuerzas; y distan infinitamente de mí aquellas causas que me pudieran encoger y mutilar.

En efecto, mi sobriedad me aleja de empresas lucrativas donde se puede perder el buen concepto o la libertad, por lo cual vivo tranquilo y sin perder el sueño, que no concilian de noche los que durante el día dejaron pendientes esta clase de negocios; mi ausencia de hipocresía me releva de las torturas interiores de los hipócritas, porque lo que me molesta lo suelto y no soy esclavo de injusticias, y cuando siento la noticia de alguna infamia, sale por mi boca y deja en mi conciencia el grato reposo de no ser encubridor de infames. La cobardía dicen que hace desgraciados a los cobardes, y yo esto

lo desconozco, francamente; y, por fin, para ganar el sustento de los míos por el noble intermedio del trabajo lícito, jamás hallé obstáculos ni se me ocurrieron nunca procedimientos de aquellos que en el espejo de la reflexión presentan al Individuo hecho un miserable.

Faltos de vida y de vergüenza estarán, creo yo, los hombres jóvenes que, ayunos de virilidad y de intelecto, se vean obligados a entregar la esposa a viejos relamidos y astutamente libidinosos y encumbrados, para que, a cambio da verse retribuidos, agasajados y familiarizados con los caracoles, les aúpen adonde jamás su propio y noble esfuerzo pudiera llevarlos.

¡Y qué sacudida surgirá en el sistema circulatorio de los hurones sexagenarios y los podencos con cencerro, cuando lean estos renglones, si alguno los leyere!

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 7 de febrero de 1911

El “ukase” de la nicotina o la vil perra chica

Desde las cumbres olímpicas del Ida monopolizador, el dios soberanamente arrendatario de la tabaquera sahumante y de los polvos del rapé ha dado un “ukase” a los mundanos españoles, profanos en el culto de la tagarnina, para que de nuestras ubres misérrimas exprimamos con presteza una gota más, prolífica y nutritiva, y contribuyamos con ella a sostener y vivificar el rango mayestático de su prosapia mitológica.

Esta orden inapelable, emitida por belfos de succión y solemnizada por el órgano émbolo, que así podríamos llamar a la Gaceta, por su función y por ser el más potente de todos los organillos del periodismo, se vierte con sencillez en lenguaje llano: una perra chica más en cada paquetillo de tabaco y demás materias que lo acompañan.

Así las cosas, yo las acato y las respeto con la humildad y sumisión que nos recomiendan efusivamente los santos padres, porque sin estas filiales mansedumbres no serían ellos padres ni santos ni los quisiera ver ante sí la madre que los parió; pero, señores, humilde y sumisamente, dejo de fumar. Y tomando del vicio la parte gratuita del tialismo, dejaré de echar humo y escupiré solamente.

Ahora bien; amante de la higiene y la urbanidad, jamás miraré al suelo para evacuar mis reminiscencias de fumador. Dirigíreme a tantas escupideras cuantas vea de las numerosísimas que se 6exponen en nuestros sapientes, honorables, austeros y nunca suficientemente comprendidos liceos, centros, organismos, órganos y organillos de todas las funciones, danzas, tangos y romerías dionisiacas de la farandulería ambiente y reinante.

Así, acaso libre del cáncer a mis labios y quizás me ponga a salvo de la tuberculosis, de la peste bubónica y de todas las demás pestes y bubones para los cuales es el tabaco el más adecuado vehículo.

Yo he visto en la platina del microscopio los pelos hallados entre el tabaco de los pitillos, y siento no poder decir aquí lo que en aquellos pelos había, porque tendría que remover profundidades repugnantes y pornográficas, y esto me lo veda el respeto a los lectores.

Yo he podido comprobar entre el tabaco la existencia de residuos purulentos, desecados y adheridos aún a las hilas de algodón que los contenían.

Y a un médico amigo mío le oigo siempre predicar contra el tabaco, porque dice que él trae á nuestras familias todas las enfermedades epidémicas e infecciosas. Dice este amigo que él ha hallado entre el tabaco extremidades de la “esanofele”, del paludismo, del bacilo de Koch, del vírgula colérico, del ácarus de la sarna y de otra porción de elementos patógenos capaces de iniciar tales males, que sólo de oírlos enunciar se le ponen a cualquiera los cornetes en erección y la pierden flácidos y mórbidos todos los ánimos, y lo que no sean ánimos ni cornetes.

Por todo lo expuesto, dejo de fumar, poro no de repente, sino insensiblemente. Ya hace días que vengo fumando la mitad de lo que era mi costumbre, y ya ensayo la tercera parte, seguro de que no tardaré en que mi vicio de fumar, que tan buenas perras me costaba, se divorcie de mi asaltado bolsillo para reducirse enteramente a saliva.

Los dioses del Ida tabaquero, que tenían en mi boca el turíbulo permanente, para prez de su casta monopolizante y lastre de sus insaciables gavetas, han tenido el don de convertirlo, mediante una sencilla perra chica, en geiser escupidor que ya sólo tributará la ganga alcalina que segregan las glándulas bucales.

Y si todos me imitaran, y los señores y beatas del rapé rechazaran los polvos que nos administra la hidra arrendataria, habríamos probado una suficiencia de hombres que creo no tenemos todavía.

Sotero Barrón.

En el semanario La Campana Gorda de Toledo el 9 de febrero de 1911. Este artículo se había publicado primero en El Cantábrico del 31 de enero de 1911.

¡LA TIERRA SERÁ PEQUEÑA!

Los progresos de la civilización han dado base para que al siglo XIX se le distinga con el calificativo de «el siglo de las luces», y, si tal fue, no sé cómo bautizaremos al XX, porque, según dijo Ricardo de la Vega, «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad».

Los helenos fueron los más poderosos genios, y seguirán siendo el asombro imperecedero de la humanidad; pero les faltó tiempo para desenvolver prácticamente su prodigiosa sabiduría, pues los romanos desbarataron con sus conquistas la más grande de las obras que un pueblo ha podido concebir y organizar. Es decir, que Grecia fue el paraíso de la Ciencia, mas no hubo tiempo para que ésta procreara y rindiera sus grandiosos frutos, como lo hace en nuestra época. No es ella un proceso electoral en el cual se organiza en cuatro días el correspondiente encasillado —el acto más elocuente de la moralidad política— para predecir el resultado, como sabe el actor de escena el desenlace de su comedia.

Las pirámides egipcias y el lago Moerós, la muralla de la China y los jardines que Semíramis construyó en Babilonia, ya son obras que se equiparan a las nuestras; pero fue todo ello muy poco relacionado con lo ejecutado ahora, y menos con lo que los hombres se proponen llevar a cabo. Hoy, que hemos

perforado los Alpes con esos túneles que parecen ratoneras en el seno del inmenso monte, inmensidad despreciable para la esfericidad de la Tierra; que hemos cortado el istmo de Suez por iniciativa del gran Lesseps; que estamos seccionando el de Panamá para que estrechen su mano los monstruos subalternos de Neptuno, para que una cinta de plata ciña la cinturina de la esbelta América; que se proyecta el túnel submarino entre el Támesis y el Sena, como puente bufón de osada mitología que quiere afrentar con que pretendía mover al mundo el sabio de Siracusa.

Por otra parte, los príncipes del intelecto se liquidan los sesos allá en las soledades excelsas de sus gabinetes y laboratorios discutiendo con el Algebra, estrechando la Geometría con habilidad soberana y curioseando todos los resquicios y minuciosidades que la materia oculta entre sus misteriosos pliegues, para ver si la Mecánica se erige en ciencia de las ciencias, y así cooperan a los grandes propósitos, a las más atrevidas empresas.

Los discípulos de Montgolfier flotan en la atmósfera como pequeños satélites que desafían a la gravedad y amenazan emanciparse de su tirano yugo. Todo avanza, todo progresa y se dispone ad hoc para la realización suprema de colosales transiciones.

La gran familia humana también se multiplica y crece en potencia fabulosa, y crecen y se multiplican sus necesidades y menesteres, y por ende resultará que un día nuestra vivienda común no tendrá las condiciones de espacio, superficie, comodidad e higiene que reclamen las habitaciones en los venideros tiempos, esclavos de la ciencia.

Habrá que ensanchar el solar, y se ensanchará, sin duda. Una legión de transportes irá a la Australia y la traerá, hecha polvo, en las panzas de volumen millonario, como transportan un granero los bandos de palomas. Con estas tierras rellenaráse el Mediterráneo, el mar Rojo, el estrecho de Gibraltar…. cuanto haga falta. Pero se deslizarán los siglos bajo la peana de nuestra existencia y volverán idénticas necesidades. La presentida industria de aquellas envidiables y avanzadas generaciones, resolverá extraer las aguas del Océano para gozar las riquezas submarinas y dar más superficie a los sólidos dominios. Mas, entonces, la incógnita será de imposible despejo, no habrá espacio sometido donde verter el mar; ¡el planeta será miserable y pequeño!

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 13 de febrero de 1911

EL TABACO Y EL CHOCOLATE

Colón prestaría buenos servicios a Europa, con el descubrimiento de América, pero nos hizo un flaco servicio con ensoñarnos a fumar. Nos dio quina para atacar la fiebre en esta España apirética, nos dio el chocolate para enriquecer a los López y demás chocolateros de cacahuet, trajo loros, papagayos y cotorras, que no descastaremos aquí ya nunca; pero a los densos humos inquisitoriales que ya viciaban nuestra atmósfera con la dichosa y malaventurada unidad religiosa, nos asoció el humo del tabaco, y, como consecuencia inmediata, nos infestó la metrópoli de colillas; surgió su comercio, y apareció una nueva capa social: la de los colilleros, exentos de pagar contribución por derecho propio.

Y pensaba yo dedicar este artículo al tabaco, pero mudo de parecer en este momento histórico y dejo el tabaco para el primer próximo trabajo; voy a hablar hoy del chocolate.

¡Qué hermoso descubrimiento, aun descartando las mentiras apologéticas de los chocolateros!

Si los curas y sus amas, los monjes y huríes de todas las bambalinas celestiales y demás viajantes y factores de la divina casa manufacturera de indulgencias, exorcismos, milagros, misterios y toda la retahíla de zarandajas que venden por este terruño planetario sus corredores y correderas, hubieran de exigir por su cuenta una estatua al inmortal genovés, estad seguros de que en vez del mundo, le pondrían en la mano una chocolatera. Y si quedara bajo la voluntad de la Arrendataria de tabacos el proveerle la otra mano, le pondrían entre los dedos Índice y corazón a la última usanza dé pintamonas, un regio pitillo.

Estaría gracioso que por iniciativa y cuestación de las aludidas entidades se erigiera un monumento al almirante católico, allá en las Américas del Rastro madrileño, y que el hombro que nos redondeó el mundo ostentara los atributos susodichos. Más que gracioso sería congruente, y tan propio y simbólico de los tiempos presentes, que no habría mejor cosa quo pedir. Pero volvamos al chocolate. Digo que fue maravilloso su descubrimiento, porque a una mercancía seductora, aun sin contar su complemento de los mojicones, los cuales le administran al pueblo, con la cabeza del molinillo, nuestros conspicuos chocolateros.

¿Quién ignora la realidad de sus inconcebibles beneficios? —los de los chocolateros—. Los fabricantes de chocolate montan suntuosos establecimientos, que sirven carruajes de lujo y mozos embutidos en la degradante servilona librea; allí los papeles, cintas y toda clase de envoltorios con oro, plata y seda, todo reluciente y magnífico; sus viajantes corren por el mundo llevando triunfalmente el chocolate a todos los pueblos, calles, callejas y rincones; a quien lo compra le regalan lozas, porcelanas, cristalerías y toda la cerámica hecha adminículos; descuentan al comprador el sesenta por ciento sobre el precio del detalle; imprimen en la dulce pasta el número inmediatamente superior al costo que realmente tiene; venden luego lo de seis a cinco, lo de cinco a cuatro..., y con todo este bagaje de papel dorado y plateado, de vajillas y mobiliarios para obsequiar al consumidor, de descuentos y bajotasas, de franquicias de portes y embalajes, de almanaques y estampas de apoteosis y con la excelencia nunca bastante ponderada del mérito intrínseco de la mercancía, todavía lo compramos a peseta la libra, y con descuento.

¡Ah, qué hermosa mercancía! ¡Cantemos a Colón para encebar al movible Mercurio, dios de los mercaderes!

¡Cantemos el “pro domo nostra” ante el tabernáculo de la chocolatera, y que fume la Arrendataria mientras entona el “pro doma sua” en la Gaceta!

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 3 de marzo de 1911

De San Vicente de la Barquera

Baile democrático

He sido asaltado en los vericuetos de la amistad, y a las armas de la cortesía he tenido que rendir las riquezas infinitesimales de esta crónica. Ajeno a informaciones periodísticas, jamás las hice de bailes ni veladas; pero, no iniciarme aquí, sería negar la galantería elemental que debamos al bello sexo, y no quiero yo reprocharme la infracción de tal deber.

Al cabo al cabo, dice el refrán que este mundo es un fandango y el que no lo baila un tonto, y dícese también que cada uno debe bailar al son que le toquen; luego bailemos cada uno en torno de nuestra sonaja, pero bailemos sin deslices y guardemos el compás y el equilibrio si no queremos abrazar la santa tierra, como el mismísimo presidente del Consejo de ministros, que, dicho, sea de paso, no es, precisamente, una excepción.

El baile es vida, risa y alegría, amor y poesía de filarmónica belleza. Pues cantemos a Terpsícore y a Momo y que baile hasta Su Santidad y todos los padres y madres, tíos, tías, hijas y hermanas de la congregación planetaria, y huyamos de los trenes funerarios, del bacalao cuaresmal y de las beatas plañideras, que ponen nuestras almas como malvas cocidas y no ganamos bastante para pañuelos de nariz. Y voy a mi asunto:

Es el caso que el elemento democrático, de San Vicente, ese elemento sano y poderoso, el verdadero soberano, al cual pertenecen ya los más conspicuos y sabios gobernantes, y que va dando al traste con la ampulosa y desacreditada aristocracia, ha celebrado la noche de ayer, y se ha dispuesto para recibir Ja clásica ceniza, con un mayúsculo baile en el salón del Consistorio municipal. Generosamente cedido éste, con la amabilidad sin límites que monopoliza el alcalde demócrata señor Palacios; hechas en él las reformas necesarias y sin prescindir de las indispensables vituallas y previas invitaciones, allí se congregó anoche la juventud de esta villa, con honesto mascaraje y júbilo familiar, que había de saturarse a los acordes musicales de guitarras y bandurrias.

Y bien pronto el amplio salón, donde se baila la ley al son de la mayoría y donde verborrean los amostazados ediles, quedó convertido en un cuadro multicolor inundade de luz, que explotaba en entusiasmo y convidaba a abandonar todas las penas. Las lindas muchachitas, radiantes de perfume, con sus graciosos pañuelos de crespón y sus caritas sonrosadas y encantadoras, fueron la nota poética de la función.

Citar nombres y hacer distingos sería imperdonable; todas eran hermosas, todas bonitas, todas llevaban en sus coralinos labios, la belleza por antonomasia.

Hízose espléndido consumo de exquisita pastelería, hasta quebrar el ambigú por falta de existencias; la presencia del señor alcalde, de varios concejales y de otras respetables personas, eran inequívoca garantía del orden y gran armonía, que en nada se alteró. Terminó la fiesta a medía noche, y hoy conservan todos los labios el gratísimo recuerdo de una velada que sólo merece plácemes.

Reanudarase el domingo de Piñata y los demás domingos sucesivos, y demostrará con ello San Vicente de la Barquera que sabe sacudir la roña de los siglos y que se dispone a recibir las auras del progreso, abandonando específicos de fórmula secreta que esclavizan el espíritu y hacen de los hombres animales sin razón.

Publiquémoslo, pues, para satisfacción de los de casa y ejemplo de los de fuera.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 21 de marzo de 1911

HUMOS DE TABACO

De seguro que la Tabacalera —que es un pedernal para los españoles— echará chispas estos días por los eslabonazos de la Prensa aconsejando la abstinencia de fumar y difundiendo los terribles males que el tabaco lleva a los hogares. Y el grado térmico de las iras jesuíticas será cada día más alto, tanto más cuanto más baje el consumo del tabaco. Pero ¡qué le vamos a hacer! Para eso están las relaciones inversas de la aritmética, para aplicarlas en la realidad.

Las zozobras y cabildeos de orden administrativo constituirán vorágine allá en las peladas calaveras, con perenne y humeante mango de tabaco de hoja, que todas juntas llaman Consejo, y no dudo que si la baja persiste surgirán los fantasmas de carácter económico, y el conflicto revelará proporciones de mucho cuidado. Y no dejará de comprender la poderosa Compañía lo legítimo que es defender el bolsillo propio. Además, los de la también poderosa clase de insignificantes apenas si hallamos algo

con que alegrarnos la vida, y no será cosa de despreciar la oportunidad cuando alguno de los de la estirpe plutocrática reviente o le suceda cosa análoga o que se le asemeje. Y cuidado que no trato de llegar al cacareado parche de las susceptibilidades; hablo con esta sinceridad, porque espero de la Tabacalera la justicia de que dipute santa la indignación de los menesterosos cuando consideran la orgía de los Heliogábalos vagabundos; y, naturalmente, si éstos estallan de dolor, nada tan justo como que los enemigos del cuño nacional estallemos de risa. Es ley de vida.

Pero acaso la pluma divaga y quiero traerla a servir mi voluntad.

Es ésta hablar aquí de la pena que me embarga cuando veo que los hombres prohíben la producción a nuestro suelo. Ei español produciría mucho tabaco, que surtiría nuestro mercado y sería un filón de oro por las cantidades fabulosas que salvarían las fronteras francesa y lusitana. El suelo español es fecundo, fértil y abundoso, pero las leyes españolas le prohíben producir. El cultivo del tabaco es un delito denigrante que lleva los hombres al presidio y los confunde con los ladrones y asesinos. Si consumimos tabaco, hemos de comprarlo extranjero, donde es honrosamente beneficioso producirlo; y si aun de tal modo se enriquecen nuestros extranjeros de las fronteras, lo uno y lo otro no son bastante motivo para permitir el cultivo nacional de esta planta.

Con la ejecución de semejante teoría, lo que hubiera de ser fuente de riqueza y abundancia es abrevadero de pingüe tributo; y aquel trabajo y laboriosidad agrícola que dignificara y diera alientos al labriego, es origen legal de hechos criminosos que rebajan al hombre y lo degradan con el estigma de la ley.

¡Designios míseros de un pueblo esclavizado por una ética exclusiva para uso propio y por unos tutores que le matan de hambre y prohíben la producción con las puertas de la cárcel!

Y todo ello será muy lucrativo, pero no es científico, no es admisible, ni moral ni humano.

Si nosotros miramos con odio hacia aquellos que castigan fieramente el pensar, cuando no se piensa a gusto do ellos, ¿cómo habremos de ver, siendo conscientes, a los que castigan la producción de la tierra si no produce lo que a ellos les conviene? ¡Qué juicio tan pobre formarán de nosotros las venideras generaciones!

Por eso yo quiero no ser responsable con el silencio. Quede en EL CANTABRICO mi protesta, y que vean mis sucesores que yo me alegraba cuando veía sufrir y retorcerse en el fracaso al monstruo monopolizador.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 31 de mayo de 1911

SAN VICENTE DE LA BARQUERA.

DE LA PRENSA MADRILEÑA

El que no llora, no mama

En este pueblo se está haciendo una campaña de propaganda tal, que las gentes se quedan como quien ve visiones. Hace mucho tiempo que se vienen recibiendo cartas de personajes políticos de la corte, en las cuales cada uno recomienda su órgano respectivo, según su más o menos leal saber y según la privativa cuquería de aquellos señores Gargantúas del margen, Las águilas de la política se abaten con diligencia al pie de sus misivas invocando la suscripción al consabido rotativo, como si en la farándula que rige en las cumbres mayestáticas y sus alrededores no hubiera otros medios de contubernios y negocios, de chantajes e inteligencias, que un diario en la corte bajo la tutela de un conspicuo.

Pero todas las cartas, obsequios y promesas que aquí llegaron de Madrid en el sentido que hablo, resultan un mito comparando su valor con el de la última carta llegada ayer con franquicia del Congreso.

La han recibido, simultáneamente, un vigilante de consumos, un escribiente del Ayuntamiento y el cura, y copiada fielmente es como sigue:

Hay un membrete en tinta verde que dice: «El diputado a Cortes por el artículo 29. — Particularísimo».

A continuación, con caracteres mecanográficos, y con tinta lila, se extiende este contenido: «Sr. D.... Muy distinguido amigo y muy apreciable señor mío: Ya sabrá usted que nuestro popular diario (aquí viene escrito con letras mayúsculas el nombre del periódico, el cual no transcribo para evitar envidias pequeñas) alcanza una tirada numerosísima, porque todos los españoles de ley se han convencido de que nuestros propósitos políticos, son inmejorables. También sabrá usted que esta Empresa se halla en una relación estrechísima con nuestros prohombres, y ello nos autoriza para ofrecer a usted nuestro apoyo moral y personal, seguros de que no nos veremos desairados.»

«Pero es indispensable que usted nos envíe tres suscripciones de esa localidad, al precio irreductible de catorce reales al año, a cuyo efecto le adjunto los tres recibos impresos, para que, una vez efectivos, remita usted el importe por el Giro mutuo.»

«Si así lo haca, puede usted indicarme aquello que más le convenga publicar referente a su familia o amigos, y le complaceré gustoso. Además, hemos acordado que, una vez recibidas las suscripciones de usted, se le remita, franco de porte, un estuche con su juego de peines (en esta palabra he agregado una letra que se ha comido el mecanógrafo) de goma, gran fantasía, para que usted obsequie a su señora o a quien guste hacerlo.»

«No dudo que si viene usted a esta capital durante estas fiestas del santo me hará usted uva visita en el Congreso, donde me tiene todos los días desde las catorce a las veinte, y se lo agradecerá vivamente su mejor amigo y s. s. q. b. s. m., El marqués de los Bastardos. —Rubricado. (Esta firma está escrita con indolente caligrafía y tinta de purpurina dorada, y en la misma letra se lee, bajo la firma, lo siguiente: «Sé que es usted persona muy simpática y me place manifestárselo.» «Vea de remitir el importe de las suscripciones antes de fin de mes. ¿Eh?»

He aquí, caro lector, a los morabitos de sangre azul de nuestros días, y no olvides que una epístola como la que antecede, es toda una epopeya.

Yo lo lamento por un diario neo de esta provincia, pues un vecino de este pueblo, que llaman Bocarte, y que recomienda fieramente la lectura de este diario jesuítico, está desilusionado con la parvedad de su periódico clerical, y le trae a mal traer el regalo de les peinecillos madrileños.

Ahora que Bocarte ha cambiado de peluquería y ha obligado a que cambie el hombre y medio de que dispone, porque en la que se rapaban antes el occipucio leen EL CANTÁBRICO, se encuentra el desdichado con el tormento que le producen estas cartas dadivosas. Y como aquí se está demostrando que las beatas que leen la “buena Prensa” ninguna tiene novio, aunque la mayoría tienen cara de chucho, y como a la vez se prueba que las guapas leen los periódicos radicales y que infaliblemente se casan, todo coopera al desprestigio de los papeles escritos por los cantaores de Dios.

Estamos de enhorabuena.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 24 de junio de 1911

TRADICIONES Y MAJADERÍAS

San Juan Bautista

En este día de San Juan parece que hay licencia para que la barbarie, la estulticia y la brutalidad anden sueltas por todos los sitios.

Es en las aldeas y villorrios donde los cristianos madrugan más que el Sol y se lanzan al campo a esperar la salida del astro, creyendo ver un sinnúmero de fenómenos que los creyentes inventan para sugestionarse unos a otros, al estilo de los jugadores, y que jamás se advirtió alguno, porque si ello sucediera, toda la Astronomía y todas las ciencias serían una mentira, y como esto no es, aquello resulta falso.

Es en muchos sitios la noche del acreditado San Juan, Bautista noche de salvajadas y desmanes que los cafres rurales perpetran impunemente, cuando alguno no se cae de un árbol o de alguna ventana y se rompe unos pocos huesos o se mata.

Es en otros donde los leprosos o atacados de otros males salen con el alba en cueros vivos y sin permiso de don Dalmacio a ventilar sus pornografías por Jos campos y lavar sus inmundicias en el fresco rocío de los prados.

Por ahí tenéis multitud de pueblos en los que en esta condenable noche las hordas de nuestros zulúes se lanzan a huertos, arboledas y jardines, y con un furor de exterminio, talan, destrozan, desgajan enramadas cuajadas de embrionario fruto y devastan y arrasan la propiedad ajena so pretexto de enfollajar los postigos y tragaluces de chotunas Dulcineas.

Y como la ignorancia en ingénita en los pueblos fanáticos, y es común a los individuos de todas las capas sociales, también los señoritos mentecatos creen en todas las necedades que se propalan referentes a la especialidad manufacturera de la noche de San Juan, y hay numerosas casas en las capitales donde se cascan huevecitos en sendos vasos con agua que so ponen al sereno y que acuden ufanos en la mañana siguiente esperando encontrarse con un bergantín, una fragata o un gran acorazado de Vikers que las musarañas sanjuanescas elaboran con los supradichos huevecitos.

Y son tantas las tradiciones y mentiras groseras que se difunden entre todos estos pobres ilusos, respecto de los milagros, misterios y demás estupideces y timos relativos a la póstuma virtud de este santo, que causa honda pena ver a nuestros labriegos hacer siembras y plantaciones, riegos y otras majaderías, en esta noche de desgraciados, creyendo torpemente en absurdos que no les caben en la cabeza.

Pero ninguna de estas tradiciones llega a ser tan infamante y criminal como la que se practica todas las mañanas de San Juan en nuestra frontera portuguesa. Allí, las víctimas del fanatismo se producen una abundante sangría mientras amanece este día funesto, porque es arraigada fe que de esta manera y en esta oportunidad echan fuera del cuerpo la sangre mala y quedan saludables para todo el año. Y es degradante y triste esta creencia, pero es bien canallesco también que haya personas conscientes que ejerzan de sangradores por llenar sus bolsillos de tostones —los tostones son monedas portuguesas—, rompiendo las venas a estos desgraciados y dejando medio exangües a mozos y viejos, sanos y valetudinarios.

Si mis manos hicieran esto una sola mañana de San Juan, me miraría de arriba abajo como un hombre vil y ruin asesino; pero, aunque creo que hay muchos hombres que así piensen, acaso haya más que, a poder, dedicaríanse de continuo a sangradores lucrativos de personas.

Por esta y otras monstruosidades, debemos de condenar estas costumbres que los devotos de San Juan y sus lugartenientes nos han legado y conservan; y por ir emancipando la mentalidad humana de las cruentas garras del fanatismo, debemos ir contra sus causas y maldecirlas eternamente.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 8 de octubre de 1911

PROSA LIBRE

La verdad

Pocas veces habrá en un pueblo lucha intestina tan terrible y solapada, como la lucha silenciosa, tenaz y devoradora que sostiene el pueblo español; y pocas veces las iras del alma y las protestas del corazón llegarán a un grado tan alto como este a que llegan en nosotros vías y protestas impulsadas y mantenidas por la vida ciudadana tan pordiosera y ruin como la que sufrimos.

Aquí, en nuestro escenario patrio, se está desarrollando la comedia bufa más repugnante y vituperable qua soñarse pueda; aquí somos todos conscientes de nuestro engaño recíproco y de la pirotecnia legal, de nuestra impotencia y del timo odioso e inhumano que se nos da; aquí, la cobardía civil y el despecho de los poderosos son los puntos de apoyo del sombrajo de ficciones y artificios míseros donde nos cobijamos; aquí ya no se reconocen y aceptan como convenientes otros elementos del noble combate por la existencia, más que la mentira honestamente enmascarada para los desvalidos y el ataque cínico, procaz y truculento para los encumbrados o favoritos.

El sufragio universal, hollado y escarnecido a sabiendas de todos, con resignación de los más.

El Poder ejecutivo y el judicial con mil puntos de contacto que suelda la fórmula de “valor entendido”.

La guerra contra la soberana voluntad del pueblo.

La Iglesia, con sus espejismos y conveniencias, poniendo todos sus inmensos poderes y sofísticos predicados como obstáculo insuperable para la instrucción y el progreso.

Las innúmeras legiones de funcionarios, revolviéndose famélicas en las lacerías en que les sume su pobrísima retribución, y víctimas los muchos de favoritismo de unos pocos.

La instrucción, cuidadosamente abandonada.

Los caciques, enriqueciéndose en su libertinaje, que esclaviza a cada pueble y a cada aldea.

Los grandes capitalistas, sin Iniciativas industriales ni noción de moralidad ni filantropía, y sólo saciando avaramente sus menesteres egoístas, sus pasiones, sus flaquezas y sus vicios.

La política, como sola base de todo negocio.

El nepotismo, triunfante y descarado como bandera de todo derecho.

Los delitos de palabra y opinión, los únicos pavorosamente castigados.

El arribismo, preconizado como lea exclusiva carrera de eficacia.

La agricultura entregada a la virtud de rezos y rogativas, a la clemencia de los inclementes agentes atmosféricos y al brazo exangüe y escuálido del inculto y esquilmado campesino.

Las contribuciones subiendo y elevándose como las condicionales jerarquías de cuatro señores con privilegios y superfluos cargos.

La muerte, con hambres, epidemias y todos los horrores fisiológicos, amenaza cruelmente a casi todos los españoles.

Las huelgas son el peligro sempiterno.

El miedo a la Justicia indescriptible.

La hipocresía y la humillación, cédulas oficialmente imperativas.

El armamento contra los mismos ciudadanos que pagan y trabajan, cada día más imponente y cruentamente amenazador.

Las energías ciertas y las actividades nobles, vencidas y arruinadas por la farsa y el disfraz.

Los miles de automóviles que vuelan por las carreteras, con miles de parásitos y seres estériles que atropellan a los viandantes cansinos de trabajo y exhaustos de tributos.

Y todo, todo se mueve, evoluciona y avanza en este feroz compás de irregularidades, de desatinos y exabruptos.

Por esto va necesitando ya la Nación un guardia civil para cada paisano.

Por esto emigran los españoles famélicos y despavoridos renegando de su patria.

Por esto casi no hay subsistencias y las que hay son tan caras.

Por esto es cada día más difícil ser español en España.

Por esto la lucha es titánica y de conservación de la vida. y por esto vivimos en un semillero

de contiendas y quebrantos, y por esto vendrá, irremisiblemente, fatal, con urgencia, la gran hecatombe que se avecina, y que ya tarda en llegar.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 24 de noviembre de 1911

 

PARA LOS DIPUTADOS

UNA PROPOSICIÓN DE LEY

Pocas veces se verá en un país que las influencias y favores de sus conspicuos lleguen a valer tanto dinero como actualmente en España. Han absorbido de tal manera las gestiones públicas, que es seguro no hay una donde al resolver no se tenga en cuenta quien la recomienda, y con este lucrativo proceder ya no queda en nuestra religiosa patria absolutamente nada para el mérito, la aptitud, la razón, la lógica, el derecho o la equidad.

Han llegado las cosas a tal situación, que no es posible ser algo en cualquiera de los distintos derroteros qua el hombre puede emprender para sostenerse y progresar en su vida social y económica, si no es político o tiene contactos metálicos con doña Política, patrona de arribistas, sietemesinos y yernos tontos. Y respecto del imparcial y desinteresado criterio de los mandarines, podrá servir de muestra lo que ocurre siempre con el maíz, que mientras todos sus productores, desde Coruña hasta Guipúzcoa, piden sin cesar la franquicia de importación, los consumidores, que no lo producen, claman por mantener los derechos, y lo consiguen. ¿Se habrá visto mayor contrasentido ni nada más edificante?

Por eso ya no hay aquí entusiasmos, en nada ni por nada que no sea político, puesto que sin ese auxilio nadie puede ir a ninguna parte. ¿A dónde va un abogado despreocupado de sus influencias políticas? ¿Qué hace un artista sin ellas? ¿Y un arquitecto, un médico o un ingeniero, qué son, ni qué campo pueden dominar desamparados del favor y desatendidos del correspondiente Cirineo político?

De los funcionarios públicos, más valdría callar, porque la política los hace, los encumbra, los atropella y opera en ellos los tristes prodigios de hacer sabios a muchos alcornoques y recíprocamente; simpáticos y servilones a zarramplines, que, despojados del cargo oficial, se reducen a la nada, como los personajes del teatro cuando termina la representación; inmorales y rapaces a muchos hombres que fueran dignos y honorables; indiferentes y castrados a aquellos de lúcidas iniciativas y capacidad suficiente...

Y respecto a ilusiones y entusiasmos, no existen en esta malaventurada tierra del garbanzo —así la llaman algunos patriotas. — para nada que no sea o se asocie a lo político. ¡Cualquiera sueña con realizar empresas y vencer obstáculos a expensas del mero trabajo, de la laboriosidad, la honradez y la abnegación!

No, ello sería lirismos de sonámbulo.

Aquí, lo práctico para emprender algún trabajo que tenga provecho; para vivir libre de las acometidas del enemigo; para triunfar en loa negocios; para ser respetado y adulado; para resolver favorablemente las cuestiones de la justicia; para ser algo, hay que ser político activo. El que no lo es, no va a ninguna parte. De asco y desesperación se pudre y arruina y le hacen ictérico las aflicciones.

Y la situación está tan legitimada y los procedimientos tan consolidados, que nada hay tan vulgar y notorio ni nada tan en las conciencias y los labios de todos. Las mismas cartas de recomendación se exhiben descaradamente, aunque en secreto, bajo el convencionalismo de su fuerza insuperable.

Por todo lo cual es evidente que tan inmoral y execrable proceder es una costumbre nacional naturalizada, ejecutada y preconizada por todos y no desdeñada por ninguno. Lo que falta es legalizarla, esto es, darle toda su solemnidad de Derecho, promulgando una ley —que no tendría contradictores— para que una ética tan peregrina no sólo viva la vida de lo que nace de las leyes, sino que sean penables sus infracciones.

Así deben nacer las leyes: de las costumbres.

Y para que cada cual supiera a qué atenerse y no hubiera que andar con delicadezas cuando se tratara de políticos dignos, esa ley debería llevar anejo un arancel concienzudo, minuciosamente tarifado y en lenguaje claro y llano, para que estuviera al alcance de todas las inteligencias y culturas.

Así, por ejemplo: Partida número tantos... Por salvar a un marido infeliz, probando que su esposa delinquía... Tantas pesetas.

Partida número cuantos... Por condenar a un inocente o absolver a un pillo... Tantas pesetas.

Partida, etc.... Por una credencial... Tantas pesetas...

Y no se diga que ello sería más inmoral que lo que se hace, porque lo que sería, sería más gallardo, dada su forma, pero en el fondo se parecería como se parecen entre si los ojos de la cara, porque está bien visto y probado que para ganar dinero y ser algo en la España de las gentes del orden, hay que ser políticos, y si puede ser de la política de aquéllas, mejor.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 28 de noviembre de 1911

Otra página para la Historia contemporánea

Si a mí me hubieran dicho años atrás que Iba a ver lo que veo, no lo hubiera creído, ni creo que lo aceptaría como posible quien no lo tuviera delante de sus ojos.

Me refiero á la situación político-social en que se halla España. Y más que a lo que afecta a su estado económico, intrínsecamente considerado, atribuyo toda la importancia de la cuestión a los medios y procedimientos que se ejercitan para poner las cosas en el punto que están.

Comprendo la transición histórica que atravesamos y sé que todas las de su índole se han operado en los pueblos en función inevitable del factor común «tiempo», pero no me resigno a la conformidad ni puedo esperar a lo árabe; se impone mi alma y explota en maldiciones, porque pareciéndome lógico lo ocurrido en Portugal, me quedo perplejo al encontrar que la lógica es extranjera.

Y no se diga que deliro o que soy un extraviado en los juicios que escribe a continuación para justificar estos asertos, porque si se dice, es falso. Falso, puesto que estos mismos juicios y un concepto exactísimamente igual de las cosas, veo en cada momento que tienen todos, todos y todos los españoles. Y vamos al grano.

Se sabe que la cultura y al trabajo forman la clave de la riqueza y bienestar de los pueblos; en España medía población está nómada y salvaje, porque la constituyen analfabetos errantes que jamás se lavaron la cara y les come su tiempo el rezo y la superstición; todos clamamos por la riqueza y felicidad del país, pero nadie quiere educar ni instruir ni trabajar.

Saben los españoles que en el presupuesto figuran dos partidas; una de diez millones y otra de cuarenta y uno; que el sentido común, el derecho natural y una conveniencia justa y legítima inducen a suprimirlas de cualquier modo; todos reconocen, en conciencia, la lógica y equidad de esta supresión, pero ponen todos los medios para evitarla.

Sabe toda la nación que se pega, quién y donde se pega, y en todos los sitios puede decirse en confianza porque todo el mundo está conteste, hasta los mismos que pegan, pero hay que vocear y se vocea que no se pega.

Es notoria la vida privada de los sacerdotes, y son vulgares sus extralimitaciones. En ello nadie osa contradecir la verdad, pero en confianza, y públicamente es de mal gusto, irreverente, pecado grave, no falsear la verdad a sabiendas.

Nadie ignora que casi todos los empleados sacan algo, más que algo o mucho sobre el sueldo, y que eso que sacan lo hacen siempre irregularmente. Ello se vitupera en todas partes, mas no habrá quien concrete públicamente un caso ni quien quiera poner o cooperar a los remedios para evitarlo.

Los políticos militantes viven siempre con In eterna y legendaria promesa en los labios: el abaratamiento de las subsistencias, la cuestión religiosa con el Vaticano, el gassetismo en riegos, la sinceridad electoral, el cumplimiento de las leyes, las mejoras de instrucción pública, la solución del problema social, la reorganización de los servicios, el superávit del presupuesto, las leyes salvadoras de la Hacienda pública...; la Biblia prometen transformar, y con una verborrea digna de mejor empleo, nos ofrecen finamente emplear las delicadas pinzas para extraer las caries de la pobreza nacional, y lo que hacen es descuartizar al pueblo y arrancarle con gato y tenazas los sanos huesos de contribuciones irresistibles. Pues bien, todos y cada uno estamos en el secreto de todo, sabemos que todos los oropeles del altruismo son una mentira, que de lo que se trata es de ir viviendo a costa del prójimo, y, sin embargo, sí alguno se queja irritado, se le llama vesánico.

Todos reconocen en nuestras corridas de toros una fiesta bárbara y bestial; nadie consiente que le llamen bárbaro y bestia, pero se dice casi unánimemente que esta feroz fiesta es una gloria nacional, orgullo de la raza.

Igual se define al ladrón que adquiere con violencia que a quien roba con lenidad y con sutilezas, martingalas y buenas apariencias; pero al que toma un pan se le encierra, y a quien se hace rico sin sanción penal se le venera y sonríe.

Y por este tenor estaríamos diciendo así, sin terminar nunca.

Ahora bien; el espíritu humano libre de prejuicios, ¿no discurre siempre con lógica? ¿No cree en la buena fe? ¿No siente amor inextinguible hacia lo justo y la verdad? ¿Puede comprender la realidad como una pura comedia y total falsedad? ¡Ah! Si la mala fe y peor intención no fueran patrimonio de los tutores públicos, nadie creería en el absurdo, porque él no existiría.

Por eso yo no hubiera creído posible la actual farándula, si no la viera propiamente. Y así y todo, sigo estupefacto viendo cómo los pueblos se arrastran en la indignidad, cómo se dejan esclavizar con procedimientos burdos y groseros y cómo los hombres traicionan sus convicciones, vendiéndose por concupiscencias.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 3 de diciembre de 1911

PARA LOS ESTUDIANTES

MIRANDO A SUS REBELIONES

Pues, señor, no comprendo las ventajas de las huelgas de estudiantes. En otros órdenes de actividad, me parecen ellas magníficas como armas ofensivas y defensivas; pero las de los estudiantes reconozco que no veo en ellas más que daño positivo para los huelguistas.

Y cuidado que tengo miedo a suscitar cuestiones qué lastimen la susceptibilidad de la gente de aulas, porque como en el planeta de la humanidad se protege y ampara a los malos cuando son más que los buenos, y como recuerdo la acometida médica —sentido científico, porque los medos sólo acometieron a Grecia— en aquel escenario madrileño, y voy viendo cómo las gastan nuestros pimpollos Intelectuales, francamente, no quisiera meterme en berenjenales ni atolladeros de difícil salida; sin embargo, quiero decir algo, y no con propósito de molestar, sino con estímulos del bien común. Y para eso va esto artículo.

Digo que en la lucha social las huelgas, mientras se practican, todas dañan a sus factores, huelguistas y patronos, y de la lucha siempre resulta, más o menos pronto, abonada la razón y la equidad y beneficiados los que iniciaron y mantuvieron la huelga.

Citar ejemplos sería como encender bujías al Sol, puesto que la realidad vive en el conocimiento de todo el mundo. Pero en las huelgas estudiantiles no hay ni puede haber otra cosa sino pérdidas irreparables para todos, porque el tiempo que se pierde durante la jarana, y el que no se utiliza después, mientras la atención distraída vuelve a centrarse en su objeto privativo, sólo redundan en perjuicio del estudio; perjuicio que es evidente, para el examen en primer lugar y para la cultura del individuo después.

Les parecerá muy dilatado a los sabios iniciales el curso oficial de ocho meses, con las mil intermitencias de vacaciones, esteros, calefacciones, fiestas de toda laya, enfermedades y faltas de asistencia, y sin duda por este parecer han inventado la huelga para dar algún respiro donde la asfixia sería un accidente imaginario.

Les parecerán, seguramente, pocas las estratagemas que ejercitan continuamente con padres y tutores para justificar cosas injustificables, por lo cual será necesaria una nueva: la huelga, en la que la solidaridad obliga. Y por si no eran bastante las probabilidades que abren las puertas del vicio y el peligro, donde en todo el edificio no hay más que puertas y ventanales, hacía falta otra novísima: la de la huelga.

Ahora bien, ¿justifica de alguna manera los resultados obtenidos, este procedimiento de pedir y protestar? ¿Es que no hay otros recursos al alcance de los estudiantes y sus padres para pretender mejoras y demandar justicia? Ni se justifica lo uno ni puede admitirse lo otro.

Mejor que con huelgas y motines lograrían del Gobierno lo que pretendan con posiciones escritas firmadas por todos, cursadas reglamentariamente, apoyadas y difundidas por la Prensa y propulsadas con la influencia colectiva de los padres.

Mejor hubieran protestado contra el artículo de doña Rosario de Acuña, contestando a esta señora, en cuya vejez sin duda sufre tremendas genialidades, con los tonos enérgicos, viriles y adecuados que merece, pero siempre inspirándose en aquellas miras elevadas y juicios serenos que tan bien dicen de los hombres cultos y dignos. Y hubieran quedado mejor que con repulsiones violentas, algaradas y demás jaleos.

¿Por qué no formulan todos los estudiantes españoles una petición colectiva al Gobierno solicitando la unidad oficial de textos para toda la nación?

¿Por qué no hacen esto con formas respetuosas, apoyándose en las potentísimas razones que concurren al caso, en escrito colectivo y concretándose a esta reforma tan perentoria y racional para lograrla y después proseguir el camino emprendido? ¿Es que hay algo más urgente, más elemental y más importante que esto?

¿Por qué no es esto lo primero que piden y aguardan hasta verse desairados para que entonces, ya con motivos aceptables, lo fueran también las medidas de fuerza que ulteriormente adoptaran?

Yo soy padre de un estudiante y me duele esta conducta como ciudadano y como padre, porque sé que mi hijo estará abstraído de sus estudios, abandonado de sus trabajos, olvidado de sus deberes, acaso concurriendo adonde no le haga falta y perjudicándose en su cultura y en mis intereses. Y sé que como estará el mío estarán, por lo menos, todos los demás. Y más que por mi propio, me duele por la clase en general, porque creo que el sistema es dañino, contraproducente y vacuo de eficacia.

Por todo lo cual permítase mí vituperio para estas huelgas y asonadas improcedentes, y ojalá que todos los padres y ciudadanos hicieran lo mismo.

Hacen falta, mucha falta, reformas y creaciones en nuestro régimen docente; sí no las hacen, reclámense. Pero pídanse en forma lógica y práctica, que tampoco es pedir a lo Pavía con huelgas capciosas, tumultuosas manifestaciones y fuego de cohetes.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 13 de diciembre de 1911

PROSA DE INVIERNO

TOMANDO EL PELO

En verdad, querido lector, que las composturas y reparaciones del cuerpo humano van logrando del ingenio de los hombres una perfección y pluralidad que asombra.

Si son los ojos, se dice que ya los fabrica la industria óptica y que los oculistas modernos suplen maravillosamente todos los del cuerpo humano.

Si es la misma carne o los huesos, no digamos menos, porque la primera se remiende o suscita su desarrollo con éxito infalible, y de los segundos, bastará recordar las mandíbulas del histórico Novaliches y la multiplicidad de dentistas para convencerse de que la osteología artificial está a la altura del señor Barroso. Yo conozco a un señor que tenía muy deprimidos los hombros, pero se los han cuadrado perfectamente con carne de ternero y ha tenido que suprimir su alfayate las hombreras de algodón, y de todos es conocido cómo adquieren rigidez y volumen los pechos femeninos atrofiados y negligentes como los higos maduros que rinde el amor del Sol.

Pero el campo de operaciones primitivo de este género de industrias lo determinan todos, absolutamente todos los apéndices y extremidades antropológicos. Las orejas, narices, brazos, piernas, etc., etc., se fabrican y ponen en uso actualmente con verdadera economía, naturalidad y profusión. Y es de esperar que tiempo adelante ha de llegarse a arrancar los arcanos de la Naturaleza, y como hoy tenemos la síntesis química, vendrá la síntesis histológica a dar en quiebra con estos pobres médicos que apenas si atinan a suscitar una secreción o templar un dolor.

Entonces sí que no se remendará. Entonces sí que se reirán los enfermos de la cirugía bíblica del apóstol San Pedro, cuando cortó la oreja a un judío en un momento de beatífico acaloro y, volviendo a aplicarla sobre su base, se soldó divinamente, como si hubiera sido una simple laminilla de hierro dulce que acercara a cualquier polo de potentísimo imán. ¡Ah! Pero entonces, sí un órgano se pone malo, se le sustituirá con otro nuevo y flamante, y estarán las gentes al cabo de la calle.

Ahora bien, a mí se me ocurre en este momento no divagar más sobre la materia y concretar este artículo en lo que resta a las pelucas postizas. Porque entiendo que es importantísimo para la solución de las arduas empresas universales el estudio analítico-psicológico de los bípedos con peluca, y muy especialmente de aquellos que, petrificados a través de los años, más parecen del dominio de la Paleontología que del de la Peletería teñida con tinta china.

Y digo que pulula por esas urbes, en son despeluznante, una pequeña porción de señores monumentales con hirsuta cabellera que para sí la quisiera el Nazareno o el Melgares, y que toda ella es, sin embargo, obra de un peluquero, accesible por unas modestas pesetas.

Pero vamos a cuentas y fijémonos un poco en lo que denota y acusa un añoso señor empelucado.

¿Hay alguien para quien no sea venerable la calva de un anciano?

¿Hay alguien a quien no le parezca ridículo un sexagenario con peluca de hermosos cabellos rubios o negros como el ébano?

¿No será repugnante vestir el desnudo cerebro con pelo humano de ajena procedencia, acaso importado de las necrópolis o procedente de individuos víctimas de enfermedades infecciosas, así haya pasado por todas las antisepsias habidas y por haber?

¿No serán más bellos y hermosos, para atributos de la senectud, los argentados cabellos que simbolizan nobles luchas pretéritas, que el pelo teñido con betún alardeando quizá de inteligencias rudimentarias?

Pues bien; es matemático que al viejo con peluca negra e hirsuta se le impone algo, algo ante lo cual desaparecen para él los conceptos de las anteriores preguntas. Ese algo no es difícil deducirlo. E ir más allá y formar exacto juicio de la psicología del individuo, tampoco.

Yo, por mi parte, cuando contemplo un señor de estos legendarios, me basta la peluca para hacer mi definición.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 19 de diciembre de 1911

LA HONRA Y EL DINERO

Treinta mil duros de honor

El Liberal dijo que una señorita de Murcia se había ido con un fraile.

Después resultó que no se había ido con el fraile la señorita, y sabedor de ello El Liberal, se apresuró espontáneamente, y a fuer de escrupulosidad informatoria, a rectificar Ja noticia.

Pero dícese que por este yerro periodístico no se ha podido casar la interfecta, lo cual considera su familia como un perjuicio equivalente a 30.000 duros. Y designando como verdadero autor de este daño al director de El Liberal, han llevado a éste a la palestra jurídica, y allí, considerando como merecen 30.000 duros, quieren obligarle a soltarlos, disco sobre disco, como 30.000 soles argentinos capaces de iluminar a la más oscura señorita.

El señor Vicenti cree que la justicia de Juzgados es injusta, y apela ante la Audiencia, como apelará después ante el Tribunal Supremo si la Audiencia confirma el fallo del Juzgado de primera instancia.

El Tribunal Supremo, si llega hasta él esta cuestión jurídica, declarará otra nueva vez que nuestra justicia no es justa, o se hará solidario de ella, y en este último supuesto no quedará otro remedio sino aflojar la bolsa en el palacete de la antigua calle del Turco, y haciendo de cabeza de idem enviar a Murcia los 30.000 dineritos, con sus portes pagados y los gastos de laboreo y beneficio que la cara gestión de tan rico filón haya devengado.

Y a esto se le ocurre al articulista hacer algún comentario.

Primero. Que si el Supremo confirma la sentencia, la jurisprudencia garantizará para lo sucesivo el lucrativo éxito de análogas combinaciones, y para nuestros agudos especuladores se presentará fértil e incitante un magnífico procedimiento de dotar hijas, tan bien, que no quede una soltera. Todo ello será cuestión de habilidad, previendo y reasegurando la solvencia de los demandados, porque para lo demás bastará un ingenio sencillo.

Segundo. Que me extraña la demanda por parte de la señorita, siendo notorio que no se fue con el fraile; porque no existiendo causa de peligro, mal pudo haber habido riesgo, mancilla o vulneración de la honra.

Tercero. Aun en el caso de que se hubiera ido, tampoco creo que procediera la atribución de perjuicio, porque parecería lógico que la marcha obedeciera a fines de santa religiosidad, dada la beatitud de fraile y señorita; y es lo presumible en esta hipótesis, que dedicaran su tiempo cantando fervorosamente al Creador en estrofas de la índole siguiente (música do óbitos):

Vámonos a maitines,

hermana Elena;

vámonos a maitines

con la linterna,

etcétera.

Lo que nadie podrá considerar como deshonor, mientras no se ponga prueba fehaciente.

Cuarto. Que no habiendo habido la tal fuga, y condonándose en este caso al director de El Liberal la multa de 30.000 duros para la señorita, si yo fuera el fraile pediría otros treinta, aunque mi honor y mi virginidad también estuvieran inmaculados, porque me parece tan respetable el porvenir de un fraile como el de una doncella... La diferencia de sexo nada quita a su derecho.

Quinto. Que evaluándose en 30.000 duros el daño y descrédito por hacer creer a las gentes que una dama se va con un fraile y asegurar después que no se fue, ¿a cuánto ascendería en pesetas el demérito de la honorabilidad, yéndose?

Sexto. Que los padres con hijas deben encarecer a éstas que se convenzan bien de la solvencia de los frailes antes de relacionarse con ellos y como prudente medida de poner eventualidades a cubierto.

Séptimo. Que si a una dama puede vindicarse en esta forma, por analogía podrá hacerlo igual cualquier mozo respecto de una monja; y

Por fin, que me conduelo de la poca confianza que inspiran los frailes en esta santa tierra y a pesar del voto de castidad. Fueran eunucos y no habría ni recelos.

Lo que siento es no ser soltero para pretender a esa simpática señorita tan pronto como los 30.000 duretes devolvieran a su absoluta integridad la moral femenina que exige un honesto himeneo. Y sí me quisiera, yo sería enamorado ensoñador…

¡Debe de ser mucho rubor el que sientan las señoritas cuando tengan 30.000 duros!

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 24 de diciembre de 1911

HACIENDO AMBIENTE

EL BORRACHO

Siempre fue el alcoholismo el azote de todos los pueblos. Desde el salvaje, que fermenta adecuados potingues, hasta las cultas naciones del siglo XX, y pasando con singular detenimiento por la científica Grecia de la belleza y el arte, donde nacieron y fueron tan celebradas las históricas bacanales, podemos asegurar que vive el mundo en perenne borrachera.

Y diríamos que ello ha obedecido al incontinente deseo que el hombre tiene en toda hora de sentirse a sí mismo y de hacer su existencia ostensible a los demás; pero hay que desechar la hipótesis, porque hombres hubo, y hombres viven, de tan vibrante espíritu y sobresaliente personalidad, que en ellos había y existe, naturalmente, más que suficiente para saciar el apetito de ostentación de su yo, y, sin embargo, fueron aquéllos y son éstos borrachos como toneles, y todos pusieron y colocan sus nombres ilustres y beneméritos bajo las tildes tabernarias del degradante alcoholismo. Y es tan cierto, que aquí mismo podríamos escribir nombres de reputadísimos eruditos y de prestigio de las letras y el saber, y nadie se atrevería a negar que los tales primates de la inteligencia están más tiempo borrachos que en su cabal y sereno equilibrio.

Por consiguiente, no es el bebedor un Ignorante que bebe como argumento inopinado de manifestarse con superioridad a propios y extraños, sino que es un ser vicioso o acaso abúlico, que tiene el prurito de descender desde la cumbre resplandeciente de la racionalidad a los lóbregos bodegones de la bestialidad inconsciente. Y como ello constituye una pésima cualidad o, mejor, una aberración social grosera y calamitosa, debe combatirse por todos los medios; sino con la pretensión de hacer pueblos de abstemios, siquiera con el firme empeño de actuar y cooperar en lo que se pueda a restar adeptos de la taberna.

Es ineludible y honrado deber de gobernantes y profesores y de todo hombre con cultura —siempre que éstos no sean, como son algunos, borrachos ejemplares— hacer labor antialcohólica, para ir cercenando esas legiones de energúmenos que tan grueso contingente proporcionan al manicomio

al crimen, a la apoplejía, a la impotencia, al escándalo y a la desvergüenza, al matonismo navajista y a la degeneración y embrutecimiento de la raza.

Hay que extirpar esa falsa creencia de que alimentan los vinos y facilitan los licores la digestión, porque esta estúpida opinión cuesta carísima en víctimas. Nada de vinos añejos y puros ni licores auténticos; todos son tóxicos, todos peligrosos, todos ponen ebrios a quien los ingiere y todos hacen la misma operación de aniquilar y destruir.

Si la dichosa religión mirara de otro modo a las personas, sería quizá buena palanca para arrumbar beodos, aunque sólo fuera a los místicos, que no son pocos ni de los más flojos; más yo creo que entra en el cálculo de los cantaores macabros que en sus huestes tenga el divino Dionisios los más esforzados campeones, puesto que es notorio que pueden servir de modelo de barbarie y salvajismo todas las que hoy se llaman romerías y festividades patronales de la fe rural, pues en ningún sitio ni con ningún motivo se emborracha la gente en masa ni tan animalmente como en esta clase de juergas.

Pero aunque esto sea así, no por ello se ha de renunciar a la labor educativa y bienhechora, y debe irse contra el curdáneo gremio de los traga-corambres y pipudos bebedores, diciéndoles cara a cara que si todas sus aptitudes y méritos personales no son útiles más que para embriagarse, que se suiciden de una vez y desaparezcan de la sociedad, porque en ella sólo sirven de befa y escarnio de chiquillos y comadres; de menosprecio y repugnancia de las personas dignas y correctas; de blanco invariable de la conmiseración pública, y son la causa capital de infinitas e inenarrables desdichas ciudadanas y domésticas.

Para el hombre borracho siempre se tiene fundamento con que denigrarle y hacerle repugnante. Y cuando se habla de alguien en sentido favorable y encomiástico por alguna buena prenda o concepto, nunca falta quien derriba el castillo de los naipes de su fama con una frase despectiva. Sí, es verdad; Fulano o Mengano tiene estas o las otras buenas condiciones, pero es un borracho.

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 28 de diciembre de 1911

SORPRESA INTERNACIONAL

Intransigencia de Canalejas

Acaso estemos los españoles de enhorabuena. Era ya tiempo de que el Destino volviera la cara por un momento hacia esta religiosa nación y dirigiera a sus habitantes una mirada de consuelo, Y ya que tan de tarde en tarde nos visita, es justo que cuando nos mire deje un fausto recuerdo. ¡Loado seas, Destino, que en la hora de ahora te nos muestras tan pródigo! Y voy a mi cuento, si así podemos llamarlo, porque más lo parece que realidad cierta.

Es el caso que de las negociaciones secretas que sigue nuestro Ministerio de Estado respecto de Marruecos y a la vista de Inglaterra, es el caso estupendo que va a resultar lo que nadie espera.

Hace muy bien el señor Canalejas en echar cien llaves al secreto, aunque es de lamentar que sea imposible absolutamente guardarlo, porque suele decirse que las paredes oyen y ocurre, ahora por lo menos, que si no oyen, ellas se llevan la culpa del ignorado delator. Por lo que, en esta ocasión, sean responsables las paredes, que no sería correcto ni decente dar el nombre de mi confidente fidedigno.

Se sabe, y es muy verosímil la noticia, que el Rey Jorge ha tenido una iniciativa que, apoyada por la magnanimidad del pueblo inglés, va a poner las cosas en un fiel de justicia que la más precisa balanza no las pusiera mejor. Además, la consecuencia para las tres altas partes que ahora negocian, es capitalísima. Ella satisface de lleno los deseos de Francia, reportará comodidad y economía a la Gran Bretaña, y a España le ahorrará un semillero de espinosos pleitos, miles de vidas de sus valientes soldados y una mina de oro, que buena falta nos hace para pagar mejor al clero y sostener el rango y la sublime jerarquía de nuestros mandarines de ilustre prosapia.

Se sabe que la cuestión está ya planteada, que Francia acepta en todo y de buen grado la proposición inglesa y que entre España e Inglaterra sólo falta igualar una pequeñísima diferencia para que ambas concuerden, se pongan los tres a tono y pasen a ser hechos lo que todavía no ha pasado de conversación, y no sabemos si esta será de las llamadas de puerta de tierra.

La proposición aludida es la siguiente: Que España evacue todos sus dominios africanos y renuncie a cruzar el estrecho de Gibraltar con propósitos belicosos, comprometiéndose a no volver a pisar el África más que con las armas naturales del comercio, de la industria y de la ciencia, y que el cumplimiento de lo pactado quedará garantido dando en rehenes a Weyler, a Montero, a Ríos, a Maura y a Lacierva, los cuales serán custodiados, respectivamente, en Cuba, en la Exposición de Paleontología de Chicago, y, los dos últimos, en Barcelona, uno en el Consulado de Francia y otro en el de Inglaterra; que Francia quedará gozando el privilegio de ejercer el protectorado en Marruecos, a condición de que deje libre, el resto del continente que no sea francés, a la acción común de Inglaterra y Alemania, y que este contrato quedará cerrado por el galante desprendimiento de Inglaterra devolviendo a España la posesión de Gibraltar, el cual será reintegrado a nuestra patria, renunciando a él para siempre su actual poseedor.

He aquí el porqué de tanto cuchicheo y tapadillo. Ahora ya se lo explicarán todos los intrigados lectores.

Lo sensible sería que por aquella pequeñísima diferencia que hemos dicho no llegara a feliz término el que se espera en esta cuestión, pues pretende Inglaterra que los actuales nombres de las calles de Gibraltar los conserváramos intactos, tal como están, en inglés, como recuerdo eterno de que fue de su pertenencia. Y aquí viene lo malo, porque el señor Canalejas, que ya se aviene a lo que respecto de rehenes se impone, no accede a conservar la nomenclatura callejera de Gibraltar. Quiere este buen señor borrar todos los nombres ingleses y sustituirlos por el suyo, los de los demás ministros y jefes de las minorías parlamentarias, como memoria inmarcesible de tan fausto acontecimiento.

¿Será afán el que tiene el señor Canalejas de dar su nombre a las calles como a la Historia y a los barcos?

Pero por esta vez no se saldrá con la suya. ¡Quiá! -

Sotero Barrón.

En El Cantábrico del 1 de enero de 1912

AÑO NUEVO Y NADA NUEVO

El fantasma de 1911, caduco y legendario, tendió hacia nosotros la espectral y helada mano y, con sus barbazas de lino rastrillado, allá fue fugitivo y moribundo a sepultarse en la nada, donde yace lo que fue como mundo de recuerdos cayas imágenes virtuales nos refleja, amplificadas, el espejo de la Historia. Y el de 1912, que nace coronado con bucles de oro y nos sonríe con infantil dulzura el ansiado porvenir henchido de esperanzas, ya mueve las tiernas alas de querube y fascina nuestras almas con ilusiones que fluyen en el pensamiento como cataratas de cristal y blondas de espuma que han de parar en mansa corriente do acerbos desengaños.

No esperéis, humanos seres, que en 1912 deje de ser cierta la sentencia latina “Lupus homo homini” —el hombre es un lobo para el hombre—, porque ella es ley promulgada por Naturaleza; y si traidores y falsarios, opresores y asesinos, hubo siempre gobernando las grandes sociedades y aplicando ferozmente los resortes de la fuerza, fatal es que siga la execrable tutela para que continúen su vida calamitosa los desvalidos y las víctimas y persista en equilibrio la desigualdad antropológica, necesaria a su ser y a la unidad fisiológica.

No esperéis novedades del año nuevo; tened vuestras quimeras y afianzaros más en el duro potro del trabajo, si no queréis que os conduzca á la desgracia el lírico torrente de vuestro sonambulismo.

Aumentan las cárceles donde se hacinan los rebeldes; funciona el patíbulo en sus recónditos y tenebrosos patios; arde le guerra con infernales llamaradas que sólo apagan ríos de rica sangre; el estupendo gigante de la religión castra las inteligencias y cercena el pan al pueblo que trabaja; la farsa y el atropello triunfan de la equidad y la nobleza; y semejante cúmulo de exabruptos por todo título y legitimidad de nuestros amos, no puede tener más resultante que lacerías y vilipendios, lágrimas y angustias de una nación famélica y exhausta que gime en el desierto de la resignación: lo mismo que sufriremos y conllevaremos en 1912. Y nunca fue nuevo lo Igual a sí mismo. Venga, pues, en hora indiferente el 1912 y vaya de igual forma el tránsfuga que ha expirado, y sean pesimistas los que oficien de profetas.

Inocente doncella, que en tu virginidad tan codiciada cifras para el mañana tu mundo de venturas: templa tus vehemencias, que ya vienen despeñados azares y desengaños y saldrás con el alma hecha jirones del vendaval de los tiempos, que te precipitarán hacia la tumba marchita y sin olor, como rosa de herbolario.

Avaro sin entrañas: no esperes que tus bienes gocen suma infinita y ponlos en actividad con generosas prisas, que vuelan los días y se acerca la muerte, que te ha de reducir al más ruin espectro del osario.

Juez que sentencias con los ojos puestos en la complacencia: llévalos al Derecho y verdad, que tu pobre patrimonio fisiológico arrebata en el fuego del tiempo y las fuerzas impuras de tu cuerpo no valdrán la injusticia.

Tirano que gobiernas y te exaltas por la violencia de las armas: varía tu ética, repara en tu corruptible madera del árbol de la Humanidad y no te eleves tanto sobre el plano natural, que el tiempo te ha de abatir a la fosa de los muertos para pasto de gusanos que depuren las piltrafas antes de reintegrarlas a su verdadero origen.

Ministro divino que aguardas los triunfos del misterio: considérate en tu humanidad y respeta tu razón, y verás cómo la Providencia no da credenciales y cómo viajas en el mismo tren de los vivientes, que nos lanzará ciegamente en el gran muladar del planeta.

Inconscientes personas, que en las tinieblas de la necedad gravita sobre vuestras cabezas todo el peso del trabajo muscular, para que viváis en el suplicio y el cautiverio como inertes cariátides que soportan impasibles la mole del edificio plutocrático donde se dilapida vuestro sudor y se albergan y fomentan los excesos en la hartura y holganza de sus moradores: sacudid tan pesada y degradante carga, si no queréis que los voladores años lleven la herencia vergonzosa a vuestros hijos.

Los augustos que lleváis cetro y tenéis el don de perdonar: ejerced vuestra hermosa prerrogativa sí queréis ser venerados por los hombres, que como hombres nacisteis y moriréis, y el cuentagotas de la vida apura el líquido de la vuestra pobre y excelsa. Y mirad que la agonía es dulce en los que fueron clementes, y a los que no perdonaron los pudre el remordimiento, que es mercancía manufacturada en el taller de los tiempos.

Mozos pletóricos de virilidad: apresuraos a dar el terremoto desquiciante en este pueblo de tan terribles injusticias, porque si vivís en la indolencia será vuestra juventud como piedra de azúcar sujeta con los dientes, y el tiempo implacable os llevará en un instante a la ancianidad decrépita, donde lloraréis inútilmente la ocasión perdida.

Hombres, en fin, que marcháis por las malezas y breñales de la mundana selva en denodada lucha fratricida y creéis arribar a la próvida vega que fecundiza el delito: parad los punibles pasos y buscad el consorcio amoroso de los desheredados y el freno equitativo contra vuestros vicios, que viene el tiempo a arrancaros la vida y os dejará los corporales restos moribundos reducidos a la inmundicia...

Y esto y más habríamos dicho oportuna y verídicamente en 1911 y podríamos repetirlo en 1913 y en todos los idos y venideros. Luego nada nuevo esperamos do este año; es idéntico a los demás.

Cada uno es punto matemático del circuito que recorre el cósmico mecanismo; todos son Iguales, como los egoísmos humanos.

Y como entre lo igual no hay diferencia y ella sería la novedad, nada nuevo nos aguarda en el año que hoy vemos empezar y que no todos veremos su fin.

Sotero Barrón.

En el periódico de Madrid El Radical del 19 de febrero de 1913.

DE ADUANAS

Cooperemos

Hay que insistir evidenciando la aberración moral que entraña el sistema de ascensos por elección, hasta lograr que las cosas queden claramente definidas y poner de manifiesto terminantemente cuál es el propósito de los Gobiernos respecto del Cuerpo de Aduanas. Esto es, que se sepa públicamente qué consecuencias produce a la nación este desmoralizador sistema de ascenso, para que, en su vista, se rectifique tan errónea conducta y gane la calificación de nuestro s gobernantes, o que , si a pesar de patentizar el yerro, se persiste en mantenerlo, que quede claramente despejada la deliberada voluntad de que la Renta de Aduanas sirva de vivero y escabel a unos pocos caballeros sin más títulos ni méritos que los de ser protegidos por la influencia política. De este modo, terminaremos descubriéndonos con respeto y gratitud ante los hombres que escuchan a quien pide equidad y corrigen las malas causas, o de lo contrario, no habrá otro remedio sino incluir en los programas de la política avanzada esta ignominia de ascensos o baldón de un régimen político, para que los oradores de mitin lo ventilen y ofrezcan al pueblo como ejemplo viviente de decencia pública y de los estímulos que mueven la ambición de los gobernantes españoles.

El ascenso electivo, sobre ser una monstruosidad ética, perjudica los intereses del Estado y al cumplimiento de todas las leyes aduaneras y sus auxiliares.

Porque habiendo en Aduanas unos cuantos funcionarios en quien está vinculado el tal ascenso, éstos dormitan dulcemente al amparo de tan cómodo propulsor que los eleva como al humo a las alturas del mando y la jerarquía, y convencidos de la eficacia de sus influencias, es lógico, es fatal que se dejen de toda actividad profesional, que se desentiendan de todo cuanto sea deber, puesto que no lo necesitan ni ello les trae beneficio; todo deber de estos señores se cifra en mantener el cariño de sus amigos, de quienes todo lo esperan, y a los que únicamente deben todos sus fabulosos progresos. Y semejante conducta ha de ser perniciosa, indefectiblemente. Porque los que no ascienden por elección se ven postergados en sus escalas. Y no habrá un solo hombre que en tales circunstancias no se crea atropellado y despojado. ¿Quién, al ver cómo a un subalterno se lo colocan de jefe por el influjo de un favor político o de un mérito, que sea o no sea merito efectivo se paga descaradamente con el derecho de los postergados sin motivo, quién habrá tan necio y tan imbécil que lo tolere impasiblemente? Ninguno. Que cada cual de los lectores se suponga en el caso de los postergados y diga noblemente la conmoción que experimentaría.

Pues bien; estos empleados que tan sin razón se ven reducidos a víctimas de la avaricia, estos hombres que generalmente son la carne del trabajo, porque no tienen otro agente de quien esperar las justas vindicaciones, pues si tuvieran el favor que gozan los ascendidos electivamente tampoco trabajarían, estos funcionarios sojuzgados por los más fuertes, se resignan externamente a la inconsecuencia de su laboriosidad, pero le pierden el cariño, la merman cada día, y acaban por una indiferencia que no puede menos de dañar íntimamente la función de su cargo.

Véase cómo el ascenso electivo perjudica al Estado y al cumplimiento de todas las leyes aduaneras y sus auxiliares, sin que sea posible demostrar que el tal ascender posea una sola ventaja.

Sotero BARRON

En el periódico de Madrid El Radical del 3 de marzo de 1913.

DE ADUANAS

Cooperemos

Sí. cooperemos para alcanzar del Gobierno que suprima los ascensos por elección en el Cuerpo de Aduanas.

Cooperemos con nuestros camaradas que divulgan en la Prensa su protesta incondicional contra ese sistema de ascensos odioso y absurdo.

Porque no se trata de una opinión particular, ni de una conveniencia egoísta singularmente, sino que es cuestión de lógica y equidad indispensable a la moralidad pública. Por eso hay descontento general en el Cuerpo de Aduanas: porque anhela, que se proscriba el ascenso electivo. Por eso lo condena la opinión pública: porque es el vilipendio del derecho positivo. Por eso no hay una sola pluma que se atreva a defenderlo públicamente: porque la audacia de los mercenarios no puede llegar a la estulticia de debatir las miserias humanas. Y por eso, porque el ascenso electivo es un despojo lícito, es por lo que no han podido contenerse en el silencio hombres honrado que, asqueados de semejante sistema, han alzado su voz para condenarlo.

Ahí está D. Odón de Buen, el sabio naturalista, gloria española de la ciencia moderna, hombre de un decoro político que nadie es osado a poner en duda, y tan ajeno al Cuerpo de Aduanas, que carece en él de punto de contacto.

Pues bien, este dignísimo español ha levantado varias veces su voz en el Senado para revelar el maleficio del ascenso electivo en el Cuerpo de Aduanas. Y han sido tan bien acogidas, y con tal unanimidad en el Cuerpo sus palabras, que se han impreso sus discursos y se ha repartido entre los periciales para conocimiento y satisfacción de cada uno.

Y he aquí transcrito algo de la opinión del Sr. de Buen:

...Los turnos por elección están desacreditados; yo creo que este turno no queda en los Cuerpos civiles más que en el Cuerpo de Aduanas, y para que resulte a la consideración del señor ministro y de la Cámara mi argumento bien reforzado, voy a leer lo que decía el Sr. Dato al modificar el ingreso y ascenso en determinadas categorías de la carrera judicial en el real decreto de 22 de Diciembre de 1902. Decía, aludiendo a los turnos por elección: «dejaron estas leyes amplio campo a la libertad ministerial en los diferentes turnos en ella establecidos, cuyo uso - dice - ha ocasionado injustificadas postergaciones, ha acostumbrado a los funcionarios a esperar del favor adelantos en la carrera, etc. Urge -añade- modificar semejante estado de cosas, separando de la Administración de justicia las influencias de la política, robusteciendo la independencia, etcétera. Vea su señoría que ha sido condenado el turno por elección con notas, con carácter que yo mismo no podía expresar más enérgicamente en el preámbulo de este decreto respecto de la carrera judicial, y lo mismo podríamos repetir respecto del Cuerpo de Aduanas.

Respecto el ascenso por elección, soy terminantemente enemigo de esa forma de ascenso en España; soy resueltamente enemigo de ellos, y por eso he leído lo que decía él Sr. Dato respecto de la carrera judicial, puesto que en sus palabras está contenida esta oposición con tanta vehemencia como pudiera, yo emplear.

Porque no olvide su señoría que hay unos cuantos jóvenes ocupando la cabeza de las escalas que son una especie de tapón para los que están detrás, dándose el caso con ello de que haya aduanas en las que el jefe sea más joven, no ya que el subjefe de la Aduana, sino que varios de sus subordinados, que cuentan treinta o cuarenta años de servicio, mientras que él no tiene más que veintitantos. Y como su señoría ha prometido que estudiará y procurará atender lo que es una verdadera necesidad de ese Cuerpo, yo confío mucho en la seriedad de su señoría y le ruego que estudie el asunto, etc.

Así hablan, así piensan nuestros hombres ilustres del ascenso por elección que rige en el Cuerpo de Aduanas. Y así hablan y piensan casi todos los periciales.

Y no se crean, que vamos a exponer sólo las pocas opiniones ya conocidas, ni que vamos a decaer en esta empresa dignificadora, no. Tenemos en cartera opiniones de personalidades y entidades nacionales, que con su autoridad y prestigio darán fuerza y valor a nuestra demanda. Queremos ver frente a frente a frente a la España intelectual y a nuestros gobernantes.

Y nos creemos excusados de hacer protestas de respeto y subordinación a nuestros jefes naturales, porque dentro del más exacto cumplimiento de nuestro deber y sin mermar en nada la autoridad de nuestros superiores jerárquicos, podemos lícita y decorosamente ejercer nuestros derechos de ciudadanía, que son compatibles y absolutamente deslindados de nuestra condición de funcionarios públicos.

Sotero BARRON

Relato satírico aparecido en La Bandera Federal del 29 de abril de 1913, en el que se ve implicado Sotero Barrón. La Bandera Federal fue un periódico español de tirada semanal, defensor de la conjunción republicano socialista. Alentaba la libre expresión de artículos de opinión que versaban en relación con la defensa de los ideales emancipatorios propios de la ideología socialista.

Desde Albuera

Señor D. Hilario Palomero.

Madrid.

Respetable y querido maestro: En el gran periódico llamado Bandera Federal, el cual es paladín y verbo de la democracia española, núm. 182, correspondiente a la gloriosa fecha «11 Febrero» último, del que es usted digno director, am redó un pequeño e insignificante artículo, o como se llame dentro del periodismo, escrito por el que firma éste, fechado en Talavera La Real (Badajoz), por cuya atención, aunque tarde, doy a usted las más expresivas gracias, suplicándole, a la vez haga lo propio con las adjuntas cuartillas; por todo lo cual le quedará sumamente agradecido, el que es suyo afectísimo, atento y seguro servidor, q. s. m. e..

Ángel S. Vital.

Trabajo humilde y de escaso valor, que el firmante dedica a los correligionarios y colaboradores de La Bandera Federal, D. Eustaquio Juan Vidal y D. Crescencio Sánchez Escucha, en prueba de afecto hada ellos, suplicándoles, al propio tiempo, continúen su campaña contra la reacción e inmoralidades de nuestros gobernantes, y con ello habrán cumplido el más sagrado de los deberes encomendados al hombre.

¡¡Triunfar por la fuerza de la razón!!

Ángel S. VITAL

Cosas de los pueblos, —Gran «sorpresa». —Un fraile que no es tal...—Uno que sabe curar gratis el «cáncer social». —Prospecto curioso y útil, que conviene guardar, —Despedida inesperada. —Tarjeta curiosa.

¡¡Albuera!!... Pueblo célebre, según la Historia, por su gloriosa batalla de renombre universal.

Desde hace algún tiempo, 12 del próximo pasado mes de Noviembre, me considero vecino de este pueblo, el cual si la Historia no miente, fue célebre en el pasado «siglo», cuando nuestra guerra de la Independencia, contra la invasión francesa, y Io es también, en sentido contrario, en el «presente» por causas distintas a las que dieron renombre a este «villorrio», digno de ser visitado por aquellos que amen la verdad y la justicia.

¿Causas que motivaron mi venida a este pueblo?

Un deseo grande de ganar «cuatro pesetas» para poder sostener la vida, como vulgarmente suele decirse, para lo cual, este Ayuntamiento, en sesión del 26 de Septiembre último me nombró agente encargado die seguir un expediente de responsabilidad contra un ex alcalde del partido de Maura y Cierva, por malversación de fondos de este municipio, durante el tiempo que «mandó»; hecho que a más de la responsabilidad de pago, es constitutivo de un delito de... según nuestro Código; delito no denunciado.

Esto es lo que resulta de la certificación de cargo que obra como cabecera del expediente, del cual prometo ocuparme otro día y con alguna extensión en la parte aquella en que, como tal funcionario, he actuado; como igualmente del resultado de la subasta de una finca; detalles dignos de que sean conocidos por los grandes tratadistas de asuntos administrativos, como asimismo diré también los grandes inconvenientes propuestos por un señor notario, para el otorgamiento de una escritura...

Con tal motivo, y algo preocupado en este asunto, que por sus trazas está llamado a tener gran resonancia, pasé la tarde del día de ayer en la cantina de Camila, como aquí le llaman, saliendo de ella algo tarde, motivado a que ésta es punto obligado de reunión y allí concurre lo mejorcito del pueblo, el alcalde, el secretario y otras personas que, aun no teniendo cargo público, son también dignas de estimación, encaminando mis pasos en dirección al sitio conocido en este término con el nombre de «Vega del Prado», donde está enclavada la finca subastada y adjudicada a un señor banquero de Barcarrota, pueblo de esta provincia, en la cual me sorprendió el alba.

En vista de lo intempestivo de la hora y convencido además de que no había de encontrar allí la persona culpable, de que a la «Vega del Prado» fuera, resolví regresar de nuevo al pueblo, sin ir otra vez a la cantina de Camila, lo que verifiqué seguidamente, y aquí lo de la «sorpresa»:

Ya próximo al pueblo, cerca del cruce de las carreteras de Badajoz a Cuesta de Castilleja y de Albuera y Fregenal, al lado izquierdo de esta última, en la forma ya descrita y recostado sobre una alcantarilla de la misma, observé que existía un bulto, que, al parecer, era el de un hombre. Pero cuál no sería mi «sorpresa» al ver ante mí un ¡¡fraile!!

Digo fraile, por habérmelo así manifestado, a mis preguntas, el propio bulto, no porque yo sepa lo que es un fraile (ni falta que me hace), y ojalá no lo supieran ellos tampoco.

Convencido de que estos hombres, digo frailes, hacen daño, me aproximé hacia él, con cierta precaución, saludándole, cuando a él llegué, con el sombrero en la mano, como corresponde hacerlo (según dicen) ante un hombre que tiene corona en la cabeza, hablándole de la siguiente o parecida forma:

—Señor... buenos días.

—Muy buenos, caballero—me contestó.

—¿Qué le pasa, hermano? - Le pregunté.

—Nada, señor... volvió a contestarme.

Y como yo comprendiera que un fraile, en aquel sitio y a aquellas horas, no era lo más corriente, le Invité, con la mejor intención, a que me acompañara al pueblo, y a la vez me dijera si creía que mis servicios, en aquellos momentos, pudieran servirle para algo, contestándome que, en cuanto a lo primero, aceptaba el ofrecimiento, suplicándome, al propio tiempo, le permitiera apoyarse sobre mi brazo por serle imposible andar, a causa de sus muchos años y estar fatigado del camino, y que sus fuerzas se habían debilitado de tal manera que se sentía desfallecer; a lo cual accedí gustoso, y en cuanto a lo segundo, creía que de momento, nada más que lo primero, le hacía falta, y que lo tendría en cuenta.

... ¡Y apoyado sobre mi hombro derecho le acompañé hasta la casa de la señora María, pobre viuda que ha sufrido las consecuencias del «Expediente de Responsabilidad», donde me encuentro alojado desde mi llegada a este pueblo, y una vez en ella, nuevamente dirigí la palabra al fraile, hablándole de esta manera:

—Señor... Lamento ignorar su nombre para dirigirme a usted cual yo deseara, y por esta circunstancia no le extrañe le llame ¡señor Monje!

—¡Oh, joven amable! ¡Cuánto siento yo también desconocer el suyo, para decirle cuán agradecido le estoy por sus atenciones!...

—¡Señor Monje! ¡Poco o nada es lo que yo he podido hacer, pero tenga la seguridad absoluta, de que, como le dije allá en la carretera, si en alguna cosa puedo servirle, mande como le plazca, al que en estos momentos se ofrece de usted suyo afectísimo, atento, seguro servidor y buen amigo, «Ángel S. Vital!

—Gracias, señor... ¡Qué lleno de satisfacción me encuentro al saber que la Providencia o casualidad me ha deparado encontrar en mi vida de bohemio un hombre que, al parecer, alberga en su interior buenos sentimientos, condición que usted mismo puso de manifiesto al acercarse a mí, en ocasión en que solo y fatigado de tanto luchar me encontraba allí donde usted me recogió, ofreciéndome su apoyo para poder caminar; entretanto otros, a quien yo acudí en demanda de lo que usted me ofreció, me lo negaron, mirándome con desprecio cual si yo fuera el autor de un crimen de esos que a diario cometen los que, amparados en el dinero y las influencias, se consideran inviolables ante la ley. ¡Maldita sociedad que juzga a los hombres por las apariencias y no por sus méritos!

—Muy bien, señor Monje. Observo conoce usted la sociedad en que vivimos, pero dejemos esas pequeñeces a un lado y que por cierto a nada conducen, y entremos, con vuestro permiso, de lleno en un asunto que desde el momento en que tuve la suerte de encontrarle es objeto de mi preocupación «Es decir», tengo no pequeño interés en conocer, siempre que ello no envuelva algún misterio, el por qué a aquellas horas se encontraba usted en aquel sitio, ¿Acaso se ha fugado del convento renegando de los demás hermanos?

--...Amigo Vital, pues así lo llamaré desde este momento. Tome primeramente un cigarro que le ofrezco, y después hablaremos de lo que usted quiera...

Acepté el habano, y después de haber gastado «dos cajas de cerillas de cinco céntimos una», para encenderlo, se rompió, por parte del Monje, la incógnita del asunto... Y aquel hombre, que por su hábito creía fuera un fraile, resultó ser, según confesión propia, una eminencia dentro de la «cirugía», hecho que comprobó poniendo de manifiesto el correspondiente «título», visado por D. Alejandro Lerroux a favor de D. Sotero Barrón, que así se llama el que hasta entonces creí fuera un monje, según cédula personal que también exhibió (a menos que ésta mienta y no sirva para nada).

Y una vez roto el misterio en que se encontraba envuelto aquel personaje que, al parecer, y juzgados por la apariencia, era un monje, levantó sus ojos y, fijos en mí, dijo;

—¡Oh, amigo Vital! Cuán cierto es un adagio castellano, que, si mal no recuerdo, dice así: «Aunque me ves vestido de pieles no soy ningún cordero». Aquí donde usted me ve, envuelto en este indecoroso hábito del que deseo verme libre y de no sé qué hermandad religiosa, no soy ningún fraile como usted supone. Soy un especialista en la «Cirugía Mundial», y me dedico a la cura del «Cáncer Social» que tanto daño ha causado en este desgraciado país dejado de la voluntad de los hombres científicos y entregado en brazos de aquellos que, conociendo la enfermedad, no le aplican los procedimientos modernos que la ciencia ha descubierto durante el siglo XX para, su total curación; ejerzo, como ya le he dicho, mi profesión de ciudad en ciudad, de villa en villa, de aldea en aldea y de caserío en caserío, curando gratis a los pobres, solamente, sin llevar más equipaje que el que a la vista está (un rollo de papeles), y como prueba de lo que acabo de manifestarle ruégole encarecidamente lea y relea este prospecto que anuncia mi profesión e indica el medio de emplear Ja medicina para verse libre, de una manera radical, de esa enfermedad llamada «Cáncer Social y lepra Mauro-ciervista».

Y acompañando a la palabra la acción me entregó el prospecto, de color verde y encarnado (bandera portuguesa), escrito con letras de grandes caracteres, y que leí, como es natural, bajo la impresión consiguiente que me causó ver en las manos de un fraile los colores de una bandera cuya nación decretó su expulsión; dándole al propio tiempo las gracias por su regalo, guardándolo cual, si fuera una credencial de inspector de Policía, con un sueldo de 5.000 pesetas, aunque lo considero (para mí al menos) de mucho más valor, aun siendo el cargo vitalicio y disfrutara de las mismas facultades y consideraciones que Méndez Alanís. Y creyendo yo, que a ti curioso lector ha de interesar su contenido, y abusando de tu paciencia ruégote lo leas con algún detenimiento y no lo rompas, trátalo bien para que otro lo recoja.

«PROSPECTO

Procedimiento para la curación radical del llamado «Cáncer Social y lepra Mauro-ciervista», inventado por el especialista, en esta enfermedad, Dr. Sotero Barrón:

...«Jamás, jamás perdones A Maura.

El odio, sin perdón, que gran parte de opinión pública le profesa; los atentados de que ha sido objeto; el no poder dar un paso dentro ni fuera de Madrid sin que para garantir su persona sean necesarios multitud de polidas; la asfixiante atmósfera que se le ha creado en el extranjero; la opinión cada vez

más generalizada de que su vuelta al Poder traería aparejada la revolución, y otros síntomas de índole más inmediata y que tienen por factor el miedo a posibles trastornos en España, cuentan que vienen influyendo actualmente en el espíritu del Sr. Maura.

El Sr. Maura no encuentra, además, en estas tristes horas de desaliento y amargura, que atribuirá seguramente a injusticias e ingratitudes de la opinión pública, ni una persona que le anime y conforte, a donde quiera que dirija la mirada no hallará más que miedos y sobresaltos.

Y abismando mi alma en reflexiones considero el cuadro de pesadumbres que ofrecerá el hogar del Sr. Maura; del hombre donde encarnó la magnificencia del talento, de la cultura y la elocuencia, trinidad sublime que tomó unidad en este cerebro privilegiado para obcecarle en el yerro que le ha sumido en horribles cavilaciones.

Frente a la perspectiva que presenta la vida política del insigne letrado, surge en mi fantasía el lecho de un moribundo que en salud era vigoroso, de pujante fisiología, soldado de la juventud risueña, caudillo de las victorias que, ciego de su poderío, libó del «bálsamo de Fierabrás» creyéndose también apto para sojuzgar las leyes químicas de la biología. Pero estas, que nunca fueran subalternas de la soberbia humana, se revelan impetuosas y decretan el horror patológico de un cólico mortífero con sus pavorosos atributos de irresistibles contorsiones de ansias y angustias.

Allá, en la profunda alcoba de la agonía, la ciencia, que es Ja verdad, ve la muerte inexorable y pronostica infernales sufrimientos como proceso necesario, cuyo epílogo será la aparición cadavérica, y aquel cuerpo magnífico y gallardo será pronto vacío continente de una vida intensa que asfixiarán los anillos halagüeños de esa serpiente que llamamos temeridad. Y pacientes y deudos, amigos y correligionarios, y los seres más queridos del enfermo, en quienes vincula el acendrado cariño, todos, en absoluto, rodean la cama para consolar al paciente, —¡qué pena tan aguda! — no con la esperanza confortadora de la vida, ni con los alientos reparadores del ánimo, no, sino articulando todas los bocas a una el glacial consejo de la muerte.

Este símil, que simboliza, a mi ver, el estado agonizante del santón conservador, no me parece menos adecuado que racionales los amorosos consejos de morir. SI, es mejor mil veces la muerte que arrastrar una vida inquieta y azarosa, estrechada por los remordimientos, sólo posible con el amparo de los machetes y revólvers de la policía La visión de aquella albura que ensangrentó el puñal de Artal para horadar el ancho pecho; los miembros agujereados por las balas de Posa, que obligaron la huida a favor del automóvil de sangrienta estela; y el alejamiento veloz de aquellos tétricos fosos, también de sangre encharcados, ofrecen un conjunto que hace de la existencia política del Sr. Maura un océano de sangre donde flotan enrojecidas las piltrafas de esta formidable y tenebrosa hemorragia. Y, por si aun fuera poco, una borrasca de lágrimas, que estalla en rayos de cólera y truenos fragosos de venganza, hace del Sr. Maura un náufrago sin salvamento que se agita y retuerce y lanza gritos estentóreos de dolor.

Pero mientras filosofo sobre estos misérrimos destinos, de un semidiós de la humanidad, se precipitan en la memoria, como impulsión arterial que enciende el rostro, hechos y sucedidos que legitiman y justifican la armonía lógica entre las cosas generadoras y aquellos sus tristes efectos.

No obstante, creo tan grande la aflicción y tan lastimoso el estado psicológico de este hombre fracasado, que la misericordia y la conmiseración quieren apercibirse a la indulgencia; pero tan pronto como aquéllas vibran en mi corazón, una voz imperativa surge potente del hollado y quejumbroso pecho prorrumpiendo en exclamaciones:

¡No, no perdones a ese hombre! Porque mientras él mandó fuiste atropellado y escarnecido por un cura investido de juez; aquel cura que se llama Pedro Centeno, y que aún funciona en La Codosera (Badajoz), para baldón de España y deshonra de la religión, que vulneró los decretos y pisó la razón, que lo infamó y empujaba al crimen y al presidio; aquel, tirano con sotana, que agredía al maestro y a los ciudadanos y allanaba las muradas, contra quien pediste al fiscal, al obispo, al ministro, a Dios... y nadie te escuchó.

¡No, jamás perdones á Maura! Bajo cuya jefatura te impuso la fuerza el asqueante de aquel escarabajo delincuente, de aquel cura facineroso que tenía a su padre de juez, al sacristán de fiscal y al organista de alcalde, todos insolventes entre los grandes agricultores; aquel ente rain que con su mano grosera esgrimió todas las armas de la justicia para expoliarle y perseguirte, sólo movido por una envidia rastrera y menguada.

¡No, jamás perdones á Maura! Que mandaba, mientras la Dirección de Aduanas te arruinó injustamente, gastando del Tesoro pingües miles de pesetas para atender las pasiones de aquel ministro de Dios que inspiró denuncias falsas y mezquinas.

¡No, jamás perdones a ese hombre! Porque al amparo de su política sufristes todos los vejámenes, todos los despojos y atropellos que le vino en gana a un cura vil, erigido en autoridad para nutrir sus ambiciones bajas y delictuosas.

¡Mira tu carrera torcida por la injusticia, tus hijos con el porvenir perdido, tu esposa que deja la salud en el llanto de la desgracia; mírate perseguido cual oveja que del tigre huye; acuérdate de las acerbas amarguras que apuraste sin hallar justicia ni razón; y lejos de perdonar, condensa toda la ira, todas las maldiciones y el odio más feroz, y odia y execra a aquel cura villano!

¡Y jamás, jamás perdones a Maura! Sotero Barrón.»

Conseguido por parte de un inesperado amigo, lo que en él constituía en aquellos, momentos su única Ilusión, se levantó de la silla en la cual, y durante el tiempo transcurrido desde su llegada a la casa de la señora María, había tenido lugar el diálogo que antecede a este maravilloso prospecto, y hablándole con la sinceridad propia de un hombre sabio, cual él era, me dijo:

—Amigo Vital. Ocupaciones de imperiosa necesidad me privan de permanecer más tiempo cual eran mis deberes, en este pueblo, del cual llevo una impresión poco agradable; marcho sin rumbo fijo, como el transatlántico que en alta mar pierde la hélice, y quiera la Providencia que cuando nuestras ideas asomen sobre la cúspide del cerro de la razón, después de haber triunfado nuestro sublime y gran ideal, volvamos a tener otra también inesperada entrevista. Acepte esta tarjeta, estreche esta su mano y lo dicho, ¡¡Salud y República!!

Y yo, cual si lo ocurrido fuera un sueño, abstracto y pensativo, sobre el encuentro y despedida de aquel hombre, vestido de monje, y que yo creí fuese un fraile y resultó ser un apóstol de la verdad.

Y a vosotros, lectores de La Bandera Federal me dirijo, diciéndoos que no desmayéis, que procuréis imitar en lo posible al monje que ya conocéis, y que, según tarjeta que os ofrezco, se llama:

SOTERO BARBON

Doctor en Cirugía y licenciado en Derecho Humano.

Sin domicilio fijo.

Ofrece a usted sus servicios.

Ángel S. VITAL.

Albuera. 23 de abril 1913.

En El Cantábrico del 27 de agosto de 1913

PARA ESPAÑA Y AMÉRICA

EL PANTEÓN DOCEAÑISTA

El presidente del Ateneo de Madrid ha escrito un folleto bajo este epígrafe. En él desarrolla la idea de crear en el Oratorio de San Felipe, de Cádiz, un panteón donde reposen las cenizas de aquellos ilustres ciudadanos que dieron a España su primera Constitución con lo cual demostraron al mundo que este pueblo ya no resistía más las infamias del absolutismo ni le encogía la irrupción napoleónica. Y para dar cuerpo a esta iniciativa, hace un llamamiento a los hombres cultos y patriotas del mundo que fue español, a los Centros y entidades cultas y propagandistas y a los Gobiernos cuyos pueblos hablan la lengua de Cervantes.

Pero no vaya a creerse que en el folleto no vibra otro objetivo que el de rendir tan justo homenaje a los gloriosos autores de las libertades modernas, no. Es la empresa tan transcendental, que bien merece la atención del patriotismo y el concurso de todos los españoles. Dar aquí todas las razones y motivos que aduce la venerable figura de don Rafael M. de Labra en pro de su objeto, es imposible, por la carencia de lugar. Baste decir que aparejado al homenaje va un fin político que tiende a hacer de la actual España de indecisos destinos futuros algo que la acredite como legítima madre del mundo hispano, cuyos respetos maternales consagren los grandes recuerdos históricos, y lejos de servir de presa a rapiñas europeas, se facilite su rango de centro nexorio para todos sus hijos repartidos por la Tierra.

Europa y América se elevan gigantescas y erigen en potestades que han de disputarse la hegemonía del planeta; la situación geográfica de España ha de jugar gran papel en la geografía política venidera. Y si previamente sabemos reforzar los lazos que nos unen a los que son nuestros hermanos, nacidos de nuestra misma madre, en vez de entregarnos negligentemente a borrar el pasado, lo que luego será difícil o casi imposible, pudiera cambiarse en cosa facilísima.

Por algo dice el sabio jurisconsulto de aguileña mirada a los problemas de mañana, que en el orden de nuestros empeños internacionales tienen que ser dos banderas insustituibles: el Oratorio de San Felipe y la Rábida de Huelva.

Lean este folleto, escrito expresamente para propagar la idea y apoyarla por su autor con la sólida argumentación que requiere el convencimiento, todos los amantes de la Patria, y apercíbanse a su apoyo y concurrencia cuantas Sociedades, Centros y personalidades políticas alardeen en sus carteles de proponerse el beneficio y engrandecimiento de España.

Ahora se les presenta bonita ocasión a los que siempre llevan el patriotismo en los labios, para demostrar materialmente que no tenemos razón los que les reprochamos su punible condición de hacer elemento del estómago lo que sólo debe ser atributo del alma.

Léase el librito del señor Labra y en él se hallará el mejor testimonio de la justa finalidad que se proponen estas líneas.

SOTERO BARRÓN.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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