Por fin, parece ser que se han sellado las grietas del reactor número 2 de Fukushima. El agua contaminada que iba a parar al mar, procedía de una grieta de 20 centímetros descubierta el sábado pasado en un tunel de servicio para el paso de cables dentro de la central. Para frenar el escape, la compañía Tepco ha inyectado 1.500 litros de silicato de sodio en la grava, por debajo del fondo del tunel por donde el agua radiactiva se estaba filtrando.
Los anteriores intentos de sellar la estructura, primero con hormigón y luego con polímeros absorbentes, fracasaron y decidieron a los técnicos a inyectar ayer un colorante en un túnel de servicios del reactor 2 para intentar identificar el origen exacto de la filtración y el camino que seguía el líquido. En este reactor parte del combustible fundido fue a parar a la Cámara de relajación de Presiones, y de aquí al edificio de turbinas y a los diferentes túneles de servicios que intercomunican los distintos edificios de la central.
Todavía será necesario mucho trabajo para asegurar la estanqueidad de los sistemas de refrigeración, pero hay que empezar a pensar en el día después: ¿qué será de las ruinas?
De momento los operarios están intentando impedir la dispersión de materiales radiactivos.
Algunas imágenes muestran lo que parece el uso de Azul de Prusia como agente fijador del Cesio 137 con el fin de impedir su dispersión. El mismo Azul de Prusia deberá ser utilizado en animales y quizá suelos en el área inmediata a la central para que el cesio radiactivo no se incorpore a los seres vivos, como se hace en zonas de varios países tras Chernóbil o como se hizo en Brasil tras el Incidente de Goiania.
Zonas exteriores de la central deberán cubrirse con cemento o resinas para impedir que el viento o la lluvia extiendan las sustancias radiactivas.
El agua ligeramente contaminada se ha vertido al mar, donde se diluirá hasta no suponer peligro alguno, aquella con elevado grado de contaminación deberá tratarse antes de poder verterla, probablemente con resinas de intercambio iónico que retengan los compuestos radiactivos disueltos y dejen limpio el líquido.
Cuando todo esto se consiga y la temperatura de los núcleos averiados esté bajo control será el momento de empezar a pensar en estabilizar y desmantelar los reactores dañados.
El proceso de desmantelamiento será peligroso, largo y sobre todo caro. Existen varias opciones a la hora de desmantelar instalaciones nucleares según el gasto que se pueda uno permitir y el tamaño del problema que está dispuesto a dejar a sus descendientes.
La opción más cara, es el 'Desmantelamiento Inmediato' (Decon, en inglés), que procede a deshacer la estructura completa empezando por la eliminación del combustible usado, continuando por la descontaminación de superficies y finalizando por el derribo, teniendo en cuenta que grandes porciones de estructura (acero, hormigón) estarán contaminadas y por tanto deberán manejarse con sumo cuidado.
Por ello se utilizan técnicas muy sofisticadas que incluyen el corte húmedo, llenando previamente las estructuras de agua para eliminar el polvo, los explosivos de demolición y robots equipados con láseres de corte.
Los escombros deben ser tratados especialmente. Francia construye en la macroplanta nuclear de Marcoule una fundición especial para reciclar el acero contaminado con productos radiactivos, que puede ser reutilizado en futuras centrales. Todo ello encarece notablemente el proceso.
En EE.UU. se calcula que el coste promedio de desmantelar un único reactor tipo es de 315 millones de dólares. pero en muchos casos el precio final es mayor.
A cambio el lugar es retirado de las áreas controladas por los organismos internacionales de energía nuclear e incluso puede abrirse al público.
No hay muchas plantas de producción nuclear de energía eléctrica que hayan culminado este proceso, entre ellas destacan las estadounidenses de Yankee Rowe, Maine Yankee y Connecticut Yankee, que acabaron el proceso entre 2006 y 2007.
Los costes superaron en todos los casos los 600 millones de dólares, y alcanzaron los 820 en el caso de Connecticut Yankee. En algunos casos el combustible gastado permanece en el lugar, almacenado en estructuras temporales.
También ha sido desmantelada el reactor A de la planta alemana de Gundremmingen, que quedó inutilizado por un accidente en 1977.
La segunda opción es la llamada 'Desmantelamiento Diferido' o SAFSTOR (por Safe Store, almacenamiento seguro), que consiste en retirar el combustible y cerrar los edificios manteniendo el complejo bajo control durante unas cuantas décadas para que los materiales radiactivos decaigan y el futuro derribo sea más sencillo.
Esto abarata los costes, a cambio de traspasar la responsabilidad de la limpieza a futuras generaciones. Parte del atractivo consiste en confiar en tecnologías de limpieza aún no desarrolladas, más efectivas y económicas.
Esta es la situación del Reactor I de Vandellós, que ha sido encerrado en un cajón de acero hasta 2028, cuando se iniciarán los trabajos de la Fase 3 (demolición).
Varias centrales italianas (Caorso, Garigliano, Latina, Trino Vercellese), la británica de Berkeley y la japonesa de Tokai 1 han optado por este proceso. Francia, en la práctica también, ya que el desmantelamiento de varias nucleares galas (Bugey-1, los tres reactores de Chinon, Saint-Laurent y el Superphénix de Creys-Malville) está pospuesto 'sine die'.
Sólo la pequeña planta de Brennilis, cerrada en 1979, está en Fase 3. El coste del proceso se multiplicó por 20 hasta alcanzar los 480 millones de euros.
La tercera, más barata y menos responsable opción es el 'Enterramiento' que consiste en acumular los materiales radiactivos en el menor área posible y cubrir el conjunto con una estructura permanente de hormigón capaz de resistir decenas (centenares, o incluso miles) de años, impidiendo su dispersión al medio ambiente.Es básicamente dejar en herencia el problema a futuras generaciones, que serán quienes tengan que encargarse de la limpieza final, eso sí con la radiactividad reducida por el decaer natural de los radioisótopos.
Es el método utilizado en Chernóbil, donde se pensó que era el único procedimiento posible para mantener bajo control los materiales radiactivos hasta que la intensidad de sus emisiones se reduzca. Cuando la planta ha sufrido un accidente su estado interno es desconocido, lo cual complica (y encarece) muchísimo cualquier desmantelamiento.
En el caso del reactor 2 de la central de Three Mile Island en los EE UU, que sufrió el que hasta ahora era el segundo accidente nuclear más grave de la historia, sólo retirar el núcleo dañado (hubo una fusión parcial) costó más de 800 millones de dólares sin apenas tocar el resto de las estructuras. El coste seguramente se disparará cuando llegue el momento del derribo completo.
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