miércoles, 18 de diciembre de 2019
Echando leña a la hoguera
Si no soy yo quien controla los medios de comunicación que leo, ¿Por que razón no habrían de intentar crear en mi conciencia verdades útiles a los intereses de los grupos económicos que los dirigen?
¿Existe la verdad? ¿Existen las verdades? ¿La verdad y las diferentes verdades se parecen en algo?
El veintisiete de Octubre de 1553 moría quemado en la hoguera, a instancias del reformador religioso protestante Johannes Calvino, el científico y teólogo español Miguel Servet.
El 17 de febrero del año 1600, tuvo lugar en Roma un acontecimiento dantesco. Cientos de personas se reunieron en el Campo de las Flores (Campo dei Fiori) en Roma para ver morir en la hoguera a Giordano Bruno por orden de la Santa Inquisición. Galileo Galilei fue juzgado por la Inquisición en 1633 y condenado por ser "vehementemente sospechoso de herejía", pues promovía la creencia de que la Tierra se movía a través de los cielos.
Las autoridades religiosas, siempre en el centro del poder político y económico, establecen los cuerpos de la doctrina, con sus verdades de fe, sus dioses y demonios, santos y vírgenes.
En la actualidad se mantienen las grandes religiones mundiales y han cobrado mucha más fuerza las religiones laicas, promocionadas por los medios de comunicación y las redes sociales, todo ello dentro del torrente caudaloso de Internet. Se ha de agradecer que ya no se lleve tanto el quemar a los herejes en la hoguera y se conformen las turbas de creyentes con la lapidación mediática, las pintadas con pintura en aerosol para carrocerías y algún que otro escrache, más o menos violento.
Las religiones laicas se manejan con facilidad, pues pueden compartir muchas verdades de fe, que se crean y destruyen con ríos de tinta electrónica. De esta forma, todos creemos que le estamos haciendo daño a la Pacha Mama, que pecamos contra ella cuando consumimos combustibles fósiles y que ello es la consecuencia de nuestra mentalidad machista no suficientemente reformada, lo que nos lleva a la pronta desaparición de la civilización y la especie.
En la reciente cumbre del clima paralela, un Javier Bardem investido de purpura cardenalicia, recordó a la muchedumbre que "personalmente para él", Donald Trump y Martínez Almeida son unos estúpidos, el primero por "negacionista" y haber abandonado los acuerdos sobre emisiones atmosféricas y el segundo por su poca comprensión hacia el plan de movilidad urbana, conocido como "Madrid Central".
No ha sido menos espectacular la aparición y desaparición sucesiva de Greta Thunberg, recubierta de un aura virginal transportada en catamarán ecológico y trenes eléctricos.
No se trata de la veracidad de ciertas evidencias científicas, como el aumento de la temperatura media de la atmósfera terrestre a lo largo del último siglo, la relación entre la emisión de dióxido de carbono, por la combustión de combustibles fósiles, el aumento de su concentración en la atmósfera, el efecto invernadero producido por esto y el aumento de la temperatura del planeta, el hecho de que los medios para aprovechar las energías renovables emiten poco dióxido de carbono durante su funcionamiento, las bajas emisiones de dióxido de carbono durante el funcionamiento de las centrales nucleares, la relación entre consumo energético y emisiones, consumo de materias primas, contaminación ambiental, etc., el diferente nivel de consumo entre los ciudadanos de países desarrollados y en vías de desarrollo, el trasfondo económico de todos los procesos de producción y distribución de energía, con sus costes, propiedades, derechos, impuestos, guerras, etc.
La dificultad reside en que todas estas verdades se refieren a situaciones complejas con factores interrelacionados, influenciadas por grupos de presión, estatales y económicos y, por si fuese poco, se nos presentan habitualmente junto a medias verdades, verdades relativas y mentiras y verdades interesadas. Todo ello con el interés de crear opinión, por parte de unos medios que se reclaman informativos pero resultan propagandísticos.
Lo más curioso, viene a ser, que en realidad, nuestra opinión no tiene ninguna importancia, podrían crearnos esta opinión o cualquier otra que ellos decidan. De hecho, la creencia de que nuestra opinión es importante también nos la inducen cada día, posiblemente esto nos hace más felices ¿O no?
Por tanto, ¿Que importancia tiene que vivamos engañados, si ni somos conscientes de ello? Para mi es una cuestión de respeto, a nuestra vertiente racional, signifique eso lo que pueda significar. ¡¡¡Déjennos crear nuestras propias verdades, a riesgo de ser infelices!!! Ciertamente ese es mi deseo, no tiene porque coincidir con el de otros.
La población humana no ha dejado de crecer desde los albores de la prehistoria. Este crecimiento se ha acelerado impulsado por las distintas revoluciones tecnológicas, de forma notable a partir del siglo XVII, echando por tierra los apocalipsis anunciados por agoreros finiseculares. Sería necio negar que que el crecimiento poblacional arrastra injusticias, desigualdades y sufrimientos en grandes masas de estas personas. También parece no menos necio ignorar la intuición de que este crecimiento ha de tener un límite, por mucho que estiremos y optimicemos los recursos. Puede que desequilibremos nuestro medio, de forma que entre una cosa y otra la población se reduzca, drásticamente, o no, e incluso nos lleve a desaparecer como especie. Todo ello es posible, pero las evidencias son las contrarias. Todo el progreso humano se ha basado siempre en el uso de nuevas tecnologías compatibles con su implantación económica. Esas son las reglas del juego y son las que se siguen utilizando.
Lo que tengamos que hacer, se basará en algún tipo de desarrollo tecnológico impulsado por nuestro deseo de mayor bienestar y riqueza. A compasión y solidaridad le dedicamos lo justo para contentar a nuestra conciencia, que por cierto tenemos, gracias a disponer de los recursos materiales suficientes para vivir con holgura.
Podría sostener que el egoísmo es una de nuestra mayores virtudes. Debemos desear lo mejor para nosotros mismos, sin olvidar que somos seres que viven en sociedad. Es muy probable que nuestro egoísmo pueda beneficiar a todos aquellos otros egoístas que tienen los mismos intereses que nosotros. Se trata pues de explorar intereses comunes.
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