La tribu húngara acampada en las afueras de Madrid, bajo el puente de Toledo
Llegó la consabida tribu húngara que no bien apunta el verano hace su aparición corte. Son siempre los mismos hombres melenudos, cobrizos y astrosos, seguidos de sus monas peladas y de sus osos héticos; son las mismas hembras de indumentaria pintoresca y sórdida, de ojos negros, llenos de misterio, que dicen la buenaventura y mendigan entre sonrisas prometedoras; los mismos chiquillos harapientos, que zancajean por las calles, exhibiendo sus desnudeces y fumando como turcos viejos. Nota pintoresca es la de estos pobres seres errantes que van arrastrando «sus miserias por el mundo», y que, no obstante su reaparición anual, despierta, melancólicas simpatías y cierto interés artístico, que hemos intentado sorprender con la cámara fotográfica. La tribu acampa hogaño bajo los arcos del puente de Toledo, donde, al atardecer, recibe la visita de no pocos curiosos, que van á ver danzar á las húngaras.
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